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Antecedentes del Concilio, Concilio de Calcedonia y Bibliografía.

El Concilio de Calcedonia es el cuarto concilio ecuménico de la Iglesia


cristiana. Fue convocado el 8 de octubre del año 451 por el emperador romano
de Oriente, Marciano, a instancias del Papa León I, para refutar las doctrinas
adoptadas en el Conciliábulo de Éfeso del año 499(en ocasiones llamado
‘Latrocinio de Éfeso’). Fue el más concurrido de la Antigüedad cristiana,
aunque la cifra de 600 obispos dada habitualmente sea excesiva: parece que
asistieron alrededor de 360.

Antecedentes
Muchos teólogos alejandrinos no admitían la
doctrina definida en Efeso de la unión de las dos
naturalezas en Cristo, pues a su juicio decir dos
naturalezas equivaldría a decir dos personas. Según
ellos, después de la Encarnación ya no hubo en Cristo
dos naturalezas, sino una sola -de ahí «monofisismo»-,
porque la naturaleza humana habría sido absorbida por
la divina. Esta doctrina fue anunciada en
Constantinopla por el archimandrita Eutiques, superior
de un importante monasterio de la ciudad y personaje
muy relacionado con la Corte, y un sínodo presidido
por el patriarca Flaviano le privó de su cargo
eclesiástico (448). Pero entonces entró en escena, en
apoyo de Eutiques, el ambicioso patriarca Dióscuro de
Alejandría. Dióscuro consiguió que el emperador Teodosio II
Teodosio II convocase al año siguiente (449) un
concilio en Efeso, cuya presidencia asumió el propio
patriarca alejandrino.
El Papa León I envió legados portadores de una «Epístola dogmática»
acerca de la cuestión cristológica, dirigida a Flaviano de Constantinopla. Pero
Dióscuro, respaldado por la autoridad imperial, impuso con violencia su
voluntad al concilio: no se permitió la lectura de la carta del Papa, Flaviano
fue depuesto y desterrado, se condenó la doctrina de las dos naturalezas en
Cristo y se cometieron, en suma, tales desmanes que el Papa León I calificó
aquella asamblea de «Latrocinio de Efeso».

El Concilio de Calcedonia
La reacción contra el «sínodo de ladrones» no se hizo esperar. El Papa San
León pidió la reunión de un nuevo concilio; la muerte de Teodosio II y la
asunción del Imperio por su hermana la emperatriz Pulqueria y el esposo de
ésta, Marciano, facilitaron e1 camino. El concilio, que se inauguró en
Calcedonia el 8 de octubre del año 451, fue el más concurrido de la
Antigüedad cristiana, aunque la cifra de 600 obispos dada habitualmente sea
excesiva: parece que asistieron alrededor de 360. El concilio condenó el
«latrocinio» de Efeso, a Dióscuro y sus secuaces. Las seis primeras sesiones
estuvieron totalmente dedicadas a las cuestiones dogmáticas: se leyó el
Símbolo niceno-constantinopolitano y la «Epístola dogmática» a Flaviano del
Papa León I, que fue aclamada con unánime adhesión: «Es la fe de los Padres,
la fe de los Apóstoles. Pedro ha hablado por boca de León». Sobre la base de
la «Epístola» se redactó una nueva profesión de fe, en la que se definía la
doctrina cristológica acerca de los puntos que habían sido objeto de
controversia: «profesamos un solo y único Cristo Jesús, Hijo Unico, a quien
reconocemos en dos naturalezas, sin que haya confusión, ni división, ni
separación entre ellas...; los atributos de cada naturaleza son salvaguardados y
subsisten en una sola persona y en una sola hipóstasis». La profesión de fe fue
suscrita por todos los obispos presentes.

Monedas de la época de Marciano Moneda de Teodosio II


Pulqueria

No obstante, el Concilio de Calcedonia supuso la primera división


importante en el seno de la Iglesia, en tanto que algunas comunidades
cristianas orientales rechazaron las declaraciones de fe conciliares, entre ellas
la Iglesia armenia, la Iglesia copta y la Iglesia jacobita.
Además, el Concilio condenó como herético el docetismo y prohibió la
ordenación sacerdotal a cambio de dinero. En total, en Calcedonia fueron
promulgados 27 cánones, referentes a la disciplina y conducta debidas de los
miembros de la Iglesia, así como a la jerarquía de ésta. Todos ellos fueron
aceptados por la Iglesia occidental. Un vigésimo octavo canon, no reconocido
por León I, hubiera otorgado al patriarca de Constantinopla una posición
preeminente entre los patriarcas orientales, en una situación jerárquica similar
a la del papa romano en Occidente.

