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Penúltimas voluntades (Quasi una fantasia)

LECCIÓN MAGISTRAL
pronunciada en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid
en la conmemoración de la festividad de Santa Cecilia, patrona de los músicos,
por el Excmº. Sr. D. Jacinto Torres Mulas, catedrático de Musicología
y miembro de número de la Real Academia de Doctores de España

Autoridades, colegas, alumnos, señoras, señores,

Vuelvo, quiero creer que estoy volviendo


con mi peor y mi mejor historia;
conozco este camino de memoria,
pero igual me sorprendo.
Todos estamos rotos, pero enteros,
diezmados por perdones y resabios,
un poco más gastados y más sabios,
más viejos y sinceros.
Vuelvo de buen talante y buena gana,
se fueron las arrugas de mi ceño,
por fin puedo creer en lo que sueño:
estoy en mi ventana.

Veo, con satisfacción que no he de disimular, que algunos han reconocido estos
versos, en efecto, de Mario Benedetti. Y he querido comenzar con ellos mi discurso
porque es ésta mi primera intervención pública en este Conservatorio del que, a partir de
este mismo curso, ya no formo parte de su claustro de profesores. Por eso la alegría del
regreso.
Ahora tomo el sol, pero hasta ahora trabajé sin descanso durante cuarenta y siete
años, cuarenta de ellos como docente, hasta que las actuales circunstancias me han
decidido a optar por la jubilación anticipada. En todos esos años —mis alumnos pueden
dar fe de ello— nunca les he leído los temas en clase, salvo la cita o el comentario de
textos ajenos. Cuanto de propio tenía que decirles, lo he hecho siempre a base de un guión
bien preparado que, si llegaba el caso, modificaba sobre la marcha a tenor de cómo iba
observando yo su percepción del asunto. Pero en esta ocasión me habrán de permitir que sí
lea mi propio texto; y luego verán por qué.
Durante el tiempo, ya lejano, en que tuve a mi cargo las clases de Historia de la
Música, y más recientemente como titular de la Cátedra de Musicología en este Real

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Conservatorio Superior de Música de Madrid, he tenido por norma invariable comenzar la
primera clase de cada curso con una advertencia general al nuevo alumnado. Después de
señalar los objetivos y límites de nuestro trabajo académico, tras aludir a las fuentes,
instrumentos y técnicas auxiliares del mismo, tras referirme por anticipado a las diversas
escuelas y teorías, sus respectivos criterios especulativos, los procesos metodológicos y los
fundamentos ideológicos que explican el hecho musical y su entorno, siempre insistí con
vehemencia en recomendar el mayor cuidado para no equivocarse en lo principal: la
MÚSICA es lo que suena; lo demás son sólo palabras sobre la música.

Viene esto a cuento —y pronto iremos viendo los motivos— de la tempestad


desatada en el pequeño vaso de agua de nuestra realidad musical académica con motivo de
los nuevos planes para la educación superior y el encaje que ella puedan tener nuestras
enseñanzas musicales.
Cabe, en principio, felicitarse por una iniciativa semejante, pues en todo el mundo
culto los estudios avanzados de la música tienen rango superior y suelen estar vinculados a
la Universidad. En nuestro país, sin embargo, sólo las enseñanzas de Musicología, y en
época muy reciente, tomaron cuerpo en el ámbito universitario, si bien fue pionero el
Conservatorio Superior de Madrid, seguido muy poco después de varios otros, de manera
que en un tiempo relativamente breve han ido extendiéndose y, al tiempo, tratando de
perfilar sobre la marcha su propia definición a través de un proceso rápido que, a causa
precisamente de su novedad y obligado además por la necesidad de adaptarse a sucesivos
cambios, dista mucho de haberse ultimado con la deseable propiedad y perfección.
Pero, por lo que se ve venir, no parece que a dicho proceso vaya a permitírsele
alcanzar la necesaria madurez para dar fruto bastante. Porque una cosa es plantearse el
reconocimiento de un rango superior de carácter universitario y otra, no del todo idéntica,
el proceso de implantación de los estudios musicales en el modelo de universidad que hoy
tenemos en España. Y sobre todo cuando, como en este caso, cuentan de manera decisiva
los cómos, los cuándos y los quiénes.
Me apresuro a declarar que la intención de estas palabras, que quisiera que fuesen
recibidas con el mejor humor y ánimo posible, no es en absoluto la de formular una crítica
minuciosa, detallada y circunstanciada de los citados planes. Para ello se habilitó un
generoso plazo, dentro del cual han podido manifestarse toda suerte de razones y
argumentos, y hacerlo además en el ámbito y forma adecuados. Estoy, por otra parte,
convencido al respecto de que el andar mirando con lupa la letra, censurar un participio
para proponer en su lugar un gerundio, cambiar una hora y media por el total de tres
medias horas o sustituir la paleografía por la escritura antigua, el folklore por el saber
popular o la interpretación por la performance, solo nos puede hacer perder el norte y el
meollo del asunto (y hasta confesaré que a veces me viene la ocurrencia de si, velis nolis,
no habrá quien se regocije, segura su arca, al ver cómo otros riñen por esa calderilla).

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Decía, pues, que no he de entrar ahora en juego tan sutil; muy por el contrario, ceñiré este
discurso a un juicio estrictamente personal, un comentario sobre algo que entiendo como
un aspecto básico y fundamental de toda esta cuestión, una opinión sin aires pontificales
pero no por desprovista de aparato menos seria y sentida. Para ello me amparo en mi doble
condición de titulado por conservatorio y por universidad, en la trayectoria del ejercicio
docente, científico y artístico para el que esos títulos me dan licencia, en mi doble
experiencia de profesor universitario y de profesor de conservatorio y la experiencia de
largas décadas de dedicación.
De manera que “yo tengo entre dos amores mi corazón repartido, y si encuentro a
uno llorando es que el otro le ha ofendido”, como decía una de nuestras más entrañables
canciones (igualmente desconocida u olvidada tanto por el común de los músicos prácticos
como por los universitarios especulativos, de donde podría inferirse —quién sabe si de
modo sólo en apariencia caricaturesco— que en cuestión de ignorancia es mucho más lo
que les une que lo que les separa), así es que, atentos al llanto y las ofensas y procurando
distinguir las voces de los ecos, el histrionismo victimista del coro de grillos que cantan a
la luna y la estólida arrogancia de los tenores huecos, pasemos revista a algunas
cuestiones.
En cuanto a los cómos a que antes me refería, le cabe uno la inquietante sospecha
de si, por emplear una muy gráfica expresión coloquial, no se habrá querido empezar la
casa por el tejado. Me explico: visto el precedente de los actuales estudios universitarios
de “Historia y Ciencias de la Música”, sería sencillamente estúpido no plantearse la
exigencia de que quienes vayan a adentrarse en los dominios de la musicología necesitan,
previa e inexcusablemente, sólidos conocimientos de la música a secas. Y no vale aquí el
falso argumento de que un estudiante de la literatura no precisa de la habilidad de
componer una novela o una colección de sonetos, porque ésa no es la equivalencia
correcta; claro que no necesita tener esas facultades, pero sí que es una exigencia, previa e
inexcusable como acabo de decir, que esté alfabetizado, simplemente que conozca el
lenguaje.
Cuando alguien llega a la universidad y decide cursar estudios de Literatura (por
mantener el ejemplo) puede, desde luego, no ser capaz de emular las greguerías de Ramón
o las comedias del Fénix, pero al menos contará ya a su llegada con la capacidad funcional
de leerlas. Y si decide estudiar las Matemáticas, podrá tener problemas más o menos
graves, pero no irremediables, si no domina el cálculo infinitesimal o las series de Fourier
porque, como poco, sabrá contar y hasta desarrollar algunas operaciones básicas. En
resumen: a la universidad se llega sabiendo, cuando menos, hablar, contar, leer y escribir
(aunque también es verdad que cada vez peor, y a la vista están las consecuencias) y tanto
da si es en cifra, en prosa, en verso o en Braille... pero no en música.

