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PALABRAS PREVIAS

Empiezo a escribir luego de un paseo por el Amazonas y mi


ambición es terminar mi trabajo casi sin correcciones, hacerlo de un
solo golpe, de manera tan natural como si estuviera contando mi
vida a un amigo o recordando yo mismo diversos momentos.
La verdad es que hace mucho tiempo que juego con la idea de
escribir algo; creo desde que - a los ocho años de edad - leí "Sinahue
el egipcio". En aquel momento hallé que sería maravilloso ser, no
Milka Valtari el escritor, sino el médico egipcio y narrar mi vida.
No pretendo haber tenido una existencia fascinante; al fin y al cabo
no paso de ser un individuo corriente en un país mediano y sin
mayor interés para el mundo excepto por el hecho de estar
soportando una casi abierta tiranía en momentos que el gran amo
mundial - los EEUU por supuesto - nos trata de convencer de que la
solución ideal para el mundo es la mezcla de capitalismo y
democracia y que no tolerará lo contrario. Quizás una curiosidad
interesante la constituya que he vivido, estudiado o trabajado y sin
duda alguna triunfado en mis actividades, o en mi microcosmos
como diría mi hijo Arturo, en la Rusia comunista, en EE.UU de
Norteamérica y en Alemania, experiencia no muy común ni siquiera
para ciudadanos del denominado "primer mundo".
Un primer problema era el título de la obra, primero pensé en
"Tiempo de Cuervos" pero si bien era sugestivo y provocante, por
otra parte los cuervos en este caso no tenían mayor culpa de lo que
les, o nos, sucede, simplemente son cuervos. Después pensé en "El
fin de los valores y los últimos hombres" mas encontré que si bien es
cierto que casi no se practican los valores, lo real es que casi nunca
se han practicado y existen sólo como ideales, utopía etérea más
cercana de la vida animal que de la nuestra (y si alguien no está de
acuerdo o duda de esto es simplemente por que no conoce lo
suficiente del comportamiento animal, del humano o de ambos y le
recomiendo leer a Freud, Jung, Adler, Fabre, y una serie de
estudiosos y enterarse que cualquier animal es más noble y leal que
nosotros y que aún algo tan sublimado por los autores como el amor
maternal, es sobrepasado, por ejemplo, por una clase de arañas en
que la madre lleva sus huevos en la espalda y a la que ninguna
amenaza hace correr pues eso significaría la muerte casi segura de
sus hijos, comparemos esto con los cientos de miles de abortos al
año, con los niños abandonados, vendidos o prostituidos por sus
madres, etc.), que era demasiado arrogante pensar que somos los
últimos hombres y quiero creer, con gran dosis de fe, que siempre
habrá algunos; además y antes que todo lo anterior creo que toda
paráfrasis es mala.
Persiste aún pues, el problema del nombre que, en algún momento,
como todo problema, tendrá solución.
También debí superar la traba mental que para mí constituía la
oposición cerrada de mi hermano quien piensa (muy acertadamente
además) que es vergonzoso desnudarse en público, sobre todo si uno
piensa hacerlo en forma sincera como es el caso y mi propia censura
ya que este escrito puede ser interpretado como un ataque a mi
institución a la que quiero y respeto y que tampoco es el caso ya que
esta novela contribuirá a aclarar algunos pensamientos de mis
colegas y servirá para que los futuros miembros de esta entidad
gloriosa ingresen conscientes totalmente de lo que hacen.
Finalmente, si estas leyendo este libro es porque mi editor ha hecho
milagros ya que no hay nada más cruel, abominable y poco aceptado
que la realidad y esta obra la narra crudamente (o trata de hacerlo) y
por lo tanto será rechazada por el partido gobernante (al fin y al cabo
toca aspectos negativos del sistema, algunos conocidos pero que
serán confirmados y otros desconocidos revelados); por la oposición
(o al menos parte de ella) ya que verán a varios de los defensores de
los derechos humanos y la democracia en su verdadera dimensión,
uno un vulgar ladronzuelo, otros dedicando su vida a simplemente
buscar cómo llegar al poder; por las derechas que me encontrarán
muchos puntos de contacto con el comunismo (o por lo menos con
el socialismo), por las izquierdas que me hallaran pequeño burgués,
por las feministas que hallarán machistas mis ideas, etc.