Bibliografía
- Orlandis, José; Historia de la Iglesia. La Iglesia Antigua y Medieval.
Concilio de Calcedonia
El Cuarto Concilio Ecuménico se celebró del 8 de octubre al 1 de noviembre de 451,
inclusive, en Calcedonia, una ciudad en Bitinia, Asia Menor. El propósito principal era
confirmar la doctrina católicaortodoxa contra la herejía de Eutiques y los monofisitas,
aunque también se ocupó de la disciplina eclesiástica y de la jurisdicción.

Apenas el Concilio de Éfeso de 431 había condenado la herejía de Nestorio sobre las
dos personas enCristo, cuando surgió el error opuesto de la herejía de los nestorianos.
Puesto que Nestorio separaba tanto lo divino y lo humano en Cristo, él enseñaba que en
Cristo había una doble personalidad o un ser doble, se volvió obligatorio que los
oponentes enfatizaran en la unidad en Cristo presentando al Hombre-Dios, no como dos
seres sino como uno. Algunos de estos oponentes, en su esfuerzo por mantener la
unidad física en Cristo, sostenían que las dos naturalezas en Cristo, la divina y la
humana, estaban tan íntimamente unidas que se convertían físicamente en una, ya que
la naturaleza humana era completamente absorbida por la Divina. Así resultaba un
Cristo no sólo con una personalidad sino también con una naturaleza. Después de la
Encarnación, decían, no se podía hacer distinción en Cristo entre lo divino y lo humano.
Los principales representantes de estas teorías eran Dióscoro de
Alejandría, patriarca de Alejandría y Eutiques, un archimandrita o presidente de
un monasterio a las afueras de Constantinopla. El error monofisita, como se le llamó (gr.
mone physis, una naturaleza) afirmaba basarse en la autoridad de San Cirilo, pero sólo
por una falsa interpretación de algunas expresiones del gran maestro alejandrino.

El primero en detectar el error de Eutiques fue Domno, Patriarca de Antioquía. En un


sínodo en Constantinopla en noviembre de aquel año, Eusebio, obispo de Dorileo,
Frigia, presentó una acusación contra Eutiques. Este sínodo declaró materia de fe que
después de la Encarnación Cristo tenía dos naturalezas (unidas) en una hipóstasis
o persona; de ahí que hubiera un Cristo, un Hijo, un Señor. Eutiques, quien se presentó
ante este sínodo, protestó, por el contrario, de que antes de la Encarnación había dos
naturalezas, pero después de la unión había sólo una naturaleza en Cristo; y la
humanidad de Cristo no era de la misma esencia que la nuestra. Estas afirmaciones
fueron encontradas contrarias a la ortodoxia cristiana. Eutiques fue
depuesto, excomulgado y privado de su posición en el monasterio. Protestó y solicitó
una reparación al Leó I (440-61), a otros distinguidos obispos y también a Teodosio II. El
obispo Flaviano de Constantinopla le informó al Papa León y a otros obispos lo que
había ocurrido en su ciudad. Eutiques se ganó la simpatía del emperador; a través de
los razonamientos del monje y de los de Dióscoro, patriarca de Alejandría, el emperador
fue inducido a convocar un nuevo concilio que se celebraría en Éfeso. El Papa León y
un cierto número de obispos y monjes fueron invitados a asistir e investigar de nuevo la
ortodoxia de Eutiques. El Papa no pudo ir pero, envió a tres delegados como sus
representantes y portadores de cartas a prominentes personajes de Oriente y al
inminente sínodo. Entre esas cartas, todas las cuales llevaban la fecha de 13 de junio
de 449, hay una conocida como "Epístola Dogmática", o carta dogmática, de León I, en
la que el Papa explica el misterio de la Encarnación haciendo referencia especial a las
cuestiones presentadas por Eutiques. Así, declara que después de la Encarnación, lo
que era propio de cada naturaleza y sustancia en Cristo permaneció intacto y ambas se
unieron en una sola persona, pero de manera que cada naturaleza actuaba de acuerdo
a sus propias cualidades y características. Respecto a Eutiques mismo, el Papa no
vaciló en condenarle. El concilio se celebró en Éfeso en agosto de 449. Sólo se le
permitió hablar a los amigos y seguidores de Dióscoro y Eutiques. Presidió el patriarca
de Alejandría; él ignoró a los delegados papales y no permitió que se leyeran en la
asamblea las cartas del papa León, ni siquiera la "Epístola Dogmática. Se declaró
ortodoxo a Eutiques y se le repuso en sus oficios sacerdotales y monásticos. Por otra
parte, Flaviano de Constantinopla y Eusebio de Dorileo fueron depuestos: el primero fue
exiliado, y murió poco después a consecuencia de los malos tratos; le sucedió el
diácono Anatolio, seguidor de Dióscoro. Debido a la violencia enorme ejercida por éste y
sus seguidores, León I llamó a esta asamblea el “Latrocinio”, o Concilio Ladrón de
Éfeso, nombre que ha llevado desde entonces.

