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Ecosocialismo versus Colapsismo

Una conversación con Michael Lowy, Miguel Fuentes y Antonio Turiel

Comentan:
Jorge Altamira (Argentina), Jaime Vindel (España) y Paul Walder (Chile)

COMPILACIÓN ACTUALIZADA OCTUBRE 2020


(Debate publicado entre los años 2018 y 2020)

Marxismo y Colapso
Publicaciones Colapsistas
Índice

Parte I
Algunos elementos de la crítica del Colapsismo Marxista al Ecosocialismo 3

Parte II
Crisis ecológica catastrófica, colapso civilizatorio y extinción humana 9

Parte III
La crisis ecológica y la recomposición socialista del equilibrio metabólico hombre-
naturaleza 19

Parte IV
Comentarios al debate de Jorge Altamira (Argentina), Jaime Vindel (Espana) y
Paul Walder (Chile) 39

Parte V
Discutiendo las capacidades de la tecnología y el socialismo para “frenar” un cambio
climático catastrófico (En edición final)

Parte VI
La crisis ecológica y el peligro de colapso como problema estratégico central de la izquierda
(En edición final)

Parte VII
Colapso civilizatorio y transición socialista (En edición final)

Parte VIII
Ecosocialismo y Colapsismo: Palabras finales (En edición final)

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Ecosocialismo versus Marxismo Colapsista (I)
Una conversación con Michael Lowy

Presentamos a continuación un material de discusión en torno a la relación entre la crisis ecológica-


energética contemporánea, la posible perspectiva de un colapso civilizatorio cercano y la reciente
polémica que ha estallado entre las posturas ecosocialistas y las nuevas posiciones teórico-ideológicas
del llamado “Marxismo Colapsista”. Se ofrece aquí una contextualización de algunos aspectos de la
crítica colapsista al Ecosocialismo, reproduciéndose en la segunda parte de este material una
conversación con el intelectual Michael Lowy en donde aquel realiza una replica a dicha crítica.

Algunos elementos de la crítica del colapsismo marxista al Ecosocialismo

Desde hace algunos meses diversas organizaciones ecosocialistas de Chile, Argentina y otros
países de América Latina vienen siendo objeto de una potente campaña de ataque ideológico
en redes sociales por parte de un nuevo referente comunicacional que actúa bajo el nombre de
“Marxismo y Colapso”. Uno de los objetivos centrales de este referente ha sido polemizar con
algunas de las figuras y posturas centrales del Ecosocialismo, por ejemplo aquellas
representadas por el intelectual marxista Michael Lowy. Una de las posiciones centrales de este
grupo ha sido negar reiteradamente varios de los preceptos centrales de los programas
marxistas tradicionales y de la estrategia ecosocialista; esto es, por ejemplo, la idea de que un
cambio revolucionario en las relaciones sociales de producción y el establecimiento de un
nuevo régimen productivo orientado a la satisfacción de las necesidades sociales sería capaz
tanto de “frenar” (o “revertir”) los efectos de la actual crisis ecológica-energética, así como
también de “evitar” un fenómeno de colapso civilizatorio cercano.

Por el contrario, “Marxismo y Colapso” defendería la necesidad de un nuevo marco teórico y


estratégico al interior de la izquierda mundial para dar cuenta del fenómeno de colapso
civilizatorio y extinción humana que, como producto de la combinación entre los efectos
destructivos de la crisis ecológica-energética actual y las contradicciones tradicionales del
sistema capitalista decadente, sería ya imposible de detener. Según este planteamiento, lo
anterior pondría al conjunto de las fuerzas socialistas ante un escenario inédito en la historia

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revolucionaria moderna que se caracterizaría, entre otras cosas, por la “irrupción práctica” (a
diferencia de los siglos pasados) del “horizonte de barbarie” anticipado teóricamente por una
serie de pensadores marxistas tales como Rosa Luxemburgo o Walter Benjamin.

De acuerdo con Miguel Fuentes, uno de los ideólogos principales de estas posiciones, un
escenario como el anterior implicaría no sólo una diferencia fundamental con el siglo pasado
en el cual dicho horizonte se habría mantenido en un terreno aún “hipotético”, sino que
obligaría además a las organizaciones de izquierda anti-capitalista a pensar la situación
histórica actual en el marco de una “dinámica de cierre” (o clausura) del horizonte socialista
moderno. La razón de lo anterior sería que estaríamos (o estaríamos muy cerca de estarlo) ante
las puertas de un tipo de “resolución negativa” de la lucha de clases moderna como aquella
anticipada teóricamente por Marx en el Manifiesto Comunista, esto al referirse a la posibilidad
de una “autodestrucción” de las dos clases fundamentales del sistema capitalista.

Michael Lowy (Ecosocialismo) – Miguel Fuentes (Marxismo Colapsista)

Uno de los ejemplos de este “escenario inédito” al cual estaríamos a punto de enfrentarnos
sería la perspectiva de un derrumbe generalizado (inminente) de las fuerzas productivas a nivel
planetario, aquello como efecto de un avance imparable del calentamiento global y la crisis
ecológica. Según las concepciones de “Marxismo y Colapso”, una situación de derrumbe
económico de este tipo poseería, potencialmente, una gravedad mayor a cualquiera de las crisis
económicas experimentadas durante la historia del capitalismo, asociándose desde aquí a un
escenario mucho más destructivo al que tuvieron algunas de las peores catástrofes históricas
de los últimos siglos: por ejemplo, las guerras mundiales. La explicación de esto sería que, a
pesar de los niveles de destrucción masiva que experimentó Europa durante estos conflictos
bélicos, las bases de la economía capitalista habrían podido mantenerse sólidas en el resto del
planeta (por ejemplo en Estados Unidos), constituyendo lo anterior, en consecuencia, una
situación radicalmente diferente al escenario potencial de derrumbe global “sincronizado” que
estaría pronto a producir la crisis ecológica-energética en ciernes. Igualmente, a diferencia del
costo en vidas que tuvieron las guerras mundiales, el cual ascendió en su conjunto a una cifra
alrededor de los cien millones de personas, la crisis ecológica actual, ligada a una pronta crisis
de subsistencia planetaria generalizada, podría cobrarse durante este siglo un número de
víctimas que llegue a los billones (esto sin descartarse la posibilidad de una extinción completa
de nuestra especie).

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Otro planteamiento colapsista que puede destacarse aquí sería la supuesta existencia de un
“déficit tecnológico” estructural que, debido a la extrema gravedad que tendría la crisis
ecológica-energética actual y el nivel de descomposición de las bases eco-sociales del
desarrollo histórico contemporáneo, incapacitaría hoy no sólo al capitalismo, sino que también
a un hipotético proyecto socialista, para “contener”, “frenar” o bien “revertir” los efectos
catastróficos de la crisis mundial que se aproxima. Esto último, por lo menos, en el poco tiempo
que nos quedaría antes de que esta crisis se descontrole de manera absoluta, precipitando con
ello un derrumbe ecosistémico planetario total que se asociaría, de manera inevitable, no a una
pretendida “superación revolucionaria” del sistema capitalista, sino que a su colapso.

La posibilidad de un colapso civilizatorio inminente

Un argumento adicional en esta línea sería que la crisis ecológica y energética en ciernes
plantearía hoy, acorde con el posible derrumbe inminente del desarrollo de las fuerzas
productivas que se asociaría a aquella, un horizonte de escasez crónica de recursos que
terminaría por “bloquear” y volver pronto en inviable una gran parte del programa marxista
revolucionario de los siglos pasados. La razón de lo anterior se encontraría en el hecho de que,
a diferencia del contexto característico de abundancia de recursos de los siglos XIX y XX, un
escenario de escasez global implicaría una perdida de efectividad (y posterior caducidad) de
una serie de consignas revolucionarias clásicas que habrían sido entendidas hasta hoy como las
vías principales para la aseguración íntegra y efectiva de las necesidades materiales y
espirituales de la población mundial. Algunas de estas medidas serían, entre otras, la
expropiación y el control obrero de los medios de producción y la redistribución socialista de
las riquezas sociales.

En pocas palabras, la situación de escasez crónica de recursos que se avecinaría en el futuro


cercano implicaría, liza y llanamente, que un sector importante de la población mundial se
encontraría ya, literalmente, perdida (muerta), esto incluso en un contexto futuro cercano de
reorganización socialista del sistema económico. Para los referentes de “Marxismo y Colapso”,
aquello tendría una serie de repercusiones (todavía no estudiadas) sobre las futuras dinámicas
de la lucha de clases internacional, esto por ejemplo al nivel de las “fracturas inevitables” que
el avance progresivo de un marco de escasez de recursos podría producir, inexorablemente, al

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interior de las filas de los explotados. Lo anterior constituiría así un escenario radicalmente
distinto a los vistos durante los siglos XIX y XX en los cuales el desarrollo de las fuerzas
productivas (y la abundancia mundial de recursos) representó la base objetiva de una potencial
alianza revolucionaria internacional del conjunto de los oprimidos por el capitalismo. Un
ejemplo de estas posibles “fracturas internas” futuras al nivel del campo de los explotados,
gatilladas por un derrumbe global de las fuerzas productivas y un contexto de escasez aguda,
podría encontrarse en una potencial división entre los sectores de la sociedad aptos para
asegurar su sobrevivencia por sus propios medios y aquellos sectores (remanentes) que sólo
podrían hacerlo obteniéndolos (de forma pacífica o violenta) de los primeros.

El derrumbe de las fuerzas productivas en un contexto de colapso

La perspectiva ecosocialista y la ecología marxista se caracterizarían por presentar, por lo tanto,


una serie de “puntos ciegos” que afectarían su capacidad para una evaluación realista de la
verdadera gravedad de la crisis ecológica-energética en curso y de sus potenciales proyecciones
durante las próximas décadas. Una muestra de lo anterior serían tanto la escasa reflexión dada
por estas corrientes en torno a la ya referida posibilidad (objetiva) de un fenómeno de colapso
civilizatorio como resultado del avance de los procesos ya activados (e irreversibles) de
destrucción ecosistémica, así como también la incomprensión de aquellas de las “limitaciones
estructurales” que, tal como se indicó más arriba, tendría una potencial revolución mundial
para hacer frente (tanto en el ámbito tecnológico como social) a este escenario de ruptura
ecológica planetaria.

Un ejemplo supuestamente evidente de esto último se hallaría en la consigna ecosocialista de


una posible “regeneración” del “equilibrio metabólico” entre el hombre y la naturaleza, aquello
nada menos que en un contexto en el cual los niveles de alteración antrópica del medio-
ambiente ya habrían destruido no sólo los últimos restos de dicho equilibrio (ya pulverizado
por el avance del capitalismo), sino que, asimismo, hecho “saltar por los aires” los delicados y
complejos pilares climáticos del periodo holocénico establecidos en la Tierra a lo largo de
decenas de miles de años. De acuerdo con la perspectiva colapsista, estos equilibrios serían así
ya no sólo imposibles de “recomponer” durante un largo periodo de tiempo en escala geológica,
sino que, además, tal como en el caso del resto de “equilibrios medioambientales” rotos en el

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pasado terrestre con motivo de otras graves alteraciones paleo-climáticas (entre otras las cinco
extinciones masivas que enfrentó la vida sobre nuestro planeta previamente al origen de la
humanidad), aquellos habrían sido destruidos, muy probablemente, para siempre. Sería
justamente en consignas como éstas en torno a una posible “restauración” del equilibrio
metabólico hombre-naturaleza, compartida incluso por sectores “ecológicos” del
industrialismo marxista (por ejemplo los representados por la sección medioambiental de la
revista democrático-ciudadana “La Izquierda Diario”), en donde una parte importante del
programa eco-socialista se presentaría, según la postura colapsista, como una verdadera “utopía
verde”.

Regeneración del equilibrio metabólico hombre-naturaleza: ¿fantasía o posibilidad?

Debe considerarse aquí, asimismo, la incapacidad del desarrollo tecnológico actual para
siquiera detener (y menos “revertir”) la trayectoria destructiva de lo que ha sido denominado
ya por la ciencia como el inicio de la VI extinción masiva de la vida terrestre, la cual se
encontraría hoy, aquello sin siquiera haberse alcanzado la barrera catastrófica de los 1.5 grados
centígrados de aumento del calentamiento global fijada por la ONU, en pleno desarrollo. Lejos
de cualquier posible “restauración” de ningún “equilibrio metabólico” entre el hombre y la
naturaleza, no existiría hoy, por lo tanto, esto si se consideran por ejemplo los actuales niveles
de gases de efecto invernadero en la atmósfera que asegurarían un aumento cercano
probablemente incontrolable de las temperaturas globales, otro escenario más que el de una
“ruptura geológica” imparable que, con o sin la aplicación de un “programa ecológico
socialista”, no hará más que empeorar durante este siglo. Una de las críticas esgrimidas al
Ecosocialismo y al pensamiento ecológico marxista en este punto es que, tal como se dijo
anteriormente, dichos referentes defenderían una perspectiva simplista (y en gran medida
utópica) respecto a las capacidades que tendría el proyecto revolucionario socialista moderno
para enfrentar esta crisis planetaria.

De acuerdo con las posiciones colapsistas, las tareas de la izquierda y la revolución hoy serían
así, asumiendo la perspectiva cercana de un cambio climático y una crisis energética súper-
catastrófica imparable, dar pasos en la discusión de un programa político coherente con este
escenario de derrumbe global inminente. Una de las razones de lo anterior sería que solamente
discutiendo esta perspectiva, de una manera realista, sería posible en el futuro la mantención
de un proyecto comunista que, debiendo ser esta vez asegurado “en la barbarie misma”, pueda
constituir una alternativa de sobrevivencia y civilización para aquel sector de la humanidad

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que estaría capacitado para superar (de la manera que sea) los desafíos de la gran crisis
geológica-civilizatoria que se abalanza sobre nosotros.

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Ecosocialismo versus Marxismo Colapsista (II)
Una conversación con Michael Lowy, Miguel Fuentes y Antonio Turiel

Presentamos a continuación una conversación con el intelectual marxista Michael Lowy en donde aquel
responde a una serie de críticas realizadas desde el ámbito del llamado marxismo colapsista hacia el
Ecosocialismo. Se integran a esta conversación las replicas de Miguel Fuentes (exponente del
pensamiento colapsista), esto con el objetivo de dejar sentadas las diferencias y similitudes que existen
entre ambas tendencias. Un tercer participante de esta conversación es Antonio Turiel, referente de la
teoría del decrecimiento y quien se posiciona en este debate desarrollando algunas de sus ideas
provenientes del terreno de los estudios sobre la crisis energética. La primera sección de esta discusión
gira alrededor del carácter (y posible inevitabilidad) de la crisis ecológica actual y su relación con un
posible fenómeno cercano de colapso civilizatorio y extinción humana. Se invita a los lectores a revisar
el artículo de contextualización de las posturas del colapsismo marxista ofrecido en la primera parte de
esta serie. Artículos adicionales en los cuales pueden leerse algunas de las posiciones centrales del
Ecosocialismo y la teoría del decrecimiento se entregan al final de este debate.

-Sección Debate
Crisis ecológica catastrófica, colapso civilizatorio y extinción humana

1. ¿Qué opina respecto a la posibilidad de una crisis ecológica súper catastrófica


durante este siglo?

-Michael Lowy:
¡Se trata de una posibilidad muy real! Si se sigue con la trayectoria actual de
“business as usual” por algunas décadas más, entonces la catástrofe será inevitable.
Es un peligro sin precedentes en la historia humana.

-Miguel Fuentes:
La ciencia es clara al respecto y las perspectivas de un calentamiento global que
sobrepasen los 2 o 3 grados centígrados implicaría que una gran parte de la Tierra
pueda transformarse en inhabitable.

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-Antonio Turiel:
La crisis ecológica (en sus diversas vertientes) ya está aquí. Es el problema ambiental
(del que ahora lo que más se destaca es el cambio climático), el de los recursos, el de
la biodiversidad, el del agua potable… ¿Se resolverán todas estas crisis de manera
catastrófica? Si no se hace nada, evidentemente. E incluso haciendo lo mejor posible
será un momento bastante traumático.

2. ¿Qué piensa respecto a la posibilidad de un fenómeno de colapso civilizatorio


cercano? ¿Puede el capitalismo autodestruirse durante las próximas décadas?

-Michael Lowy:
Como lo decía, la perspectiva de un colapso civilizatorio en las próximas décadas es
una amenaza muy concreta. No lo definiría, en todo caso, como una “autodestrucción
del capitalismo”. Podríamos quizás imaginar un escenario distópico en el cual
comiencen a producirse los primeros efectos de la catástrofe, pero esto último sin que
deje de existir el capitalismo. Como decía Walter Benjamin: “el capitalismo nunca va
a morir de muerte natural”.

-Miguel Fuentes:
¿Qué tiene de especial el capitalismo en comparación con otras sociedades complejas
tales como el Imperio Romano, la Sociedad Maya Clásica, la Dinastía Han, el Imperio
Gupta y muchas otras a lo largo de la historia como para ser totalmente “inmune” a
un fenómeno de colapso? ¿Quizás su avance tecnológico? ¿Se olvida acaso Lowy que,
más allá de los fenomenales avances técnicos del capitalismo en una serie de esferas,
aquel sigue poseyendo prácticamente la misma base productiva-energética que aquella
que tenía hace dos siglos? ¡La misma vieja locomotora de hace dos siglos que, a pesar
de poseer en sus compartimientos superiores laboratorios de nanotecnología, satélites
y tecnología de GPS, sigue necesitando de los mismos “productos de plantas” de hace
doscientos años (entre otros el carbón, el gas y el petróleo) para moverse! Y pueden
mencionarse aquí, asimismo, los resultados de un reciente estudio financiado
parcialmente por la NASA y liderado por el matemático Safa Motesharrei en el cual,
realizándose una proyección del curso de la sociedad industrial actual a partir de la
aplicación de un modelo predictivo HANDY, se muestra como esta última se estaría
dirigiendo, aceleradamente, al colapso. La razón de esto se encontraría en la
combinación de algunos factores tales como la sobreexplotación de recursos, el
cambio climático, la existencia de una elite demasiado rígida y la desigualdad extrema.
Es prácticamente imposible que la sociedad capitalista actual, tecnológica y
económicamente atrasada para enfrentar los peligros de envergadura geológica-
planetaria que se nos avecinan, siga subsistiendo ante un escenario de crisis
ecosistémica generalizada como aquella que estaría a punto de producirse. Debemos
tener en cuenta aquí, asimismo, que una vez que las defensas que tiene el sistema
capitalista para sostenerse ante una crisis comiencen a fallar, será la propia
complejidad de este sistema la cual podría volverlo mucho más vulnerable ante un
potencial fenómeno de colapso. El caso de la caída del Imperio Romano es un ejemplo
de lo anterior.

-Antonio Turiel:
Todas las civilizaciones atraviesan crisis históricas a lo largo de su existencia, y el
colapso completo no es sólo una posibilidad, sino que algo muy repetido a lo largo de
la historia. Sabemos de 26 civilizaciones antes de la nuestra que colapsaron

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completamente. ¿Por qué la nuestra habría de ser la excepción? Las civilizaciones
colapsan como fruto de presiones internas y externas suficientemente intensas, y los
retos a los que deberemos hacer frente (fundamentalmente, cambio ambiental y
escasez de recursos) han acabado ya con otras civilizaciones en el pasado. En
realidad, muy a menudo nos creemos más especiales de lo que somos, pero nuestro
dilema es muy parecido al que otras sociedades sufrieron con anterioridad. Somos de
hecho a veces tan arrogantes que no leemos las lecciones de la historia y no
aprendemos de ella. Una cuestión importante a saber aquí con respecto al colapso es
que aquel siempre es un daño auto-infligido: las sociedades colapsan porque, en su
fuero interno, han decidido colapsar, esto porque ya sea por razones políticas,
religiosas, filosóficas o directamente por terquedad, han querido colapsar. El colapso
siempre es algo evitable, pero uno tiene que trabajar activamente para evitarlo, y
cuando sucede es porque, simplemente, no se quiere evitar, y porque se rechaza
neciamente la idea o la posibilidad misma del colapso. En este sentido, el capitalismo
global del siglo XXI tiene todos los ingredientes para colapsar: ha desencadenado las
crisis que ponen su existencia en entredicho y se niega, además, a aceptar la necesidad
de cambiar de paradigma. Así pues, nos lleva inexorablemente al colapso. Yo no
puedo predecir sí, cuando empiece al colapso, existirá algún tipo de reacción por
parte de este sistema y si aquel logrará adaptarse, pero lo más lógico sería esperar
un colapso completo del capitalismo y probablemente de nuestra civilización. Cabe
destacar, asimismo, que el colapso no es algo necesariamente malo; al final, es una
especie de jubileo de todas esas deudas que tenemos aplazadas con la naturaleza.
Colapsar te da la oportunidad de empezar desde cero.

