Вы находитесь на странице: 1из 36

Paisaje

Interno
desde el A(mar) al Ama(zonas)

“Cuando el no ser queda en suspenso


se abre la vida ese paréntesis”
Mario Benedetti

El no Prologo

“¿Por qué escribo esto? No tengo ideas claras, ni siquiera


tengo ideas. Hay jirones, impulsos, bloques, y todo busca
una forma, entonces entra en juego el ritmo y yo escribo
dentro de ese ritmo, escribo por él, movido por él y no por
eso que llaman el pensamiento y que hace la prosa, literaria
u otra. Hay primero una situación confusa, que sólo puede
definirse en la palabra; de esa penumbra parto, y si lo que
quiero decir (si lo que quiere decirse) tiene suficiente
fuerza, inmediatamente se inicia el swing, un balanceo
rítmico que me saca a la superficie, lo ilumina todo, conjuga
esa materia confusa y el que la padece en una tercera
instancia clara y como fatal: la frase, el párrafo, la
página, el capítulo, el libro. Ese balanceo, ese swing en el
que se va informando la materia confusa, es para mí la única
certidumbre de su necesidad, porque apenas cesa comprendo
que no tengo ya nada que decir. Y también es la única
recompensa de mi trabajo: sentir que lo que he escrito es
como un lomo de gato bajo la caricia, con chispas y un
arquearse cadencioso. Así por la escritura bajo al volcán,
me acerco a las Madres, me conecto con el Centro -sea lo que
sea. Escribir es dibujar mi mandala y a la vez recorrerlo,
inventar una purificación purificándose; tarea de pobre
shamán blanco con calzoncillos de nylon.”

Julio Cortázar,
Rayuela Capítulo 82.

“El alma es una cosa de nada”


Eduardo Galeano

I
Alma es todas y nadie a la vez. Alma soy yo y todas quienes alguna vez quise ser, fui o
procuraré ser. Es cuerpo y es espíritu. Mujer que descubre el mundo y se descubre en ese
descubrimiento. Ser una Alma no es simple en un universo lleno de cuerpos. Ser, hoy, no es nada
fácil. Pero la facilidad esta sobrevaluada. Alma desafía; y es alma en relación justa y desmedida
a su medida. Si de reencarnaciones se tratará, estas líneas no serían rectas, pero además
rozarían lo infinito. Alma es mujer si pensamos en dicotomías, pero las almas no tienen color,
menos sexo, aunque tu sabes hacen muy bien el amor. Alma surgió. Nació en partos de pasos
pesados, caminados, andados. Yo no puedo decir más de lo que ella refleja, ni menos de lo que
mi razón me deja. Por eso, en principio, comienzo pidiendo las pertinentes disculpas.
Creyendo que existe tal cosa llamada verdad, andaremos en esa cornisa de
verosimilitudes probables y propiedades ajenas. Poder de decir lo no dicho en vivencia de ella y
mía. Posibilidad de romper el silencio del encuentro con un@ mism@, sin mentirse. Sin desear
más que el propio encuentro que no buscamos y sucede. Hoy. Sí, este día. No otro. Nunca
mañana. Infinito hoy que me despierta para ser palabras de Alma y mías.

28/01/2013
Candelaria, Misiones, Argentina

Soy tiempo.
Nazco y renuevo mi ser.
Soy la que no encuentra nombre.

Roedora de tierra sin madriguera.


Carne de palabras.
Con alas…
y piedras.

0810 333 4722 Asist Card (dura solo seis meses)


Este cuaderno es un recorrido en sí mismo, es la piel y la pulpa.
SACAR FOTO DEL DIBUJO DE LA TAPA

Con(moverse)
Adentro

“A la corta o a la larga, ya se
sabe, los vientos del tiempo
borrarán las huellas.
¿Travesía de la nada, pasos de
nadie? Las bocas del tiempo
cuentan el viaje.”
Eduardo Galeano
II
Vivimos en una realidad donde el señor tiempo no es señora. Y más allá de
nuestro ser feminista, no hay dudas de que lo estático y racional es masculino. Por eso,
aquí en esta casa de palabras, la que regirá será la intuición; que sabedora de su ligereza
nos pide algo así como indicaciones relativas a los momentos para acercarnos un poco
a este señor tiempo. Pero solo seremos en días y noches; lunas y soles. Las horas y las
agujas se las dejamos al Señor Gregorio. La edad de Alma, para estas alturas, ya sabemos
que es la edad del sol. O de los soles ¿Por qué no? En fin, (o en principio, depende…) el
tiempo es relativo.
Podríamos decir que por aquellos días, Alma era un mar de contradicciones. Un
mar agitado, fuerte, violento, con olas inmensamente grandes. Era contradicción en
vida. Cual virus que se retroalimenta, las contradicciones habían invadido todo su
cuerpo. Ella procuraba caminar erguida, pero la pesada carga doblaba su torso en varios
pedazos.
Contradicciones en mundos que habitaban dentro suyo: malabares, leyes,
psicología, militancia, candombe, montaña, pero todas siempre en libertad. Cual espejo
cristalino se veía a sí misma en todas las personas. Aunque también sufría en esos
reflejos. Se perdía... “¿Por qué cantan los pájaros?” Pensaba Alma. -Ellos solo cantan y
es hermoso- Se repetía en coros. “¿Por qué te lo preguntas?” Continuaba el no dialogo
de contradicciones perdidas. -Es solo la mente, ella miente-respondía Alma furiosa. “ ¿A
quién le canta la mente? ¿Dónde está esa calma de agua en el fluir de las ideas? ¿Hacia
dónde van estos pensamientos espiralados?”
Los enrosques no paraban de explotar en preguntas; que cual volcanes en
erupción le brotaban por los poros a Alma. ¿Será que Alma estaba hablando todavía de
los pájaros o solo de ella cuando veía su reflejo en aquellas letras? ¿Pero dónde se
encontraría si no era allí? Solo algo era seguro, ella enfrentaba cualquier reto mejor que
a su propia identidad.

12/12/2012
El Chocón, Neuquén, Argentina
Enigmas

¿Qué se puede aprender del río?


¿A dónde va el fuego cuando quema?
¿A dónde va el sol cuando se esconde? ¿Qué
sabor tiene el amor?
¿Por qué cuando cerramos los ojos brota la
melancolía?
¿Habremos renunciado demasiado pronto a eso que
estábamos creando?
¿Cuáles son los síntomas de que un amor ha
terminado?
¿Cuántas noches sin dormir tienen que pasar para
hablar de insomnio?
¿Será que a veces en la vida no hay que hallar
respuestas para motorizar las búsquedas?