Teodosio II, que simpatizaba con Eutiques, aprobó estos violentos hechos; León I, por
otra parte, una vez fue bien informado de lo que había ocurrido en Éfeso, condenó en
un sínodo romano y en varias cartas todas las Actas de dicho concilio. Rehusó
reconocer a Anatolio como obispo legítimo de Constantinopla, al menos hasta que éste
diera satisfacción sobre sus creencias. Al mismo tiempo pidió al emperador que
ordenase la celebración de un nuevo concilio en Italia, para corregir los errores
cometidos en Éfeso. Como razón especial sobre la oportunidad y hasta la necesidad del
nuevo concilio, adujo la apelación del depuesto Flaviano de Constantinopla. Sin
embargo, Teodosio se negó expresamente cumplir los deseos del Papa.

En estas circunstancias, la muerte repentina del emperador (28 de julio de 450) cambió
inmediatamente la situación religiosa de Oriente. A Teodosio le sucedió su hermana
Pulqueria, que ofreció su mano y con ella el trono al bravo general Marciano (450-57).
Tanto Marciano como Pulqueria se oponían a las enseñanzas de Dióscoro y Eutiques; y
Marciano informó inmediatamente a León I de su disposición para celebrar un nuevo
concilio según los deseos del Papa. Mientras tanto las condiciones habían cambiado.
Anatolio de Constantinopla y con él muchos obispos, condenaron las enseñanzas de
Eutiques y aceptaron la epístola dogmática del papa León. Cualesquiera nuevas
discusiones respecto a la fe cristiana parecían por lo tanto superfluas. Además,
la Europa Occidental estaba revuelta por la invasión de los hunos de Atila, por lo que la
mayoría de los obispos no podrían asistir al concilio que se celebrase en Oriente. Por lo
tanto, León I protestó repetidamente contra un concilio y escribió en este sentido al
emperador Marciano, a la emperatriz Pulqueria, a Anatolio de Constantinopla y a Julián
de Cos. Todas las cartas llevan la fecha de 9 de junio de 451. Mientras tanto Marciano
emitió un decreto el 17 de mayo de 451---en nombre también del emperador
occidental, Valentiniano III (425-55)---ordenando a todos los obispos metropolitanos,
con cierto número de sus obispos sufragáneos, que se reunieran el próximo septiembre
en Nicea en Bitinia, para celebrar allí un concilio general con el propósito de solucionar
las cuestiones de fe que habían sido puestas en duda recientemente.

