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Fernando Calderón
Construir ciudadanía
Texto aparecido en
NUEVA SOCIEDAD
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Capítulo 4
Construir ciudadanía
1. Cepal 1997; v. también Cepal 1998 y 2000, p. 68, gráfico 2.7 (sobre evolución de la pobreza
y del ingreso), p. 94, gráfico 3.1 (sobre evolución de indicadores de pobreza en los años 90) y
p. 109, gráfico 4.2 (sobre desigualdades educacionales que se transmiten de padres a hijos).
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capacidad sería un concepto libertario porque supone que las personas y las
comunidades, en la medida en que se desarrollen, podrán decidir mejor
sobre la clase de vida que aspiran llevar. Las libertades son las que producen
el desarrollo, argumenta finalmente Sen (1999).
La ciudadanía está asociada con la noción de igualdad y con la idea de
desarrollo de las capacidades políticas de una sociedad. Cabalmente aquí
cobra pleno sentido la democracia deliberativa, pues debe existir un espacio
de debate público que promueva la igualdad entre los distintos miembros
de la comunidad política; una igualdad que supone que cada persona se
considera a sí misma con los mismos derechos que los otros y donde es
considerada por los otros como igual. Se trata del logro de un real compro-
miso de las diversas pluralidades que constituyen la sociedad. En este
sentido, la construcción de un compromiso por la igualdad tendría que
reconocer la existencia de relaciones sociales y culturales injustas, jerarqui-
zadas por el poder y largamente sustentadas en culturas autoritarias y en
crecientes brechas sociales. Tal construcción debe partir del hecho de que se
vive en sociedades complejamente diferenciadas. Aquí se supone que un
compromiso emergente de la deliberación en sociedades pluralistas en lo
cultural y heterogéneas en lo socioeconómico necesariamente engendra
prácticas distributivas, sobre todo si se consideran en detalle las múltiples
esferas (mercado, educación, salud, medios, etc.) e instituciones de la socie-
dad civil y del Estado. Se logrará mayor igualdad si se la busca en las dife-
rentes esferas de la vida social que si se la busca a través del asalto al poder,
como se pretendía en el pasado, entendido aquél como externo a la sociedad
y a las relaciones sociales existentes. En síntesis, la democracia deliberativa
sería un espacio colectivo que permite desarrollar las capacidades de de-
cisión política de los ciudadanos.
La ciudadanía es pues la instancia de la democracia que puede garan-
tizar la participación de las personas en las decisiones colectivas que afectan
a toda la sociedad2. En este sentido, la ciudadanía es la fuerza de la igualdad
que posee el régimen democrático. La igualdad misma sólo puede ser cons-
truida a partir de un juicio ciudadano en torno de las relaciones sociales. En
ella se parte de valores y de una cierta ética que plantean la cuestión de la
justicia social y, por ende, de una justicia necesariamente distributiva en
una sociedad determinada. La cuestión consiste en construir estos espacios
2. Una visión compleja del evolucionismo puede encontrarse en Hirschman 1990. El texto
clásico de Marshall muestra la evolución lineal del concepto de ciudadanía (v. tb. Beiner).
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todos los ciudadanos, mientras las diferencias entre los distintos grupos
pueden expresarse mediante los derechos civiles y sociales. Las diferencias
de opiniones y creencias se plantean en el caso de los derechos civiles y las
diferencias de necesidades y recursos se hacen visibles en el caso de los
derechos sociales, cuyos umbrales mínimos giran alrededor de los DESC.
Esto no quiere decir que los derechos civiles y sociales no sean comunes a
todos, sino que las diferencias se expresan en ellos. Por consiguiente, la
institucionalidad política debe garantizar el ejercicio de estos derechos,
aunque, ¿existe consistencia entre ellos?
