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NÚMERO 004 2000

El método clínico, los psicoanalistas y la institución

Autor: Jiménez, Juan Pablo 

Palabras clave

Apareamiento (match), Experiencia emocional, Insight, Interpretacion,


Situacion clinica, Vinculo interpersonal.

Resumen: El autor sostiene la tesis general de que el método psicoanalítico


clínico ha sido idealizado desde los tiempos de Freud. Plantea que las
relaciones entre investigación del inconsciente del paciente en sesión, cambio
terapéutico y teoría en psicoanálisis no son tan estrechas como habitualmente
se piensa. Evidencias clínicas y de investigación empírica apuntan a que hay
además otros factores que influyen en el cambio, como, por ejemplo, la calidad
afectiva y de trabajo del vínculo analista paciente. Por su parte, la situación
analítica como fuente exclusiva de conocimiento clínico también es insuficiente
para dar cuenta de todos los aspectos teóricos y prácticos del psicoanálisis. Los
analistas tienen en el diván una muestra ínfima de la totalidad de la población
que busca tratamiento. Se dan así condiciones de sesgo en el muestreo que
determinan lo que en psiquiatría se ha descrito como la "ilusión del clínico",
cuyas consecuencias para la construcción de teoría en psicoanálisis se
discuten. Finalmente, se ofrecen algunas sugerencias de modificación en la
formación psicoanalítica y en la orientación general de las instituciones
analíticas que buscan corregir el aislamiento profesional e institucional a que
ha conducido la aplicación idealizada del método psicoanalítico clínico.
La clínica y el método psicoanalítico

En griego, kliniké, era el nombre que se daba a la práctica médica junto a la


cama (kliné) del enfermo. El diccionario Merriam Webster de lengua inglesa
agrega que "clínico" es todo aquello que involucra observación directa del
paciente, lo que es diagnosticable o está basado en esa observación. En
concordancia con esta analogía médica, el paciente psicoanalítico yace
"reclinado" en el diván y la clínica psicoanalítica es la actividad práctica que se
desarrolla en la sesión, además del conjunto de conocimientos teóricos que se
basan en la observación o "escucha" del paciente en sesión. Un amplio
consenso sustenta la afirmación de que los conocimientos psicoanalíticos
surgen de la llamada situación psicoanalítica y desde ahí hay que entender la
definición que Freud dió en 1923 en el artículo de Enciclopedia: "Psicoanálisis
es el nombre: 1° De un procedimiento para la investigación de procesos
anímicos apenas accesibles de otro modo. 2° De un método de tratamiento de
trastornos neuróticos que se funda en esta investigación y 3° de una serie de
conocimientos psicológicos logrados por tal vía que poco a poco crecen hasta
amalgamarse en una nueva disciplina científica" (1923a GW, p.211; la
traducción es mía).

Entonces, y según esta definición, todo conocimiento psicoanalítico hunde sus


raíces en la clínica. Aunque a lo largo del siglo el psicoanálisis ha crecido hasta
ser mucho más que solamente un método de tratamiento, éste –en palabras
de Freud–, "nunca ha abandonado su patria de origen, y en cuanto a su
profundización y ulterior desarrollo sigue dependiendo del trato con enfermos"
(1933a AE, p.140; la cursiva es mía). Esta afirmación nos provee el punto de
partida para cualquier discusión sobre la evolución de la clínica psicoanalítica
posterior a Freud. 
Es fácil ver que en la definición dada por Freud se establece un
encadenamiento triangular estrecho entre el procedimiento interpretativo, –
psicoanálisis como hermenéutica–, el método de tratamiento, –psicoanálisis
como terapéutica– y la serie de conocimientos psicológicos (y psicopatológicos)
–psicoanálisis como ciencia. En este triángulo, la hermenéutica conduce a la
terapéutica y ambas a la teoría; a su vez, la teoría se constituye en teoría de la
técnica la que, en una suerte de circularidad, codetermina, ahora como
heurística, a la hermenéutica y a la terapeútica. Toda la discusión posterior a
Freud sobre la validez del método psicoanalítico como método clínico, se
relaciona con el grado de rigidez o laxitud que se atribuya a este
encadenamiento. En este sentido, un aspecto importante de la llamada crisis
del psicoanálisis se relaciona con las crecientes objeciones que, desde dentro y
fuera del movimiento analítico, han salido al paso de la validación del método
psicoanalítico, según lo definió Freud, como la única fuente de referencia para
la práctica clínica.

En este punto, y desde el principio, quisiera dejar establecida mi opinión


diciendo que la relación entre método interpretativo, terapéutica y ciencia
psicológica es mucho más compleja de lo que Freud creyó. Pienso que,
efectivamente, tanto el cambio terapéutico como la construcción de la teoría se
nutren de otras fuentes que no aparecen explicitadas en el modelo de tres
eslabones descrito. En breve, afirmo que la técnica es mucho más que la
aplicación de la teoría y, al revés, la teoría se nutre de otras fuentes, que van
más allá de la clínica. Más aún, creo que en la misma obra de Freud es posible
mostrar que la fórmula de la enciclopedia es demasiado esquemática y deja
fuera otros factores que influyen en la praxis del cambio terapéutico y en la
construcción de la teoría analítica.

La tesis general que sustentaré en este trabajo es que el método psicoanalítico


ha sufrido a lo largo del siglo un proceso de idealización, proceso que empezó
con el mismo Freud. En los últimos 30 años esta idealización ha hecho crisis y
ha sido progresivamente reemplazada por una cierta perplejidad, lo que llevó
hace un tiempo a Robert Wallerstein (1988, 1990) a preguntarse si había uno
o muchos psicoanálisis y si existía o no un terreno común (un common ground)
que unificara las distintas orientaciones y corrientes teóricas y técnicas que
forman escuelas de pensamiento en el psicoanálisis de fin de siglo. A mi
entender, existe un claro hilo conductor que une el método psicoanalítico
clínico idealizado con un tipo de práctica solipsista, con instituciones aisladas
del medio intelectual y cultural, y un tipo de identidad psicoanalítica defensiva
que se educa durante la formación psicoanalítica y se mantiene posteriormente
con la pertenencia a la institución y por el ejercicio del poder político dentro de
ella. Veo la tarea de nuestra generación en corregir esta desviación que
empezó con el mismo Freud, aun cuando en los comienzos del psicoanálisis
ésta era casi imperceptible. Después de cien años, sin embargo, el ángulo de
desviación ha formado una ancha brecha que se ha expresado de múltiples
maneras bajo el tópico de "crisis del psicoanálisis".

