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EL DEBIDO PROCESO

Las condiciones constitucionales para la válida realización penal se concretan


institucionalmente a través de determinados métodos investigativos y discursivos
que englobamos o comprendemos conceptualmente dentro de la noción de
proceso.
Desde las iniciales actividades provocadas por la noticia de un hecho de
apariencia delictiva hasta la resolución conclusiva, se transita un camino
normativamente previsto que, a través de la incorporación de acreditaciones y
discusiones sobre el hecho y el derecho, arriba a una decisión en orden a la
responsabilidad penal de la persona juzgada y las consecuencias de la misma.
Ya indicamos que, de acuerdo con la Constitución y la normativa fundamental,
el referido tránsito procedimental debe, para su validez, ceñirse a requisitos
estrictos. La garantía de judicialidad exige un proceso según Constitución.
En el presente capítulo, trataremos de esos requisitos que, por lo común, los
códigos de procedimientos penales disciplinan en la paj te inicial y que el de
Santa Fe denomina con acierto como "normas fundamentales", esto es, la base
que da cimiento a todo el edificio procesal.
1. Juzgamiento por el juez natural
Manda el texto constitucional que "ningún habitante de la Nación puede ser
juzgado por comisiones especiales o sacado de los jueces designados por la ley
antes del hecho de la causa", es decir que, conforme a los principios de igualdad
de todos los hombres ante la ley y la eliminación de fueros especiales, la garantía
de judicialidad -tratada en el capítulo precedente- exige que ante una imputación
delictiva, los desarrollos procedimentales debidos estén bajo la dirección de
órganos jurisdiccional; establecidos de manera legal con anterioridad a la
ocurrencia del caso, sin que puedan darse juzgamientos privilegiados o
agravados, ya fuere por razón de las personas o de ¡os delitos, salvo las
distinciones orgánicas de la organización judicial. La disposición es concordante
con las que prohíben al ejecutivo ejercer funciones judiciales, y con las que
anatematizan la suma del poder público.
Así, la garantía debe entenderse en la coherencia de los principios básicos del
Estado de Derecho republicano de división de poderes y de igualdad ante la ley.
Desde estés punto de vista es evidente que la garantía no es privativa del
juzgamiento penal y se conecta con lo ya considerado respecto del derecho a la
jurisdicción.
Ahora bien, dentro de la perspectiva del "debido proceso", es obvio que no
estamos dentro de una simple cuestión formal, en la que basta que haya un
órgano estatal funcionalmente diferente del Legislativo y Ejecutivo. Y ello, porque
no puede darse una decisión "justa" si quien la imparte está comprometido con
alguno de los intereses derivados del conflicto, por lo que el requisito de
imparcialidad e impartialidad aparece como inherente a la noción de juez natural,
lo que lleva, a su vez, a la independencia del órgano respecto de los restantes
poderes del Estado.
En este sentido, es oportuno citar lo establecido en el artículo 8-, inciso 1-, del
Pacto de San José de Costa Rica:
Toda persona tiene derecho a ser oída con las debidas garantías y dentro del
plazo razonable por un juez o tribunal competente, independiente o imparcial,
establecido con anterioridad por la ley, en la sustanciación de cualquier
acusación penal formulada contra ella, o para la determinación de sus derechos
y obligaciones de orden civil, laboral, fiscal o de cualquier otro carácter.
El tema de la independencia se relaciona con el de la designación de la
magistratura, delicada cuestión que en la realidad ha presentado abundantes
flancos para la crítica-, ya que el sistema imperante mayoritariamente -propuesta
del Ejecutivo y decisión sobre la misma del Legislativo- determina que, de hecho,
sea el poder político en el gobierno quien elige a los jueces, muchas veces con
criterios asaz discutibles y pocas veces explicitados. Se ha procurado controlar
esta discrecionalidad y asegurar mayores niveles de idoneidad mediante la
intervención de los denominados consejos de la magistratura, diversamente
integrados y con dispar representatividad, lo que se complementa con concursos
de méritos sobre los aspirantes. De todas formas, confrontando los métodos
existentes, se advierte que no hay panaceas infalibles y que el problema abunda
en aspectos discutibles, pero, sin duda alguna, la propia organización
