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Psicoanálisis,
política, silencio
Posted on 29/11/2019
Juan Besse, antropólogo UBA/ UNLA
Fabiana Rousseaux, psicóloga UBA,psicoanalista
l. Entradas
¿Pero qué sería una ley del psicoanálisis sin relación con los derechos humanos y del
ciudadano, cuando por el contrario, éstos podrían ganar mucho con una reflexión
psicoanalítica sobre el orden jurídico? René Major[1]
Cuando el escenario de la producción sintomática, tiene la magnitud de lo que nos convoca en
esta mesa: “los derechos humanos”, quien se afirme psicoanalista, o lo es, y hace justicia, o no
lo es y a sabiendas o no, hace complicidad. Según las circunstancias puede incluso hacer algo
más siniestro aún. No en vano introduzco este término de tradición freudiana: lo
siniestro. Fernando Ulloa[2]
En este escrito intentaremos hacer una breve genealogía –aunque también se trata de una
arqueología- en torno a un suceso impactante para el psicoanálisis, que sin embargo pasó
desapercibido durante 8 años, fue reconocido 20 años después y precipitado en el olvido
posteriormente. En rigor, estamos frente al espesor de silencios mayúsculos e inauditos.
El tenor del hecho impacta porque es más que un hecho. Se trata de un acontecimiento que
prorrumpe en la historia del psicoanálisis y -como todo acontecimiento- no deja de hacerse
presente cada vez que un silencio atronador, al pretender acallarlo, muestra su complicidad con
el horror. El caso Lobo. El analista-torturador Amílcar Lobo Moreira, “el lobo”, según consta
en los informes de la Policía Militar brasilera. El Dr. Lobo se desempeñaba, de modo
simultáneo, como médico psicoanalista aspirante, en análisis didáctico, en el Instituto de
Psicoanálisis de la Sociedad Psicoanalítica de Río de Janeiro (SPRJ), una de las dos filiales
cariocas de la IPA. Simultáneamente a su formación psicoanalítica intervenía en las salas de
tortura del Primer Batallón de la Policía Militar de Río de Janeiro, conocido como “La casa de
la muerte”, en Petrópolis, sitio emblemático del terror de Estado en ese país.
Lobo se ocupaba de controlar hasta qué punto las personas secuestradas podían ser torturadas,
aunque también realizó tareas médicas e incluso de “acompañamiento” a los detenidos y
detenidas como admitió años más tarde en su propia biografía, un relato publicado, en 1989,
bajo el estuporoso título La hora del lobo, la hora del carnero[3].
No se lo cuente a nadie[4]es el libro que años más tarde escribió la psicoanalista brasilera
Helena Besserman Vianna, donde da a conocer que el Dr. Amílcar Lobo, según su propia
declaración, era entre 1970 y 1974, médico militar del mencionado sitio y en ese mismo
período, inició su análisis didáctico con el Dr. Cabernite, análisis interrumpido, tal como
reconstruye Besserman Vianna, ante el escándalo producido por la denuncia de las actividades
médico- militares del analizado, el 27 de junio de 1974. Sobre la secuencia de los hechos
repuesta por Besserman Vianna volveremos más adelante.
Hace unos días, a raíz del documento emitido por la Nueva Escuela Lacaniana (NEL),
secciones La Paz y Cochabamba, en torno a los dramáticos sucesos que se desencadenaron en
Bolivia como consecuencia del golpe de Estado contra Evo Morales y Álvaro García Linera
(presidente y vice en ejercicio y que obtuvieron la mayoría en las elecciones del 20 de octubre),
el caso Amílcar Lobo volvió a tener cierta resonancia. En rigor, se trata de un retorno. El
retorno del acontecimiento y sus espectros. Espectros que como señala Javier Lifschitz traen
una presencia paradójica, la aparición de algo que no tiene cuerpo pero que acarrea un mensaje,
algo que se escucha, que hace a la política escuchar[5].
Los psicoanalistas de la NEL esgrimiendo argumentos que, refirieron como provenientes del
psicoanálisis lacaniano, “justificaron a los movimientos más reaccionarios y sus formas
extremas neofascistas y antidemocráticas”[6]. La cantinela retórica que enuncia la enseñanza de
Lacan no es su enseñanza, dado que ese uso de las categorías con espíritu ortopédico, en un
movimiento abiertamente no lacaniano, produce una disociación entre las categorías
psicoanalíticas y la dimensión ética de la práctica del psicoanálisis.