La pregunta central gira en torno de la capacidad creativa y operacional
de la propia sociedad y de sus agentes políticos para el logro creativo de tal
consistencia. En el caso de la región, ya no se trataría sólo de la satisfacción
de la ciudadanía social o de los derechos socioeconómicos –a la propiedad,
al divorcio, a la educación bilingüe, a la diferencia, a la eliminación de
discriminaciones en el mercado y en el sistema político–, ni tampoco del
logro de la participación política, sino además de que exista un sistema
institucional legítimo que socialice, acepte y valorice las pluralidades
constitutivas de la sociedad. Todo ello sin dejar de lado la lógica de una
ciudadanía históricamente avasallada.
Pobreza y preciudadanía
3. La gente hace política en las calles porque no encuentra espacios de diálogo legítimos y
confiables donde su palabra tenga garantías de ser escuchada. (Calderón/Szmukler 2000,
especialmente el cap. 13). Por ello es importante promover una cultura institucional de
prevención y procesamiento del conflicto, en los marcos de una cultura deliberativa que
permita romper el círculo vicioso de los conflictos y las instituciones ilegítimas y que realce,
a la vez, la idea de que las aspiraciones de las personas y de las comunidades tienen más
posibilidades de realizarse cuando se logran alianzas y acuerdos estratégicos a través de la
deliberación y el respeto mutuo (PNUD-Bolivia 2000; v. tb. M. dos Santos 1987).
La reforma de la política. Deliberación y desarrollo 101
Solidaridad de ciudadanos
4. “De los 82 conflictos que hubo entre 1989 y 1992, sólo 3 fueron entre Estados. En su mayoría
los conflictos ocurren en países en desarrollo. En 1993 hubo 52 conflictos de gran magnitud en
42 países, en otros 37 países hubo episodios de violencia política. De esos 79 países, 65 eran
países en desarrollo” (UNDP 1994, p. 47, cuadro 3.1).
La reforma de la política. Deliberación y desarrollo 105
“Aggiornamiento” ciudadano
6. V. Morin 1993 y 1990. En el caso de América Latina, un tema de especial impacto es el del
vínculo entre cultura política y medio ambiente; v. tb. Ruscheinsky; Beck 1998.
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7. La idea que está en la base de la noción de “ciudadanías avasalladas” es que, cada vez que
se intentó construir regímenes de ciudadanía política en América Latina, los golpes militares
los destruyeron; por lo tanto, tales regímenes no pudieron desarrollarse de manera acabada.
La reforma de la política. Deliberación y desarrollo 111
8. En esta dirección, es interesante destacar que los nuevos campos de producción de conflicto
en la modernización están centrados en temas de subjetividad y por tanto de cultura. En los
90, la producción cultural y los nuevos movimientos sociales han retomado temas como la
ciudadanía, la vida cotidiana, la integración social, el reconocimiento de la diversidad, la
equidad, etc. Los sectores que han puesto temas centrales fueron los movimientos indígenas
y los religiosos. Los primeros han sabido consolidar reivindicaciones de igualdad en la
diversidad; en el caso boliviano, el movimiento indígena logró influir en la Constitución
Política del Estado para que ésta reconociera al país como multicultural y plurilingüe (Calla/
Molina). Los movimientos religiosos, por su lado, han irrumpido en la sociedad con demandas
de igualdad ante el Estado. La crisis de sentido –fruto de la urbanización, el crecimiento
demográfico, la crisis económica, la globalización, entre otros factores– ha generado deman-
das simbólicas, una de cuyas respuestas ha sido la formación de nuevos movimientos
religiosos. América Latina ha vivido la emergencia de nuevas experiencias religiosas de forma
impresionante en los últimos años: en 1900, p. ej., había 6.400 protestantes; en 1949 eran
3.171.930; en los años 70 alcanzaban a 12.725.223; en los 80 eran 18.661.505 y en los 90 la cifra
aproximada llegaba a 30.000.000 (Houtart). Estamos asistiendo al fin del monopolio de la
Iglesia católica como mediadora con lo sagrado: Dios ya no está solo en los sacerdotes; está en
las calles, en los templos evangélicos, en todo aquel que desea fundar una nueva agrupación
religiosa sin pedir permiso a nadie. Esta experiencia muestra la emergencia de sujetos sociales
que empiezan a cobrar autonomía en su producción de sentido (Suárez; Parker; Bastian).
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