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No se lo cuente a nadie.

Psicoanálisis,
política, silencio
Posted on 29/11/2019
Juan Besse, antropólogo UBA/ UNLA
Fabiana Rousseaux, psicóloga UBA,psicoanalista
l. Entradas
¿Pero qué sería una ley del psicoanálisis sin relación con los derechos humanos y del
ciudadano, cuando por el contrario, éstos podrían ganar mucho con una reflexión
psicoanalítica sobre el orden jurídico? René Major[1]
Cuando el escenario de la producción sintomática, tiene la magnitud de lo que nos convoca en
esta mesa: “los derechos humanos”, quien se afirme psicoanalista, o lo es, y hace justicia, o no
lo es y a sabiendas o no, hace complicidad. Según las circunstancias puede incluso hacer algo
más siniestro aún. No en vano introduzco este término de tradición freudiana: lo
siniestro. Fernando Ulloa[2]
En este escrito intentaremos hacer una breve genealogía –aunque también se trata de una
arqueología- en torno a un suceso impactante para el psicoanálisis, que sin embargo pasó
desapercibido durante 8 años, fue reconocido 20 años después y precipitado en el olvido
posteriormente. En rigor, estamos frente al espesor de silencios mayúsculos e inauditos.

El tenor del hecho impacta porque es más que un hecho. Se trata de un acontecimiento que
prorrumpe en la historia del psicoanálisis y -como todo acontecimiento- no deja de hacerse
presente cada vez que un silencio atronador, al pretender acallarlo, muestra su complicidad con
el horror. El caso Lobo. El analista-torturador Amílcar Lobo Moreira, “el lobo”, según consta
en los informes de la Policía Militar brasilera. El Dr. Lobo se desempeñaba, de modo
simultáneo, como médico psicoanalista aspirante, en análisis didáctico, en el Instituto de
Psicoanálisis de la Sociedad Psicoanalítica de Río de Janeiro (SPRJ), una de las dos filiales
cariocas de la IPA. Simultáneamente a su formación psicoanalítica intervenía en las salas de
tortura del Primer Batallón de la Policía Militar de Río de Janeiro, conocido como “La casa de
la muerte”, en Petrópolis, sitio emblemático del terror de Estado en ese país.

Lobo se ocupaba de controlar hasta qué punto las personas secuestradas podían ser torturadas,
aunque también realizó tareas médicas e incluso de “acompañamiento” a los detenidos y
detenidas como admitió años más tarde en su propia biografía, un relato publicado, en 1989,
bajo el estuporoso título La hora del lobo, la hora del carnero[3].
No se lo cuente a nadie[4]es el libro que años más tarde escribió la psicoanalista brasilera
Helena Besserman Vianna, donde da a conocer que el Dr. Amílcar Lobo, según su propia
declaración, era entre 1970 y 1974, médico militar del mencionado sitio y en ese mismo
período, inició su análisis didáctico con el Dr. Cabernite, análisis interrumpido, tal como
reconstruye Besserman Vianna, ante el escándalo producido por la denuncia de las actividades
médico- militares del analizado, el 27 de junio de 1974. Sobre la secuencia de los hechos
repuesta por Besserman Vianna volveremos más adelante.