Porque como lo indica con claridad Helena Besserman Vianna la historia, y la historia del
psicoanálisis no escapan a ello, es una historia de los compromisos, sintomáticamente
divergentes, tal como se expresa en los documentos y en las disidencias, tanto políticas como
éticas. Con su libro la autora viene a recordar que “el psicoanálisis ha ampliado el campo de la
responsabilidad y que sería tiempo de que las instituciones psicoanalíticas tomaran nota y
elaboraran las consecuencias. Cada uno debe poder responder por lo que determina
insconscientemente sus actos y por la manera en que se inscribe en la historia que lo
moldea”[7].
Y lo cierto es que no puede hacerse equivaler la política con las meras relaciones de poder. El
decisionismo, la voluntad del amo como última ratio, no es una perspectiva teórico-política
más, es el rostro de la antipolítica. Todo aquello que sacrifica los cuerpos en pos de un ideal cae
en la tierra sangrienta de la anti-política. La política tiene como límite el cuerpo, requiere ser la
práctica de su resguardo, todo lo que arremete contra el cuerpo tendría que ser ubicado como lo
fuera-de-la política. Jean- Claude Milner propone una precaución metodológica en la que
reverbera la eticidad como orientación de la política, escribe: “las libertades políticas empiezan
y terminan con los cuerpos. Las dictaduras siempre se la toman con los cuerpos (…) So pena de
beata ceguera y ante cualquier sistema político, debe el investigador plantearse cuestiones
reales: ¿en qué momento aparecen, en el marco de las instituciones y de los aparatos, esas
prácticas que llamamos brutalidades, torturas y ejecuciones? ¿Dónde se sitúan esos
especialistas llamados verdugos? ¿Bajo qué máscara se los disimula? Al tener conocimiento de
cualquiera de los discursos políticos, el investigador leal debe reparar, más allá de las retóricas,
en la traza, fugitiva o patente, de un desprecio al cuerpo: desde ahí, podrá predecir que llegará
la tiranía”.[8]
Entre otras respuestas a los documentos de la NEL-Cochabamba y la NEL-La Paz, el 16 de
noviembre circuló un pronunciamiento firmado por psicoanalistas, académicos e intelectuales
afines al psicoanálisis lacaniano -suscripto incluso por lacanemancipa- donde se pronunciaron
en defensa del “enfoque psicoanalítico centrado en el deseo y no subordinado al poder. Nos
deslindamos de aquellos freudianos y lacanianos que saben adaptarse tan bien a la tiranía de
las dictaduras, del capitalismo neoliberal y de sus poderes mediáticos. No queremos que haya
nunca más en América Latina psicoanalistas cómplices de la infamia como el torturador
Amilcar Lobo Moreira y quienes lo protegieron o simplemente se mostraron indiferentes ante
lo que hacía”. Y cuando se dice “se mostraron indiferentes” no sólo se hace referencia a lo que
sucedió en las filiales institucionales brasileras de la Asociación Psicoanalítica Internacional
(en inglés IPA) sino en el seno de la institución madre a la que pertenecían, la misma IPA.
Ante el actual quebrantamiento del Nunca Más como significante que representa el punto de
capitón entre la ética del deseo, el lazo social como freno a lo peor, la lengua y la justicia,
consideramos un tema central de debate para el psicoanálisis, no sólo en tanto ¿qué tiene para
decir sobre ese quebrantamiento? sino también sobre el negacionismo larvado cuando no
explícito en algunas de sus instituciones y, desde ya, el impacto que eso puede tener ante el
retorno de los significantes vinculados al terror, en nuestros países.
Lo cierto es que este episodio del analista-torturador, pero también de los analistas-
encubridores y de los analistas responsables de sus silencios, trae nuevamente a la luz un debate
que atraviesa a las instituciones psicoanalíticas. Una controversia que requiere historizar, volver
a contar, apelando a la lectura de los significantes que se fueron inscribiendo en las distintas
épocas.
Sabemos que hay muchos modos de abordar este paradigmático caso al interior de la historia de
las instituciones psicoanalíticas. En esta primera parte del texto sólo nos centraremos de modo
breve en el tratamiento institucional que ha recibido el caso para abordar en un segundo texto,
las implicancias de orden más clínico.
No se lo cuente a nadie fue además del nombre del libro, el testimonio y la respuesta que la
IPA le dio a Helena Besserman Vianna, ante su denuncia contra el analista torturador. Un libro
necesario para afrontar el hostigamiento del que fuera víctima. Helena Besserman Vianna, en
una torsión tan violenta como lo denegatorio, pasó –durante muchos años- a los ojos de las
conducciones institucionales de las sociedades psicoanalíticas brasileras y de la IPA que las
avaló, del papel de denunciante al lugar de calumniadora.
“No se puede llevar la Nación al diván” fue la respuesta que esgrimió Jean Allouch ante la
presentación del libro de Besserman Vianna en París en el año 1997[14].