Aunque disgustado con esta acción, el Papa estuvo de acuerdo en enviar a sus
representantes a Nicea. Nombró legados a Pascasino, obispo de Lilyibeum (Marsala)
en Sicilia, a Licencio, también obispo, a Julián, obispo de Cos, y a dos presbíteros,
Bonifacio y Basilio; Pascasino debía presidir el concilio en nombre del Papa. El 24 y 26
de junio de 451, León I escribió cartas al emperador Marciano, a su legadoPascasino, a
Anatolio de Constantinopla, a Julián de Cos y al concilio mismo, en las que expresaba el
deseo de que los decretos del sínodo estuvieran en conformidad con sus enseñanzas
contenidas en la mencionada Carta Dogmática. A los legados papales se les dio
instrucciones detalladas que contenían directrices para guiarse en el concilio; sin
embargo este documento se ha perdido, excepto dos fragmentos preservados en las
Actas del concilio. Los legados papales salieron hacia Nicea en julio. Muchos obispos
llegaron a Nicea durante el verano, pero la apertura del concilio se pospuso porque el
emperador no podía estar presente. Finalmente, ante las quejas de los obispos
cansados de esperar, Marciano les pidió que se trasladaran a Calcedonia, cerca de
Constantinopla. Así se hizo y el concilio se inauguró en Calcedonia el 8 de octubre.
Con toda probabilidad se llevó un registro de todos los procedimientos ya sea durante el
concilio mismo o poco después. Los obispos reunidos informaron al Papa de que se le
enviaría una copia de las Actas; en marzo de 453, el papa León comisionó a Julián de
Cos, que estaba entonces en Constantinopla, que reuniera todas las actas y las
tradujera al latín. Aun existen versiones muy antiguas de la Actas, tanto en griego como
en latín. La mayoría de los documentos, sobre todo las minutas de las sesiones, fueron
escritos en griego; otras, como las cartas imperiales, se emitieron en ambas lenguas; y
aún otras, como las cartas papales, se escribieron en latín. Con el tiempo casi todas
fueron traducidas a ambos idiomas. La versión latina conocida como “versio antiqua” se
hizo, probablemente en el año 500, quizás por Dionisio el Exiguo. Hacia mitad del siglo
VI el diácono romano Rústico que estaba en Constantinopla con el Papa Vigilio (537-
55), hizo numerosas correcciones a la “versio antiqua” después de compararla con
los manuscritos griegos de las Actas, sobre todo con los del monasterio "Acoemetae" ya
en Constantinopla o en Calcedonia.

Respecto al número de sesiones del concilio de Calcedonia hay grandes discrepancias


en los varios textos de las Actas así como en los antiguos historiadores del concilio. Ya
sea porque los manuscritos respectivos estaban incompletos o porque los historiadores
dejan de mencionar varias sesiones celebradas con propósitos menos importantes.
Según el diácono Rústico, hubo un total de dieciséis sesiones; esta división es
comúnmente aceptada por los eruditos, incluyendo el obispo Hefele, el sabio historiador
de los concilios. Si se contaran todas las reuniones separadas, habría veintiuna
sesiones, aunque algunas de éstas se consideran como complementarias de las
sesiones precedentes. Todas las sesiones se celebraron en la iglesia de Santa
Eufemia, mártir, fuera de la ciudad, enfrente de Constantinopla. No se sabe cuántos
obispos asistieron. El sínodo mismo, en una carta al Papa León, habla de 520, mientras
que el Papa León dice que eran 600; según el estimado general eran 630, incluyendo a
los representantes de obispos ausentes. Ningún concilio anterior podía presumir de tal
cantidad de obispos reunidos, y la asistencia a los posteriores rara vez sobrepasó o
igualó esa cantidad. Sin embargo el concilio no representaba igualmente a los países de
donde vinieron tantos obispos. Aparte de los legados papales y dos obispos africanos,
prácticamente el resto pertenecía a la Iglesia Oriental. Sin embargo, ésta estaba bien
representada: las dos grandes divisiones civiles (prefecturas) de Oriente e Ilírico, que
comprende a Egipto, el Oriente (incluida Palestina), Ponto, Asia, Tracia, Dacia
y Macedonia, enviaron a sus representantes. Los más prominentes entre los obispos
orientales eran Anatolio de Constantinopla, Máximo de Antioquía, Dióscoro de
Alejandría, Juvenal de Jerusalén, Talasio de Cesarea en Capadocia, Esteban de Éfeso,
Quintillo de Heraclea y Pedro de Corinto. El honor de presidir esta venerable asamblea
se reservó a Pascasino, obispo de Lilibeo, el primero de los legados papales, según la
intención del Papa León I expresada en su carta al emperador Marciano (24 de junio de
451). Poco después del concilio, en escritos a los obispos de la Galia, menciona que su
legados presidieron en su nombre el sínodo oriental. Más aún, Pascasino proclamó
abiertamente en presencia del concilio que presidía en el nombre y en lugar del Papa
León. Los miembros del concilio reconocieron esta prerrogativa de los legados papales.
Cuando escribían al Papa le profesaban que él presidía el concilio a través de sus
representantes. En beneficio del orden y procedimientos regulares, el emperador
Marciano nombró a varios comisionados, hombres de alto rango, que recibieron el lugar
de honor en el concilio. Su jurisdicción, sin embargo, no incluía los asuntos eclesiásticos
o religiosos en discusión. Los comisionados simplemente dirigían el orden de los
trabajos durante las sesiones, abrían las reuniones, planteaban ante el concilio las
cuestiones a discutirse, pedían los votos de los obispos sobre varios asuntos y cerraban
las sesiones. Además de éstos, estaban presentes varios miembros del senado que
compartían el lugar de honor con los comisionados imperiales.
Al mismo comienzo de la primera sesión los legados papales, con Pascasino a la
cabeza, protestaron contra la presencia de Dióscoro de Alejandría. Eusebio de Dorileo
presentó contra él acusaciones formales de herejía y acciones injustas cometidas en
el Latrocinio de Éfeso; y a sugerencia de los comisionados imperiales, fue removido de
su asiento entre los obispos y se le privó del voto. Para llevar a cabo una investigación
completa de su caso, se realizó una lectura completa de las Actas del Latrocinio de
Éfeso junto con las del sínodo celebrado en 448 por Flaviano de Constantinopla; esto
ocupó toda la primera sesión. Al final, los comisionados imperiales declararon que
puesto que Flaviano de Constantinopla y otros obispos habían sido depuestos
injustamente por el Concilio Ladrón, era justo que Dióscoro y los l1=deres de tal concilio
sufrieran ahora el mismo castigo. Algunos obispos estuvieron de acuerdo, pero
finalmente todos se declararon satisfechos con la deposición de Dióscoro solo.