3. ¿Existe un peligro real de extinción humana durante el siglo XXI, esto tal como
plantea la perspectiva colapsista y algunos movimientos tales como Extincion
Rebellion en Europa?

Michael Lowy:
Es difícil contestar a esta pregunta. ¿A partir de que nivel de calentamiento global la
existencia humana estaría amenazada? Pero no se puede excluir esta hipótesis.

Miguel Fuentes:
No se trata de discutir aquí cual es el nivel de calentamiento global que los humanos
pueden soportar en tanto individuos. Es más simple que eso, se trata de saber a partir
de que rangos del calentamiento global que se espera durante este siglo la agricultura
se vuelve imposible en condiciones naturales y los recursos planetarios comienzan a
venirse abajo. Sabemos, por ejemplo, que todo calentamiento global igual o superior
a los 2 o 3 grados centígrados por encima de la línea de base del siglo XIX (un nivel
alcanzable durante las próximas décadas) significaría que, producto de su impacto
sobre la producción mundial de recursos, una parte significativa de la humanidad
morirá de manera inevitable. Pero no deberemos esperar mucho tiempo para
presenciar el comienzo de esta mortandad en masa, aquello si tenemos en cuenta que
el límite catastrófico del calentamiento global (el cual rebasaremos durante la próxima
década) es de tan sólo 1.5 grados centígrados. La cuestión aquí es empezar a pensar
no en como “detenemos” este fenómeno de extinción humana (ya imparable), sino que,
en realidad, en como podemos evitar la desaparición total de nuestra especie, esto
incluso si aquello sólo sea posible en el 50%, 10% o 1% de la población humana actual
capacitada para sobrevivir. Y es justamente aquí, en esta lucha por la sobrevivencia y
por la preservación de nuestra evolución genética y los mejores logros del desarrollo

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civilizatorio de eras pasadas, en donde la perspectiva comunista adquiere una
importancia redoblada para el futuro.

-Antonio Turiel:
En las respuestas anteriores veo una visión de la Tierra como un sistema demasiado
lineal, lo cual es congruente con los modelos climáticos que manejamos (que hacen
predicciones de acuerdo con un horizonte muy limitado de factores). La Tierra tiene
muchos mecanismos de homeostasis, muchos de los cuales no conocemos, y lo más
probable es que la situación del planeta no degenere tanto tal como las peores
previsiones científicas indican. Lo que acabo de decir no debería tomarse, sin
embargo, como una invitación a relajarse o ser interpretado como un consuelo: la
continuidad de la humanidad sigue estando en un peligro crítico, esto porque el hecho
de que el planeta no degenere hasta convertirse en el infierno que muestran los
modelos climáticos no quiere decir que continúe siendo habitable para nuestra
especie, y en todo caso lo más probable es que la capacidad de carga de humanos
disminuya drásticamente. Pareciera que si no está en peligro el planeta entero no
comprendemos que estamos en peligro nosotros mismos. “Salvemos el planeta”, dicen
ciertos eslóganes de algunos grupos ecologistas; pues no, el planeta no está, ni ha
estado nunca, en peligro, ni siquiera está en peligro la biosfera. Lo que realmente está
en peligro es la humanidad; no pretendamos, por lo tanto, salvar el planeta, lo que
debemos hacer es preservar el hábitat que hace posible nuestra existencia y que, éste
sí, es lo que precisamente se encuentra en peligro. Es además un error pensar que el
cambio climático es el único factor que compromete la vida humana en el planeta. La
escasez de recursos es otro factor tremendamente terminante, aquello porque la vida
de miles de millones de personas depende de que se mantenga el actual sistema de
agricultura industrial y las redes de distribución internacionales. Cuando comience a
escasear el petróleo, ¿quién moverá los tractores y los camiones, y de dónde saldrán
los pesticidas? Cuando escasee el gas natural, ¿cómo sintetizaremos los abonos
nitrogenados? Cuando escaseen los fosfatos, ¿cómo abonaremos nuestros campos?
La propia estabilidad de la red eléctrica está en compromiso, y sin fluido eléctrico
hay muchos sistemas de control que dejarían de ser operativos. Además, faltando
combustible la gente se lanzará a cortar árboles (lo hemos visto en muchos países),
disminuyendo esto aún más la capacidad de carga del territorio. Lo cierto es que sin
una adecuada gestión de las próximas décadas la especie humana podría acabar
extinguiéndose en un plazo de un par de siglos. E incluso con una gestión correcta lo
esperable es que su población disminuya drásticamente.

4. ¿Qué opina respecto de la crítica colapsista a una supuesta “superficialidad” del


análisis ecosocialista en su evaluación de los peligros de la crisis ecológica y la
posibilidad de un colapso civilizatorio cercano?

Michael Lowy:
No todos los ecosocialistas tienen el mismo juicio, pero en mi caso, y creo que también
en el de la mayoría de los ecosocialistas, nosotros no subestimamos de ninguna manera
la gravedad de la crisis ecológica y la posibilidad de un colapso civilizatorio. Al revés,
esta posibilidad es uno de nuestros principales argumentos para destacar la urgencia
y la necesidad de movilizar fuerzas sociales en contra del sistema responsable de la
crisis: el capitalismo.

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Miguel Fuentes:
Michael Lowy y otros exponentes del Ecosocialismo y de la ecología marxista tales
como Bellamy Foster o Ian Agnus fueron algunos de los primeros que integraron el
peligro de un colapso civilizatorio y un ecocidio en su análisis de la actual crisis
ecológica capitalista. Esto cobra más fuerza cuando partimos del hecho de que a
muchos de nosotros nos tomó más de una década de militancia en las filas de la
izquierda comenzar a integrar estas problemáticas. Pero la crisis ecológica y el peligro
de un colapso civilizatorio, que Lowy y los ecosocialistas anticiparon de manera
visionaria y que antes de aquellos intuyeron otros referentes de izquierda tales como
Nahuel Moreno (Argentina), Luis Vitale (Chile) o incluso Fidel Castro, ha avanzado
mucho más rápido de lo que nadie pensó. Lo que a fines de los 90’s y los 2000’s era
nada más que una “sombra amenazante” (la posibilidad de un ecocidio), ha adquirido
en el presente una fisonomía histórica mucho más clara. Es quizás la rapidez con que
se ha desenvuelto este peligro una de las causas principales de que la teoría
ecosocialista haya quedado hoy definitivamente rezagada en su evaluación respecto al
avance de estas amenazas, haciéndose necesario, por lo tanto, la elaboración de un
nuevo marco teórico-político marxista de contenido propiamente colapsista; en otras
palabras, uno que tome el proceso de crisis ecológica súper-catastrófica y el avance
de un fenómeno de colapso planetario inicial ya en marcha en tanto “desafíos
prácticos” (inminentes) y no, tal como se acostumbra frecuentemente al interior de la
izquierda, al modo de meras intuiciones teóricas o discusiones filosóficas. Este punto
se encuentra mejormente desarrollado en la contextualización de las posiciones
colapsistas entregada en la primera parte de esta serie.

-Antonio Turiel:
Yo no soy un estudioso de las teorías políticas, aunque sí veo repetidamente el mismo
problema en el pensamiento político contemporáneo. Este problema consiste en que
la mayoría de los pensadores no vienen del ámbito de las ciencias naturales y tienden
a simplificar y linearizar demasiado el comportamiento de los sistemas naturales, los
cuales son mucho más complejos y con muchas más ramificaciones de lo que
generalmente se quiere aceptar. Por este motivo, los planteamientos políticos suelen
pecar de maximalistas y reduccionistas. Desde mi punto de vista, dada la complejidad
de los sistemas naturales y el conocimiento limitado que tenemos de sus mecanismos
de funcionamiento, creo que la mejor estrategia sería aquí seguir una metodología de
pruebas sucesivas acompañadas de una auditoría constante y honesta de los cambios
y de sus efectos. Creo además que esto último debiera comenzar a realizarse desde
ahora porque se necesitará de mucho tiempo antes de poder articular una respuesta
eficaz a los retos planteados. Entiendo que para el Ecosocialismo o cualquier
movimiento político actual es quizás imposible hacer totalmente públicos sus
planteamientos en torno a lo que realmente se necesita para enfrentar la crisis, esto
ya que dichos planteamientos tienen que enfrentarse y debatir en contra del
pensamiento político dominante, el cual obviamente va a ridiculizar la “obsesión” por
problemas que, a su entender, son inexistentes – y que tiene especial interés por
ningunear. Por este motivo, yo creo que la acción política debe centrarse en un ámbito
mucho más local y menos institucional, rescatando a aquellos que van quedando
excluidos del sistema, y esto no sólo en nuestros propios países. Es un cambio total
con respecto a la praxis política de las últimas décadas, la cual siempre ha intentado
abordar los cambios desde las instituciones. Para mí, por el contrario, dado que las
instituciones están al servicio de una cierta manera de hacer ya que fueron diseñadas
para eso, sería por lo tanto contraproducente intentar controlarlas porque, al final,

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aquellas te controlan a ti. La vida institucional te acaba cambiando la agenda y
fijando una serie de prioridades que realmente no son las tuyas; peor aún, acabas
creyendo que las únicas respuestas posibles a los problemas son aquellas que el marco
institucional te posibilita o te deja ver.

5. Una serie de referentes del colapsismo, activistas medio-ambientales y militantes de


izquierda tales como Miguel Fuentes (Chile), Lucho Fierro (Argentina), Demián
Morassi (Argentina), Manuel Casal Lodeiro (España), Matías Herrera (Argentina),
Alek Zvop (Chile), Miguel Sankara (Chile), Carlos Petroni (Argentina), Albino Rivas
(Argentina), Charly Pincharrata (Argentina), Yain Llanos (Argentina) y Lucas Miranda
(Chile), reconocen que el Ecosocialismo y las elaboraciones de la ecología marxista
constituyeron un aporte clave para una problematización anti-capitalista inicial de la
crisis climática. Paralelamente, algunos de estos referentes plantean que la debilidad de
los postulados ecosocialistas consistiría hoy no sólo en una evaluación a veces
“superficial” de la gravedad y dinámica (ya imparable) de dicha crisis, sino que,
asimismo, en su negativa de integrar la perspectiva de un colapso civilizatorio cercano
en su análisis de la dinámica revolucionaria durante el presente siglo. Se dice aquí que
las concepciones ecosocialistas “fallarían” al momento de integrar las implicancias
“prácticas” de un escenario de ecocidio ya en marcha, reemplazándose con ello la
discusión en torno a las proyecciones catastróficas reales del mismo por una replicación
(acrítica) del proyecto socialista tradicional de los siglos pasados, aunque esta vez
“adornado” (aggiornado) con “fraseología ecológica” y “medidas verdes”. ¿Qué
piensa respecto de estas críticas?

Michael Lowy:
Éstas criticas me parecen sencillamente fuera de la realidad. No veo como se puede
decretar, como un dogma religioso, que el colapso civilizatorio sea ya “inevitable” o
“imparable”. El consenso científico (GIEC) es que, si no se toman medidas enérgicas
para reducir dramáticamente las emisiones de gases de efecto invernadero en las
próximas décadas, entonces ya no será posible evitar que la temperatura del planeta
suba de 1.5° a 2° centígrados, lo que representaría un salto irreversible. Un discurso
“colapsista” que pone en duda este consenso científico es puro oscurantismo.
Declarar, de forma dogmática, intolerante y sectaria que la única verdad es la
“inevitabilidad” del colapso sólo tiene un resultado político: desmovilizar o sabotear
la necesaria lucha por evitar el colapso.

¿Será posible crear una relación de fuerzas anticapitalistas que pueda acabar con las
energías fósiles en las próximas décadas? ¡No es para nada seguro! Pero como lo
decía Bertolt Brecht, quien lucha puede perder, quien no lucha, ya perdió… El combate
para evitar el colapso es la gran tarea de nuestra época, un imperativo moral y político
categórico. El Ecosocialismo no es una replica acrítica del socialismo del siglo pasado
(¿cuál? ¿el socialdemócrata? ¿el estalinista?) con “fraseología verde”. Es una nueva
concepción del socialismo, en la cual la relación con la naturaleza y el respeto a los
equilibrios ecológicos es un tema central. En varios puntos (por ejemplo, en el de la
concepción marxista tradicional de un “desarrollo sin límites de las fuerzas
productivas”), el Ecosocialismo incluso se disocia de algunos escritos “clásicos” de
Marx y Engels.

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Miguel Fuentes:
Michael Lowy afirma que un calentamiento global catastrófico superior a los 1.5
grados centígrados sería todavía evitable, esto último apelando al llamado “consenso
científico”. Lowy cierra este debate, sin embargo, demasiado rápido, aquello cuando
lo que aquel debería hacer es precisamente abrirlo. Este intelectual parece olvidar
aquí que los “consensos científicos” no han existido nunca (desde el origen de la
concepción moderna de ciencia) al modo de cuerpos homogéneos y totalmente
coherentes, escondiéndose con frecuencia en los mismos no sólo la ideología de las
clases dominantes, sino que además las propias visiones particulares de mundo y los
prejuicios de una comunidad científica determinada. Un ejemplo de lo anterior puede
encontrarse en el caso de Copérnico y sus profundas creencias religiosas. Se hace así
necesario, por lo tanto, una evaluación mínimamente crítica del consenso científico al
cual Lowy hace referencia, esto para reconocer que aspectos de aquel vamos
efectivamente a tomar como válidos y cuales deberíamos dejar, en el marco de una
evaluación verdaderamente científica del asunto, de lado.

Una primera limitante que puede identificarse en el tipo de consenso científico


existente hoy en torno a los estudios sobre cambio climático se encuentra, entre otras
cosas, en las concepciones políticas hegemónicas de la comunidad científica que le
sirve de sustento. Resalta aquí el hecho de que prácticamente la totalidad de los
estudios sobre los que se basa este consenso no hayan ido más allá, en sus respectivas
propuestas de solución ante la “problemática ambiental”, de una serie de tímidas
“reformas ecológicas” de la sociedad capitalista. Un ejemplo evidente de lo anterior
se encontraría en James Hansen, el llamado “padre del calentamiento global” y cuya
“solución” ante la crisis ecológica no pasaría de un mero “impuesto verde” al uso de
los combustibles fósiles. ¿Habrá considerado Lowy el hecho de que el consenso
científico al cual apela, caracterizado por una confianza casi ciega en las posibles
“soluciones tecnológicas” que supuestamente podría brindar el capitalismo para
“detener” el avance de la crisis climática, se encontraría así, al menos en este punto,
en directa contradicción con sus propios postulados anticapitalistas?

Al no preguntarse en que medida la idea de una supuesta “reversibilidad” de la actual


dinámica catastrófica de calentamiento global no responde, en realidad, a un reflejo
de la perspectiva tecno-optimista vulgar característica de la ideología capitalista,
Lowy parece olvidar esos “otros” consensos científicos (esta vez en el ámbito de la
investigación científica propiamente tal) que nos mostrarían una imagen mucho más
sombría de aquella que suele acompañar a las promesas tecnológicas del “capitalismo
verde”. ¿Qué acaso Lowy no toma en cuenta el consenso científico que nos muestra el
carácter inédito que tendrían los actuales 415 ppm de CO2 atmosférico, un nivel no
visto en los últimos 14 millones de años? ¿Integra Lowy en su evaluación de la
gravedad del cambio climático el hecho de que, si consideramos el aumento anual (en
aceleración) de alrededor de 2 ppm de CO2 atmosférico, estaríamos a menos de una
década de alcanzar los 425 ppm necesarios para asegurar la ruptura de la barrera
catastrófica de los 1.5 grados centígrados de calentamiento global fijada por la ONU?
¿Tendrá en mente Lowy que, de acuerdo con este escenario, no quedarían asimismo
más de 15 años para alcanzar los niveles de CO2 atmosféricos suficientes para
asegurar el quiebre de la todavía más catastrófica barrera de los 2 grados? ¿Tendrá
presente Lowy el creciente consenso científico en torno a una posiblemente mucha
mayor sensitividad climática a los niveles actuales de CO2 atmosférico, esto si se
toman en cuenta, por ejemplo, las condiciones medioambientales imperantes durante

15
el Plioceno, una época geológica caracterizada por niveles de CO2 semejantes a los
de hoy y cuyas temperaturas habrían sido entre 2 a 3 grados centígrados superiores a
las del siglo pasado?

Más todavía… ¿tendrá en consideración Lowy en su postura “anti- catastrófica” los


estudios que indican que, de detenerse incluso de manera inmediata las emisiones
contaminantes a nivel mundial en el corto plazo, la temperatura terrestre podría
dispararse, de manera fulminante, entre 0.5 a 1 grados centígrados adicionales,
poniéndonos así ante las puertas de los 2 grados de calentamiento global de manera
casi inmediata, esto como producto de la remoción del efecto “enfriante” que ejerce
sobre el clima global la presencia de los aerosoles industriales? ¿Integra Lowy en su
análisis el creciente papel que están comenzando a tener una serie de “feedbacks” (o
retroalimentadores) en el avance del calentamiento global: por ejemplo, la progresiva
reducción del efecto albedo o la cada vez mayor descomposición del permafrost ártico
y el consecuente aumento de las emisiones naturales de metano (un potente gas de
efecto invernadero), existiendo en los hechos una alta posibilidad de que estos
fenómenos se descontrolen rápidamente y se transformen en imparables (esto incluso
en el caso de una disminución sustancial de las emisiones humanas en el corto plazo)?
¿Olvidará acaso Lowy que hoy, cuando todavía quedarían algunos años para la
superación de la barrera de los 1.5 grados de calentamiento global, la situación
medioambiental ya ha devenido en catastrófica, aquello tal como indica el creciente
consenso científico en torno al inicio de la VI extinción masiva de la vida terrestre, la
cual se caracterizaría actualmente por presentar tasas de desaparición de especies
entre un 100% a un 1000% superiores a los rangos naturales?

Sería justamente integrando estos ámbitos del consenso científico en torno al cambio
climático desde donde podemos afirmar que, lejos de los lugares comunes a los cuales
nos tiene acostumbrado el “optimismo verde” ecosocialista, sería ya la propia
“química terrestre” la que daría por asegurada, de manera inevitable, el comienzo de
una pronta fase catastrófica de la crisis ecológica. Sería además precisamente desde
aquí, si integramos asimismo a este escenario tanto el escaso periodo de tiempo que
nos quedaría antes del inicio de dicha fase catastrófica, así como también la
inexistencia de tecnologías en la escala y niveles necesarios para hacer frente a esta
crisis durante las próximas décadas y los prontos golpes de la crisis energética mundial
en ciernes, desde donde la perspectiva de un colapso civilizatorio se presentaría, por
lo tanto, como la alternativa histórica más viable en el corto y mediano plazo. Deben
considerarse aquí, igualmente, las propias características decadentes (putrefactas) del
sistema capitalista y los modelos democráticos actuales, las cuales deberían producir
un empeoramiento aún mayor, esto al menos durante la próxima década, de la ya
gravísima situación ecológica-energética planetaria. Todo lo anterior en momentos en
los cuales los próximos veinte a treinta años constituirían, de acuerdo con una serie de
estudios, el límite definitivo para el inicio de un colapso social a escala global y de un
posible fenómeno de extinción de nuestra especie. Un ejemplo de lo anterior puede
encontrarse en un reciente informe del Breakthrough Centre de Australia que indicó la
década de 2050 como una de las fechas límites para la preservación de la civilización
contemporánea en el caso de un empeoramiento agudo de la crisis ecológica.

¿Pero quiere decir que asumir la inevitabilidad de la catástrofe ecológica y de un


posible colapso civilizatorio sea lo mismo, en palabras de Lowy, a “abandonar la
lucha”? ¡Para nada! Reconocer el carácter inevitable de la catástrofe, esto tal como

16
en muchas otras ocasiones en la historia de la lucha de clases, aunque esta vez teniendo
dicha catástrofe una escala histórico-social y “geológica” muchísimo mayor a
cualquier otra a la cual nos hemos enfrentado, es en realidad la única manera de
preparar la resistencia futura ante la misma. ¡Es necesario un análisis realista de
nuestra situación… y no una perspectiva eco-dulzona (agradable para los oídos
socialistas) que, negando la catástrofe inevitable, lo que hace es condenarnos, por la
vía de la estupidez, a una derrota doble: una por la magnitud de la amenaza y la otra
por ceguera! ¡No! Reconocer la catástrofe universal que se aproxima es el verdadero
imperativo político, moral y ético de nuestro tiempo, esto porque sólo reconociendo
dicha catástrofe inminente (y mirándola fijamente a los ojos) es que podremos aspirar
a comprender de mejor manera los peligros que nos amenazan, esos peligros mortales
(de escala titánica) que deberemos derrotar, tal como todo indica… en el infierno
mismo. ¡Esa es nuestra tarea! ¡Mirar a los ojos a la catástrofe… aquello para
lanzarnos al centro de la misma y, siendo devorados por ésta, abrirle luego el estómago
de un tajo desde su interior para hacerla caer rendida y abrir con ello, bañados en su
sangre, a cualquier precio, las puertas del futuro comunista!

