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Nutrir el matrimonio

Russell M. Nelson
Of the Quorum of the Twelve Apostles
Los matrimonios serían más felices si se nutrieran con mayor esmero.

Mis queridos hermanos y hermanas, gracias por el amor que tienen por el Señor y
Su Evangelio. Vivan donde vivan, sus vidas de rectitud proporcionan buenos
ejemplos en estos tiempos de deterioro moral y de matrimonios desintegrados.
Como Autoridades Generales, viajamos alrededor del mundo y, en ocasiones,
vemos escenas preocupantes. En un vuelo reciente, me senté detrás de un hombre
y su esposa. Resultaba obvio que la mujer amaba a su esposo; podía ver su anillo
de bodas mientras ella le acariciaba la nuca y se apoyaba en su hombro buscando
su compañía.
Sin embargo, el hombre parecía estar totalmente ajeno a la presencia de su esposa
y su atención se centraba únicamente en un juego electrónico. A lo largo de todo
el vuelo, no levantó la vista de aquel aparato. No la miró ni una sola vez, ni habló
con ella, ni reaccionó ante sus anhelos de afecto.
Al ver la falta de atención de aquel hombre me dieron ganas de gritar: “¡Pero,
hombre, despierta! ¿Es que no te das cuenta? ¡Pon atención! ¡Tu esposa te ama!
¡Te necesita!”.
Nada sé de ellos, ni les he visto desde entonces. Quizás me alarmé sin motivo. Es
muy posible que si aquel hombre hubiera sospechado cuánto me p reocupé por
ellos, habría sentido lástima de mí por no saber utilizar aquel juguete electrónico
tan apasionante.
Pero esto sí sé: sé que “…el matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado
por Dios y que la familia es la parte central del plan del Creador para el destino
eterno de Sus hijos”1. Sé que la tierra fue creada y que la Iglesia del Señor se
restauró con el objeto de que las familias sean selladas y exaltadas como
entidades eternas2. Y sé que uno de los astutos métodos de Satanás para minar la
obra del Señor consiste en atacar las instituciones sagradas del matrimonio y de
la familia.
El matrimonio proporciona mayores posibilidades de obtener la felicidad que
cualquier otro tipo de relación humana; aun así, algunos matrimonios no
desarrollan plenamente el potencial que tienen. Por el contrario, permiten que su
romance se eche a perder, dejan de valorarse el uno al otro y permiten que otros
intereses o que los nubarrones del abandono oscurezcan la visión de lo que su
matrimonio podría llegar a ser en realidad. Los matrimonios serían más felices si
se nutrieran con mayor esmero.
Comprendo que hay muchos miembros adultos de la Iglesia que no están
casados. Por causas ajenas a ellos, hacen frente a las pruebas de la vida solos.
Recordemos que, a la manera del Señor y, en su debido tiempo, no habrá ninguna
bendición que les sea retenida a Sus santos fieles3. Para aquellos que ahora están
casados o lo estarán, permítanme sugerirles dos pasos que pueden seguir para
tener un matrimonio más feliz.
I. La base doctrinal
El primer paso consiste en comprender la base doctrinal del matrimonio. El
Señor declaró que el matrimonio es la unión legal entre un hombre y una mujer:
“…el matrimonio lo decretó Dios para el hombre.
“Por tanto, es lícito que tenga una esposa, y los dos serán una sola carne, y todo
esto para que la tierra cumpla el objeto de su creación”4.
Las tendencias del mundo de definir el matrimonio de otra manera, contribuirán
lamentablemente a destruir la institución del matrimonio. Tales designios son
contrarios al plan de Dios.
Fue Él quien dijo: “…por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su
mujer, y los dos serán una sola carne”5.
En las Escrituras se nos reitera que: “…en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni
la mujer [es] sin el varón”6.
El matrimonio es la base del orden social, la fuente de la virtud y el cimiento de
la exaltación eterna. Dios ha definido el matrimonio como un convenio eterno y
sempiterno7. El matrimonio es santificado cuando se valora y se honra en
santidad. No se trata solamente de una unión entre marido y mujer, incluye una
asociación con Dios8. Tanto el esposo como la esposa “…tienen la solemne
responsabilidad de amarse y cuidarse el uno al otro”9. Los hijos que nazcan de
esa unión matrimonial son: “herencia de Jehová”10. El matrimonio no es sino el
retoño de la vida familiar; la paternidad es la flor. Y ese ramo de flores es aun
más bello cuando se lo adorna con nietos. Las familias pueden ser eternas como
el mismo reino de Dios.11
El matrimonio es a la vez un mandamiento y un principio de exaltación del
Evangelio12. Debido a que es ordenado por Dios, las expresiones físicas e íntimas
de un amor matrimonial son sagradas; sin embargo, en demasiadas ocasiones
esos dones divinos se profanan. Si un matrimonio permite que un lenguaje soez y
la pornografía corrompan sus relaciones íntimas, ofenden a su Creador al mismo
tiempo que degradan sus propios dones divinos. La verdadera felicidad se basa
en la pureza individual13. En las Escrituras se nos manda: “Sed limpios”14. El
matrimonio siempre debería un convenio que eleve tanto al esposo como a la
esposa hacia la exaltación en la gloria celestial.
El Señor dispuso que el matrimonio continuara más allá de la muerte física. Su
plan ofrece continuidad eterna de la familia en el reino de Dios. Su plan
proporciona templos y oportunidades de oficiar en ellos tanto por los muertos
como por los vivos. Un matrimonio sellado en el templo introduce al esposo y a
la esposa a ese gran orden de unidad tan necesario para la perfección de la obra
de Dios15.
Las doctrinas pertinentes al matrimonio incluyen el albedrío individual y la
responsabilidad. Todos nosotros somos responsables de nuestras decisiones. Los
matrimonios bendecidos con hijos son responsables ante Dios por el cuidado que
den a sus hijos.
Al reunirme con líderes del sacerdocio, con frecuencia les pregunto por las
prioridades que conceden a sus diversas responsabilidades. Por lo general,
mencionan sus importantes deberes eclesiásticos a los que se les ha llamado, pero
muy pocos recuerdan sus responsabilidades en el hogar; pero el propósito de los
oficios del sacerdocio, las llaves, los llamamientos y los quórumes no es otro que
el de exaltar a las familias16. La autoridad del sacerdocio se ha restaurado con el
fin de sellar a las familias por la eternidad. En consecuencia, hermanos, su
principal deber del sacerdocio es nutrir su matrimonio: cuidar, respetar, honrar y
amar a su esposa. Sean una bendición para ella y para sus hijos.
II. Cómo fortalecer el matrimonio
Con estas bases doctrinales en mente, consideremos el segundo paso: las
acciones concretas que fortalecen al matrimonio. Permítanme compartir como
ejemplo algunas sugerencias e invitar a cada matrimonio a meditarlas y a
adaptarlas a sus circunstancias individuales, según sea necesario.

