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CAPÍTULO XI

LA ACCIÓN IMPUTABLE Y CULPABLE


TEMARIO

164.- La acción culpable. 165.- La imputabilidad. 166.- La culpabi-


lidad. 167.- El fundamento de la imputabilidad. 168.- El funda-
mento de la culpabilidad. 169.- Derecho mexicano. 170.- La impu-
tabilidad disminuida. 171.- La actiones liberae in causa.

164.- La acción culpable. E l examen de la fuerza moral que, se-


gún Carrara, concurre con la física a generar el delito, nos lleva a
considerar la culpabilidad, elemento subjetivo del delito. Ella da ori-
gen, según la teoría psicológica, a la relación psíquica de causalidad
entre el actor y el resultado. Su fundamento radica en que el hombre
es u n sujeto con conciencia y voluntad, por lo que es capaz de cono-
cer la norma jurídica, y de acatarla o no. De aquí la reprochabilidad
de su conducta o sea su culpabilidad, en razón de que el sujeto ha
podido actuar conforme al Derecho.
Por otra parte, la teoría normativa de la culpabilidad (Frank,
Freudenthal, Mezger) sostiene que para que exista ésta no basta dicha
relación de causalidad psíquica entre el autor y el resultado, sino que
es preciso que ella d é lugar a u n a valoración normativa, a u n juicio
de valor que se traduzca en u n reproche, p o r no haberse producido
la conducta de conformidad con el deber jurídico exigible a su autor. L a
culpabilidad es, p o r tanto, una reprobación jurisdiccional de la con-
ducta que h a negado aquello exigido p o r l a norma.
E l elemento moral en la acción incriminable sólo ha venido a ser
reconocido en estadios superiores de la doctrina penal; antes fue
general la responsabilidad sin culpabilidad, que las primeras legisla-
ciones, Roma y el derecho germánico, consagraron abundantemente.
Se reconoció culpabilidad a los animales y aún a las cosas. Pero m á s
tarde, p o r influencia de l a filosofía griega, Roma reconoció por fin
que no pueden darse n i delito n i pena sin fundamento en la voluntad
antijurídica, manifestada ya como la ofensa intencional a la ley moral
y al Estado (doltis); ya como descuido o negligencia culpable (culpa);
de donde se admitió en seguida que los hechos ejecutados sin i n -
tención n i culpa no eran plenamente sancionables, sino a lo sumo,
sancionables mediante la expiación religiosa. Los teólogos de l a Edad

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Media, al fundar el liberoarbitrismo, hundieron las raíces del delito-


pecado en el alma humana subrayando así la inmoralidad de la ac-
ción. Modernamente, Carrara escribió: el hombre está sometido a las
leyes criminales en virtud de su naturaleza moral; por tanto, nadie
puede ser políticamente responsable de u n acto del que no es res-
ponsable moralmente; la imputabilidad moral es el precedente indis-
pensable de la imputabilidad política. Y hoy, después del correccio-
nalismo de Roeder, el positivismo defensista se expresa así: la acción
u omisión sancionada por u n código penal no constituye delito por
la sola objetividad material del hecho; éste debe ser siempre la ex-
presión de una personalidad más o menos socialmente peligrosa, que
lo es a causa de la propia condición psico-patológica o por falta de
desarrollo psíquico o porque el hecho sea una acción del individuo
determinado por intenciones delictuosas; si el hecho dañoso no es
espontáneo (como en la fuerza física y en la sugestión hipnótica) el
procesado puede decir con justicia que no es suyo y, por tanto, no
debe responder legalmente de él; pero aunque el acto sea suyo, como
exteriorización e índice de su voluntad, es preciso para que sea deli-
to que haya sido determinado por una intención delictuosa o por u n
olvido de aquel mínimo de disciplina social que impone la vida civil
(Ferri); es decir, dolosa o culposamente.
L a culpabilidad o reprochabilidad está siempre referida a u n he-
cho externo, a una conducta; solamente puede referirse a una con-
ducta determinada y singular del hombre, pues no es u n estado o
condición m á s o menos permanente del individuo sino una nota que
recae sobre una actuación concreta; únicamente puede hablarse de
culpabilidad en el sentido penal cuando se trata de hechos típicos y
antijurídicos, nunca de una conducta permitida por la ley (Novoa
Monreal).
Como se ve, dolo y culpa, como grados o especies del elemento
subjetivo del delito, corresponden ya a una realidad universalmente
indiscutida, aun cuando su fundamentación filosófica sea distinta se-
gún las escuelas.