-Antonio Turiel:
La respuesta crítica de Miguel Fuentes a Michel Lowy es completamente acertada.
Michel Lowy parece confundir el consenso científico con el consenso político del
IPCC (Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático). En
general, los estudios científicos suelen proyectar una imagen bastante más sombría
del futuro que lo que reflejan los acuerdos de “mínimos” con los que siempre se
cierran los informes del IPCC. Y en ocasiones el IPCC introduce incluso criterios sin
base técnica real. Miguel Fuentes ya ha hecho una glosa bastante detallada, así que
yo solo añadiré unos pocos más. Por ejemplo, cuando se fija la barrera de los 2ºC de
calentamiento global, lo que se está diciendo es que, de acuerdo con la predicción por
conjuntos de modelos climáticos (“ensemble forecast”) existe un 50% de
probabilidades de que la temperatura del planeta no supere ese umbral. Eso quiere
decir, por lo tanto, que existe un 50% de probabilidades de que SÍ supere ese umbral,
lo cual es poco tranquilizador: ¿alguien se jugaría la vida de sus hijos en un cara o
cruz? Está por supuesto la cuestión de que, a medida que se mejoran los modelos
climáticos, las tendencias siempre empeoran (lo cual es lógico debido a cuestiones
bastante técnicas sobre teoría de la turbulencia), con lo cual la probabilidad real de
no superar los 2ºC seguramente está muy por debajo del 50%. Además, existen muchos
aspectos oscuros en los modelos de la IPCC, introducidos en realidad para evitar dar
un mensaje demasiado alarmante (eufemismo para decir que el mensaje debe ser
aceptable por el actual -establishment- político). Un detalle: todos los modelos del
IPCC asumen una gran disminución de las emisiones netas de CO2 gracias a la
implantación masiva de sistemas de captura y secuestro de carbono. En los modelos
del IPCC con menor uso de dichos sistemas se supone, de hecho, que aquellos serán
capaces de absorber hasta el 40% de las emisiones. Pero los sistemas de captura y
secuestro de carbono son termodinámicamente absurdos y geológicamente dudosos,
por lo que es seguro que no se van a implementar nunca a dichas escalas.

Es curioso que en la argumentación de mis contertulios la cuestión de la escasez de


recursos, y particularmente la del petróleo, pasa completamente desapercibida.
Llevamos años de desinversión en el sector del petróleo a escala mundial, excepto en
Estados Unidos por razones que sólo Trump comprende, aquello porque –como se
reconoce públicamente- no quedan yacimientos rentables. La Agencia Internacional

17
de la Energía, en su informe del año 2018, avisaba que ya hemos superado el “peak
oil” y que de aquí a 2025 podría faltarnos hasta el 34% de todo el petróleo que
esperan que se demande dicho año, esperándose además que lo anterior produzca
recurrentes picos (subidas) de precio desde hoy hasta ese entonces… y sin embargo
no lo comentan. Hace diez años, con el pico de precios de petróleo, mucha gente habló
del “peak oil” y seguramente también mis contertulios, pero aquella crisis pareció
superada para el observador superficial, considerándose ahora posiblemente demodé
hablar de ello. Pues no. La raíz del problema con el suministro de petróleo no se
solucionó, esto a pesar del balón de oxígeno del fracking que, en los hechos, se ha
convertido en una verdadera ruina económica (todas las empresas que se dedican al
fracking pierden dinero desde el año 2011, manteniéndose solamente gracias a una
enorme burbuja de crédito). El fracking está ya llegando a su cenit, mientras que en
el resto del mundo la situación se agrava. ¿Creen ustedes que los problemas en
Venezuela o México son casuales? ¿O que la tensión en el Golfo Pérsico responde
realmente a los pérfidos designios de Irán? Tenemos una grave crisis energética
literalmente planeando sobre nuestras cabezas y, aún así, es justamente en este
momento cuando más ignoramos el dilema que nos plantea.

El hecho de ignorar la crisis de los recursos hace que los análisis de mis contertulios
pequen un poco de simplistas y que no tengan toda la perspectiva para ver la
profundidad del problema. Tenemos que luchar contra el cambio climático porque, sí,
es muy grave y de hecho es tan grave que a pesar del obligado descenso de emisiones
que imponen el “peak oil”, el “peak coal” y el “peak natural gas”, aún así las
previsiones son catastróficas. Pero tendremos que luchar en contra de aquel en un
mundo en el que dispondremos de menos energía para hacer frente a dicho reto.
Asimismo, tendremos que hacer frente a ambos retos (la crisis ecológica y la crisis
energética) apoyándonos en unas energías renovables que, contrariamente a lo que
se quiere hacer creer desde los postulados del capitalismo verde, no tienen un
potencial tan grande como se plantea, pudiendo de hecho cubrir en el futuro sólo una
parte de nuestro actual consumo energético… y eso con suerte.

Por tanto, es cierto, yo me adhiero a las críticas que se mencionan en el enunciado de


la pregunta: es completamente acertado que el discurso ecosocialista más oficialista
lo que hace es adornar con elementos “verdes” o “ecologistas” un discurso de
izquierda más tradicional. Es justamente lo contrario de lo que debería hacerse: la
sostenibilidad – mucho mejor que hablar simplemente de ecologismo – debería ser el
puntal central ideológico, y todo nuestro discurso tendría que construirse alrededor
de este aspecto, el cual pasaría a ser no sólo un “elemento más”, sino que, en realidad,
la verdadera razón de ser de todo lo demás. No puede haber justicia social sin justicia
ecológica, no puede discutirse un modelo de repartición de la riqueza sin primero
cambiar el sistema productivo para que aquel sea sostenible, máxime cuando nuestro
principal problema actualmente es la falta de sostenibilidad y el riesgo de colapso.

18
Ecosocialismo versus Marxismo Colapsista (III)
Una conversación con Michael Lowy, Miguel Fuentes y Antonio Turiel

Continuamos en esta sección de la serie “Ecosocialismo versus Marxismo Colapsista” con la


conversación entre Michael Lowy, Miguel Fuentes y Antonio Turiel, representantes del Ecosocialismo,
el Colapsismo Marxista y la Teoría del decrecimiento. La discusión en esta sección se centra alrededor
de la naturaleza de los peligros asociados a la crisis ecológica y el problema de la viabilidad o
imposibilidad de un restablecimiento socialista del llamado equilibrio metabólico del hombre y la
naturaleza. Se invita a los lectores a revisar las secciones anteriores de este debate.

-Sección Debate
La crisis ecológica y la recomposición socialista del equilibrio metabólico hombre-
naturaleza

6. ¿Podría una revolución socialista “detener” el curso de la crisis ecológica


planetaria actual? ¿En que condiciones podría un proyecto socialista “revertir”
esta última?

-Michael Lowy:
Partiendo del consenso científico de que sería todavía posible detener el cambio
climático si se toman en las próximas décadas medidas enérgicas y radicales, nosotros
planteamos que dichas medidas urgentes y necesarias serían incompatibles con el
propio capitalismo. Sólo en un proceso de transición ecosocialista se podrían
implementar los profundos cambios que son requeridos para lograr este cometido; por
ejemplo, entre otros, la supresión de las energías fósiles, del agronegocio destructor
de los bosques, de la producción de mercancías inútiles, etc.

-Miguel Fuentes:
Nada puede detener ya el desarrollo de una crisis ecológica planetaria catastrófica.
Ni el capitalismo y su desarrollo tecnológico, pero tampoco la revolución socialista y
la serie de reformas de reorganización de la producción y la sociedad supuestamente

19
asociadas a esta última. Los prontos golpes de la catástrofe climática, agravados por
el avance de la inminente crisis energética, la escasez de recursos y la sobrepoblación,
son totalmente inevitables.

En el caso de las posibilidades que tendría todavía, teóricamente, el sistema


capitalista para evitar este escenario, no hace basta agregar más argumentos a los
defendidos en cualquier publicación ecosocialista (o marxista tradicional) de
polémica con el “capitalismo verde”. Tal como se plantea en aquellas, serían la
propia existencia del mercado y la competencia capitalista, así como también la
mantención en el escenario histórico de una clase social (la burguesía) cuyo interés
fundamental es la generación de ganancia, algunos de los obstáculos (insalvables)
más importantes que impedirían que el capitalismo pueda ofrecer una solución real
ante el problema climático. Un ejemplo de esto puede encontrarse en el rotundo
fracaso de prácticamente la totalidad de las conferencias climáticas organizadas por
la ONU en las últimas décadas, constituyendo el retiro de Estados Unidos del llamado
acuerdo de París y las políticas anti-ecológicas que está aplicando hoy Bolsonaro en
Brasil una muestra evidente de aquello. Igualmente, ya me referí en una respuesta
anterior a los impedimentos que tendrían los avances tecnológicos en el marco de la
actual sociedad capitalista para lograr una efectiva solución al tipo de crisis
ecológica-energética que está comenzando a dar sus primeros pasos a nivel
internacional. Sobre este último punto, que desarrollaré más ampliamente en una de
mis siguientes respuestas (ver pregunta 8), es posible consultar, asimismo, los debates
de polémica de diversos referentes ecosocialistas en contra del marcado “optimismo
tecnológico” que caracterizaría no sólo a una gran parte de las corrientes ecologistas
y medioambientalistas alrededor del mundo, sino que, a la vez, a una porción
significativa de la propia comunidad científica internacional. Es importante destacar
aquí que son justamente estos debates, críticos de la confianza ciega que depositan
ciertos sectores sociales, políticos, ambientalistas y del ámbito científico e intelectual
en el desarrollo científico y tecnológico como una vía de solución efectiva y
supuestamente infalible de la crisis ecológica planetaria, uno de los aportes teóricos
y políticos más significativos del Ecosocialismo y la ecología marxista.

Ahora bien, si tenemos en cuenta la escala y gravedad que ha alcanzado la crisis


ecológica en la actualidad, puede afirmarse que ni siquiera una gran transformación
social como la que podría representar, por ejemplo, el triunfo de una hipotética
revolución socialista mundial estaría hoy capacitada para “detener” o “evitar” el
avance (cercano) de una crisis ecológica y energética global de naturaleza
catastrófica. Esto último, de hecho, incluso en el caso de asumirse la viabilidad de
una ciertamente poco creíble “implantación exprés” (es decir, en nada más que una
década o dos) de una serie de importantes medidas globales de reorganización
socialista de la sociedad tales como, entre otras, la expropiación de los medios de
producción, la planificación de la economía a manos de los trabajadores o una
redistribución mundial de las riquezas. Quizás hace veinte o treinta años, de haberse
comenzado en ese entonces un agresivo plan de reorganización socialista
internacional de la producción y la sociedad caracterizado por un drástico enfoque
de protección medioambiental (aunque improbable dado el escaso papel que ha tenido
históricamente la problemática ecológica en el seno de las organizaciones marxistas
tradicionales), quizás en ese contexto la implementación de medidas tales como una
hipotética expropiación socialista de los medios de producción a nivel mundial,
efectivamente, podrían haber constituido palancas esenciales para conseguir un

20
eventual “freno” o “detención” de una dinámica de crisis ecológica global
catastrófica. Quizás entonces, como digo, si dichas medidas hubieran comenzado a
ser aplicadas hacia comienzos de las décadas de 1970 o 1980, esto en el marco del
desarrollo de un (poco creíble) programa de transición socialista de aplicación
“súper rápida” no sólo al nivel de uno que otro hipotético estado socialista
“ecológico” (algo así como una versión verde de la ex URSS o Cuba), sino que de
forma casi inmediata (instantánea) en todo el globo y con un contenido, asimismo,
“amigable” con el medioambiente, quizás en dicho escenario, sí, podría haber sido
concebible que aquellas medidas de reorganización socialista nos hubieran permitido
evitar la catástrofe… pero no hoy cuando ya estamos por empezar la tercera década
del siglo XXI. Lo anterior queda claro si tomamos en cuenta, por ejemplo, tal como
planteé en una respuesta anterior, el hecho de que nos encontraríamos a menos de
una década (¡menos de una década!) de alcanzar los niveles de CO2 atmosféricos
suficientes para asegurar, sin ninguna duda posible, la ruptura del límite catastrófico
de los 1.5 grados centígrados de calentamiento global. Y el asunto se vuelve todavía
peor si recordamos que no faltarían ni siquiera veinte años para que dichas
concentraciones alcancen niveles que darían ya por asegurado, no importa lo que
hagamos en el futuro, el rebasamiento de la mucho más catastrófica barrera de los 2
grados centígrados.

Concentraciones actuales de CO2

¿Cómo piensan Lowy y otros ecosocialistas tales como Daniel Tanuro que rechazan
la idea de un colapso ecosocial inevitable (idea que aquellos descartan bajo el término
de “colapsología”), entonces, que la revolución socialista sería capaz de “frenar” el
desarrollo de una crisis ecológica catastrófica en, repitámoslo, nada más que una
década? ¿Como concebiría, por lo tanto, el Ecosocialismo de Lowy, Tanuro y
compañía la resolución de este problema? ¿Acaso nada más que impulsando
pintorescas marchas ambientalistas caracterizadas esencialmente por su pacifismo,
sus demostraciones “alternativas” de lucha ciudadana y sus muchas pancartas
multicolores en pro de un “socialismo ecológico” o una todavía más abstracta
“justicia climática”? ¿Quizás de la mano de propuestas eco-liberales encubiertas
tales como las de Ocasio-Cortez o Naomi Klein? ¿Quizás gracias a la difusión de
aquellas discusiones marxistas de tono “sensible” con los problemas ambientales en
las cuales abundan las imágenes de ese “Marx ecológico” que, al modo de un “Santa
Claus de los bosques”, gustan representar frecuentemente los círculos de amigos del
Ecosocialismo… ese Marx “amigo de la naturaleza” que destacaría en sus ingeniosas
representaciones, entre otras cosas, por una profusa y ciertamente bonachona barba
verde que asemejaría el follaje de los árboles y en donde hasta los pájaros podrían
construir sus nidos? ¿Sí? ¿Pero se habrán acaso olvidado nuestros ecosocialistas (o
algunos de sus repetidores vulgares en el ámbito del marxismo industrialista

21
tradicional: por ejemplo, los clubs de amigos de los permacultivos que impulsan las
secciones de “noticias verdes” de La Izquierda Diario en Argentina o Chile) que los
actuales casi 415 ppm de CO2 ya se encontrarían en gran medida “fijados” en la
atmósfera terrestre no sólo por varias generaciones en el futuro, sino que, además,
por un largo periodo de tiempo en escala geológica? ¿Recordarán estos exponentes
de la “ecosocialismología”, otra vez, que durante ese largo periodo de tiempo en el
cual las concentraciones de CO2 terrestre no caerán por debajo de los 400 ppm (esto
incluso en el caso de que las emisiones de gases de efecto invernadero bajaran
sustancialmente de forma inmediata), las temperaturas globales seguirán subiendo
inexorablemente (esto último, por ejemplo, en el caso de los océanos), siendo
asimismo imposible disminuir en el corto y mediano plazo estas concentraciones,
aquello simplemente porque no contamos con la tecnología (hoy y en muchas décadas
en el futuro) para lograr dicho cometido?

Representación ecosocialista de un Marx amigo de la naturaleza

Más aún, incluso poniéndonos en el caso de que sea posible hoy una revolución
socialista que, imponiéndose a nivel mundial mediante la violencia de las masas
explotadas, sea capaz de acabar de raíz con las clases capitalistas ecocidas y dar
paso, en un plazo no mayor a los 15 o 20 años, a la implementación de una “transición
ecosocialista global” tal como la planteada por Lowy y otros referentes del
Ecosocialismo, ¡aún así!... dicha forma de transición socialista (“súper rápida”) en
pos de la construcción de un nuevo tipo de “socialismo verde” a escala planetaria no
podría hacer nada, tampoco, para evitar el desarrollo de una crisis ecológica y
energética global catastrófica. Esto último, entre otras cosas, como ya dijimos, por la
sencilla razón de que dicha sociedad socialista “ideal” (ecológica) tampoco contaría
durante las próximas décadas (es decir, el límite de tiempo que nos quedaría antes del
inicio de una dinámica -absolutamente catastrófica- de la crisis climática) con las
tecnologías necesarias para hacer frente a los impactos que producirá sobre el clima
terrestre y los sistemas de producción de recursos los niveles de calentamiento global

22
ya asegurados (activados) por las actuales concentraciones de gases de efecto
invernadero en la atmósfera.

De hecho, como profundizaré en una respuesta siguiente (ver pregunta 8), uno de los
únicos campos del desarrollo tecnológico contemporáneo que podría llegar a tener
alguna injerencia real en el avance de la crisis ecológica en el corto plazo sería el de
la llamada geoingeniería, requiriendo sin embargo aquella todavía de muchas
décadas de desarrollo, tal como señalan una serie de científicos a nivel internacional,
para que pueda transformarse en una herramienta efectiva en el combate del cambio
climático. En otras palabras, un periodo de tiempo mucho mayor a los diez o veinte
años que, como hemos repetido, nos quedarían (¡si es que todavía nos queda alguno!)
antes del inicio de una fase catastrófica “abierta” de la crisis ecológica mundial. Y
todo esto sin siquiera integrarse, además, el pequeño “detalle” de la imposibilidad de
dar pie a un proyecto de transición ecosocialista global en tan sólo un par de décadas,
aquello si consideramos el hecho de que la burguesía internacional no saldrá de la
escena histórica sin antes intentar aferrarse con todas sus fuerzas (probablemente por
varias décadas y utilizando todos los medios a su disposición) al poder global. Todo
esto… sin siquiera considerarse, igualmente, el propio desafío (quizás imposible de
resolver sin seguir reproduciendo algunos de los actuales indicadores de destrucción
medioambiental globales asociados al sistema industrial) que tendría una hipotética
sociedad socialista “ecológica” para asegurar los alimentos, el agua, la ropa, la
vivienda, la salud, la educación, los derechos sociales, las opciones de género, las
preferencias identitarias, los gustos individuales… para una población mundial que
ya ronda los ocho mil millones y que podría dispararse durante las próximas décadas
a los nueve, diez, once, ¡doce mil millones de habitantes!

Todo esto, asimismo, en el contexto de una incipiente crisis energética internacional


como resultado de un fenómeno inicial de agotamiento de los combustibles fósiles que,
habiendo comenzado ya a manifestarse con fuerza en diversos países, haría necesaria
un tipo de transición energética global tan sólo alcanzable, de acuerdo con una serie
de estudios técnicos y asumiéndose un nivel de cooperación económica y política
internacional no alcanzado jamás durante la historia moderna, en un periodo no
menor, con suerte, a las tres o cuatro décadas. Esto último en un escenario
condicionado, además, por la creciente incapacidad, tal como señaló Antonio Turiel
anteriormente, de las llamadas energías renovables para satisfacer en el futuro
próximo las actuales necesidades energéticas mundiales. Todo esto, para empeorar
las cosas, en el marco de una inminente crisis planetaria de recursos como producto
no sólo del cercano rebasamiento de los 1.5 y 2 grados centígrados de calentamiento
global, sino que, asimismo, de un aumento potencial de la temperatura global que
podría llegar durante este siglo, tal como hemos dicho, hasta los tres, cuatro, cinco o
incluso seis grados centígrados. Y sumemos a todo lo anterior, finalmente, el
desarrollo del inminente y explosivo problema súper migratorio que se asociará,
necesariamente, no sólo a la aguda crisis alimentaria internacional que acompañará
el avance (ya irrefrenable) del calentamiento global y la crisis climática, sino que,
además, a un contexto internacional en el cual cualquier medida que pueda tomarse
para lidiar con estos problemas se enfrentará a un escenario cada vez más
desesperado y caótico.

