Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
La crisis del Antiguo Régimen fue una crisis total que afectó al conjunto de España y a todo su
pueblo: al Estado y a la Iglesia, al ejército y a la marina, a la economía y a la sociedad, a las
zonas del interior y a las regiones y, por último, al imperio de ultramar. El gobierno de Carlos
IV agravó la crisis pero no la provocó. Las raíces de la inestabilidad política se hallaban en el
pasado borbónico. El desarrollo del absolutismo y la expansión del Estado centralista bajo
Carlos III ya habían provocado tensiones, suscitando una respuesta hostil no sólo por parte de
los liberales sino también de los tradicionalistas. La tradición estaba representada por los in-
tereses regionales y aristocráticos, manifestándose los primeros en la resistencia al recluta-
miento forzoso y los segundos en la oposición a los ministros y la burocracia. Los sectores
privilegiados se consideraban ignorados por el Estado absolutista y denunciaron el despotis-
mo ministerial y la autoridad de un primer ministro sobre los demás como un quebrantamien-
Mientras los tradicionalistas rechazaban el absolutismo por sus innovaciones, los reformistas
manifestaban una desilusión diferente. Habían contemplado cómo el Estado borbónico aban-
donaba las reformas de los primeros momentos e iniciaba el camino inverso. A la muerte de
Carlos III era evidente que las instituciones más desacreditadas de la España borbónica to-
davía pervivían: la Mesta, la Inquisición, las oligarquías de los ayuntamientos, la jurisdicción
señorial, los mayorazgos, los fueros corporativos, en suma, toda la panoplia de privilegios per-
duraba todavía, herencia fatal para un rey poco dotado en un período de adversidades. El abso-
lutismo sólo había dejado sentir todo su peso sobre los jesuitas; y antes de que se levantaran los
frenos a la Inquisición en 1791, ésta ya había podido lanzarse contra Olavide en 1778. ¿Cuál
era, pues, la diferencia fundamental entre los reinados de Carlos III y Carlos IV? No la que
existe entre un gobierno reformista y un gobierno reaccionario, sino entre un gobierno fuerte y
un gobierno débil, entre un gobierno que, si no apoyo, suscitaba respeto y otro que no obtenía
ni respeto ni apoyo.
Los problemas que subyacían en el gobierno borbónico continuaron en una época de empeo-
ramiento de las condiciones económicas. Hubo grandes epidemias a finales del reinado de
Carlos III, coincidentes con malas cosechas, lo que supuso el fin del crecimiento moderado de
la población en siglo XVIII. El crecimiento fue más lento e interrumpido por nuevas epidemias
en el sur de España.
Fiebre amarilla en Cádiz, 1800, causa la muerte al 13% de sus entonces 79.000 habitan-
tes. Se extiende a Sevilla y Triana con perdidas de un 19% de su población. En Jerez se
perdió 1/3 de la población.
El Cólera, en Andalucía 1804, que afecto a la población urbana, repercute en Cartagena
y también en Alicante.
Unido a las epidemias va pareja la malnutrición, tanto en las ciudades como en el cam-
po, donde el nivel de vida era precario.
Las causas de esta carestía de alimentos provenían del régimen de propiedad de la tierra y de
su forma de explotación, así como de la comercialización y distribución de los productos
agrarios. Además se acentúa en los momentos de condiciones adversas climatológicas que dan
lugar a malas cosechas. Sobrevienen auténticas crisis de subsistencia que afectan de forma
más dramática a los más desfavorecidos.
La España rural está dividida entre una oligarquía de grandes propietarios y sus clientelas
locales, y por otra parte una masa de campesinos. Las grandes propiedades se cultivan de mo-
do deficiente, están descapitalizadas y se utilizan únicamente como productoras de renta. Los
campesinos practican una agricultura de subsistencia que no deja excedentes para vender, su
trabajo produce sólo para pagar el arrendamiento y las cargas fiscales, a lo que se unen los
diezmos y derechos que exigía de ellos el sistema señorial.