La segunda sesión (10 de octubre) se ocupó de la lectura de los testimonios sobre


cuestiones de fe, sobre todo los que estaban en discusión. Entre éstos estaban los
símbolos o credos de los Concilios de Nicea (325) y de Constantinopla (381); dos cartas
de San Cirilo de Alejandría, es decir, su segunda carta a Nestorio y la carta escrita a los
obispos antioqueños en 433 después de su reconciliación con ellos; finalmente la
Epístola Dogmática de León I. Todos estos documentos fueron aprobados por el
concilio. Cuando se leyó la famosa epístola del Papa, los miembros del concilio
exclamaron que la fe contenida en ella era la fe de los Padres y de los Apóstoles; que
Pedro había hablado por medio de León

La tercera sesión se efectuó el 13 de octubre y estuvieron ausentes los comisionados


imperiales y varios obispos. Eusebio de Dorileo presentó una nueva acusación contra
Dióscoro de Alejandría en la que se repetían los cargos de herejía y
de injusticia cometida en el concilio Latrocinio de Éfeso. Asimismo, tres eclesiásticos y
un laico de Alejandría presentaron acusaciones contra su obispo, que fue declarado
culpable de muchas injusticias y de mala conducta personal. Al final de la sesión los
legados papales declararon que debía privarse a Dióscoro de su diócesis y de todas
las dignidades eclesiásticas por haber apoyado al hereje Eutiques, por haber
excomulgado al Papa León y por haber rehusado responder a las acusaciones hechas
contra él. Todos los miembros presentes estuvieron de acuerdo con esta proposición; y
se comunicó el decreto de deposición a Dióscoro mismo, a los eclesiásticos alejandrinos
que estaban con él en Calcedonia, al emperador Marciano y a Valentiniano III y a la
emperatriz Pulqueria.

La cuarta sesión, compuesta por dos reuniones, se celebró el 17 y 20 de octubre. A


petición de los comisionados imperiales los obispos aprobaron de nuevo la Carta
Dogmática del papa León I; se perdonó y autorizó la entrada a las sesiones a Juvenal
de Jerusalén, a Talasio de Caesarea en Capadocia, a Eusebio de Ancira, a Eustacio de
Berytus y a Basilio de Seleucia en Cilicia, antiguos partidarios de Dióscoro en el Concilio
Ladrón de Éfeso; se investigó la ortodoxia de varios obispos de Egipto y de varios
monjes y archimandritas sospechosos de eutiquianismo; finalmente se adjudicó una
disputa entre Focio de Tiro y Eustacio de Berito respecto de la extensión territorial de
sus respectivas jurisdicciones.

