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PRIMERA PARTE
Capítulo Único
otra parte, la prudencia también parece ser una razón discreta, cuerda y mesurada. El
de la prudencia. Esta no sólo es “una de las cuatro virtudes cardinales, que consiste en
distinguir lo que es bueno o malo para seguirlo o huir de ello”, sino también
además de conocimiento práctico, esto es, referido a la acción humana como algo
dirigir nuestra conducta. Pero sobre el fondo de esta coincidencia resalta su diversidad:
la sindéresis sólo versa sobre los principios remotos que deben inspirar la dirección de
existencia individual.
San Jerónimo, ha venido a precisarse en la filosofía perdurable como la luz suprema que
discernimiento del bien y del mal. “Señor, impresa está sobre nosotros la lumbre de tu
faz”, exclamaba el salmista1. Y es una facilidad que tiene el hombre llegado al uso de
razón para abstraer de nuestras inclinaciones naturales las nociones más comunes del
orden práctico, y formular con ellas los primeros principios que guíen nuestra acción.
Estos principios son universalísimos. El primero de todos ellos: “Hay que hacer el bien
y evitar el mal”, tiene para el orden práctico la misma importancia que el principio de
contradicción para el teórico. Otras verdades de esta clase, por ejemplo, que hay que dar
a cada cual lo suyo, o que no se debe dañar a nadie, son ya más determinadas, aunque
ésta es el hábito de enunciar los primeros principios del orden moral, mientras la ley
natural es el acto realizado por este hábito, el conocimiento mismo que tenemos de
ellos2.
1
Salmo 4, v. 7 (Vulgata)
2
Cf. Santo Tomás, Summa Theologica, I, q. 79, a. 12; I-II, q. 94, a. 1 ad 2; De Veritate, q. 16, a. 1, 2, 3.
Pero el conocimiento de los principios inmutables de la sindéresis es demasiado general
y abstracto para poder hacerse cargo de la dirección de nuestra vida. Esta voz de la
naturaleza racional del hombre es todavía muy genérica, vago silbo desde el trasfondo
del alma, que nos llama desde la lejanía sin pronunciar aún nuestro nombre.
Para guiar nuestra conducta podría acudirse a otro conocimiento de lo práctico: el que la
ciencia moral nos suministra. La mayoría de los autores solventes dicen que la ciencia
moral es práctica, porque no tiene por fin el puro conocer, sino el obrar. Y los que
disienten de este parecer, y afirman que es ciencia puramente especulativa, como hacen
Juan Sánchez Sedeño, Juan de Santo Tomás y José Agustín Greda, no negarían tampoco
que el obrar, como dice explícitamente Sánchez, aunque no sea el fin primario y
Pero con la ciencia moral no hemos salido aún de la verdad abstracta, universal y
disconformidad con la ley moral, y son así concernientes a nuestra vida, captan y
abstraen de ella su último núcleo esencial y necesario, que tiene un ser fijo común a
los primeros principios morales, y aunque fuera además un moralista excelente, no por
eso estas virtudes intelectuales me darían fuerza para sostener mi vida en el nivel que la
razón reclama. Mi vida es contingente y singular y los singulares caen fuera del hábito
¿Es que no puede mi intelecto lograr certeza infalible sobre mi propia contingencia? ¿Es
que no puede haber una virtud intelectual, un hábito de la verdad que no resbale sobre
ocurrentes con vistas al bien individual, al bien doméstico o al bien de la nación entera?
para nuestra vida, pero sumamente general y abstracto si se compara con la floración
concreta de nuestros actos. Cuando de ellas aprendo, v.gr., que debo ser temperante, no
aprendo a la vez cuántas ni cuáles acciones me reportarán aquí y ahora el bien en que
consiste la temperancia; no me dicen cuáles son los medios de alcanzar ese bien, medios
mandamiento de la sindéresis, diciéndome desde su altura que debo sujetar y medir mis
templanza, tejido por los razonamientos de la ciencia moral; es menester que conozca
momento, las relaciones con mis semejantes, mis experiencias del pasado, etc. y
solamente a la vista de estas circunstancias podré saber cuál es la acción que debo poner
aquí y ahora. Este ejemplo hacer ver palmariamente cómo lo que importa para el caso es
Ahora bien; el conocimiento de lo que debo hacer necesita ser prácticamente cierto e
infalible. Sin esta certidumbre práctica no podré, por ejemplo, poner un acto de
templanza que realice en mí los dictados del bien moral. En cada momento debo hacer
esto y no lo otro, lo que la ley obliga desde las alturas de la sindéresis, pero adaptado
aquí y ahora, acoplado a mis intransferibles circunstancias. Y para saber con seguridad
lo que debo hacer en cada momento necesito que me ilustre sobre el caso una fuerza o
virtud intelectual nueva, distinta de la sindéresis y de la ciencia moral. Esta virtud, que
ajusta y amolda la ley moral universal a todos los casos que pueden presentarse, es lo
La acción dirigible por la prudencia puede emanar de una persona sola; pero también
puede ser realizada por una unidad de mayor extensión: una familia, un ejército, una
nación. Para dirigir la acción de cada una de esas unidades se requiere una prudencia
Existe una prudencia que dirige nuestra conducta en orden al bien humano de uno
mismo. Es la que ejercitaba Robinsón para resolver los urgentes problemas que la
planteaba cada rincón en su desierta isla, y la que deberíamos ejercitar todos, sin ser
Robinsones, en cada coyuntura de nuestro existir privado. Estar prudencia personal, que
dirigir la acción humana en orden al bien de uno mismo, sino que miran al bien de los
demás, y que le miran, claro está, no de reojo y con envidia, como para quedarse con él,
sino muy al contrario, para salvaguardarle de todo mal. Con estas prudencias tan
desinteresadas puede el hombre gobernar las dos sociedades naturales en que convive
a asegurar el bien de la familia se llama por eso prudencia doméstica (o, a veces,
económica, esto es, relativa al orden de la casa). La otra prudencia, todavía más
bien de los demás, como son la prudencia doméstica y, sobre todo, la prudencia política.
