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EL LÍDER Y EL LIDERAZGO*
1. EL LÍDER
En términos generales usamos la palabra líder para referirnos a “una persona que dirige
u orienta a un grupo, que reconoce su autoridad” (Diccionario Panhispánico de Dudas,
2005); sin embargo, la historia ha dado distintas versiones de lo que significa ser líder:
Lao Tse (s.VI a.C.): “Un líder es mejor cuando la gente apenas sabe que existe. Cuando
termina su trabajo, cumple su objetivo, dicen: lo hicimos nosotros mismos”.
Rosalynn Carter (n.1927): “Un líder lleva a las personas a donde quieren ir. Un gran líder
lleva a las personas a donde no necesariamente quieren ir, pero deberían estar”.
APJ Abdul Kalam (n.1931-2015): “Déjame definir un líder. Debe tener visión, pasión y no
tener miedo a ningún problema. En cambio, debe saber cómo vencerlo. Lo más importante
es que debe trabajar con integridad”.
John C. Maxwell (n.1947): “El líder es alguien que conoce el camino, sigue y muestra el
camino a otros”.
Francesc Torralba (n. 1967): “Un líder es una persona que debe cohesionar grupos,
extraer lo mejor de cada persona y ponerla en el lugar adecuado para hacer posible la
visión que se ha propuesto una organización. El líder debe tener cuidado de las personas,
velar por su desarrollo, hacerlas crecer y no debe tener miedo de delegar y dar funciones
a personas que son más aptos que él para desarrollarlas. Un líder no es alguien que debe
ser admirado; es alguien dispuesto a darse, a aportar su talento para ponerlo al servicio
de una visión que lo trasciende”.
Siendo lo más sintéticos posibles, podemos afirmar que un líder es una persona capaz
de influir en otra. En otras palabras, existen muchas formas de ejercer liderazgo: un
padre de familia, un jefe, un sacerdote, un periodista, un profesor… sin embargo, el
liderazgo más puro es el que se genera a través del respeto y la confianza.
En cierto modo, las teorías sobre el liderazgo más que entrar en directa oposición, se van
complementando y enriqueciendo, produciéndose una visión cada vez más integral del
líder como ser humano.
Todos somos líderes y dirigimos todo el tiempo, bien o mal. ¿Quién inventó ese
metro que mide a algunos como líderes y a otros como maestros, padres, amigos o
colegas? ¿Y dónde están esas líneas divisorias? ¿Se necesita influir en cientos de
personas? ¿O puede ser solo una? ¿Y el fruto del liderazgo tiene que verse pronto?
¿Puede manifestarse en años o varias generaciones? Todos podemos aprovechar las
oportunidades que se nos presentan para influir y producir un impacto, pues todos
ejercemos influencia, buena o mala, grande o pequeña, todo el tiempo. Pero las
circunstancias pueden brindarnos oportunidades de diferente magnitud, lo cual se verá
combinado con la calidad de nuestra respuesta. He ahí nuestro liderazgo.
El liderazgo nace desde adentro. Determina quién soy, así como qué hago. Nadie
logró ser líder leyendo un libro de instrucciones o leyendo máximas alentadoras. El
medio más eficaz para ser líder se inicia en el conocimiento de sí mismo. La mayor
fortaleza del líder es su visión personal, que comunica básicamente con su conducta
diaria. Esta visión echa raíces en sus seguidores cuando lo ven apasionadamente
comprometido en ella. Las técnicas que el líder adquiera pueden ampliar la visión, pero
jamás reemplazarla.
Nos preguntamos si es posible un liderazgo que no sea ético. ¿Acaso es posible gobernar
una organización, una comunidad, un equipo, al margen de los principios éticos? La
respuesta es obvia: sí es posible.
Poder. Referido a la valentía y la fuerza para llevar a cabo acciones y superar prácticas
negativas en aras del perfeccionamiento personal.
Como consecuencia, un líder que desarrolle su misión con base en estos cuatro pilares
presentará las siguientes características:
Está al servicio de los demás. Estos líderes tienen vocación de servicio, pues
“consideran la vida como una misión, no como una carrera”, por lo que son
responsables y colaboradores, dispuestos siempre a empujar al equipo hacia el éxito.