Se objetará también que todo lo veo en blanco o negro, es decir sin
punto medio. No creo sea así, lo que sucede es que no tendría
sentido tratar de cosas anodinas y sí de aquello que afectó positiva o
negativamente al instituto o a sus miembros. Tampoco, excepto
casos extremos, estoy calificando a las personas, no soy quién para
hacerlo, pero sí puedo narrar hechos y actitudes que marcaron mi
vida y - lo repetiré hasta el cansancio - la marcha del instituto,
durante estos treinta años. Por la parte negativa, ni siquiera se trata
de mostrar errores (el que esté libre de ellos que tire la primera
piedra), sino de actitudes y hechos realmente propios de
delincuentes que incluso en algunos casos crearon escuela de
miseria moral en el instituto. No quisiera que hubiese sido así, no sé
que hubiese dado por un ambiente más franco y limpio pero, las
cosas son como son no como quisiéramos que fuesen o como
deberían ser. En lo positivo, sólo narro lo verdaderamente
destacable, aquello que me permite decir que valió la pena ser
militar.
Me hubiese agradado escuchar la opinión de mi padre pero para mi
pesar ya no está con nosotros y espero tu comprensión querido lector
cuando lo cite, sin ser famoso, ya que, como estoy seguro luego
hallarás, fue sabio.
A la pregunta de por qué escribo esto, no tengo una respuesta clara
ni siquiera para mi mismo, tal vez sea una especie de catarsis, quizás
un intento de justificar o justificarme el no haber llegado, de repente
un grito de protesta ante lo que está pasando en mi institución y en el
país; pudiese ser mi acto de rebeldía final ante lo que siempre, con
variantes y en diferente grado, ocurrió, ocurre y continuará siendo en
mi profesión, por su particular estructura y por la miseria moral y
apetitos (dinero y poder principalmente) del ser humano, creo que
también es el deseo de reivindicar a gente de primera que por
diversos motivos fue defenestrada y poner en su merecido sitio a
algunos Tartufos de la institución o y más probablemente una
mezcla de todo.
En lo más íntimo de mí, también espero que las ideas y experiencias,
útiles para mejorar -ó al menos para que no sigan dañando más- al
instituto, que se puedan hallar aquí, sean explotadas por alguien,
algún día.
Un agradecimiento profundo a todos los que me dieron ejemplo de
decencia y dignidad y que ustedes irán viendo aparecer en el relato,
también a los que me brindaron su amistad y en algunos casos su
admiración (como nos gusta eso a todos nosotros, miserables monos
desnudos) desinteresada, a los centros de formación que me
enseñaron tantas cosas (no siempre las que creían o deseaban), a mis
compañeros (los buenos, no a todos) en los diversos cursos, a mi
familia inmediata sin cuyo apoyo y amor no sería posible mi vida y
a todos aquellos camaradas de armas que, no sólo dejaron su sangre
en conflictos internos y externos (cosa para la cual estamos
formados, entrenados y debemos aceptar) sino que debieron sufrir
cuando menos el mal humor y en muchas oportunidades
humillaciones de una serie de anormales (lo que no debería ser en
ningún caso ya que nadie tiene porque cargar los traumas de otros).
Mis disculpas a muchos que quizás debieron aparecer en mis
páginas pero he tratado de presentar lo más importante y no hacer un
anecdotario sino presentar algunas de ellas y luego, mayormente,
cosas que constituyeron parte de la historia del país, del instituto y
mía.
En un trabajo sobre Homero leí una cita de Píndaro "llegarás a ser lo que eres".
Creo que ni siquiera se trata de lo "correcto" o lo "incorrecto", simplemente se
hace lo que se siente (o al menos yo lo trato de hacer así). Ya tuve hijos, a lo largo
de mi carrera planté e hice plantar muchos árboles; llegó el momento de escribir el
libro.