165.- Para que la acción sea incriminable, a d e m á s de antijurídica


y típica ha de ser culpable. A h o r a bien, sólo puede ser culpable el
sujeto que sea imputable.
Imputar es poner una cosa en la cuenta de alguien, lo que no
puede darse sin este alguien; y para el Derecho Penal sólo es alguien
aquél que, por sus condiciones psíquicas, es sujeto de voluntariedad.
Ahora bien, por voluntad se entiende en las escuelas liberoarbitristas, la
libertad de elegir, que con la libertad de obrar es lo que se ha llamado
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concurso de la voluntad (Carrara); en las escuelas deterministas, aun


reconociéndose como base de la imputabilidad el conocimiento y la
previsibilidad del hecho, se entiende la conducta humana determinada
por fines antisociales, ajenamente en todo al libre albedrío, cuestión
abstracta que no interesa, pues lo único que importa a la sociedad
humana es si la conducta causó el hecho objetivo voluntariamente o
no, a fin de adecuar el tratamiento al sujeto. Será, pues, imputable,
todo aquel que posea al tiempo de la acción las condiciones psíquicas
exigidas, abstracta e indeterminadamente, por la ley, para poder de-
sarrollar su conducta socialmente; todo el que sea apto e idóneo j u -
rídicamente para observar una conducta que responda a las exigen-
cias de la vida en sociedad humana.

166. - Pero sólo aquel que, siendo imputable en general, deba res-
ponder en concreto del hecho penal determinado que se le atribuya,
es culpable. Mientras la imputabilidad es una situación psíquica en
abstracto, la culpabilidad es la concreta capacidad de irnputación legal,
declarable jurisdiccionalmente, por no haber motivo legal de exclu-
sión con relación al hecho de que se trate. (La acción realizada en
función de miedo o temor corresponde a u n sujeto imputable, pero
al que no puede serle reprochada su conducta, por lo que no es cul-
pable).
Imputabilidad y culpabilidad concurren a integrar la responsabi-
lidad penal: declaración jurisdiccional de ser una persona imputable
y culpable por una acción determinada y, como consecuencia, sujeto
.de una pena cierta. E n otras palabras: juicio valorativo de reproche.
Por último, es evidente que la imputabilidad y la culpabilidad
deben ser colocadas después de la antijuridicidad y de la tipicidad,
entre los elementos del delito: la culpa criminal sin u n obrar antiju-
rídico y típico es una quimera (Binding).

167. - C o m o fundamento de la imputabilidad se han sostenido


durante largos siglos los principios del libre albedrío y de la respon-
sabilidad moral que, estimándolos inmutables, señaló Carrara como
base perdurable a la Escuela Clásica al mantener que la libertad es
un atributo indispensable de la voluntad, de tal suerte que ésta no
puede existir sin aquélla, del mismo modo que no puede haber ma-
teria sin gravedad. L a imputabilidad se fundó, así, en el concurso de
la inteligencia y de la libre voluntad humana. E n consecuencia, donde
faltara el libre albedrío o libertad de elección, no cabía aplicación
de pena alguna, cualesquiera que fueran las circunstancias de la ac-
ción y las condiciones propias del sujeto. Profundamente enraizada
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en la conciencia popular esta doctrina y por ello políticamente eficaz, en


cierto modo se la reconoce modernamente utilidad por algunos au-
tores, siempre que se identifiquen el libre albedrío y el estado normal
del hombre (Saleilles, Mayer, Thyren).
La libertad de querer es negada por las escuelas deterministas con
fundamento en que, si es verdad que el querer es el motor de la con-
ducta, a su vez está determinado por otros motivos naturales, sociales
e individuales. E n consecuencia, la imputabilidad se fimda en la de-
terminabilidad normal o facultad normal de determinarse frente al
motivo (Liszt, Prins); en la identité du moi et la similitude sociale o sea
que la acción pertenezca a una persona con alma propia y no parási-
ta y con rasgos semejantes de consanguinidad social con la víctima y
con los acusadores (Tardé); en la salud mental, o sea la integridad
normal de la razón (Camevale); y, por último en la defensa social.
Para la defensa social son imputables todos los que cometen he-
chos punibles prescindiendo del problema de si obraron libre y es-
pontáneamente. L a imputabilidad deriva de la existencia misma de
la sociedad, porque el sujeto es causa física de la infracción; el hom-
bre es penalmente imputable porque lo es socialmente y porque vive
en sociedad y mientras viva en ella (Florian, Ferri). N i absolución n i
penitencia para los clásicamente inimputables: medidas de seguridad
como tutela del delincuente mismo tanto como de la sociedad. L a
imputabilidad es consecuencia de la personalidad del infractor frente
a la cual reacciona la sociedad con medidas adecuadas.
Ninguna teoría —subraya Florian— admitió nunca una investiga-
ción del elemento subjetivo del delincuente tan amplia como la de la
defensa social, que incluye también fines de redención individual y
de mejoramiento social; a las cualidades morales, a las condiciones
psíquicas del imputado, al elemento subjetivo del delito, en suma, se
deberán por el contrario, i r a buscar principalmente los criterios
para decidir cuál medida conviene a la defensa social.