Tal como señaló Turiel previamente, Lowy en realidad confundiría en sus


planteamientos el creciente consenso científico en torno a la magnitud del cambio

23
climático actual y sus posibles proyecciones durante este siglo, las cuales darían en
gran medida por asegurado el desarrollo de un tipo de calentamiento global
catastrófico en el corto plazo y, por otro lado, la serie de “consensos políticos”
(configurados de acuerdo a criterios eminentemente institucionales) del IPCC en sus
respectivos diagnósticos (conservadores) de la gravedad de la crisis climática global,
estos últimos basados a menudo en un tipo de discurso de tono interesadamente
consensuado, artificialmente moderado y digerible para las elites capitalistas y los
gobiernos alrededor del mundo. Una de las características de este discurso sería,
precisamente, hacer hincapié en un conveniente relato con respecto a la oportunidad
que tendrían todavía, supuestamente, las burocracias gubernamentales capitalistas
para “detener”, mediante la aplicación de los llamados “acuerdos climáticos
internacionales”, el curso catastrófico de la actual crisis ecológica. Serían de hecho
justamente estos “consensos institucionales”, sostenidos sobre la base tanto de una
serie de fantasiosas proyecciones en torno a la factibilidad de unas ultra drásticas
disminuciones de las emisiones industriales durante la próxima década, así como
también de las fabulosas capacidades, igualmente imaginativas, que debería adquirir
la geoingeniería durante este siglo para el impulso de un vasto programa de
“emisiones negativas” (esto en el caso, por ejemplo, de una también fantasiosa
implementación en gran escala de una serie de tecnologías de extracción de carbono
atmosférico), lo que sería erróneamente entendido por Lowy al modo de, tal como
aquel afirma, un importante “consenso científico” con respecto a la posibilidad que
la humanidad aún tendría para “evitar” la catástrofe. Esto último, claro, con la
condición -sine qua non- de que la solución para “detener” esta catástrofe no se quede
solamente ni en la esfera exclusiva de las reformas tecnológicas del sistema
productivo, así como tampoco en el terreno de los meros planes gubernamentales de
reducción de las emisiones de invernadero, sino que de paso, además, a una completa
“refundación ecosocialista” de nuestra civilización.

Una refundación socialista (color verde bosque) de la civilización industrial basada,


tal como se le olvida señalar a Lowy y sus amigos, en los cuentos de hadas de los ya
referidos “consensos institucionales” (¡no científicos!) del IPCC, esos mismos
cuentos de hadas alrededor de los cuales la gran diplomacia mundial se dedica a
charlar cada año, por ejemplo en el marco de las inservibles conferencias climáticas,
en torno a las posibilidades que tendría aún, supuestamente, nuestra monstruosa
sociedad industrial (y sus pronto 8 mil millones de habitantes) para “frenar” la
catástrofe que se avecina. Cuentos de hadas que luego se encargan de repetir, como
loros, aunque esta vez de manera mucha más burda que en los casos de Lowy, Tanuro
o Foster, los repetidores vulgares del Ecosocialismo en el ámbito del marxismo
industrial-contaminante tradicional; por ejemplo, entre otros, los ya mencionados
círculos de militantes “verdes” (de sensibilidad vegana y grandes admiradores de
Greta Thunberg) que impulsan las “secciones medioambientales” de La Izquierda
Diario o la Red Ecosocialista del MST argentino en algunos países tales como
Argentina, Chile, México o España.

24
Los referentes eco-verdes de La Izquierda Diario repiten los lugares comunes del
Ecosocialismo

Una supuesta refundación “eco-amigable” de nuestra civilización basada, entre otras


estupideces, en las mismas “golosinas ideológicas” elaboradas por la ONU en torno
a las capacidades, como ya dijimos fantasiosas, que tendría nuestra absolutamente
destructiva sociedad de masas para torcer “a cero”, mágicamente, en un par de
décadas, las millones de toneladas de gases de invernadero necesarias para alimentar
al “monstruo industrialista”… esas “golosinas” o “chupetes” ideológicos que se
encargan igualmente de masticar, esta vez de manera incluso todavía más patética
que en los casos ya mencionados de La Izquierda Diario o el MST argentino, los
estafadores ideológicos de la LIT-CI trotskista en las incipientes reflexiones
“ecológicas”, casi inexistentes, que vienen llevando adelante algunos militantes
aislados al interior de sus secciones nacionales. Esos mismos “chupetes” ideológicos,
en definitiva, que succionan cada tanto, repitiendo al modo de una canción de cuna la
frase de Gramsci en torno al “pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad”,
todo aquel arco de “intelectuales eco-marxistas” que (desde Michael Lowy hasta los
embaucadores eco-verdes “amigos” de Greta Thunberg de Roberto Andrés, Diego
Lotito, Valeria Foglia o Domingo Lara de La Izquierda Diario) se empeñan en discutir
ocasionalmente, lamiendo una y otra vez dichas golosinas medioambientalistas, su
serie de muy esperanzadoras “soluciones” socialistas y asimismo “verdes” (algo así
como una pegotina media mal hecha entre la consigna socialista tradicional de
control obrero de la producción y la exigencia Greenpeace de “Salvemos a Willy”) al
problema de un pronto colapso medioambiental planetario. Esto último, claro, en el
caso de que las organizaciones marxistas tradicionales tengan, al menos, uno que otro
“eco-activista” que se digne siquiera a impulsar algún espacio (siempre marginal) en
las publicaciones, usualmente los domingos, de su partido “obrero”, publicaciones
en las cuales dicho militante pretenderá que su respectiva organización “obrera” sí
tiene, en realidad, algo que decir, aunque sea de vez en cuando, ante el “problema
climático”.

25
La LIT-CI representa lo peor de la tradición trotskysta en su tratamiento del problema
ambiental

¡No! ¡Es necesario ser claros y explícitos! ¡La posibilidad de un horizonte de


salvación comunista durante este siglo requiere de ello! ¡La construcción de un
proyecto de redención socialista, en la muerte misma si es necesario, lo necesita!
Debemos decir, claramente, en contra de la perspectiva “verde-optimista” simplona
del Ecosocialismo y sus secuaces ideológicos, perspectiva que se ha transformado en
un obstáculo, mortal, para una real comprensión de la amenaza a la que nos
enfrentamos… ¡que el avance de una crisis ecológica catastrófica es ya imparable!
Es precisamente sobre esta situación de “emergencia climática global” (y pronta
catástrofe mundial de envergadura geológica) a partir de donde la revolución
socialista debe comenzar a discutir, tal como hiciera Lenin y sus hermanos
bolcheviques a principios del siglo pasado, aunque ahora de cara al apocalipsis…
¿qué hacer?

-Antonio Turiel:
Mi posición sobre este tema es un tanto intermedia, aunque mucho más cercana a la
de Fuentes que a la de Lowy. Primero que nada, no es verdad que no podamos mitigar
significativamente el proceso que está en marcha, e incluso es aún posible evitar las
peores consecuencias. Pero en ese “podemos” estamos considerando la cuestión
meramente técnica, física si quieren. Si consideramos el factor social, la inercia social
es tan grande que hace albergar pocas esperanzas de que se vayan a hacer los
cambios necesarios en el escaso tiempo disponible, entre otras cosas porque aún se
está jugando sobre todo a la ceremonia de la confusión. ¿Cuánta gente cree que la
cosa es cuestión de reciclar los envases, no utilizar bolsas de plástico, producir más
energía renovable, aumentar la eficiencia y el ahorro, y pasarse al coche eléctrico?
Son esas cuestiones las que ocupan prácticamente todo el espacio de debate no sólo
político, sino también público, cuando todo eso no son más que, en realidad, falsas
soluciones. Falsas soluciones que en el mejor de los casos tan sólo tratan los síntomas
y nunca las causas profundas, esto cuando no directamente las confunden.

Hay que ir, en realidad, mucho más lejos que una revolución socialista: hay que hacer
un cambio tremendamente profundo. Hay que abolir el interés compuesto, hay que

26
cambiar por completo el sistema productivo, las relaciones laborales, las relaciones
sociales, la relación con la Tierra. Los cambios necesarios, imprescindibles en
realidad, son tan grandes que su mera enumeración causa hoy un rechazo absoluto,
esto en un contexto en donde el capitalismo tiene la hegemonía total del discurso,
aquello al punto de que dicha hegemonía no sólo limita el pensamiento de las personas
sobre qué futuros podemos imaginar, sino que también sobre cómo puede ser su
colapso. Aparentemente, un colapso al estilo de -Mad Max- o -Apocalipsis Zombie-
serían las únicas opciones, esto aún cuando a lo largo de la historia los colapsos no
se han dado nunca de esa manera. Tal es el triunfo del discurso del capitalismo que
la mayoría de la población no entiende que se pueda hacer un discurso por fuera de
él. En estas condiciones, si no se produce una revolución global y radical,
efectivamente no podemos esperar nada bueno. El clima se acabará de desestabilizar
y para cuando se intente reaccionar haciendo algo en la dirección correcta faltarán
los recursos.

7. Considerando la actual ruptura de los equilibrios ecológicos del periodo holocénico que
han primado desde hace aproximadamente diez mil años en nuestro planeta (un ejemplo
de lo anterior serían los más de 410 ppm de CO2 presentes hoy en la atmósfera, un cifra
no vista en la Tierra en varios millones de años): ¿es realista plantear que el
socialismo podría “restablecer” el llamado “equilibrio metabólico hombre-
naturaleza”, esto tal como plantea el Ecosocialismo y los principales referentes de
la ecología marxista? ¿Es esta consigna una fantasía o una potencial realidad?

-Michael Lowy:
Francamente, no sé sí sea posible algo así como “restablecer” el equilibrio ecológico
tal como existió en el holoceno. Pero por lo menos deberíamos (y podemos hacerlo)
tomar medidas enérgicas que nos permitan superar la ruptura metabólica que
representa el capitalismo. Lo anterior serviría así para crear condiciones para un
nuevo equilibrio entre el hombre y la naturaleza, uno que pueda evitar la catástrofe.

A partir de aquí, la recomposición de este equilibrio no sería una fantasía, pero


tampoco (todavía) una realidad. Ahora bien, es la única propuesta racional para
superar el callejón sin salida capitalista. Sólo una reorganización ecosocialista de la
vida económica, social y política podría restablecer, por lo menos en parte, el
equilibrio metabólico entre las sociedades humanas y la naturaleza. No hay ninguna
garantía, sin embargo, que se logre imponer una alternativa ecosocialista al colapso
civilizatorio. ¡Esto dependerá de todos nosotros!

-Miguel Fuentes:
Michael Lowy plantea, literalmente, que no sabe si podamos ser capaces de
reestablecer el equilibrio ecológico que primó en la Tierra durante el periodo
holocénico. Reglón seguido, aquel afirma que, sin embargo, sería todavía posible
tomar una serie de medidas para superar la actual ruptura metabólica entre el hombre
y la naturaleza, asegurando con ello las condiciones para la creación de un “nuevo
equilibrio ecológico” que nos permita, entre otras cosas, “evitar” la catástrofe.
¡Bien! ¡Crear un nuevo “equilibrio ecológico” que reemplace al del holoceno!…
¿cómo no se nos ocurrió antes? Y es que sólo bastaría con que integremos al
programa de la revolución socialista la consigna de la creación de este “nuevo
equilibrio”, esto por ejemplo gracias a una reorganización racional del sistema
económico internacional y la redistribución de las riquezas mundiales, para que dicha

27
revolución pueda estar capacitada para generar, nada menos, que un nuevo equilibrio
ecológico sobre nuestro planeta. Un nuevo equilibrio ecológico configurado no a lo
largo de decenas o cientos de miles de años tal como ocurriera en el caso de algunos
de los anteriores equilibrios geológicos que primaron en la Tierra en eras pasadas,
sino que, esta vez, tan sólo en décadas. Y no sólo esto, sino que además un tipo de
equilibrio medioambiental con la capacidad de, no importa cuanto hayan avanzado
hasta ahora las condiciones de degeneración medioambiental inducidas por el
capitalismo, permitir a los siete mil millones de habitantes que constituyen la actual
población mundial no sólo seguir satisfaciendo sus necesidades materiales de
subsistencia, sino que, de la mano de la imposición del socialismo mundial, comenzar
a disfrutar de unas condiciones de vida “realmente dignas”.

¡Maravilloso! La idea ecosocialista en torno a la creación de un nuevo “equilibrio


metabólico” (un término que nuestros ecosocialistas usan a menudo para dar prueba
de la gran profundidad teórica-práctica de sus propuestas) suena bastante bien. Por
un lado, aquella integraría tanto los beneficios propios de los programas
revolucionarios industrialistas de los siglos pasados (esto en lo que respecta, por
ejemplo, a la aseguración íntegra y efectiva de las necesidades materiales del conjunto
de la población mundial), así como también, por otro lado, las ventajas inherentes a
la creación de un nuevo marco armónico de relación entre la sociedad y el
medioambiente. En otras palabras, algo así como los sueños de Lenin y Greenpeace
unificados. ¿Se podría entonces, realmente, pedir más? Si hasta pareciera que la
fenomenal crisis ecológica y de recursos que se aproxima fuera una especie de
oportunidad (-in extremis-) para una “refundación verde” de nuestra civilización y
no lo que realmente es; es decir, no soló uno de los productos más nefastos de las
derrotas de la revolución socialista en los últimos dos siglos, sino que, además, una
amenaza existencial inminente de la cual, probablemente, no salgamos vivos.

Hagamos por lo tanto un alto y discutamos porqué la sin duda atractiva idea
ecosocialista de una restauración del llamado equilibrio metabólico ha pasado a ser,
en nuestras condiciones históricas, o bien una utopía, o bien una estafa ideológica.
Partamos aquí por preguntarnos si es realmente factible defender la creación, tal
como sugiere Lowy, de un “nuevo” equilibrio ecológico distinto al que imperara
durante el periodo holocénico y que, ante la imposibilidad de una restauración
completa de las condiciones de este último, nos permitiría “evitar” el desarrollo de
un cambio climático catastrófico. ¿Es consciente Lowy en esta afirmación de que
literalmente todo lo que hemos conocido no sólo como civilización, sino que, además,
las propias bases del desarrollo de la primeras sociedades agrícolas-ganaderas y la
vida sedentaria fue en gran medida viable, justamente, por la existencia de los rangos
de variabilidad climática que caracterizaron al hoy agonizante periodo holocénico?
¿Tiene presente este intelectual ecosocialista el hecho de que los pilares climáticos de
dicho periodo geológico fueron los que hicieron posible, en gran medida, el desarrollo
de todas las sociedades estatales desde las polis griegas hasta los grandes imperios
coloniales de los siglos XIX y XX? ¿Considera aquel que el mismo desarrollo del
capitalismo, basado en una lógica de crecimiento infinito, fue también posible,
precisamente, por las condiciones medioambientales generales del periodo
holocénico que, en combinación con los adelantos tecnológicos y productivos de la
economía capitalista, confirieron a esta última la abundancia de recursos agrícolas y
naturales necesaria para su funcionamiento y expansión? ¿Tiene en cuenta Lowy, en
su al parecer total subvaluación de la importancia fundamental que tendría el marco

28
medioambiental holocénico para la sobrevivencia de nuestra propia sociedad, que ni
siquiera sabemos si sería dable preservar aquello que hemos denominado hasta ahora
como civilización en un contexto geológico “distinto” al del Holoceno… esto último
ya que, por lo menos hasta hoy, la civilización misma ha sido, en los hechos, un
fenómeno eminentemente holocénico?

Más aún… ¿tendrá presente Lowy que cualquier otro tipo de equilibrio ecológico que
no esté basado en la preservación de las condiciones holocénicas sería muy
probablemente incompatible con la sobrevivencia de una gran parte de la actual
población mundial, esto si se consideran, por ejemplo, las condiciones climáticas
imperantes durante el Plioceno, un periodo geológico que, caracterizándose por una
temperatura global ligeramente superior a la de los últimos milenios, era demasiado
caliente para la preservación de los sistemas agrícolas actuales? ¿De que estamos
hablando, por lo tanto, cuando se afirma, ligeramente, que sería posible crear las
condiciones para la configuración de un “nuevo” equilibrio ecológico que, distinto al
holocénico, nos permitiría “evitar” la catástrofe? ¿Son conscientes los exponentes
ecosocialistas al realizar estas afirmaciones de que la mayor parte de los periodos
geológicos que han existido sobre la Tierra, salvo el Holoceno, se han caracterizado
por condiciones mucho más hostiles para la sobrevivencia de nuestra especie?
¿Tienen en cuenta los ecosocialistas, otra vez, que la diferencia de tan soló unos
grados en la temperatura global media durante este siglo nos pondría ante un contexto
climático demasiado caliente o demasiado frío para la preservación de la humanidad
sobre una gran parte del planeta, siendo un ejemplo de lo anterior el difícil escenario
paleoclimático que las sociedades humanas debieron enfrentar durante el Pleistoceno
(o edad glacial); es decir, un periodo geológico que con sólo unos cuantos grados
centígrados de temperatura por debajo de la línea de base del siglo XIX era tan frío
que una porción significativa de la Tierra era totalmente inhabitable?

Holoceno y civilización en los últimos diez mil años (variabilidad holocénica en azul)

29
¡No! Contrariamente a lo que plantea Lowy, no existiría ningún tipo de equilibrio
ecológico “alternativo” con el cual simplemente “reemplazar” las condiciones
medioambientales (inusualmente estables) existentes durante el Holoceno. Esas
condiciones climáticas que imperaron durante los últimos diez mil años en la Tierra
y cuyo marco geológico base ya habría sido volado en pedazos por el avance de la
destrucción capitalista, esto tal como muestra, por ejemplo, el reciente rebasamiento
del límite de los 400 ppm de CO2 atmosférico, un nivel no visto sobre nuestro planeta
en varios millones de años. Esa destrucción ambiental capitalista responsable,
asimismo, de los actuales ritmos de acidificación marina (sin precedente en los
últimos 300 millones de años) y las inéditas tasas de desaparición de las especies, las
cuales han alcanzado ya niveles entre un 100% y un 1000% superiores a las tasas
naturales. ¡No! El equilibrio medioambiental holocénico; es decir, el único equilibrio
geológico que la civilización ha conocido hasta hoy, ya ha sido pulverizado… ¡esto
incluso antes de haberse rebasado la barrera catastrófica de los 1.5 grados
centígrados de calentamiento global fijada por la ONU!

Niveles actuales de CO2 en escala geológica

Y resulta que este equilibrio medioambiental, deshecho ya por el frenesí destructivo


de la sociedad industrial, no puede ser ni “reparado”, esto tal como tampoco puede
ser reparada (¡aún con todo nuestro desarrollo tecnológico!) una botella de vidrio al
estrellarse a toda velocidad en contra de un muro, así como tampoco, tal como
dijimos, “reemplazado”. Esto último, precisamente, porque los equilibrios geológicos
no son simplemente botellas que puedan ser intercambiadas luego de que alguna de
aquellas se haya “roto” (o “fracturado”), sino que, por el contrario, el resultado de
una compleja interacción de ecosistemas y factores climáticos a lo largo de miles de
años de la cual, en muchos casos… no conoceríamos prácticamente nada.

Un ejemplo de lo anterior puede encontrarse en el caso del estado del conocimiento


científico sobre los océanos, los cuales a pesar de la importancia vital que poseen
para la reproducción de las cadenas tróficas del planeta, serían hasta hoy incluso más
desconocidos para la humanidad que el espacio exterior (hasta el año 2016, por
ejemplo, sólo el 5% del suelo marino había sido incluido en registros topográficos).
Otra muestra de lo mismo se hallaría en nuestra comprensión (incomprensión, mejor
dicho) del funcionamiento y carácter de otro de los componentes esenciales de la vida
natural: los sistemas arbóreos. Dando cuenta de las importantes lagunas del

30
pensamiento científico moderno en torno al funcionamiento de los ecosistemas
terrestres, recientes investigaciones han dejado en evidencia el casi completo
desconocimiento que caracterizaba a las ciencias naturales, hasta hace sólo algunos
años, en torno a la existencia de una vasta red de comunicación entre una gran parte
de las comunidades arbóreas del planeta. La complejidad de esta red sería de tal
envergadura que aquella destacaría, de hecho, por la presencia de importantes
fenómenos de cooperación y competencia social entre árboles, teniendo estos últimos
incluso la capacidad no sólo de comunicarse entre sí potenciales peligros, sino que
además de conformar extensas “comunidades” en las cuales una determinada
“familia” podría llegar en ciertos casos, sorprendentemente, a transferir nutrientes a
sus miembros más necesitados.

Lo anterior son solamente dos ejemplos ilustrativos, en dos sectores neurálgicos de


los ecosistemas terrestres, de las tremendas limitaciones (insalvables de acuerdo con
varios pensadores) que tendría el desarrollo científico actual (y probablemente el de
muchas décadas en el futuro) para pensar en asumir, seriamente, cualquier tipo de
“reparación” o “reemplazo” (ecosocialista) de los ya definitivamente “fracturados”
(o mejor dicho deshechos) equilibrios holocénicos. Agreguemos a esto que ni siquiera
hemos mencionado todavía, tal como desarrollaré en una de mis siguientes respuestas
(ver pregunta 8), las enormes limitaciones que tendrían los avances tecnológicos
contemporáneos (y tal vez los de las próximas centurias) para llegar incluso a
imaginar una restauración no traumática (es decir, que no se cobre la vida de cientos
o miles de millones de personas) de tan sólo una parte de dichos equilibrios, esto
último, claro, si es que algo así como la restauración de una “parte” de un todo tan
complejo como el ciclo de la vida terrestre pueda ser posible.