monástica, procuradora del propio bien del individuo. Kant definía la prudencia como la
habilidad de elegir los medios conducentes al mayor bienestar propio3. A tal punto
parece que no puede haber más prudencia que la individual, y que incluso cuando se
siempre aludiendo a la habilidad de un hombre que tiene influyo sobre los demás para
usarlos en pro de sus propósitos. Una prudencia que salvaguarde el bien de los demás
3
Kant, Grundlegung zur Metaphysik del Sitten, II Parte (moralische Schriften, Leipzig, 1922, págs. 43-44)
parece al pronto chocante, porque resulta contradictorio un concepto de prudencia en el
La sorpresa suspende su mágica inquietud en cuanto nos hacemos cargo de que esta
incompatibilidad entre el bien propio y el bien común sólo es aparente. Nadie busca el
bien ajeno tan desinteresadamente que descuide el bien propio. Con esto no llego a
ganarse satisfacciones privadas, a la manera de Kant, y llegase incluso a decir que las
prudencias que miran a los bienes de los demás lo hacen sólo con el fin de convertirlos
en propios. La realidad es que nuestro bien individual está integrado en un bien social, y
que por eso quien busca el bien social se busca a sí mismo en él, como se busca la parte
relaciones entre el bien propio y el bien común, entre el individuo y la comunidad. Esto
se basa en la solidaridad misma que existe entre el miembro y el cuerpo social de que
forma parte. Y son precisamente las épocas de crisis, como la nuestra, las que ponen
más de relieve esta solidaridad humana del individuo y la comunidad. Hoy asistimos a
llamamos Estado. Nada menos que las dos sociedades naturales están en crisis, en la
medida que una crisis puede afectar a la sociedad natural. Y si perece la sociedad,
naufraga el hombre entero. El bien propio no puede subsistir sin el bien común, ni la
prudencia personal sin la prudencia política. En este punto es inútil que el romántico,
por muy inadaptado que se encuentre a las condiciones de la vida actual, se haga
En nuestra época ha sonado por eso más de una vez el grito que mejo pone de relieve
el bien propio. A esto nos vemos reducidos: a buscar el bien común a toda costa,
jadeantes, porque sin su sostén caemos. De los antiguos romanos dijo Valerio Máximo
que preferían vivir pobres en un Imperio rico, a vivir ricos en un Imperio Pobre. ¡Qué
lección más jugosa! Para nosotros no se plantea así la preferencia, sino de un modo
mucho más dramático: se trata de elegir entre la vida y la muerte. Y si preferimos vivir
4. La prudencia Militar
sociedad civil. Estas son las únicas agrupaciones estables para cuya dirección
necesitamos prudencia. También hay otras agrupaciones cuya buena marcha depende de
la prudencia, pero que no son estables. Nos referimos a aquellos grupos de hombres en
que los individuos tienen que realizar una empresa común, pero transitoria, que una vez
realizada les permite decirse adiós y disolver el grupo; y que no es tampoco una obra de
es el de un ejército movilizado. El jefe militar no solo debe contar con mucha escuela, v.
gr., con mucha técnica sobre el manejo de las armas y de los procedimientos de
acciones que miran al bien de la nación. Pero al bien de la nación conciernen tanto
prudencia política será sobre todo, la del jefe, en el sentido de que tiene más perfección;
pero esto no impide que también pueda hablarse de una prudencia política en el súbdito.
política esta palabra puede parecer desconcertante para el hombre contemporáneo, que
arquitectura como arte de proyectar y construir edificios es un arte principal que dirige
hacia su fin una muchedumbre de artes menores. Los artífices manuales trabajan bajo la
dirección principal del arquitecto, y la arquitectura aparece así como arte superior
Los antiguos, ante este proceder de la arquitectura con respecto a sus artes
se subordina el fin de las artes inferiores. Así, el arte de hacer frenos para el caballo está
que el arte militar es arquitectónica respecto de tales industrias, puesto que las subordina
a su fin.
