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Obregón era el caudillo indiscutido, el vencedor de Francisco Villa, “el hombre más
popular y temido”, según Blasco Ibáñez. Su proyecto era claro: “Si no consigo que
me elijan presidente, será porque no quiere don Venustiano. Pero antes de que el
viejo barbón falsee las elecciones, me levantaré en armas contra él”. La guerra
estaba declarada. Se conectaba así el conflicto sonorense con el movimiento
obregonista, de modo que muy pronto la rebelión adoptó un carácter nacional y
pasó del desafío político a la lucha armada generalizada.
En este plan más que nada fue proclamado en contra del presidente Venustiano
Carranza y en el desconocían su gobierno.
El plan, además de no reconocer a los gobernadores porfiristas que toleraba el
gobierno de Venustiano Carranza, no reconocía a todos los Gobernadores
asignados en los estados de Guanajuato, San Luis Potosí, Nuevo León, Querétaro
y Tamaulipas, así como al gobernador del estado de Nayarit. Se proponía no
combatir a las autoridades, siempre y cuando éstas no hostilizaran al Ejército
Constitucionalista Liberal, que encabezó Adolfo de la Huerta, a la sazón
gobernador sonorense. De la Huerta, por este plan, tuvo la facultad de nombrar
gobernadores interinos en los estados donde el Ejército Constitucionalista Liberal
los había derrocado o no reconocido. Elías Calles y los sublevados que
secundaron el plan de Agua Prieta hicieron un llamado a los gobiernos de los
estados a nombrar representantes a una junta, que a su vez habría de nombrar al
presidente interino de la República. Este jefe de estado provisional debería a su
vez convocar a elecciones generales apenas tomara el poder.
En pocos días, prácticamente todo el territorio del país estaba en manos de los
rebeldes.