Red arbórea de intercambio de nutrientes1

Lo que nos estaría mostrando la evidencia científica como perspectiva más probable
sería así, con cada vez más fuerza, la apertura de un nuevo periodo geológico
marcado por un progresivo desequilibrio estructural y degradación terminal del
conjunto de los ecosistemas terrestres. Sería justamente a esto a lo que apuntaría un

1
How Trees Secretly Talk to Each Other in the Forest (https://www.youtube.com/watch?v=7kHZ0a_6TxY).

31
creciente número de investigadores al defender la idea del comienzo de un nuevo
periodo geológico caracterizado por el inicio de la VI extinción masiva de la vida
terrestre. Otro término para este nuevo periodo geológico sería el de Antropoceno.
Lo importante que se debe tener aquí en cuenta es que ambos conceptos aludirían al
desarrollo de un marco medioambiental definido no sólo por un empeoramiento
progresivo (e irreversible) de las condiciones de habitabilidad humana sobre el
planeta, sino que, además, por plantear la posibilidad de un salto todavía más
catastrófico de la crisis climática, esta vez con la capacidad de amenazar durante este
siglo o los siguientes el conjunto de la vida compleja existente en la Tierra. Una de
las perspectivas más temidas por algunos científicos que mostraría dicha posibilidad
sería la del inicio de una dinámica de súper-aceleración del calentamiento global
(perspectiva definida bajo el concepto de Runaway Global Warming), esto por
ejemplo en el caso de producirse la liberación (potencialmente cercana) de las
masivas reservas naturales de metano almacenadas en el permafrost o los lechos
marinos en las zonas árticas. Dicho de otro modo, un escenario medioambiental en
gran medida impredecible, asociado a un contexto planetario no necesariamente
moldeado por la acción de aquellos mecanismos de homeostasis terrestre a los que
hiciera alusión Turiel previamente, sino que, por el contrario, a uno que sea testigo
de una re-edición (o de algo tal vez peor) de algunos de los fenómenos más
destructivos de la historia geológica: por ejemplo, de alcanzarse un calentamiento
global entre 5 y 6 grados centígrados durante este siglo, la extinción pérmica.

Todo apuntaría así, como dijimos, a un escenario objetivo incompatible con la


restauración de ningún “equilibrio metabólico”, esto por lo menos durante este siglo
y, probablemente, los venideros. El escenario más coherente con la evidencia
científica disponible parecería ser, por el contrario, uno en el cual la humanidad no
contaría ya con la posibilidad ni de detener la dinámica de degradación terminal de
las condiciones geológicas del expirante periodo holocénico, así como tampoco de
reeditar otras condiciones naturales “alternativas” (similares) a aquellas.
Habiéndose ya perdido irremediablemente durante el siglo pasado la posibilidad de
una superación revolucionaria del capitalismo que nos hubiera permitido enfrentar
probablemente en mejor pie la situación (abismal) de quiebre ecosistémico en que nos
encontramos hoy, lo que nos quedaría ahora sería un escenario (inevitablemente
traumático) en el cual mientras un segmento importante de la humanidad estaría ya
condenado, literalmente, a la desaparición (es decir, a la muerte), el otro estaría por
hacer frente a un empeoramiento progresivo, irreversible y sistemático de sus
condiciones de vida. Esto último, tal como ya dijimos, con o sin socialismo mundial…
y sin poder descartarse el avance de un potencial fenómeno de extinción humana total
en el mediano o largo plazo, aquello en el caso de que la sociedad capitalista
declinante o sus posibles derivaciones post-colapsistas, que serán seguramente
monstruosas, tampoco logren ser “superadas” a tiempo. De hecho, sería sólo esta
forma “sui generis” de superación (senil) del capitalismo; esto es, un tipo de
“superación” del mismo que estaría ya incapacitada para detener o frenar el
fenómeno ya activado de colapso civilizatorio, la única “superación” posible de este
sistema o de las potenciales sociedades post-capitalistas que podrían sucederle en el
escenario histórico durante este siglo o en los próximos.

¡Este es el precio nuestros fracasos! ¡Este es el resultado de nuestra incompetencia


para cumplir con la tarea de eliminar, de raíz, al capitalismo! ¡Esta es nuestra
recompensa! ¡No la posibilidad de una reedición “verde” (ecosocialista) de nuestros

32
proyectos revolucionarios ya fracasados, sino que, por el contrario, la exterminación
segura, inevitable, de una gran parte de nuestra especie! A todas luces, el proceso
histórico futuro no se nos presenta al modo de esa amable consejera a la cual
parecería apelar el discurso ecosocialista en sus arengas medioambientales, esa
“consejera ecosocialista” que, oscilando siempre entre las apelaciones a la
revolución social y el reformismo académico más grotesco (la propia organización de
Lowy, la LCR, es un ejemplo perfecto de esto último), pareciera invitarnos a cada
momento a que intentemos avanzar, por enésima vez, aunque ahora en un plazo de tan
sólo unas cuantas décadas, por el camino de esa misma transición socialista que
hemos sido incapaces de atravesar en más de dos siglos, sino que, en realidad… como
una hiena de ojos de sangre que, sabiéndonos acorralados, se dispone a destriparnos.
Este es el precio de las derrotas de la revolución: ¡la muerte!

La derrota del socialismo moderno constituye una condena inevitable para la humanidad

¿Pero quiere decir esto que ya no pueda hacerse nada para enfrentar la crisis que se
avecina y que debemos, entonces, simplemente sentarnos a esperar nuestra extinción?
No necesariamente. Lo que quiere decir lo anterior, en realidad, es que, precisamente
para que podamos hacer algo ante esta crisis, una de las primeras cuestiones que
debemos hacer es reajustar nuestras expectativas con respecto a lo que, de acuerdo a
un criterio realista, podremos llegar (o no) a hacer durante este siglo para enfrentar
el derrumbe. Esto último para intentar resistir, de la mejor manera posible, aquello
que, si tenemos en cuenta la verdadera gravedad y magnitud de los fenómenos de
destrucción ecosistémica que hemos desencadenado, se presenta ya como uno de los
desafíos evolutivos más importantes a los que se ha enfrentado (y enfrentará) la
especie humana.

¿Pero cómo es posible que Lowy y una gran parte de los referentes del Ecosocialismo
pasen por alto (o, al menos, no integren plenamente) el cúmulo de evidencias

33
científicas disponibles con respecto al carácter y las proyecciones catastróficas -
reales- de la actual crisis ecológica y energética? Dado el protagonismo que han
tenido estos referentes durante las últimas décadas en el avance de la discusión
anticapitalista en torno al problema medioambiental, es imposible explicar lo anterior
como el producto de un mero desconocimiento de dichas evidencias. La razón del
quiebre, cada vez más agudo, entre las concepciones ecosocialistas, por un lado, y las
proyecciones crecientemente catastróficas de la crisis climática-energética, por otro,
hunde sus raíces, a mi juicio, en el ámbito de la propia matriz teórica con la cual el
Ecosocialismo ha tendido a comprender no sólo el concepto de “fractura
metabólica”, sino que, además, las propias capacidades que tendría, supuestamente,
un proyecto anticapitalista para revertirla.

En el caso de Bellamy Foster, por ejemplo, uno de los teóricos marxistas más
importantes del concepto de “fractura metabólica” en Marx y cuyas elaboraciones
constituyen una especie de piedra angular del pensamiento ecológico marxista
contemporáneo, lo que existiría es, a mi parecer, un doble problema cuyo origen
podría rastrearse en el propio Marx. El primero de estos problemas sería, tal como
he mencionado al pasar anteriormente, una marcada subvaluación en las
concepciones de este autor tanto del verdadero carácter catastrófico que tendría hoy
la crisis ecológica, así como también de sus potenciales efectos disruptivos al nivel
del desarrollo histórico y la lucha de clases. Esta subvaluación se expresaría, entre
otras cosas, en una escasa integración en la reflexión ecosocialista de las implicancias
teórico-programáticas y prácticas de los peligros (cercanos) de un derrumbe
ecosistémico global y un fenómeno inminente de colapso civilizatorio y extinción
humana. En el ámbito de las organizaciones marxistas influenciadas en mayor o
menor grado por las ideas de Foster y la ecología marxista, lo anterior tomaría la
forma de una mantención, en gran medida incólume, de los mismos marcos
programáticos marxistas tradicionales del siglo pasado, aunque ahora adornados (-
aggiornados-) con una serie de discusiones filosófica-políticas de tono ecológico y
una gama variopinta de consignas medioambientales cuya finalidad sería actuar, no
como el catalizador de una profunda reformulación estratégica revolucionaria capaz
de integrar el horizonte de un colapso ecológico planetario, sino que, por el contrario,
al modo de un tipo de “complemento verde” (ecológico) de los viejos programas
marxistas industriales.

Con todo, lejos de constituir esto último, al decir de Bellamy Foster, el producto de
una supuesta “escasa comprensión” por parte de las organizaciones marxistas
tradicionales de los postulados ecológicos presentes en la obra de Marx y Engels, la
raíz de este problema podría detectarse, como ya mencioné, en las reflexiones del
propio Marx quien, a pesar de haber sido uno de los primeros pensadores socialistas
en describir la dinámica disruptiva que ejerce el capitalismo sobre los ciclos naturales
(de ahí su definición en “El capital” de “fractura metabólica”), no llegó nunca a
concebir, posiblemente por los propios condicionantes históricos y culturales del
conocimiento científico de su tiempo, ni los ritmos ni la magnitud (geológicamente
inéditos) que podría alcanzar esta “dinámica de fractura”. En otras palabras, la
definición que hiciera Marx en “El capital” en torno a la “fractura metabólica” (una
designación, como dijimos, para representar el impacto ecológico disruptivo asociado
al modo de producción capitalista) constituye la “intuición teórica” de un fenómeno
que debía, todavía, materializarse históricamente. Habría sido recién durante la
segunda mitad del siglo pasado cuando este fenómeno habría terminado, de hecho, no

34
sólo de desplegar toda su potencia destructiva, sino que, además, de manera
imprevista para el propio marco teórico marxista tradicional, de constituirse en uno
de los factores potenciales de colapso más importantes del sistema capitalista.

La evaluación que hacen Foster, Lowy y otros referentes del Ecosocialismo con
respecto al peligro que representaría hoy el empeoramiento (a niveles nunca vistos)
de la “fractura metabólica”, se quedaría así, por lo tanto, a medio camino (atrapada)
entre la definición “intuitiva” (eminentemente teórica-hipotética) de la misma que
hiciera Marx durante el siglo XIX, por un lado, y el estado de la discusión científica
actual en torno al problema de la crisis ecológica, por otro. Sería justamente este
“aprisionamiento teórico” entre la insuficiente (y en algunos aspectos caduca)
reflexión de Marx con respecto a la definición de “fractura metabólica” y el estado
actual de la discusión científica en torno a la crisis climática lo que impediría al
Ecosocialismo, entre otras cosas, avanzar hacia un verdadera reflexión teórico-
programática (actualizada) del peligro de un ecocidio planetario. Es justo mencionar
aquí, sin embargo, que fue ya el propio Marx quien sugiriera en distintos pasajes de
su obra, tal como ha desarrollado extensamente el mismo Bellamy Foster y otros
ecólogos marxistas, el peligro de un potencial fenómeno de extinción de nuestra
especie como resultado de, por un lado, una intensificación del fenómeno de
alienación del capital respecto al medio natural y, por otro lado, de una exacerbación
de los desbarajustes medioambientales de los que aquel era testigo.

John Bellamy Foster

El segundo problema asociado a la lectura ecosocialista del concepto de “ruptura


metabólica” se relacionaría, tal como es posible advertir en los trabajos de Foster y
en algunas de las respuestas anteriores de Lowy, a la existencia de un marcado
sobreoptimismo con respecto a las capacidades que, supuestamente, tendría el

35
socialismo para implementar las respuestas sociales y tecnológicas requeridas para
superar la actual crisis ecológica (como hemos dicho, de una magnitud que ni siquiera
el propio Marx llegó a concebir). Este tipo de exacerbado “optimismo sociológico”
(o “socio-tecnológico”) se expresaría, asimismo, en una tácita sobrevaloración en el
marco interpretativo ecosocialista de las capacidades atribuidas al capitalismo para
evitar, o al menos para aplazar indefinidamente, un fenómeno de colapso social
(autoinducido) como resultado del agravamiento de la crisis ecológica y su
combinación con los efectos de un potencial derrumbe energético y de recursos a nivel
planetario. Debe destacarse aquí, con todo, que esta sobreestimación de las
capacidades del sistema capitalista para evitar su propio colapso no se daría en el
ámbito ecosocialista de manera explícita, sino que, por el contrario, de un modo
vergonzante. Esto quiere decir que mientras la mayoría de los referentes
ecosocialistas aceptarían (teóricamente) la posibilidad de un colapso capitalista (esto
último apelando, por ejemplo, a los planteamientos de ciertos pensadores marxistas
tales como Rosa Luxemburgo o Walter Benjamin), aquellos terminarían siempre por
aplazar esta posibilidad para un futuro indefinido y abstracto; esto es, sin realizar
una integración real de la misma en el análisis histórico. Una muestra de este tipo de
posiciones vergonzantes puede verse, otra vez, tanto en algunas de las respuestas
anteriores de Lowy, así como también en varias de las posturas defendidas por otros
referentes ecosocialistas tales como Daniel Tanuro o Ian Agnus. Muestras adicionales
de lo mismo pueden encontrarse en el ámbito de los ya mencionados repetidores
vulgares del Ecosocialismo en el terreno del marxismo industrialista latinoamericano:
por ejemplo, en el caso de los ya referidos “círculos verdes” de ciertas organizaciones
filo-socialdemócratas y trotkystas tales como como el PTS, el PTR o la Red
Ecosocialista del MST en Argentina y Chile. Otra muestra de lo anterior puede
hallarse, esta vez a un nivel que rayaría en lo grotesco, en algunas de las escasas (y
pobrísimas) reflexiones de la LIT-CI sobre la problemática ambiental.

La existencia de esta forma de sobreoptimismo sociológico, el cual constituiría uno


de los sellos teóricos de la ecología marxista clásica y el pensamiento ecosocialista,
tendría también sus raíces en otras de las posiciones, de tono industrial-
productivistas, defendidas por Marx y Engels a lo largo de sus vidas. Una de aquellas
puede encontrarse en los argumentos de Marx en su acalorada (y posiblemente
exacerbada) refutación de las ideas de Malthus en torno a un posible derrumbe
poblacional como efecto de la tendencia al agotamiento de los suelos agrícolas.
Contrariamente a la perspectiva catastrofista de Malthus, Marx defendió en ese
entonces el postulado de que el avance del desarrollo tecnológico característico del
sistema industrial sería, de hecho, lo suficientemente dinámico como para evitar, de
manera permanente, un escenario de colapso demográfico como el planteado por la
hipótesis malthusiana, determinada por la combinación entre una población humana
en continuo aumento, por un lado, y una situación de escasez alimentaria creciente,
por otro. Si bien las posiciones de Marx constituyeron en su momento una correcta
refutación de las ideas malthusianas, aquellas tuvieron el límite de no reconocer la
posible validez futura de algunas de las previsiones elaboradas por Malthus, esto por
ejemplo en el caso de producirse un salto (imprevisto) de las condiciones de
degradación ecológica planetaria. La importancia de esto último queda de manifiesto
si se consideran los desafíos estructurales que estaría comenzando a enfrentar hoy la
producción agrícola mundial como efecto tanto del agotamiento de la pasada
“revolución verde” (la que habría terminado por generar graves desbarajustes al

36
nivel de las bases de la producción agrícola), así como también de los impactos
iniciales del cambio climático sobre aquella.

Ahora bien, aunque no es posible achacar a Marx la responsabilidad de no haber


predicho el cambio que tendrían las condiciones objetivas del desarrollo histórico
tomadas en cuenta por aquel en la elaboración de su respuesta a la hipótesis de la
catástrofe malthusiana, sí es posible detectar en sus posturas, al menos, una confianza
posiblemente excesiva, explicable sin duda por el apogeo en dichos momentos de la
mayor transformación tecno-científica que haya experimentado la humanidad hasta
ese entonces: la revolución industrial, en las capacidades de un desarrollo tecnológico
supuestamente continuo, unilineal y, posiblemente en las concepciones de Marx,
“perpetuo”. Sería precisamente la existencia de dicha impronta desarrollista
industrial existente en varios de los postulados fundacionales no sólo de la obra de
Marx y Engels, sino que, además, en la de algunos de los principales exponentes del
Marxismo clásico (por ejemplo, Lenin, Trotsky, Luxemburgo o Gramsci), lo que se
encontraría en la base del ya referido desmesurado “optimismo sociológico” que
impregnaría mucha de las posiciones del Ecosocialismo.

Otros aspectos del exacerbado optimismo socio-tecnológico que caracterizaría los


planteamientos ecosocialistas se alimentarían, asimismo, de las posturas
tradicionales del marxismo tradicional en torno a las pretendidas capacidades que
tendría la clase obrera para liderar una transición socialista supuestamente apta,
incluso ante la perspectiva del desarrollo de una crisis ecológica súper catastrófica,
para satisfacer íntegra y efectivamente las necesidades sociales de la humanidad. Se
presupone aquí que, gracias a la ubicación objetiva de esta clase en el sistema
productivo (perspectiva sociológica), aquella se vería facultada automáticamente (al
menos en el plano objetivo) para asegurar, por ejemplo, mediante la instauración de
un sistema de economía planificada, una transición al socialismo plenamente
“armónica” con la naturaleza. Una de las características de estas posiciones, las
cuales dan muchas veces por sentada, de manera acrítica, dicha supuesta facultad que
tendría el proletariado para lograr una “reorganización socio-ecológica” efectiva de
las relaciones productivas, sería en muchas ocasiones rehuir, tal como hemos
mencionado en diversos lugares anteriormente, no sólo de una verdadera
problematización científica, teórica, política y programática de la crisis ambiental
contemporánea, sino que, además, de cualquier consideración de las posibles
“distorsiones estructurales” que un fenómeno de crisis ecológica y colapso
civilizatorio inicial podrían comenzar a generar en la dinámica de la lucha de clases
contemporánea, esto incluso antes de una fase abierta (o plena) de crisis ecosocial
catastrófica mundial. Una muestra extrema (“maestra”) del exacerbado optimismo
socio-tecnológico presente en la tradición marxista industrialista con respecto a las
capacidades que tendría el proletariado, pretendidamente, para la generación de un
nuevo marco “socio-natural” de desarrollo civilizatorio puede encontrarse, aunque
elaboradas en otro contexto histórico, en algunas de las ideas de Trotsky defendidas
en “Literatura y Revolución” en torno a la supuesta posibilidad de un dominio casi
total de la naturaleza por parte del “nuevo hombre socialista”. Esta discusión será
retomada en algunas de mis siguientes respuestas en este debate. Por el momento
puedo recomendar a los lectores con respecto a este tema el muy interesante artículo
de Daniel Tanuro “La pesada herencia de León Trotsky”.

37
-Antonio Turiel:
Tiene razón Fuentes cuando tan detalladamente explica que volver al equilibrio del
Holoceno, ese paraíso perdido, es a estas alturas imposible; en primer lugar, porque
el propio Holoceno representa una anomalía geológica, una que hizo posible la
proliferación de la vida humana y que, probablemente, tendríamos que haber hecho
lo imposible por preservar – tarea que ya era difícil de por sí. Sabemos que incluso la
propia agricultura tradicional, por ejemplo, tiende a deteriorar la capa fértil del suelo
con el arado repetido de la tierra. Igualmente, al eliminarse los bosques para ganar
terreno para cultivar se eliminan los cortavientos naturales, produciendo esto último
un tipo de desequilibrio de estos terrenos que termina causando fenómenos como el -
Dust Bowl- de los años 30 en los EE.UU. Seguramente algo parecido, combinado con
un cambio climático a escala regional (posiblemente agravado por los cambios en la
cobertura vegetal que modificó la evaporatranspiración de dicha zona) convirtió el
Creciente Fértil en la zona desértica que es ahora mismo.
Lo cierto es que nuestro conocimiento científico actual es muy limitado y por eso la
pretensión de que somos capaces de “restablecer ecosistemas” es bastante ilusoria.
Estamos lejísimos de poder hacer tal cosa, entre otras cosas porque los ecosistemas
experimentan procesos de histéresis y una vez que los alejas mucho de su punto de
equilibrio, aquellos simplemente no pueden volver al estado anterior, acabando así
forzosamente en un nuevo estado, el cual puede ser para nuestros intereses poco
conveniente. En general, los nuevos ecosistemas, que son muy estables, son de baja
biodiversidad y bastante áridos. Desde aquí es que, esencialmente, convertimos lo que
alteramos en desiertos, los cuales son muy estables y difíciles de revertir. Y a la
Naturaleza le lleva decenas de miles de años convertir un desierto en un terreno fértil,
y nosotros, en nuestra prepotencia, creemos poder hacerlo en cuestión de décadas.
¡Qué va!

