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Hoy les voy a contar el mito maya de la creación, tal y como aparece en el
libro del Popol Vuh. En él se narra cómo los dioses crearon el mundo y las
diferentes razas de hombres y animales, cómo los gemelos Hunahpú e
Ixbalanqué derrotaron a los señores de Xibalbá y cómo la tierra de los mayas
se pobló a partir de cuatro hombres perfectos. Escuchad que esto es cierto,
así lo afirma el Popol Vuh, el libro de la sabiduría de los mayas k´iche´.
-Que el agua se retire, y que surja la tierra- dijeron los dioses, y las tierras se
alzaron y descendieron los mares.
Pero estos hombres no estaban bien, no podían mantenerse en pie, así que
los creadores deshicieron su obra.
-Estos hombres tampoco nos obedecen, enviaré un diluvio que los destruirá
Cuando ya faltaba poco para que saliera el sol, todos los animales juntaron
mazorcas de maíz blancas y amarillas y se las llevaron a los dioses. Quienes
hicieron, con este alimento, la carne y la sangre de los hombres. Crearon
cuatro hombres que hablaron, vieron, oyeron y caminaron. Eran hombres
buenos, hermosos y muy inteligentes. Veían y entendían todo, lo grande y lo
pequeño. Pero a los creadores esto no les pareció bien.
Entonces Huracán les envió una neblina que les nubló la vista y solo pudieron
ver lo que estaba cerca.
Mientras los hombres dormían, los dioses crearon a las mujeres. Cuando
despertaron, las vieron. Eran verdaderamente hermosas y no tardaron en
multiplicarse con ellas. Todavía no había salido el sol y los hombres y
mujeres bailaban en torno a una gran hoguera, que habían encendido,
mientras rogaban :
-Ayúdennos primos, a cazar a esos pájaros, suban a ese árbol- dijo, Hunahpú
Pero cuando los primos subieron al árbol comenzaron a salirles largas colas y
caras peludas de animales.
-¿Qué les ha sucedido a nuestros primos que tienen caras de animales? Los
vamos a llamar para que los veas
Pero mientras los hermanos jugaban el ruido que hacían molestaba a los
malvados y oscuros señores de Xibalbá, los amos del inframundo que envían
enfermedades y desgracias a los hombres de la tierra.
-¿Quiénes son estos que vuelven a jugar sobre nuestras cabezas y nos
molestan- dijo el primero, Hun Camé.
En efecto, el padre y el tío de los gemelos eran los hermanos Hun Hunahpú y
Vucub Hunahpú. Estos habían sido los primeros en aprender el juego de la
pelota. Un día fueron retados por los señores de Xibalbá a jugar con ellos en
el inframundo. Fue un gran partido, pero al final los hermanos perdieron y por
esto fueron asesinados. Desde entonces los mayas conservan la costumbre
ritual del juego de la pelota, y cuando este termina el capitán del equipo
perdedor es sacrificado, para así honrar a los dioses y a la creación.
Los señores de Xibalbá colocaron las cabezas de los hermanos sobre las
ramas de un árbol. Un día, la doncella Ixquiq, que pasaba por ahí, fue
llamada por la cabeza de Hun Hunahpú. Cuando esta se acercó, el dios
escupió sobre la palma de la mano de ella, dejándola embarazada de esta
forma. Ixquiq se fue a vivir entonces con su madre y sus dos sobrinos, y ahí
dio a luz a Hunahpú e Ixbalanqué.
-Ha llegado un mensajero desde Xibalbá, tienen que estar ahí dentro de siete
días para jugar con los señores. Traigan sus implementos, los cascos, los
guantes, la pelota.
Sin perder tiempo los dos hermanos partieron a Xibalbá. El inframundo era un
lugar terrible. Primero había que recorrer un camino de pendientes muy
inclinadas, que llevaban a la orilla de los ríos encantados y a los barrancos
cantantes. Después había que atravesar estos y cruzar por un bosque denso
de zarzas y espinos de todo tipo. Una vez fuera se encontraba uno primero
con un río de sangre, y luego con uno de agua, de ninguno de los dos se
podía beber. Finalmente se llegaba a una encrucijada de cuatro caminos. El
primero era rojo, el segundo negro, el tercero blanco y el cuarto amarillo. El
camino negro llevaba directamente a los salones del los señores de Xibalbá.
Y así jugaron, pero esta vez fueron los amos del inframundo los que
perdieron el juego. Y así fueron vencidos los señores de Xibalbá.
-Las carnes de todos los animales serán de ustedes si no nos hacen daño. Y
así obraron los cuchillos, y desde ese día se usan siempre en la caza para
desollar a las presas.
Llegó la noche y los hermanos entraron a la casa de los jaguares. Las fieras
se amontonaban por doquier, rugientes y enfurecidas, mostrando los terribles
colmillos y con los ojos inyectados en sangre. Los había de todo tipo, color y
tamaño, algunos de ellos inmensos, más grandes que hombres. Ixbalanqué
invocó entonces con magia un suculento trozo de carne de ciervo y las
bestias se dieron un festín con esta, olvidándose de los hermanos.
Ahora sí los hemos vencido, por fin se han entregado- exclamaron los
señores de Xibalbá mientras machucaban y pulverizaban los huesos y las
cenizas de los hermanos. Para luego arrojarlas al río.
Nunca más, desde ese momento, volvieron a tener poder los malvados
señores de Xibalbá.