Hoy es el Día Fuera del Tiempo


Yo descubro que soy Sol Cósmico
13-20
Siempre Amarrillo el Sol

FOTO DE LA HOJA CON LOS DATOS DE MISIONES


VII
Pasaron unas vidas y aun así andaba perdida, casi sin rumbo, o al menos eso creía
ella. Las dudas eran piedras inmensas que cubrían su camino. Ella pensaba que andaba
desorientada. Pero como las semillas, que germinan sin ser sembradas y que por suerte
no piensan, Alma seguía un rumbo: las palabras.
Ellas, dueñas del misterio, querían explicar entre letras y espacios cómo se sentía
el vacío de aquella no certeza. Palabras necias la vomitaban. Alma escupía, esculpiendo
historias. Escribiendo. Contaba cantos. Pasos sueltos en un baile simple. Poemas. Poesía
de la compañía de sentir que hablando existía. Se escuchaba acurrucada, entre sabanas
de sonidos.
Lenguaje. Lengua. Poderosa garganta. Palabras de palos. Tambor. Tierra. Sur.
Amor. Primero. Ser. Punto. Coma. Y enter. Silencio. Voz. Canción. Yo y eso. La ñ se perdió
en Brasil. Luego soñó y volvió. Regresar. Azar. Decir y no mentir. Palabras de adentro
volaban llenando los silencios del alma.
Todo y nada. Palabras que estaban en constante movimiento. Solo cuando Alma
logró descubrir aquél rumbo, fue que la búsqueda de una certeza desapareció; porque
no hay quien pueda sentirse perdida cuando se empieza a encontrar a sí misma.

13/05/2013
Sao Pablo, Brasil
Mis palabras mutan cuando salen en tu búsqueda.
Tus perspicacias las leen entre líneas. Las
abrazan en su locura.
Las mastican, regurgitando sentidos perdidos.
Jugando, me regalas el arte de contemplar.

Ya no son palabras,
ni letras.
Se esfumaron las líneas.
Y como un sortilegio,
brota,
la trama de la complicidad.

Viajando en Sacoleiro
Buscando al malabardista hecho amor
Una señora me pidió que le lleve su valija y me pagó el pasaje
Hoy aprendí lo que era un camello

FOTO DE PAGINA 61 EN EL CUADERNO UNO

X
Alma acreditaba en las presencias de lo invisible. Elegía creer en el tesoro para
seguir buscando. Necesitaba ese motor de intriga para recorrer los paisajes y las pieles.
Le gustaba inventar burbujas y dibujar castillos de tierra y salvia. Ella en su historia era
guerrera pero sensible. No son contradictorias. La empatía es el condimento de la
utopía. Solo vence quien ama fuerte.
Creía en las esencias y también en las carencias. Como puntos negros en una hoja
en blanco que espera ser escrita, la violencia interrumpía los infinitos reglones de lo
bello que inspira. En esa blancura se esconden melodías, risas, dulzura, caricias. Pero
nos toca decirlo, aunque se pierda la poesía. Alma y yo sabemos que además hay gente
durmiendo en las calles, miseria, hambre, miedo al diferente, inseguridades,
individualidades, violencias. Lugares grises donde el ser es vacío y el tener lo llena todo
de consumo desmedido. Donde la fe divide, se paga, se usa, se mata.
El remedio a veces Alma lo encontraba en la música. Otras en la inmensidad de
los horizontes despejados y llenos de atardeceres. En las conversaciones de vivencias
simples repletas de sabiduría cotidiana. En fin, en esos infinitos encuentros cargados del
arte de vivir. Ella creía insistentemente en la ternura de las utopías hechas realidad, que
resisten a pesar de la violencia. Además, ¿qué sentido tendría la existencia de un alma
que no creyera?

22/12/2013
Vale Do Capaon, Chapada Diamantina, Bahía, Brasil

El silencio de una semilla me entró por el dedo.


Lo agarre bien fuerte y lo lleve a mi mente.
Su sordina mudez me irrumpió en lo profundo.
Me contuvo en un abrazo desde adentro.
Secretos armónicos de la vida.
Paz de aquella pureza brotando viva.
Silenciosamente bella.
Ella seguía invitándome a confiar.

Me caí, me disloqué el codo y resultó que estaba quebrado.


Toca reposar.
Belén y Martín me cobijan y me comparten su tierra con
semillas.
Acá las montañas están hechas de cristal, se caminas alto
los podes cosechar.

FOTO DE HOJA CON NARANJA Y VIOLETA

XVIII
Una pluma blanca teñida de tinta dibujaba poesía en sus sueños. Alma, con los ojos
entreabiertos dibujaba reglones para recostar esos versos. A veces, aunque no con la frecuencia
que le hubiese gustado, ella despertaba hecha poema. Volaba sobre ríos pardos. Pero siempre
olvidaba sus alas en algún muelle. La pluma era de una garza del Limay, sin embargo, en el
Ama(zonas) de Ecuador se camuflaba rápido. No hablaba mucho, el quichua no le sentaba bien.
Un día la pluma le regaló a Alma una lupa. Al principio ella no entendió su utilidad, hasta
que en un atardecer, jugando, vio en la bombilla del mate unas diminutas letras. Acercó su
juguete y leyó: “¿Qué sabor tienen tus uñas clavadas en mi espalda durante el abrazo intenso
de un orgasmo? Borracha de semen las sorbo en mi ignorancia.” Sin darle demasiada
importancia a esas palabras, negando su propia autoría, se cebó otro mate.
Se hizo de noche y sacó su linterna que había quedado debajo de la lupa. Al encenderla,
una nueva pregunta se iluminó en el aumento “¿Cuántos pelos brotan como el césped cuando
se rozan tu sexo con el mío? Escalofrío húmedo, a menos veinte grados, sería una posible
respuesta.” Se quiso poner un abrigo y por las dudas también lo examinó con la lupa. En el puño
decía “¿Será que el sexo me enseño que la piel jamás podrá cerrarse? Siempre aparece la
desnudez y mis piernas se abren.” Se calzó los lentes para ver mejor y en el vidrio estaba
estampada una última pregunta: “¿Cómo es posible que siga sintiendo tu profunda mirada aún
en la negrura intensa que nos rodea cuando nace la noche? Seguro que es esa presencia sin
anteojos de las pieles que no ven.”
Luego Alma miro la lupa y encontró escrito en el piso de aquella: “No siempre hay
espacio para un amor cuando andamos tan llenas adentro”. Ver la vida como un poema, era su
gran superpoder. Pero también fue su karma: el de encontrarse con sus propias verdades que
salían en palabras sentidas sin sentido.
Amaneció y el barco ancló en un muelle. La pequeña comunidad tenía un gran cartel de
bienvenida: “Tod@s l@s muert@s de la guerra reencarnan en vacas. No te comas a tu héroe.”
Ese día Alma aprendió que la espinaca del poeta es aprender a escribir con la potencia del
encuentro de lo diminuto y lo gigante.