republicana hace imprescindible que se atienda a métodos designativos más
transparentes y que dentro de lo falible y perfectible de toda solución contribuyan
a un mayor control de la ciudadanía sobre las condiciones de aquellos a quienes
se encomienda y confía una de las más delicadas funciones estatales.
Ha sido también objeto de controversias la aplicación de la garantía respecto de
cambios derivados de modificaciones ele competencia o de procedimientos.
Nuestra Constitución es en- fática en prohibir las "comisiones especiales", es
decir, los tribunales creados después del hecho para juzgar determinados casos,
también conocidos como "tribunales de excepción". Ello se explica por
antecedentes de nuestra historia patria cuya re- petición quería evitarse y por
influencia del constitucionalismo norteamericano. Pero fuera de estos supuestos
en los que de manera deliberada se intenta someter el caso a un órgano de
juzgamiento creado con posterioridad al hecho motivador, lesionando
seriamente los requisitos de objetividad, seguridad, imparcialidad e
independencia, cabe preguntarse si el precepto constitucional comprende
modificaciones tic jueces y organizaciones de competencia y procedimental. La
cuestión se presenta ante nuevos ordenamientos procesales que transforman no
sólo los trámites sino los órganos jurisdiccionales, tal como ocurrió en el ámbito
nacional con la sanción y puesta en vigencia de la ley 27984, al igual que con
varios códigos provinciales. Estimamos que en estos casos, de índole general y
justificados por lo común por un progreso en el diseño procedimental, no se da
lesión alguna a la garantía constitucional, ya que se trata de modificaciones
genéricas que no implican el propósito de colocar arbitrariamente al justiciable
ante tribunales distintos de los que le correspondían al momento del hecho. De
todas formas, es habitual que las leyes que establecen la vigencia de nuevos
códigos prevean mecanismos de transición que pueden tanto otorgar opciones
al imputado en relación a la etapa que se transite o mantener lo anterior para las
causas en trámite.
Lo que de acuerdo con nuestra Constitución de ninguna manera puede admitirse
es la pretendida actividad jurisdiccional de tribunales administrativos que
impongan sanciones punitivas, aunque fueren de relativa levedad, como surge
de las facultades otorgadas a la denominada justicia policial, tribunales
municipales de faltas u organismos semejantes dependientes del Ejecutivo.
Tales óiganos, que en modo alguno tienen potestad jurisdiccional, no pueden
imponer arrestos ni detenciones ni incursionar en aspectos que no fueren de
exclusiva índole administrativa. También aparece como más que dudosa la
legitimidad de la justicia militar, tanto por las razones anteriormente señaladas
como por establecer, de hecho, un lucro especial.
Resta ahora considerar el tema del jurado popular en relación a la garantía de
juez natural. Ya indicamos al hablar de los criterios rectores que se desprenden
del modelo constitucional, que nuestra Ley Fundamental, al lado de una
magistratura técnica y oficial previo (orinas de participación directas en el acto
de gobierno jurisdiccional. Así, estos representantes populares, del común, los
vecinos y pares del imputado, constituyen tina garantía para el justiciable frente
a las corporaciones judiciales y el poder estatal por ellas representado. Si
tomamos en cuenta los antecedentes históricos del insti- tuto, concluiremos sin
dificultad que dentro del esquema constitucional el juicio ante jurados populares
aparece como una de las garantías del debido proceso, lo que se afirma al
recordar que la disposición del artículo 24 se halla dentro de la parte dogmática:
a de la ley fundamental.
De tal manera, el derecho de todo habitante de contar con el juzgamiento de sus
conciudadanos, sus iguales, como paso previo a la determinación técnica,
aparece como un requisito de profunda coherencia con la entera sistemática
constitucional, con las fuentes que la nutrieron y con los problemas que se
buscaban solucionar. Que el legislador ordinario haya secular- mente el- suido
ese exprese mandato, es una de las tantas graves falencias de nuestro
desarrollo institucional y de las manifestaciones d¡; incoherencia entre lo querido
por la Constitución y lo llevada a cabo por la legislación común y práctica
judiciales.

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