Los pueblos primitivos y antiguos tenían la valentía de imaginar nuestros
orígenes y el comienzo tanto del mundo como de los seres vivos. En las historias narradas y sostenidas por estas comunidades lejanas, Dioses o seres extraordinarios, devenían por sus acciones más que humanas, los artífices de todo lo que vemos. Nuestro mundo era considerado una pálida imagen o consecuencia de lo que había ocurrido in illo tempore. De allí la necesidad de repetir lo que había acontecido en los comienzos para poder arrojar dignidad y sentido a lo cotidiano y ordinario. La repetición de lo sagrado otorgaba dignidad a lo profano. Los positivistas e ilustrados, en general, consideraron que aquella etapa de la humanidad era mágica o infantil. Auguste Compte, entre ellos, analiza que la humanidad debía crecer del estadío mágico, hacia el metafísico para alcanzar el científico o el de la humanidad adulta. José Ortega y Gasset, en el siglo XX, habla de la fuerza de las creencias. Las denominaba ideas base. Nuestro espíritu está conformado por ellas. Cuando comenzamos a desconfiar de algo o de alguien es cuando desarrollamos nuestras ideas explicativas para engrosar y solidificar el sustrato de creencias que nos constituyen. Tenemos ideas, pero somos nuestras creencias. Análogamente las sociedades antiguas eran sus creencias relatadas. Hoy hemos descubierto, gracias a los estudios sobre el lenguaje, que las elaboraciones mitopoiéticas o simbólicas o representativas constituyen el pensamiento espontáneo, muy cercano a la vida, de todo hombre. No podemos afirmar que esta imaginación se relaciona sólo con una etapa histórica de la humanidad. Roland Barthes estudia mitos de la vida francesa contemporánea. El semiólogo social encuentra que se endiosan ciertos productos, se los rodea de un manto de divinidad y se crean ritos y usos sociales para poder venderlos. Lo sagrado viene a posarse sobre los objetos y se crean acciones tendientes a vivir la felicidad o el paraíso que produciría la compra del objeto en cuestión. Los discursos sagrados parecen ahora referirse a los objetos. La burguesía necesita establecer creencias sociales para colocar sus productos. Los antiguos discursos sagrados parecen hoy estar al servicio de las cosas. ¿Cómo rescatar una auténtica trascendencia? Cuando Platón necesitaba explicar el origen del alma o del amor o del mundo recurría a su facultad mitopoética porque encontraba que los razonamientos no alcanzaban a rozar el misterio. Además de haber descubierto que el pensamiento mítico corresponde a todos los hombres y no sólo a una etapa perdida de la humanidad hemos asimismo encontrado que con él podemos señalar lo que auténticamente nos desborda y da sentido o podemos divinizar objetos, personas o situaciones por intereses que generalmente permanecen ocultos.