14/03/2014
Colca, Río Napo, Frontera Ecuador Perú, Amazonas

En tu (hu)eco mueren los (estreme)cimientos de los


ojos
los brazos
dos nubes
y nuestros pimpollos de labios y mundos.
En la muerte,
un (yu)yo canta sollozos libres a un trébol.

Esperando entre charcos…


el oscuro orgasmo que
quema.

FOTO DEL CUADERNO DE CIRCUS DE SOLEI


Si tus ojos miracen como dos pechos buscando
amamantar, todo sería tan nutritivo que ya no
necesitaríamos hablar.
DIBUJAR un mapa circular para que me deje siempre
en el mismo no lugar (porque al lugar donde has
sido felíz no deberías tratar de volver)
Atentamente mi corazón de viaje

XXIV
“Trabajo y duermo en la calle porque molesta. Me resisto a entregársela al crack, a la policía, al
hambre, al egoísmo, al consumo. Trabajo y bailo en la calle para llenarla de alegrías y arte… Y
voy a las plazas desiertas a disfrutar del aire fresco de las noches, más allá del designio de que
“sea peligroso”. Acampo sola en las playas para ver los amaneceres más profundos, a pesar de
las violaciones. Y reciclo frutas estragadas en los mercados, para romper con los consumos
capitalistas de vegetales plastificados y comida que se hace basura. Pido carona con mi dedo
gordo apuntando al horizonte de un camino que casi nunca elijo. Porque aún creo en la gente,
en las palabras, en las utopías. En las necesarias personas que me enseñan de la sencillez de la
vida plena, humilde, trabajadora, exótica. Trabajar en la calle, transformando la rutina en arte;
es mi acto de alegría revolucionario y cotidiano.”

Ese fue el manifiesto común(ista) de Alma en rebeldía.


Favela de Moro, Río de Janeiro, Brasil
10/12/2013
Guaraparí, Espíritu Santo, Brasil

Abunda el protocolo social. Rituales y


comportamientos debidos.
Corset de los sentires, de las risas
descontroladas, de la rebeldía organizada, del
amor sin ataduras.
Estructura de cuadrados simétricos que le hacen
sombra a lo espontáneo.
Ceremonial y protocolo. Instrúyase señora.
Hay escritos manuales de todo tipo:
¿Cómo usar una red social?
¿Cuántas palabras condescendientes decir en el día
para evitar el rechazo?
¿Cuál es el mejor momento para fingir un orgasmo,
y por qué?
¿Dónde vomitar la bronca que provoca la injusticia
y cómo ignorarla para ser más estúpidamente feliz?
Todo está encuadernado, anillado, encasillado.
Implícito.
Violentamente impuesto.
Nos encadenaron la espontaneidad.
Han hecho tan bien su tarea, que somos l@s pres@s
más dóciles: ignoramos nuestra propia cárcel.
Hace tanto tiempo que colectivamente dejamos de
intentar la huida…
que ya no necesitan atarnos.

XXVII
“He traído hasta aquí mi alma”, dijo ella. Cargando a cuestas mucho de lo que había
encontrado. Jadeante, su cuerpo avanzaba necio, sabedora de que en el siguiente paso el aire
volvería a alcanzar.
Decepcionada de Machu Pichu, salió rumbo a Choquequirao: las ruinas de una
ciudad Inca mucho más inmensa aún, que yacía escondida entre las estribaciones del
nevado Salcantay. A 3033 metros sobre el nivel del mar. Aquel que ella ya había contemplado
en las costas de los pacíficos atardeceres.
Alma, había llevado hasta ahí a su alma, a puro pulmón bombeando al ritmo de agitadas
alturas. Cinco días cruzando valles y ríos, entre curvas que hacen que el camino sea aún más
abismal. El agua había caído por miles de surcos en este valle y su recorrer. El viento había
alcanzado las frescas mañanas en sus cansancios.

Había llevado hasta ahí su alma, ya lo he dicho. Pero no sé cómo decirle a usted lo
inmenso de esa cima, lo puro de ese aire, lo sagrado de aquellos templos. Lejos de la industria
del turismo y cargada de ancestral conocimiento. Por ahora solo eso puedo decirle: ella había
llevado su alma hasta ahí, lo mismo le recomiendo que haga usted.
12/05/2014
Choquequirao, Cusco, Perú

Que mis ojos escriban por mí,


porque no me entra más belleza en el cuerpo.
Un sendero.
Árido.
Un hombre sentado sobre una piedra.
A su alrededor un aura de polvo que destellaba
paz.
El camino bajaba por la cornisa de la punta de la
quebrada.
Un surco que a sí mismo se trazaba.
Piedra. Un arbusto con flores naranjas y un
pequeño colibrí.
Estaba tan alto que el cielo bajó a la tierra y
fue monte.
Su ancestralidad me recordó…
Cuando se está en el techo del mundo, cualquier
paraíso está a nuestros pies.
FOTOS PAGINA 119 DE CUADERNO DE FLOR

Yo deslumbrada en la dualidad de mi vida, que se expresa en


dos mujeres que representan el ying y el yang
Arquitectura orgánica y el templo vivo

Volviendo del
Regreso

“…y sin embargo es cierto

sin volver esta página


nadie puede ser alguien.”
Mario Benedetti
IV
Anduvo unos pasos, unos muchos y otros poco. Iba por cascadas, o saltos que le dicen
los paisanos. Entre aguas rojas y correntosas, estaba empezando a aprender, lo aprendido y el
aprendizaje. Caminaba, viajaba. Ella escribía y dibujaba presentes en futuros. Estaba siendo un
ser viviendo. Ya no sobrevivía. Se vestía de maga y trasformaba pañuelos de colores en flores
rojas y sonrisas redondas. Arriba de sus zancos, en los semáforos, malabareando; la vida se veía
un poco más en perspectiva.
Andaba sola, pero la verdad que era una soledad tan conectada con la unidad, que el
cosmos todo parecía entrar en su propia sombra. Las personas pasaban a ser parte de eso que
iba encontrando en su (no) buscar. Compartía solo con una mirada. Andaba creciendo así, para
adentro. Tanto se expandió que llego al mar; para liberar suspiros a la inmensidad de los
océanos. Pasaba sus (no) horas, entre amaneceres iluminados de naranja y violeta. Energía.
Intentaba limpiar su mente, pero aún el cuerpo seguía pensando. Lamentable-mente, seguía
pensando…
Una tarde en la playa Alma pensó: “Las cosas no son como son”. -Tampoco sé cómo
son, pero así no son- dijo en voz alta como peleando con su propia conciencia. Y una mujer que
pasaba por la playa hablando por celular dijo: -Así las cosas. Así se muestran ante mí-
respondiendo a quien sabe qué frase del otro lado del teléfono. Eso le bastó a Alma para
satisfacer la solitaria discusión con su propio pensamiento.
A los pocos segundos, se acercó un niño con una mirada mansamente sincera y le dijo:
-¿Vamo?- dejó su pelota enterrada en la arena, tomó a Alma de la mano y la llevó hasta el mar.
Nadaron a la par hasta aquel pequeño barco que había dejado anclado algún pescador. Subieron
a la canoa de madera para mirar el mundo que estaba ante sus ojos mostrándose infinito.
Pensaron; o al menos eso parecía desde la costa. Aunque los ojos mostraban enredos, se sentía
la diferencia. Las niñeses se contagian y la paz aparece de la galera mágica-mente cuando se
anclan los motores de las mentes. Allí sentados, Alma y su niño, en un cómplice silencio,
contemplaron el Mar tranquila-mente.