Hace unos días, a raíz del documento emitido por la Nueva Escuela Lacaniana (NEL),
secciones La Paz y Cochabamba, en torno a los dramáticos sucesos que se desencadenaron en
Bolivia como consecuencia del golpe de Estado contra Evo Morales y Álvaro García Linera
(presidente y vice en ejercicio y que obtuvieron la mayoría en las elecciones del 20 de octubre),
el caso Amílcar Lobo volvió a tener cierta resonancia. En rigor, se trata de un retorno. El
retorno del acontecimiento y sus espectros. Espectros que como señala Javier Lifschitz traen
una presencia paradójica, la aparición de algo que no tiene cuerpo pero que acarrea un mensaje,
algo que se escucha, que hace a la política escuchar[5].
Los psicoanalistas de la NEL esgrimiendo argumentos que, refirieron como provenientes del
psicoanálisis lacaniano, “justificaron a los movimientos más reaccionarios y sus formas
extremas neofascistas y antidemocráticas”[6]. La cantinela retórica que enuncia la enseñanza de
Lacan no es su enseñanza, dado que ese uso de las categorías con espíritu ortopédico, en un
movimiento abiertamente no lacaniano, produce una disociación entre las categorías
psicoanalíticas y la dimensión ética de la práctica del psicoanálisis.
Porque como lo indica con claridad Helena Besserman Vianna la historia, y la historia del
psicoanálisis no escapan a ello, es una historia de los compromisos, sintomáticamente
divergentes, tal como se expresa en los documentos y en las disidencias, tanto políticas como
éticas. Con su libro la autora viene a recordar que “el psicoanálisis ha ampliado el campo de la
responsabilidad y que sería tiempo de que las instituciones psicoanalíticas tomaran nota y
elaboraran las consecuencias. Cada uno debe poder responder por lo que determina
insconscientemente sus actos y por la manera en que se inscribe en la historia que lo
moldea”[7].
Y lo cierto es que no puede hacerse equivaler la política con las meras relaciones de poder. El
decisionismo, la voluntad del amo como última ratio, no es una perspectiva teórico-política
más, es el rostro de la antipolítica. Todo aquello que sacrifica los cuerpos en pos de un ideal cae
en la tierra sangrienta de la anti-política. La política tiene como límite el cuerpo, requiere ser la
práctica de su resguardo, todo lo que arremete contra el cuerpo tendría que ser ubicado como lo
fuera-de-la política. Jean- Claude Milner propone una precaución metodológica en la que
reverbera la eticidad como orientación de la política, escribe: “las libertades políticas empiezan
y terminan con los cuerpos. Las dictaduras siempre se la toman con los cuerpos (…) So pena de
beata ceguera y ante cualquier sistema político, debe el investigador plantearse cuestiones
reales: ¿en qué momento aparecen, en el marco de las instituciones y de los aparatos, esas
prácticas que llamamos brutalidades, torturas y ejecuciones? ¿Dónde se sitúan esos
especialistas llamados verdugos? ¿Bajo qué máscara se los disimula? Al tener conocimiento de
cualquiera de los discursos políticos, el investigador leal debe reparar, más allá de las retóricas,
en la traza, fugitiva o patente, de un desprecio al cuerpo: desde ahí, podrá predecir que llegará
la tiranía”.[8]
Entre otras respuestas a los documentos de la NEL-Cochabamba y la NEL-La Paz, el 16 de
noviembre circuló un pronunciamiento firmado por psicoanalistas, académicos e intelectuales
afines al psicoanálisis lacaniano -suscripto incluso por lacanemancipa- donde se pronunciaron
en defensa del “enfoque psicoanalítico centrado en el deseo y no subordinado al poder. Nos
deslindamos de aquellos freudianos y lacanianos que saben adaptarse tan bien a la tiranía de
las dictaduras, del capitalismo neoliberal y de sus poderes mediáticos. No queremos que haya
nunca más en América Latina psicoanalistas cómplices de la infamia como el torturador
Amilcar Lobo Moreira y quienes lo protegieron o simplemente se mostraron indiferentes ante
lo que hacía”. Y cuando se dice “se mostraron indiferentes” no sólo se hace referencia a lo que
sucedió en las filiales institucionales brasileras de la Asociación Psicoanalítica Internacional
(en inglés IPA) sino en el seno de la institución madre a la que pertenecían, la misma IPA.
Ante el actual quebrantamiento del Nunca Más como significante que representa el punto de
capitón entre la ética del deseo, el lazo social como freno a lo peor, la lengua y la justicia,
consideramos un tema central de debate para el psicoanálisis, no sólo en tanto ¿qué tiene para
decir sobre ese quebrantamiento? sino también sobre el negacionismo larvado cuando no
explícito en algunas de sus instituciones y, desde ya, el impacto que eso puede tener ante el
retorno de los significantes vinculados al terror, en nuestros países.
Lo cierto es que este episodio del analista-torturador, pero también de los analistas-
encubridores y de los analistas responsables de sus silencios, trae nuevamente a la luz un debate
que atraviesa a las instituciones psicoanalíticas. Una controversia que requiere historizar, volver
a contar, apelando a la lectura de los significantes que se fueron inscribiendo en las distintas
épocas.

