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La medicalización modifica los umbrales de sensibilidad a la

enfermedad.
Los tiempos modernos se caracterizan también por un fenómeno que les es propio, la
medicalización, entendida como el fenómeno dinámico de extensión continua del dominio
de la medicina. Esta extensión se puede extender de dos maneras y, en ambos casos, tiene
consecuencias directas sobre el concepto de salud o de enfermedad y por este motivo nos
interesa esta evolución.
Se podría hacer el cómputo, a lo largo de los siglos, de las enfermedades conocidas y
reconocidas. La lista se prolongaría sin cesar, pues cada vez se reconocen más
enfermedades; pero hay que comprender también esta extensión de la medicina en otro
sentido: pretende conocer terrenos que no dependían de ella tradicionalmente y que ella se
propone tomar en cuenta o a su cargo: por ejemplo el alcohol y el alcoholismo, la droga y
los drogadictos, la homosexualidad, la puericultura, la dietética, la genética, que pasan
desde ahora por la medicina y por los médicos. No es aquí el lugar para preguntarnos si esta
evolución es peligrosa o benéfica, el hecho es que existe y que la sociedad la acepta; de ello
se deduce que el hombre moderno no tiene ni mucho menos la misma actitud que antaño
ante ciertos hechos de la vida, así, por ejemplo, la ayuda que no reclamaba o que no
reclamaba a los médicos, ahora se la pide a ellos. Es, de todas formas, un trazo fundamental
de la crónica cultural de los males: nuestra sociedad ha creado completamente campos
enteros de nuevos males médicos.
Otra consecuencia de la medicalización, y que se encuentra sólo en sus inicios, es el
nacimiento y el desarrollo de la prevención en medicina: ahora bien, esta medicina,
traducida al terreno con acciones concretas (por otra parte muy eficaces para la defensa de
la salud de la sociedad), ha llevado a reconocer y desarrollar la idea de que las
enfermedades las preceden, antes de ser clínicamente evidentes, períodos a veces muy
prolongados, en que son poco aparentes o pasan completamente desapercibidas. Dos
consecuencias se deducen de esta observación que conciernen a la historia cultural de la
enfermedad. Debido a que las enfermedades durante largo tiempo se pueden percibir muy
poco o nada, hay que educar a la población para hacerla sensible a los trastornos que no la
alteraría; hay que disminuir el umbral de la sensibilidad, es necesario que un sujeto que se
cree en buena salud sepa reconocerse enfermo y entrar en la fila de los enfermos. De ello se
deduce que el mundo de los enfermos aumentará singularmente y que éstos tendrán de la
enfermedad una imagen completamente distinta de visión tradicional. Pero estos "nuevos
enfermos" ¿están todos destinados a convertirse en enfermos en el sentido antiguo?. No
necesariamente, pues podemos ver crearse poblaciones que a pesar de que se quejan no
están abocadas ineludiblemente a la enfermedad, si bien viven bajo el status de enfermo por
el hecho mismo de estar sometidas a las reglas del control médico.
Si la enfermedad puede estar latente hay que descubrirla por medio de exámenes técnicos
que no podrían tener eficacia si no se aplicaran a amplias capas de una población en
apariencia sana. Esta medicina preventiva, científicamente justificada, altamente eficaz en
la práctica, descubre, pues, enfermos que ignoraban serlo. La historia cultural de los males
entra en el dominio del "mal latente" que la sociedad se propone descubrir - cuyo
descubrimiento impone la sociedad- en individuos que no se quejan de nada y que no piden
nada. Tal operación sólo puede tener éxito si va precedida de una información a gran
escala, que puede emplear los medios de propaganda para obtener la adhesión de las masas.