El mar no puede verse a sí mismo.

Un camino siempre tiene un lado que pasamos de


largo, mirando al costado.

El horizonte a veces se cae.

Yo quiero ver en línea recta,


pero en mi mente algo siempre está inclinado.

XII
Ella era poeta hacía tantos años que le daba vergüenza de solo pensarlo. Lo había
reprimido entre tanto miedo y disciplina que le daba pena de sí misma. Pero la esencia del arte
es tan fiel que te perdona todas esas traiciones y espera dormida, hasta el día que tengas el
valor de enfrentarla ante un espejo y calzártela como deberías haber hecho si el miedo no
hubiera estado ahí. El arte es como el amor, no hay otra forma de vivirlo que solo sentirlo. Sin
pensar, sin temer, sin proyectar; solo saltar al vacío y dejarlo fluir. Recordemos: cualquier arte
se empobrece al compararse.
Alma un día se preguntó “¿Qué es la poesía?”, y sus ojos dulcemente le respondieron
que “la poesía es el lápiz labial dibujando medio beso en una copa vacía. Es un par de botas de
cuero paradas al costado de una puerta esperando a su obrero. La poesía no es más, ni menos,
que un trapo de piso secándose al sol. Un perro fiel durmiendo la siesta a los pies de algún
humano. Son los pájaros del atardecer huyendo en bandada atrás del sol, pero también son
aquellos que cantan al amanecer”.
Llenos de lágrimas sus ojos necesitaban un respiro ante tanta emoción y la nariz
intentando darle un descanso, inspirando profundo susurró en suaves exhalaciones: “La poesía
es el aroma del almuerzo que sale de las ventanas de las cocinas. Poesía es el olor salado de los
amantes.” Y con perfecta calma afirmó, “la poesía es mucho más que el aroma de una flor. Es el
olor a campo mojado que entra por la ventanilla de un carro viajero. Es la mixtura de feria entre
carnes, peces y hierbas. Hasta el olor a agua podrida de las ciudades puede ser poema.”
Finalmente, cuando fue el turno de su garganta para hablar de poesía, su boca se hizo
río recordando cada beso que la inundó de poesía.

Tengo las puntas de los pelos llena de pimpollos.


Hoy desperté con mis utopías en flor.
Eligieron salir al sol a través de mi enmarañada
cabellera.

Porque sí, aunque usted no lo crea,


las ilusiones también hacen fotosíntesis.

Mis ojos enceguecieron de aromas floridos.


Y mis espejismos, uno a uno,
se volvieron claridad.

XIII
Un día mientras jugaba con las sombras de sus manos, la invadió una melancolía llena
de maestras amorosas. De ellas aprendió a aprender. Pero ninguna le enseñó a jugar. Las aulas
no eran las plazas, o las plazas no eran las aulas. ¿Será que las grandes maestras no están en la
escuela? ¿Y si al final la mayor maestra es la vida…? O, tal vez, son las intrigas llenas de asombro…
Lo cierto es que ella siempre fue un frasco lleno de caramelos con gusto a curiosidad. Su
apetito era tan valiente que cuando aparecía destellando en sus ojos no había otra opción que
saciarlo. Ella se dedicó a aprender todas las formas posibles del arte de jugar.
En sus expediciones, una tarde, Alma llegó a la plaza. Los juegos se transformaban
lentamente en golosinas irresistibles. La hamaca fue su primer desafío. No había nadie para
enseñarle. Pero cuando la lombriz solitaria de la intriga se despertaba, el aprendizaje era
inevitable.
Al atardecer sucedió la magia. Alma había aprendido a hamacarse sola. A partir de ese
día, la plaza se transformó en refugio. Los paseos en soledad para escaparse fueron los primeros
grandes viajes que Alma emprendió.
No siempre tuvo a sus espaldas alguien que la empuje para darle envión y llegar más
alto. Aunque siempre pudo disfrutar del sabor del aire fresco en su rostro y del vértigo al llegar
a los extremos. Algunos días tampoco hubo alguien esperándola al final del tobogán. Y a pesar
del miedo y las dudas, una y otra vez, sola se sumergió en el viaje de volar hasta el suelo.
Mientras más lo hacía, menos miedo tenía. Todavía hoy en algunas plazas, se le cae una lágrima
al contemplar un subi-baja en soledad. Ese juego fue su mayor aprendizaje… Hay cosas que solo
se hacen de a dos.

Mi niñez ya no se esconde.

Me quedo ahí, sentada, en la plaza de mi barrio.


El sol me acaricia el rostro recordándome la
fragilidad de este cuerpo moreno,
de mi piel gastada,
de mis manos de huellas hechas más que digitales,
que además de sangre,
tienen miles de líquidos recuerdos.

XVII

Alma despertó y vio al mundo extremadamente mundo. Dolorosamente cruel, gigante,


perversamente mundo. Atravesó la ciudad buscando anestesias artificiales para tanta carga de
realidad. Caminó en línea recta y entró a una oficina acompañada de su paraguas para mantener
alejadas a las pirañas. No llovía, pero ella sabía que los paraguas eran grandes escudos
protectores para cualquier tipo de sanguijuelas. Abrió la puerta. Entró a esa horrible cubícula,
que los humanos llaman oficina y que a ella le olía a cárcel.
Afuera, el pasillo. Conducto que termina en otro muro. Vía directa de rectas paredes.
Desvíos en puertas alternadas. Pasillo sin ventanas. Casi al fondo a la derecha el baño, que a ella
le olía a refugio. Tomó una pastilla de ocho horas y se internó entre papeles y pantallas. Cuando
el efecto sedante desapareció, salió buscando el baño.
Adentro. El espejo empañado y sucio que la miraba a los ojos. Ella sintió como su cuerpo
se escondia en ese refugio de mierda, que la alejaba de la cárcel. Pasó un rato y de repente
alguien más quiso cagar su rutina. Golpeó insistentemente la puerta de madera. Alma contestó:
“ya salgo”. Y rápidamente secó sus lágrimas y su concha.
Abrió la puerta y salío otra vez al pasillo. Al final, contra la pared, casi como un poema,
estaba el paraguas. Abierto, secándose luego de una tormentosa prisión sin lluvia. Alma,
apagada de rutina, se acurrucó dentro y, mientras conciliaba el sueño, comprendió los efectos
del encierro hecho alienación.

