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He consolidado mi triunfo.

Mis poderosos hechizos ilusorios han conseguido convencer a Daeros de que su

queridísimo compañero, el dragón Halatathlaer, yacía muerto frente a él. Entre llanto,
ha venido desesperado a mí para que lo salvara. Yo, volviendo a hacer uso del arte del
engaño, le hice creer que traspasando un portal creado por mí hacia el plano celestial
podría conseguir una poción que lo resucitara.

Iluso. Era un portal al Abismo.

Ocuparse de Halatathlaer era harina de otro costal, por lo que recurrí nuevamente a la
manipulación. Transferí sueños y visiones a tres dragones de la zona, entre ellos el
poderoso Voaragamanthar, sobre el tesoro que en esta colina se oculta, para atraerlos
y enfrentarlos al dragón de Daeros. Mientras las cuatro bestias luchaban, yo robé todos
estos tesoros y me oculté ocultado en las cavernas, donde me espera otro premio.

Los huevos de Halatathlaer están escondidos en este lugar, muy por debajo del castillo.
Cuando nazcan serán sujetos perfectos para mis experimentos nigrománticos.
Prepararé los ritos que los transformarán en mis servidores no-muertos siguiendo las
instrucciones que Sammaster, antiguo maestro del Culto del Dragón, dejó escritos en su
afamado libro El tomo del Dragón. Si tengo éxito en este trabajo, los dragones serán
más que capaces de protegerme y de servir bien al Culto. Y si fallo, lo cual es muy
probable considerando la complejidad de la magia involucrada, los resultados seguirán
siendo dignos de estudio.