En lo que sigue intentaré algunas observaciones sobre la articulación de los


tres eslabones, buscando sacar al primer plano algo de aquello que la
idealización del método clínico psicoanalítico ha tendido a dejar
sistemáticamente fuera. Terminaré sugiriendo que, a finales de siglo, los
psicoanalistas deberíamos incorporar ciertas correcciones en el método clínico,
en algunos aspectos de la formación psicoanalítica y en la orientación general
de nuestras instituciones, a fin de utilizar al máximo las potencialidades del
psicoanalisis clínico y, de paso, salir de la crisis en que –pareciera haber
consenso sobre ello–, se encuentra sumido.

Pero, antes de proseguir, es necesario clarificar por qué digo que el método
psicoanalítico ha sido idealizado como la única fuente de información teórica y
técnica. Freud tenía la firme convicción de que la observación clínica sola tenía
la suficiente confiabilidad y validez para fundamentar el edificio teórico-técnico
psicoanalítico1. Para Freud, el psicoanálisis compartía con la física y la
química2el carácter de ciencia natural. En 1980, 40 años después del la muerte
de Freud, Charles Brenner afirmó lo mismo: "Las teorías psicoanalíticas
dependen de los datos de observación que derivan de la aplicación del método
psicoanalítico. Estos datos no son accesibles de ninguna otra manera que no
sea por la aplicación del método. Eran esencialmente desconocidos antes de
que Freud desarrollara el método analítico y aún lo serían sin él. ... Quisiera
enfatizar que aun cuando los datos del psicoanálisis son diferentes de los datos
de cualquiera otra ciencia natural, su método es el mismo: observación y
acumulación de datos por el mejor método disponible que ha sido diseñado
para tal propósito." (Brenner, 1980, pp.206-207).

Hay que aclarar que Brenner escribió lo anterior más de una década después
de que toda una pléyade de ilustres discípulos de David Rapaport, entre otros,
Robert Holt, Merton Gill, George Klein, Roy Shafer y Donald Spence, mostraran
la imposibilidad de homologar el psicoanálisis con las ciencias naturales (véase
Thomä y Kächele 1989, p. 18s) y propusieran profundos cambios conceptuales,
algunos la renuncia a la pretensión científico natural y otros hasta el abandono
de la metapsicología. La crisis de la teoría que siguió a la muerte de David
Rapaport condujo al colorido panorama teórico del psicoanálisis
norteamericano actual, que incluye desde corrientes hermeneuticistas,
narrativistas e intersubjetivistas –que acercan al psicoanálisis a las ciencias
humanas– hasta corrientes empiricistas y experimentalistas, –que lo
aproximan a las ciencias sociales y a las cciencias cognitivas y neurociencias.
Así, el panorama de la epistemología clínica del psicoanálisis de fin de siglo es
complejo y fluido, y no podría haber sido mejor resumido que en el título del
libro de Carlo Strenger (1991): "Entre la Hermenéutica y la Ciencia".

LA RELACIÓN ENTRE INTERPRETACIÓN Y CAMBIO: 


LA TESIS DEL JUNKTIM

Pero volvamos al hilo central que me he propuesto en este trabajo examinando


la articulación entre los dos primeros eslabones, es decir, la relación entre la
investigación del inconsciente en la sesión a través de la interpretación que
busca el insight, y la curación. En palabras de Freud, "en psicoanálisis existió
desde el comienzo mismo una yunta [Junktim] entre curar e investigar; el
conocimiento aportaba el éxito (terapéutico), y no era posible tratar de
enterarse de algo nuevo, ni se ganaba un esclarecimiento sin vivenciar su
benéfico efecto. Nuestro procedimiento analítico es el único en que se conserva
esta preciosa conjunción. Sólo cuando cultivamos la cura analítica de almas
ahondamos en la intelección de la vida anímica del ser humano, cuyos
destellos acabábamos de entrever. Esta perspectiva de ganancia científica fue
el rasgo más preclaro y promisorio del trabajo analítico." (Freud 1927a AE,
p.240; la traducción es mía).

Esta "preciosa conjunción", que para Freud era preclara y promisoria, es


precisamente el flanco que Grünbaum (1984) eligió para sus agudas críticas.
Ciertamente, la llamada, por Thomä y Kächele (1989), tesis del junktim3, es
compleja desde el punto de vista epistemológico y no es éste el momento de
ahondar en ella. En esta cita sólo me interesa destacar la relación biunívoca
entre autoconocimiento y cambio, el énfasis puesto en el trabajo de logro de
insight, esto es, en el trabajo interpretativo, donde las condiciones relativas al
vínculo interpersonal, es decir, la relación emocional y de trabajo entre analista
y paciente, parecieran no tener el mismo estatuto epistemológico cuando se
trata de la "cura analítica de almas", esto es, del cambio terapéutico.

Por cierto, sería injusto afirmar que Freud no consideró los aspectos del vínculo
entre paciente y analista en su concepción de la cura. Baste recordar que en
una de sus recomendaciones sobre técnica, en 1913, respondía así a la
pregunta de cuándo empezar con el trabajo interpretativo: "Nunca antes de
haberse establecido en el paciente una transferencia eficaz, un rapport en toda
regla con nosotros. La primera meta del tratamiento está en ligarlo a la cura y
a la persona del médico" (Freud 1913c, SA, p.199; la traducción es mía).
Según Freud, esto último se verá malogrado si desde el principio no
adoptamos una actitud empática, única capaz de promover el attachement (la
palabra es de Freud) del paciente al analista.

Con todo, el vínculo empático y amoroso es para Freud una condición


extrínseca a la cura. La "inevitable influencia sugestiva" del analista se
restringe a la superación de las resistencias del paciente (Freud 1923a). Freud
nunca le asignó un valor per se de cambio a este vínculo. Al contrario, en la
obra de Freud, el insight está siempre presente en la fundamentación teórica
(metapsicológica) del proceso psicoanalítico y de la cura, y es definido como la
condición necesaria para el cambio4. La idea de que hay que buscar el insight y
que la curación vendrá por añadidura, aunque esquemática, resume bien el
núcleo de la epistemología del cambio terapéutico en Freud.
Diversas razones parecen explicar este énfasis en el insight y la interpretación.
Por ejemplo, el fundador del psicoanálisis descubrió tempranamente que
el furor curandi, es decir, un tipo de interés excesivo, ansioso, en la mejoría
del paciente, se opone a la cura. Sobre esto no hay dudas. Sin embargo, la
razón fundamental parece estar en la búsqueda de una fundamentación del
método psicoanalítico que conjurara el fantasma de la sugestión, que lo
apartara definitivamente de la hipnosis y que lo acercara al ideal de las
ciencias naturales. Por las razones que fuera, se impuso una técnica de
tratamiento que dio al logro del insight, a través de la interpretación, y
específicamente de la interpretación transferencial (piénsese en el éxito del
trabajo de Strachey sobre los factores mutativos), un estatus único. Pero, una
técnica así definida necesita determinar sus indicaciones. Cobró importancia el
tema de la analizabilidad, que llegó a su culminación con los planteamientos de
Elizabeth Zetzel, por todos conocidos. Sus ideas, de finales de los años
cincuenta, marcan el punto de mayor restricción del rango de aplicabilidad del
método psicoanalítico.