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Por eso el caso es radicalmente distinto si alguien decide cursar en la universidad
los nuevos grados de música que ahora se anuncian, porque si ha de enfrentarse a la
música en sí —es decir, al objeto último de su estudio, lo que le da sentido y de cuya mera
existencia y características se deriva todo lo demás— sencillamente no podrá hacerlo si le
falta un dominio previo e imprescindible del lenguaje musical como algo específico,
global y complejo, más allá del limitado campo de la semiología. Salvo, claro está, si antes
lo ha adquirido en un conservatorio o se ha procurado una instrucción particular
equivalente. Porque al llegar a la universidad esos conocimientos indispensables nadie se
los va a pedir. Y así podríamos encontrarnos con una divertida situación: una oferta
universitaria consistente en algo así como “obtenga en tres añitos su grado universitario en
Economía y no se preocupe si, de entrada, ni siquiera sabe contar con los dedos; ya le
iremos dando algunas nociones sobre la marcha”.
Y es que, a la vista de lo que conocemos, parece que se trata sólo de eso, de dar
unas nociones —y bien sumarias, por cierto— de técnica musical; dígase si no qué otra
cosa más allá puede esperarse de esos “Elementos de lenguaje musical” y de esa
“Introducción a la Historia de la Música” con que se pretende barnizar a quienes carezcan
de una verdadera formación musical previa. Anuncié al principio que prescindiría de hacer
comparaciones, siempre maleables, pero de lo poco verosímil y lo chapucero de tal
subterfugio puede dar idea el hecho de que en un Conservatorio o una escuela de música el
aprendizaje del lenguaje musical y sus técnicas requiere un mínimo de cinco cursos, que
pueden convertirse en ocho o hasta diez si incluimos, además del solfeo, la teoría de la
música, la práctica coral, el piano elemental, el acompañamiento, la transposición y la
repentización, la armonía, las formas musicales, la historia, la estética, la acústica...
materias sin cuyo mínimo conocimiento y comprensión previos no parece honesto —ni
aun posible— ningún género de pretensión posterior.
Claro que también se anuncian por parte de los promotores de tales planes ciertos
apriorismos encaminados a prevenir el progreso de los ignorantes y hasta se insinúa una
especie de selección natural que iría dejando en la cuneta a los más ineptos, pero en ningún
caso se fija una exigencia bien definida, ni se establece una garantía creíble que confiera
los inexcusables requisitos de seriedad que un proyecto así debería reunir. Sobre todo
cuando desde los sectores más lúcidamente críticos de la propia universidad se está
denunciando el riesgo de que el paso por sus aulas sea sólo una carrera de obstáculos, una
prueba de resistencia, y que, caso de haber algún tipo real y efectivo de selección, no sea
precisamente la de los más capaces para el conocimiento y la reflexión creativa, sino los
más dotados para el aguante de las innumerables sevicias y triquiñuelas que le aguardan,
los mejor dispuestos para el coleccionismo de créditos como si de bonos de una tómbola se
tratase, para la picardía y la adaptación a un entorno cada vez más alarmantemente
amenazado por el gregarismo acrítico, la endogamia y la mediocridad. [Y eso por no
hablar de la amenaza, bien real, de que a la hora de la verdad sea el dinero el que decida

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esa selección, comprando mal disimuladamente los títulos en instituciones universitarias
ajenas al ámbito y control de lo público.]
Si los valedores de las propuestas que comentamos se revelan finalmente capaces
de triunfar sobre esos condicionamientos, darán testimonio de una talla titánica y se harán
acreedores de imperecedera gloria, pero permítasenos a los demás mortales no tocados de
tan providencial designio mantener una actitud, si positiva, no menos cautelosa. Sobre
todo cuando conocemos el percal.
Algo también hay que decir del envés de ese paño. Y lo primero a señalar es la
deficiente base humanística de quienes estudian en los conservatorios. La exigencia de
haber cursado la enseñanza secundaria para obtener la titulación superior no atenúa gran
cosa esa carencia, que por lo demás es compartida con quienes acceden a la universidad.
Pero no deja de ser llamativa la interesada cortedad con que se plantean esas ventajas y
exigencias de formación humanística distinta de la específica técnico-musical. Siguiendo
el ejemplo real antes comentado, pueden acceder directamente a los estudios de
musicología quienes hayan cursado el primer ciclo de otras ramas universitarias: Historia,
Geografía, Historia del Arte, Filología, Lingüística, Filosofía y Pedagogía. Bien, perfecto,
sólo que podría calificarse de visión decimonónica si no fuera porque corresponde a un
criterio todavía más arcaico. Metidos ya de lleno en pleno tercer milenio, hoy hemos de
preguntarnos qué razones puede haber para que el estudio y la investigación de los
“aspectos científicos de la música”, según se mencionan literalmente, se pretendan casar
solo con la historia, con la literatura y con el arte —materias de neta tradición
universitaria, desde luego, aunque no del todo ausentes en los conservatorios— y, sin
embargo, se escamotee su relación con la medicina, con la psicología, con la física, con las
matemáticas, con las ciencias de la comunicación o con la informática.

