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- LA CONTEMPLACIÓN
DE SAN FRANCISCO
En esta segunda unidad intentaremos conocer lo que hay de más personal y
original en la contemplación de Francisco de Asís. Y procuraremos hacerlo a fin
de ser sus discípulos sin pretender ser sus imitadores. No tendría sentido caer
en el mismo error del Hermano Juan el Simple (Cfr. 2Cel. 190).
2.1.1. Mientras que todos los otros místicos de occidente dependen siempre de
sus antecesores, en San Francisco no hay ningún vestigio del monaquismo, ni
siquiera del Seudo Dionisio o de San Bernardo. Podría haber alguna pequeña
influencia de Joaquín de Fiore, porque era muy comentado en su época, pero
sería en todo caso una influencia indirecta. La base de San Francisco, para
Underhill, es solamente la Biblia, y más directamente el Nuevo Testamento.
Ese puede ser uno de los motivos que indujeron a muchos estudiosos del
misticismo y de la vida contemplativa a dejar prácticamente de lado al Santo de
Asís. No lo podían ubicar en sus habituales estudios sistemáticos a lo largo la
tradición.
2.1.5. Con él, “el misticismo sale al aire libre”. Sólo con posterioridad los
místicos del occidente comenzaron a observar las flores y la naturaleza. Es
contemplativo original de los ambientes abiertos, alegres, en medio del pueblo.
Posiblemente San Francisco nos pueda parecer menos original si, en vez de
compararlo con los otros grandes místicos, hiciéramos la comparación con el
aspecto contemplativo del pueblo simple de todos tiempos.
2.1.8. “Para hablar del Amor Divino usa la manera de cantar de los
trovadores”. Este dato es revelador del nivel de encarnación en su época: es
como sé hoy surgiese un gran místico en el reino de la música popular. Pero
para mí también nos muestra a un San Francisco que sabe usar el lenguaje del
mito, especialmente fuerte en las canciones trovadorescas de la Edad media.
Nos prueba que, siendo un ESFP, fue capaz de establecer acuerdos con su
función Inferior, la Intuición, y vivir de ese modo el lenguaje de los símbolos a
partir de su interioridad.
Creo que todos estos puntos están unidos entre sí. Ejercen una interacción
bastante fuerte y profunda. Dependen mucho los unos de los otros, creando un
“conjuntos o complejo propio de la mística franciscana.
San Francisco insiste mucho en una manera de ver las cosas “según el
Espíritu” que es opuesta a la manera de ver “según la carne”. En la única
ocasión en que emplea en sus “Escritos” la palabra contemplar, emerge esta
oposición. Hablando de la Eucaristía y de como los apóstoles veían a Jesús
dice: “ellos con los ojos de su cuerpo veían apenas la carne de Jesús, pero,
contemplándolo con los ojos del Espíritu, creían que el era el propio Dios...”
(Adm. 1a.)
Guiado por el Espíritu, Francisco consiguió ver la diferencia existente entre los
“mayores” y los “menores” de su tiempo, y optar por los últimos. Logró ver algo
nuevo en los leprosos. Pudo experimentar alegría al estar con ellos y con los
despreciados. En las más diversas culturas y ambientes, podemos descubrir
que los que se vacían conducidos por el espíritu, son los que consiguen tener
una visión diferente, amplia, global, contemplativa, de todas las personas y de
todas las cosas.
Podemos estar guiados por los más diversos espíritus -de hecho ya nos han
guiado a considerar a los demás hombres como “hermanos”. La Revolución
Francesa, declaradamente anti-Dios, tenía a la Fraternidad como uno de sus
grandes principios. Nosotros mismos podemos formar fraternidades con espíritu
de sobrevivencia, de apoyo mutuo, de amistad, de camaradería, de pastoral, e
inclusive por espíritu de confort y solaz, por espíritu de irresponsabilidad y aún
por espíritu de negocios. Masones y mafiosos también se tratan como
hermanos.
Ya dije que el mundo “real” y el mundo del espíritu son dos esferas que se tocan
en un diminuto punto común. Por este punto, podemos entrar en el mundo del
espíritu. En latín ese tipo de pasaje por donde entraba el aire en un ambiente
cerrado, se llamaba “spiraculum”. San Francisco parece haber encontrado esa
apertura, penetrando en el mundo de la contemplación y descubriendo una
dimensión totalmente distinta de las cosas y de las personas, la dimensión del
espíritu.