A pesar de lo anterior, y en contraposición con ello, hay una consistente


evidencia histórica que indica que el fundador del psicoanálisis tenía una
compresión pluralista de la técnica y que aplicaba un amplio espectro de
medios terapéuticos, según la cual él fue el primero en modificar su técnica de
acuerdo con el tipo de paciente y de padecimiento. Esto significa que el Freud
de los escritos técnicos no es el mismo de su propia práctica. De ser así,
estamos frente a una innegable tensión, la que, por lo demás, estimo es
aplicable a todos los psicoanalistas, quienes, en nuestra práctica,
frecuentemente hacemos cosas diferentes de las que oficialmente estamos
dispuestos a reconocer. Que se me entienda bien: No me refiero a iatrogenias
o a fallas éticas; pienso más bien en todas aquellas modificaciones técnicas
cotidianas que se revelan como necesarias desde el punto de vista terapéutico,
pero que son rápidamente criticadas por nuestro superyó analítico (Figuera
1994), representante de la institución y de la técnica interiorizada durante
nuestra formación como la "única aceptable". Esta escisión entre práctica
idealizada y práctica real, más que una crítica, es una constatación que
necesita ser tomada muy en serio, por las importantes repercusiones que tiene
sobre la concepción habitual de los procesos de construcción de teoría en
psicoanálisis. En este sentido, el título del clásico trabajo de Glover de los años
treinta, "el efecto terapéutico de la interpretación inexacta", habla por sí solo.

La tensión entre una técnica idealizada y otra real, donde la primera pasó a
contener el verdadero psicoanálisis y a ser garante de la identidad del
psicoanalista, y la segunda cobró matices de clandestinidad, determinó
históricamente una polarización entre dos técnicas psicoanalíticas: Una, que
llegó a ser clásica y oficial, está centrada en el logro de insight a través de la
interpretación de la transferencia, en la repetición y la reconstrucción genética,
y otra, que se centra en la experiencia emocional innovadora del "aquí y
ahora" y el establecimiento y mantención de la relación de trabajo o alianza
terapéutica, rápidamente cobró un cierto carácter subversivo (Cremerius 1979;
Thomä 1986). La polémica empezó cuando Ferenczi y Rank (1924)
denunciaron el "fanatismo interpretativo", criticando el énfasis intelectual
puesto en la reconstrucción genética en desmedro del factor de experiencia
emocional. Conocido de todos es el desarrollo histórico de esta línea técnica,
que ahora se sabe empezó con el mismo Freud 5, permanentemente expuesta a
la grave acusación de apartarse del "verdadero psicoanálisis". Conocemos las
visicitudes de la relación de Ferenczi con Freud. ¡Si suDiario Clínico sólo pudo
ser publicado recién en 1985, 52 años después de su muerte!, y cuya
traducción alemana lleva el sugestivo título de Ohne Sympathie keine
Heilung (sin simpatía no hay curación). La tradición de la experiencia
emocional pasa, entre otros, por Theodor Reik (el valor psicológico del silencio
y el tercer oído), Michael Balint (la falta básica y el nuevo comienzo), Donald
Winnicott (el holding y el management), Franz Alexander (la experiencia
emocional correctora), Heinz Kohut (el reconocimiento empático), hasta llegar
a nuestros días. Con mayor o menor éxito, estos autores intentaron ampliar el
espectro de aplicación del método psicoanalítico más allá del paciente
neurótico. Por cierto que con esto no estoy avalando cualquier modificación
técnica, como el análisis mutuo practicado experimentalmente por Ferenczi.
Sólo me interesa llamar la atención sobre el hecho de que una técnica que
considere seriamente la intervención del vínculo con el paciente aún no ha sido
capaz de encontrar un fundamento teórico que la eleve al rango primerísimo
que desde el principio hemos otorgado a la interpretación. Esto quizás no
tendría importancia si ésta última fuera suficiente o aplicable universalmente.
El problema es que no es así y la investigación moderna en resultados y
proceso en psicoanálisis parece demostrar, cada día más, el carácter
independiente del vínculo emocional como factor curativo. Existe una profusa
literatura psicoanalítica acerca de la metapsicología de la acción interpretativa,
totalmente desproporcionada frente a la importancia de la relación
intersubjetiva como factor de cambio. Por cierto, tenemos una teoría de las
relaciones de objeto y una teoría de la identificación como consecuencia de la
pérdida (en "Duelo y Melancolía") pero, a mi entender, éstas no dan cuenta
cabal de los procesos que suceden en y por la presencia de un otro
significativo. No quiero extenderme más sobre este punto, sólo piénsese por
un momento en las teorías de Freud y de Bion sobre el origen del pensamiento
en relación con la ausencia del objeto. El concepto de una "identificación
primaria", anterior a la emergencia del objeto y que no tiene que ver con los
procesos de duelo, permanece, desde las formulaciones de Freud, en un estado
germinal. Concepciones como las de Winnicott o de Bowlby asignan al vínculo
un carácter primario. Las teorías de éste último se han demostrado
extraordinariamente fructíferas en investigación de la relación temprana
madre-hijo, investigación que puede darnos muchas luces sobre la acción
terapéutica del vínculo. Quizás ha llegado el momento de dar el paso desde
una teoría de las relaciones de objeto hacia una teoría de las relaciones de
sujeto que haga plena justicia a la acción mutativa de la interpretación dentro
del lecho de la relación intersubjetiva entre paciente y analista.