Los grandes propietarios que monopolizaban la tierra y producían grano lo hacen con la inten-
ción de forzar la elevación de rentas y precios, ejerciendo el control y la extorsión. Se encuen-
tra la España rural en una situación de abandono de sus recursos productivos, La mano de
obra en las ciudades no se utiliza y por el contrario el campo está abandonado. Hay críticas a
esta situación, por ejemplo Jovellanos.
En las dos Castillas los alimentos eran escasos y caros. El grano se retuvo por parte de los terra-
tenientes para forzar la elevación de precios y Madrid acaparaba todo el grano.
Las medidas por parte del gobierno fueron reorganizar los graneros públicos- los pósitos-
para almacenar el grano en los años de buenas cosechas en previsión para la escasez. Otra me-
dida fue el edicto de noviembre 1789 de obligar a los españoles y extranjeros que su trabajo no
les exigiera vivir en Madrid que abandonaran la capital hacia sus lugares de origen, bajo mul-
ta.
La desastrosa cosecha de 1803-1804 fue la culminación de unos años malos y la evidencia defi-
nitiva de una economía en crisis. Se aplicaron nuevas iniciativas:
Estimular a las autoridades locales, asignando fondos para la ayuda a la población rural
pobre.
Dar trabajo a los desempleados.
Destinar dinero a instituciones de caridad para comprar semillas para campesinos po-
bres.
Sin embargo todas estas medidas no pudieron evitar los millares de víctimas del hambre, la
malnutrición y las enfermedades en Castilla y Andalucía. En Segovia el alza del precio del
trigo provoco una intervención en cortes de los diputados en 1804.
La crisis de 1804 demostró la falta de integración entre las regiones del interior y los merca-
dos periféricos que no se había superado en el siglo XVIII. La elevación de los precios del trigo
así lo demuestra, en las ciudades costeras del norte y del este la subida fue de 100 % y en Casti-
lla la Vieja y Extremadura superior al 350 %. La no existencia de un mercado nacional disuadía
a las zonas productoras de conseguir excedentes para destinar a las periféricas, teniendo éstas
que recurrir al mercado exterior.
La inflación afectaba más a los menos privilegiados, el señor se defendía elevando las rentas
y derechos, mientras que los campesinos sufrían el descenso de su nivel de vida. En las ciu-
dades, los trabajadores industriales, acusaban la disminución de sus salarios de forma más
acentuada que los artesanos y propietarios que hacían recaer la sumida de precios sobre el
consumidor. Los precios subieron por encima de los salarios en la segunda mitad del siglo
XIX en una relación de 100% los primeros, frente al 20% de los segundos, ello causa el empeo-
ramiento del nivel de vida, y la acumulación de beneficios empresariales a costa de los me-
nos privilegiados.
La crisis era mejor soportada por las clases altas urbanas y por el alto clero. La inflación para
estos privilegiados supuso en algún momento la elevación de sus rentas obtenidas del mundo
rural. Los funcionarios del estado borbónico acusaron más la inflación pero no llegaron a
pasar hambre, pues el estado pagaba con regularidad.
La crisis acentuó la división social. La inquietud social derivada de esta situación crítica se
expresó en ocasiones en una oleada de protestas y violencia.
Valencia, en 1801 se reactiva la combatividad contra la opresión, debido a las malas co-
sechas y el alza de precios. La guerra dañó la industria sedera. Y las exigencias tributa-
rias cada vez mayores del gobierno central provocaron el estallido de la violencia.
Las protestas se dirigían contra el sistema de reclutamiento y la carga de los derechos
feudales tradicionales.
La estructura impositiva del Antiguo Régimen estaba diseñada para un Estado ideal, sin pro-
blemas en el interior y en una situación de Paz. Las epidemias, peste y cólera, la guerra y el
hambre, provocaban situaciones de urgencia que agotaban los recursos y abocaban al déficit
presupuestario.