La experiencia nos muestra, por lo que hemos ido viendo en estos años, que los
musicólogos que se titulan en las universidades, sin formación alguna de conservatorio,
puede que no tengan gran cosa que ver con la música (eso que suena, ¿recuerdan?) lo cual,
aunque ya de por sí estupefaciente, no es nada si reparamos en que el logos restante, es
decir, aquello a lo único que podrán recurrir y ejercer para justificar su titulación, queda
reducido a esa parcela de las Humanidades (y sólo a ésa) que agrupamos bajo la
denominación genérica de Letras. No es fácil decidir si es un desdén deliberado o simple
ignorancia del Quadrivium pero en cualquier caso, mirando tanto hacia el pasado como
hacia el futuro, ¡qué lastimosa reducción del concepto de Humanidades!
Que la musicología sea materia universitaria es cosa que parece generalmente
aceptada por la gran mayoría de aquellos a quienes afecta este asunto, tanto en el área de la
universidad como de los conservatorios, así entre los docentes como entre los estudiantes.
Que la manera mejor para todos ellos de llevarlo a la práctica sea la que hoy conocemos,
habida cuenta de las circunstancias, es cosa que no parece ni tan clara ni tan segura.

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Antes al contrario, son muchas —y algunas muy cualificadas— las voces que se
han alzado abiertamente en contra de semejante situación. Unas con más tino, otras
errando el blanco, unas sopesando con ecuanimidad los pros y los contras, otras viscerales
y apasionadas, lo cierto es que el debate ha derivado en polémica. Sazonada además por
alguna que otra aparatosa intervención de acólitos aspirantes a sentarse a la derecha del
Padrino, mientras otros callan, acaso más por miedo a señalarse que por prudencia.
Con todo lo cual, además de los cómos, resulta de capital importancia tener en
cuenta los quiénes. Y es precisamente este aspecto, con toda seguridad, el más espinoso y
el que plantea mayores problemas a la hora de encontrar la solución correcta.
Está claro que en el deseable proceso de integración de la música en la enseñanza
universitaria, sea tal como se sugiere ahora o bien sea de manera distinta, y dejando al
margen los aspectos institucionales, hay una gran cantidad de individuos implicados con
sus respectivas peculiaridades, razones e intereses que abarcan una gama muy amplia y
diversa. Y está bastante claro también, a la vista de todo aquél que prefiera no cerrar los
ojos o mirar sólo el librillo de la doctrina que le conviene, que tales intereses han aflorado
y se han puesto en juego por unos y otros. Resulta evidente que todo ello ha constituido un
factor decisivo para dar al traste con las posibilidades de entenderse, fomentando
justificados recelos y convirtiendo en enfrentamiento lo que hubiera debido ser contraste,
debate y colaboración.
En un asunto como éste —o, para decirlo de una vez, precisamente en éste— es
difícil dejar de tener en cuenta determinadas ambiciones personales (que incluso han sido
impúdicamente proclamadas en alguna ocasión) por más que suelan presentarse revestidas
de mesianismo. El indiscutible arrojo del que en su día hicieron gala algunos de los más
conspicuos promotores de este apaño educativo se ha visto favorecido por la apatía y la
lentitud de reflejos de que han hecho gala los conservatorios. Estos, por su parte, nunca
han sido capaces de tomar la iniciativa y articular con agilidad una alternativa coherente,
empantanados entre ciertas actitudes corporativistas y una dramática dispersión de criterios
que oscilan entre la pasividad expectante y el numantismo más pertinaz.
Si algunas de las actuaciones promovidas desde los conservatorios han pecado de
desorientación en su planteamiento o de torpeza en su ejecución, si con mayor frecuencia
de la conveniente hemos presenciado actitudes más pasionales que cerebrales, no debe
olvidarse que en buena medida eso se ha producido como reacción provocada por ciertas
actitudes de tal soberbia y arrogancia que, sobre poner de manifiesto un talante bien poco
digno de aprecio, han abierto innecesariamente heridas que, a la corta o a la larga, pueden
gangrenar todo el proceso.
Como quien siembra vientos cosecha tempestades, no ha faltado tampoco malicia
para apuntar la posibilidad de que tras toda esa polvareda haya algo de demente o de
canalla. O de ambas cosas. El tiempo dirá qué había de razón o de sinrazón en todo ello,

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pero hay que advertir con toda nitidez que lo que está en juego es el futuro de la
musicología en España. Las ambiciones, el clientelismo, la megalomanía, el encono y los
recelos que han quedado de manifiesto sólo presagian una salida, si la hay, traumática. De
seguir por esta vía, es de temer que no será posible una normalización hasta dentro de
bastante tiempo, cuando hayan desaparecido de la escena quienes hasta hoy son sus
principales protagonistas.
Si llega a suceder así, si la contumacia en lo que ha empezado con tan mal cariz
obliga a pagar el precio de la discordia y el resentimiento, todos seremos un poco
culpables, aunque sólo sea por habernos dejado arrastrar por el pésimo estilo de unos
pocos. El resto de los docentes en la universidad y en los conservatorios no deberían
someterse a ser uncidos al carro de esos caudillos, ni ser tenidos por sus cómplices, ni
cargar con las consecuencias de sus actos.
La idea fundamental de incorporar la música al nivel universitario es esencialmente
buena. Diré incluso que digna, justa, saludable y necesaria. Sus promotores merecen el
reconocimiento debido a los pioneros con coraje. Algunos de los más capacitados técnica y
humanamente ya trabajan en ello en la universidad, otros lo hacen en los conservatorios y,
sin duda, hay otros más en condiciones de añadirse. La demanda puede ser prometedora,
cada vez con un mayor grado de madurez y de exigencia. Pero la formulación concreta del
proyecto y el modo en que se haya de ir gestando y desarrollando, aunque algunos arguyan
que la única forma técnicamente correcta es la que ellos apadrinan, está muy lejos de
haberse definido de manera tan encomiable.
Quisiera creer que todavía estamos a tiempo de rectificar actitudes, de revisar
criterios, de madurar los objetivos y definir sus vías, de aprovechar lo más positivo de cada
área de trabajo, de cada nivel y de cada experiencia. Y de hacerlo sin fatuidades,
exclusiones, arrogancias, miedos, clanes ni oráculos, congregando y no disgregando,
colaborando en una tarea grande para la que hacen falta todos los que son y más que han
de venir. Con honestidad y con cordura.
¡Ah!, y con música. Para que los universitarios músicos españoles del mañana,
formados por igual en la técnica musical y en las Humanidades, no se extravíen en
doctrinas, teorías, cogitaciones y aspavientos, [sin gilipolleces, como le gusta decir a
nuestra presidenta regional]. En suma, para que no ignoren lo más importante: que la
música es lo que suena, y lo demás son meras palabras, sólo eso: flatus vocis.
_ _ _ _ _

Hasta aquí la lectura del texto que mencioné al comienzo. Trata, como han podido
comprobar, de algo que nos concierne directísimamente, de algo muy actual. Sin embargo,
no lo escribí ayer, ni anteayer, ni la semana pasada. Con apenas el cambio de algunas