168.- E l fundamento de la culpabilidad está en las condiciones


en que determinada conducta es producida, llenado el tipo legal;
condiciones que prueben que el hecho mismo es atribuible al sujeto,
file querido por éste y amerita u n juicio de reproche.
Como fundamento de la culpabilidad se ha señalado la peligrosi-
dad criminal. E l concepto de ella es muy antiguo, parte de Feuerbach
y hasta de Santo Tomás; pero modernamente lo concretó Garofalo al
referirse, desde 1880, a la temibüitá.*'^'' Los autores positivistas repiten

V. terna 71.
DERECHO PENAL MEXICANO 469

fundamentalmente la noción fijada por Garofalo y dicen: capacidad,


aptitud, inclinación, tendencia, a ser con probabilidad autor de un
delito (Grispigni, Florian). Últimamente ha pasado a distinguirse en-
tre peligrosidad o estado peligroso y temibilidad, aquélla como causa
de ésta, que es su consecuencia (Rocco).
U n a nueva noción del estado peligroso nace en los Congresos de
la Unión Internacional de Derecho Penal (1892-1910), con Prins y
Liszt: la defensa social, p o r medio del juez, debe entrar en fimción
para apreciar el carácter m á s o menos antisocial del culpable y el
grado de intensidad del móvil antisocial que le empuja a delinquir
(Prins); la noción del estado peligroso debe sustituir a la demasiado
exclusiva del hecho perseguido (Liszt); como el delito es indicio de
una interior perturbación (Roeder) y no puede ser considerado como
fenómeno aislado sino como la manifestación en u n momento dado,
de inclinaciones antisociales no corregidas en el individuo, no hay
acciones perturbadoras, sino propiamente estados de perturbación,
o sea estados peligiosos; la noción de delito como infracción queda
así enteramente sustituida por la de delito-estado: desde ahora —es-
cribe Prins— debemos hacer figurar en primer término una noción
que se había dejado en la sombra: la del estado peligroso del delin-
cuente, sustituyendo a la concepción demasiado exclusiva del acto
perseguido. E n consecuencia, la nueva noción del estado peligroso
exige que el juez tenga facultad para aplicar las medidas de seguri-
dad y defensa hasta a aquellos sujetos que no hayan cometido delito
alguno, pero que sean peligrosos. Por las radicales conclusiones a que
conducen y en que puede naufragar la libertad humana, los anterio-
res principios no son universalmente admitidos por cuanto chocan con
el régimen de garantías amparado por el dogma nulla poena sine le-
ge.'^^^ Esta última posición, sostenida p o r los autores fi-ancoitalianos,
concuerda mejor con nuestro derecho que la de los germanobelgas.
L a teoría del estado peligroso ha sido perfeccionada últimamen-
te distinguiéndose entre los estados peligrosos predelictivos (infrac-
tores defectuosos, degenerados o anormales, por antecedentes y p o r
vías de hábito o de pasión), y los postdelictivos, que se comprueban
por la misma infracción penal, teniéndose entonces por medida de
la peligrosidad la inft-acción misma considerada ya como resultante
de un fenómeno humano y social complejo y no como entidad legal.
La aplicación de una pena a un sujeto imputable debe sustentarse en la
prueba de su responsabilidad y ésta tiene como fundamento e l está-
do peligroso porque la peligrosidad es el título mediante el cual se

V. tema 80.
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perfecciona la responsabilidad criminal. Pero debe disünguirse entre


peligrosidad social y criminal; la primera es subjetiva, es la sola ap-
titud, mientras que la segunda es objetiva, es la misma aptitud reve-
lada objetivamente por el delito; y mientras en Derecho Penal rija
la garantía criminal, aquélla caerá hiera del campo penal propio; a la
peligiosidad social deben dedicarse las medidas de segundad y a
la criminal las penas como consecuencia del delito, si bien teniendo
aplicación también en relación con éstas la peligrosidad, pero sólo
cuando de individualizar dichas penas se trate en vista de la viciosa
inclinación para delinquir revelada por el delito mismo.

