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El 21 de junio de 1813, se libró la batalla de Vitoria entre las tropas francesas que escoltaban a José

Bonaparte en su huida y un conglomerado de tropas españolas, británicas y portuguesas al mando de Arthur


Wellesley, nombrado posteriormente duque de Wellington.

La victoria de los aliados supuso la retirada definitiva de las tropas francesas de España (con la excepción de
Cataluña donde, curiosamente, el ejército napoleónico sufrió la primera derrota en su ocupación) y forzó a
Napoleón a devolver la corona del país a Fernando VII tras la firma del tratado de Valençay ese mismo año.
La batalla de Vitoria, pues, significaba el fin de la mal llamada “Guerra de la Independencia” española.

Con todo, el acuerdo definitivo de paz entre la España de Fernando VII y el nuevo rey de
Francia Luis XVIII no llegaría hasta el 20 de julio de 1814.

El conflicto, conviene recordarlo, se desató tras la firma del tratado de Fontainebleau, el 27 de octubre de
1807. España y Francia se comprometían con este documento a iniciar una acción militar conjunta para
ocupar y repartirse Portugal que, a la sazón, era aliado de Inglaterra en el contexto de las Guerras
Napoleónicas en las que, por cierto, los españoles también participaron. El tratado ofrecía derecho de
tránsito y alojamiento de las tropas francesas a su paso por España. Y, aprovechando esta circunstancia, los
ejércitos franceses se instalaron en las principales ciudades sin levantar sospechas e iniciando de forma
soterrada una ocupación del territorio español que sorprendió a la débil monarquía española de Carlos IV de
Borbón.

Napoleón quería transformar la débil y corrupta monarquía española por otra basada en las ideas de la
Ilustración. Para ello, el emperador contaba con el apoyo del primer ministro español, Manuel Godoy,
amante de la reina María Luisa y, de facto, el hombre que gobernaba España pero no contaban con el apoyo
del pueblo quien, a pesar de la pobreza reinante y la corrupción, se levantó en armas contra “el francés”.

Y es que la designación de José I Bonaparte como rey de España, suponía la incorporación de España al
Imperio napoleónico y esta circunstancia no era vista con buenos ojos por el pueblo español. El 2 de mayo
de 1808 se produjo la primera revuelta a gran escala contra las tropas napoleónicas acantonadas en Madrid.

Con todo, la primera derrota del ejército napoleónico en su ocupación tuvo lugar en la Batalla
del Bruc, a las faldas de la montaña de Montserrat, en Barcelona, el 6 de junio de 1808.

Tras seis años de ocupación francesa, la batalla de Vitoria supuso el principio del fin. El ejército francés,
con alrededor de 58.000 hombres y 153 cañones, comandados por José Bonaparte y los generales Jean-
Baptiste Jourdan y Honoré Gazan se enfrentó a una coalición de 80.000 hombres divididos en cuatro
columnas y 90 cañones (50.000 eran británicos, 16.000 portugueses y 8.000 españoles).

Tras una serie de encarnizados enfrentamientos, los aliados lograron romper las defensas napoleónicas y los
franceses huyeron dejando tras de sí el armamento y la artillería. José Bonaparte se vio obligado a huir de la
zona a caballo, abandonando un cuantioso botín por valor de unos 100 millones de dólares de 2006 entre
oro, plata y obras de arte procedente del expolio al patrimonio español y que después fue saqueado por los
britanicos. Entre lo saqueado cabía destacar importantes pinturas de Velázquez, Rafael, Tiziano, Correggio,
Murillo, Rubens y Van Dyck entre otros.

Curiosamente, cuando el duque de Wellington planteó la devolución de los cuadros, Fernando VII le dijo
que se quedase 83 obras como regalo, que actualmente, se exhiben en el palacio Apsley House de Londres.

En recuerdo de la batalla, existen 38 regimientos ingleses que llevan en sus banderas el nombre
de VITORIA.

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