En América Latina, algunos clínicos lúcidos hicieron notar hace tiempo la


discrepancia relativa entre interpretación y mejoría. A principio de los setenta,
José Bléger (1972), en un trabajo sobre los factores curativos, afirmó que en
psicoanálisis hay que distinguir entre lo que él llamó los efectos mayéuticos,
que tienen que ver con el logro de insight, y los efectos curativos. Bléger
afirmó que todos los analistas hemos tenido pacientes en los cuales el logro de
autoconocimiento (por eso el uso del término mayéutico) va muy por delante
de los resultados terapéuticos y otros donde, al revés, los cambios no son para
nada proporcionales a los insights logrados a través del proceso analítico. Esta
afirmación de Bléger ha sido ampliamente confirmada por los resultados del
proyecto Menninger de investigación en psicoterapia y psicoanálisis, hasta el
momento la investigación más amplia y ambiciosa realizada con metodología
empírica. Del detallado resumen clínico que hace Wallerstein (1986, p.730)
sobre este proyecto, destacamos las siguientes cuatro afirmaciones, que
hablan por sí solas:

1. Los tratamientos de los pacientes en psicoanálisis y los que siguieron el


modelo psicoterapéutico, que combina distintas proporciones de elementos
expresivos y de apoyo, tendieron más bien a converger que a diverger en
relación con sus resultados.

2. Todos los tratamientos tuvieron más elementos de apoyo que los


presupuestados originalmente, y estos elementos de apoyo dan cuenta de una
mayor cantidad de cambios alcanzados que los que se habían originalmente
anticipado.

3. La naturaleza de la terapia de apoyo –o, mejor, de los elementos de apoyo


de toda psicoterapia, según están definidos dentro del marco teórico
psicoanalítico– merece una especificación mucho más respetuosa que la que
usualmente le ha sido otorgada en psicoanálisis.

4. Los tipos de cambio alcanzados por los pacientes –aquellos logrados


primariamente sobre la base de revelar conflictos y producir insights, y
aquellos alcanzados primariamente sobre la base de variedades opuestas de
técnicas de apoyo y encubrimiento– a menudo son totalmente indistinguibles
unos de otros, en términos de los así llamados cambios "reales" o
"estructurales".

No puedo extenderme en un análisis de las ya muchas investigaciones que


apuntan en el mismo sentido (véase Shapiro & Emde 1995). Tampoco puedo
referirme a las investigaciones modernas sobre la interacción temprana madre-
hijo (véase Lichtenberg 1983, Stern 1985), que apoyan fuertemente la
importancia de la intersubjetividad primaria en la estructuración del sujeto y
que, a mi entender, ofrecen un nuevo marco para entender la relación
entre insight y vínculo. Al respecto, permítaseme solamente reproducir una
inquietante cita de Judith Kantrowitz, quien durante los últimos años ha
dirigido el estudio de seguimiento y analizabilidad de Boston: "El hallazgo más
importante que emerge del estudio fue el impacto de la interfase de
características personales del analista y el paciente en el resultado del proceso
analítico. En esto no sólo son importantes las características personales de
paciente y analista, sino el apareamiento (match) entre ellas" Para esta autora,
los psicoanalistas hemos visto por demasiado tiempo "una empresa de dos
personas como si sólo fuera dependiente de una" (cit. por Shapiro & Emde
1995, p.412). El apareamiento se refiere a "la naturaleza interaccional total, al
efecto penetrante de la interdigitación entre el carácter del analista y sus
conflictos no resueltos, con el carácter y las luchas dinámicas del paciente". La
contratransferencia es entonces [sólo] una faceta particular de este
apareamiento, una interacción en la que la conducta del paciente zapatea
sobre, y estimula, un aspecto inconsciente del analista" (Kantrowitz 1992,
p.175).

Todo lo anterior arroja nueva luz sobre la controversia secular entre el valor
relativo del insight y de la experiencia emocional. Pienso que lo sensato es
pensar que se trata de dos dimensiones inseparables de la técnica. Con
Luborsky (1984), es posible redefinir el apoyo como todos aquellos aspectos
del tratamiento y de la relación con el terapeuta que el paciente los vivencia
como de ayuda para él. De acuerdo con esto, el apoyo es una dimensión
inseparable de la actividad del analista. Si es el paciente quien define lo que es
apoyo, entonces éste puede estar dado por muchas cosas: por la estructura
del tratamiento, por la sensación de trabajo en común, por las transferencias
positivas no chocantes o, incluso, por una buena interpretación que produzca
en el paciente la sensación de haber sido comprendido. De este modo, el
apoyo existe en cualquier forma de psicoterapia, también en el psicoanálisis y
no es más que otra expresión de la importancia del vínculo interpersonal como
factor curativo genérico o inespecífico6.

En resumen, lo que actualmente podemos decir sobre la articulación entre los


dos primeros eslabones del método psicoanalítico, es que la afirmación de
Freud de que investigación y curación conforman una yunta, es una
idealización de la práctica. Aun cuando en psicoanálisis la relación entre
interpretación y cambio siga siendo central, ésta no es total ni tampoco
absoluta, pues depende de otros factores, el principal de los cuales ha
resultado ser el estado y calidad del vínculo afectivo y de trabajo entre
paciente y analista. De este modo, la relación entre logro de insight y curación
no debe verse como un a priori del método psicoanalítico, sino más bien como
una unión que la pareja analista paciente construye artesanalmente en el
trabajo cotidiano, sesión a sesión. (Jiménez 1994).

LA CLÍNICA COMO ILUSIÓN

Veamos ahora la segunda articulación en el modelo de tres eslabones del


método psicoanalítico, es decir, la posibilidad de construir una ciencia
psicológica teórica (metapsicológica y psicopatológica) y teórico-práctica
(teoría de la técnica) exclusivamente a partir de la investigación clínica, esto
es, que esté basada sólamente en el trabajo de observación y escucha del
paciente en sesión.