Trataré de hablarte no con "mi" verdad sino con "la" verdad pese a
que mi padre sostuvo siempre, con razón, que ésta no existe. En
cualquier caso te prometo ser lo más objetivo posible.

Recuerda que, a fin de cuentas, es sólo una novela. Claro que no hay
nada más terrible que la conciencia. Finalmente como habrás
observado al adquirir el libro, quedamos en que el tiempo aquel fue
de los cuervos y ya verás el por qué.
CAPITULO I
Cuatro años encerrado.- Curación increíble (el desengaño).-
Huamán.- La Zona del Canal.- El Consejo de Honor.

Era gordo, tenía quince años y cursaba el último año de educación secundaria cuando
decidí ser militar. A lo anterior hay que agregar que aparte de nadar largas distancias a no
mucha velocidad (lo que después descubrí formaba músculos sólo para nadar largas
distancias a baja velocidad), el único deporte que practicaba con relativo éxito era el
ajedrez, que era hábil en matemáticas y que mi madre quería de sus tres hijos un médico,
un abogado y un ingeniero. Dado que mi hermano ya era abogado (aunque no ejerciese
ni nunca ejerció y estoy seguro tampoco nunca ejercerá) y mi hermana estaba en el
tercero de los nueve años de su carrera médica, quedábamos hermanados la ingeniería y
yo. Es más, estaba por todos aceptado que en enero ingresaría a la Universidad Nacional
de Ingeniería, una de las más reputadas del país junto con la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos, la más antigua de América y a la que pertenecían mis dos hermanos, uno
ya como profesor.
No me atraían ni la violencia ni los alamares de los uniformes. Había quedado prendado
de la vida militar de manera sutil, un poco como el hidalgo de la Mancha con la caballería,
a través de múltiples lecturas de las cuales particularmente la defensa del Alcázar de
Toledo y el magnifico coronel Moscardó, los samurais y los soldados alemanes de la
segunda guerra mundial, llenos de honor y lealtad, posteriormente calumniados,
torturados y muchas veces asesinados por los vencedores.
Cuando comuniqué lo que pensaba a mi padre, su respuesta fue clara "ni cura ni militar,
serás siempre un esclavo; pero es tu decisión"; mi madre se consoló y me dijo "no es tan
malo después de todo, peor sería que te volvieses drogadicto, homosexual o alcohólico";
sólo mis hermanos me apoyaron, eran jóvenes como yo. Ahora creo que mis padres no
estaban del todo errados.
El siete de marzo del sesentiocho crucé las puertas de la Escuela Militar en compañía de
otros doscientos cuarentinueve afortunados con los que compartía la satisfacción de
formar la promoción que después recibió el nombre de Tricentenario de la Independencia
Nacional. No sé lo que pensaban los otros, yo era el hombre más feliz del mundo por
haber logrado mi objetivo.
Con el tiempo descubrí que una gran parte postuló a la Escuela
Militar simplemente porque sus padres no tenían dinero para
mantenerlos y mucho menos para pagar sus estudios (en esa época el
ingreso y la manutención en la Escuela eran totalmente gratuitos),
otra parte ingresó por el prestigio y el "jale" con las chicas que tenía
el uniforme (dígase lo que se diga la parte primitiva de la mujer
clama por ser subyugada por el “macho” y psicológicamente el
uniforme es fuerza), otros obligados a fin de "regenerarlos"
salvándolos de las drogas y/o el licor y las malas compañías,
quedando algunos (siempre hay excepciones) con vocación.