del jefe respecto de la prudencia política del súbdito. De ahí el nombre que le da
Aristóteles. La prudencia del jefe subordina al fin universal o bien común la prudencia
de los ciudadanos. El que manda pone leyes universales, y el que obedece las cumple y
cuando es un rey quien la ejerce. De ella emanan las leyes de la república. Por eso la
cambio, la prudencia política de los súbditos no lleva más adjetivo, y retiene para sí el
razón de ser la más perfecta, nada impide que deba reconocerse en el súbdito una
necesita de prudencia en los gobernados para que marche bien la cosa pública. El poder
no es una función unilateral del mando, necesita de prudencia en los gobernados para
que marche bien la cosa pública. El poder no es una función unilateral de mando,
necesita del calor consciente del pueblo. Si tiene sentido hablar de una formación
política del ciudadano –como tanto se dice en nuestros días– es preciso concebirla como
orden al bien común de la nación, que solo puede conseguirse, dada la conexión de las
virtudes éticas, por una sólida educación moral. Los hombres –viene a decir Santo
Tomás– se pliegan sin duda al imperio de los demás cuando son súbditos y
subordinados, pero lo hacen libremente. Por lo que se requiere en ellos cierta rectitud de
No hay una moral de señores y otra moral de esclavos. La prudencia política es un juego
prudencia política del súbdito por el que el individuo se rige a sí mismo en su libre y
exacto cumplimiento.
4
II-II, q. 50, a. 2, c.
Dentro de cada una de estas divisiones, el objeto de la prudencia consiste en descubrir
en cada caso cuál es la verdad particular operable. La sindéresis descubre esta verdad
relieve cuál es el fin a que debe aspirar el hombre. La prudencia en cambio descubre los
medios acertados, la verdad operable por el hombre en cada circunstancia para llegar a
ese fin. Las conclusiones operables a que llega la prudencia cuando aplica los principios
de la sindéresis a nuestra conducta son por eso las normas o reglas más próximas de
nuestra acción, mientras que los principios de la sindéresis son nada más que normas
remotas.
El objeto de la prudencia política es, según esto, una verdad operable; consistirá en
concluir rectamente cuáles son los medios acertados para que la acción del hombre
como miembro de la comunidad no se desvíe del bien común, que es también su bien
propio. Es decir, que la prudencia política refiere la verdad práctica y operable, esencia
política encontramos a su rasgo específico. Podríamos, por tanto, afirmar que el objeto
Capítulo Primero
y a veces se extraña de que él, un gusanillo que no tiene delante ni derás sino una tierra
inestable y precaria, pueda con tanta facilidad evadirse por la abstracción a un universo
donde el acto se superior a la potencia, y no hay efecto sin causa. El hombre sabe que de
que, si se pone, queda prendido en una redecilla invisible, en un aparejo prodigioso que
le levanta de su mundo contingente y corruptible hasta las verdades que nunca mueren.
La misión del intelecto especulativo o teórico es, como su nombre indica, reflejar los
Pero en el hombre no sólo hay una razón especulativa o teorética. El hombre no está
capacidad de prudencia política y este libro no hubiera sido escrito. Además de la razón
Esta razón no se distingue realmente de la otra, sino que es una extensión de ella a la
actividad operativa del hombre. La capacidad operativa del hombre es inmensa, y solo
puede llevarla a cabo con ayuda de la razón práctica. Fuera de los fecundos momentos
hace poemas y cuadros; saja calientes cuerpos. Pero hay algo más importante. El
hombre tiene que realizar a cada instante su propia vida en medio de la sociedad donde
convive con sus semejantes. Sin haber sido consultados, nos encontramos de pronto con
la vida, y con la imponente labor de hacernos cada cual la nuestra bajo los dictados de la
razón práctica.
La verdad de este intelecto operativo o práctico no es, por tanto, reflejo de una cosa que
nos compele desde fuera, sino al revés, norma y medida de una cosa que puede o tiene
2. Lo operable
quirúrgicas. Decimos operar, operación, operable siempre que nos referimos a ciertas
estómago o una hernia son operables. También se habla mucho de operaciones de Bolsa
daba un sentido inmensamente más amplio. Es operable todo lo que puede ser
aquello donde puede intervenir una ser voluntariamente. No sólo es operable una hernia,
sino un túnel, un puente, una máquina, un acto de castidad o de lujuria, una institución
política. El mundo entero es operable por Dios, que lo crea y lo conserva. Todo lo que
Que el todo es mayor que la parte, que el hombre es un animal racional, que Dios existe,
divina. Vico sostenía que el hombre sólo puede conocer lo que él hace. Bien; pero
siempre que lo que él haga sea ponerse a pensar, aplicar su mente sobre este o aquel
objeto para reflejarle, sin que este objeto haya de ser además, siempre, en su contenido,
análisis, el paradero donde viene a dar alguna de las direcciones de la filosofía actual.
política. Hay un derecho político al que se considera como ciencia, y que, de serlo, solo
y el teólogo, cuando tratan del fin de la sociedad civil o del origen de la soberanía,
teorizan sobre política. Pero aquí dado su modo de enfrentarse con ella, tratan de la
acción en cuanto especulable. Así, por muy eficaz que ella fuere, el contenido de su
Ahora bien; lo operable, por ley común, se puebla de formas diversas a merced del
albedrío humano. Como las formas que a su gusto introduce el alfarero en la arcilla, así
puede el hombre dar forma a sus propios actos, que dependen entonces de su razón no
solo por el lado del sujeto, sino del objeto. Expliquemos por separado esta precisa,
A diferencia de las verdades intangibles del orden especulativo, todo cuanto hace o
ejecuta el hombre en el orden práctico depende de su albedrío. Sus obras son hijas de su
puede optar el arquitecto por hacer esta o aquella casa, o el hombre en general por
ejecutar esta o aquella acción. Cualquier adán puede someter lo operable a las reglas de
su razón. Dejando en ello la impronta de sus afanes, el timbre de sus ilusiones, el sello
de su deliberación y de su cuidado.
sobre todo, al ponerlo en parangón con lo especulable, objeto de la razón teórica. Frente
a los objetos de la razón teórica el hombre no elige. Quiera o no quiera, dos más dos
suman cuatro. De nada sirve empeñarse en que ascienda a cinco, ni montar asambleas
deliberativas para lograrlo. La elección y el consejo solo tienen lugar entre cosas
contingentes, que pueden ser o no ser. La verdad especulativa por la que se que las tres
hombre.