Sabemos que hay muchos modos de abordar este paradigmático caso al interior de la historia de
las instituciones psicoanalíticas. En esta primera parte del texto sólo nos centraremos de modo
breve en el tratamiento institucional que ha recibido el caso para abordar en un segundo texto,
las implicancias de orden más clínico.

II. El caso Lobo: política del psicoanálisis y acontecimiento


El Dr. Amílcar Lobo es un analista torturador. El Dr. Leão Cabernite, su analista didáctico, lo
sabe. Además, el didáctico, es el presidente de una de las dos sociedades psicoanalíticas de Río
de Janeiro, la Sociedad Psicoanalítica de Río de Janeiro (SPRJ), en cuyo Instituto de
Psicoanálisis, Lobo cursa su formación como analista[9]. Una psicoanalista, Helena
Besserman Vianna, asociada a la otra sociedad, la SPBRJ, denuncia la situación vía Buenos
Aires, donde en 1973, se tramitaban los conflictos internos de la Asociación Psicoanalítica
Argentina y dos grupos, Plataforma y Documento, habían iniciado formas de asociación
disidentes de la APA y abiertamente politizadas.
Helena Besserman Vianna hace llegar a Armando Bauleo y Marie Langer un recorte del diario
Voz operaria con el nombre del torturador[10]. Con ese movimiento se inicia la denuncia. El
ejercicio de la tortura por parte de un médico analista en formación; el silencio institucional
que encubre la práctica del médico, silencio promovido a múltiples escalas de responsabilidad
por altos y destacados funcionarios de la asociación internacional; el deseo de verdad
y justicia que conlleva la denuncia de una analista forman parte de los contornos del
acontecimiento.
Posteriormente, el acontecimiento del acontecimiento que supone la escritura del libro da
cuenta de historias silenciadas dentro de la historia silenciada que es la suya propia: una
historia dentro de otras historias. Besserman Vianna con su libro no sólo reconstruye, a la
manera de un rashomon, la ruta de su propia denuncia, y los modos en que esa denuncia,
remueve el suelo arqueológico de la implicación de la institucionalidad psicoanalítica
brasileña con la tortura sino que también -mediante un análisis transgenealógico y
transgeneracional- rebasa los relatos amables, edulcorados y condescendientes que las
instituciones hacen de su propia historia. El libro resitúa el acontecimiento y el caso Lobo en
las coordenadas de una historia de largo alcance que no sólo invita sino que desata la revisión
de la misma historia del movimiento psicoanalítico y sus modos de institucionalización. No es
posible describir aquí la sutil genealogía de las instituciones psicoanalíticas brasileras
emprendida por Besserman Vianna, eso queda para un trabajo en marcha. La genealogía que
emprende la autora pareciera seguir el impulso dado a las políticas de la memoria en la
Argentina. En esa pasión por la verdad anudada a la justicia, se inscribe el artículo de
Santiago Dubcovsky, “Follow up de una denuncia”, publicado en 1987[11]. En 1998 Horacio
Etchegoyen, primer presidente latinoamericano de la IPA, prologa la edición castellana del
libro y ese gesto es un reconocimiento mutuo, ya que fue durante su presidencia, iniciada en
1991, que se retomó el caso y se pudieron establecer las responsabilidades en los actos de las
autoridades implicadas. En el prólogo, Horacio Etchegoyen, con la bonhomía que lo
caracterizó, escribe “No se lo cuente a nadie, es un llamado generoso, valiente y lacerante
para que todos estemos al tanto de la historia y dispuestos a revisar el pasado, que al fin y al
cabo, sólo llega a serlo cuando lo asumimos. Por esto el mensaje de Helena Besserman Vianna
insiste en mostrarnos cómo se repite la historia si pretendemos ignorarla y anuda lo que pasó
en Brasil con la Alemania de Hitler. El analista didáctico de Cabernite fue Werner Kemper. Ni
más ni menos”[12].
Ha sido Jacques Derrida quien reparó en los imperdonables que marcaron las posiciones de la
IPA respecto de América Latina con relación a la política y de modo más específico a los
derechos humanos, por parte de quienes se arrogan la legítima representación del movimiento
psicoanalítico internacional. En 1981, en la conferencia inaugural de un Encuentro franco-
latinoamericano sobre la política del psicoanálisis, promovido por René Major, Derrida dijo
“no se puede, sin ceguera, mala fe o cálculo político, rehusarse a nombrar lo que pasa en
América Latina (Argentina, en este caso), como lo hizo la API bajo la presidencia del doctor
Joseph, con el pretexto de que los derechos humanos son también violados en otras partes.
Desde el punto de vista de la institución y del movimiento histórico del psicoanálisis lo que
pasa en América Latina es incomparable con lo que pasa en todas las otras partes del mundo,
del ‘resto del mundo’ donde el psicoanálisis no tiene lugar, no ha tomado lugar aún; ni con ese
‘rest of the world’ donde el psicoanálisis, habiendo echado sus raíces, los derechos del hombre
no son más, desde hace poco, o no todavía, violados de forma tan masiva, espectacular, regular.
(…) Sería necesario llamar debidamente lo que el nombre de América Latina parece querer
decir hoy para el psicoanálisis. Al menos, para empezar. Es todo lo que de ese llamado habría
sido necesario hacer: nombrar a América Latina”[13] .

