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Por
“Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o
caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de
Mi boca.” (Apocalipsis 3:15-16)
Como cita el pasaje bíblico anterior, el cristiano puede presentar tres tipos
de temperatura a Dios: caliente, fría o tibia.
La fría:
Es la persona que un día estuvo caliente, pero ahora no le interesa estar en
la presencia de Dios. Se dejó enfriar. No ora, no ayuna y no cumple más
con la Palabra del Creador. Incluso, a veces, tiene dudas sobre la existencia
de Dios. Sin embargo, es consciente del error que está cometiendo y que su
vida no está bien. Es necesario que esa persona regrese a los caminos del
Señor Jesús y recupere la relación que un día tuvo con Él, mientras todavía
haya tiempo.
La tibia:
Las personas que están en ese grupo no comprenden que ya se han
distanciado de Dios y ya no forman parte de Su Reino. Ellas poseen una
falsa sensación de bienestar. Todo parece estar tranquilo, mientras sus
vidas se acercan al abismo eterno. Se apoyan en la cantidad de tiempo que
están en la Iglesia y no en la calidad con la que sirven al Señor Jesús.
Asisten a las reuniones solo para cumplir con la tradición y no para
alimentarse del Espíritu Santo. La persona tibia no se da cuenta, no
reconoce que necesita acercarse nuevamente a Dios. Ella no asume un
verdadero compromiso con el Altísimo, pero conoce Su Palabra. Es el
cristiano que ya perdió la Salvación y aún no lo sabe. Por eso, la persona
que se encuentra en este grupo necesita urgentemente reconocer los
caminos equivocados que ha recorrido y debe reconciliarse con Dios
mientras aún haya tiempo, para que no caiga en el sufrimiento eterno.