Entre los que no habían tenido éxito en el ingreso (algo interesante
que le debo a Alemania es el haber clarificado en mí este concepto,
en nuestros subdesarrollados países deseamos "buena suerte" a quien
va a dar una prueba y decimos "¡qué mala suerte!" a quien
desaprueba un examen cuando en realidad la suerte no tiene nada
que ver ahí - claro, existe la "suerte" de que nos pregunten
exactamente lo que sabemos o la "mala suerte" del caso contrario -
si no la calidad de nuestra preparación que nos permite, o no, el
éxito) había una clase especial, los diez o doce que quedaban
inmediatamente después de la lista de ingresados, a quienes la
Escuela enviaba una nota indicando que no perdiesen las esperanzas
y se mantuviesen alertas ante la eventualidad de que algún nuevo
cadete renunciase por sentir muy dura la vida militar o que el nuevo
cadete no satisficiese las expectativas de la Escuela por lo que sería
separado. Recibían el nombre de "cuervos" ya que estaban atentos a
la caída de alguien para sacarle los ojos. Hubo tres o cuatro cuervos
en nuestra promoción de los cuales tres ocupan los lugares más
destacados en la jerarquía militar, un par de ellos a pesar de, o
quizás gracias a, realmente serlo, lo que demuestra que el sistema de
ingreso no era el más adecuado, o una inmensa superación personal
o que, como lo mencioné en mis palabras previas, estamos en un
"tiempo de cuervos".
Ningún cadete ha sentido más los rigores del primer año de la vida
militar. Me dolían todos los músculos, incluso muchos que no tenía
la menor idea que existían. Tienen que pensar que si bien el ejercicio
físico era severo pero soportable para todos, en mi caso sufría las
consecuencias de dieciséis años vividos sólo con entrenamiento
mental y con un abandono total del desarrollo físico. Ni siquiera la
noche me traía un alivio total ya que innumerables veces me
desperté con calambres en brazos, piernas o abdomen.
Hijo menor y casi puedo decir sobrino menor de mi generación,
engreído por mis padres, hermanos, tíos, profesores (mis únicos
problemas siempre fueron con los de Educación Física),
acostumbrado a comer lo que quería en las cantidades que deseaba,
el hambre, la sed, el frío, el calor y el cansancio fueron compañeros
intermitentes durante mi primer año de cadete.
También en ese año decidí no seguir siendo gordo ya que encontré
que eso era incompatible con la profesión militar y extendí mi
tormento a sábados y domingos que, utilizados por los demás
cadetes para el descanso, constituían para mi una oportunidad más
de ir completando mi formación física.
Mención aparte para Pelayo, compañero de cuarto sin el cual creo no
hubiese sobrevivido al primer año ya que a mi incapacidad física se
sumaba mi desconocimiento total de cosas tan simples como barrer,
coser, lavar, planchar, tender camas, etc. y que ignoraba eran de
importancia fundamental para la vida en la Escuela. Éste, de una
excelente familia, me enseñó muchas cosas aparte de ayudarme e
infundirme moral. A lo largo de mi historia aparecerán parientes
suyos que, invariablemente, me ayudaron también o, por lo menos,
trataron de hacerlo.
Es tradición en la Escuela que a manera de castigo o como diversión
para los superiores la promoción de primer año corra en grupo y
luego de la carrera existen varias modalidades: la mitad más lenta
vuelve a correr y así sucesivamente hasta que queda un pequeño
grupo o simplemente se toman los diez, nueve, seis o tres últimos y
este último grupo es beneficiado con una serie más o menos larga -
de acuerdo al tiempo disponible y/o al humor del superior a cargo -
de ejercicios físicos.
Los tres primeros meses la pregunta sobre los tres últimos se reducía
a quienes eran los otros dos, los tres meses siguientes pasé a integrar
la lista de los seis últimos, el resto del año estuve en los diez más
lentos. Pese a esa desventaja terrible (la nota de esfuerzo físico
constituía el treinta por ciento de la evaluación final) terminé primer
año en el primer puesto de mi sección (eran siete secciones) y uno
de los primeros en el cómputo general. Fue un resultado inesperado,
lo único que yo había tratado todo el tiempo era de que no me
expulsen de la Escuela, mi rendimiento había sido muy inferior al
que tuve en Primaria o Secundaria y además en la Promoción había
no menos de una docena de números uno de los diversos colegios de
Lima y otra docena de primeros puestos de colegios de provincias.