En la edición de #lacanemancipa del 15 de noviembre de este año, se publica una entrevista a
David Pavón-Cuéllar realizada por Félix Boggio Éwanjé-Épée y publicada anteriormente en
francés, el 7 de enero de 2018, en la revistaPériode: http://revueperiode.net/que-peut-la-
psychanalyse-aujourdhui-entretien-avec-david-pavon-cuellar/
En dicha entrevista Pavón-Cuéllar retoma el caso de Amílcar Lobo ante la pregunta sobre si
¿tiene la clínica psicoanalítica, tanto dentro como fuera de la institución, un papel político que
desempeñar? La respuesta es que “para medir los servicios que el psicoanálisis rinde a lo que
nos oprime, debemos tener en cuenta lo complaciente que ha sido con la opresión y lo bien que
ha sabido arreglárselas en los sistemas opresivos. Hay ejemplos bochornosos como los de los
psicoanalistas nazis Felix Boehm y Carl Müller-Braunschweig, o el del torturador freudiano
Amilcar Lobo Moreira en la dictadura brasileña, pero también debemos pensar en aquellos
mucho más numerosos, pero más bien discretos y casi invisibles, que fueron delatados por el
propio Lobo Moreira: psicoanalistas que sabían muy bien lo que él estaba haciendo, que no lo
denunciaron y que se limitaron a practicar el psicoanálisis en silencio bajo el régimen
dictatorial“.
¿Hasta dónde se escucha en el marco de un análisis? ¿De qué abstinencia se trata? La relación
síntoma vs. goce en relación a la política del psicoanálisis no puede estar ausente de este
debate. Retomaremos en el próximo texto la pregunta de Jelica Šumič Riha en el número 0 de
esta revista[15], cuando plantea “el discurso capitalista es un vínculo social que no pide que el
sujeto sacrifique su goce. Más bien, el vínculo social capitalista es un vínculo que se adapta al
“capricho”, al goce privado de cada uno”. Esta referencia nos permite pensar la cuestión del
lazo en el caso Lobo Moreira como condición para un análisis y desde qué lugar su analista se
dispuso a escuchar cuando el aspirante a la IPA no portaba ninguna división subjetiva. El
problema de la segregación, el odio al Otro, la vida como límite y nudo de la política, como
tope ante lo cual toda política se suspende, al igual que la regulación institucional, no pueden
quedar por fuera en un análisis.
En la “autobiografía” de Amílcar Lobo se lee:
“Era una tarde del día 6, dos días antes del inicio de mis vacaciones en el consultorio. Asistía a
un paciente, la sesión termina, nos levantamos, encaminándonos a la puerta, la abro, me
despido y me encuentro con tres personas sentadas en la sala de espera. Eran dos mujeres y un
hombre. Los saludo con un “Buenas tardes” y los hago entrar al consultorio. Una de las mujeres
me parece muy ansiosa, y es ella exactamente quien establece el diálogo, un terrible diálogo:
Sus actividades como médico con los torturados dentro de la “Casa de la muerte” en Petrópolis
era, así lo escribe, parte del “material” de su análisis didáctico en más de una ocasión. Ya la
IPA había establecido las complejidades de analizar a quienes sostuvieran una práctica
militante, sin embargo no se produjo ninguna objeción semejante de analizar a quien ejercía
una práctica de tortura. Como advierte R. Major en el prefacio de la edición sobre la que
trabajamos ¿cuáles son las implicancias de semejante disociación entre la esfera psicoanalítica
y la del ciudadano frente a este caso paradigmático? ¿Hay implicancias?
En defensa de las instituciones analíticas se han soportado casos como este y es preciso en
momentos como los actuales dar a conocer los impasses que se atravesaron, los legados que se
inscribieron, los compromisos políticos con regímenes dictatoriales que en nombre de la
abstinencia política dieron lugar a políticas del silencio y del ocultamiento.
La contraposición entre ética y etificación que propuso Allouch advirtiendo el riesgo de caer en
una moralización de la práctica analítica, supone otra imposición y normativización del “para
todos”, que arrasa con el padecimiento singular de los sujetos que escuchamos[21] pero
también abre otro interrogante, ¿podemos escucharlo todo? O ¿podemos hacerlo desde la
disociación absoluta entre la esfera pública, la privada y la íntima? El sujeto del psicoanálisis
requiere pensarlo cada vez dado que es allí donde la política encuentra cobijo en la práctica
analítica. Y desde el vamos, lo impolítico como condición de la escucha, no es de ninguna
manera apoliticidad.
