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Título:

Puto, o cuando la pelota sí se mancha


Sumario:
La cultura futbolera mexicana se aferra a un grito homofóbico que cada vez le
cuesta más caro. ¿Cómo acabar con él? Cuestionando mecanismos más
profundos, interpelando al macho que es capaz de decirle a una árbitra que se
vaya a lavar platos al final de un partido

por Daniel Escamilla

Texto:

El pasado 27 de noviembre se enfrentaron Monarcas y León en un choque con


final de fotografía: Luis Ángel Mendoza empató el encuentro en el minuto 11 del
tiempo añadido. Ese tiempo extra en el estadio Morelos tuvo una razón
inusitada: ​Quick ​marcó en el 101 porque el partido se detuvo en dos ocasiones
como aplicación del protocolo que busca erradicar el grito de “¡puto!”.

Esta incapacidad por acabar con el grito homofóbico, en los casi 20 años que
desborda las tribunas mexicanas, debe contener información valiosa para
comprender su inoperancia. La vía punitiva ha fracasado porque los regaños, las
amenazas, las multas y los protocolos emergentes pasan por alto el motor de
este impulso: las masculinidades violentas que el mismo fútbol refuerza. ¿No
será que es momento de empezar a cuestionar la heteronorma en el fútbol, con
especial énfasis en nuestra ​Liga​ ​MX​?

El partido entre Monarcas y León quedará en la historia como el primer


juego de la liguilla que se detiene por homofobia​ en unas gradas que
desprecian cualquier cuerpo que no satisface el estereotipo del macho. Los
intentos por cambiar esta imagen han existido, por ejemplo, con Vicky Tovar, la
única mujer que ha arbitrado un partido de primera división mexicana. ​La
incursión de Tovar en la cancha, hace ya quince años​, le valió palabras como las
de Cuauhtémoc Blanco, “vete a lavar platos”, o las de Jared Borgetti, “para qué
la mandan, mija, si no tiene capacidad”.

Es hora de decirle al emperador que va desnudo. Y no para evitar las multas de


la FIFA sino porque es necesario construir masculinidades generosas a distintos
niveles de nuestras sociedades. ​Si lo que buscamos es no darle espacio a la
homofobia, debemos cuestionar en qué medida el mismo formato
reproduce la violencia que condena​. Quizás así podamos dejar atrás este
grito vergonzoso.
Debemos empezar por zanjar el debate de si el grito es ofensivo o no. Lo
es, punto​. No porque pronunciar la palabra puto sea en sí mismo una ofensa
sino por la forma en que se emplea. Amigo defensor, ¿le gritarías eso a tu
padre, a tu jefe, a tu hijo, a tu mejor amigo, para desearle que se equivoque?
Probablemente no. Y, de paso, ​¿por qué consideramos que hay derecho a
ofender a los atletas de una competencia?​ El atractivo del futbol está en la
destreza técnica de los deportistas –en los dribles, gambetas, atajadas y goles–,
pero cuando el juego es un espectáculo, los cuerpos de los futbolistas quedan a
disposición de la mirada que, en el caso mexicano, es la mirada de un macho.

Pasar del grito al cuestionamiento y a la reflexión será una forma de abrir la caja
de pandora. Debemos preguntarnos cómo ha contribuido el futbol a reproducir
formas aspiracionales de ser hombre que dejan poco espacio al cultivo de
masculinidades divergentes a la norma y por qué se rechaza cualquier conducta
que desborde esta categoría. En las forma del futbol subyace una heteronorma
tan poco hablada que, cuando emergió este síntoma en la forma del grito
homofóbico, fue recibido con tanta normalidad que su reproducción lo arraigó,
ciertamente, en nuestra cultura futbolera.

Pero ya sabemos que nuestra cultura es homofóbica –el sexenio de Peña Nieto,
por ejemplo, cerró con ​al menos 473 asesinatos por homofobia​– y más lo es la
cultura pambolera –el estratega mexicano Miguel Herrera fue suspendido tres
jornadas recién en octubre por referirse al silbante como “el puto árbitro”,
después de que las águilas del América recibieran 5 goles del Cruz Azul–.

Reconozcamos que en la polisemia de la cultura la violencia pasa por


cualquier otra cosa​: por una broma, por un “es que puto en México quiere decir
muchas cosas”, como una forma de desahogarse o desestresarse o, en fin,
como cualquiera de las decenas de pretextos que se interponen en la reflexión y
el desmontaje de la homofobia concerniente al futbol. Es así que 20 años
después de las primeras apariciones del mentado grito, la espiral de la
masculinidad heteronormada nos reventó una patada en la cara, como la de
Comizzo al grandote de Cerro Azul en el último título celeste.

Pocas cosas han detenido un partido de futbol mexicano en los últimos años. De
ellas, todavía son más escasas las veces que los jugadores han abandonado el
terreno; más, en instancias finales. En esta, la primera vez en la historia del
balompié nacional que los dos equipos abandonan la cancha por homofobia en
las gradas, quizás sea momento de admitir que hay veces en que la pelota sí se
mancha.

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