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Sobre la exposición “Tener lugar” en la sala Paréntesis del Centro Fundación Telefónica, Lima.
STEFANIA POLO
Lima, chola e híbrida, es una metrópolis resultante de ese fenómeno que llamamos
globalización. Nuestras limeñas aspiraciones de grandeza persisten en negar nuestra
evidente situación postcolonial de dependencia. Y es que pretendemos ser centro cuando
somos periferia, y no por que sea ésta una condición inevitable, sino por que la falta de
rigor en la reflexión sobre nuestro hacer nos impide tomar consciencia de que somos
nosotros mismos quienes reforzamos esta condición.
Es, en realidad, bastante habitual en sociedades como la nuestra, que mantienen una
complicada relación de identidad-diferencia con occidente, la persistencia de un acto
reflejo que nos lleva a mirar constantemente hacia afuera en busca de “el gran otro” que
nos de la pauta. Como consecuencia importamos modos de ver y entender que al estar
descontextualizados son ineficazmente apropiados y habitan en el mundo de las
superficies.
Es en este escenario que la sala Paréntesis del Centro Fundación Telefónica nos
presenta la exposición “Tener lugar”. Consiste en un proyecto curatorial de Sharon Lerner
y Miguel López que se inscribe dentro del programa “Arte para aprender”, el cual es un
proyecto educativo creado por la Fundación Telefónica y el Museo de Arte de Lima que
busca contribuir a la enseñanza de la historia del arte en nuestro país.
Esta exposición se presenta con las preguntas: ¿Qué entendemos por “arte
contemporáneo”? y ¿Es acaso posible definir la producción artística reciente?, para luego
advertirnos que ésta muestra no pretende descifrar los significados de las obras que
presenta sino ofrecernos la experiencia estética como acontecimiento que tiene lugar
entre nosotros.
Pero detengámonos un momento para reflexionar acerca de ello por lo que tan
abanderadamente andamos luchando: ¿Qué entendemos por arte y qué por
contemporaneidad?, ¿De qué manera la palabra arte podría encontrar pertinencia en
nuestro medio? y ¿Qué es lo que dificulta el posicionamiento de estas manifestaciones
culturales como posibles agentes constructores de imaginarios y discursos que se
inscriban en nuestra realidad?
Un texto en una pared de “Tener lugar” nos indica que como espectadores podemos ser
constructores del significado; pero para ser constructores del significado es necesario que
podamos establecer un mínimo de complicidad con el trabajo. Si bien algunas de las
obras escogidas poseían en si mismas características que podrían permitir al espectador
no especializado establecer ciertos vínculos, como por ejemplo, el carácter participativo
en el Cuestionario de Gilda Mantilla o el uso de un lenguaje acogedor y familiar en el
video con las narraciones sobre el acto de cocinar de David Zink Yi; otras obras, como
Nude descending a staircase (After Marcel Duchamp) de Diego Lama o Lata Campbell de
Jerry Martin, al carecer de un marco referencial perdían toda la fuerza de su sentido
humorístico permaneciendo inaccesibles para cualquiera que desconozca sus respectivos
referentes de la historia del arte. Todo esto añadido a la presencia de obras en inglés
como los Avisos de servicio público de George Clark genera las inevitables preguntas: ¿A
quién está dirigida esta exposición?, ¿Qué supuestos son necesarios para que un
espectador pueda tener lugar en esta exposición?, ¿Es suficiente que nuestras obras de
arte contemporáneo tengan lugar, es decir, que acontezcan en nuestro contexto, para que
tengan significancia en nuestra esfera pública, en el espacio de lo real? Y finalmente,
¿Qué lugar busca tener “Tener Lugar”?