Cree en los demás. Los líderes basados en principios consideran los fallos propios y
ajenos como el primer paso para mejorar. Son conscientes de que todas las personas
pueden dar más de sí y seguir creciendo, y refuerzan la confianza de los colaboradores
a través de su apoyo y reconocimiento.
En resumen, los componentes de la inteligencia emocional que poseen los líderes son:
Motivación. Consiste en la pasión por trabajar por razones que van más allá del dinero
o el estatus. Implica luchar por alcanzar los objetivos con energía y persistencia.
Características: fuerte orientación al logro, compromiso con la organización, optimismo
(incluso frente a la adversidad).
Carácter. Lo primero que debe tener un líder es fortaleza de carácter. Algunas de las
cualidades que encierra un buen carácter son la integridad, fortaleza, perseverancia y
una gran labor ética.
Capacidad. Es la habilidad para decir, planear y hacer las cosas de tal manera que
los demás reconozcan que el líder sí sabe. Un componente importante es la búsqueda
continua de mejora.
Generosidad. La generosidad viene del corazón y permea cada aspecto de la vida del
líder: su tiempo, su dinero, sus talentos y sus posesiones. Consiste en ser agradecido,
Solución de problemas. Los líderes siempre surgen porque hay un reto que superar.
No importa en qué campo se encuentre, siempre habrá un problema. Un buen líder se
anticipa, acepta la realidad, observa el panorama, no se pierde en los detalles y
resuelve un problema a la vez.
Responsabilidad. Hoy en día la gente está más preocupada por sus derechos que
por sus responsabilidades. Sin embargo, un verdadero líder enfrenta lo que la vida le
depara y da lo mejor de sí, sabiendo que tendrá la oportunidad de guiar al grupo solo
si asume mayor responsabilidad que el resto.
Servicio. Un verdadero líder sirve a las personas y a los más elevados intereses.
Siempre está a la expectativa de las necesidades de la gente, les da la debida
importancia y está dispuesto a resolverlas.
Visión. Consiste en ver las posibilidades antes de que sean obvias. La visión no solo
guía al líder, enciende y alimenta el fuego dentro de él ¿De dónde proviene? Del
interior, de las profundidades del ser y del creer.
BIBLIOGRAFÍA
1. EL LÍDER CRISTIANO
En el mundo existen una gran variedad de líderes que ejercen de diferente manera su
liderazgo. Algunos cambian según se mueven las corrientes de la política. Otros buscan
un beneficio personal, enriquecerse o inflar su fama. Hay también quienes se preocupan
de la gente que los rodea.
En el ámbito del liderazgo cristiano, podemos, del mismo modo, hallar quienes se dejan
llevar por ideas del mundo, por sus propios impulsos, y también hay quienes
auténticamente quieren satisfacer las necesidades de quienes se acercan a él.
Jesús, se dirige a sus discípulos diciendo: “Los reyes de las naciones las dominan como
señores absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar Bienhechores;
pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que
gobierna como el que sirve. Porque, ¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que
sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que
sirve" (Lc 22, 25-27).
Esta conversación tuvo lugar entre Jesús y sus apóstoles en una cena íntima. Habían
andado juntos por tres años. Jesús había realizado diversos milagros, algunos grandiosos.
Los doce habían escuchado de primera mano sus enseñanzas. Estaban ansiosos y
expectantes sobre lo que estaba por ocurrir. Todo Jerusalén había recibido al Maestro con
palmas, al grito de “¡Hosanna!” (Cf. 11, 9-10).
¿Qué esperaban ellos? Los discípulos estaban convencidos que Jesús era el Mesías,
quien habría de reinar desde el trono de David. Ellos, como muchos de los hebreos,
seguramente pensaban que el Mesías derrotaría a los romanos y establecería un
poderoso reino.
Es fácil imaginar que los discípulos hayan estado esperando obtener beneficios
personales mediante el ascenso de Jesús al poder. Jesús sería rey y todos saben que los
reyes necesitan colaboradores que les ayuden a gobernar. Ningún presidente gobierna
sin un gabinete de ministros, y ningún comandante sin sus generales ¿Y quiénes serían
los candidatos naturales por sus posiciones en la administración de Jesús? Los discípulos,
por supuesto. No se extrañe, entonces, que mientras se servían vino y cordero asado, su
conversación girara en torno a sus futuras posiciones.