Con Francisco aprendimos que el mundo del Espíritu es mucho más consistente
que este mundo “concreto”, “real”, con el cual lidiamos todos los días. Espíritu
no se opone a real, a concreto, ni a humano. Nuestros impulsos, influencias,
son realidades. La familia, la raza y la cultura, viven dentro de nosotros, más
realmente que lo que está fuera. Aunque toda la humanidad fuese destruida, sé
nosotros seguimos vivos, ella seguirá existiendo dentro de nosotros. La figura
materna, por ejemplo, en nuestro interior es algo con más vida que misma mujer
que nos engendró, aún con posterioridad a la muerte de la persona “real”.
Tenemos que aprender a descubrir Cómo cultivar el Espíritu interior para tener
una conciencia creciente de su realidad concreta. A través de nuestra historia
personal, de nuestros sueños, de nuestros ideales, de nuestra Sombra, de
nuestra imagen personal... el Espíritu es el camino para el encuentro con el Yo
mismo de cada uno de nosotros, para el encuentro con la profundidad unificante
de Dios.
Estamos ante la tarea trascendental del discernimiento: Saber distinguir los
espíritu buenos de los espíritu malos. En la selva de nuestros impulsos, deseos,
aspiraciones, ideales, sueños, discernir qué, es lo que nos une y que es lo que
nos separa. Todo lo que separa es diabólico (“diábolos" quiere decir
separador). Todo lo que nos une es simbólico, pertenece al Espíritu de Dios
quien dijo por boca de Jesús: “Padre, que todos sean uno, como también
nosotros somos uno..
¿Será un soplo mal dado? ¿O un soplo para el mal? Quien es el que puede
soplar para el mal? ¿Un “espíritu de las tinieblas”? ¿Satanás es alguien que
tiene poder para interferir en la acción del Espíritu Santo? Recordemos que
“satanás quiere decir “aquel que interfiere en el camino”, y que en el episodio
de Balaán, el propio Dios dice que él mismo fue, “satanás para el profeta gentil
(Num. 33,22). Tendremos que pensar que el Espíritu de Dios pueda soplar
“equivocadamente” a fin de poder ayudarnos?
De todos modos, sean cuales fueren las respuestas que nos demos al problema
del mal en nuestra vida, es muy importante saber incluir la presencia del mal
dentro de nuestra plenitud, aunque hayamos realizado una radical opción por el
bien, el Altísimo Bien.
Es bueno tener conciencia de que hay muchos soplos de Dios. en nuestra vida
concreta de cada día. Hay muchos “modos de soplar”, de acuerdo a las
diferentes circunstancias, según sean diferentes las épocas, los países, las
familias, los grupos religiosos, las situaciones personales de cada uno en el
tiempo y en el espacio. Por eso es tan importante conocer tanto nuestro
temperamento, nuestro tipo, como las líneas de acción de la iglesia, y de
nuestro grupos concretos. Tenemos que vivir contemplando con discernimiento
y amor todas esas voces del Espíritu que vive dentro de nosotros y en el medio
en que nos movemos.
Parece que el diálogo franciscano siempre fue, espontáneo e ingenuo. sin una
voluntad consciente de llegar a alguna meta. Pero siempre fue, continuo y
eficiente. Los hermanos siempre se reunieron no sólo para alabar a Dios, sino
también para andar por el mundo y para trabajar. Siempre fueron grandes
conversadores y siempre confiaron mucho los unos en los otros. San Francisco
dio el ejemplo, contando frecuentemente sus sueños, que el entendía como
“revelación del Espíritu Santo”, o participando sus inspiraciones e intuiciones,
que veía como dones especiales: “El Señor me dio”, “El Señor me condujo”...
Un don fundamental del ser humano es la capacidad de dialogar. Pero en
general, sabemos muy poco de esa cualidad que nos abre al infinito, y la
empleamos deficientemente. Tenemos que intentar aprender algo más, para ser
más humanos, para realizarnos en plenitud.
Muchos piensan que un diálogo son “dos que conversan”, por oposición al
monólogo, que acontece cuando una persona habla sola. No, no se trata
apenas de conversación entre dos o más personas. Diá-logo no tiene nada que
ver con dos. Se trata de un avanzar comparando opuestos. El sentido está más
en el debate que en los interlocutores. Vamos a considerar, pues, cinco
aspectos fundamentales del diálogo para comenzar nuestra profundización:
Fuimos creados para dialogar. Una vez que nos llamó a la vida, Dios comenzó a
dialogar con nosotros, con cada uno de nosotros. Por eso ya venimos a la
existencia con una energía inmensa e inmortal, que nos empuja a una búsqueda
infinita. Venimos llenos de interrogantes, que se van manifestando a medida que
vamos creciendo,.en caso de que hayamos ido creciendo.
