“Que me van a venir a hablar a mí de Asamblea Clínica! Si me crie en la época de la
dictadura…”- es lo que decía Juan al terminar la clase donde se llevo a cabo la primer Asamblea Clínica. Si bien ya vamos por la sexta, no puedo dejar de recordar aquella primera: una ronda, treinta estudiantes, dos profesores. Juan no se levantaba, nadie lo hacía. Veinte minutos de silencio, silencio que decía nada, silencio que decía mucho. Y allí estaba Juan, el estudiante más viejo de la cátedra. Clase ´60, creció en el seno de una familia tradicional de aquella época. El que se formo en el ámbito del silencio, en la época en que los crímenes se secreteaban, se ocultaban, se clandestinizaban… donde permanecía instalada la idea de represión. La estela dictatorial había dejado, en él, sus marcas. Entre pasillo, Juan nos contaba lo que era vivir aquellos tiempos. Acostumbrados al terror, a ser sujetos que no eran hacedores de cultura sino que parecían casi estúpidos o imbéciles. Eran simples reproductores de un orden social convenientemente establecido según los intereses de unos pocos. El sistema de aquellos tiempos, estaba marcadamente diseñado para la reproducción de individuos conforme a la cultura que se quería imponer, la del consumo. Sin posibilidades de creación de algo nuevo, solo posibilidad de reproducir significaciones imaginarias sociales capitalistas. Todos, consentidamente o a la fuerza, a conformarse con los que se quería imponer. Pues, sino, a soportar el peso de la crueldad y sus efectos dolorosos psíquicamente. Al estudiar su secundaria, nos cuenta, lo éticamente aceptable era: sentarse en el banco dispuestos uno detrás de otro, ocupar la posición de “alumno”, y desde esa posición recibir todos los conocimientos que el profesor transmitía. No importaba si lo que se enseñaba era bueno, malo, aceptables o no, la cuestión era no contrastar, no opinar, no criticar, solo callar… Muchos años dejó pasar para animarse a estudiar una carrera universitaria. Recuperó su valentía, y a la vez, saco a la luz su inteligencia, aquella inteligencia que alguna vez le hicieron creer que no poseía. Por ello que, ese día, cuando aún teniendo la oportunidad, le costaba expresar en aquella primera asamblea clínica. Y era la oportunidad de expresar algo que encontrara resonancia en el otro. Resonancia que puede llegar a promover respuestas, que puede llegar a crear producciones de inteligencia lúcida y colectiva en la que se debaten ideas. Pero los tiempos han cambiado, y aunque aún se quiera seguir sosteniendo la instauración forzada de una educación de tipo “bancaria”, Juan ha podido romper las barreras de miedos, de agachar la cabeza, de no decir nada… Es tiempo de lo nuevo, de una nueva ética, donde no solamente se tome la palabra en asambleas clínicas. La ética de hoy hace que aún aquellos que transgreden la ley tengan su lugar y puedan ser escuchados, pues todos somos libres de expresar y a la vez de producir algo nuevo. Todos debemos pasar de ser sujetos pasivos, casi sin posibilidades de expresión y creación; a ser sujetos más activos, donde participar, tener lugar donde ser escuchados, poder expresar, intercambiar ideas, opiniones… Todos en el marco del respeto mutuo y la aceptación del “otro” con todo su bagaje. Hoy Juan, se siente un ser que puede pensar una infinidad de cosas, porque sabe bien que no las va a reprimir, sino expresar. Hoy puede decir lo que piensa, lo que siente, hoy puede hablar francamente. Por eso que, en ésta que es la sexta asamblea clínica, él y muchos estudiantes interceptan sus almas, sus cuerpos, interceptan conceptos, ideas, afectos, sensaciones. Mientras que el reloj rápidamente castiga el tiempo, todos participan, se expresan, por eso que en esta sexta asamblea clínica, nadie quiere terminar.