Fueron unos gastos que superaron los ingresos del Tesoro y que hicieron incrementar los
impuestos y complementarlos, sin conseguir ir a la par de la inflación. Los ingresos de la teso-
rería eran en 1792 de 642 millones de reales, en 1795 aumentaron a 1438 y en 1800 en torno al
millón de reales. Estos fondos se obtuvieron de préstamos con países europeos y de los envíos
de las colonias. El gobierno no emprendió una reorganización de la estructura impositiva,
sino que intentó solucionar el problema a través de empréstitos mediante sucesivas emisiones
de títulos del Estado, vales reales, que no pudo controlar. Hubo emisiones masivas de vales
reales en 1794-95 1799-80
La cotización de los mismos en 1798 fue del 25%, en 1799 del 43%, en 1803 del 47% y en 1808 del
63%. Las partidas del presupuesto más elevadas estaban destinadas a la corte, la casa real, y a la
defensa. La corte no moderó sus gastos, continuando con sus viajes, mecenazgo y diversiones.
La defensa absorbía cada vez más dinero por los gastos militares derivados de las guerras,
triplicándose la deuda pública En 1797 la situación de la Real Hacienda era crítica:
El comercio americano aportaba el 20% de los ingresos totales entre 1784 y 1805. La guerra
con Gran Bretaña hizo peligrar esa fuente de ingresos, al verse amenazadas las rutas marítimas
por la armada británica, que en ocasiones llegó a interrumpirlas. Los ingresos provenientes de
las colonias descendieron en un 38% en 1797 con respecto a 1795.
Esta situación de penuria obliga a los burócratas españoles a flexibilizar el monopolio de las
colonias y en 1797 se autoriza la existencia de un comercio neutral con América, esta disposi-
ción se renueva en 1801 y en 1804. Esto no fue suficiente para facilitar la afluencia de ingresos
de las colonias.
Las deudas siguieron aumentando y las nuevas medidas se aplicaron a imponer las economías
en la administración, con la esperanza de que reportaran unos 300 millones de reales al año. Se
complemento con nuevas emisiones de vales y elevación de los impuestos, pero aún así, no se
podía hacer frente a los gastos. A pesar de la adopción de medidas de economía en la adminis-
tración el incremento del gasto hacia insuficientes los ingresos para hacerles frente.
Así en 1798, se recurrió a las propiedades de la Iglesia. La iglesia española era una institución
rica, sus tierras producían la cuarta parte de las rentas generadas por la agricultura, mientras
que su riqueza total suponía entre un sexto y un séptimo de los ingresos totales de Castilla. El
decreto de septiembre de 1798 afecta a los bienes raíces pertenecientes a hospitales, hospicios,
casas de misericordia, de reclusión y de expósitos, otras instituciones de caridad y algunas
casas de misericordia. Lo obtenido por la venta se utilizaría para la redención de los vales
reales al interés del 3 por 100 anual.
El 30 de agosto de 1800, se crea por real decreto la “Caja de consolidación de vales reales” y
exigía a las casas religiosas la mitad de las propiedades que les había concedido originaria-
mente la corona o la mitad de sus rentas anuales de cada una de ellas.
El 15 de octubre de 1805, un nuevo decreto con autorización de Pío VII, ordena la venta de
propiedades eclesiásticas por un valor de 6,4 millones de reales anuales, que capitalizados al 3
por 100, supondrían un valor de venta de 215 millones de reales. Sin embargo, no se solucionó
la situación de la deuda pública que en vales emitidos había alcanzado la suma 2.000 millones
de reales.
La puesta en marcha de estas medidas recae sobre Carlos IV, un monarca católico y no sobre
un gobierno liberal, y lo hizo por dinero, no por razones ideológicas. La deuda se mantuvo
alta, y Godoy no exigió a otras clases privilegiadas lo que había exigido a la Iglesia, no podía
desafiar las estructuras básicas del Antiguo Régimen en las que el gobierno tenía sus propios
orígenes. Este proceso le costó a Godoy el apoyo de muchos eclesiásticos.
