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Bienes y Sucesiones

Profesor: Hebert Rafael Galeana


Balbuena
Alumno: Alfredo Díaz Torres
Entregable 2
Tercer Cuatrimestre
Ciclo escolar 18 – 1
Fecha de elaboración 17 de
febrero del 2018
ANTECEDENTES DE LA PROPIEDAD

El concepto romano de propiedad

La primera afirmación necesaria para ordenar el estudio pretende despejar


desde ya un equívoco. En Roma no se conoció una definición de propiedad
como la contenida en el Código francés o en el Código Civil chileno; ni siquiera,
una definición como la de Bartolo: dominium est ius utendi et abutendi re sua
quatenus iuris ratio patitur. Por lo demás, los juristas romanos, poco inclinados
a elaborar definiciones de carácter general, enfrentaban por lo demás el tema
del dominio sin conocer la moderna categoría conceptual de derecho subjetivo.
De aquí que, al menos desde la perspectiva del Derecho romano, resulta claro
que la principal dimensión que le interesa a la protección constitucional de la
propiedad, la indemnidad patrimonial, no tiene como antecedente histórico el
tratamiento del dominio ni de la proprietas romana.

Esto no significa que los jurisconsultos romanos no hayan elaborado teorías, ni


aplicado principios generales: esta actividad se desarrolló, pero con una
limitación impuesta conscientemente por los propios juristas, para no elaborar
más teorías que las necesarias y con utilidad práctica inmediata. Por tal razón
se ha afirmado que los jurisconsultos no acometieron muchas construcciones
doctrinales, no por incapacidad, ni aversión, sino únicamente porque no las
juzgaban imprescindibles para alcanzar resultados prácticos. De este modo, si
bien los distintos componentes de lo que hoy constituye la regulación de la
propiedad ya se desarrollaron en Roma (ius utendi, fruendi, abutendi), jamás se
teorizó sobre su carácter de derecho absoluto, como lo denominamos hoy; y
toda denominación o reflexión en ese campo sólo tenía un sentido en
contraposición a otros derechos que otorgaban facultades limitadas de
aprovechamiento económico. Lo mismo ocurre con las facultades que
comprende el dominio (uti, frui, habere, abuti). Éstas no son sino
generalizaciones, o bien el tratamiento unitario sobre el aprovechamiento de las
cosas, materia que los juristas romanos solían examinar con respecto a los
concretos derechos reales de aprovechamiento. Allí donde encontramos
intentos de generalización es probable que estemos ante el resultado de un
cambio de actitud, una tendencia hacia una mayor abstracción cuyos inicios
podemos localizar en el último siglo de la República, y que adquiere mayor
fuerza en la época postclásica-bizantina. Los compiladores bizantinos tenían
una actitud más pedagógica y doctrinaria, con un marcado interés en la
formulación de definiciones, pero nunca llegaron al nivel de abstracción de la
escuela del Derecho natural o del conceptualismo jurídico alemán del siglo XIX.

Podemos remontarnos a la antigua Grecia para encontrar los primeros


ejemplos de reconocimiento de la creatividad y el trabajo intelectual. En el año
330 a.c, una ley ateniense ordenó que se depositaran en los archivos de la
ciudad copias exactas de las obras de los grandes clásicos. Entonces, los
libros eran copiados en forma manuscrita, por consiguiente, el costo de las
copias era muy alto y su número total muy limitado. Este hecho, sumado a la
escasez de personas capacitadas para leer y en condiciones de poder
adquirirlas, determinó el nacimiento de un interés jurídico específico que
proteger.

La imprenta inventada por Gutenberg a mediados del siglo XV, y el


descubrimiento del grabado producen transformaciones radicales en el mundo.
Con la imprenta aumenta la producción y reproducción de libros en grandes
cantidades y a bajo coste.

La posibilidad de utilizar la obra se independiza de la persona de su autor.


Nace entonces la necesidad de regular el derecho de reproducción de las
obras, aunque llevaría varios siglos más delimitar los caracteres actuales.
Primero apareció bajo la forma de “privilegios”. Estos privilegios eran
monopolios de explotación que el poder gubernativo otorgaba a los impresores
y libreros, por un tiempo determinado, a condición de haber obtenido la
aprobación de la censura y de registrar la obra publicada.

Con la derogación del sistema de los privilegios nació el derecho de autor como
lo conocemos en la actualidad, y la moderna legislación sobre la materia. El fin
de esa etapa comenzó en Inglaterra y se debió a la influencia del pensamiento
de John Locke. Desde finales del siglo XVIII fue tomando fuerza una corriente
de opinión favorable a la libertad de imprenta y a los derechos de los autores,
un movimiento que defendía los derechos de los autores frente a los
impresores y libreros que había obtenido el privilegio de censurar los escritos.