No se lo cuente a nadie fue además del nombre del libro, el testimonio y la respuesta que la
IPA le dio a Helena Besserman Vianna, ante su denuncia contra el analista torturador. Un libro
necesario para afrontar el hostigamiento del que fuera víctima. Helena Besserman Vianna, en
una torsión tan violenta como lo denegatorio, pasó –durante muchos años- a los ojos de las
conducciones institucionales de las sociedades psicoanalíticas brasileras y de la IPA que las
avaló, del papel de denunciante al lugar de calumniadora.
“No se puede llevar la Nación al diván” fue la respuesta que esgrimió Jean Allouch ante la
presentación del libro de Besserman Vianna en París en el año 1997[14].
En la edición de #lacanemancipa del 15 de noviembre de este año, se publica una entrevista a
David Pavón-Cuéllar realizada por Félix Boggio Éwanjé-Épée y publicada anteriormente en
francés, el 7 de enero de 2018, en la revistaPériode: http://revueperiode.net/que-peut-la-
psychanalyse-aujourdhui-entretien-avec-david-pavon-cuellar/
En dicha entrevista Pavón-Cuéllar retoma el caso de Amílcar Lobo ante la pregunta sobre si
¿tiene la clínica psicoanalítica, tanto dentro como fuera de la institución, un papel político que
desempeñar? La respuesta es que “para medir los servicios que el psicoanálisis rinde a lo que
nos oprime, debemos tener en cuenta lo complaciente que ha sido con la opresión y lo bien que
ha sabido arreglárselas en los sistemas opresivos. Hay ejemplos bochornosos como los de los
psicoanalistas nazis Felix Boehm y Carl Müller-Braunschweig, o el del torturador freudiano
Amilcar Lobo Moreira en la dictadura brasileña, pero también debemos pensar en aquellos
mucho más numerosos, pero más bien discretos y casi invisibles, que fueron delatados por el
propio Lobo Moreira: psicoanalistas que sabían muy bien lo que él estaba haciendo, que no lo
denunciaron y que se limitaron a practicar el psicoanálisis en silencio bajo el régimen
dictatorial“.
¿Hasta dónde se escucha en el marco de un análisis? ¿De qué abstinencia se trata? La relación
síntoma vs. goce en relación a la política del psicoanálisis no puede estar ausente de este
debate. Retomaremos en el próximo texto la pregunta de Jelica Šumič Riha en el número 0 de
esta revista[15], cuando plantea “el discurso capitalista es un vínculo social que no pide que el
sujeto sacrifique su goce. Más bien, el vínculo social capitalista es un vínculo que se adapta al
“capricho”, al goce privado de cada uno”. Esta referencia nos permite pensar la cuestión del
lazo en el caso Lobo Moreira como condición para un análisis y desde qué lugar su analista se
dispuso a escuchar cuando el aspirante a la IPA no portaba ninguna división subjetiva. El
problema de la segregación, el odio al Otro, la vida como límite y nudo de la política, como
tope ante lo cual toda política se suspende, al igual que la regulación institucional, no pueden
quedar por fuera en un análisis.
En la “autobiografía” de Amílcar Lobo se lee:

“Era una tarde del día 6, dos días antes del inicio de mis vacaciones en el consultorio. Asistía a
un paciente, la sesión termina, nos levantamos, encaminándonos a la puerta, la abro, me
despido y me encuentro con tres personas sentadas en la sala de espera. Eran dos mujeres y un
hombre. Los saludo con un “Buenas tardes” y los hago entrar al consultorio. Una de las mujeres
me parece muy ansiosa, y es ella exactamente quien establece el diálogo, un terrible diálogo:

-Dr. Lobo, ¿no me reconoce? Soy Inês Etienne Romeu.