Clara está que el saber teórico puede considerarse también en su ejercicio, y caer, como
tal, bajo la elección y deliberación del hombre. Que las tres alturas de un triángulo se
ahora especulemos sobre tal verdad. Elegimos especular, y especular sobre tal verdad,
porque queremos. Mas esto no quita un ápice de razón a cuanto arriba dije. Porque si el
Esto nos lleva a distinguir en la especulación dos aspectos: uno objetivo, dependiente
del objeto, y necesario e inmutable como éste; otro subjetivo, dependiente del sujeto, y,
distinguir la especificación del acto de teorizar, esto es, su determinación por el lado del
objeto, y el ejercicio de tal acto, el hecho de ser puesto por el sujeto. Cuando pienso en
ponerle sobre este o aquel asunto; pero, una vez puesto libremente, queda prisionero de
las leyes esenciales del objeto, que son ya independientes del querer humano.
De suerte que no solo ponemos esta o aquella acción, sino que su objeto es como
Según esto, las cosas de que se ocupa la razón práctica no son fijas e inmutables, como
los objeto de la razón teórica. Al contrario, son plásticas, dúctiles. Y ella, la razón
proyectista. Fragua normas de conducta, traza formas de gobierno, arbitra medios para
su objeto, dueña de urdirlo a su gusto, sin verse compelida desde fuera con la rigidez de
un objeto especulable. Desde luego que tal libertad de la razón operativa tiene también
La política es también una de esas cosas de que se ocupa la razón práctica. De esta
conservación del bien común, urdiendo en todo momento los planes más convenientes a
nave de la nación y deshaciendo las asechanzas de sus enemigos para conducirla con
nos brinda siempre la libertad de la razón práctica, y ante la cual está en guardia
permanente, con los ojos abiertos y en actitud vigilante, la solicitud de la prudencia
política. Para conocer esta posibilidad de nuevos horizontes tendría que reparar primero
en las realidades de la historia y la vida, que nos la dan actualizada. Pero la actitud
idea, e ignora la posibilidad de crear otra de objeto más congruente con las mudables
activa que empuja al hombre por los caminos de la historia, haciendo y deshaciendo de
por haberse transferido al orden práctico las condiciones de inmutabilidad que gozan en
inverso, aunque de la misma parcialidad, que el cometido por los que niegan la
existencia de una filosofía perenne, por haber transferido al plano de la pura ciencia, y a
práctica.
acertadamente.
historia, del lugar y del tiempo. La razón práctica dicta lo que deben hacer hombres
individuales de carne y hueso, no hombres esquemáticos y ficticios; lo que deben hacer
francesa de 1775. Esa constitución no está hecha para unos hombres –viene a decir De
nosotros, he aquí un ejemplo de mal empleo de la razón práctica. Una constitución debe
Uno de los aspectos más importante del prudencialismo consiste en considerar que la
política es una acción concreta por la que el hombre trata de satisfacer sus necesidades
por consiguiente, en afirmar que la norma y dirección de esta acción política no puede
política, y cuya vara está vuelta al hombre concreto y real, situado en medio de unas
No es ésta la lección que hoy enseña el mundo, en que bajo la bandera de la actitud
espíritu de las naciones del globo. La monstruosidad del caso no está en que la razón
pequeñas naciones, no una ficción lógica independiente del espacio y del tiempo, sino
habría que determinarlo en cada caso– que fue útil para aquellos poderosos en un
momento dado, que les sigue proporcionando frutos, pero que es totalmente inservible
debe entendérsele desde dentro. Sobre un fondo universal común a todos los hombres,
manifestado por la sindéresis y la ciencia moral, la prudencia es libre par dictar en cada
razas y países debe ser respetada y conservar sus fueros de acuerdo con la voluntad de
sus miembros y de sus moradores. La ley moral es muy amplia, y no hay que olvidar sus
tradición y riqueza deben estar presentes a los ojos del legislador al promulgar una ley.
San Isidoro de Sevilla incluir ya, en la mejor definición de las condiciones de la ley
human, su relación con la idiosincrasia de cada país y con el lugar y con el tiempo. Sit
objeto operable. Esta es una de las conclusiones más importantes a que nos llevaban los
fundamentos filosóficos del precedente capítulo. Ahora, con el fin de aclarar todavía
lo factible y lo agible. Los actos factibles y agibles son dirigidos respectivamente por
obstante, la encontramos empleada por algún escritor clásico, por ejemplo, en este
párrafo, uno de los más despejados del conceptuoso Gracián: “Tener un punto de
negociante. No todo sea especulación; haya también acción […]. Sea hombre de lo
agible, que aunque no es lo superior, es lo más precioso del vivir. ¿De qué sirve el saber
Como se trata de tecnicismos que no han pasado al acervo común del castellano con su
5
Baltasar Gracián: Oráculo Manual y arte de prudencia. Máxima CCXXXII
2. La trascendencia y la inmanencia de nuestros actos.
πραάξιζ. El facere, el “hacer”, es una actividad inteligente que se ejerce sobre una
“ejecutar”, es la actividad que se ejerce dentro del hombre mismo: querer, odiar, etc.
la escolástica6.