Quisiera presentar aquí al famoso Huamán, era un "cholo" como yo
y la mayoría de nosotros ya que si bien hay muchos con complejo de
"blancos", una abrumadora mayoría de peruanos somos mestizos de
las más diversas mezclas: indio con blanco, blanco con negro, negro
con indio, chino con indio y así ad infinitum, normalmente todos
fruto de más de dos razas. Era un tipo inteligente, ambicioso, que
siempre estaba preocupado por su ubicación en el Cuadro de
Méritos. Como ya lo dije, en lo inmediato yo estaba preocupado por
sobrevivir y a largo plazo por ser un buen militar. Es lugar común
decir que uno ingresa al ejercito para ser General; no es que las uvas
estén verdes, reconozco que mucho me hubiese gustado serlo, pero
no pensé en ello sino treinta años después de haber ingresado a la
milicia y además sólo como una situación de derecho por méritos
propios y sobre todo por lo realizado en pro del instituto; ahora estoy
seguro que gran número de mis compañeros si era consciente de ese
deseo desde el inicio, entre ellos Huamán.
Había ingresado unos cuantos puestos delante de él, era lo que en
nuestro argot militar se llama "más antiguo". Al pasar a segundo
año, él había mejorado un montón, pero yo también, por lo que
seguía siendo más antiguo. Ambos tenemos ojos verdes por lo que
alguna vez me dijo "mira estos, no son como nosotros" a lo que (en
tono de broma) contesté (por supuesto que totalmente en broma) "sí
pero yo no me apellido Huamán" (apellido totalmente indígena).
Nunca imagine el trauma que estas cosas le causarían ni como me lo
cobraría muchos años después.
En la promoción había dos venezolanos y cinco panameños, que
luego de terminar su formación irían a servir a sus respectivos
ejércitos. Los venezolanos, uno bien blanco y el otro bien negro,
eran disciplinados, trabajadores, hábiles intelectualmente y uno de
ellos, el negro, además, un verdadero artista de la guitarra y el canto.
Se suicidó en tercer año, después de un accidente en moto, al parecer
por haber quedado dañado por el golpe y perdido la capacidad
necesaria para poder estudiar y estar en el nivel que consideraba
adecuado. Los panameños eran buenos, particularmente uno de
ellos, Hernández Canto, pero un poco indisciplinados la mayoría.
Mención aparte merecen nuestros instructores, tuvimos la suerte
inmensa de tener un capitán y seis excelentes tenientes de
formadores. Como ya lo dije eran siete secciones y nunca supe si la
tercera sección era tan terrible que anuló a su teniente o si éste era
simplemente mediocre (quizás por eso llegó a general).
Al terminar el año académico se produjo una situación sui generis,
los desaprobados en algunos cursos se quedaban a estudiar dos
semanas para luego dar los respectivos exámenes de cargo, los
aprobados con notas mediocres quedaban libres y aquellos con notas
consideradas altas quedaban a enseñar a los desaprobados; en
nuestros ratos libres plantábamos árboles alrededor de toda la
Escuela. Bendita mediocridad a la que lamentablemente nunca pude
adherirme.
Aparte de mi problema con el esfuerzo físico, tenía un terrible
desconcierto con mi sistema de valores. Venía de una familia donde
la palabra, la lealtad, la decencia y, en general, esa gama de virtudes
de los hogares de clase media bien constituidos estaba en toda
vigencia, a lo que se sumaba la idealización que había hecho de la
institución a la que pertenecía y todo esto chocaba con la realidad
que me rodeaba. No es que la situación fuera catastrófica, creía y
sigo creyendo que la moral y los valores en nuestros institutos
armados son más estrictos y respetados que en la vida civil pero
distan mucho de ser lo que se pretende o lo que deberían ser; por
ejemplo uno de mis problemas era explicar a mi Jefe de Mesa
(comíamos en mesas de a diez, mezclados cadetes de los cuatro
años, el más antiguo de los cuales, siempre de cuarto año, era el jefe)
por qué aceptaba de buen grado que me dejasen sin comer para
formarme y enseñarme a controlar mi hambre pero no que lo
hiciesen simplemente para satisfacer la gula de los cadetes de cuarto
año y que estos consumiesen mi ración cuando la comida era
particularmente agradable - muy excepcionalmente por cierto -.