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palabras para adecuarlo a la presente ocasión, ese texto está pensado, escrito y publicado,
negro sobre blanco, hace exactamente veintidós años, y si alguno de ustedes tiene la
curiosidad de comprobarlo, lo podrá encontrar en la revista Scherzo, Madrid, año II, n. 28,
oct. 1988, p. 84-86, dosier “Educación musical”.
¿Que ha ocurrido, o qué ha dejado de ocurrir, a lo largo de estos veintidós años,
que parece que todo sigue igual? Y digo ‘parece’ porque la situación no es exactamente la
misma. Es probablemente peor. Se han perdido más de veinte años en falsas expectativas,
actitudes personalistas, fuegos artificiales, egoísmos y engaños variados que han
conducido a esta ceremonia de la confusión en la que hoy chapoteamos. Está por ver si el
más reciente capítulo de este caminar de la nada a ninguna parte sea el decreto de la
Comunidad de Madrid publicado el día tres de este mismo mes, que establece nuestra
dependencia burocrático-administrativa de una Subdirección específica en la Dirección
General de Universidades, sin que tengamos certeza de cuáles hayan sido los motivos
reales de su creación, cuáles sean sus propósitos concretos y cuál haya de ser el horizonte
al que apunta su gestión. Conviene no olvidar a este respecto que nuestro gobierno
regional en los tres últimos años ha venido recortando los presupuestos para la universidad
pública hasta en 82 millones de euros, a pesar de que sus costes pueden llegar a ser hasta
ocho veces menores que los de la privada, alentada y favorecida desde el gobierno de
nuestra comunidad. Y si parece prudente dar un margen de confianza a esta nueva
situación, no es cosa de dormirse en los laureles y seguir dejando pasar el tiempo.
Que veinte años no es nada, pero mientras tanto, este conservatorio ha estado
labrando su propia ruina, concienzudamente, durante lustros. Poco podía esperarse, en
efecto, de una dirección embarcada en un ensimismamiento suicida, con la actitud del que
desprecia cuanto ignora y su tosca hostilidad hacia la inteligencia, apostando por una
ficción de asociacionismo y arrogándose una representatividad que resultaba ser no ya
dudosa sino directamente falsaria, mientras todos los indicadores apuntaban a la urgente
necesidad de tomar iniciativas vigorosas ante las evidencias de postergamiento de nuestra
función pública en beneficio de los intereses de la iniciativa privada. De aquellos polvos
de miseria intelectual y moral vienen estos lodos, de manera que poco también cabe
esperar de su sucesora, la dirección actual, correa de transmisión de los dictados de la
burocracia y en permanente estado de subnormalidad. Porque de ningún modo puede
considerarse ‘normal’, entre otras cosas, la aberración jurídica, laboral y pedagógica de
que casi el ochenta por ciento del profesorado de este conservatorio ejerza en condiciones
de provisionalidad.
Un profesorado que, excepto casos tan meritorios como excepcionales, ha venido
actuando entre el pasotismo, el disimulo, el oportunismo y la complicidad, y que, en su
conjunto, se ha caracterizado por su pasividad y mansedumbre (por decirlo con un
eufemismo), algo que sólo podría disculparse en parte por su condición de rehenes de una

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situación profesional que muchos ven como dependiente del capricho o la arbitrariedad de
su patrono. Y un alumnado distraído que, salvo puntuales excepciones, calla y está como
ausente. Poco que esperar también, más allá de la teatralidad de sus inocuos amagos, de
esos sindicatos que comen el alpiste de la mano del amo.
Sé perfectamente que esta perorata resultará incómoda para muchos, pero la
realidad es terca, y esto es lo que hay. Mas, a pesar todo, no deberíamos ceder al
desaliento, no hemos de pensar que estamos en un callejón sin salida. Yo quisiera,
créanme, que este discurso se pareciese al Concierto para orquesta de Bela Bartok, con su
inicio sombrío y su final luminoso, aunque no me sea fácil escribir la coda. No suelo pecar
de optimista, pero tal vez tenemos una oportunidad en el diseño de la nueva ordenación de
las enseñanzas, de cara al denominado espacio europeo de educación superior, por más
que en el fondo eso no signifique más que la sumisión del conocimiento y el saber a los
intereses del mercado.
Creo, en cualquier caso, que vale la pena el esfuerzo de hacer saber a nuestros
gobernantes que la música debe seguir siendo algo más (y nada menos) que pasatiempo de
élites, refugio de burócratas, escala de oportunistas o zoco de mercaderes. Hay gentes
capaces y hay voluntad de superación para que las cosas cambien. No vale escudarse y
justificar la pasividad o la cobardía diciendo que las cosas son como son, que el mundo es
así. No, el mundo ni es así ni deja de serlo, es como nosotros lo hacemos, cada uno de
nosotros, con nuestras acciones, con nuestras omisiones. Y si actuamos bien, juntos mejor.
Hoy, en este tiempo de crisis fabricada por unos pocos para su beneficio, a costa del
sufrimiento de tantos, cuando negros presagios agitan los aires y nubes oscuras nos
impiden ver cuál es el camino mejor para defender nuestras razones, tomemos la iniciativa,
sumemos esfuerzos, agrupémonos todos en esta penúltima lucha.

Yo poco más tengo que decir, y sí mucho que hacer; obras son amores, que no hay
más ley, que son las obras. Con amor, con amor y pedagogía, como traté siempre de
conducir mi carrera docente, quiero modular la despedida. Más allá de alguna palabra
altisonante, de alguna súbita disonancia sin preparar, también yo cultivo una rosa blanca
para el amigo sincero que hoy atiende a mi discurso. A él y a todos, y en especial a
aquéllos con quienes en alguna ocasión haya compartido alguna alegría, os deseo lo mejor
que puedo desearos:
Salud y Libertad.

Madrid, 26 de noviembre de 2010

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Edición diciembre 2010
opinión
REAL CONSERVATORIO SUPERIOR DE MÚSICA DE MADRID
¿Lección magistral? ¿Libelo? (Sin fantasía)
25/12/2010
Última actualización 25/12/2010@13:44:51 GMT+1
Réplica a la Lección Magistral titulada Penúltimas voluntades (Quasi una fantasía)
pronunciada en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid el día 26 de
noviembre de 2010, en la conmemoración de la festividad de Santa Cecilia, patrona de los
músicos, por el Excmo. Sr. D. Jacinto Torres Mulas, catedrático jubilado de Musicología y
miembro de número de la Real Academia de Doctores de España.
“La mentira es la única verdad/que hay en la boca del necio”

A nadie que conozca y haya tratado al personaje le puede sorprender que su fantasiosa “lección
magistral” le haya servido de pretexto para lanzar, a tontas y a locas, coces de mulas viejas y
resabiadas a todos aquellos que, en aras de su inexcusable responsabilidad, intentaron, en su
día, poner coto a sus desmanes. El hecho es tanto más sorprendente cuanto que el individuo en
cuestión ha convertido un acto académico, público y solemne, en su particular vendetta y al
margen del más elemental sentido del decoro.