Lo factible es, según esto, lo operable en una materia exterior. Y entiéndase bien que
exterior es aquí todo lo que empieza en nuestro propio cuerpo, es decir, todo lo que
pertenece al mundo accesible a los sentidos corpóreos. Es factible que una mujer se
pinte los labios, o que un hombre se afeite, o que se cubra el cuerpo de tatuajes. Y, a
fortiori, es factible el acto de realizar un puente, un cuadro, una mesa, que son artefactos
No se crea que es necesario que lo factible sea permanente o deje huella durable. Andar
andar se ejerce sobre el hilo, que es una materia exterior. También es factible el tocar la
6
Aristóteles, Metaphysica, L. VIII, cap. VIII, 9 (Apud. S. TOM, Lib. IX, lect VIII 1862-1865). Ethica Nicomachea, L. I, 1094.
(Apud S. Thom. Lib. I, lect. 1, 13)
guitarra, porque las notas no son permanentes, pero las arranca la mano de una materia
externa.
lo que se puede manejar. Los objetos de ambas clases pueden ser hechos por una
operación que trasciende a una materia exterior (factio, ποίηοί). Pero en el primer caso
la materia exterior se toma para ser transformada, como cuando el escultor toma el
mármol para hacer una estatua. En este caso el fin de la operación es la obra producida o
transformada, como anteriormente, sino sólo para ser usada, como se monta un caballo
fin del operante) es siempre la operación misma, toda vez que no produce
Esta última modalidad de lo factible coincide, aunque sólo en parte, con el otro gran
ser realizado por una operación cuyo fin no es distinto de ella misma, pero con la
Es lo que sucede con el ver, el entender, el querer. El hombre, para ver, no trasforma la
materia exterior ni tampoco la usa o maneja. Agible es, por tanto, lo que se opera
acto humano que se ejerce sobre una materia exterior, y agible todo acto humano
considerado en sí mismo, como posición interior del sujeto. Establezcamos ahora una
Hay veces que consideramos el acto humano por el valor de los efectos que deja fuera
de sí, prescindiendo en absoluto de la intención moral, buena o mala, con que son
acto, fijándonos en el bueno o mal uso de su libertad que hace el sujeto. A los actos
Esta distinción ha surgido al ver los hombres que nuestros actos pueden ser valorados
Un acto puede ser juzgado malo en sí mismo y bueno por sus efectos, o viceversa. Y
como la moralidad es una cualidad que afecta propiamente al acto humano como tal y
Cuando consideramos el acto del carpintero por la mesa que produce no miramos el
buen o mal uso que hace la libertad, sino la perfección o imperfección de la mesa,
7
La palabra factible, aunque, hablando con propiedad, solo designe un acto externo del hombre, puede también designar ciertas
obras internas, hechas en el interior del intelecto, que se consideran como dotadas de un valor que es independiente del valor que
tenga la intención moral del que las hace. Es el caso de las obras a cuya producción se ordenan las artes especulativas o liberales,
como la lógica. Así cuando hacemos una definición o un silogismo, la bondad de estos artefactos lógicos se juzga con arreglo a las
reglas del arte de pensar, independiente de la buena o mala intención moral del que los hizo. Por esta razón, el silogismo, la
definición, etc., son obras factibles, aunque sean internas.
prescindiendo en absoluto de la intención moral con que es realizado el artefacto. Como
agible este acto de hacer la mesa puede ser pésimo, aunque como factible, desde el
punto de vista puramente técnico, pueda ser óptimo. El carpintero puede ser el mismo
como el artífice de los palacios más maravillosos que apenas se explican por el arte
humano? Del acto humano se puede decir a veces lo que José Zorrilla decía del poeta:
Y, viceversa, puede ser planta bendita y producir furor amargos de maldición, como lo
fueron descubiertos con la mejor intención, y que dieron como fruto la desolación de las
modernas guerras.
Y ni que decir tiene que también puede darse una correspondencia y adecuación estricta
solo ella permite adquirir una idea clara del fenómeno político. ¿Es la política –objeto
operable, según vimos– algo factible, que se debe juzgar solo por su rendimiento
externo, sin relación con la perfección moral del que lo hace o con su malicia? ¿O es,
Para que nuestra respuesta sea convincente y completa debemos aún delimitar dos
de sus características.