La quinta sesión, efectuada el 22 de octubre, fue la más importante de todas. En ésta


los obispos publicaron un decreto sobre la fe cristiana, que debe considerarse como el
decreto dogmático específico del Cuarto Concilio General. Se nombró una comisión
especial para redactar el credo y símbolo, y la misma estuvo formada por los legados
pontificios, por Anatolio de Constantinopla, Máximo de Antioquía, Juvenal de Jerusalén
y muchos otros. Después de aprobar de nuevo los decretos y símbolos de los concilios
de Nicea (325), Constantinopla (381) y Éfeso (431), así como las enseñanzas de San
Cirilo contra Nestorio y la Epístola Dogmática del Papa León I, el documento en
cuestión declara: “Enseñamos… uno y el mismo Cristo, Hijo, Señor, Unigénito, conocido
en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación”. Después de
recitar el decreto, todos los obispos exclamaron que tal era la verdadera fe y que todos
debían firmarlo enseguida con sus nombres. Los comisionados imperiales dijeron que
comunicarían al emperador el decreto según aprobado por todos los obispos.

La sexta sesión (25 de octubre) se celebró con solemnidades especiales. Estaban


presente Marciano y Pulquería y una gran concurrencia, con todos los comisionados
imperiales y el senado. El emperador hizo un discurso apropiado; se leyó de nuevo el
decreto de fe aprobado en la sesión precedente, que también lo aprobó; y se cerraron
las sesiones con aclamaciones de alegría al emperador y la emperatriz, en las que se
les comparaba con Constantino y Elena. El objetivo del concilio se alcanzó pues en la
sesión sexta, quedando solamente asuntos secundarios para las restantes sesiones. La
séptima y octava se celebraron ambas el 26 de octubre.

En la séptima se aprobó un acuerdo entre Máximo de Antioquia y Juvenal de Jerusalén,


según el cual el territorio del patriarcado de Jerusalén se restringía a las tres provincias
de Palestina.

En la octava sesión, Teodoreto de Ciro, antiguo seguidor de Nestorio, fue obligado a


condenar el nombre de su amigo bajo amenazas de expulsión del concilio. Entonces fue
reintegrado a su obispado.

Las sesiones novena y décima (27 y 28 de octubre) trataron del caso de Ibas, obispo
de Edesa, que había sido depuesto bajo cargos presentados por algunos de sus
eclesiásticos. Se demostró que la acusación era infundada y se reinstaló a Ibas en su
cargo. Además se tomo la decisión de que Máximo de Antioquía debía pagar una
pensión a Domno, su predecesor depuesto.

La undécima y duodécima sesiones (29 y 30 de octubre) trataron sobre el conflicto entre


Basiano y Esteban, ambos elevados sucesiva pero irregularmente a la sede de Éfeso.
El concilio declaró que se debía elegir un nuevo obispo para Éfeso, pero los antes
mencionados podían mantener su dignidad episcopal y recibir una pensión de los
ingresos de la Iglesia de Éfeso.

La decimotercera sesión (30 de octubre) solucionó un caso de conflictos de jurisdicción


entre Eunomio de Nicomedia y Anastasio de Nicea, que reclamaban
ambos derechos metropolitanos por lo menos sobre una parte de Bitinia El concilio
decretó que en una provincia sólo podía haber un obispo metropolitano, y lo hizo a favor
del obispo de Nicomedia.

La sesión decimocuarta (31 de octubre) decidió sobre los reclamos rivales de Sabiniano
y Atanasio a la sede de Perrha en Siria. Aquél había sido elegido al ser depuesto éste
por el sínodo de Antioquía de 455. Más tarde Atanasio fue devuelto a su sede por el
Latrocinio de Éfeso. El concilio decretó que se debían investigar más las acusaciones
contra Atanasio y mientras Sabiniano mantenía la sede. Si las acusaciones resultaban
falsas, Atanasio debía ser reinstalado y Sabiniano recibiría una pensión de la diócesis.
En esta misma sesión se leyó una carta del Papa León y el concilio aprobó las
decisiones sobre Máximo de Antioquía en su conflicto con Juvenal de Jerusalén y
su obligación de proveer a su antecesor Domno.
En la sesión decimoquinta (31 de octubre) el concilio adoptó y aprobó 28 cánones
disciplinarios. Los legados papales, sin embargo, así como los comisionados imperiales,
se marcharon al principio de la sesión, previendo probablemente que el el estado
jerárquico del obispo de Constantinopla se iba a definir, tal como ocurrió en el canon 28.