Dado que no entendemos todos los engranajes del equilibro ecosistémico, deberíamos
seguir un principio de elemental precaución y simplemente intentar disminuir nuestra
huella, alterando tan poco como sea posible estos ecosistemas. No intentemos
remediar nada: simplemente, intentemos no fastidiarla más.

38
Ecosocialismo versus Marxismo Colapsista (IV)2
Comentarios de Jorge Altamira (Argentina), Jaime Vindel (España) y Paul Walder (Chile)

En esta cuarta sección de la serie “Ecosocialismo versus Marxismo Colapsista” se integran a la


discusión el dirigente de la izquierda trotskista argentina Jorge Altamira, el académico del Estado
español Jaime Vindel y el periodista chileno Paul Walder. Algunos de los aportes de estos nuevos
participantes de este debate radican tanto en el tratamiento que hace cada uno de las diversas
problemáticas relacionadas a la actual crisis ecológica planetaria y la perspectiva de un posible
fenómeno de colapso civilizatorio cercano, así como también en sus respectivas posturas frente a los
argumentos defendidos en las secciones anteriores de este debate por parte del intelectual ecosocialista
Michael Lowy y los representantes del pensamiento colapsista Miguel Fuentes (Colapsismo Marxista)
y Antonio Turiel (Teoría del Decrecimiento). Otro de los aportes de las intervenciones del argentino
Altamira, el español Vindel y el chileno Walder puede encontrarse en el propio marco teórico-político
y práctico desde el cual articulan sus reflexiones: uno desde el ámbito de la izquierda latinoamericana
militante (Altamira), otro desde la esfera de la academia europea crítica (Vindel) y el último desde el
terreno del periodismo y los medios de comunicación chilenos (Walder). Es precisamente la diversidad
de ubicaciones de estos referentes lo que constituye una importante ampliación de la discusión dada en
las secciones previas de esta serie.

En el caso de Jorge Altamira, desarrollando con maestría una perspectiva marxista tradicional crítica
tanto del enfoque ecosocialista, así como también de las diversas variantes del pensamiento colapsista,
se trata aquí de las opiniones de uno de los principales referentes de la izquierda revolucionaria y la
lucha de clases de América Latina durante las últimas décadas. Enfrentando hoy en carne propia el
avance de un agudo proceso de degeneración socialdemócrata en las filas del Trotskysmo a nivel
internacional (su alevosa expulsión del Partido Obrero es una muestra de esto último), el análisis de
Altamira da cuenta así, como veremos, de la vitalidad del pensamiento y la práctica política de este
dirigente revolucionario. Adicionalmente, es interesante conocer, de primera fuente, el posicionamiento
que tiene con respecto a las discusiones dadas en esta serie el que podría ser catalogado, si tenemos en
cuenta el agudo proceso de adaptación parlamentarista que viene caracterizando en Argentina a los

2
Esta sección fue elaborada durante los meses de enero y febrero del 2020, previamente al estallido de la crisis
pandémica mundial. La publicación oficial de esta sección fue diferida para privilegiar la elaboración de
materiales de discusión actualizados referidos al desarrollo de la crisis sanitaria internacional, una de las primeras
materializaciones (en toda regla) del avance de un fenómeno inicial de colapso civilizatorio.

39
principales partidos del llamado Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT), como el último gran
dirigente del Trotskysmo histórico a nivel mundial. Basta con recordar aquí, como caso opuesto, el
nefasto papel jugado en el pasado por otros referentes del Trotskysmo argentino en el terreno de la
denuncia de la crisis ecológica mundial que, tal como en el caso de la ex diputada del PTS Myriam
Bregman, llegaron incluso a alinearse en el parlamento con la derecha y el peronismo al negarse a votar
en contra de los acuerdos pro imperialistas de la Cumbre Climática de París (COP21), lo anterior a
pesar de que sus propios compañeros de coalición en el congreso (por ejemplo, Pablo López del PO) la
hayan conminado a manifestar su rechazo. Otro ejemplo semejante ha sido la complicidad de Nicolás
del Caño (también militante del PTS) con la política brutal-industrialista de apoyo a la existencia de la
mega-minería del cobre y el litio que sigue en Chile el PTR, una de las organizaciones satélites de su
partido en ese país.

De gran interés son también las intervenciones de Jaime Vindel, académico especialista en temáticas
de ecología marxista que, desarrollando una posición más cercana a la tendencia ecosocialista, intenta
dar cuenta de algunos de los que serían los principales “vicios” que presentaría, a su juicio, el discurso
colapsista defendido por Miguel Fuentes (Marxismo Colapsista) y Antonio Turiel (Teoría del
Decrecimiento). Las posiciones de Vindel representan, de este modo, un importante contrapunto (en
gran medida polémico) con las críticas realizadas en secciones anteriores por Fuentes y Turiel a los
planteamientos ecosocialistas de Michael Lowy. Al mismo tiempo, dando cuenta de un importante
manejo de la teoría ecosocialista y del tratamiento de la problemática ecológica al nivel de la izquierda
mundial, Vindel no deja la oportunidad de deslizar una serie críticas con respecto al estado actual del
pensamiento y la práctica ecosocialista, esto último llegando a manifestar su acuerdo (aunque de manera
más bien tácita) con algunos de los razonamientos colapsistas alrededor de la imposibilidad que tendría
hoy una revolución socialista para “detener” o “revertir” el inicio de una dinámica de cambio climático
catastrófico. Otra de las posturas colapsistas con las cuales Vindel parece tener acuerdo se refiere a su
rechazo al planteamiento de una posible “recomposición” del “equilibrio metabólico” entre la
humanidad y la naturaleza, idea que constituye, como sabemos, uno de los pilares fundamentales del
pensamiento ecosocialista. Es precisamente el nivel de flexibilidad teórica y discursiva que demuestra
Vindel al momento de calibrar y sopesar las posiciones ecosocialistas y colapsistas, uno de los atributos
más importantes de sus reflexiones, esto sobre todo ante un escenario ideológico caracterizado entre los
partidos de izquierda tradicional que exhiben algún tipo de “sensibilidad ecológica” por una
reproducción muchas veces acrítica (y en gran medida vulgar) de las posturas ecosocialistas. Una
muestra clara de lo anterior en el ámbito latinoamericano puede encontrarse, por ejemplo, en el tipo de
adaptación mecánica del ideario ecosocialista noventero que vienen intentando (aunque todavía de
manera marginal) algunos espacios de izquierda parlamentarista de cuño industrialista tales como la red
de diarios digitales La Izquierda Diario, la Red Ecosocialista del MST argentino o algunas de las
escasas (y prácticamente inexistentes) instancias de discusión ecológica de la LIT-CI en América
Latina. Ejemplos en Chile de estos intentos de reproducción vulgar del ideario ecosocialista pueden
encontrarse, sobre todo, en el seno de ciertas organizaciones tales como el llamado Movimiento
Anticapitalista (LIS–ISL) y el MST (UIT-CI).

Las intervenciones de Paul Walder, impulsor del portal de noticias Politika.cl y ex director del medio
de prensa digital chileno El Ciudadano, ofrecen el interés suplementario de referirse no sólo al conjunto
de temáticas desarrolladas por los demás participantes de este debate, sino que, asimismo, al problema
de la escasa cobertura dada por los grandes medios de comunicación a los desafíos de un posiblemente
cercano colapso eco-social planetario. Es precisamente desde aquí que los planteamientos de Walder,
uno de los principales promotores de la discusión en torno a los problemas del cambio climático y el
horizonte de un derrumbe eco-social en el ámbito de los medios de prensa en Chile, otorgan a este
debate una dimensión no presente hasta ahora en las posiciones de los demás participantes del mismo.
Adicionalmente, los puntos de vista de este periodista destacan por poseer un manejo de la crisis
ecológica y sus posibles implicaciones internacionales que contrasta con la ignorancia (y virtual
desconocimiento) que existe respecto a estas temáticas no sólo al nivel de una gran parte de la prensa
latinoamericana, sino que, además, en el de los sectores dirigentes de la mayoría de las organizaciones
del arco político chileno, esto desde el terreno de la derecha pinochetista y la corrupta ex Concertación

40
hasta el de los partidos neo-concertacionistas agrupados en el Frente Amplio y los del ámbito de las
llamadas izquierdas ciudadano-parlamentarias o anti-capitalistas radicales.

-Sección Debate
Comentarios al debate de Jorge Altamira, Jaime Vindel y Paul Walder

En la primera parte de este documento se integran los comentarios generales de dos de los nuevos
participantes de este debate (Paul Walder y Jaime Vindel). Posteriormente, se adjuntan a la discusión
las respuestas de estos últimos a la serie de preguntas ya desarrolladas en secciones anteriores por
Michael Lowy (Ecosocialismo), Miguel Fuentes (Marxismo Colapsista) y Antonio Turiel (Teoría del
Decrecimiento). La parte final de esta cuarta entrega de la serie “Ecosocialismo versus Marxismo
Colapsista” consiste en la intervención de Jorge Altamira. Por motivos de fuerza mayor, este último no
pudo enviarnos sus respuestas al cuestionario de preguntas completado por lo demás participantes. Con
todo, Altamira se comprometió a enviarnos dichas respuestas para futuras secciones de esta serie.

1. Comentarios Generales

Paul Walder3

a. ¿Cuál es su impresión desde el ámbito de la comunicación social y el periodismo


chileno y latinoamericano respecto a las posiciones vertidas hasta el momento en
el debate “Ecosocialismo versus Marxismo Colapsista” por parte de Michael
Lowy (Ecosocialismo), Miguel Fuentes (Colapsismo Marxista) y Antonio Turiel
(Teoría del Decrecimiento)?

Creo que es necesario hacer una breve contextualización del periodismo regional y
local respecto a estas temáticas. No existe este debate en los medios, los que carecen
incluso de información más o menos general sobre cambio climático y sus efectos y sin

3
Periodista chileno. Impulsor del portal de noticias Politika.cl. Ex director del medio digital El Ciudadano.

41
ahondar en sus causas. Ante esta falencia informativa, cuando hablamos de
“Ecosocialismo” o “Colapsismo” nos referimos a materias propias de una discusión
acotada con presencia en medios muy especializados, y básicamente digitales.

Por otro lado, aunque sin presencia en los grandes medios, existe con intensidad un
debate ambiental en pleno desarrollo, el que está hoy en día incorporado como
importante espacio de lucha política. La defensa de los territorios, de los recursos
naturales ante el extractivismo y los procesos industriales, es un lugar de luchas
intensas de organizaciones sociales en Latinoamérica y en Chile. Las decenas de
asesinatos de activistas ambientales sólo en Colombia durante estas dos primeras
semanas del año dan cuenta de hasta dónde se atreven a llegar los gobiernos liberales
y el capital extractivo e industrial.

b. ¿Comparte las críticas realizadas por Miguel Fuentes (Marxismo Colapsista) y


Antonio Turiel (Teoría del Decrecimiento) al Ecosocialismo con respecto a las
supuestas carencias de esta corriente respecto a su evaluación de la gravedad de
la crisis climática y la posibilidad de un colapso ecosocial inminente? ¿Qué opina
de los cuestionamientos realizados desde el ámbito ecosocialista a las posiciones
colapsistas?

Las proyecciones sobre un aumento de la temperatura global del planeta se han ido
cumpliendo en sus rangos más extremos. Los informes que presenta el panel de
expertos de la ONU, el IPCC, constatan una situación gravísima. Por un lado, las
emisiones de gases de efectos invernadero (GEI) siguen en plena expansión. Por otro
lado, la temperatura de la atmósfera y los océanos se mantienen en ascenso.
Paralelamente, hemos sido testigos del fracaso de todas las Conferencias de Cambio
Climático. Desde la Cumbre del Clima en Río a Kioto hasta el desastre de Madrid el
2019, el único resultado de aquellas ha sido, de hecho, un aumento dramático de las
emisiones y la temperatura.

No sabemos si durante este siglo la temperatura subirá tres, cuatro o seis grados. Pero
la tendencia apunta hacia los peores escenarios previstos. Una temperatura que
conduce a efectos climáticos destructivos en todos los aspectos imaginables, desde las
siembras, los bosques, el deshielo de los polos y los glaciares, el aumento de los niveles
del mar, las sequías extremas y la desertificación con sus consecuencias sobre la vida
humana y animal. Una catástrofe ambiental y humanitaria que tendrá efectos enormes
sobre las formas de organización social, sobre la economía y la política.

El debate político presente y futuro ha de considerar estos escenarios, que se instalarán


con fuerza en los próximos años y que se caracterizarán por una tendencia a un
deterioro generalizado en las áreas mencionadas. Antonio Turiel ha trabajado sobre
la creciente escasez y agotamiento de las reservas de petróleo, aunque el problema no
es precisamente su agotamiento, sino que su uso como alimento del sistema económico.
Miguel Fuentes sobre el colapso ambiental y social en las próximas décadas. Michael
Lowy, a diferencia de ellos, no considera estos condicionantes como base y núcleo de
su análisis, los que de acuerdo con aquel podrían convivir con el sistema capitalista
durante este siglo. Desde mi punto de vista, creo que en el futuro no sólo veremos una
tensión extrema en el clima, sino que también en las formas de organización social y
política, esto tal como ya lo estamos observando. No sé si el Ecosocialismo puede
hacerse cargo de este desastre.

42
c. Usted viene realizando, desde su labor como periodista, un importante trabajo de
difusión con respecto a los problemas asociados a la crisis ecológica mundial y la
posibilidad de un pronto colapso civilizatorio. ¿Cuál es la importancia de difundir
estos debates al nivel de los medios de comunicación masiva en Chile y otros
países?

El cambio climático es sin duda el problema más grave que enfrenta la civilización.
Un proceso que puede conducir al término no sólo de esta última, sino que de la propia
especie humana junto a todos o la gran mayoría de los seres vivientes en el planeta. Si
esto no es lo más importante, no sé qué lo es. Este no es un problema que resolverán
las elites gobernantes ni financieras. Ellos están ocupados en mantener su poder y
estiman, supongo, que sus privilegios los salvarán de los desastres ambientales. Que
los efectos del cambio climático afectarán a los pobres del mundo constituye una
realidad cierta, aunque no absoluta. La devastación en la Tierra les llegará a todos
tarde o temprano. Y en esta locura hay millonarios que ya piensan en Marte.

Jaime Vindel4

a. ¿Cuál es su impresión respecto a las posiciones vertidas hasta el momento en el


debate “Ecosocialismo versus Marxismo Colapsista” por parte de Michael Lowy
(Ecosocialismo), Miguel Fuentes (Colapsismo Marxista) y Antonio Turiel (Teoría
del Decrecimiento)?

Aunque con matices, me posiciono del lado de las tesis ecosocialistas. En mi opinión,
el efecto del discurso colapsista puede ser interesante en la medida en que ayude a que
el Ecosocialismo se deshaga de sus inercias modernistas. Estoy de acuerdo en que, al
menos en el plano material (otra cosa es el moral), hemos de abandonar la idea de
progreso. También comparto que, en ocasiones, no se ha hecho el esfuerzo suficiente

4
Académico de la Unidad Departamental de Historia del Arte (Universidad Complutense de Madrid).

43
para dejar a un lado las proyecciones productivistas y no se ha cuestionado del modo
adecuado la cosmovisión que restringe el socialismo a las políticas redistributivas y a
la socialización de los medios de producción. Al margen de eso, el colapsismo semeja
una suerte de agujero negro que tiene el atractivo de las tesis visionarias sobre el
decurso de la historia, pero que no plantea alternativas concretas ni entra en los
matices que atañen a cualquier proceso de transformación sociopolítica. En contraste,
pienso que las teorizaciones de autores tales como John Bellamy Foster, Andreas Malm
o Daniel Tanuro, pese a sus puntos de fricción, son mucho más complejas en términos
de lectura concreta del periodo histórico, así como también en relación al papel no
salvífico pero útil que la ciencia o la política revolucionaria pueden jugar en él. Con
todo, también al Ecosocialismo le queda mucho camino por recorrer en lo relativo a
la implementación de un proyecto teórico-práctico factible, especialmente en lo que
concierne a la necesidad de constituir el sujeto o los sujetos de la transición ecosocial.
El Ecosocialismo aguarda aún, en ese sentido, su traducción en una filosofía de la
praxis, sus tesis sobre Feuerbach.

b. ¿Comparte las críticas realizadas por Miguel Fuentes (Marxismo Colapsista) y


Antonio Turiel (Teoría del Decrecimiento) al Ecosocialismo con respecto a las
supuestas carencias de esta corriente respecto a su evaluación de la gravedad de
la crisis climática y la posibilidad de un colapso ecosocial global inminente? ¿Qué
opina de los cuestionamientos realizados desde el ámbito ecosocialista a las
posiciones colapsistas?

En términos generales, no creo que el Ecosocialismo, al menos en sus planteamientos


actuales, minusvalore la gravedad de la crisis climática, ecológica y social. Lo que
pienso es que trata de hacerse cargo de la irreductibilidad de las diversas dimensiones
de la realidad histórica (la técnica, la social, la cultural, la política, la económica) a
la cuestión ecológica entendida de modo estrecho. En los términos del debate que he
podido leer, el colapsismo se presenta como una forma de cientificismo encubierto, que
por momentos replica la vieja descalificación marxista de la ciencia como un saber
burgués y en otras ocasiones toma esa verdad como una suerte de dogma determinista
que succiona el conjunto de las posibilidades históricas de evolución de la crisis
ecosocial. Es un nuevo paradigma escatológico, una suerte de reverso negativo y
apocalíptico de las proyecciones productivistas del paraíso terrenal. En definitiva, es
una cosmovisión no materialista. Antonio Turiel señala con acierto el modo en que ese
tipo de interpretaciones pasan por alto la complejidad y el margen de indeterminación
en el comportamiento de los sistemas naturales, que cuestionan cualquier
aproximación de tipo lineal. Yo añadiría algo más: es un error comprender aspectos
como el declive energético de modo aislado. Es obvio que el sobrepasamiento biofísico
provocado por el metabolismo socioambiental capitalista representa un límite
absoluto, pero también sabemos que la energía no es sólo una magnitud física, sino
que su uso está social, histórica y culturalmente configurado. Eso introduce un margen
de imprevisibilidad y de contingencia que es el campo mismo de la disputa política.
Por poner tan sólo un ejemplo, aunque el recurso al fracking por la administración
Trump tenga un recorrido relativamente corto, es un síntoma de esa variabilidad. Es
algo que el Ecosocialismo, e incluso las posiciones más elaboradas del “Green New
Deal”, tienen más claro que los colapsistas. En realidad, en algunas de sus versiones
se presenta como un paradigma apolítico, desde el cual es imposible activar una
imaginación estratégica que no pase por el derrumbe civilizatorio. Y es absolutamente
iluso que tal derrumbe se produzca de modo súbito, o que a él le suceda la posibilidad

44
redentora de hacer tabula rasa. Históricamente los procesos de colapso o
revolucionarios no se han producido así, y en eso la crisis ecosocial no representa una
novedad.

c. En su reciente texto “El Marxismo Ecológico ante la crisis ecosocial” publicado en


Viento Sur usted ha enumerado una serie de puntos ciegos y debilidades que
caracterizarían tanto a la perspectiva colapsista como a la ecosocialista. ¿Cuales
serían estos puntos ciegos que, de acuerdo a usted, afectarían a ambos marcos de
análisis?

