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Hasta este momento Freud tomaba al sadismo como originario ya que el investir
objetos es un acto sádico, pero la libido que inviste a los objetos proviene de la
libidinización del niño por parte de los padres, por ende el masoquismo será primario,
pues la entrada al sujeto es masoquista porque es objeto de la libidinización del otro,
lo inscriben, lo marcan simbólicamente.
El YO y el ELLO (modelo estructural del aparato psiquico)
Freud hasta este momento abordaba el concepto inconsciente desde dos aspectos
diferentes. En un primer lugar vemos un inconciente descriptivo que carece de la
cualidad de conciencia pero que sin embargo puede tenerla. Esta primera forma del
inconciente, la representación es débil y puede devenir conciente cuando se le presta
investidura de atención. Decimos entonces que se encuentra latente pero susceptible de
conciencia. Llamamos preconciente a lo latente que es inconsciente sólo
descriptivamente. Por otro lado tenemos un inconciente dinámico, donde las
representaciones no son susceptibles de conciencia porque se encuentra
reprimidas. Pero estos distingos resultan ser insuficientes en la práctica. Nos hemos
formado la representación del yo como una organización coherente de los procesos
anímicos en una persona, que tiene como función controlar la conciencia, la motilidad,
además de todos los procesos parciales, y por la noche se va a dormir, a pesar de lo cual
aplica la censura. De este yo parten también las represiones. Lo que esta reprimido
se contrapone al yo, lo podemos ver en el análisis cuando uno intenta acercarse a eso
reprimido, de repente el yo comienza a exteriorizar ciertas resistencias que se oponen a
eso, estas resistencia no so concientes. En el yo mismo hay una parte que es también
inconsciente, que se comporta exactamente como lo reprimido. A partir de esto, estamos
ante la presencia de un tercer aspecto del inconsciente, un inconsciente estructural, en
el que lo ICC no coincide con lo reprimido; sigue siendo correcto que todo lo reprimido
es icc, pero no todo ICC es, por serlo, reprimido. Y esto Icc del yo no es latente en el
sentido de lo Prcc, pues si asi fuera no podría ser activado sin devenir cc, y el hacerlo
conciente no depararía dificultades tan grandes.
La conciencia es la superficie del aparato anímico, a la misma llegan percepciones del
mundo exterior e internas. Sólo puede devenir conciente lo que ya una vez fue percepción
cc, exceptuando los procesos anímicos internos, que para devenir conciente tienen
que intentar transponerse en percepciones exteriores, es decir tiene que enlazarse
con su representación palabra. Esa es la función de la representación palabras, permitir
a los procesos anímicos internos el devenir conciente.
El yo parte del sistema percepción conciente, como su núcleo, y abraza primero al
preconciente, que se apoya en los restos mnémicos, y luego también tiene una parte
inconciente. Es decir, el yo es la esencia que parte del sistema P, y que es primero prcc, y
ello. El individuo se compone de un ello, no conocido e inconciente, sobre el cual,
como una superficie, se apoya el yo. Lo reprimido es separado tajantemente del yo
por medio de la represión y se comunica con el yo a través del ello. Lo reprimido es
sólo una parte del ello.
El yo es la parte del ello alterada por la influencia directa del mundo exterior, se
empeña hacer valer sobre el ello los influjos del exterior, asi como sus propósitos propios;
se afana por reemplaza el principio de placer, que rige en el ello, por el principio de
realidad. Para el yo la percepción ocupa el mismo lugar que ocupa la pulsión el ello. Es
decir, el yo va a tener que lidiar con las exigencia que provienen del mundo exterior
mientras que el ello lidiará con las exigencia de las pulsiones.
Le es asignado al yo el gobierno sobre el acceso de la motilidad, para andar toma la
fuerza prestada del ello y a menudo suele transponer en acción la voluntad del ello
como si fuera la suya propia.
"Así, (el yo) con relación al ello, se parece al jinete que debe enfrentar la fuerza superior
del caballo, con la diferencia de que el jinete lo intenta con sus propias fuerzas, mientras
que el yo lo hace con fuerzas prestadas. Este símil se extiende un poco más. Así como al
jinete, si quiere permanecer sobre el caballo, a menudo no le queda otro remedio que
conducirlo adonde este quiere ir, también el yo suele trasponer en acción la voluntad del
ello como si fuera la suya propia".