hombre. Con esto doy ya a entender hasta qué punto es extensa en mi vocabulario la
El arte es una virtud imperfecta, porque no hace bueno al que la posee. Un artífice o un
técnico pueden poseer maravillosa habilidad para hacer cosas y no ser, en cambio,
victoria, un arquitecto artífice del edificio, un ingeniero artífice del barco, de la cosecha,
soldados u operarios. Dicho con frase lapidaria: el arte sirve para hacer cosas perfectas,
pero no para hacer perfecto al que las hace. Porque el arte es norma de nuestros actos
muchas veces, entre la bondad del artífice y la bondad del artefacto, entre la bondad del
poeta y la bondad de sus poemas! Tan grande, que no se explica bien por que paran
algunos tanta atención en la vida de los poetas y de los inventores, como si de ella
pudieran siempre sacarse ejemplos morales para la nuestra. El arte (y la ciencia) son
8
El arte, como virtud de lo factible, puede extenderse también a las obras internas, hechas en el interior del intelecto, según dije en
la nota 7.
compatibles con almas de malhechores y ladrones, de lujuriosos e invertidos. La razón
está dicha: el arte dirige nuestros actos “factibles”, que son operaciones que se valoran
por sus resultados externos, por su rendimiento, por su éxito, y no por la perfección
moral y humana de quien los hace. Por eso, aunque concebido bajo el signo de
l’Humanité, carece por completo de sentido humano el nuevo calendario que soñó
Augusto Comete y que perfeccionaron después los positivistas ingleses, poniendo nada
creadores que, a pesar de haber realizado obras artísticas excelsas, fueron en sus vidas
científicos se queda muchas veces en sus obras externas! La humanidad de sus vidas es
harto repugnante en muchos casos. Un calendario humano tiene que ser moral, y por eso
no hay más calendario humano que el del santoral católico, donde aparece el nombre de
los únicos hombres a quienes se puede llamar sin restricción grandes: los santos.
Si la política fuera solo un arte, solo tarea poética, no agible, sino factible, como, según
podido producir alguna vez, recostado sobre el busto de amante obscena, la más pura
canción a la templanza.
La prudencia es la virtud de lo agible, la norma del bien interior del hombre. Si el arte
factible, y es por eso virtud imperfecta, por no hacer bueno al que la posee, la prudencia
presenta una fisonomía inversa. Es una virtud perfecta, no solo intelectual, como la
ciencia o el arte, sino moral, pues aunque reside en la razón, su materia es lo agible por
eso no es sólo una de las cinco virtudes intelectuales, sino también una de las cuatro
cardinales.
Lo que más caracteriza a la prudencia es la índole de sus reglas, que son flexibles y
ocurrentes. Sin duda esto proviene de la vida misma, que es un agible ante el que
constantemente en encrucijadas en las que de nada sirven reglas fijas, como las que
pudiera emplear un técnico para realizar una obra de procedimiento invariable. La vida
no tolera que se la trate con una cuadrícula inflexible. Lo que piden sus situaciones
siempre cambiantes es un golpe de vista, una mano, una pericia y soltura sin las que
prudencia.
hábitos intelectuales deben procurarnos una cosa tan difícil, y que tan pocos logran en
este mundo: la verdad. Verdad práctica, operable; acierto en medio de las inseguridades
¿Y la verdad práctica? Aquí no hay cosa acabada a la que deba adecuarse el intelecto o
razón. Según arriba dije, la razón práctica no tiene por oficio espejear o especular
acierto solo puede provenir de su adecuación con su principio directivo, con lo que se
llama el apetito, dando a esta palabra su más noble sentido: el que sirve para designar no
sólo nuestras tendencia sensitivas (el apetito concupiscible movido por el bien deleitable
y el apetito irascible movido por el bien arduo), sino también el apetito racional que
llamamos voluntad, y que domina y racionaliza a los otros dos, haciéndoles posibles
sujetos de virtudes.
dependen del apetito. La razón ve y razona conforme se encuentra la parte afectiva del
ningún escritor ha puesto de relieve la influencia del corazón sobre la cabeza tan bien
como Jaime Balmes en El Criterio. De forma popular, con gran maestría literaria para
veinticuatro horas; Don Marcelino. Sus cambios políticos; Anselmo. Sus variaciones
sobre la pena de muerte–, muestra Balmes hasta qué punto la mudanza de nuestra parte
cómo, por ejemplo, “un corazón lleno de amargura derrama su hiel sobre el
La prueba de que el objeto de la razón práctica depende el apetito y sufre las vicisitudes
el que mueve la razón práctica para que las conclusiones hacederas que ella proponga
9
Balmes, El Criterio, cap. XIX, III.
sean favorables al desquite. De modo semejante, cuando razona el justo, lo ve todo
conforme al apetito racional, es decir, la voluntad de dar a cada cual lo suyo es lo que
ejemplos la razón práctica está teñida y coloreada por el color del apetito: turbio en un
su color no puede ella escaparse. No es que no pueda por su cuenta realizar sus
operaciones; la razón cumple las suyas, que son los actos de razonar. Pero razona a base
del ingrediente volitivo y afectivo que le ha suministrado el apetito. Por eso decía
Aristóteles que cada cual juzga de las cosas prácticas según las disposiciones afectivas
“Hay que hacerse amar, decía el moralista Joubert, porque los hombres no son justos
El efecto es para la razón práctica el trasfondo que da sentido a sus operaciones, y que
descubrimiento le llamo verdad práctica11. Puede ser verdad factible, si los medios
descubiertos son acciones dirigibles por el arte, o verdad agibles si los medios
Como se ve, toda la seguridad y garantía de la verdad práctica afectiva del hombre. Por
eso podemos decir que la razón práctica es “función” de la vida y del apetito, de suerte
que el valor y la verdad de aquella dependa del valor y rectitud de éste. Cuando cambia
10
Ethica Nicomachea, III, 7, 1114 a 32.