Iniciaba mi segundo año con grandes expectativas: ocupando un
buen lugar en la Promoción, con un estado físico bastante decente,
con amigos en todos los años y, si no con el cariño general, por lo
menos respetado por propios y extraños. Tuvo lugar un evento que
marcaría toda mi vida futura, la elección de especialidad. Mi duda
estaba entre infantería e ingeniería; la primera porque, no necesito
explicarlo, es la reina de las batallas, el ejército en sí. La segunda
constituía la élite intelectual de la institución, a lo que se sumaba el
deseo materno, opté por ella en lo que, siempre he hallado, fue una
buena elección.
Decidí irme una semana de vacaciones a Chepén con mi amigo el
cadete de tercer año Luis Barba con quien solíamos tocar guitarra a
dúo en nuestros ratos libres. El idílico pueblo norteño me acogió
muy bien (bueno, era un feudo familiar, al llegar a la plaza me
sorprendí de los letreros: Hotel Barba, Farmacia Barba, Tienda de
abarrotes Barba y a mi lado el sonriente Lucho Barba) pero también
fue testigo del inicio de un terrible problema ya que ahí se
desencadenó la enfermedad que me tuvo en el hospital ciento diez
días, casi causa mi baja del ejercito, motivó la perdida de todas mis
prendas (las robaron mientras no estaba y lo que no robaron fue
internado al almacén de prendas inservibles dado que se presumía
que no volvería a la Escuela) y por último la desesperación de mi
situación y mi descuido hicieron que por primera vez en mi vida se
me picara un diente (de hecho en ese tiempo se me picaron todos los
dientes).
Se presentaron los síntomas de lo que se halló era una colitis
ulcerativa, enfermedad no muy conocida en el país, en la lista de
motivos ineludibles de baja, inhabilitante para todo servicio militar,
incurable y que más tarde o mas temprano (en mi caso en forma casi
inmediata) me conduciría a una operación por la cual debería andar
con una bolsa exterior de excrementos a la altura de la cintura. Me
salvó sólo mi negativa a someterme a la misma y entré en una
cadena sin solución, no podían darme de alta del hospital y de baja
del ejército mientras no estuviese curado, mi enfermedad era
incurable y me condenaba a estar siempre dependiente de un
fármaco, Azulphidine (además de la operación) y como me negaba a
operarme detenía toda la cadena. En una muestra suprema de
camaradería y espíritu de cuerpo el Mayor Jefe del Batallón de
Cadetes, un tal Monsón Yepez, me visitaba casi diariamente en las
noches para preguntarme qué esperaba para largarme y dejar de
ocasionarle gastos a la Escuela, decirme que era un pobre enfermo,
etc.. No puedo negar que me alegré sobremanera cuando, años
después, estando él ya de comandante, lo encontraron en una
situación impropia con una secretaria en un vehículo y le dieron de
baja.
Mi padre recibió la noticia, triste por la parte de la operación y
contento por que ya me veía estudiando para una profesión civil; mi
madre sí quedó golpeada, tanto por cómo quedaría como por el
hecho de tener que dejar la Escuela ya que ella piensa que uno debe
terminar lo que empieza. Mis hermanos movieron cielo y tierra
tratando de salvarme (no es nada grato ser expulsado de un instituto
por enfermo con el agravante de quedar casi inválido y condenado a
apestar permanentemente y todo esto a los diecisiete años), cada
sábado luego de la visita médica me raptaban del hospital e íbamos a
ver a algún gastroenterólogo de fama, facilitado esto por ser mi
hermana una futura colega. La respuesta era siempre la misma: "es
claro, es una colitis ulcerativa, el tratamiento también es definido y
único, cuchillo y Azulphidine".