La miro más atentamente y no me viene a la memoria ningún recuerdo de aquella imagen o de
aquel nombre. Sacudo negativamente la cabeza, pero algo sonó dentro de mí. Dr. Lobo. Lobo
mi apellido materno, era mi nombre de guerra en el Ejercito. Ella continúa:

-Ud. Me atendió en Petrópolis, ¿no se acuerda?


Un torbellino de pensamientos me invade en ese instante. Asistí realmente, en 1971, a una
joven mujer, en la llamada “Casa de la Muerte”, un “aparato” del Centro de Informaciones del
Ejército (CIE), localizado en la calle Arthur Bernardes, en Petropolis. Era una joven, ya muy
delgada, con un estado general precario, emocionalmente deprimida en extremo, con profundas
heridas en la parte inferior del abdomen y en la cadera izquierda, con gran pérdida de tejidos.
La mujer que se dirigía a mí, en aquel momento, era una persona totalmente diferente, física y
emocionalmente, y podría encontrarla mil veces sin vincularla para nada con aquella
muchacha”.

Sus actividades como médico con los torturados dentro de la “Casa de la muerte” en Petrópolis
era, así lo escribe, parte del “material” de su análisis didáctico en más de una ocasión. Ya la
IPA había establecido las complejidades de analizar a quienes sostuvieran una práctica
militante, sin embargo no se produjo ninguna objeción semejante de analizar a quien ejercía
una práctica de tortura. Como advierte R. Major en el prefacio de la edición sobre la que
trabajamos ¿cuáles son las implicancias de semejante disociación entre la esfera psicoanalítica
y la del ciudadano frente a este caso paradigmático? ¿Hay implicancias?

Ciertas omisiones nos dejan como comunidad psicoanalítica mudos.