Jesús, sin embargo, aprovechó la oportunidad para darles una lección de liderazgo.
Primero se refirió al liderazgo en el mundo para luego describir lo que esperaba de sus
propios líderes: servicio.
Liderar como Jesús es infundir armonía en nuestra influencia sobre otras personas con el
plan de Dios para sus vidas y las nuestras. En Mateo 6, 32-33, Jesús llama a quienes
querían seguirle a no preocuparse en producir resultados de la mayor parte de su trabajo
cuando les dice: “Que por todas esas coas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro
Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia,
y todas esas cosas se os darán por añadidura".
El corazón de Jesús.
El papa Francisco, en una de sus homilías, se refiere al corazón de Jesús usando tres
citas bíblicas:
"Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino
que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre
y agua" (Jn 19,33-34). El evangelista testimonia el hecho que vio en el Calvario, o sea
que un soldado, cuando Jesús ya estaba muerto, le atravesó el costado con una lanza.
En cumplimiento de las Escrituras, del corazón de Jesús brotó el perdón y la vida para
todos los hombres.
“Y sucedió que a continuación se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con él sus
discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad,
sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que
acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le
dijo: «No llores.» Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él
dijo: «Joven, a ti te digo: Levántate.» El muerto se incorporó y se puso a hablar, y él
se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo:
La cabeza de Jesús.
La vida de Jesús estaba totalmente centrada en agradar al Padre. Este pensamiento
guiaba sus acciones, lo cual significó proclamar el Evangelio y traer la salvación a la
humanidad. En este sentido Pablo afirma: “La cabeza de Cristo es Dios” (1 Cor 11, 3).
"Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn
4, 34).
"He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha
enviado" (Jn 6, 38).
"Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado" (Jn 7, 16).
"El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre
lo que le agrada a él" (Jn 8, 29).
"Ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha
ordenado" (Jn 14, 31).
"No se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42).
Entonces Jesús establece sus prioridades en función de un solo propósito, sus valores
están ordenados al Plan de Salvación. Y así "se despojó de sí mismo tomando condición
de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre;
y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios
le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que
Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 7-11).
La mano de Jesús levanta a Pedro: "Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le
dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?»" (Mt 14, 31).
La mano de Jesús sana al leproso: "El extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero,
queda limpio.» Y al instante quedó limpio de su lepra" (Mt 8, 3).
Las manos de Jesús: Fuertes y vigorosas, de carpintero. Y, al mismo tiempo, tiernas, como
cuando acariciaba a un niño o limpiaba una lágrima de las mejillas de la Virgen. Manos que
extendían, respetuosas, los rollos de las Escrituras en la Sinagoga. Dedos que enfatizaban
sus palabras o escribían sobre la arena.
Las manos de Jesús bendecían. Partían el pan, incluso lo multiplicaban. Eran manos que
curaban y hasta resucitaban. Las manos de Jesús enseñaban, expresaban, amaban. Con
ellas difundía su misericordia y amor. Eran manos que entregaban incesantemente.
Se apartaba para estar un tiempo a solas. Pasó cuarenta días en el desierto antes de
su vida pública (Cf. Mt 4, 1-11). Estuvo a solas antes de escoger a sus discípulos (Cf.
Lc 6, 12-13), cuando recibió la noticia de la muerte de Juan el Bautista (Cf. Mt 14, 13),
luego de sanar a muchos y expulsar demonios (Mc 1, 35) y después de la alimentación
milagrosas de cinco mil (Cf. Mt 14, 23).
Oraba. Lo hacía en el monte (Cf. Lc 6, 12; Lc 14, 23) o lugares solitarios (Cf. Mc 1, 35).
Solo (Cf. Mt 14, 23) o acompañado (Cf. Mt 26, 30).En la tarde (Cf. Mt 14, 23) o la noche
(Cf. Lc 6, 12; Mc 1, 35). Puesto de rodillas (Cf. Lc 22, 41). Bendice (Cf. Mc 8, 7; 14, 22),
alaba (Cf. Mt 11, 25), canta himnos (Cf. Mt 26, 30), ora con salmos (Cf. Mc 15, 34; Lc
23, 46), da gracias al Padre (Cf. Jn 6, 11; 11, 41).