Un sábado mi hermana Mireya llegó radiante, había pensado bien y
tenía la solución. No sé por qué, también sentí que era así. Fuimos a
la avenida La Colmena, donde el doctor César Castañeda, era un
radiólogo pero más que eso un sabio, profesor en San Marcos
confinado a una silla de ruedas. A lo largo de muchas horas me
explicó (evidentemente luego de conversar y preguntas sin fin) que
yo mismo causaba mis lesiones, (la colitis ulcerativa es una
enfermedad por la cual se cristaliza y quiebra la parte terminal del
intestino por lo cual sangra hasta que el individuo se debilita y
muere o es operado y luego para evitar la nueva cristalización de la
parte ahora terminal se emplea el Azulphidine), debido a la
contradicción entre lo que debía ser y lo que era o en otras palabras
el no aceptar la Escuela tal cual era y sin embargo no querer dejarla.
Con toda la cortesía posible y sin hacerme sentir mal me hizo una
figura clarísima: “mira hijo, es como si te hubieras enamorado de
una prostituta que disfruta con su profesión” y acto seguido: “tu vas
a seguir en el ejército y vas a pelear por tus ideales pero de aquí a
treinta años te darás cuenta que sigue tal cual está ahora”. Luego
aprendí a entrar en mí y con la mente solucionar mi problema tal
como podría hacerlo un operario con un equipo de soldadura en un
tubo picado.
El lunes estaba curado. Vino entonces el problema del regreso a la
Escuela, con pequeñas incongruencias adicionales tales como que si
había tenido una enfermedad incurable no podía estar curado o que
mis prendas que debían estar ya no estaban, etc. Como sea se
solucionó todo excepto que yo había pensado mejorar aun más, ya
sin el handicap de la gordura y el mal estado físico y por el contrario
me fui al fondo por tener un trimestre completo en blanco con notas
cero en asistencia, bajísimas en carácter militar (comprensible,
quedó la sospecha de que era un enfermo disfrazado de sano) y
treinta (todas las notas con base cien) en todas las materias.
Me ofrecieron la posibilidad de integrarme a la siguiente promoción
y así pasar a ser el más antiguo de ese año pero no lo acepté.
En tercero pude hacer realidad el deseo de ser paracaidista (en
aquella época no era nada fácil serlo) y pude terminar mis cuatro
años en el puesto catorce lo que si bien no considero una hazaña, por
todos los problemas expuestos sí pienso que muestra el esfuerzo
realizado.
Director de la Escuela de Paracaidistas era el coronel Hoyos, luego
jefe del ejército y uno de los poquísimos de los que, en mis treinta
años de carrera, he sentido orgullo de decir "mi comandante
general". En nuestro primer salto murió un compañero, en un
inexplicable accidente (la escuela era y es una de las mejores de
América, como acaba de demostrarlo personal formado en ella al
lanzar en plena selva, con toda precisión, en una operación
clandestina, armas y munición para aprovisionar a la guerrilla
colombiana), cualquier otro hubiese parado el curso; él no, se equipó
con nosotros en el acto y seguimos saltando juntos hasta acabar los
cinco saltos necesarios para graduarnos. Nadie desertó.
Tercer año vio también mi empeño por mejorar la situación moral y
disciplinaria de la Escuela. Sin conocer la existencia del tercio
estudiantil de las universidades o de conceptos semejantes en
Escuelas Militares en el extranjero, imaginé un sistema por el cual
los mismos cadetes nos auto controlaríamos, no con el control
existente en el que los cadetes de año inferior quedaban sujetos a la
disciplina impuesta por los de año superior que, salvo honrosas
excepciones, era una mezcla de obediencia ciega a las normas y
estar sometido a los traumas, resentimientos, caprichos y estupidez
de estos.
Ignoraba que ya había habido algo en esa dirección y cuando toqué
el tema con Juan Manuel (como Capitán fue mi Jefe de Año en
Segundo, ascendió a Mayor y quedó en la Escuela a cargo de la
parte cultural, llegó a General de Brigada y es uno más de los tipos
que pudieron hacer algo pero no los dejaron) éste de inmediato me
dio el nombre: "lo que quieres es recrear el Consejo de Honor".