El día de Santa Cecilia, que debería servir para honrar a la patrona de los músicos y renovar y
reavivar entre ellos la fraternidad y la solidaridad, lo convirtió él, no podía ser de otra manera, en
un desvergonzado acto de crítica falaz y cáustica. Pero como el ansia de protagonismo del Sr.
Torres Mulas no tiene límites, para resaltar dicho acto era necesario poner en su actuación,
como en tantas otras ocasiones, la nota altisonante que centrara la solemnidad del
acontecimiento en su sola y deslumbrante presencia. Y ello es normal tratándose de un
personaje tan pagado de sí mismo que, ante él, faro luminoso de sabiduría, elevado por su
desmedida fantasía a las más altas cumbres del Olimpo, palidecen todos los mortales. Ni
siquiera hizo falta nombrar a la persona destinataria de su diatriba. Todos sabían quién había
sido el “patrón” del Conservatorio durante los últimos veintidós años.
En los primeros párrafos de su fantasiosa “lección magistral” él mismo se presenta como el
profesor “cuasi” ideal: responsable, riguroso, brillante y émulo, por lo que parece, del método
socrático. A la vista de tantos y tan notables atributos docentes, de tanto trabajo y sacrificios
(cuarenta y siete años sin descanso), cabe preguntarse si, a raíz de su jubilación y como premio
a su insuperable labor, no debería proponerle el Conservatorio como ejemplo de las más altas y
brillantes virtudes académicas. Pero, lamentablemente, su paso o
paseo (no triunfal) por la Cátedra de Musicología del Conservatorio, dejó, en opinión de sus
propios compañeros de departamento y de muchos de sus alumnos, la impronta de su
despótica conducta y de su parca competencia para el ejercicio de una labor docente de altos
vuelos que requiere algo más que jactancia y vana palabrería. Su jubilación, recibida con
general indiferencia, lejos de constituir una pérdida irreparable para el Conservatorio, ha
supuesto una auténtica liberación para los que, durante muchos años, tuvieron que soportar sus
continuas veleidades.

Nada de lo que se dice en esta fantasiosa “lección magistral” nos puede sorprender, pues casi
todos los que le han tratado han podido descubrir sus altas e innegables cualidades para la
simulación y el embeleco que, unidos a la teatralidad y banalidad de su discurso, reflejan con
precisión el retrato de una rara y pintoresca personalidad. Pedirle al sujeto en cuestión la más
elemental urbanidad y, no digamos, la imprescindible elegancia o el refinamiento propios de una
persona culta y distinguida, es tanto como pedirle peras al olmo o manzanas al olivo. Es un
provocador nato que ni mide ni le importan las consecuencias de lo que dice, demostrando con
ello un superlativo grado de irresponsabilidad fruto de su ligereza y vacuidad. Lanza sus
envenenados dardos sin importarle la verdad o la falsedad de los hechos, con la única y
deliberada intención de obtener el aplauso fácil y satisfacer su ilimitada vanidad. Maneja con
innegable habilidad, a su capricho y para sus propios fines, el hilo de las escasas marionetas
que –deslumbradas por el aparente centelleo de su palabra, a la que acompaña con exagerados
gestos– todavía le siguen.

A la vista de lo que dice en su fantasiosa “lección magistral”, canto de alabanza a su inigualable


magisterio, cabe suponer que este personaje tenía en sus manos poderes taumatúrgicos, que
su compañeros ignorábamos y que nunca los pudo utilizar para remediar los muchos y “muy
graves males” del Conservatorio. Mientras tanto, los humildes y míseros vasallos de tan
arrogante y singular merino, lejos de solucionar con nuestro esfuerzo los problemas del Centro,
habíamos ido labrando “nuestra propia ruina, concienzudamente, durante lustros”. Esas han
sido, para el Sr. Torres Mulas, las consecuencias de una “dirección embarcada en un
ensimismamiento suicida con la actitud del
que desprecia cuanto ignora y su tosca hostilidad hacia la inteligencia”.

Mientras los demás estábamos en “el limbo”, ¿estaba él instalado en la dura realidad del
momento y en la vanguardia de los aguerridos luchadores a la espera de poder indicarnos el
camino seguro de la gloria y de conducirnos al triunfo final al que sólo él con su superior criterio
hubiera podido llevarnos?

¡Qué gran timonel perdió el Conservatorio! Pero que nosotros sepamos, el Sr. Torres Mulas no
movió nunca un dedo en favor de la “noble causa”. Ni siquiera para adecentar nuestra “tosca
inteligencia” tan necesitada de una urgente y eficaz intervención profiláctica.

¿Colaboró el Sr. Torres Mulas en algunos de los muchos proyectos que el Conservatorio
elaboró tendentes a solucionar los “graves y urgentes problemas” que él, con tanta ligereza
como desconocimiento, denuncia? Algunos asuntos de poca monta que le fueron
encomendados, sufrieron, ya antes de comenzar, un súbito abandono debido a la inconstancia y
lasitud del Sr. Torres Mulas. En cambio, algunos profesores y profesoras del Conservatorio, que
en aquella época disentían de la línea programática de la Dirección del Centro y tuvieron la
nobleza de manifestarlo públicamente, sí colaboraron de manera generosa y eficaz. Fue
entonces cuando pudimos comprobar que el Sr. Torres Mulas era tan diligente a la hora de
predicar como remiso y cicatero a la hora de dar trigo.