En el texto que mencionáis subrayo que me parece interesante la crítica que el


colapsismo realiza respecto a lo que perdura en el Ecosocialismo del imaginario de
una modernidad verde. Me parece que eso podría ayudar a que el Ecosocialismo se
deshaga de los restos del mesianismo productivista (la transformación social como la
redistribución de una riqueza material exponencial), el paradigma que atravesó buena
parte de los procesos revolucionarios de signo comunista del siglo XX. Lo que sucede
es que ciertos planteamientos colapsistas no hacen más que sustituir un mesianismo
por otro, en este caso de signo oscurantista, como dice Michael Lowy. Pienso que eso
nos impide plantear soluciones concretas a la dimensión de la crisis ecosocial,
dirimiendo qué aspectos de la ciencia y el progreso modernos son rescatables y cuáles
no; de qué manera podemos articular las políticas públicas y la creación de nuevos
prototipos de vida comunitaria, etc. Por otra parte, tengo la impresión de que ese
mesianismo es ante todo una muestra de impotencia política, que evidencia el modo en
que hemos renunciado de antemano a dar la batalla cultural en el contexto hegemónico
que nos ha tocado vivir. De la apelación a una objetividad histórica absoluta (ya sean
las leyes de la historia humana y sus modos de producción; ya la inercia
potencialmente catastrófica de la crisis ecológica) no se deriva la constitución de
sujetos políticos antagonistas. Esta es también una lección teórica que deberíamos
aprender. Miguel Fuentes, a mi modo de ver de modo absolutamente gratuito, asegura
que la debacle de las fuerzas de izquierda en países como Argentina o Francia se
deriva de no asumir el paradigma colapsista. ¿De veras está en disposición de afirmar
que haberlo hecho hubiera garantizado a esas fuerzas un mejor resultado? Me temo
que esta es una expresión más del dogmatismo que caracteriza a cierta izquierda
sedicentemente radical. Otro aspecto que subrayaba en el texto es el problema de la
fijación de fechas concretas para el colapso civilizatorio, que en la medida en que no
se ven cumplidas desacreditan socialmente a los discursos ecologistas. Es una cuestión
sobre la que ha reflexionado, a mi modo de ver de modo muy preciso, Emilio Santiago
Muíño, con el que sin embargo disiento en otros aspectos.

2. Debate (Secciones I a III)5

1. ¿Qué opina respecto a la posibilidad de una crisis ecológica súper catastrófica


durante este siglo?

Paul Walder:
La posibilidad tiende a ser una proyección que apunta hacia una certeza. Todas las
investigaciones nos describen un siglo en el cual la temperatura promedio del planeta
5
Las siguientes preguntas fueron respondidas en las secciones anteriores de esta serie por el intelectual
ecosocialista Michael Lowy y los referentes colapsistas Miguel Fuentes (Marxismo Colapsista) y Antonio Turiel
(Teoría del Decrecimiento).

45
podría llegar a alzas por sobre los tres grados centígrados de calentamiento global.
Este aumento es claramente conservador y es probable que el calentamiento del
planeta alcance mucho antes esos tres grados y que para fines de este siglo, que es el
horizonte con el cual trabajan las proyecciones científicas (lo que no significa que las
temperaturas no continúen aumentando posteriormente), se llegue a los seis grados de
incremento. Con los aumentos graduales de la temperatura global podemos ver
consecuencias crecientemente catastróficas, aquello tal como las señaladas por Mark
Lynas en su libro “Seis Grados”. Estas consecuencias impactarán sobre toda la vida
en el planeta, incluyéndose aquí, por cierto, a los humanos. Cuando los científicos se
refieren a la Sexta Extinción, provocada esta vez por la propia humanidad y explicada
con detalle por la estadounidense Elizabeth Kolbert, podemos imaginar el mundo que
nos espera. Los mil millones de animales muertos en Australia este verano meridional,
es un adelanto de temporada. A Australia, investigada por no pocos científicos
interesados en el clima, se le puede considerar como el canario en la mina.

En cuanto a las posiciones de Lowy, Fuentes y Turiel sobre el colapso climático y


civilizatorio durante este siglo, estimo que es necesario trabajar con los escenarios
más extremos, los cuales apuntan también a convertirse en los más probables y reales.
Lowy, al relativizar estas hipótesis, creo que también relativiza la magnitud de la crisis
y la urgencia de las acciones. Es necesario emprender un trabajo intensivo para
comenzar a difundir los escenarios futuros relacionados con esta crisis y las propuestas
de acción ante los mismos. ¿Las hay?

Jaime Vindel:
Me parece que no es de ningún modo descartable. Incluso probable si seguimos
instalados en la dinámica del -business as usual-. Pero eso no nos dice nada sobre
cómo encarar políticamente la coyuntura actual.

2. ¿Qué piensa respecto a la posibilidad de un fenómeno de colapso civilizatorio


cercano? ¿Puede el capitalismo autodestruirse durante las próximas décadas?

Paul Walder:
Es muy probable que estemos en rumbo de colisión. El capitalismo en su versión
neoliberal extrema se encuentra en una encrucijada al haber demostrado de manera
evidente su capacidad de concentración sin límites de la riqueza y de llevar los niveles
de desigualdad a niveles inéditos. Sobre el capitalismo y sus tendencias de desarrollo
se han escrito numerosos volúmenes desde el siglo XIX y se sigue escribiendo y
reflexionando. En el siglo XXI podemos ver que, nuevamente, este sistema se enfrenta,
tal como en tantos otros momentos históricos desde la revolución industrial hasta la
revuelta de Mayo de 1968, con sus propias contradicciones y con las presiones propias
de los movimientos de las clases trabajadoras y subalternas. Francia, Hong Kong,
Chile, Colombia, por nombrar algunos lugares, expresan que el sistema vive
contradicciones insolubles. Son meses de revueltas, las que tenderán a masificarse y
radicalizarse como resultado de que el sistema ya no tiene nada más que ofrecer. La
respuesta es así una mayor tensión y violencia por parte de los estados para mantener
el orden y una tendencia a la instalación de regímenes autoritarios que restringen los
derechos civiles. Este escenario, junto con el deterioro de las democracias liberales
representativas, nos pone ante una situación de enfrentamientos y espirales de
violencia crecientes. Si a esto le agregamos los efectos cada vez más agudos del cambio
climático, tendremos una escena muy compleja a partir de esta misma década.

46
Pero hay otros factores que sin duda golpearán al capitalismo durante lo que queda
de este siglo. Los desastres ambientales en todo el planeta, con consecuencias no sólo
en los aumentos generalizados de los costos de consumo, sino que, además, en el
terreno de la producción de alimentos, el transporte y en el de sus impactos nefastos
sobre las sociedades humanas, son algunos de aquellos factores. Y existe además otro
problema que debiera tal vez considerarse en un primer lugar: el agotamiento del
petróleo, tema que viene desarrollando Antonio Turiel. Hay que recodar aquí que el
capitalismo moderno se ha encontrado ligado desde sus inicios a los combustibles
fósiles (capitalismo fósil) y que, hasta ahora, no existe ningún sustituto que pueda
reproducir los niveles de crecimiento que estos combustibles garantizaron para este
sistema económico durante los últimos dos siglos.

Jaime Vindel:
Pienso que en este terreno caemos a veces en debates estériles. Hablar en singular de
un “colapso civilizatorio” redunda en las visiones escatológicas de la historia que
acabo de cuestionar. Mi impresión es que sería más adecuado hablar de colapsos
parciales e interconectados, pero que no responderán a un acontecimiento único,
absoluto y definitivo. De hecho, situar ese “Gran Acontecimiento” en el futuro me
parece una muestra de eurocentrismo por parte de los discursos colapsistas. Hay
sociedades y comunidades humanas que ya están colapsando o que colapsaron hace
mucho tiempo, como han destacado Deborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro
a propósito de los pueblos amerindios. Quizás debiéramos fijarnos en las soluciones
concretas que se están planteando a esos colapsos específicos, en lugar de seguir
alimentando retóricas infernales de la historia como las que he podido leer en el
intercambio anterior. En cuanto a la pervivencia del capitalismo, es dudoso que éste
persista de acuerdo a una matriz global como la que hemos conocido durante las
últimas décadas. Pero nuevamente me preocupa el uso de términos tan gravemente
connotados como "autodestrucción". Creo que esa imaginación apocalíptica nos
impide atender al modo en que las mutaciones se producirán en las diferentes escalas
del sistema-mundo (un fenómeno ya visible), así como identificar las nuevas formas de
dominación y explotación que están surgiendo en diversas regiones del planeta. Ese
trabajo es imprescindible si queremos ser efectivos en la lucha social y política. Por
contraste, el colapsismo parece más interesado en el vaticinio y el milenarismo, algo
que le lleva a minusvalorar la capacidad del capitalismo para adaptarse a situaciones
de emergencia como las que se puedan derivar de la evolución de la crisis ecosocial o
para mutar hacia regímenes de gobernanza que dejen aún menos margen para la
emancipación.

3. ¿Existe un peligro real de extinción humana durante el siglo XXI, esto tal como
plantea la perspectiva colapsista y algunos movimientos tales como Extinction
Rebellion en Europa?

Paul Walder:
Existe el peligro real. Pero es un tema tabú, silenciado por los partidos políticos y
gobernantes. Al tratarse de un peligro que trasciende sus capacidades de análisis y
acción, al ser todavía un escenario supuestamente lejano que todavía permite una vida
cotidiana ordinaria, los políticos y las elites parecen haber optado por ignorar ese
oscuro futuro. Es por cierto la consecuencia de los fracasos de las cumbres climáticas
y el retraso de acciones de contención del calentamiento global, lo que nos coloca en
un rumbo que ya no tiene vuelta atrás. Si hoy mismo esta civilización apoyada en la

47
liberación de CO2 a la atmósfera dejara de hacerlo, el calentamiento ya en curso se
mantendría por siglos.

Existe el peligro de extinción humana, el cual también acecharía a las especies que
aún no han desaparecido. Pero en medio de este espacio temporal, que es el fin de
todo, está la agonía de la civilización, que es la gran pesadilla, la barbarie con los
restos del capitalismo y lo peor de nuestra cultura. Mad Max, La Carretera (Cormac
Mc Carty), Elysium, por recordar algunas obras distópicas, describen los pantanos en
los que podría hundirse la civilización y el ser humano. Una sociedad infernal en que
los vivos envidiarán a los muertos.

Esta proyección tiene en estos precisos momentos múltiples antecedentes de


degradación social y política en prácticamente todo el mundo. Concentración del
capital, corrupción política y social, fascismos, narcotráfico, bandas armadas, tráfico
de personas, son todos antecedentes de un posible horizonte de barbarie que en un
futuro cruzado con las amenazas climáticas nos haría recordar con nostalgia cualquier
momento pasado.

Jaime Vindel:
No es descartable, pero la importancia de movimientos como los que mencionáis no se
mide en lo acertado de sus presagios respecto a una posible extinción de la especie
humana. En mi opinión, su fuerza reside en convocar una imagen que nos pone ante
un espejo histórico que deshace el espejismo de eternidad (la negación de la muerte)
característico de la cultura mercantil. En ese sentido, actúan política y
metafóricamente en el imaginario colectivo, algo a lo que parecen renunciar los
discursos colapsistas más alarmistas.

4. ¿Qué opina respecto de la crítica colapsista a una supuesta “superficialidad” del


análisis ecosocialista en su evaluación de los peligros de la crisis ecológica y la
posibilidad de un colapso civilizatorio cercano?

Paul Walder:
Si somos realistas, que no es lo mismo que fatalistas, no podemos en estos momentos
creer en utopías que nos salvarán del colapso. Aquellas mismas utopías que no
pudieron liberarnos de las garras del capitalismo durante largos siglos, no tendrían
por qué tener ahora su oportunidad. Vivimos una pospolítica, un deterioro terminal,
diría, de las democracias liberales representativas, todas corruptas y compradas por
el gran capital, de los partidos políticos de izquierda y de todos los relatos. Tal vez el
Ecosocialismo sea la única propuesta socialista que considere el ambiente, pero no se
ha instalado de forma sólida en los debates. En el caso latinoamericano todas las
experiencias progresistas de las décadas pasadas se apoyaron en la explotación
desmedida y la comercialización sin límites de los recursos naturales, las materias
primas y los combustibles fósiles, todo esto en el marco de economías nacionales
altamente dependientes de las demandas del gran capital.

Jaime Vindel:
No comparto esa caracterización de los análisis ecosocialistas. Bien al contrario,
pienso que el Ecosocialismo ha de jugar un rol político fundamental en nuestro tiempo,
alejado de corrientes tales como el catastrofismo colapsista, la docilidad reformista
del “Green New Deal” o los delirios tecnofílicos del aceleracionismo. Pienso que en

48
la medida en que el Ecosocialismo complementa la crítica marxiana del valor (la
producción de plusvalía a través de la explotación de la fuerza de trabajo) con la
crítica ecológica del sostenimiento de las condiciones de producción (la apropiación
de la energía, los recursos materiales, la tierra y la fuerza de trabajo), encuentra su
punto de conexión con el Ecofeminismo, que viene planteando una apelación política
sumamente consistente frente a la crisis de los cuidados y otras facetas de la vida
reproductiva, tradicionalmente asumidas por mujeres y que presentan además un
componente racial muy acentuado. Esa articulación entre Ecosocialismo y
Ecofeminismo me parece mucho más relevante y realista en términos políticos que el
sesgo apocalíptico de los discursos colapsistas. Por cierto: el catastrofismo es una
pasión bastante masculina. No hace falta más que repasar la lista de nombres que
aparecen en la siguiente de sus preguntas.

5. Una serie de referentes del colapsismo, activistas medio-ambientales y militantes de


izquierda tales como Miguel Fuentes (Chile), Lucho Fierro (Argentina), Demián
Morassi (Argentina), Manuel Casal Lodeiro (España), Matías Herrera (Argentina),
Alek Zvop (Chile), Miguel Sankara (Chile), Carlos Petroni (Argentina), Albino Rivas
(Argentina), Charly Pincharrata (Argentina), Yain Llanos (Argentina) y Lucas Miranda
(Chile), reconocen que el Ecosocialismo y las elaboraciones de la ecología marxista
constituyeron un aporte clave para una problematización anticapitalista inicial de la
crisis climática. Paralelamente, algunos de estos referentes plantean que la debilidad de
los postulados ecosocialistas consistiría hoy no sólo en una evaluación a veces
“superficial” de la gravedad y dinámica (ya imparable) de dicha crisis, sino que,
asimismo, en su negativa de integrar la perspectiva de un colapso civilizatorio cercano
en su análisis de la dinámica revolucionaria durante el presente siglo. Se dice aquí que
las concepciones ecosocialistas fallarían al momento de integrar las implicancias
prácticas de un escenario de ecocidio ya en marcha, reemplazándose con ello la
discusión en torno a las proyecciones catastróficas reales del mismo por una replicación
(acrítica) del proyecto socialista tradicional de los siglos pasados, aunque esta vez
“adornado” (aggiornado) con “fraseología ecológica” y “medidas verdes”. ¿Qué
piensa respecto de estas críticas?

Paul Walder:
Creo que son críticas acertadas. En un mundo post-colapso posiblemente nada o muy
poco de los sistemas o estructuras económicas y políticas actuales funcionarán. Todo
lo que está hoy arriba, desde el estado al mercado, estará en el suelo o con un nivel
operacional mínimo. ¿Los ecosocialistas plantean tomarse el estado? Y si es así, ¿para
qué? Pensar en un mundo post-colapsista es imaginar todo en el suelo, desde la idea
de estado a la nación hasta las estructuras productivas y financieras, los sistemas de
transportes o de salud. No así, las comunidades y sus organizaciones, con economías,
territorios y sistemas políticos propios. Si hay socialismo, creo que este será el espacio,
tal vez el único lugar posible de sobrevivencia.

Jaime Vindel:
Pienso que aún representando una alerta que el Ecosocialismo debe atender, no
podemos pasar por alto lo que señalaba anteriormente. Tan reales son las limitaciones
que impone la acentuación de la crisis ecológica como la existencia de contextos
culturales, sociales, económicos, políticos e institucionales sumamente diversos a lo
largo y ancho del planeta. Que también tienen su consistencia material. Que forman
parte de la red de la biósfera y de la -physis- y que, por tanto, deben ser objeto de

49
cualquier ecología política digna de tal nombre. La ecología política requiere por igual
de la dinámica de sistemas y de una crítica afinada (no dogmática) del estado
neoliberal. La persistencia de las inercias adquiridas (imaginarios culturales,
expectativas vitales, hábitos de consumo) no se van a esfumar por convocar de manera
apocalíptica la materialidad última de la catástrofe ecológica. Es más: se pueden ver
exacerbadas. Mientras no admitamos este hecho, estaremos girando en círculo en
torno a una posición política residual.

6. ¿Podría una revolución socialista “detener” el curso de la crisis ecológica


planetaria actual? ¿En que condiciones podría un proyecto socialista “revertir”
esta última?

Paul Walder:
Sin la intención de caer en el fatalismo, creo que definitivamente no. No es posible
porque no hay tiempo. Ya es tarde. El poder económico y político está en manos del
gran capital y en su agenda está continuar con el modelo de crecimiento económico
basado en los combustibles fósiles. La transición hacia otras energías, si es que hay
alguna, no logrará detener el proceso de calentamiento global con todas las
consecuencias ya esbozadas. El otro motivo es que desde la izquierda anticapitalista
no hay tampoco un proyecto revolucionario en marcha como sí lo hubo durante el siglo
pasado y el ecologismo es demasiado transversal como para mutar de urgencia en un
movimiento revolucionario anticapitalista. En el caso hipotético de que surgieran
verdaderos movimientos de masas capaces de poner en jaque a los gobiernos y al
capital, la verdad es que los tiempos ante el colapso también estarán muy ajustados y
las medidas a considerar deberían ser extremas.

Jaime Vindel:
No creo que lo pudiera detener y mucho menos revertir. Pero en la ambición de
"paliar", que es a lo que debemos aspirar (una política del mal menor) caben una gama
muy amplia de propuestas, programas y estrategias políticas. Esto es lo que el
colapsismo ciega con su teleología negativa y oscurantista.

7. Considerando la actual ruptura de los equilibrios ecológicos del periodo holocénico que
han primado desde hace aproximadamente diez mil años en nuestro planeta (un ejemplo
de lo anterior serían los más de 410 ppm de CO2 presentes hoy en la atmósfera, un cifra
no vista en la Tierra en varios millones de años): ¿es realista plantear que el
socialismo podría “restablecer” el llamado “equilibrio metabólico hombre-
naturaleza”, esto tal como plantea el Ecosocialismo y los principales referentes de
la ecología marxista? ¿Es esta consigna una fantasía o una potencial realidad?

Paul Walder:
Quisiera pensar que sí es posible. No nos podemos resignar a desaparecer como
especie. En cualquier caso, será necesario que los humanos de finales de siglo y en
medio o después del colapso instalen sistemas de vida comunitarios, igualitarios e
integrados con la naturaleza o lo que quede de ella. Respecto al restablecimiento de
los equilibrios que se conocieron en el Holoceno, si esto llegara a suceder tardaría no
cientos, sino miles de años. Esa sería nuestra contribución hoy como generación a
nuestra especie, en caso de que no sea todavía tarde. Si el capitalismo negacionista y
extremo consigue mantener como sea su curso, el colapso sería también el fin de todo.

50
Jaime Vindel:
No creo que se pueda restablecer un equilibrio metabólico entre el hombre y la
naturaleza. Me parece que aunque apele a un concepto termodinámico, se trata de una
imagen idealista y dualista de la relación entre sociedad y naturaleza. En primer lugar,
porque es probable que nunca haya existido ese equilibrio, no al menos desde la
fundación de los estados agrarios, como se encargaron de demostrar Ramón
Fernández Durán y Luis González Reyes. Considero que en la idea misma de
civilización reside una cierta tendencia a la desmesura, a la hybris, que no podemos
dejar de considerar. El problema es que la automatización de los procesos económicos
que caracteriza al sistema capitalista ensancha esa fractura metabólica hasta
convertirla en una amenaza para la supervivencia de la idea misma de civilización.
Por tanto, a lo que debería de aspirar cualquier proyecto ecosocialista es a atenuar
esa fractura en la medida de lo posible, mediante un amplio espectro de políticas, que
vayan desde la escala micro de una relocalización radical de los flujos energéticos y
de materiales de la vida social, a una política concertada e internacionalista de
contención de la crisis ecosocial en las dimensiones intra y supraestatal. Con todo,
hemos de ser conscientes de que, según revela la ciencia climática, la inestabilidad de
Gaia se prolongará durante siglos y tal vez milenios.

3. Jorge Altamira – Intervención6

Cambio climático, Colapso civilizatorio, Ecosocialismo y Marxismo


(Por Jorge Altamira)

El tema del cambio climático ha venido ocupando la primera plana de la agenda política
internacional. El énfasis está puesto en el calentamiento global, relegándose a un segundo plano

6
Jorge Altamira es el fundador del Partido Obrero de Argentina y uno de los dirigentes históricos del Trotskysmo
Latinoamericano del último siglo. Como explicamos en la introducción de esta sección, Altamira nos hizo llegar
su intervención a este debate en el formato que presentamos a continuación, comprometiéndose a enviarnos sus
respuestas a las preguntas del cuestionario anterior durante las próximas secciones de esta serie.

51
otros aspectos del mismo como, por ejemplo, el envenenamiento de la agricultura y la
alimentación o la depredación de las especies por parte de la industria farmacéutica.