11
Recuérdese la expresión usada por Santo Tomás para designar la verdad práctica: verum per conformitatem ad appetitum rectum
(I-II, q. 57, a. 5, ad. 3)
el rumbo del apetito, cambia el curso de la razón; el apetito juega así el papel de un
La rectitud del apetito requerida para la prudencia es mucho más compleja que la
moralmente recto en quien la posee, pues esta virtud sólo se interesa por la bondad de
los efectos que produce el artífice –sus artefactos–, pero no por la bondad del artífice
requiere la rectitud del apetito en sí mismo, no en sus efectos; y esto hace que sólo
pueda lograr estabilidad gracias a unos dispositivos especiales, que mantiene el apetito
prudente no es como el artista o el técnico, que puede realizar obras buenas en pésimas
condiciones morales. El prudente, por enderezar sus actos a la perfección del bien
moral, sólo puede actuar a base de disposiciones afectivas que den entereza al apetito,
para que todo lo que éste inspira a la razón sea armonioso y límpido.
Las virtudes morales son tantas cuantas son las clases de apetito. Hay un apetito
racional, que llamamos voluntad; hay dos apetitos sensitivos, que lamamos
afectiva del hombre imprescindible para que opere la prudencia. Esta no tiene fuerza por
sí solo para guiar al hombre sin la ayuda de las demás virtudes cardinales. Necesita
dentro de cuyo ámbito venga ella a dictar la última conclusión hic et nunc de lo que
debe hacerse, esto es, la acción concretísima en que consiste nada menos que nuestra
vida plena.
electivos, cual es el medio que deben elegir. Por tanto, si la prudencia depende de las
virtudes morales, también las virtudes morales dependen a su vez de la prudencia, y esto
dictamine, en el orden de los medios, cual es la acción que debe ponerse. Una vez que la
prudencia habla, las virtudes morales, en dependencia de ella, elicitan bajo su dirección
el acto moral.
Un ejemplo claro, de máximas consecuencias para la acción política, nos hará ver hasta
que punto es necesaria la previa rectitud de intención creada por las virtudes morales:
Es evidente que el acto principal para un político es mandar. Este acto es también el
puede llevarse a cabo acción consciente que no haya sido disparada por un mandato de
la razón. Pues bien, un político desprovisto de las virtudes del apetito –justicia, fortaleza
y templanza– no podría mandar nada justo. Obsérvese que no somos justos por conocer
lo que es debido a cada cual, sino por ejecutarlo, y que el principio próximo de la
ejecución del acto es el apetito. Y sólo cuando el apetito está empapado de justicia,
cuando es constante y perpetua voluntad de dar a cada cual lo suyo, moverá la razón
para que ésta mande conforme a él. Entonces tendremos un acto de imperar emanado de
la razón práctica y la prudencia política, que solo habrá sido posible por la moción
por la justicia, la razón no podrá mandar que se de a cada cual lo suyo, y las leyes que
El asunto es tan importante que cuando se tuerce la rectitud de la intención y del apetito
por carecer de virtudes morales, sólo queda flotando en la razón un triste remedo de
prudencia política, una parodia o simulacro de habilidad y virtud, sometida a todas las
por éstas, descubre también entonces los medios para alcanzar lo que la voluntad
intenta; pero como la intención del apetito no es justa, sus oráculos se convierten en
juzga por sus resultados externos y por su éxito material o por su sentido moral y
humano, tenemos que responder de una manera que parecerá pesimista a los defensores
del ideal moral. En la mente de nuestra época ha pasado a segundo término el bien
moral, y se valora más el bien físico y externo, cuya perfección puede juzgarse
Lo factible –lo que puede manufacturarse o manipularse– objeto amoral del arte, es casi
lo que únicamente viene interesando al hombre moderno. Hombre práctico es, para la
poner en ejecución los más difíciles mandamientos morales, sino el que fabrica cosas
bomba atómica posee un arte prodigioso: también el que sabe manipular y lanzar con
precisión infinitesimal sobre sus objetivos. Y, sin duda, tanto el arte de fabricar armas
como el arte de emplearlas persiguen un bien, un resultado feliz, un éxito, pero que de
suyo hace abstracción de la ley moral y de la moralidad que de ésta deriva sobre el acto
humano. El hombre se ha ido acostumbrando a mirar el bien o el mal de las cosas desde
política.