 El primer canon aprobó los cánones emitidos en sínodos anteriores.


 El segundo estableció penas severas contra los que conferían órdenes o cargos eclesiásticos
a cambio de dinero o las recibían por dinero o actuaban como intermediarios en tales
transacciones.
 El tercero prohibía el comercio secular a todo lo eclesiástico, excepto en interés de los
menores, huérfanos u otras personas necesitadas.
 El cuarto prohibía erigir monasterios u oratorios sin el permiso del Obispo apropiado,
recomendaba a los monjes una vida de retiro, mortificación y oración; y prohibía recibir
esclavos en el monasterio sin permiso de su dueño.
 El quinto inculcaba los cánones de los sínodos anteriores sobre el traslado de obispos
y clérigos de una ciudad a otra.
 El sexto recomendaba que no se ordenase a nadie si no se le asignaba a un oficio
eclesiástico. Y los que se ordenaran en contraposición a esta provisión, no debían ejercer sus
órdenes.
 El séptimo prohibía a los eclesiásticos ejercitarse en el arte militar u ocupar un oficio seglar.
 El octavo decretaba que los clérigos de casas de caridad, monasterios u oratorios de mártires
debían estar sujetos al obispo del territorio.
 El noveno ordenaba que los eclesiásticos debían llevar sus litigios sólo ante su obispo el
sínodo provincial, el exarca o el obispo de Constantinopla.
 El décimo prohibía que los clérigos estuvieran inscritos en los registros de las iglesias de
distintas ciudades
 El undécimo ordenaba que se le debía proveer cartas de recomendación (litterae pacificae)
de las iglesias a los pobres o necesitados, cuando viajaban.
 El décimo segundo prohibía a los obispos obtener el título de metropolitanos de los
emperadores en perjuicio del verdadero metropolitano de su provincia
 El decimotercero prohibía a los clérigos forasteros ejercer sus oficios a no ser que tuvieran
cartas de recomendación de sus obispos
 El decimocuarto prohibía a los clérigos menores casarse con mujeres herejes o dar a sus
hijos en matrimonio a herejes.
 El decimoquinto decretaba que ninguna diaconisa fuera ordenada antes de tener cuarenta
años, y que ninguna, una vez ordenada, pudiera dejar el estado y casarse.
 El decimosexto prohibía el matrimonio de las vírgenes o monjes consagrados a Dios.
 El decimoséptimo ordenaba que las parroquias en los distritos rurales permanecieran bajo la
jurisdicción de sus respectivos obispos, pero si el emperador construía una nueva ciudad, su
organización eclesiástica se hiciera según el modelo del Estado
 El decimoctavo prohibía organizaciones secretas en la Iglesia, sobre todo entre los clérigos y
monjes.
 El decimonono ordenaba que los obispos de la provincia se reunieran dos veces al año en un
sínodo regular.
 El vigésimo prohibía de nuevo el traslado de clérigos de una ciudad a otra excepto en caso
de grave necesidad.
 El vigésimo primero ordenaba que las quejas contra obispos o clérigos no se escuchasen
sino después de una investigación sobre el carácter del acusador.
 El vigésimo segundo prohibía a los clérigos apropiarse de bienes de su obispo difunto.
 El vigésimo tercero prohibía a clérigos y monjes residir en Constantinopla sin permiso de su
obispo.
 El vigésimo cuarto ordenaba que los monasterios, una vez establecidos, junto con
la propiedad que les era asignada, no se dedicasen a otros propósitos
 El vigésimo quinto mandaba que el metropolitano debía ordenar a los obispos de su provincia
dentro de tres meses (desde la elección).
 El vigésimo sexto ordenaba que la propiedad eclesiástica no fuera administrada sólo por los
obispos, sino por un procurador especial.
 El vigésimo séptimo decretaba penas severas contra el secuestro de mujeres.
 El vigésimo octavo ratificaba el tercer canon del concilio de Constantinopla (381), y decretaba
que puesto que la ciudad de Constantinopla estaba honrada con el privilegio de tener al
emperador y al senado dentro de sus murallas, su obispo debía también tener prerrogativas
especiales y ser segundo en rango, tras el obispo de Roma. En consecuencia él debía
consagrar a los obispos metropolitanos de las tres diócesis civiles de Ponto, Asia y
Capadocia.