Poner en tela de juicio la legitimidad de una dirección democráticamente elegida es el colmo del
caradurismo. ¿Por qué no denunció en su día tamaño desafuero? ¿Mostró una actitud
combativa ante tan manifiesta ilegalidad? ¿O le faltaron arrestos para ello y adoptó más bien
una actitud conformista propia de indecisos y timoratos? Que pretenda dar ejemplo de fortaleza
y vigor un personaje que nunca dio ejemplo de nada, es el colmo del cinismo. A la vista de sus
fantásticas opiniones, habrá que convenir que el Sr. Torres Mulas sí padece un permanente
estado de subnormalidad y no la Dirección actual (¿también embarcada?) que, con los limitados
poderes que le permite la normativa vigente, afronta los nuevos retos de unas enseñanzas
superiores muy complejas y de difícil encuadre en la Universidad.
Un insignificante dato histórico: Allá por los años ochenta, la Ley 14/1970 de 4 de agosto,
General de Educación de Villar Palasí, estaba aún vigente. Su Disposición Transitoria segunda,
apartado 4, decía textualmente: “Las Escuelas Superiores de Bellas Artes, los Conservatorios
de Música y las Escuelas de Arte Dramático se incorporarán a la educación universitaria en sus
tres ciclos en la forma y con los requisitos que reglamentariamente se establezcan”. Pues bien,
la dirección del Conservatorio de Madrid (la misma dirección
“ensimismada y suicida, que desprecia cuanto ignora y de tosca hostilidad hacia la
inteligencia…”, según el Sr. Torres Mulas, que rigió los destinos del Centro entre los años 1988-
2007) lideró un “vigoroso” movimiento reivindicativo para que los centros de Artísticas que no lo
hubieran hecho se acogieran a la citada ley. Sólo el conservatorio de Sevilla secundó tan justa
petición. La misma dirección (“embarcada en un ensimismamiento suicida, etc., etc.…”) volvió a
plantear el tema en el año 1988, pero cometió un grave error: en lugar de plantearlo en la tierra
donde viven los sufridos mortales como D. Jacinto, lo hicimos en el “limbo” donde moran los
bobos y ensimismados. Y así nos salió.

Para el Sr. Torres Mulas, en su deliberada intención de no dejar títere con cabeza, el
“profesorado del conservatorio, excepto casos tan meritorios como excepcionales (¡Vaya!,
alguien se salva), “ha venido actuando entre el pasotismo, el disimulo, el oportunismo y la
complicidad”, y “en su conjunto, se ha caracterizado por su pasividad y mansedumbre, algo que
sólo podría disculparse en parte por su condición de rehenes de una situación profesional que
muchos ven como dependiente del capricho o la arbitrariedad de su patrono”. ¿Adoptó acaso D.
Jacinto una actitud más bizarra que el resto de los profesores o también se sometió
mansamente al capricho y a la arbitrariedad de su patrono? Y sigue diciendo: “un alumnado
distraído que, salvo puntuales excepciones, calla y está como ausente”. Ya se ve que el Sr.
Torres Mulas ha leído y asimilado el poema nº 15 de los “20 Poemas de amor y una canción
desesperada”, de Pablo Neruda: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente…”.

Pero de pasotismo, de simulación, de oportunismo, de complicidad y de notables ausencias que


no de puras esencias sabe el Sr. Torres Mulas mucho más que todos los profesores y alumnos
del Conservatorio juntos, pues con tal asiduidad ha practicado tan señalados vicios que, en su
ejecución, ha llegado a ser un maestro consumado. No estarían tan distraídos los alumnos
cuando en repetidas ocasiones denunciaron a la Dirección del Centro (“embarcada en un
ensimismamiento, etc., etc.) el trato desconsiderado del Sr. Torres Mulas, por el que éste fue
varias veces amonestado. Por temor a las consecuencias (el profesor tiene en sus manos la
facultad de aprobar o suspender a sus alumnos cuyos recursos muy pocas veces prosperan…”),
los alumnos se negaron a firmar un escrito de denuncia que permitiera a la Dirección actuar en
consecuencia. En su fantasiosa “lección magistral”, el Sr. Torres Mulas muestra un miserable
desdén hacia el profesorado y el alumnado del Conservatorio que, en su mayoría, superan con
creces las cualidades humanas, artísticas y profesionales de las que él presume.

Afanado en sus “intrigas palaciegas” se ve que el Sr. Torres Mulas no ha tenido tiempo de
examinar los cientos (miles) de documentos archivados en la secretaría de dirección y en la
secretaría de alumnos. Allí encontrará los informes que día tras día se enviaban a los distintos
departamentos de las Administraciones Educativas exponiendo, con respeto, con firmeza, sin un
ápice de servilismo y razonadamente, las necesidades del Conservatorio. ¿Por qué en lugar de
tanta vana palabrería, sin más sustento documental que su
ardiente fantasía, su arbitrariedad o su capricho, no dedica su tiempo a investigar en los citados
archivos?

Vamos a las realizaciones. Sólo algunas para no abrumar al Sr. Torres Mulas. Hablemos, por
ejemplo, de la biblioteca ¿Sabe acaso el Sr. Torres Mulas cuántas decenas de libros se
adquirieron durante esa “oprobiosa” época? ¿Cuántas revistas especializadas se suscribieron y
cuántas personas cualificadas fueron contratadas desde el año 1988 hasta el año 2007? ¡Vaya
si lo sabe! ¿Y es todo esto prueba de la “tosca hostilidad hacia la inteligencia”, de la incultura de
la dirección del centro o del desprecio a “cuanto se ignora”?
Estoy seguro de que los miles de documentos que el Sr. Torres Mulas se vería obligado a leer
no le dejarían tiempo para sus continuos desvaríos. ¿Ha visitado el Sr. Torres Mulas, por
casualidad el museo por el que tantas generaciones de profesores y alumnos del Conservatorio
suspiraron, y que en esa época “de miseria intelectual y moral”, tan denostada por el Sr. Torres,
se hizo realidad?

Bien se ve que el Sr. Torres Mulas habla de memoria y con el único, malévolo y premeditado
propósito de desprestigiar a las personas que, en contra de su interesada opinión, han
mantenido vivo y han incrementado el valiosísimo patrimonio que le legaron sus mayores. La
verdad de los hechos es difícilmente manipulable, Sr. Torres, y el que lo intente, muchos como
Vd. lo han intentado, está irremediablemente condenado al fracaso. “Miseria intelectual y moral”
es, sin duda, la que Sr. Torres Mulas padece, pues instalado en la falsedad y en la insidia, y
haciendo gala de una calculada parcialidad, nos muestra, aunque no lo quiera, su verdadera y
miserable faz.

¡Apañados estamos si de una persona tan abúlica como el Sr. Torres Mulas esperamos ese
esfuerzo, esa valentía, ese vigor y ese rasgo de solidaridad y de unión que con tanto énfasis
predica! A la primera de cambio, lo sabemos por experiencia, él sería el primero en desertar.

¿Sabe acaso el Sr. Torres Mulas a quién debe el Conservatorio su actual sede, en cuya
remodelación se invirtieron unos cuantos millones de pesetas y el precio que tuvo de pagar por
ello la dirección (“embarcada en un ensimismamiento…”)? ¿Sabe a quién deben nuestros
graduados superiores la equivalencia a todos los efectos de nuestros títulos a los de licenciado
universitario? ¿Sabe quién lideró la lucha para impedir que la Universidad nos arrebatara la
especialidad de Musicología, con lo cual una de las especialidades que mejor define el rango
superior de un centro hubiera desaparecido del cuadro general de las enseñanzas del
Conservatorio? Pregúnteselo al actual Vicepresidente del Gobierno y Ministro del interior Sr.
Rubalcaba, entonces Secretario de Estado de Educación.