Todas estos intentos de sanear la Real Hacienda y proporcionar ingresos, no fue exitosa, la
deuda pública en 1808 era de 7000 millones de reales, lo equivalente a diez años de ingresos.
Las clases privilegiadas contaban con reservas importantes y no contribuían al estado, el esta-
do no desafió las estructuras básicas del Antiguo Régimen, sólo aplicó medidas sobre la parte
más débil de la sociedad, las instituciones de caridad y aumento los impuestos a los que contri-
buían que eran los no privilegiados.
Desde 1789 los acontecimientos en Francia habían influido en toda Europa, por la vecindad la
influencia sobre España es más inmediata, a lo que se añade las relaciones con el estado francés
a través de “los pactos de familia”. La política que desarrollan los gobiernos revolucionarios
franceses condiciona la política española, obligando en algunos momentos a tomar posturas
decisivas como la declaración de guerra después de la ejecución de Luis XVI , en1792 y con ello
la ruptura del “tercer pacto de familia” de 1761. Estos acontecimientos tienen importantes re-
percusiones, por una parte los numerosos gastos que ocasiona la guerra contra la convención,
daño en la economía, pérdidas humanas y por otro mantiene al gobierno español ante la expec-
tativa que siga la revolución en Francia. La llegada de Napoleón al poder y sus cambios en el
rumbo de la revolución afecta de forma todavía más determinante para España. Napoleón co-
mo emperador pretende dirigir toda la política europea, por medio de las guerras expansivas.
En un primer momento mantiene a España como aliada frente a Gran Bretaña, necesita la flota
española. Por medio de Pactos: El de San Ildefonso, el primero en 1796 y el segundo 1800. En
estos tratados la política exterior española esta dirigida a facilitar los intereses franceses, y en
ello se consumen los recursos españoles. Guerra con Inglaterra y hostilidades con Portugal.
Atrae a Godoy hacia sus intereses por medios de promesas que satisfagan la ambición de éste, y
después será el mismo Godoy quien busque congraciarse con Napoleón para mantenerse en el
poder al frente del gobierno en España ante los numerosos enemigos que le estaba acarreando
su política.
Después Napoleón utiliza a España como una fuente de recursos económicos para sufragar
sus campañas, pues se hace pagar un subsidio, en 1803, a cambio de respetar la neutralidad de
España en la segunda campaña de Francia contra Inglaterra.
Los movimientos de Napoleón en Italia, le hacen también tener en cuenta a España por los te-
rritorios que la Corona Española tiene en la península italiana, que son de interés para Napo-
león, y para los que propone canjes de unas posesiones por otras.
Aunque en la política colonial en América las acciones napoleónicas son menos directas, si
afectan a los territorios españoles, tanto por la alianza franco-española contra Inglaterra que
refuerza la actividad de la armada británica contra el comercio español en las colonias, como
por las concesiones que se ve obligada a hacer España a Francia como aliado, en facilidades co-
merciales con las colonias españolas e incluso cesiones territoriales y ventas que favorecen la
posición francesa en América, en detrimento de España.
Agotada la figura de Godoy en el gobierno de Carlos IV, Napoleón toma otro camino acercán-
dose al heredero, Fernando, príncipe de Asturias, alentando las expectativas de éste ante una
posible caída de Godoy propiciada por el príncipe y sus partidarios. Se llega incluso a intentar
un matrimonio entre el heredero y una prima de la esposa de Napoleón, Josefina, pero esto
que se lleva a cabo.
La certeza de los planes de Napoleón, hacen que Godoy reaccione para iniciar una acción de-
fensiva contra Napoleón, con el traslado de la corte a Aranjuez, para luego pasar a Andalucía y
después a América. Pero entonces los ministros no están de acuerdo con los proyectos de Go-
doy, esto fue aprovechado por la oposición que hizo correr el rumor de que pretendía secues-
trar a la familia real para salvarse a si mismo.