169.- Inspirado el c. p. 1871 en l a Escuela Clásica, aceptó como


presupuestos de la pena, sin declararlo expresamente en su articu-
lado, la justicia absoluta y la utilidad social combinadas; miró el
delito como entidad abstracta y propia y la voluntad c r i m i n a l como
resultante de la inteligencia y del libre albedrío. De aquí que la
imputabilidad se fundara en la inteligencia y en la voluntad que
hacen a los hombres moralmente responsables (art. 34 fr. I). E n
cuanto al c. p. 1929, su intérprete auténtico, don J o s é A l m a r a z , de-
clara que en dicho c. p.

se quiso aplicar en toda su pureza la doctrina del estado peligroso; y como


desgraciadamente la realización de este desiderátum se oponía a los preceptos
constitticionales, de ahí que la Comisión, si bien procuró liacer resaltar la
importancia de la personalidad del infractor, se viera obligada a tratar el
delito en la parte general y a catalogar los tipos legales de los delitos en el Lib.
III del código; el código no hizo depender la temibilidad exclusivamente
del estado del infractor, sino que consideró también el delito; en ésta, como en
otras innovaciones, estuvo en perfecto acuerdo con la Escu-ela Positiva italia-
na y. como los modernos proyectos de esta Escuela, presentó un carácter tran-
sitorio.

Como se ve, el designio mismo fiie en cierto modo ecléctico, dados


los imperativos constimcionales mexicanos; pero además lo fiie tam-
bién la realización pragmática del designio mismo en el articulado,
aun cuando se hicieran declaraciones tan categóricas como la de que
el delito se considera como "un síntoma de la temibilidad del delin-
cuente" (art. 161 c. p. 1929), pues se reconoció validen al sistema de
atenuantes y agravantes catalogadas enumerativamente en el código.
Por lo que hace al c. p., tras de admitirse como base de la incura-
bilidad la voluntad^'^\o se mantuvo como base de la culpabilidad

V tema 125.
DERECHO PENAL MEXICANO 471

el estado peligroso por oponerse a ello las garantías individuales que


la Constitución consagra (Ceniceros y Garrido); pero el c. p. se ins-
piró también en la defensa social reconociendo en la peligrosidad u n
elemento fundamentalmente aprovechable para la fijación de la pena
o medida de seguridad, en vista de las tendencias antisociales reve-
ladas por el delincuente mediante el delito mismo, no antes. De aquí
la adaptación de la sanción a la persona cuya peligrosidad queda
revelada] en efecto, fundamental importancia adquieren los arts. 51
c, p. (46 y 47 del Proy. 1949), el primero de los cuales disponía
que, dentro de los límites fijados por la ley, las sanciones se aplicarán
teniendo en cuenta, no el presupuesto de atenuantes y agravantes
catalogadas por la ley, sino "las circunstancias exteriores de ejecución
y las peculiares del dehncuente"; y el segundo que, en consecuencia,
en la aplicación de dichas sanciones debían tenerse en cuenta " l a
naturaleza de la acción u omisión y de los medios empleados para
ejecutarla, la extensión del daño causado y del peligro corrido [inc. 1];
la edad, la educación, ilustración, costumbres y conducta precedente
del sujeto, motivos que lo impulsaron a delinquir y sus condiciones
económicas [inc. 2]; las condiciones especiales en que se encontraba
[al delinquir] y los demás antecedentes y condiciones que puedan
comprobarse... y las circunstancias de tiempo, lugar, modo y ocasión
que demuestran su mayor o menor temibilidad [inc. 3]"; por último,
"que el juez deberá tomar conocimiento directo del sujeto, de la víc-
tima y de las circunstancias del hecho, en la medida requerida para
cada caso".
Obediente a las exigencias constitucionales que consagran l a i m -
periosa predeterminación legal de los delitos y la inapUcabilidad de
las penas cuando no exista delito,'"'' y con la mira de recoger excep-
cionales estados de peligrosidad y dar así entrada, siquiera tímida-
mente, a la peligrosidad social y a una más amplia defensa social, el
legislador de 1931, inspirado en preceptos del de 1871 (arts. 854 y
862) pero a la vez creando fórmulas nuevas hubo de configurar como
delitos especiales tales estados; así, p. e., creó el delito de "vagancia
y maivivencia" consistente en "no dedicarse a u n trabajo honesto, sin
causa justificada, y tener malos antecedentes" (art. 255 c. p., reforma
de dic. 29, 1950, D. O. ene. 12, 1951) [Hoy derogado]; o e n ser
aprehendido " u n mendigo con disfraz, o con armas, ganzúas o cual-
quier otro instrumento que dé motivo para sospechar que trata de
cometer un delito" (art. 256 c. p.). E n ambos casos se trata, eviden-
temente, de estados peligrosos predelictivos propiamente; sólo que,

V. tema 80.
472 CARRANCA Y TRUJILLO-CARRANCA Y RIVAS

por imperativo constitucional, hubieron de adoptar tipos determina-


dos de delito, no de lesión sino de peligro, a fin de posibilitar la
defensa social.
Tan híbridas soluciones evidencian la necesidad de una tarea ra-
dical: la reforma de la Constitución.