Blanco

En una flor se expresa mi nube de sol blanco.

Sola.

Aislada en una estructura que no comprendo, ni


quiero sostener.

En la pared blanca se impone la pregunta:

¿de qué color es la violencia?

XXV
Emprendiendo un posible regreso Alma era la pasajera número 37, pero curiosamente
no había número 36. Tampoco 34, ni 22. Ella era una pasajera en aquel camión que hacía tiempo
que no transportaba personas. La ruta era la selva combinada de estepa, mar y campo. El viaje
era una excusa para andar el camino de vuelta al río, de vuelta al aire, volviendo al centro. El
chofer seguía a un ave que, sobrevolando en círculos, anunciaba revoluciones. Solo aquellos
personajes que habitaban a la pasajera y que lograban oír sus cantos conseguían volar a su lado.
Desde el aire, se oía la vida que ese paisaje escondía entre corrientes de río y altos verdes
tupidos, que se encogían bajando al sur.
Una lombriz…

Es un par de ojos que brotan de la tierra cuando


el agua inunda
Es la soga que ata el abrazo de despedida
Es el alimento que comen los seres inertes y
vacíos
Es el pez que no creció lo suficiente para poder
nadar
Es el hilo que se traza en un abecedario para
llegar a la Z
Una lombriz es esa tripa que nos revuelve el
estómago cuando desbordamos de júbilo
O tan solo es un insecto que se parte y se
reconstruye
No lo sé, pero siempre es más fácil hablar de una
lombriz que de una misma.
De amores y
otras
Vidas

“…alguien consumió por error


las distancias olvidadas”
Alejandra Pizarnik

III
Alma andaba buscando tantas cosas. Andaba perdida. Andaba tan andada, que no tuvo
más remedio… y salió a andar. Caminar. Recorrer, corriéndose. Todo y nada estaba afuera en
aquel movimiento que era, sobretodo y sobrenada, también, hacia adentro. Iniciaba en su
búsqueda un viaje sin distancia, ¿Por qué? Porque buscaba. ¿Qué cosa? Supongo que cuando lo
encuentre sabremos. Y así fue que aquel día fuera del tiempo, Alma comenzó su viaje.
Necesitaba respuestas o, al menos, alguien que la comprenda. Andaba por ahí buscando (se). El
problema era que, por algún motivo, no lograba encontrar (se). Buscaba en los mares, en
lagunas, lagos, ríos, cascadas y otras aguas. Buscaba en playas, desiertos, bardas, en montañas,
en dunas, en selvas... Entre personas, sonrisas, miradas, palabras, silencios... Hasta debajo de
las piedras (se) buscaba. Rebuscaba y encontraba solo más cosas que buscar.
Así andaba por la vida, aprendiendo, caminando. Entre rutas y vivencias ajenas
intentaba construir la suya. Pero una noche, como una estrella fugaz que te abraza cuando
menos la esperás; Alma descubrió que lo que ella buscaba ya estaba dentro suyo.
Fue en una noche profunda de luna nueva. El cielo estaba denso de negrura adornado
con miles de puntitos estrellados. Alma flotaba tendida en el césped. Su cuerpo estaba invadido
por aquella majestuosa dama negra. Sus manos acariciaban el rocío del atardecer y sus ojos
quedaron hipnotizados con el eco luminoso de cada pintita.
De pronto sintió una necesidad de guía y se dispuso a buscar la Cruz del Sur como una
brújula que marque la vuelta a su territorio. Y como una radiación que irrumpe súbitamente en
la tierra, Alma se encontró con aquella momentánea respuesta: las constelaciones eran tantas
y tan variadas que cualquiera podía ser la Cruz del Sur, si ella lo deseaba. Sería más grande o
más pequeña. Más junta o más brillante; o con estrellas resplandecientes. Pero algo era seguro:
podían ser miles de combinaciones para los posibles caminos de regreso o de llegada…
Lo mismo para ella: podía ser en esencia cuantos seres quisiera para que habitaran
dentro suyo todos los personajes que le permitiera su propia imaginación; pero nunca sería solo
una. Tampoco había solo una respuesta para tamañas preguntas. Alma sabía que aquella
respuesta solo dudaría lo que ella quisiera y le permitiera su propia intriga. Porque la búsqueda,
como el cielo y sus estrellas, es infinita. Aquella noche en esa calma profunda, Alma se acurrucó
en el húmedo césped. Cerró los ojos. Y encontró la Cruz del Sur brillando, también, en su interior.

“¿Podes bajar esa Luna?


La otra déjala arriba que afuera hace frío”
Aquellas palabras aún me retumban y todavía sigo
tiritando
mientras las aprehendo en la búsqueda
de una respuesta.

IX
Una tarde de ciudad Alma encontró un misterio. Él, atrevido, la miraba desafiante. Ella,
tímida, no hizo caso de su violencia pero había algo en esa mirada que la empujaba a conocer.
Descifrar. La ciudad estaba de aniversario, distraída como siempre en la masividad de las
multitudes. Y Alma dijo: “¿por qué no?”, y se acercó humildemente al misterio.
Caminó unos pasos sosteniendo la mirada hasta que poco a poco lo ablandó y su
postura desafiante se transformó en hospitalidad. Apareció un camino y al final había una puerta
encima de otra puerta. Raro, porque no se veía ninguna casa ni portales que atravesar, pero esa
torre de puertas era una invitación en sí misma.
Alma las examinó de cerca, pero solo lograba alcanzar la puerta inferior. Para abrir la de
más arriba era necesario ser una gigante. Y ella era muchas cosas, pero no una gigante. Su
cuerpo era de un tamaño tan normal que si la vieran de frente pasaría desapercibida, si no fuese
por su profunda mirada.
Al final, por intriga se convirtió en una. Lo deseó fuerte y sucedió, como todo. Comenzó
con una profunda inhalación, que luego fueron dos, y tres, y cien. Alma se llenó de aire. Se infló
como un globo y creció. Volvió a las puertas siendo una gigante y abrió la de arriba con fuerza.
No vio nada. Estaba muy oscuro. Encendió una luz y tampoco logró ver. Había que atravesar la
puerta, pero su nuevo tamaño no se lo permitía. Era el colmo, gigante pudo abrirla, pero
pequeña debía atravesarla. Alma cerró las dos puertas y se río a carcajadas de sí misma. Aquel
día, aprendió a amar el misterio de lo que se oculta y es mágico, solo por eso.

Camino y la incertidumbre ya no me (a)sombra


Entre los callos de las plantas de mis pies,
se esconde la lupa para ver la imperceptible
simpleza.

Ellos, insisten en recordarme que para contemplar


hacen falta pies descalzos,
sin suelas negras teñidas por la lógica.