La oposición a Godoy nació desde el mismo momento en que fue puesto en los cargos mÁs
relevantes del gobierno por Carlos IV. Los partidarios de Aranda “el partido aragonés” mani-
festaba su descontento, criticando las políticas que llevaba a cabo Godoy en nombre de rey. Car-
los IV, situó en el poder a Godoy para apartar del gobierno a los que habían sido ministros du-
rante el reinado de su padre Carlos III, y de esta manera iniciar una etapa en la que fueran sus
indicaciones y no las directrices de la política anterior las que se llevasen a cabo en España. To-
dos estos aristócratas apartados del gobierno se oponían a Godoy y al monarca. Esta reacción
opositora se mostró más tarde de forma más organizada en torno a Fernando, príncipe de
Asturias.
En los momentos de urgencia de dinero, las medidas llevadas a cabo por Godoy, recurriendo a
las propiedades de la Iglesia activó otra importante fuerza opositora. Los más tradicionalistas,
entre ellos el clero se opusieron también de forma firme a Godoy y reclamaban la marcha atrás
en estas medidas, en algunos casos fueron oídos por Carlos IV, pero la necesidad de los recur-
sos económicos fue mayor y la legislación contra algunos bienes eclesiásticos se ejecutó a favor
de la Real Hacienda, y fueron una parte importante de las propiedades, aunque aún así la Igle-
sia retuvo un patrimonio muy importante que no le restaba poder económico, y su influencia
seguía siendo fuerte. También las jerarquías eclesiásticas se alinearon con Fernando, el here-
dero, en los momentos críticos de 1808, para así recuperar lo perdido.
El abandono del apoyo de los tradicionalistas, hizo a Godoy dirigirse hacia los ilustrados y
más innovadores en la sociedad, pero después de un corto período de colaboración fueron
apartados también del gobierno, a petición del Carlos IV, que veía peligrar en la aceptación de
estas nuevas corrientes su absolutismo. Los ilustrados se convirtieron también en oposición a
Godoy, al monarca y a la corte por la forma en que esta se conducía en gastos y liberalidades.
Entre tanto no se llevaban adelante reformas que repercutiesen en la mejora de las condiciones
económicas y sociales. Esta oposición también afloró en 1808, unos viendo en la propuesta
francesa una posibilidad de introducir los preceptos liberales y otros oponiéndose organizan-
do una resistencia a la ocupación, en las juntas de defensa.
En general la política llevada a cabo por Godoy despertaba una fuerte oposición que alcanzaba
al monarca. Godoy ejerció un fuerte clientelismo colocando a sus parientes en altos cargos, y
también dentro de la Iglesia. Todo ello era visto con recelo.
Uno de los principales opositores a Godoy era el mismo príncipe de Asturias, que temía por
la existencia de una conspiración de su madre y de Godoy que le dejará fuera de la sucesión, de
modo que aceptaba ser la figura en torno a la que se agrupase la oposición a su padre y Godoy.
Tomando parte de una campaña para desacreditar a su madre y al favorito. A la par que tam-
bién buscó aproximarse a Napoleón para que este no le dejase fuera de sus planes con respecto
a España.
El rey fue abandonado por sus ministros y cortesanos, en medio de esa conmoción abdicó a
favor de su hijo y heredero.
El partido fernandista surge para legitimar la oposición al favorito, este partido aglutina en un
primer momento a la nueva generación de aristócratas y militaristas “aragoneses” ofendidos
por la caída de Aranda y el ascenso de Godoy. Se agrupan en torno al heredero del trono, como
habían hecho con anterioridad en el reinado de Carlos III.
El nuevo partido aragonés fue centro y foco de atracción de los descontentos políticos y cuan-
tos habían sido rechazados: los duques del Infantado, San Carlos, y Sotomayor, los condes de
Orgaz, Oñate y Altamira, y el marqués de Caballero. También se alinearon oficiales de los
rangos más elevados del ejército y el sector conservador del clero resentido por los ataques de
Godoy contra sus propiedades. La base social de este partido era identificable y la protección
activa del heredero del trono, y con ella cierta popularidad.