En 1710, a pesar de las fuertes resistencias que opusieron impresores y


libreros, llegó a la Cámara de los Comunes un proyecto de ley conocido como
el Estatuto de la Reina Ana, que acabó con el privilegio Real de 1557
establecido a favor de la Stationers Company, quien ostentaba el monopolio de
la publicación de libros en Inglaterra.

En 1763 en España, el Rey Carlos III dispuso, por real ordenanza, que el
privilegio exclusivo de imprimir una obra sólo podía otorgarse a su autor y
debía negarse a toda comunidad secular o regular.

En Francia, el proceso de reconocimiento de derechos a los autores tuvo su


origen en los litigios que, desde principios del siglo XVIII, mantuvieron los
impresores y libreros “privilegiados” de París (que defendían la utilidad de
renovación de los privilegios a su vencimiento) con los no “privilegiados”. El
gobierno de Luis XVI intervino en la cuestión dictando, en agosto de 1777, seis
decretos en los que reconoció al autor el derecho a editar y vender sus obras,
creándose así dos categorías diferentes de privilegios, los de los editores y los
reservados a los autores.

El reconocimiento del derecho individual del autor a la protección de su obra se


afianza a finales del siglo XVIII a través de la legislación que se dicta en los
Estados Unidos de América y en también en Francia, las dos naciones
modernas. Posteriormente a este siglo, muchos países incluyeron en sus
Constituciones nacionales los derechos de autor entre los derechos
fundamentales del individuo.

Finalmente en el siglo XX el derecho de autor es universalmente reconocido


como derecho del individuo, en la Declaración Universal de los Derechos
Humanos de 1948.

¿Cómo se produce entonces la evolución conceptual de la propiedad hacia la


figura jurídica que nosotros conocemos en la actualidad? El punto de referencia
lo constituye la Recepción del Derecho romano y el desarrollo del ius
commune. Como ya se ha dicho, en las fuentes romanas no aparece una
definición de la propiedad. El origen de la definición se encuentra en la obra de
Bartolo, que comentando la ley Si quis vi, del título De adquirenda possessione
del Digesto, plantea: ¿Quid ergo est dominium? para enseguida ofrecer un
concepto que será recogido por generaciones de intérpretes hasta llegar a
nuestros días: Est ius de re corporali perfecte disponendi nisi lex prohibeatur.
Sostenemos, pues, que la clave para dar respuesta a la pregunta sobre el
desarrollo conceptual de la propiedad se encuentra en la evolución política de
la realidad en la cual se recibirá el Derecho romano a partir del siglo XI. Usando
unos mismos términos y, aparentemente, dentro de un mismo y continuo
bagaje conceptual, el contenido de las categorías jurídicas recibidas será el
que precisaba una sociedad feudal en tránsito hacia la patrimonialización del
feudo y paralelamente, aunque en íntima unión, que veía desplazarse las
relaciones personales feudo-vasalláticas de dominio político a relaciones de
carácter real (con la consecuente distinción, en materia territorial, entre dominio
público y dominio privado).

La propiedad puede abarcar tanto a algo que está enmarcado en los límites de
la ley (como una vivienda o un coche) o de un atributo o cualidad individual
(como lo puede ser la simpatía, el talento, el respeto, etc.).
Entendido desde el plano jurídico, propiedad es la noción que engloba al poder
directo que se puede lograr en relación a un bien. Este poder conceder a su
dueño o titular el derecho o la capacidad de disponer sin restricciones del
objeto adquirido o apropiado, teniendo como limitaciones aquellas que imponga
la ley.
El derecho de propiedad, dicen los expertos, abarca a todos aquellos bienes
que sean susceptibles de apropiación y que deben resultar útiles, ser limitados
y estar en condiciones de ocupación. Por ejemplo: Ayer me entregaron el título
de propiedad del coche, Mi abuelo me dejó como herencia dos propiedades en
la costa, Ten cuidado con esa máquina, que no es de mi propiedad.
En este sentido, tendríamos que dejar patente la existencia de lo que se
conoce con el nombre de Registro de la Propiedad donde recoge o inscribe una
persona todos aquellos bienes raíces de un lugar, así como los dueños de los
mismos. De la misma forma, también se añaden en la documentación
pertinente los posibles cambios y modificaciones que tuvieran lugar y que
afectaran a los derechos de los mencionados.
Cabe destacar que el derecho romano sostiene que el derecho de propiedad
pleno contempla tres facultades: ius utendi (uso), ius fruendi (disfrute) e ius
abutendi (disposición). Es importante tener en cuenta que las personas y los
valores como la libertad nunca pueden ser cosificados como propiedad de un
tercero.
En un sentido sociológico o político, la propiedad puede ser considerada como
una institución de carácter social que engloba a los derechos y las obligaciones
que definen las relaciones entre individuos y grupos.

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