XI

Aunque suena inimaginable Alma lavaba su ropa. Aquel día tocó hacerlo en la casa de
un pescador. Sus prendas se secaban al calor húmedo de la noche de una playa brasilera. Pero,
¿por qué un alma debería andar vestida? Recordemos que la desnudez es un delito para los
seres que sólo ven cuerpos hiper-sexualizados. Ella lo sabía, por eso se escondía en sus disfraces
que, además, debían estar limpios porque la tierra y los rastros de uso delataban la libertad de
sus andares. Entre tanta magia no se podía levantar sospechas.
Eso sí, su ropa limpia no se secaba al calor del sol. La noche era la encargada de
impregnarla de sus aires de silencio y misterio. Muchas mujeres cuchicheaban sobre esa rebelde
costumbre. Otras, más brujas, jugaban con el río y la luna a ser lavanderas mientras concretaban
sus silenciosos hechizos. Como Alma, ellas habían aprendido a no levantar sospechas, escapando
de las hogueras repletas de represión y muerte.
Las mujeres que encontró Alma en el camino fueron siempre úteros para sus constantes
renaceres. Pero los hombres habían trazado una línea que rompía con la entropía desordenada
de encontrar la compleja armonía de cohabitar este mundo. En su búsqueda ella perseguía el
delicado equilibrio entre la energía masculina y femenina. Aunque, como ya sabemos, Alma no
tenía sexo.
La heteronormalidad del estereotipo le daba alergia. Su sexualidad se rebelaba ante el
suicidio lento del sexo precarizado. El resto era la verdadera y vulnerable desnudez de la
intimidad que traspasa la piel.

Me celebro viva.
Amaneciendo libre entre pájaros y sábanas sudadas.
Me celebro el vientre,
que chorrea amor con olor a sexo.
Nos celebro en miradas vehementes de ternuras
hechas fiesta.
Nuestros ojos bailan en palabras sin pestañear.
Tu mano roza mi cintura, me recuerda que ya no
somos uno.
Y un orgásmico gemido aún repite en ecos.

“Los abrazos son instantes decisivos.”

XVI
Lençóis Maranhenses o los lienzos de Marañao. El desierto del Ama(zonas) o el oasis de
agua dulce en el mar. Las arenas vivas que no dejan de moverse y cambiar. Las dunas, montañas
mutantes. Mutando con el viento que las mueve para hacerlas andar. Ellas caminan, viajan.
Andan livianas solo con granitos de arena. Como Alma, sin rumbo al compás del viento. A la
espera de un encuentro con otra arena que la invite a permanecer, durante lo que el viento
permita.
Alma salió a caminar por las dunas de aquella playa. Subió, bajó, se enterró entre las
blancas arenas. A mitad de camino cerró los ojos y siguió andando en penumbras. Sentía que
había algo que debía escuchar. El mar rugía al golpear con las piedras y la petiza vegetación de
las dunas zumbaba con el viento. Su escucha se había agudizado con la oscuridad, pero todavía
no conseguía oír aquella voz. Decidió sentarse y comenzó a dar oídos a su respiración. Luego de
su quinta inhalación lo logró…
Oyó aquella voz dulcemente familiar que le susurró:
"Cuando sea grande me fui de casa y te extrañé... Cuando sea grande quiero aprender a volar
parapente, quiero (con)moverme con el mundo, quiero enamorarme del sexo... Cuando sea
grande voy a tener una casa humilde y perros... Cuando sea grande quiero ser coherente en las
firmezas y las ternuras...Cuando sea grande voy a ser muy feliz..."
Le dijo su abuela al oído.
Alma abrió sus ojos y la nostalgia lloró.

Hoy sentí que el tiempo me susurraba palabras;


lento, pausado, cadencioso.
Acompañaba la danza de mi mano y nos escribíamos.
Me puso las mejillas húmedas y los labios secos.
El tiempo se escurría de mis manos, llevándose la
inspiración.
Dejando cuerpos escritos con tatuajes de historias
que aún no ocurrieron.
Ya es mañana y las palabras vuelan.
Queda el arcoiris después de la tormenta
y las preguntas…

en donde estaban los poemas.

XIX

Alma salió a caminar por el Ama(zonas) y un grito la envolvió. Era un macaco que con el
eco de su canto avivó los alaridos de su vientre en llamas de selva. Ella andaba buscando en
otros rostros la calma de los ojos que brillan con el reflejo del río; con la humildad del colibrí.
Siguiendo el eco casi lo encontró. En una rama, sentado, estaba él. Casi quieto, casi en
silencio. Ante los ojos de los humanos él no hacía nada, o casi nada. Él jugaba en soledad
construyendo castillos de realidades, susurrando palabras sin hablar. Casi cantando, casi
silbando, casi en silencio. Y el eco resonaba en ese mundo de realidades infinitas. Sus ojos
contemplaban magnetizados los casi muros del castillo y sus casi caballos; que no serían nada o
serían todo a los ojos despiertos.
Alma sintió entender y casi se olvida que todo eso no era más que su película ficcionada
del macaco y su eco. Seguro el macaco tendría su propio guión. Tal vez con ella o sin ella. Con
un árbol, o con nada. Casi imposible saberlo. El resto de las historias quedan flotando como un
susurro en la espesura de la selva.
No todos los árboles son verdes;
pero seguro,
todos tienen ojos y me están mirando.

En este bosque, hay uno que tiene una cueva,


desde adentro se puede ver el mundo.

Los árboles tienen manos, eso ya lo sabes.


Sus ramas al viento se abrazan entre sí.

Lo que tú no sabes,
es lo hermosa que se ve tu silueta
sentada a la sombra de aquel Angelim rojo,

y vista
desde mí.

XXII

Dos bombachas colgadas al sol, de fondo un eucalipto gigante erguido entre los edificios
pequeñitos. Más al fondo, pero bien al frente, aquel cielo celeste amaneciéndose. Alma lo sabía,
no todas las mañanas pueden ser hermosas; pero sí todas están llenas de mutaciones de larvas.
No olviden que, además, las mariposas son los pájaros que cantan melodías al alma. Susurran
en su ligero vuelo la sutileza de historias hechas fábulas y mitos, llenas de imágenes fotográficas
impregnadas en sus brillantes colores. Dos conocimientos milenarios: la fotografía o el arte de
pintar con luz nos ilustran las anécdotas que nos enseñan de la vida y también nos recuerdan
que vamos a morir.

Quiero creer que


el secreto de la vida es morir
antes de morir.

Para finalmente descubrir…


que no hay muerte.