Leía y estudiaba la Palabra. Esto se evidencia, por ejemplo, en el relato del Evangelio
sobre las tentaciones: el Señor responde a las peticiones del diablo con tres citas de la
Biblia (Cf. Lc 4,3-12). Evidentemente Jesús tenía un conocimiento amplio de las
Escrituras y podía citarlas con certeza. Sobre el mandamiento más importante, Jesús
señala el libro del Deuteronomio: “Amarás al Señor, tu Dios…” (Mt 22,36-37). Jesús
muestra su autoridad al presentar la Escritura como guía. Incluso, en varias ocasiones
el Señor recrimina a los que no la leen. Cuando despacha a los vendedores del templo
(Cf. Mt 21,13) y les dice a las autoridades judías: “¿No han leído nunca en las
Compartía con amigos. Jesús llama a un grupo de discípulos a estar más cerca de él
(Cf. Lc 6, 13; Mt 10, 2-4; Mc 3, 13-14) y compartió una estrecha amistad con Pedro,
Santiago y Juan (Cf. Mc 5, 21-43; Mt 17, 1-9; Mt 26, 37-38). De los mismos labios de
Jesús nacen estas palabras: “Como el Padre me amó, yo también los he amado a
ustedes… Yo los he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se los he
dado a conocer. No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a
ustedes y los he destinado para que vayan y den fruto y que su fruto permanezca” (Jn
15, 9.15-16).
Pero ¿Cuál es el ámbito propio de los laicos? Las realidades social, política y económica
de los países; así también su vida cultural: las ciencias, las artes y los medios de
comunicación; además de otras realidades abiertas a la evangelización como el trabajo,
la educación y la familia.
De esta manera concluimos que los nuevos líderes de la Iglesia no serán los grandes
teólogos, canonistas o sabios doctores en ciencias religiosas sino aquellos que,
conociendo el plan de salvación, tengan la visión para llevarlo a cabo. Y nos referimos no
solo a ministros ordenados o religiosos consagrados sino a laicos hombres y mujeres que
se atrevan con pasión y valentía a construir los cielos nuevos aquí en la tierra.
Un ejemplo claro y sencillo de cómo actúa un hombre sin discernimiento es Pedro, quien
casi siempre se dejaba guiar por sus propios impulsos, y lo más común era que se
equivocara:
El día glorioso de la transfiguración del Señor, pretendía hacer tres tiendas en la cima
del Monte Tabor.
Cuando Jesús anunció a los suyos que sería traicionado y entregado en manos de sus
enemigos, no estuvo de acuerdo con él.
El otro lado de la moneda lo constituye Abraham. Este patriarca descubrió el plan de Dios:
ser bendición para todos los pueblos de la tierra y colaboró incondicionalmente para llevar
a cabo su misión. Creyó en Dios y renunció a su propio plan de vida, dejando su patria y
parentela para aventurarse en un maravilloso designio. Esperó contra toda esperanza y,
cuando Dios le pidió entregar al hijo de la Promesa, respondió con generosidad, creyendo
que Dios tenía poder para resucitar a los muertos.
Cuando dos personas van montadas en un mismo caballo, una va adelante y otra va atrás.
El de enfrente lleva las riendas, porque puede ver claramente el panorama. El líder es una
persona que conoce el camino, ve más allá y sabe hacia dónde vamos. Por eso, lleva las
riendas de la comunidad.
Si un líder no conoce la voluntad de Dios ¿cómo va a poder asegurar a los demás “ésta
es la voluntad del Señor”? Es mejor que deje a otro las riendas del caballo y que él, por lo
tanto, se siente atrás. Por eso, la característica primordial de un líder cristiano es conocer
el plan de Dios.
Un líder conoce el plan de Dios a través del contacto con las Escrituras, la oración
constante y la pureza de corazón para ver a Dios y escuchar a sus hermanos. Sin
embargo, no es suficiente saber lo que Dios quiere. Es necesario hacerlo cuando Él quiere
y como Él quiere.
La sabiduría de Cristo.
El líder necesita la luz de Dios para conocer su plan, pero esto no basta, ya que es
necesario también encontrar la estrategia para realizarlo. Para ello se precisa la sabiduría
de Cristo Jesús. El don de sabiduría radica en la capacidad de descubrir cómo dar los
pasos que nos conducen a conseguir el objetivo que perseguimos.