Lamentablemente, tras la marcha del P. Samuel Rubio y de D. Antonio Gallego, la Cátedra de


Musicología perdió el prestigio de antaño, hasta el punto de que muchos de los alumnos del
Conservatorio, a la vista de lo que allí se cocía, optaron por continuar sus estudios en la
Universidad. Esperemos que con la marcha del Sr. Torres Mulas ese prestigio perdido pueda ser
recuperado.

Es inútil el empeño de D. Jacinto Torres Mulas por trivializar y descalificar, con tan mal estilo
como ignorancia, la acción directiva de los últimos veintidós años del Conservatorio. Todo está,
como digo, bien documentado y todavía quedan personas que fueron protagonista de los
hechos. Y que estarían dispuestas a testificar. En cualquier caso, alguien vendrá que, con la
objetividad y el rigor de los que, por lo que se ve, el Sr. Torres Mulas carece (grave deficiencia
en un investigador que de tal se precie), estudiará los hechos con la necesaria perspectiva y los
sacará a la luz. Habrá, sin duda, más de una sorpresa pues queda todavía mucha tinta en el
tintero y mucha tela por cortar.

Conclusión: Tengo la sana y deliberada intención de escribir algún día un artículo (alguien lo
publicará) cuyo título podría ser: “El Prof. Dr. D. Jacinto Torres Mulas, el Conservatorio de
Madrid y la Fundación Jacinto e Inocencio Guerrero (Sinfonía inacabada)”. Será, a modo de
fantasía, un curioso, ameno y divertido artículo de enredos. Seguro que este título le traerá a D.
Jacinto gratos y muy lejanos recuerdos.

MIGUEL DEL BARCO GALLEGO, Ex Director del Real Conservatorio Superior de Música de
Madrid. Majadahonda, 2010

Ver también Penúltimas voluntades (Quasi una fantasía)

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¿Lección magistral? ¿Libelo? (Sin fantasía)

Últimos comentarios de los lectores (5)

415 | Caetratus - 30/12/2010 @ 10:04:05 (GMT+1)

Con respecto al comentario de Eulogio Pedroso y en definitiva, a todos los demás que no
parecen si no una descalificación por la descalificación y una crítica por la crítica, no creo que
las respuestas presentes y futuras a la "Clase Magistral" del Señor Torres Mulas a cargo del
señor del Barco, persigan el objetivo principal de entretener a los lectores. Ante todo,
cualquier persona que sea acusada o atacada sin más, tiene derecho a defenderse y a dar
su opinión, aunque creo que ante la calidad del ataque del señor Torres Mulas, no merecía la
pena emplear esfuerzo alguno. No entiendo cómo una clase magistral puede emplearse para
dar coces a diestro y siniestro (y no quiero hacer un chiste fácil) y arremeter contra la
directiva y los compañeros del propio centro de trabajo.

Me gustaría hablar sobre varios aspectos de los distintos comentarios confiando en que ello
no sirva para enaltecer y revestir de importancia a los comentarios que aquí se exponen. En
lo referente a la actitud de la dirección ante problemas que se plantean con la convivencia de
la comunidad educativa, póngase el citado caso del escrito de los alumnos, creo que
cualquiera con dos dedos de frente y que además haya pasado por un centro educativo, sabe
que una junta directiva no puede actuar ante estas situaciones con la rapidez y la rotundidad
que a los afectados les gustaría si no que se debe seguir un procedimiento y deben
presentarse quejas o denuncias por escrito.

Me parece completamente absurdo el comentario sobre este asunto, ya que es como acusar
a la policía de no actuar sin una denuncia de por medio en los casos que así lo requieran. No
ocurriría así con los casos de sangre en las aulas, afortunadamente en los años que pasé en
el Conservatorio no tuvimos ningún caso similar ni creo que se hayan producido desde su
fundación, a pesar de haberse producido en los románticos tiempos de los duelos, a
excepción, claro está, de casos concretos de accidentes en especialidades como oboe al
emplear navajas para hacer las cañas. De haberse producido alguna situación de este tipo
cómo se plantea en uno de los comentarios no sería competencia de la directiva el resolverlo
si no de los Cuerpos de Seguridad del Estado.

Bromas aparte, sobre la participación de alumnos en los asuntos del centro y el peso de
éstos en el Conservatorio, baste recordar que antes de que Miguel del Barco asumiera la
dirección del conservatorio de Madrid en 1979, los alumnos sólo tenían por ley un
representante en el Claustro. Con la llegada de Miguel del Barco los representantes de los
alumnos pasaron a formar parte no sólo del Claustro sino de las nuevas comisiones creadas
por expreso deseo del director ya que figuraban en sus líneas programáticas: 35 alumnos en
el Claustro, uno por cada especialidad, con voz y voto; 4 en la Comisión Permanente (algo
parecido al Consejo Escolar de hoy), con voz y voto y 2 en la Comisión de Contratación, con
voz y voto. Todo está reflejado en las actas correspondientes. La representación de los
alumnos era por tanto muy superior a la de hoy ya que los alumnos sólo tienen
representación en Consejo Escolar. Los alumnos representantes del Claustro y de las
distintas comisiones eran elegidos por sus propios compañeros.

Creo que tampoco es prudente aludir a dos jubilados enzarzados o ¿es que los jubilados no
pueden expresarse? ¿acaso debe de ser tomado a risa todo lo que este colectivo diga o
exponga? ¿acaso tienen otra categoría social que les impiden decir lo que piensan o
responder a acusaciones? aunque sí que es cierto que alguno, a la vista por ejemplo del
empleo de “subnormalidad” como insulto, amén del propio contenido y momento de
expresarlo, demuestra que tras cuarenta años de servicio en educación, no ha conseguido
aprender el significado de esa palabra y eso sí resulta cómico.
Es cierto que la especialidad de musicología pueda estar amenazada, todas lo están, la
educación lo está y la musical más que ninguna, porque es lo último que importa en España y
muy pocos se mueven para intentar cambiar o mejorar algo, mientras que el resto, con su
pasividad y su crítica fácil no hacen más que perjudicar. Hay actuaciones que competen
estrictamente a una junta directiva, pero otras por el contrario nos competen a todos, pero la
mayoría suele ocupar la posición cómoda y dedicarse a la crítica fácil. Si unimos todo esto a
nuestro mal endémico nacional, la envidia, tenemos un caldo de cultivo para perder el tiempo
en discusiones absurdas y entorpecer todo lo que se pueda. Aunque siempre hubo y hay
personas que lucharon y siguen luchando mientras otros critican desde su cómodo sillón sin
hacer absolutamente nada, por desgracia son éstos últimos los que suelen hacer más ruido,
pero ya se sabe, el sabio habla cuando tiene algo que decir, el necio, por el contrario, habla
porque tiene que decir algo.