Este último canon provocó otra sesión del concilio, la decimosexta, que tuvo lugar el 1
de noviembre. Los delegados papales protestaron después por este canon, alegando
que tenían instrucciones especiales del papa León sobre el asunto, que el canon violaba
las prerrogativas de los patriarcas de Alejandría, Antioquía y Jerusalén, y era contrario a
los cánones (VI, VII) del Concilio de Nicea. Sin embargo, sus protestas no fueron
escuchadas y el concilio persistió en retener dicho canon en sus actas. Con este
incidente se clausuró el concilio de Calcedonia.
En la clausura de las sesiones el concilio escribió una carta al papa León I, en la que los
Padres le informaban de lo que se había hecho; le agradecían la exposición de la fe
cristiana contenida en la Epístola Dogmática; hablaban de los legados que habían
presidido en su nombre y pedían la ratificación de las materias disciplinarias, en
especial el canon 28. Esta carta se entregó a los delegados papales que partían para
Roma poco después de la última sesión del concilio. El emperador Marciano y Anatolio
de Constantinopla le escribieron cartas similares al papa León en diciembre. En la
contestación, el papa protestó enérgicamente contra el canon 28 y lo declaraba nulo e
inválido por ir contra las prerrogativas de los obispos de Alejandría y Antioquía y contra
los decretos del Concilio de Nicea. Las cartas escritas el 22 de mayo de 452 al
emperador Marciano, a la emperatriz Pulqueria y a Anatolio de Constantinopla
contenían protestas similares. Por otra parte el Papa ratificaba las actas del concilio de
Calcedonia, pero sólo en lo referente a las materias de fe. Esta aprobación se hallaba
en las cartas escritas el 21 de marzo de 453 a los obispos que tomaron parte en el
concilio; de ahí que el Concilio de Calcedonia al menos hasta las primeras seis
sesiones, era un sínodo ecuménico, y fue considerado así por todos los cristianos, tanto
en tiempos del Papa León como después. El emperador Marciano emitió varios edictos
(7 de febrero, 13 de marzo y 28 de julio de 452) en el que aprobaba los decretos del
concilio de Calcedonia, prohibía todas las discusiones en cuestiones de fe, prohibía a
los eutiquianos que tuvieran sacerdotes, que vivieran en monasterios, a realizar
reuniones, a heredar cualquier cosa, a entregar nada a sus seguidores o unirse al
ejército. Los clérigos seguidores de Eutiques, hasta entonces ortodoxos, y los monjes
de su monasterio, debían ser expulsados de territorio romano como se había hecho con
los maniqueos. Los escritos de los eutiquianos debían ser quemados; sus autores, o los
que los difundían, debían ser castigados con la confiscación y el exilio. Finalmente
Eutiques y Dióscoro fueron ambos deportados. El primero murió por ese tiempo,
mientras que el segundo vivió hasta el año 454 en Gangra, en Paflagonia.

El Concilio de Calcedonia con su definición dogmática no puso fin a a las controversias


sobre las naturalezas de Cristo y sus relaciones entre sí. A mucha gente de Oriente no
le gustaba la palabra persona usada por el concilio para significar la unión de, o los
medios de unión, de las dos naturalezas en Cristo. Creían que con ello se renovaba
el nestorianismo o al menos pensaban que la definición era menos satisfactoria que el
concepto de San Cirilo sobre la unión de las dos naturalezas en Cristo (Bardenhewer,
Patrologie, 2nd ed., 321-22). En Palestina, Siria, Armenia, Egipto y otros países muchos
monjes y eclesiásticos rehusaron aceptar la definición de Calcedonia; y hoy día todavía
hay monofisitas entre ellos. (Ver Dióscoro, Eutiquianismo, Monofisismo).

Fuente: Schaefer, Francis. "Council of Chalcedon." The Catholic Encyclopedia. Vol. 3.


New York: Robert Appleton Company, 1908.
<http://www.newadvent.org/cathen/03555a.htm>.

Traducido por Pedro Royo.

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