En el campo de la izquierda, la cuestión del clima ha dado paso a la formación de distintas


corrientes. Una de ellas señala que la crisis climática ha ingresado a un punto sin retorno, lo
cual replantearía la vigencia del ‘paradigma’ marxista que sustenta la lucha de clases y la
revolución socialista mundial. La descomposición progresiva del sustrato natural de la sociedad
habría terminado por quebrar, por lo tanto, la posibilidad de una sociedad sin clases. Lejos de
la premisa socialista de la abundancia y el horizonte comunista de un cese de la lucha por la
existencia, la humanidad habría entrado así en un mundo con recursos menguantes como
consecuencia de la destrucción del medio ambiente. El socialismo o el marxismo deberían,
desde aquí, asumir este cambio radical de las condiciones históricas y postularse para gestionar
el “derrumbe civilizatorio”. En otras palabras, nos encontraríamos, con las debidas diferencias,
ante un retorno del malthusianismo en la época de la decadencia capitalista. De otro lado, se
encuentra una corriente “ecosocialista” que pretende llenar el vacío ecológico que exhibiría el
pensamiento marxista y, como ocurre con el “feminismo anticapitalista”, abrir el camino al
pluriclasismo y al frente popular. Se trata en este caso de un aporte curioso al marxismo, como
si éste no partiera en sus concepciones de la noción de alienación; es decir, del análisis de la
separación del ser humano de su propio medio (natural o no) que es consustancial al
capitalismo. Cabe recordar aquí, sin embargo, que el comunismo no sólo significa la conquista
de una sociedad sin clases, sino que, asimismo, la reconciliación de la sociedad con la
naturaleza, incluida la suya propia.

Se advierte así que la cuestión del cambio climático es el pretexto o el argumento para un nuevo
tipo de revisionismo, el cual hace siempre aparición, por lo demás, en coyunturas de ruptura
de la sociedad capitalista. Estas posiciones enfatizan, por ejemplo, que la cuestión climática no
habría sido advertida por la izquierda mundial en sus implicancias catastróficas durante los
famosos “treinta años gloriosos” de la posguerra (caracterizados por una expansión sin
precedentes de la productividad capitalista), habiendo sido dichas décadas, por el contrario,
celebradas por una gran parte de ésta, lo anterior precisamente cuando se desarrollaba como
nunca antes la explotación de los recursos fósiles que producen el calentamiento global.

La cuestión del cambio climático no puede ser abordada por fuera del contexto histórico y su
correlato –la lucha de clases y la lucha política. Una de las razones de lo anterior es que la
destrucción de las fuerzas productivas y el medio ambiente se encuentra en los genes mismos
del capitalismo, cuya base es la cosificación de las relaciones sociales y la explotación
mercantil de la fuerza de trabajo (y de unas naciones por otras). La barbarie se encuentra, por
lo tanto, en la propia genética del capital; desde su fase de ascenso desarrolla su labor creativa
mediante la destrucción de la fuerza de trabajo y el medio natural de existencia. La época de
su decadencia despliega esa tendencia destructiva de forma potencialmente ilimitada. Se trata
de un movimiento histórico contradictorio, mediado por el avance de una lucha de clases de
alcances más revolucionarios, guerras e insurrecciones nacionales.

La barbarie y el colapso civilizatorio aparecen como cuestiones concretas antes de las


advertencias sobre el cambio climático por parte de la comunidad científica. Las guerras
imperialistas (que Lenin caracterizó en su momento como expresiones de “un cambio de
época”) pusieron en vigencia el slogan “socialismo o barbarie” e inauguraron los debates sobre
la posibilidad de un “derrumbe civilizatorio”. Hoy dichas guerras son presentadas como una
amenaza menor a la que representaría el cambio climático, aunque esto solamente por los
reveses que sufrió el imperialismo en aquellas: la revolución de octubre, en un caso, la derrota

52
del nazismo y las revoluciones de posguerra, en el otro. Ahora bien, una victoria del nazismo,
como resultado alternativo de la última gran guerra imperialista, habría convertido al mundo
en un campo de concentración gigantesco, por supuesto que con cámaras de gas incluidas. La
naturaleza hubiera sido devastada por el pillaje hitleriano, en paralelo al avance de la
esclavización humana. La derrota (relativa) de dicha barbarie fue alcanzada por medio de
guerras revolucionarias y revoluciones sociales. Estas guerras y revoluciones siguen siendo
hoy las únicas barreras concretas contra la barbarie capitalista.

La amenaza a la civilización que representa la destrucción del clima, o del “equilibrio” o


“metabolismo” climático, ha sido precedida y se encuentra todavía acompañada por otra
amenaza de alcance apocalíptico: una guerra nuclear. Hiroshima, Chernobyl o Fukushima han
tenido un efecto devastador sobre el medio ambiente, esto más allá del crimen de lesa
humanidad que significó el lanzamiento de la bomba atómica sobre Japón (o los bombardeos
de napalm sobre Vietnam). Una guerra nuclear, observemos al pasar, aceleraría el ‘cambio
climático’ en una forma que desafiaría la imaginación de cualquier ‘colapsista’. El derrumbe
civilizatorio acompaña a la decadencia capitalista como la sombra al cuerpo, y no puede ser
separada de ella sin caer en operaciones ideológicas. Un ejemplo de este peligro puede verse
en el hecho de que, luego de la integración de China y Rusia a la economía mundial, el mundo
vive actualmente una espiral de guerras y conflictos, esto sin que nunca haya dejado de estar
amenazado por un apocalipsis atómico.

La crítica a la tendencia a la catástrofe climática no puede ignorar las experiencias del llamado
‘socialismo en un sólo país’, por ejemplo, los casos de China o Rusia, los cuales se cobraron,
en el contexto de una supuesta “acumulación primitiva”, un precio elevado de vidas. Cabe
destacar aquí, igualmente, que las burocracias contrarrevolucionarias de dichos estados no
inventaron un modo de producción propio, lo cual solamente habría sido posible gracias a la
existencia de un sistema socialista a escala mundial, sino que adaptaron, a su modo, bajo la
presión del capitalismo, los métodos más bárbaros de este último. Ulteriormente, el triunfo de
la restauración capitalista en dichos países alineó las prácticas productivas de esas sociedades
con aquellas que, tal como hemos visto con motivo del desarrollo del modelo capitalista
neoliberal, acentúan al máximo la perspectiva de una catástrofe climática. En resumen, la
posibilidad del colapso, la barbarie y la catástrofe de la humanidad deben colocarse en el marco
de la historia y la política. Fuera de ellas, sólo existe la nada.

El cambio climático y el agotamiento de recursos que lo acompaña son consecuencias del


mismo tipo de “metabolismo social” que es consustancial a la acumulación de la riqueza bajo
el capitalismo. No se puede proceder a un cambio de rumbo del primero sin la abolición del
segundo. Los recursos planetarios menguantes engendran, en primer lugar, nuevas guerras por
el control de materias primas tales como el petróleo, el gas natural o el litio. La guerra,
armamentismo mediante, es el principal factor de succión de recursos contaminantes y en
declive. La voracidad capitalista por dichos recursos altera negativamente (de manera
catastrófica) las condiciones de vida de amplias masas como resultado, entre otras cosas, de la
contaminación de ríos y otras fuentes de agua, esto cuando no genera la completa privación de
estas últimas. Es justamente por esta y otras razones que se han venido desarrollando en todo
el mundo inmensos procesos de lucha en favor de una serie de demandas medioambientales
tales como la preservación de glaciares, la defensa de las fuentes de agua y por la denuncia de
la minería contaminante. La cuestión del cambio climático desata así procesos de luchas de
clases que tienen como referencia las condiciones de vida de las masas, esto tal como ocurre
en las empresas y lugares de trabajo en las cuales los trabajadores protestan en contra de la
insalubridad laboral. Desde aquí, la cuestión del cambio climático desata, en consecuencia,

53
crisis sociales, políticas y revoluciones. Ahora bien, esta enunciación (correcta) no remite a un
cierto “ecosocialismo”, sino que, por el contrario, al marxismo revolucionario ‘tout court’.

La política climática de los gobiernos imperialistas se encuentra asociada indisolublemente a


la guerra por un nuevo reparto del mundo y no puede ser entendida como ajena a esa disputa.
No se puede discutir una política socialista acerca del clima ignorando las guerras que el
conflicto inter-imperialista por el mercado mundial engendra. El autoabastecimiento de
petróleo por parte de Estados Unidos, por medio del fracking (o hidrofracturación), no trajo
por consecuencia una ‘política de paz’ del imperialismo norteamericano en Medio Oriente, esto
por una razón muy simple: nadie entrega recursos que pueden caer en manos rivales. Por otra
parte, China, el rival designado por Trump y el partido demócrata, importa petróleo desde Irán.
Cabe mencionar aquí que el propio fracking estadounidense se encuentra ya en crisis, siendo
esto visible en el hecho de que las principales empresas en este campo se han presentado a
concursos de acreedores. Señalar una perspectiva de colapso climático inminente sin
relacionarlo con el imperialismo y las guerras; y sin relacionarlo con las guerras
revolucionarias y revoluciones que éstas engendran, se convierte así en un mero torneo
ideológico para cuestionar la vigencia del programa de la dictadura del proletariado y la
revolución proletaria internacional.

El cambio climático no se reduce al calentamiento global, sino que se expresa, además, en otras
esferas tales como la depredación de especies naturales y la infiltración química de la
agricultura, fenómenos que ya habían sido señalados por Marx, digamos de paso, en 1848
(véanse las notas de Riázanov en la Biografía del Manifiesto). Se trata por lo tanto de una
agresión en gran escala en contra del metabolismo de la naturaleza y la alimentación humana
y animal, una agresión que ha despertado ya grandes luchas en diversos campos productivos
tales como las que han venido enfrentando al capital químico en la agricultura y sus financistas.
Recordemos aquí que una de las primeras grandes reivindicaciones de la lucha de clases
moderna en contra el capital ha sido históricamente, de hecho, la nacionalización de la tierra,
reivindicación que no aparece, sin embargo, en la agenda del ecologismo, esto tal como
tampoco aparece la demanda por la nacionalización de la banca y el capital financiero. La
crítica ecologista al planteo de expropiar a las empresas contaminantes parte de la idea de que
estas expropiaciones estarían intentando, simplemente, dar un uso “socialista” a las mismas,
aunque esto sin buscarse un reemplazo del llamado “modelo extractivista” del cual dichas
empresas son parte. Ahora bien, tal como parece olvidársele al ecologismo, la expropiación del
capital no es un mero acto jurídico, sino que, por el contrario, la premisa de la emancipación
de la explotación social y de la reconversión de las fuerzas productivas existentes para ponerlas
al servicio de objetivos sociales, esto en oposición a la producción de plusvalía y los intereses
mercantiles. Como se ve, no se trata aquí de que los comunistas se transformen en ecologistas
sino que, al revés, que el ecologismo se convierta en comunista.

Para algunas corrientes ecologistas, colapsistas o no, las luchas sociales que han venido
estallando en diversos países en contra de los tarifazos que afectan a los sectores populares
serían vistas, entre otras cosas, como una manifestación de la espantosa falta de conciencia de
las masas acerca de un inminente “derrumbe civilizatorio”. Según esto, al parecer, los
trabajadores deberían estar dispuestos a financiar de sus bolsillos la reconversión de un sistema
energético basado en el uso de los combustibles fósiles a uno que tenga en su base la utilización
de energías limpias. No obstante, sabemos que dicho método (los impuestos al petróleo y las
bencinas) no sólo es totalmente insuficiente para alcanzar el propósito de una pretendida
reconversión energética, sino que tampoco existe la certeza de que ese sea el verdadero
propósito de los tarifazos impulsados por los gobiernos neoliberales. Por el contrario, aquellos

54
podrían estar siendo utilizados para reforzar el presupuesto de los estados capitalistas para
financiar guerras y otras actividades contaminantes. En otras palabras, algo así como desatar
una ofensiva en contra las condiciones de vida de los trabajadores en nombre de la “defensa
del clima”, esto tal como pudimos ver en el caso de Macron cuando, al momento de establecer
su “impuesto ecológico” a las naftas en Francia, se peleaba en contra de Trump para que Total
(la principal empresa privada petrolera francesa) pueda desarrollar actividades de explotación
de petróleo en Irán.

El fracaso de los acuerdos climáticos obedecería así, por un lado, a la imposibilidad de financiar
una reconversión energética sobre las espaldas de los trabajadores y, por otro lado, a la
competencia y la lucha entre las potencias capitalistas por el control de los recursos
contaminantes. Una de las razones de lo anterior es que la cuestión climática es internacional
por naturaleza y no puede ser abordada por un régimen social caracterizado por los
enfrentamientos entre estados y la opresión nacional. La agenda del clima es indisociable, por
lo tanto, de las tareas del internacionalismo proletario. La tarea de los socialistas debe ser
enfrentar la agresión del capital a los trabajadores y la naturaleza por medio de la lucha de
clases, la revolución y la acción revolucionaria internacional. Replantear el lugar histórico del
socialismo para gestionar una supuesta “sociedad post colapso”, es asignarle una función de
sepulturero. A su vez, sostener la posibilidad de detener o “administrar” el cambio climático
mediante el ‘decrecimiento’ es una idea que, en el marco del sistema capitalista, no puede más
que estar basada en un hipotético control extendido de la natalidad, un planteamiento ahora en
desuso, pero repetidamente defendido por los ideólogos del capitalismo. Cabe tenerse en cuenta
aquí que el llamado “techo” del hijo único aplicado por China en décadas anteriores ha
concluido no ya en un fracaso, sino que en una deformación poblacional que impulsa, entre
otras cosas, a un todavía mayor ‘productivismo’ y pillaje sobre la naturaleza.

El socialismo no consiste simplemente en transformar al estado en propietario colectivo de los


medios de producción, una suerte de capitalismo de estado, sino que en emancipar la fuerza de
trabajo de su condición de mercancía asalariada. Sin la ruptura de esta atadura, ni el
proletariado puede emanciparse del yugo de la explotación ni la naturaleza de la usurpación
por parte de una potencia extraña, el capital. Solamente la prevalencia del tiempo libre sobre
el tiempo necesario para la supervivencia habilita la posibilidad de una relación histórica-
natural armónica del ser humano con su ambiente. El capital se eleva como potencia enajenante
no solamente frente a la fuerza del trabajo, sino que ante todo frente al medio social y natural
que incesantemente busca absorber. La primera medida de una revolución socialista
internacional debe ser, por lo tanto, reducir las horas de trabajo y separar la producción del
despilfarro capitalista, lo cual constituiría, en los hechos, una forma de ‘decrecimiento’, aunque
socialmente útil. El trabajo libre es así la condición primera de la reconciliación del ser humano
con su medio natural.

“El colapso civilizatorio y la extinción humana ya serían imposibles de detener.” “Dinámica


de cierre o clausura del horizonte socialista moderno”. “Derrumbe generalizado inminente de
las fuerzas productivas”. “Colapso civilizatorio como resultado de procesos irreversibles y ya
avanzados”. “Los equilibrios ya no se pueden recomponer”. “El punto de no retorno de la
barbarie en desarrollo”. ¡Todos estos espantajos dan por consumada una lucha que tenemos por
delante! “Repensar” el socialismo, sobre la base de estas premisas, es apuntarlo para una
gestión de dicha barbarie, que no será socialista sino que capitalista. En definitiva, un colapso
civilizatorio no constituiría, bajo ningún aspecto, un sinónimo de “derrumbe (o auto-
destrucción) del capitalismo”, sino que, en realidad, de una posible metamorfosis de adaptación
del mismo a un tipo de barbarie de su propio cuño. La fatalidad de dicho colapso, justificada

55
en cuestiones climáticas, al margen de la lucha de clases que el capitalismo declinante potencia
cada vez más, sólo puede ser sostenida como ideología, o sea como un tipo de justificación que
empalma en toda la línea con la reacción. Esta tendencia aparece en la izquierda como
expresión del escepticismo frente a rebeliones crecientes y procesos revolucionarios que
buscan abrirse paso. Es un contra-espejo de los brotes fascistas que genera la ruina de la
sociedad capitalista. La integración de la crisis climática a “la crisis de la humanidad”, nos
devuelve así a la cuestión, candente, de la crisis de dirección del proletariado. Esta es la
verdadera agenda política en la situación histórica presente.

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Próxima sección debate

-Ecosocialismo versus Marxismo Colapsista (V)


Discutiendo las capacidades de la tecnología y el socialismo para “frenar” un cambio climático
catastrófico

-Las secciones anteriores de este debate pueden leerse en el siguiente enlace:


https://www.scribd.com/document/441112422/Michael-Lowy-Ecosocialismo-versus-Colapsismo

Materiales adicionales (online)

1. Ecosocialismo

-Manifiesto Ecosocialista
https://www.rebelion.org/hemeroteca/sociales/lowy090602.htm

-Ecosocialismo y Crisis Civilizatoria


https://razonyrevolucion.org/crisis-ecologica-crisis-capitalista-crisis-civilizatoria-la-alternativa-
ecosocialista/

-Michael Lowy, la Crisis Ecológica y el Colapso


https://www.elmostrador.cl/noticias/mundo/2017/05/28/michael-lowy-advierte-sobre-la-crisis-
ecologica-es-un-tren-suicida-que-avanza-con-una-rapidez-creciente-hacia-un-abismo/

2. Marxismo Colapsista

-Presentación de “Marxismo y Colapso”:


https://www.eldesconcierto.cl/2019/03/09/marxismo-y-colapso-la-ultima-frontera-teorica-y-politica-
de-la-revolucion/

-Marxismo y Colapso Web:


https://www.marxismoycolapso.com

-Marxismo y Colapso Facebook Fanpage:


https://www.facebook.com/Marxismo-y-Colapso-Redes-104267944397619/

3. Teoría del Decrecimiento

-El agotamiento del petróleo (Antonio Turiel)


https://www.comillas.edu/images/catedraBP/Presentacion%20Antonio%20Turiel.pdf

-Antonio Turiel (Entrevista)


https://ultimallamadamanifiesto.wordpress.com/2018/12/11/turiel-la-transicion-a-las-energias-
renovables-implica-el-fin-del-crecimiento-y-por-tanto-el-fin-del-capitalismo/

-The Oil Crash Blog:


http://crashoil.blogspot.com/

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Enlaces nuevos integrantes del debate

Jorge Altamira
Sitio web
https://altamiraresponde.com/

Jaime Vindel
Artículo “El Marxismo ecológico ante la crisis ecosocial” (Viento Sur)
https://vientosur.info/spip.php?article15059

Paul Walder
Portal digital Politika.cl
http://politika.cl/

Lecturas Complementarias

-Debate Colapsista

1. La Senilidad Estratégica del Trotskymo y la tradición marxista-industrialista. El caso de Emilio


Albamonte (1)

Enlace:
https://issuu.com/collapseandmarxism/docs/la_senilidad_del_trotskysmo_1

-Especial Crisis Mundial por el Coronavirus

1. ¡El Comienzo del Derrumbe! La Pandemia, el Colapso y el fracaso del Marxismo Industrialista (I)

Enlace:
https://issuu.com/collapseandmarxism/docs/el_comienzo_del_derrumbe__i_

2. Coronavirus: ¡Última Advertencia!

Enlace:
https://www.scribd.com/document/454545647/Coronavirus-Emergencia-colapsista-Caracterizacion

3. Coronavirus de Wuhan, Cambio Climático y Crisis Civilizatoria


Notas para un Marxismo Colapsista (Palabras iniciales)

Enlace:
https://www.scribd.com/document/451654082/Coronavirus-de-Wuhan-Cambio-Climatico-y-Crisis-
Civilizatoria

4. El Calentamiento Global como horizonte cataclísmico de la historia


Grado 1: La antesala del infierno
(con sección introductoria en torno a la crisis del coronavirus)

Enlace:
https://www.scribd.com/document/453635428/El-Calentamiento-Global-como-Horizonte-
Cataclismico-de-la-Historia-I

58
-Especial Aniversario 80 años de la muerte de León Trotsky

-El Segundo Asesinato de Trotsky


Parte I: Los héroes malditos

Enlace:
https://issuu.com/collapseandmarxism/docs/el_segundo_asesinato_de_trotsky

Algunos materiales anteriores destacados

1. El Horizonte de un colapso civilizatorio inminente.


Entrevista de Paul Walder a Miguel Fuentes (I)

Enlace:
http://www.politika.cl/2019/12/14/parte-i-el-horizonte-de-un-colapso-civilizatorio-inminente-
conversacion-entre-paul-walder-y-miguel-fuentes/

2. La Inevitabilidad de la catástrofe.
Entrevista de Paul Walder a Miguel Fuentes (II)

Enlace:
http://www.politika.cl/2019/12/22/conversacion-con-miguel-fuentes-parte-ii-la-inevitabilidad-de-la-
catastrofe-eco-social-planetaria/

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