Freud introdujo un no-todo es posible para el psicoanálisis, cuando Edoardo Weiss fue a
interceder ante él para que tome en análisis al Dr. A, su ex-paciente, le responde: “Creo que es
un caso malo, nada adecuado para el análisis. Para analizarse le faltan dos cosas, primero el
cierto conflicto doloroso entre su yo y aquello que sus pulsiones le exigen, pues en el fondo
está muy contento de sí mismo y sufre solamente por la resistencia de circunstancias
exteriores, segundo un carácter medianamente normal de este yo, que pudiese colaborar con el
analista; procurara siempre, por lo contrario, despistar a este último, engañarle con falsas
apariencias y dejarle de lado. Ambas deficiencias coinciden en el fondo en una sola, en la
formación de un yo monstruosamente narcisista, ególatra, impermeable a toda influencia, que,
por desgracia, puede apelar a todos sus talentos y dones personales. Por todo eso no vale la
pena ayudarlo pero, además, porque ese hombre es un canalla.
Latinoamérica ha sido siempre un lugar privilegiado para el desarrollo del psicoanálisis y muy
en particular, la Argentina. A su vez y muy paradójicamente esta región ha estado fuertemente
impactada por golpes cívico-militares, estados de excepción, genocidios, terror y violencia de
Estado, de un modo tan recurrente como diverso.
El psicoanálisis no opera al margen de las condiciones del campo del Otro, el psicoanálisis no
está al margen del tejido cultural de la ciudad donde el psicoanálisis, el analizante y el analista
operan. Lacan llamó la atención respecto de la “formación” del analista y del candidato a tal
función:
…nosotros, que estamos encargados de la pesada carga de elegir a los que se someten a análisis
con un fin didáctico. En síntesis, ¿qué es lo que decimos, a fin de cuentas, cuando hablamos, al
término de nuestra selección, si no es [de] todos los criterios que uno invoca? ¿hace falta la
neurosis para hacer un buen analista, un poquito, mucho, seguramente, no, en absoluto?… ¿es
que un sujeto tiene tela o no la tiene?¿qué sea como dicen los chinos, “she un-ta”, “un hombre
de gran talla”, “shaho-yen”, “un hombre de pequeña talla” Es algo, preciso es decirlo, que
constituye los límites de nuestra experiencia. En este sentido se puede decir, para plantear la
cuestión de saber qué es lo que está en juego en el análisis: ¿Qué es? ¿Es esa relación real con
el sujeto, es decir, según cierta manera y nuestras medidas de reconocerle? ¿Es eso de lo que
nos ocupamos en el análisis? Ciertamente no. Es indudablemente otra cosa. ¿Qué es esta
experiencia singular entre todas, que va a aportar en estos sujetos transformaciones tan
profundas? ¿Y cuáles son ellas? ¿Cuál es su resorte?”[22]
Para Jorge Alemán la experiencia de lo político que se produjo en la Argentina, a raíz de la
lucha por los derechos humanos, concierne muy de cerca al psicoanálisis, porque no se trata de
aplicar el psicoanálisis a las políticas de la memoria y a los derechos humanos sino que, por el
contrario, son los derechos humanos constituyentes proteicos de la extensión del psicoanálisis
hacia otros saberes y experiencias, y por eso, dice, “Junto con la invención del sujeto político
me parece una operación extraordinaria, no tanto el ensayo de “vamos a ver qué puede decir el
psicoanálisis de esto”, sino cómo es el psicoanálisis después de esto”. [23]
Informe Técnico
El perito recibió del solicitante arriba mencionado el material descrito a continuación, con el
objeto de ratificar o rectificar la identidad de las grafías de los escritos presentados.
a. Fotocopia de una página de diario o revista, donde se puede leer un texto de carácter
ofensivo, mentiroso y manifiestamente subversivo, que ataca con violencia a oficiales del
ejército brasileño, entre los que se hallan el coronel Fiuza de Castro y el médico teniente
Amilcar Lobo Moreira. Encontramos en particular los siguientes términos: “dictadura asesina”,
“identificación de algunos torturadores en el Estado de Guanabara”, así como la fecha “agosto
de 1973”. En el anexo nro. 1, el perito adjunta la reproducción de una parte de la fotocopia
donde hallamos los siguientes dichos, escritos a mano: “psicoanalista en formación de la Soc.
psicoanalítica de Río de Janeiro –su analista: Leao Cabernite- su dirección: rua Gén. Miguel
Ferreira, 97, Jacarepagua (catalogado en el roster de la Asociación bras. De pscioanálisis)”.
b. Ficha de color amarillo con los siguientes datos: “III Congreso brasileño de psicoanálisis”,
completada a mano con el nombre Helena C. Besserman Vianna, dirección: rua Anita
Garibaldo, 43/502, fechada el 17/12/72, con la mención de Helena C. B. Vianna en forma de
firma. En el reverso de la ficha, se puede ver la inscripción manuscrita “Recibí la carpeta –
Helena B. Vianna”. Ver anexo nro. 2.