XXVI

En un valle de cóndores, aún resonaban las historias sabias de cómo hablar con la tierra.
La princesa Juanita fue una locutora silenciosa que se había erguido en hatun ñawpaq willakuy.
Como siempre las niñeses comprendían esa compleja simpleza.
“¿Quién es la princesa Juanita?”, le preguntó Alma a aquel pequeño campesino. Él le
explicó que todavía estaba en Arequipa y que dicen que en estos meses la van a traer. “Pero,
¿está viva?” insistió ella. “Estaba -me dijo él- fue un “pago” a la tierra para que no creciera más-
.” Pensativo, hizo un silencio y continúo: “-La tierra pide esas cosas, porque si no ella estalla y
usted ya sabe… acá están los volcanes pe.”

El vuelo de un cóndor mi inspiró lucha.


Me encontró distraída en un camino de cielo.
Yo,
subía más allá de las cimas;
él majestuoso,
se me aparecía.

Recordándome que ahí los cantos y los silencios


están hechos de chicha y quena.

El vuelo de un cóndor me devolvió ancestros.


Y me llenó el pecho del viento que deja su
circular abrazo.

Espejos con

(ante)ojos

“…los que llegan no me


encuentran
los que espero no existen”
Alejandra Pizarnik
V
Entre los personajes que nuestra Alma encontró, todas eran almas puras, claras. Todos
espejos. Cristalinos. Reflejaban luces y oscuridades propias en ajenas. Espejos, solo eso. Una
excusa para mirarse. Aunque ningún@ acababa con la soledad. Una noche, Alma se encontró
con dos almas más. Estaban en un espacio raro entre el mundo y la soledad. No lograban salir
de esa burbuja en la que habían caído al elegir andar el camino sin compañía.
Las almas compartían, pero no confluían. Estaban lejanas en cercanías que las
aterrorizaban. En una cena forzada, compartían el silencio de palabras vanas. Se decían algunas
frases hechas que escondían lo evidente: en el fondo, cada una seguía estando sola. En esa
compañía errante, su soledad se hacía más profunda. Alma lo sabía, porque también había
encontrado la soledad en el amor, en las multitudes y en tantas otras compañías. En realidad, la
soledad era solo una ilusión para todas. Nuestra mente nos miente y Alma lo sabía. Así todo, esa
noche, sentada en la cama, ella abrazaba sus rodillas para consolarse a sí misma de aquellas
mentiras.

Escribirle UN POEMA a la soledad sería algo así


como aceptarla.

Me niego a creer que el sol reflejado en mi sombra


no me acompaña en el camino recto.

Me niego a pensar que el mundo se acaba y termina


entre los límites de mi piel.

Me niego, lo digo; a ver vacíos los ojos de


ellos,
mis espejos.
VI

Antes de comenzar su viaje, Alma había estado junto a su madre y aun así se sentía sola.
Entre ellas había un lazo de amor muy poderoso, pero no se encontraban. Alma se había perdido
y su madre quería encontrar algo que ya no estaba ahí. Aquella niña inocente había crecido;
eligiendo y mutando por sí misma. Eso ponía una distancia inmensa entre ellas.
Alma la nombraba insistentemente en vano para confirmar su presencia. Madre. Mamá.
Má. Mantra. Luna mantra. Alma nació de otra alma, que además se encontró antes en el amor
de otro abrazo. Hicieron el amor. Hicieron a Alma. Profundos regaron la piel de semen y óvulos
danzantes a la luz de amar. A-mar el mar de Almas que eligen nacer en el suspiro del orgasmo
de ser uno, una y mil veces, aire. Parir la luz de carne en ríos de sangre. Tierra que surca el vientre
de útero latiendo vida. Germina. Crea. Nace. Existe.
El pecho de su madre. La leche de sangre y tierra. La caricia cálida de criar para la
libertad. Soltar. Expulsar en tres contracciones el alma y partirse, parirse y parir para luego ver
ese cuerpo partir. Irse del útero al pecho. Del pecho al abrazo. Del abrazo al codo. Del codo a la
cabeza. De la cabeza a los pies y ahí solo, echar raíz. Amor incondicional de regalar tiempo al
amor de crear un ser. Así su madre crió a Alma. Y ella vino a esta vida a enseñarle. Su relación
se puede resumir en estas letras que surcando el aire le dejó nuestra Alma a su madre antes de
salir.
“Nací. Alma soy. Vine aquí para ser libre. Enséñame a vivir. Caminar. Andar en bicicleta.
Volar. Déjame dormir en la tierra que en mis sueños el cielo está más cerca. Me voy, pero
reapareceré. En un soplo lanzaré ese eterno abrazo de vida al viento y él, sabio, acariciará tu
vientre; agradecido del cuerpo que alimentaste de leche y agua. Gracias por darme vida
viviendo. Gracias por soltarme a la corriente y encontrarme libre otra vez. Hoy despierto y te
veo madre, besando el aire. Te amo. Vivo y crezco. Soy lo que aprendí de vos y también lo que
no.”

La maternidad es un camino sinuoso


Repleto de cornisas abismales
Desafía el equilibrio, la constancia y la
matemática
Te incómoda para acompasar en los riscos.

Vos,
siempre elegiste esa coherente audacia,
Y es por eso…
que te admiro tanto, vieja.
VIII
Ya no vivía ni en ciudades, ni en playas, ni en montañas, ni en pueblos; ella vivía de viaje.
Sus ojos eran una ventanilla en constante movimiento y su cuerpo una esponja, que absorbía
con asombro el deslumbrante globo que la rodeaba.
Ella creía en las sirenas, aunque no las había visto. También sabía que la luna era un ojo
que de noche la miraba, sin que nadie se lo haya dicho.
Un día en una ruta de memorias, encontró a una de sus niñas, que como un reflejo volvía
en carne de otra niña. Se sentó al costado de aquel camino y se vio amorosamente reflejada en
Luna, que había llegado con su cuerpecito pequeño pero fuerte, ingenuo y sagrado. Sus ojos, un
portal al universo. El pelo enmarañando le cubría su rostro claro. Y su vestido de algodón la
envolvía como en un abrazo. De repente el cuerpo de Alma despareció contemplando a aquella
pequeña personita.
Luna tenía en sus manos cemento en polvo de una obra en construcción que estaba
cerca de allí. Con sus delicados deditos tomó una pizca y la esparció por sus párpados como si
fuese el cosmético más caro. La niña desparramó aquel polvo por el contorno de sus profundos
ojos; convencida de que aquello simulaba perfectamente las sombras y pinturitas que tenía Lara,
su vecina. Aquel día, casi sin más remedio, Alma se terminó de enamorar de las infancias.