Vianna remarca que “tanto en el momento en que las Sociedades se defendieron y defendieron
al analista torturador, como así también en el momento en que se retractaron sobre su postura
connivente con la tortura, el discurso institucional de ambas y de algunos de sus miembros es el
mismo: “atacan al psicoanálisis, nosotros nos defendemos”[16]. La postura de las dos
asociaciones analíticas la de Lobo, la SPRJ pero también la otra SBPRJ, era el “apoliticismo” y
la “neutralidad”, tal como está planteado en diversas páginas del libro. En muchos momentos,
las notas oficiales de esas asociaciones estaban permeadas por teorías conspiratorias en las
cuales existían “individuos sin escrúpulos”[17] desde dentro de la asociación, cuyas finalidades
eran “destruir a la institución psicoanalítica”. De este modo el psicoanálisis no logra mantener
el “exterior político” separado del externo, porque, queriéndolo o no, el exterior político
penetra en el interior de la institución.
Así, el “caso” Amílcar Lobo, con la pretensión de mantener a las sociedades psicoanalíticas
políticamente puras, neutras, y hasta por encima de cualquier cuestión política que se impuso
en Brasil después del golpe militar de 1964, y en especial en relación al horror asesino de la
tortura a presos políticos, proclamándose en el ejercicio de preservar y “salvar al psicoanálisis”,
esas sociedades no consiguieron desviarse de lo público. Posteriormente, habiéndose tornado
público el caso a través del Jornal do Brasilen el año 1986, la Sociedad Psicoanalítica de Río de
Janeiro hace conocer una nota pública de retractación. Después de la confesión de Amílcar
Lobo en cuanto a su participación en torturas, la SPRJ informa que las “personas ligadas a la
represión y la tortura jamás pueden ejercer, por mucho tiempo, una actividad por esencia
liberadora como el psicoanálisis”y que “el ejercicio del psicoanálisis está, pues, en franca
contradicción con la práctica de torturas de cualquier especie”[18]
Ese tono es el mismo adoptado por la Sociedad Brasilera de Psicoanálisis de Río de Janeiro
que, en una nota oficial, informa que “el psicoanálisis no puede instituirse y desenvolverse
sobre cualquier forma de coerción ideológica y autoritarismo” y que las instituciones
psicoanalíticas están en graves responsabilidades éticas ante el caso[19].
III. Salidas
En ocasión del lanzamiento del libro de Besserman Vianna, Allouch planteó la siguiente
pregunta “que tiene que ver el psicoanálisis con esto?”. Quizás vale la pena traer aquí parte de
la exposición de Allouch ya que resuenan algunos argumentos que también en estos días han
vuelto a tomar presencia en los debates intelectuales ante episodios vinculados a la puesta en
jaque de las democracias en América Latina. “Tuve apenas el tiempo justo de rehacer mi
pregunta, de modo un poco diferente, una segunda vez: “¿Cómo se sabía que se trataba de
un psicoanalista torturador?”. Fue mal formulada, antes incluso que yo pudiese aclarar
cualquier cosa que permitiese a todos escuchar la pregunta de otra manera que no sea con
preconceptos solidificados en un conjunto binario, donde aquí estaba el bien y allí estaba el
mal, hubo un clamor, casi un grito de indignación. ¡Qué es lo que yo decía! Luego se declaró, y
el público aplaudía semejante declaración (más tarde, ese público quedó más dividido), que yo
avalaba al torturador y sus cómplices, que yo no era digno de ser un psicoanalista, que yo
negaba aquello que era lo más éticamente sagrado en Occidente y otras perlas del mismo
tenor [20].
¿Qué es lo que el psicoanálisis tiene que ver con eso? La respuesta de Allouch es su libro La
etificación del psicoanálisis. Calamidad…Un psicoanálisis derridiano?
Si el estatuto ético del sujeto es asumir la verdad, que puede desafiar a la ley, esto no significa
que la institución psicoanalítica en dónde se enmarca la escucha y la cura pueda desafiar a la
Ley. La ley que desafía al Sujeto en su verdad es la ley del inconsciente. La Ley que sostiene a
la institución como marco regulatorio de la administración de los goces, es la ley encarnada en
el sostenimiento de la regulación de derechos y obligaciones. La neutralidad y abstención
analítica tocan su límite en el lazo social que lo regula.

En defensa de las instituciones analíticas se han soportado casos como este y es preciso en
momentos como los actuales dar a conocer los impasses que se atravesaron, los legados que se
inscribieron, los compromisos políticos con regímenes dictatoriales que en nombre de la
abstinencia política dieron lugar a políticas del silencio y del ocultamiento.

La contraposición entre ética y etificación que propuso Allouch advirtiendo el riesgo de caer en
una moralización de la práctica analítica, supone otra imposición y normativización del “para
todos”, que arrasa con el padecimiento singular de los sujetos que escuchamos[21] pero
también abre otro interrogante, ¿podemos escucharlo todo? O ¿podemos hacerlo desde la
disociación absoluta entre la esfera pública, la privada y la íntima? El sujeto del psicoanálisis
requiere pensarlo cada vez dado que es allí donde la política encuentra cobijo en la práctica
analítica. Y desde el vamos, lo impolítico como condición de la escucha, no es de ninguna
manera apoliticidad.
Freud introdujo un no-todo es posible para el psicoanálisis, cuando Edoardo Weiss fue a
interceder ante él para que tome en análisis al Dr. A, su ex-paciente, le responde: “Creo que es
un caso malo, nada adecuado para el análisis. Para analizarse le faltan dos cosas, primero el
cierto conflicto doloroso entre su yo y aquello que sus pulsiones le exigen, pues en el fondo
está muy contento de sí mismo y sufre solamente por la resistencia de circunstancias
exteriores, segundo un carácter medianamente normal de este yo, que pudiese colaborar con el
analista; procurara siempre, por lo contrario, despistar a este último, engañarle con falsas
apariencias y dejarle de lado. Ambas deficiencias coinciden en el fondo en una sola, en la
formación de un yo monstruosamente narcisista, ególatra, impermeable a toda influencia, que,
por desgracia, puede apelar a todos sus talentos y dones personales. Por todo eso no vale la
pena ayudarlo pero, además, porque ese hombre es un canalla.
Latinoamérica ha sido siempre un lugar privilegiado para el desarrollo del psicoanálisis y muy
en particular, la Argentina. A su vez y muy paradójicamente esta región ha estado fuertemente
impactada por golpes cívico-militares, estados de excepción, genocidios, terror y violencia de
Estado, de un modo tan recurrente como diverso.
El psicoanálisis no opera al margen de las condiciones del campo del Otro, el psicoanálisis no
está al margen del tejido cultural de la ciudad donde el psicoanálisis, el analizante y el analista
operan. Lacan llamó la atención respecto de la “formación” del analista y del candidato a tal
función:

…nosotros, que estamos encargados de la pesada carga de elegir a los que se someten a análisis
con un fin didáctico. En síntesis, ¿qué es lo que decimos, a fin de cuentas, cuando hablamos, al
término de nuestra selección, si no es [de] todos los criterios que uno invoca? ¿hace falta la
neurosis para hacer un buen analista, un poquito, mucho, seguramente, no, en absoluto?… ¿es
que un sujeto tiene tela o no la tiene?¿qué sea como dicen los chinos, “she un-ta”, “un hombre
de gran talla”, “shaho-yen”, “un hombre de pequeña talla” Es algo, preciso es decirlo, que
constituye los límites de nuestra experiencia. En este sentido se puede decir, para plantear la
cuestión de saber qué es lo que está en juego en el análisis: ¿Qué es? ¿Es esa relación real con
el sujeto, es decir, según cierta manera y nuestras medidas de reconocerle? ¿Es eso de lo que
nos ocupamos en el análisis? Ciertamente no. Es indudablemente otra cosa. ¿Qué es esta
experiencia singular entre todas, que va a aportar en estos sujetos transformaciones tan
profundas? ¿Y cuáles son ellas? ¿Cuál es su resorte?”[22]
Para Jorge Alemán la experiencia de lo político que se produjo en la Argentina, a raíz de la
lucha por los derechos humanos, concierne muy de cerca al psicoanálisis, porque no se trata de
aplicar el psicoanálisis a las políticas de la memoria y a los derechos humanos sino que, por el
contrario, son los derechos humanos constituyentes proteicos de la extensión del psicoanálisis
hacia otros saberes y experiencias, y por eso, dice, “Junto con la invención del sujeto político
me parece una operación extraordinaria, no tanto el ensayo de “vamos a ver qué puede decir el
psicoanálisis de esto”, sino cómo es el psicoanálisis después de esto”. [23]
Informe Técnico

Objeto: examen grafológico

El perito recibió del solicitante arriba mencionado el material descrito a continuación, con el
objeto de ratificar o rectificar la identidad de las grafías de los escritos presentados.

Los documentos examinados pueden ser descritos sumariamente de la siguiente manera:

a. Fotocopia de una página de diario o revista, donde se puede leer un texto de carácter
ofensivo, mentiroso y manifiestamente subversivo, que ataca con violencia a oficiales del
ejército brasileño, entre los que se hallan el coronel Fiuza de Castro y el médico teniente
Amilcar Lobo Moreira. Encontramos en particular los siguientes términos: “dictadura asesina”,
“identificación de algunos torturadores en el Estado de Guanabara”, así como la fecha “agosto
de 1973”. En el anexo nro. 1, el perito adjunta la reproducción de una parte de la fotocopia
donde hallamos los siguientes dichos, escritos a mano: “psicoanalista en formación de la Soc.
psicoanalítica de Río de Janeiro –su analista: Leao Cabernite- su dirección: rua Gén. Miguel
Ferreira, 97, Jacarepagua (catalogado en el roster de la Asociación bras. De pscioanálisis)”.

b. Ficha de color amarillo con los siguientes datos: “III Congreso brasileño de psicoanálisis”,
completada a mano con el nombre Helena C. Besserman Vianna, dirección: rua Anita
Garibaldo, 43/502, fechada el 17/12/72, con la mención de Helena C. B. Vianna en forma de
firma. En el reverso de la ficha, se puede ver la inscripción manuscrita “Recibí la carpeta –
Helena B. Vianna”. Ver anexo nro. 2.

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