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Desarrollo
El Santo Padre perfila en el comienzo de su exhortación
cómo es la santidad a la que aspiramos, y nos dice:
El Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la
felicidad para la cual fuimos creados. Él nos quiere santos y no
espera que nos conformemos con una existencia mediocre,
aguada, licuada. (1)
En efecto, hemos sido creados para la “felicidad” y para la
“vida”. Pero no para una felicidad o vida cualquiera, sino para la
que nace del encuentro con Cristo y con su Corazón amante y
digno de ser amado. Sabernos amados: esto es causa de
felicidad. Como señaló nuestro querido Papa emérito Benedicto
XVI: “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el
cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el
encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un
nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.”
(Deus caritas est 1) El encuentro con Jesús, pues, marca la vida
y la extiende hasta alcanzar la “vida” verdadera, la felicidad a la
que está llamada. Y el camino hacia ella es la santidad.
Pero, ¿dónde y cómo?, ¿cómo ser santos? El Papa
Francisco nos lo dice: ella florece dentro de un pueblo
El Señor, en la historia de la salvación, ha salvado a un pueblo.
No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo. Por eso
nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos
atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones
interpersonales que se establecen en la comunidad humana. Dios
quiso entrar en una dinámica popular, en la dinámica de un
pueblo.(6)
Dios ha querido salvarnos a todos dentro de un “pueblo”. Y
en ese pueblo hay auténtica santidad, allí se percibe la
santidad, la cual nace de la “constancia” en las pruebas de cada
día:
Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los
padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y
mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los
enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En
esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad
de la Iglesia militante (7) Todos estamos llamados a ser santos
viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las
ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. (14)
Por otro lado, la santidad es una misión, un envío de Dios:
Para un cristiano no es posible pensar en la propia misión en la
tierra sin concebirla como un camino de santidad, porque «esta es
la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Ts 4,3). Cada santo
es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar,
en un momento determinado de la historia, un aspecto del
Evangelio. (19) Esa misión tiene su sentido pleno en Cristo y solo
se entiende desde él. En el fondo la santidad es vivir en unión
con él los misterios de su vida. Consiste en asociarse a la muerte
y resurrección del Señor de una manera única y personal, en
morir y resucitar constantemente con él (20). En último término,
es Cristo amando en nosotros (…) «la santidad se mide por la
estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el grado como, con la
fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la
suya». Así, cada santo es un mensaje que el Espíritu Santo toma
de la riqueza de Jesucristo y regala a su pueblo (21)
Como nos dice el Papa, se trata siempre de modelar
nuestra vida con la de Cristo y unirnos a sus misterios. Pero
también la santidad es obra de Dios: Dios nos hace santos,
porque Él es Santo. Y el Papa no exhorta a ser santos con estas
palabras:
Tú también necesitas concebir la totalidad de tu vida como una
misión. Inténtalo escuchando a Dios en la oración y reconociendo
los signos que él te da. Pregúntale siempre al Espíritu qué espera
Jesús de ti en cada momento de tu existencia y en cada opción
que debas tomar, para discernir el lugar que eso ocupa en tu
propia misión. (23) No tengas miedo de la santidad. No te quitará
fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo
que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser.
Depender de él nos libera de las esclavitudes y nos lleva a
reconocer nuestra propia dignidad.(32) . Jesús explicó con toda
sencillez qué es ser santos, y lo hizo cuando nos dejó las
bienaventuranzas (63)
Hay, sin embargo, tentaciones contra la santidad. Aquí, en
estas páginas, seleccionaremos sólo unas pocas de las varias
que advierte nuestro Papa:
- a veces tenemos la tentación de relegar la entrega
pastoral o el compromiso en el mundo a un lugar
secundario, como si fueran «distracciones» en el camino
de la santificación y de la paz interior (27)
- . Los mismos recursos de distracción que invaden la vida
actual nos llevan también a absolutizar el tiempo libre, en
el cual podemos utilizar sin límites esos dispositivos que
nos brindan entretenimiento o placeres efímeros. Como
consecuencia, es la propia misión la que se resiente, es el
compromiso el que se debilita, es el servicio generoso y
disponible el que comienza a retacearse. (30)
- El gnosticismo y el pelagianismo. que “Son dos herejías
que surgieron en los primeros siglos cristianos, pero que
siguen teniendo alarmante actualidad (35)
CONCLUSIÓN
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