A favor (7) En contra (18)

414 | jaime cortes - 29/12/2010 @ 02:14:42 (GMT+1)

Las luchas entre jubilados son patéticas. Pero más patético es el silencio de la dirección
(todavía no jubilada desgraciadamente)y el resto de la comunidad educativa que calla, luego
otorga.
La actual dirección permitió la lección magistral y la dirección anterior no puede reprender a
quien ha ejercido la libertad de expresión. Mejor será que critique a quien puso la cerilla en el
pajar y que él bien conoce o de otra forma que diga gracias a quien disfrutamos del actual
director. Hay cosas mas urgentes y problematicas que este espectáculo entre otras por
ejemplo varias denuncias por las ausencias y baja calidad docente de un profesor
determinado por parte de alumnos y profesores, han quedado en ¡¡¡absolutamente nada!!!.
Tampoco conmovió a nadie un foro en la red que acumuló protestas infinitas, ni las denuncias
de una situación que todos conocen y callan han servido de nada. Misteriosamente la
docente en cuestión, profesor interino para más señas, sigue en su lugar y en su línea. Mal
ejemplo para los alumnos en un centro educativo Pero este despropósito se comprende si
observamos cómo se explica el regidor en la presentación de la página web del Real
Conservatorio Superior de Música de Madrid, en donde constatamos una verborrea
incomprensible en su expresión que se mantiene obtusa tanto en su conversación personal
como públicamente por ejemplo en los claustros, un lugar donde como es lógico no se
comprende que se pretende decir, y no se propicia el debate de asuntos de importancia
capital para todos. La democracia no opera probablemente por dos razones, la primera
porque no se busca y la segunda porque una estructura viciada con demasiados miembros
del colectivo que dependen de la gracia personal de la dirección para mantenerse en su lugar
de trabajo, provoca temor para expresarse libremente.
Por todo esto es necesario volver a la cruda realidad dejando el pasado para la historia, o lo
que es lo mismo, más allá del espectáculo que nos deja este artículo totalmente impropio del
mundo docente en el que se desarrolla, preguntamos: ¿está técnicamente capacitada y
moralmente autorizada la actual dirección del conservatorio para llevar adelante la puesta en
marcha de las enseñanzas artísticas superiores según la LOE?. ¿Esa Dirección, está
haciendo partícipes a profesores y alumnos de los planes de estudios que ha previsto para
adaptarse a esa ley, o del modelo universitario que pretende, o de algo que signifique una
orientación hacia alguna parte?. ¿Por qué propicia y consiente en el Centro la organización
de asociaciones que nacen entre pocos, en secreto, y con fines que ocultan a la mayoría?.
Poco se contribuye así a que busquemos soluciones entre todos. Esto son malas noticias:
unos guerrean incluso después de despojados de sus cátedras mientras los que están dentro
dejan morir una criatura que debería brillar con luz propia y que en este momento agoniza.
Sólo hay que preguntar, off the record a profesores y alumnos: muchos protestan pero en
privado y es posible que sea igual porque nadie escucha.
La historia demandará a quien corresponda el empeño de permanecer donde no pudo o no
supo estar a la altura que demandan las circunstancias.

A favor (21) En contra (2)

413 | Jacinto Torres - 27/12/2010 @ 15:45:55 (GMT+1)

Caramba, Miguel, menudo berrinche, la de cosas que se te ocurren. De ser cierto algo de
todo eso, ya me lo podías haber dicho en las innumerables ocasiones en que, así en público
como en privado, traté de que atendieras a unas realidades que siempre quisiste reducir a tu
medida.

Aunque un tanto bilioso y de pésimo estilo, como veo que se trata de un desahogo, pase,
pero me pones en la necesidad de recordarle a tu atribulado ego que ni tú eres "El
Conservatorio" ni yo he personalizado absolutamente nada en mi discurso, planteado en
términos de gestión institucional y nunca descendiendo a esos pseudo argumentos "ad
hominem" que te gastas.

En fin, si además de acreditar la cita de Neruda (parece que se te escaparon las de Celso
ejemplo: la dirección del centro necesita, por lo visto, una denuncia escrita y firmada por los
alumnos para tomar cartas en un asunto docente o disciplinario. ¿Significa eso que, si
aparece un charco de sangre en un aula, el director no se moverá a hacer nada hasta tanto
se lo comunique alguien por escrito y con firma? Más aún, en el mismo párrafo se dice, como
lo más normal, que los recursos de los alumnos contra las calificaciones de los profesores
muy pocas veces prosperan, por lo que los alumnos prefieren no recurrir. O sea, los unos no
escriben ni firman por no buscarse líos y porque no sirve de nada, y el otro no hace nada
porque no tiene denuncias firmadas, aunque le consten los problemas por otras vías. Y estos
modos se mencionan de pasada como los ‘normales’ en la casa. Un barco –y no pretendo
hacer ningún chiste fácil– con semejante funcionamiento en el capitán y en la marinería se va
necesariamente a pique con todos dentro más temprano que tarde.
No puede negarse que la escena de dos jubilados repartiéndose garrotazos o sablazos
dialécticos está más cercana a las pinturas negras goyescas que a los heroicos combates
homéricos. Resulta tragicómico que sean dos ex, que ya no tienen arte ni parte en el
conservatorio, quienes se enzarcen acaloradamente en denuncias de asuntos aparentemente
pasados, pero que por desgracia siguen conservando mucha actualidad. El toque tragicómico
se acentúa todavía más porque los auténticos protagonistas actuales del drama de la
educación que se desarrolla en el escenario (el ruedo, quizás) del conservatorio son los
profesores y los alumnos, que hasta el momento parecen considerarse a sí mismos simples
espectadores del combate. Esperemos que despierten de ese sueño y se den cuenta de que
lo que están viendo no es el exterior a través de una ventana, sino su propia realidad
reflejada en el espejo de sus mayores.
Finalmente me gustaría resolver una duda que no acabo de aclarar en la página web del
Conservatorio de Madrid: ¿Qué ha pasado con la cátedra de Musicología tras la jubilación del
Sr. Torres? ¿Está vacante? ¿Se han convocado o van a convocarse oposiciones? ¿Ha
desaparecido por falta de matrícula, como me ha comentado un amigo aparentemente
informado? Porque, si esto último es cierto, difícilmente se va a recuperar el pasado prestigio,
como ilusamente espera el Sr. Del Barco. Más bien da la impresión de que la especialidad de
musicología tiene los días contados en el Conservatorio de Madrid. “Entre todos la mataron /
y ella sola se murió”.

A favor (34) En contra (7)

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