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Los hombres leen más libros “para el trabajo” que las mujeres, sobre
todo entre 31 y 45 años, si tienen educación universitaria y nivel
socioeconómico medio y alto. En promedio, los mexicanos leemos 2.9
libros al año. Un tercio de la población (33.5%) dice no leer libros.
Apenas 4.2% lee más de 10 anualmente, en especial los jóvenes, y la
cantidad decrece a partir de los 23 años. Vivir en el Distrito Federal
también favorece, ya que se tiene el mejor porcentaje (5.5 libros al
año), en tanto el centro y el sur registran la mitad de volúmenes.
La falta de tiempo es invocada por 69% de los entrevistados para
justificar por qué no leen, en tanto un tercio declara que simplemente
no le gusta. Pero al preguntar en general “cuál considera que es el
principal problema que enfrentan hoy las personas para leer”,
encabezan la lista de explicaciones la “falta de interés”, de cultura o
educación, de hábito, de dinero, y en quinto sitio la escasez de tiempo.
¿Por qué leen, entonces? Para informarse, en primer lugar (24.6%),
luego para estudiar (20.5%), porque les gusta (9.2%), para
“crecimiento personal” (8%), actualización o mejora profesional (7.3%)
o divertirse (6.8%).
Entre quienes dicen leer, más de la mitad (58.7%) señala como razón
principal el atractivo del tema, luego la recomendación de amigos o
familiares (30.2%), para hacer tareas escolares (28.6%) y mucho más
abajo “porque me gusta leer” (16.4%), aunque también el interés por el
tema podría vincularse al valor lúdico que se otorga a la lectura. Como
estímulo para leer, los comentarios en prensa, radio y televisión quedan
en el último puesto, por un lado creando un círculo entre la baja relación
con los libros y con los periódicos, por otro confirmando el escaso uso de
los medios para fomentar y complementar la lectura.
Son interesantes las respuestas sobre los lugares donde se lee. La casa,
sobre todo en el cuarto o la sala, es el lugar preferido por 72.1%. La
minoría que dice leer fuera del hogar lo hace en la escuela, el trabajo o
mientras viaja, y apenas un tercio de quienes leen fuera de la casa –o
sea, 10% del total de lectores- menciona las bibliotecas. Se confirman,
así, la baja importancia de la lectura por placer, y la desconexión masiva
entre el vasto sistema de bibliotecas y las prácticas culturales. El hecho
de que al preguntar cómo consiguen los libros, sólo 10.2% se refiera a
las bibliotecas o salas de lectura, 45.7% diga comprarlos, 20.1%
recibirlos en préstamos de amigos o familiares, y 17.9% por regalo,
también invita a repensar el papel de los lugares públicos de préstamo y
consulta en una nación en que predominan los ingresos bajos y donde la
falta de dinero o el costo de libros y revistas son señalados como
impedimentos significativos.
Quienes dicen que saben usar los recursos tecnológicos son más del
doble de los que los tienen: 32.2% de los hombres tienen computadora
y dicen manejarla 74%; la relación en las mujeres es de 34.7% a 65.1;
poseen Internet 23.6 de los varones, en tanto 65.6% lo utiliza, y en las
mujeres la distancia es mayor: de 16.8 a 55.9%.
Soy de los que piensan que hay que preservar y seguir cultivando lo que
los libros representan como soportes y vías de elaboración de la
densidad simbólica, la argumentación y la cultura democrática. Pero no
veo por qué idealizar, en abstracto, generalizadamente, a todos si al
preguntar a los lectores sobre su libro favorito 40% no sabe cuál es y
entre los mencionados sobresalen Juventud en éxtasis y El código da
Vinci.