De acuerdo con la cita del artículo de enciclopedia que introduce este trabajo,
tanto la teoría general, metapsicológica y psicopatológica, como la teoría de la
técnica se construyen a partir de la suma de conocimientos logrados a través
del trabajo de investigación de los analistas en sesión, "que poco a poco crecen
hasta amalgamarse en una nueva disciplina científica" (1923a GW, p.211).
Según esto, el corpus de conocimiento psicoanalítico sería producto de un
proceso colectivo de acumulación de inferencias clínicas, que ya dura algo más
de un siglo, sobre la base de una muestra seleccionada de pacientes, los
pacientes en psicoanálisis. Además de ser ahora evidente que la acumulación
de conocimientos no ha conducido a un corpus ordenado y sistemático sobre el
cual haya un consenso colectivo, en lo referente a la teoría general y a la
psicopatología psicoanalítica esta afirmación parece ser nuevamente una
idealización. Es sabido que no menos de un 30% de la obra freudiana está
dedicada a tópicos que no son clínicos, en especial a temas referentes al
estudio de la cultura. Paul Ricoeur (1970), ha demostrado que el estudio
psicoanalítico de la religión, el arte, la ciencia y el derecho, es parte esencial de
la construcción teórica psicoanalítica. Piénsese, por ejemplo, en Leonardo da
Vinci y la homosexualidad o en la teoría de la agresión y de la culpa en El
Malestar en la Cultura. En otra parte (Jiménez 1998), he sugerido que este
ensayo de Freud de 1930 fue escrito en gran medida por exigencias del
desarrollo inherente a la teoría psicoanalítica y como un estudio psicológico
social sobre los efectos de la llamada "primera crisis de la modernidad" que se
desarrolló en Europa en relación con la Primera Guerra Mundial (Wagner
1994). Más aún, es conocido que en El Malestar en la Cultura Freud hizo la
predicción de que la Modernidad iría aparejada con la dificultad cada vez mayor
de manejar el incremento en la intensidad de la culpa inconsciente que implica
el progreso, hipótesis que parece confirmarse por los estudios epidemiológicos
modernos que correlacionan la urbanización creciente y el aumento de los
trastornos depresivos (Tsuang y cols. 1995). Esta predicción se basó en una
racionalidad de naturaleza epidemiológica y no clínica, y a mi juicio cumple con
los criterios de validación externa que reclama Grünbaum (1984). Lo que
quiero decir es que, ya en la obra de Freud, la observación clínica no fue la
fuente única y exclusiva del logro de conocimientos analíticos.

Por otro lado, existe un grave problema en los procesos de acumulación de


conocimientos que, de acuerdo con Freud, deberían "amalgamarse" hasta
constituir una disciplina científica. A diferencia de otras ciencias, en
psicoanálisis los conocimientos, más que acumularse ordenadamente, parecen
"amontonarse" sin mucha "disciplina", hasta el punto de que se habla de la
"babelización" del psicoanálisis (Aslán 1989). Los nuevos conocimientos no
descartan a los antiguos y muchos declaran la imposibilidad de llegar a un
consenso mínimo. Este desarrollo no parece haber sido previsto por Freud ni
por la primera generación de psicoanalistas. Baste citar a Ferenczi, campeón
de la defensa de la influencia personal del analista quien, a propósito de la
introducción del análisis didáctico escribió a fines de la década de los veinte:
"En la técnica psicoanalítica ha habido mucho, y todavía hay, que ha creado la
impresión de que implica un factor individual ... Esto se ha debido
principalmente a que en psicoanálisis parecía haber una "ecuación personal"
que parecía ocupar un lugar mucho más importante del que corresponde
aceptar en otras ciencias ... A partir del establecimiento [del análisis didáctico],
la importancia del elemento personal que corresponde al analista ha ido
decayendo cada vez más. ... Tengo la impresión definida de que desde la
introducción [del análisis didáctico] las diferencias en la técnica psicoanalítica
tienden a desaparecer" (Ferenczi 1966 [1928], pp.78s). La historia se encargó
de desmentir esta predicción –que demostró no ser más que otra idealización–
y, con ello, colocó al psicoanalisis en un estado de "crisis de la teoría" (Thomä
& Kächele 1989).

En contra de la posibilidad de construir una ciencia psicológica sobre la base de


la acumulación de la puesta en común de datos logrados a partir de la
"escucha" de analistas individuales en sesión, se han agregado en la última
década importantes argumentos. Al introducir la regla de la "atención
parejamente flotante", Freud pensó en un inicio en que era posible una
"lectura" imparcial del "material" apoyado en las asociaciones libres del
paciente. Sin embargo, poco después cayó en cuenta de la existencia de
"puntos ciegos" que introducían un sesgo sistemático en la escucha analítica.
La introducción del análisis didáctico debía entonces resolver ese problema. En
palabras de Ferenczi: "Todo aquel que ha sido cabalmente analizado ... llegará
inevitablemente a las mismas conclusiones objetivas en la observación y el
tratamiento del mismo material psicológico 'crudo' y adoptará, en
consecuencia, los mismos métodos y técnicas para manejarlo" (Ferenczi 1966
[1928] p. 78; la cursiva es mía). Sin embargo, a finales de siglo existen
buenos razones para afirmar que el núcleo "duro" con que se topó Freud en
sus Recomendaciones de 1912, a saber, los complejos resistenciales del
analista o "puntos ciegos", son estructuras cognitivas (afectivas) irreductibles,
aún al análisis didáctico más largo y exitoso. Por razones de principio entonces,
es imposible una escucha homogénea que conduzca al consenso colectivo.
Diversos autores han mostrado el efecto de las teorías del analista en la
escucha selectiva del material (Pulver 1987, Arlow & Brenner 1988, Bernardi
1989). Sandler (1983) destaca la importancia de la teoría implícita del analista
en su trabajo con el paciente. Meyer (1988) ha entregado evidencias de que la
ecuación personal del analista se manifiesta también en estilos cognitivos
idiosincráticos que condicionan la actitud del analista –su modo de sentir y de
pensar–, frente a su paciente. Por su parte, Stein (1991) ha sugerido que "las
reacciones emocionales del analista en análisis dependen de las convicciones
teóricas que éste tenga acerca de aquello que constitutye, o no, un buen
análisis" (p.326). Para Thomä y Kächele (1989), en la mente analizante del
analista se puede distinguir, además del precepto de la atención parejamente
flotante y de la contratransferencia, la ecuación personal, una teoría personal y
de escuela y una visión latente del ser humano y del mundo; desde ese
complejo cognitivo, el analista escucha el material del paciente y toma las
decisiones técnicas en la conducción del tratamiento (Jiménez 1994).

Pero, hay otro argumento que a mi entender es mucho más fuerte y que,
sorpresivamente, viene de la epidemiología psiquiátrica, un campo bastante
ajeno a los intereses corrientes de los psicoanalistas clínicos. Buscando una
explicación a las grandes disparidades de expectativas pronósticas sobre los
padecimientos entre clínicos e investigadores del curso natural de las
enfermedades psiquiátricas, que a menudo lleva a mutuas descalificaciones,
los epidemiólogos Patricia y Jacob Cohen (1984) describieron lo que llamaron
"la ilusión del clínico" definiéndola como la atribución de las características y
curso evolutivo de aquellos pacientes que están actualmente en tratamiento a
toda la población que padece esa condición y que potencialmente consulta por
ella7.

Para entender la pertinencia de este concepto para la clínica psicoanalítica, es


necesario hacer referencia a las investigaciones sobre adherencia a tratamiento
psicoterapéutico. Numerosos estudios muestran que la mayoría de los
pacientes psicoterapéuticos reciben una cantidad relativamente pequeña de
sesiones de terapia. En los Estados Unidos, se estima que la duración promedio
de la psicoterapia es de 5 a 8 sesiones (Howard y cols. 1992; Garfield 1986;
Phillips 1985).