170.- La imputabilidad disminuida. Zonas intermedias (Maudsley),


formas de paso (Forel), estados limítrofes (alienistas alemanes), se h a
llamado a los períodos intermedios entre la razón y l a locura, entre
la conciencia y la inconsciencia, entre la minoría y la mayoría de
capacidad penal p o r la edad. Imputabilidad disminuida o atenuada
señaló a estos casos la Escuela Clásica: para la libertad disminuida,
por estarlo la inteligencia y la voluntad, pena atenuada proporcional-
mente a la disminución de ambas y a la de cada una (Carrara). Pero
la defensa social combate p o r absurda tal solución, con razón sufi-
ciente a nuestro juicio, ya que se somete a pena menor a los sujetos
más peligrosos o que puedan resistir menos a sus impulsos perversos.
Puesto que el defectuoso, menos responsable, puede al mismo tiempo
ser el más peligroso, la imposición de una pena reducida comprome-
tería el orden público (Prins). Para tales sujetos medidas de seguridad
a fin de imposibilitar sus actos antisociales.
L a infranqueable limitación constitucional vedó a nuestra ley pe-
nal dar solución adecuada desde el punto de vista defensista a los
jroblemas de la imputabilidad disminuida como causa de responsa-
íilidad social. Tan sólo, cuando la inimputabilidad coincide c o n la
acción dañosa, no cuando falta ésta, es cuando surte efectos; así decía
nuestra ley penal que "los locos, idiotas, imbéciles, o los que sufran
cualquier otra debilidad enfermedad o anomalía mentales, y que ha-
yan ejecutado hechos o incurrido en omisiones, definidos como de-
litos serán recluidos en manicomios o en departamentos especiales
por todo el tiempo necesario para su curación, y sometidos con auto-
rización del facultado a u n régimen de trabajo. E n igual forma pro-
cederá el juez con los condenados o procesados que enloquezcan..."
(art. 68 c p. antes de la reforma de dic. 30, 1983 y 60 del Proy. 1949
con muy mejorada redacción: "Los que sufran cualquier proceso psi-
copatológico permanente o crónico"..., etc.). Este precepto está en
relación con la excluyente de "estados de inconsciencia".'"**
(Del texto vigente conforme al Decr. de dic. 30,1983 [D. O . núm.
10 de ene. 13, 1984] aparecen e l nuevo artículo 68 y la fr. II del art.
15 en los términos siguientes, respectivamente:

V. cap. XV que se refiere a lo.s "trastornos mentales de carácter patológico y transitorio"


(art 13 fr. II c.p. antes de la reforma de dic. 30, 1983).
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L a communis opinio resuelve que en tales casos hay responsabili-


dad porque la acción fue voluntariamente desarrollada, siendo indi-
ferente el momento en que se produjo el resultado; el momento del
impulso dado para que el resultado se produzca es el momento deci-
sivo, porque es la causa. E l concepto de causalidad voluntaria no
requiere la permanencia de la voluntad en todos los momentos del
proceso ejecutivo del delito (Manzini); la responsabilidad legal com-
prende también los actos inconscientes, como expresión de la perso-
nalidad del reo, y con m á s razón cuando existe u n dolo inicial en
estado de inconsciencia (Ferri).
E n nuestro derecho las actiones liberae in causa son consideradas
como dolosas, sin prueba en contrario, a virtud de que el dolo se
presume iuris et de jure cuando el imputado "previo o pudo prever la
consecuencia [necesaria y notoria del hecho u omisión en que con-
sistió el delito] por ser efecto ordinario del hecho u omisión y estar
al alcance del común de las gentes" (decía .el art. 9 fr. II c. p.). E n
consecuencia dichas acciones pueden darse como actos o como omi-
siones, presumiéndose dolosos por imperiosa determinación de la
ley. "Dolo de consecuencias necesarias" denomina a esta especie, propia
de nuestro Derecho, J i m é n e z de Azúa, "de consecuencias seguras",
Novoa Monreal.

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