Se introduce en la crónica cultural de la enfermedad la idea de que todos podemos estar
enfermos aunque nos creamos en buena salud. Esto apunta muy lejos, pues en la situación
en que estamos, el hombre no sólo es un ser frágil sino un ser que no lleva en sí los órganos
sensibles capaces de informarle sobre la inminencia de un mal. He aquí que es portador
constante de enfermedades eventuales. En cuanto a los males en sí, no son desde ahora
accesibles a la fase del comienzo, y algunos de ellos solamente por medio de las
instrumentos más sofisticados. La historia cultural de los males se convierte, pues, en la
actualidad, en una historia de la medicina e incluso en una historia tecnológica de los
males.
Variables determinantes de la utilización.
La definición no profesional de síntomas y dolencias son importantes para nuestra
comprensión de si la población se considera a sí misma enferma o sana. También es
importante para comprender el próximo paso del análisis: la utilización de los servicios. El
considerar que uno está enfermo no lleva por sí mismo a la utilización, como lo demuestran
los datos de diversas encuestas de salud. En promedio, ellas informan que el 33,2% de la
población percibe algún tipo de morbilidad en 15 días. De entre los perceptores, sólo el
60,8% consultan al médico.
Estos datos se hacen más relevantes en virtud de considerar que para el Area Metropolitana
(República Argentina), casi el 41% de tal percepción refiere a enfermedades crónicas.
Un paso previo de la consulta puede constituirlo la automedicación, retrasando por tanto, el
tratamiento Este tema se convierte en relevante dado lo habitual que se constituye esta
práctica y por ello queremos mencionar por lo menos cuatro factores determinantes para su
predicamento:
1. Económicos: en el sentido de capacidad de los consumidores, que logran con ello evitar
la consulta y los gastos referidos al tiempo personal;
2 Sociales: en los que podemos distinguir aspectos estructurales, por los cuales todo grupo
necesita generar un conocimiento mínimo y práctico para resolver situaciones cotidianas de
enfermedad, tanto en sentido curativo como para definir la necesidad de la consulta; y otro
factor coyuntural que refiere al uso del tiempo: traslado, abandono de trabajo, etc.;
3. Institucionales: referidos a la relación médico-paciente y a la polifarmacia donde se
complementan el lucro y la eficacia del tratamiento; y por último,
4. Ideológicos: dimensionados tanto en la eficacia comparativa de la farmacopea moderna,
como la desacreditación de las formas médicas populares.
Como hipótesis, propondremos que las familias, lejos de practicar una medicina paralela,
administran a sus miembros remedios que el médico ha prescripto anteriormente para
atender problemas similares.
Por otro lado, lo que pareciera definir mejor la utilización es la compatibilidad entre ambas
subculturas. A menor distancia social entre la población y los servicios de salud mayor
utilización, cuando tal se amplía, la utilización se reduce.
Los grupos referenciales imponen visiones particulares de afecciones y tratamientos,
independientemente de las decisiones aisladas de las personas que los integran. En rigor, la
red social puede obligar a las personas a actuar como enfermos aún cuando ellos no se
consideren como tales. Habitualmente, sin embargo, la persona ha internalizado las visiones
de sus asociados y probablemente cumplirá espontáneamente las expectativas del rol.
Una parte importante de la representación de la estructura social se basa en su función de
estimular o desalentar el movimiento de las personas hacia la utilización de los servicios.
Podemos considerar que el pedir y aconsejar en cuestiones de salud entre las personas,
organizan la dirección del proceder por medio del envío a uno u otro sistema. Y de este
modo podemos hablar de un sistema profano de referencia definido por: 1. la cultura o el
conocimiento particular que tiene la población acerca de la salud y de sus agentes, y 2. las
interrelaciones de las personas a quienes se les solicita consejo y referencia.
Si las personas consideran que una enfermedad es crónica o incurable, la utilización de
servicios profesionales se dará menos frecuentemente que cuando se crea que la
enfermedad es curable y que en cualquier caso ésta será superada. Las enfermedades
estigmatizantes también obtienen un bajo nivel de consulta profesional.
Los niveles de legitimidad de la enfermedad como una dimensión sociológica de la misma,
y el grado de gravedad atribuida, son las variables determinantes de la utilización.

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