Estudios realizados en EEUU y Europa sobre la utilización de los servicios del


sistema de atención psicoterapéutica, revelan la paradoja de que la mayoría de
los pacientes acuden a un número relativamente pequeño de sesiones,
mientras que la mayor parte del tiempo disponible de los psicoterapeutas es
empleado en tratamientos de larga duración. Mientras más experiencia y años
de profesión tengan, psicoterapeutas y psicoanalistas atenderán una muestra
cada vez más restringida y seleccionada de pacientes, a los cuales les
dedicarán mayor tiempo. Lakin Phillips (1988 y 1992), describió así la curva de
adherencia al tratamiento psicoterapéutico, universal e inmodificable en sus
características esenciales. Agregando datos estadísticos que incluyen ya varios
millones de tratamientos realizados, observa que después del primer contacto
cerca de un 50% de los pacientes abandona el tratamiento. Entre el segundo y
el tercer contacto, entrevista o sesión de terapia, un 10% deja de asistir.
Después de cada una de las sesiones sucesivas, se pierde alrededor de un 10%
adicional de los pacientes. Así, se determina una curva de decaimiento rápido
hasta llegar a una asíntota. Lo que varía en las distintas poblaciones es la
mediana, el promedio y el número de la sesión en que se alcanza la asíntota,
pero no la forma de la curva. Estas cifras son también aplicables a
tratamientos psicoterapéuticos realizados en consultorios privados (véase
Messer & Warren 1995, pp.6s)8. De este modo, se entiende que los pacientes
crónicos, que son los menos, usen la inmensa mayoría de las sesiones, sean
vistos por sus terapeutas como apropiados para un modelo de tratamiento de
alta frecuencia y creen una impresión desproporcionada en sus terapeutas.
Salta a la vista que los pacientes psicoanalíticos pertenecen a este tipo de
pacientes "crónicos". La "historia natural" del paciente psicoanalítico suele
revelar el paso previo por psicoterapias de duración variable antes de llegar a
tenderse en el diván. Los estudios muestran que dos son los subgrupos que se
pueden distinguir en el conjunto de pacientes que finalmente se somete a
tratamientos prolongados y de alta frecuencia: uno de un alto nivel educativo y
otro de un alto grado de perturbación.

Si aceptamos que los conceptos y teorías, tanto sobre la génesis de las


enfermedades mentales y psicosomáticas como sobre la técnica de su
tratamiento, han sido construidos como inferencias más o menos organizadas
a partir de la experiencia clínica con los pacientes que están largamente en
tratamiento, es decir, sobre la base de menos de un 1% del total de la
población consultante, surge de inmediato la legítima pregunta de si una teoría
de la técnica así construida es directamente generalizable a la mayoría de los
pacientes en psicoterapia, quienes, de hecho, permanecen pocas sesiones en
tratamiento. Consideremos por un instante los estrictos criterios psicoanalíticos
de cambio y curación –¡qué psicoanalista diría que después de tratarse 20
sesiones alguien se mejoró! La ilusión del clínico tiene aquí por consecuencia
que la mayoría de los modelos de proceso sean cuasi orgánicos, es decir,
presupongan una evolución preestablecida y común a todos los pacientes,
donde cualquier desviación tiende a ser considerada como interrupción o
fracaso terapéutico. Sin embargo, los estudios de seguimiento de los pacientes
que abandonan precozmente muestran que éstos no han rechazado la oferta
terapéutica, como solemos pensar los analistas, sino que, o están satisfechos
con los resultados o han buscado otro terapeuta. Las consecuencias del sesgo
muestreal es que nuestras teorías clínicas son más pesimistas y los criterios de
mejoría más estrictos que la opinión de los pacientes, quienes, de hecho,
tienen en este sentido la última palabra. Esto ha llevado, además, a una
desvalorización sistemática de la psicoterapia psicoanalítica, lo cual está en
contraposición flagrante con los resultados de la encuesta que realizamos
recientemente en el comité sobre "Psicoanálisis y terapias afines" que mostró
que casi el 100% de los miembros de la IPA declaran practicar la psicoterapia
en sus consultorios privados.

Por otro lado, las características de la curva de adherencia a tratamientos


psicoterapéuticos ofrece un fundamento racional a la impresión generalizada
de que en las últimas décadas hemos asistido a un cambio epidemiológico en
la muestra de pacientes que buscan psicoanálisis: los pacientes que ahora
consultan parecen ser mucho más perturbados que los de los años cincuenta.
El "envejecimiento" del movimiento psicoanalítico parece haber tenido por
consecuencia que los pacientes más sanos recurran a terapias más breves o a
otras formas de tratamiento. Los psicoanalistas hemos abandonado el cultivo y
desarrollo de las psicoterapias de objetivos y tiempo limitados, y nos hemos
ido quedando con un sector de la población consultante de patología grave, en
el límite de la analizabilidad. En este contexto, la contribución clínica de
analistas como Otto Kernberg cobra un valor especial. En múltiples ocasiones
hemos escuchado decir a Kernberg que una de las motivaciones de su trabajo
de construcción de una terapia psicoanalítica modificada para pacientes
fronterizos y narcisistas sugió de la reiterada constatación de los fracasos
terapéuticos de la técnica clásica frente a estos pacientes severamente
perturbados. Sus investigaciones clínicas y técnicas aparecen pues como una
respuesta al desafío que trajo el cambio epidemiológico en la consulta
psicoanalítica.

La ilusión del clínico se da también en el campo de los modelos hermenéuticos


que el analista aplica al interpretar el inconsciente del paciente en sesión.
Daniel Stern (1987) ha acuñado la diferenciación entre el "bebé clínico",
construido retrospectivamente a partir del tratamiento con pacientes adultos, y
el "bebé observado", producto de las investigaciones modernas de la relación
temprana madre-hijo. Por cierto, existen tantos "bebés clínicos" como teorías
psicoanalíticas del desarrollo, muchas de las cuales son contradictorias entre
sí. La función de la investigación empírica es entonces validar externamente
las construcciones clínicas. Veamos un ejemplo:

Desde la observacion del juego de la carretilla (Freud 1920g) y a partir de los


trabajos de Melanie Klein, P. Heimann, Anna Freud, R. Spitz y M. Mahler, entre
otros, la estrecha analogía entre la situación analítica –más precisamente el
encuadre de la misma–, y la matriz de interacción entre la madre y el lactante,
constituye un pilar de la teoría clínica. No obstante, en base a los resultados de
la investigación neonatológica más moderna, se pueden discutir los alcances
de tales semejanzas (Lichtenberg 1987). En primer lugar, la meta del analista
no es entregar cuidado materno. A diferencia de la madre, que usa su empatía
para descubrir y eventualmente satisfacer las necesidades de su hijo, el
analista la usa para entender al analizando y para ayudarlo a establecer nexos
entre las vivencias conscientes e inconscientes, pasadas y presentes. Esto
significa entonces, que el recurso a la analogía de la relación madre-hijo
temprana sirve, en primer lugar, al establecimiento demetáforas que permitan
la puesta en conceptos del intercambio analítico. En segundo lugar, el concepto
de regulación, tomado prestado de la investigación en lactantes, permite una
nueva perspectiva del efecto regulatorio de las intervenciones del analista.
Stern (1982) ha llamado la atención sobre el efecto de regulación positivo que
la madre ejerce cuando se encuentra en procesos de diálogo con el lactante,
efecto que se ejerce de acuerdo, no sólo con la representación que tiene la
madre sobre su bebé de ese momento, sino también de acuerdo con la
representación del futuro niño que el lactante de ese momento llegará a ser.
Con esto, Stern alude al efecto terapéutico positivo que pueden tener las
representaciones-metas, o intencionales (esto es, referidas a un estado por
alcanzar), que el analista transmite en sus interpretaciones (yo agrego, la
mayor de las veces sin saberlo, e incluso pensando de que está interpretando
"sin memoria y sin deseo"). En tercer lugar, hay otro aspecto muy importante
en la relación madre-hijo temprana, y es lo que Stern (1982, 1985) ha llamado
el attunement, o la capacidad de sintonizar afectivamente, de compartir
estados emocionales con otro. Esta capacidad constituye la base de la empatía
y se diferencia de ella en que no necesita de los elementos cognitivos de esta
última. El medio más poderoso de la madre para regular la interacción con su
hijo y así contribuir con los procesos de autoregulación de este último es,
precisamente, la posibilidad del "misattunement" (no-sintonía), mediante lo
cual moldea el sentido de sí mismo del bebé. La comunión afectiva es lo que
constituye el trasfondo de la relación temprana, trasfondo que ha sido recogido
en términos analíticos como "confianza básica" (Erikson 1959), "trasfondo de
seguridad" (Sandler 1960), "experiencia básica de sí mismo y de objeto de sí
mismo" (Kohut 1977), etc. En la relación madre-hijo, la comunión afectiva
tiene un papel primario, en la relación analítica en cambio, si bien tal comunión
constituye el necesario trasfondo de ella, lo básico es la comunicación de
estados internos. En toda comunicación se trata de intercambio de
información, con la meta de cambiar las opiniones o las conductas del otro.
Entonces, del mismo modo como las repeticiones entre madre e hijo pequeño
conforman la matriz del trasfondo, las repeticiones entre analista y analizando
originan expectativas en relación a esta matriz. Sin embargo, existe una
diferencia crucial en ambas situaciones. En la niñez temprana, la madre
cambia constantemente la matriz para promover el desarrollo, relaja los
controles y las reglas para posibilitar una mayor independencia del infante. En
contraste con ello, el analista no trata de cambiar la matriz básica de la
situación analítica –el encuadre– para alcanzar las metas; más bien, lo que
trata es de investigar los efectos de las repeticiones y de las expectativas del
paciente para explorar sus significados (Lichtenberg 1987).

Muy resumidamente, la diferencia crítica entre el "bebé clínico" y el "bebé


observado" que ha sido puesta de manifiesto por la investigación empírica de
la relación temprana madre-hijo, exige enterrar tres mitos clínicos:
eladultomórfico –según el cual el lactante es como soy yo–, el teoricomórfico –
según el cual el lactante es como mi teoría lo construye– y el patomórfico –
según el cual el lactante siente y piensa como mi paciente psicótico– (Sander
1980, Peterfreund 1980).

DE LA CLÍNICA A LA INSTITUCIÓN PSICOANALÍTICA

En lo anterior, he intentado mostrar que el método psicoanalítico no es un


círculo cerrado. La autarquía del método psicoanalítico clínico no es más que
una ilusión. Los tres eslabones del método, el hermenéutico, el terapéutico y el
teórico, se nutren de hecho de otras fuentes, además de la ideal
retroalimentación circular descrita por Freud. En mi opinión, los psicoanalistas
hemos construido una práctica profesional e institucional en torno a la
idealización del método psicoanalítico, lo cual ha reproducido un tipo de
actividad con fuertes rasgos endogámicos. La aplicación de un método
idealizado ha conducido a una práctica profesional que tiende a un tenaz
aislamiento –piénsese en el alto valor asignado al "full time practising
psychoanalyst"–, y a instituciones que parecen rehuir el contacto con la
comunidad, la cultura etc. Adelantándome a algún tipo de objeción, es obvio
que el método psicoanalítico requiere de un cierto aislamiento regido por la
regla de la abstinencia; el problema está, precisamente, en la idealización de
un aislamiento necesario, que llega así a transformarse en autarquía y
solipsismo.

De este modo, el psicoanálisis ha perdido el contacto con las disciplinas


vecinas, la psicología y las neurociencias (Bucci 1997). Como consecuencia de
ello, carecemos de las articulaciones teóricas y metodológicas necesarias para
establecer nexos con los potentes desarrollos recientes de la psiquiatría
biológica. Por otro lado, es cierto que observamos un renovado interés en el
psicoanálisis por parte de los cientistas sociales y estudiosos de la literatura.
Sin embargo, paradójicamente, los psicoanalistas clínicos tenemos poco que
ver con esos desarrollos hermenéuticos, pues ellos se desenvuelven en las
universidades, lugares de creación de conocimiento y de cultura que, siguiendo
los pasos de Freud, la mayor parte de los psicoanalistas han abandonado. Las
instituciones psicoanalíticas, en general, han gozado de una "splendid
isolation" en el cultivo de un método clínico al cual, siendo un instrumento
fascinante y del más alto valor, no se le puede exigir que dé cuenta de todos
los aspectos teóricos y prácticos involucrados en el psicoanálisis. El método no
se sustenta solo, ni existe en el vacío, es aplicado por sujetos anteriores a él
(Berenstein 1994), por personas que hemos creado y mantenido instituciones
que, a su vez sostienen nuestra identidad de psicoanalistas. Una identidad
psicoanalítica más abierta y comunicada con el mundo nos ayudaría a
reconectar la clínica psicoanalítica con su entorno natural, la psicología y la
psiquiatría, la investigación empírica en proceso y resultados, las ciencias
sociales y literarias, etc.