esencialmente moral, que no encuentra pasto adecuado en una civilización cada vez más
cada vez mayores, y mayor es aún la prodigiosa indiferencia con que el hombre actual
recibe las noticias de los nuevos descubrimientos. Puede que sobre él pese la mordedura
dolorosa de ver que su vida, a pesar de tanta filigrana con que hoy puebla su mundo,
sigue siendo breve, frágil e incierta, sigue siendo mudable, engañosa y miserable, y que
sobre tan flaco fundamento la gloria del mundo no podrá ser nunca superior al cimiento
que la sostiene. La vida humana se sabe hoy más que nunca insuficiente. No es para
extrañarse. El hombre está hecho para Dios, y de aquí le viene al alma esta maravillosa
capacidad que tiene, la cual es tan grande, que, para decirlo con expresión límpida de
Granada, “todas las criaturas y riquezas del mundo juntas no son más parte para henchir
para que sirve su vida misma. Sería la ocasión de llamar estúpida a nuestra época al
E inutile la vita
Los actos humanos no pueden juzgarse sólo por la perfección o imperfección de sus
resultados externos, por eso que llamamos el éxito. Hay actos de suma imperfección
moral que producen resultados valiosos en tal o cual orden de cosas. El fanático japonés
éxito con su victoria. Pero su acción no por eso deja de ser un espantoso y abominable
suicidio. El acto humano, dijimos arriba, puede ser considerado por sus efectos
externos, como factible; pero también puede considerarse en sí mismo, como agible y
Pero hay más. El acto humano que calificamos de bueno por sus resultados externos es
conformidad o deformidad con la ley moral. No hay acto humano individual que sea
hombre no puede realizar sus actos voluntarios sin que éstos sean conformes o
Entonces ya no cabe el consuelo de justificar por sus resultados externos actos que son
buenos bajo el aspecto físico o externo, pero malos bajo el aspecto moral. Ya no cabe
decir que el hombre sea planta maldita, pero con frutos de bendición; sino que es la hora
de recordar la palabra del Evangelio: “Por sus frutos los conoceréis. ¿Se cogen por
ventura racimos de los espinos o higos de los abrojos? Todo árbol bueno da buenos
frutos, y todo árbol malo da frutos malos. No puede árbol bueno dar malos frutos, ni
árbol malo frutos buenos”12. Lo factible se toma entonces también como agible, bajo el
signo moral, como un acto imperado que reviste idéntica moralidad que el acto ilícito. Y
el signo de una civilización que cifra su gloria en los adelantos de una técnica aséptica
de moral, y que da mayor aprecio al bien físico que al bien honesto, pasa entonces de su
Lo factible está enclavado en los límites de lo agible. Porque lo agible, que es nuestra
vida como tal, tiene límites morales, no es una realidad incondicional e incondicionada,
sino que está sometida a mensura y a ley, y sólo en relación con ésta puede afirmarse si
rendimiento que les extenúa, que les esclaviza y les hace olvidar a Dios y a su destino,
de cosechas y manufacturas que hay muchas veces que destruir antes de usarlas.
12
Mateo, 7, 16-20.
Esta desproporción de que hablamos antes, y que tan claro puso de manifiesto la
la vida contemporánea, y hace más que nunca difícil la comprensión de la moral heroica
de los santos. En su tiempo, los médicos aseguraron a San Casimiro que salvaría la vida
si se procuraba una polución voluntaria de semen. La acción era moralmente mala; pero
el éxito era seguro. Casimiro prefirió seguir los dictados de la moral a las enseñanzas de
bien físico y externo que al bien moral. De lo que estoy seguro es de que no perecerá
jamás el sentido humano del hombre, porque nuestra sindéresis es inextinguible. Y entre
el revuelo de las hélices y el trepidar de los motores, cuando el hombre ya apenas pueda
con las que tuvo un día la ilusión de liberarse de sus propias limitaciones, todavía le
quedarán fuerzas, acaso ya las últimas, para sentir desde el hondón del alma la voz de la
El ideal de la producción no solo debe mirar al rendimiento bueno; debe dar todavía
más valora a las condiciones morales en que se hace. Sin duda, se debe atender a la
Se me dirá que hay otras actividades que no son políticas y que parecen más adecuadas
para conseguir este propósito. No se me podrá negar, sin embargo, que existe una razón
como finalidad la consecución del bien común, y que el bien común no es lo que se
llama en la escuela un bien físico, cuya perfección se considera pasando por alto la
son, contra lo que opina el positivismo jurídico, concreciones de la ley natural, y ésta a
La política es una realidad moral. Primariamente no es otra cosa que el acto humano y
suyo una realidad moral, debe moralizar y dar sentido humano a la técnica.
Pero, para colmo de desdichas, la política se nos ha hecho también un arte en la Edad
Desde Maquiavelo, la política viene considerándose como una técnica, como un arte.
Según la doctrina del florentino, que sigue vigente en la conciencia de la mayor parte de
los gobernantes moderno, a la autoridad política le son lícitas todas las cosas, con tal de
que contribuyan al bien político temporal de un Estado. Pero un bien público al que
¡Y, sin embargo, es un bien! Sólo queda entonces la posibilidad de que sea un bien
físico, que hace abstracción de la ley moral. Y para conseguir ese bien público de valor
cuya producción y montaje se puedan transgredir por el estadista las leyes morales, con
tal de que la obra hecha resulte bien. También un poeta puede ser planta maldita y a la
Nunca comprendí tan bien la esencia del maquiavelismo como cuando le puse a danzar
política es algo factible, que puede ser valorada por sus resultados externos con
eso a un arte, que, según explicamos arriba, es aséptica de moral. Visto también en el
marco aludido, el prudencialismo enseña que la política es algo agible, que no puede ser
valorada solo ni principalmente por sus resultados externos y por su éxito, sino por la
compete por eso a la virtud moral de la prudencia. El bien común al que dirige la ley
civil las acciones de los ciudadanos no es un bonum physicum, sino un bonum morale.
un arte, sino de la virtud cardinal de la prudencia, en estrecha conexión con las demás