Fernando, agitado por su tutor, el canónigo Juan de Escoiquiz, y estimulado por los fernandis-
tas y también por su breve matrimonio con Maria Antonia de Nápoles, aumentó su odio y
ambición, en los años 1801 a 1807. Sospechaba de las intenciones de Godoy y que la influencia
de este sobre su madre y de ambos sobre Carlos IV, propiciara la sucesión en uno de sus
hermanos menores.
La noche del 17 de marzo de 1808 hubo un motín en Aranjuez protagonizado por una muche-
dumbre de soldados, campesinos y trabajadores de palacio. La casa de Godoy quedó sin pro-
tección y éste se escondió, apareciendo dos días después. El príncipe Fernando que era quién
tomaba ahora las decisiones, le perdonó y le sometió a encarcelamiento. El motín se repitió,
solicitando la abdicación de Carlos IV y el rey abandonado por sus ministros, abdicó en su
hijo y heredero. La proclamación del nuevo rey restableció el orden, pero el ministro de
Hacienda fue asesinado. Las tropas francesas al mando de Murat, entraron en Madrid el 23 de
marzo. Fernando creyó que venían en su apoyo, pero no era así.
El motín de Aranjuez no fue una rebelión “popular” , a su frente estaba el príncipe de Astu-
rias y sus seguidores, fue organizada por los grandes y nobles titulados, protagonizada por el
ejército y por la multitud activada por el radical conde de Montijo, disfrazado. Los monarcas
estaban convencidos de que tanto la conspiración de El Escorial como la revuelta de Aranjuez
tenía el objetivo principal de apartar a Godoy y destruir al monarca. El Consejo de Castilla
participo en la conspiración, y además de no aceptar órdenes de Godoy propuso que se intro-
dujeran cambios en el gobierno.
La revuelta fue planeada no sólo para liberarse de Godoy, sino para cambiar la monarquía ab-
soluta por una monarquía más constitucional, instaurando simultáneamente un nuevo monar-
ca e introduciendo un gobierno aristocrático frente a un gobierno de favoritos y burócratas.
La participación del ejército fue fundamental, los 10.000 hombres que Godoy hizo llegar a
Aranjuez desde Madrid, no fue difícil que participaran en el golpe, si así se le considera, los
militares se oponían a Godoy y a todo cuanto representaba, pero no se trataba de un ejército
liberal, sino que estaba dominado por los grandes y nobles con titulo y estaba vinculado a la
facción fernandista. Fue por tanto un golpe aristocrático. Su base social era la alta nobleza, deci-
dida a manipular un gobierno alternativo bajo Fernando VII. Fue también una reacción clerical,
elementos de la Iglesia resentidos por las iniciativas de Godoy sobre las propiedades eclesiásti-
cas. La revuelta fue también superficialmente apoyada por los ilustrados que habían perdido
las esperanzas en Godoy y no tenían nada que perder, y tal vez algo que ganar, de los franceses.
Una de las primeras medidas tomadas por Fernando VII fue amnistiar a todos los condenados
de la conspiración de El Escorial y hacer regresar de su exilio a Jovellanos, Cabarrús, Urquijo
y otros . Además revocó las órdenes de Godoy sobre la venta de las propiedades de la Iglesia.
Ello conducía a aplacar los intereses creados y dar una impresión de reforma, que fue efímera.
Al comprender los fernandistas que habían cometido un error respecto a las tropas napoleóni-
cas, se encontraron con que Fernando VII fue enviado a Bayona con el resto de la familia real y
todos ellos obligados a abdicar, el 10 de mayo, en favor del candidato del emperador, José Bo-
naparte.
El pueblo se levantó contra los franceses y se unió a los británicos y revitalizó, con mayor con-
fianza, más fuertes intereses y con más éxito la alianza de 1793. Esto acontecimientos contenían
el mensaje de que la monarquía no era inviolable y la forma de gobierno no era inmutable.