La sabiduría de los Apóstoles para instaurar el Reino de Dios, fue establecer comunidades
cristianas que constituyeran un fermento en la masa, luz del mundo y sal de la tierra. Por
eso, dondequiera que ellos predicaban, dejaban cimentada y organizada una comunidad
de discípulos.
Los apóstoles integraron una comunidad de líderes. Ellos se reunían para rezar, recibir el
Espíritu Santo, celebrar la Fracción del Pan, predicar y decidir sobre las cuestiones
prácticas y doctrinales de la Iglesia. Todos eran servidores y miembros del cuerpo de
Cristo; por lo tanto, debían estar íntima y profundamente unidos entre sí.
Un ministerio aislado pierde su fuerza y su valor. Este mismo riesgo corre quien trabaja
solo, sin conexión ni relación con los demás.
Otro rasgo importante de los primeros seguidores de Cristo es que, así como Jesús
capacitó a sus sucesores y los envió como él había sido enviado por el Padre, los
apóstoles también formaron a quienes habrían de continuar la obra a ellos confiada.
No precisamos una sabiduría deslumbrante para saber que somos pasajeros, transitorios,
pero la misión evangelizadora es permanente. Así, ¿qué otro plan pastoral es más
trascendente que formar y capacitar a otros para que continúen la misión que nos fue
encomendada? La sabiduría de un líder o pastor reside en que su obra continúe y crezca
aún más luego de su partida. Un líder es tal, en la medida en que tiene la visión para
formar y producir otros líderes.
Todo líder o pastor de la Iglesia necesita estar dotado de una fuerza especial que lo
capacite para ir adelante en el camino por el que guía al pueblo de Dios, necesita estar
ungido por el Espíritu.
Siguiendo en el ejemplo de los apóstoles, ellos recibieron el poder de lo alto, que los faculta
para cumplir el plan universal de salvación. Antes de comenzar a evangelizar, recibieron
la fuerza del Espíritu Santo el día de Pentecostés. El mismo poder que descendió sobre
Jesús, al salir del Jordán, se posó sobre ellos para que extendieran el Reino inaugurado
por el Maestro, pues sólo de esa forma se puede colaborar con él.
No se puede realizar la obra de Dios sin el poder de Dios. Por eso, era absolutamente
necesaria esa fuerza de lo alto para que los Apóstoles extendieran en el tiempo y en el
16 “Camino al Jubileo de Oro de la RCC Perú”
espacio la misión que Jesús les había confiado: “Como el Padre me envió, también yo los
envío: Reciban Espíritu Santo” (Jn 20,21).
Así como Jesús derrama su Espíritu Santo sobre los discípulos, todo líder de la Iglesia se
convierte en canal para que su comunidad reciba el poder de Dios en sus vidas, de manera
especial su equipo de colaboradores.
Ve y escucha más allá que los demás. El vigía en el barco se sitúa en lo alto del mástil
para alcanzar a ver más lejos.
No mira para atrás. El marinero no contempla la estela que el barco va dibujando en
el océano. Una vez que ha dejado una playa, leva las anclas que lo atan mentalmente
para hacer volar su imaginación y su ilusión hacia el nuevo destino que lo espera.
Anuncia buenas noticias. La función del marinero que sube al mástil, es anunciar
buenas noticias. No le corresponde amedrentar a la tripulación con un grito que los
llene de terror: “¡Tormenta a la vista!”. Su principal responsabilidad es la de anunciar
que se están acercando al objetivo perseguido.
Comparte su visión con los demás. Si divisa el objetivo, el vigía comunica lo que ve a
los demás. No se lo apropia de forma egoísta. En el momento en que el marinero
afirma la proximidad de la tierra, todos creen y suben a la cubierta del barco para
avistar las cumbres de las montañas y las playas anheladas.
Define el objetivo. El marinero, con su mano extendida y voz segura, señala el norte
hacia el cual navegar.
Motiva y contagia entusiasmo. El vigía, como todo líder, contagia energía con su voz,
su actitud, su expresión.
Hace converger todas las fuerzas hacia un solo propósito. La vista del objetivo es el
motor que desencadena una estrategia de trabajo: El capitán toma completo control
de la nave, se aflojan las ataduras de los timones, se pliegan las velas y se iza al viento
la vela artimón, se sueltan las cuatro anclas desde la popa y se dejan caer al mar.
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