al don al don al don pirulero cada cual cada cual


tiene su enredo
y rolla rolla desenrolla cada cual cada cual
atiende su juego
y pato pato pato pato pato pato
ñato
uno dos tres cuatro siete nueve cinco diez
________pica para la madurez
de insistentemente reconocerme niña
de elegir jugar a todos tus juegos sin comas ni
puntos ni reglas
XIV
Durante su viaje Alma tuvo una amiga más extranjera que ella. Irán era de un lugar muy
lejano. Ella estaba muerta. Era simpática, sonreía mucho, hablaba poco. Alma la aprendió a
querer enseguida. Duró poco la amistad, porque ella poco se quedó. Pero mientras anduvo por
aquí, Irán aprovechó y le hizo una gran pregunta:
- ¿Quién fue el culpable del genocidio de aquellas bellas almas que de tu tierra han salido tan
injusta y tempranamente? -.
Alma dudó un momento y retrucó- ¿A l@s 30 mil compañer@s desaparecid@s te refieres o a
l@s herman@s indígenas? -.
-Es@s mism@s, aquellos seres tan imprescindibles- contestó Irán.
Alma, sorprendida por la pregunta, enseguida pensó en Videla y Roca... Pero la verdad,
aquello era mucho más complejo y duro.
Recordó a su prima Flor, desaparecida por trata, en el invisibilizado genocidio a las
mujeres. La invadió la sensación de desear la muerta para evitar la tortura de pensarla cautiva
viva. El incesante impulso de salir a buscarla desesperadamente ante ese perverso
“desaparecer”. La impune forma de robar una vida. Las macabras prácticas del exterminio
silencioso, lleno de complicidades, del disciplinamiento de miedo e indiferencia. Maquinarias
gigantescas desplegadas para explotar, para matar; perfeccionando su industria de vidas
desechables.
En su vida de palabras una persona “desaparecida” desafiaba la capacidad de
asimilación de Alma. Ella no sería cómplice de esa mentira. A flor la secuestraron, la explotaron,
la cosificaron, la torturaron, la destruyeron. Ante tamaña monstruosidad, el asesinato, aunque
nos duela el alma, es una salvación.
Recordó la pregunta de Irán y con los ojos empapados de lágrimas, el rostro desfigurado
de vergüenza y la boca fruncida de impotencia respondió: -Creo que la culpable también soy
yo...

Intento escribir algo que consuele la falta.


El tiempo es más que tirano en expresar tu ausencia.
Tu foto sigue siendo desaparición multiplicada en oscuros
laberintos de miles de mujeres.
Trato de no pensar, en vos y la trata.
Y me propongo todos los días seguir tratando.

Tu ausencia se clavó en mi sombra.


Mi imaginación traicionera aun me protege de la perversidad
y me impide ponerle imágenes a esa realidad siniestra.
Solo veo a hombres que desde sus tronos te torturaron.
Son una máquina que anda sin ingenuidad, llena de piezas
podridas que giran a plena luz del día.
Y los cuerpos. Y las mujeres. Y las vidas. Y el horror de
la desaparición
Algo que no está en sus libros académicos y sus programas
de TV.
No es algo, sabes…
Es vida arrebatada.

XV
Alma era una privilegiada, pues tenía el coraje de sentir al mundo con los brazos
abiertos. Aquella noche se encontró con un amigo y conversó:
-Que cómo hipnotiza el fuego. Que el amor sin felicidad, no es amor. Que hablar de mí es fácil,
difícil es ser yo.
-Que subir. Que bajar. Que los ríos desembocan en el mar. Que el mar es agua salada. Que el río
agua dulce. Que para el ser humano el agua es fundamental.
-Que no sé qué... Que qué sé yo… Que una hoja de palmera se convertía en sombrero. Que dos
personas se convertían en amigas.
-Que el cielo estrellado que el mar agitado que el río crecido que el agua mezclada que los
prejuicios quemados.
- Que el fuego apagado. Que el rumbo fijado…

Cuando tus ojos hablan,


te digo palabras vanas para ocultar mis verdades
Pero si tú ya las sabes,
¿por qué me dejas todo el trabajo a mí?

Hay un abismo que me paraliza cada vez que te veo


y lo sabes.

Entonces,
¿por qué te alejas cuando te pido que te quedes?

XXI
“Las guarmis lo hacen bien, ellas caminan constante y amable”, le dijo la doña a Alma,
en la frescura de la sierra peruana. Ella era ruda, ya se había mofado de una descompostura que
Alma se había agarrado por comer algo parecido a una cebolla, que había encontrado tirado. Se
mofó también de su desconocimiento del arte culinario. Pero, así y todo, había en esa doña un
aire de dulzura detrás de esa dureza.
Alma pensó: “ella no hizo nada para que me quede a su lado, pero a mí me apetecía
acompañarla; o bien acompañarme.” Pero pronto vino el primer enojazo de la doña cuando
Alma se puso los auriculares. “Ya ni se le puede hablar!”, dijo. Por suerte Alma la escuchó y le
pidió que siguieran conversando. Pero la radio de la doña otra vez deslumbró su atención
cantando huaynos y marcando las doce con voz chillona de locutora; que desentonaba, hasta
para cantar la hora. Alma volvió, pero la doña ya no estaba ahí. Por algún motivo también había
volado en su soledad de valle, en su sopa a leña, en su ropa limpia, en su cadera desecha. En
alguno de esos sitios ella estaba flotando, disimulando su nostalgia en manos curtidas.
Al cabo de un rato, se miraron y volvieron a encontrarse. La sopa estaba casi lista, ya era
hora. Se dijeron hasta luego y después hasta siempre, convencidas que hasta mañana seguro
que no sería.

Con el ahuayo colorido en su cansada espalda


andaba tranquila ella.
En una mano su banquito de madera y en la otra la
canastita de mimbre llena de dulces para los
chibolos.

Caminaba el mercado con su mirada escondida bajo


el sobrero marrón, andaba tan ligera…

Se ganaba la vida antes que la vida le gane a


ella.

Con sus manitas pequeñas recibía las monedas que


su madre tierra le transformaba en riquezas.

Warmi del mercado.


Fruto y caramelo de esta tierra,
riegas mi mirada de infinita

humanidad.

XXIII

En un crepúsculo violeta Alma conoció a Azul. Ella era un espejo transparente como el
agua parda del Ama(zonas) que regalaba reflejos claros para los ojos despiertos; y a veces
también, a algunos que solo eran tercos. Azul era una caminante del cielo, andaba como canal
entre la verde tierra y lo celeste. Con la calma de los pájaros que se posan en pequeñas ramas
en perfecto y sutil equilibrio. Azul había llegado para enseñarle a Alma aquel majestuoso arte
de caminar el cielo sin volar.
Ella le dijo: “ustedes les escritores andan caminando con sus personajes al lado y ell@s
son tan grandes que a veces, hay que cruzarse de vereda porque no se puede caminar a su lado”.
Azul había llegado para enseñarle a Alma aquel majestuoso arte de caminar el cielo
acompañada.

Cuándo me amaré de verdad...

no es una pregunta,
es solo una idea.

Me encuentro plena,

y recuerdo

que hay much@s que también lo hacen por mi

Вам также может понравиться