Mis sugerencias utilizan tres verbos de acción: apreciar, comunicar y contemplar.


El apreciarse: Decir “te amo” y “gracias” no es difícil, pero esas expresiones de
amor y de agradecimiento van más allá del simple hecho de reconocer un
pensamiento y un acto buenos; son señales de buenos modales. Si el compañero
agradecido busca lo bueno en su cónyuge y ambos se dicen cumplidos en forma
sincera, el esposo y la esposa se esforzarán por llegar a ser el tipo de persona que
se describe con esos cumplidos.
Sugerencia número dos: El comunicarse bien con el cónyuge también es
importante. La buena comunicación implica dedicar tiempo a la planificación
conjunta. Los matrimonios tienen que pasar tiempo a solas para hablar y
escucharse de verdad el uno al otro. Tienen que cooperar y ayudarse como
compañeros iguales. Precisan nutrir con amor su intimidad espiritual y física.
Deben procurar elevarse y motivarse mutuamente. La unidad matrimonial se
mantiene cuando ambos entienden las metas. La buena comunicación mejora con
la oración. El orar y mencionar específicamente una buena acción (o necesidad)
del cónyuge nutre el matrimonio.
Mi tercera sugerencia es el contemplar. Esta palabra tiene un significado
profundo ya que sus raíces latinas son con, que significa “con” y templum, que
significa “espacio o lugar para meditar”. Esta palabra es la raíz de la
palabra templo. Si el matrimonio contempla con frecuencia— los dos juntos en el
templo —los convenios sagrados se recordarán y se cumplirán mejor. La
frecuente participación en el servicio del templo, junto con el estudio constante
de las Escrituras en familia, nutre el matrimonio y fortalece la fe en la familia. La
contemplación permite que uno prevea y esté en armonía (o esté a tono)
mutuamente y con el Señor. La contemplación nutrirá al matrimonio y al reino de
Dios. El Maestro dijo: “Por tanto, no busquéis las cosas de este mundo, mas
buscad primeramente edificar el reino de Dios, y establecer su justicia, y todas
estas cosas os serán añadidas”17.
Invito a todo compañero conyugal a analizar estas sugerencias y a después fijar
metas concretas para nutrir su propia relación. Comiencen con un deseo sincero.
Averigüen qué cosas precisan hacer para bendecir su unidad y su propósito
espirituales. Ante todo, ¡no sean egoístas! Cultiven un espíritu de desinterés y de
generosidad. Juntos, celebren y honren cada día como si fuese un don preciado
del cielo.
El presidente Harold B. Lee dijo: “La obra más importante del Señor que ustedes
o yo efectuemos será dentro de las paredes de nuestro propio hogar”18; y el
presidente David O. McKay declaró: “Ningún otro éxito puede compensar el
fracaso en el hogar”19.
Cuando ustedes, en calidad de esposo y esposa, reconozcan el divino designio de
su unión, cuando sientan en lo más profundo que Dios les ha puesto el uno con el
otro, su visión aumentará y su entendimiento se elevará. Tales sentimientos se
expresan en las palabras de una canción que ha sido una de mis favoritas durante
mucho tiempo:
Porque vienes a mí,
con todo tu amor
mi mano tomas y veo del cielo su fulgor.
Un mundo de esperanza y gozo veo en ti,
porque vienes a mí.

break
Porque al hablarme en tonos delicados,
las rosas florecen a mi paso.
Entre lágrimas y gozo voy a ti,
porque me hablas a mí.
Porque Dios te hizo mía,
te atesoraré
en la luz, en las tinieblas y por siempre.
Que Dios a nuestro amor divino le sonría,
porque Dios te hizo mía20.
Es mi oración que cada matrimonio pueda nutrirse de esa manera, en el nombre
de Jesucristo. Amén.

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