En lo que a la clínica se refiere, pienso que es importante que los


psicoanalistas recuperemos el campo de las psicoterapias. Si bien casi el 100%
de los psicoanalistas declara practicar diversas formas de psicoterapia, el
cultivo y desarrollo de ésta ha sido oficialmente abandonado por la IPA, lo que
le da a su práctica un tinte de clandestinidad. Por psicoterapia entiendo las
formas modificadas de terapias analíticas para pacientes severamente
perturbados, como también las formas breves y focales, además de terapias
colectivas (grupo, pareja, familia). El método psicoanalítico también se nutre
de estas formas de terapia (Holmes 1998).

En segundo lugar, los psicoanalistas debemos acercarnos a la psiquiatría. En


los últimos años, hemos observado en el instituto de nuestra asociación
psicoanalítica que a los candidatos psiquiatras les cuesta cada vez más
aceptar, por razones científicas y éticas, que ciertos análisis sean conducidos
sin una coterapia medicamentosa. La psicofarmacología ha hecho avances
importantes y es insensato, e imposible, seguir ignorándolos.

Debemos pensar seriamente en la manera de insertarnos en las universidades


y, eventualmente, en compartir la formación psicoanalítica, aun cuando no la
práctica clínica, con estudiosos de otras disciplinas, como ciencias sociales,
filosofía o neurociencias. La investigación clínica no basta, es necesario
desarrollar la investigación básica en psicoanalisis y la investigación en proceso
y resultado, única posibilidad, no sólo de establecer puentes de diálogo con
tantas disciplinas vecinas y con los agentes que determinan las políticas de
salud, sino también para validar hipótesis clínicas y, eventualmente, para abrir
un nuevo e inédito campo de generación de hipótesis que hagan avanzar al
psicoanálisis como ciencia.

Todo esto pasa por reformas en la educación psicoanalítica, que apunten a la


construcción de una identidad psicoanalítica más amplia y flexible, basada más
en la valoración positiva del método psicoanalítico que en la defensa, a veces
casi paranoide, de su "especificidad". Pienso que es necesario introducir la
formación en distintas formas de psicoterapia psicoanalítica y empezar a
familiarizar a nuestros candidatos con la metodología y los conocimientos de la
investigación moderna en relación temprana madre-hijo y en proceso y
resultados de psicoanálisis y psicoterapia. Para esto necesitamos campos
clínicos que permitan entrenamientos más cerca de los pacientes reales, de la
manera como se puede hacer en ambientes hospitalarios y universitarios, con
el uso de metodologías educativas modernas, espejos de visión unidireccional,
grabaciones de audio y video, etc. El trípode de la educación psicoanalítica
seguirá siendo el mismo, análisis personal, formación teórica y supervisiones,
pero con estas modificaciones y agregados cobrará una nueva frescura que
impedirá el aislamiento no deseable.

No se me escapa que tales reformas implican también cambios en la


orientación y en la gestión política de nuestras instituciones psicoanalíticas.
Estos cambios ya están en curso desde hace algún tiempo, al principio
silenciosamente y, ahora último, de manera más abierta. Tengo grandes
esperanzas de que ellos conducirán a un renacimiento del psicoanálisis como el
método clínico más potente de autoconocimiento y cambio psicológico que
haya visto el siglo XX. 
 

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* Versión más elaborada de la presentación a la mesa redonda: "La Clínica a
Finales de Siglo". Congreso de FEPAL, Cartagena de Indias, agosto 1998. 
** Asociación Psicoanalítica Chilena. 
 

Notas del autor

1.Póngase atención a la siguiente carta, que Freud envió en 1934 a Saúl


Rosenzweig: 
Estimado Señor: He examinado con interés sus estudios experimentales para
la verificación de proposiciones psicoanalíticas. Sin embargo, aún cuando no
dañan, a tales confirmaciones no puedo atribuirles demasiado valor porque la
abundancia de observaciones confiables en las que estas proposiciones
descansan las hacen independientes de verificación experimental. 
Cordialmente suyo, Sigmund Freud. (la cursiva es mía)

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2.Carácter del psicoanálisis como ciencia empírica. ... El psicoanálisis se


adhiere más bien a los hechos de su campo de trabajo, busca solucionar los
problemas inmediatos de la observación, continúa tanteando en la experiencia,
siempre inacabado, siempre dispuesto a rectificar o modificar sus doctrinas.
Tolera tan bien como la física o la química que sus conceptos superiores sean
poco claros y sus supuestos provisorios, y espera del trabajo futuro una
definición más precisa de ellos (Freud 1923a GW, p.229; la traducción es mía).

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3.En alemán, el término Junktim es usado en el contexto jurídico para referirse


a aquellas leyes cuyos contenidos están de tal manera relacionados entre sí,
que la aprobación de una obliga necesariamente a la aprobación de las
otras. Junktim viene del verbo latino iungo que significa unir, juntar,
enganchar, ligar, cerrar, dar cohesión. En castellano, el término "yunta" –de
bueyes por ejemplo–, traduce la idea: ambos bueyes deben tirar
concertadamente la carreta, si no, ésta no avanza.
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4.Grünbaum (1984) describió así la "tesis de la condición necesaria": (1) Una


interpretación precisa es necesaria para poveer al paciente con insight sobre
las bases inconscientes de su neurosis y (2) tal insight es necesario para
producir el cambio sintomático.

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5.Si Freud hubiera seguido sus propias indicaciones, el Hombre de los Lobos,
por ejemplo, no habría entrado jamás en tratamiento psicoanalítico.

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6.A la luz de estos hallazgos se debería matizar la metáfora de Freud del


"cobre de la sugestión" y "el oro puro del psicoanálisis", agregando que el oro
puro sólo existe en los museos. La verdad es que todos los objetos de oro
efectivamente usados contienen diversas proporciones de cobre, pues esta
aleación ha demostrado ser más dura y resistente al uso y al paso del tiempo.
El problema técnico radica, precisamente, en los procedimientos para producir
la mejor aleación, es decir, aquella que destaca de mejor manera las
cualidades deseables de ambos metales.

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7.En lenguaje técnico epidemiológico se trata de un sesgo o error sistemático


de muestreo, que consiste en usar una muestra de prevalencia como si fuera
una de incidencia.

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8.En su carrera profesional Freud también observó el cambio desde los


tratamientos breves a los prolongados: "En los primeros años de mi actividad
psicoanalítica me era dificilísimo mover a los enfermos a proseguir el
tratamiento. En cambio, hoy es mucho más difícil obligarles a darlo por
terminado" (Freud. 1913c, BN p.1665).

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