Esa energía personal y profunda, que Jung denomina libido (en sentido bien
diferente de Freud, y abriendo mucho el sentido hacia lo que entendemos por
“Eros” y “Pathos”) se realiza sobre todo cuando es más ampliamente liberada
para todo y cualquier tipo de diálogo. Porque es fuerza que nos lleva a una
auto-trascendencia, a sobrepasar una visión estrecha de nuestro propio yo. Por
el diálogo liberamos no solamente es una energía irradiante, sino también
plenificadora.
Justamente por eso, una de nuestras preocupaciones tiene que ser la de liberar
todo los bloqueos que puedan estar obstaculizando nuestra fuerza propulsora.
Fuimos entrenados para acomodarnos, para estar quietos y portarnos bien.
Ahora tenemos que reaprender un tipo de comportamiento que no haga crecer y
desarrollarnos.
Etimológicamente, la palabra diálogo viene del griego: Por una parte tenemos
“lego”, que quiere decir juntar (de donde provienen muchas palabras, desde
leer, lógica, y todo lo que termina en -logia y -legio). Por otra la partícula “diá”,
que da un sentido de atravesar, caminar, como en la palabra diagonal, por
ejemplo. La dialéctica es el arte de dialogar y nadie la confunde con una
conversación entre dos.
Y aparece aquí otro de nuestros recursos inagotables, que tendremos que usar
mejor: la creatividad, la capacidad de hacer algo nuevo y muy personal donde
milenios de historia y billones de personas ya hicieron sus tentativas y sus
conquistas. Si prestamos un poco de atención, veremos que todos los días
alguien inventó algo nuevo donde parecía que ya lo habían hecho todo.
Nuestra Orden siempre tuvo una historia bastante confusa, porque casé
siempre fue, fiel a sus orígenes y estimuló la creatividad de los hermanos. En la
actualidad estamos abriendo caminos nuevos en culturas muy diferentes y,
prácticamente en todo el mundo, estamos redescubriendo la vida con los pobres
de la nueva sociedad de este fin de siglo. ¿Estamos asistiendo al nacimiento de
qué, otros desafíos? ¿Cuáles son los que podemos vislumbrar para nuestros
hermanos más jóvenes?
Pero el gran desafío del diálogo, un desafío inagotable, será el mismo opuesto
que lo hizo nacer: Dios, es decir el infinito.
Algo parecido puede ser hecho con la lengua de la interioridad. Usamos los
símbolos para expresar realidades mucho mayores, que no caben en la
expresión lógica. Jesús usó parábolas -un lenguaje simbólico para hablar del
Reino de Dios, que está dentro de nosotros. Dijo, por ejemplo, que el Reino de
Dios es semejante a la levadura que una mujer coloca en la masa del pan. El
Reino de Dios no es levadura, es como la levadura, es semejante, pero es
mucho más. El símbolo de la levadura va ayudando a conocer el Reino. La
interioridad tiene su lenguaje totalmente propio, que se expresa comúnmente,
por ejemplo, a través de los sueños, que habitualmente no entendemos. Pero
podemos aprender a comprender.
Tanto los Escritos de San Francisco como sus biografías muestran que fue, un
hombre de riquísimo lenguaje simbólico. Supo recoger con maravilla y
oportunidad símbolos como la Tau y la Cruz, supo leer con ternura símbolos
como la Flor de Jesé, y el de Jesús comparado con un gusano. Supo crear
símbolos inmortales como el pesebre y usó un lenguaje del mundo maravilloso,
mientras que tanto las virtudes como los seres animados o inanimados se
transformaban en hermanos.
Las mismas realidades que, para algunas personas, no pasan de fríos signos
matemáticos, de comprensión inmediata y exacta, para otras personas pueden
ser la puerta viva del misterio. Los verdaderos símbolos son vivos,
desbordantemente vivos: por su intermedio, lo consciente y lo inconsciente, lo
humano y lo divino, lo “concreto” y los misterios se comunican. Como nacen, los
símbolos pueden morir. Y pueden también revivir.