Bueno yo quería hacer algo más fuerte, con mayores atribuciones
que lo que había existido. Para mí el problema estaba - y continúa
estando - en que es muy fácil engañar al superior, el pelo bien corto,
los zapatos y el uniforme impecables, de vez en cuando un par de
gritos a algún subalterno que pasa (aún cuando sea sin motivo ya
que eso muestra la preocupación de uno por la disciplina) diciéndole
que vaya más rápido o más despacio, menos encorvado, etc. y si a
eso se agrega una carpeta más o menos llena de papeles en la mano,
ya tenemos al cadete - y luego al oficial - de éxito, al margen de lo
que realmente fuese. El compañero y el subalterno en cambio no se
engañan con estas actitudes, saben perfectamente quién es flojo y no
cumple con sus deberes, quién es un miserable y roba cosas de otro
o del Estado y quién es responsable y cumplidor. Con mi sistema no
es que se desencadenaría una revolución ni que los subalternos y los
compañeros intervendrían en la calificación (aún cuando sería
recomendable) sino que se crearía un cuerpo reducido de cadetes de
todos los años que se reunirían periódicamente a analizar la
situación moral y disciplinaria de la Escuela, darían
recomendaciones y tendrían voz, aunque no voto, cuando la Escuela
debiese tratar asuntos de baja o felicitación de cadetes.
Fuimos Juan Manuel, Melitón Granda (el Teniente Coronel
Subdirector) y el que esto escribe, con todo lo que habíamos
preparado y el alarido del energúmeno del director se escuchó hasta
Lima. Si hubiese sido un poquito más preparado hubiese dicho
"cogobierno, qué han pensado" o algo por el estilo pero su mente
encontró las únicas palabras que le parecieron aplicables al caso
"¡revolución! ¡subversión! ¡fuera, fuera!". Así abortó mi primer
intento de una real mejora de la situación en la Escuela .
También ese año llegó a la escuela como instructor de mi año, Pepe
Villanueva, artillero, segundo de su promoción y número uno de su
arma, oficial hábil, cumplidor, un poco colérico, que gangueaba
cuando se encolerizaba por lo que fue apodado “La Cuala” ya que
no pronunciaba bien la palabra cuadra (dormitorio de las tropas y en
este caso de los cadetes), pero que destacaba más por bueno que por
otra cosa; lo veremos después, ya bastante cambiado, para mal, en
un lugar preponderante.
Hago un alto en mi historia ya que Ausberto me ha invitado a
almorzar. Es el alcalde de Iberia, con quien hemos hecho una buena
amistad en los seis meses que estoy en Iquitos. Pero el que piense en
un banquete lujoso se equivoca, fue una excelente comida, chupe de
camaroncitos chinos y lomo saltado, preparada por su esposa, en
una casa muy modesta en Iquitos. Me agrada estar con ellos por su
espíritu de sacrificio y trabajo en pro de su comunidad, sin asesores,
camionetas último modelo ni otras comodidades. Está incómodo
porque pre electoralmente le prometieron agua potable y ahora en la
etapa post le niegan los quinientos mil soles (su municipio pondría
el otro medio millón para completar el millón que cuesta el
proyecto). Si el gobierno no gastase tanto en propaganda y en
ataques a la oposición (es increíble la cantidad de diarios chichas
que paga), sobraría el dinero.
Al terminar tercer año, después del Curso de Paracaidismo, toda la
Promoción viajó a Panamá, a la Zona del Canal, a seguir el Curso de
Seguridad Interior o algo así . La instrucción fue buena pero mucho
mejor que la instrucción (nuestra Escuela era un buen centro de
formación militar así que no era muy nuevo lo que veíamos) fue
conocer otro país, escuchar nuevas ideas, apreciar de cerca que los
panameños odiaban a los norteamericanos (realmente éstos no eran
malos lo que sucede es que hasta el regalo lo daban y lo dan mal;
creo que lo mejor que podría hacer el gobierno yanqui si realmente
desease mejorar su imagen sería reeditar "El americano feo" - que en
realidad es una guía para no ser tan feo - en cantidades navegables,
darlo como obsequio a todo turista u hombre de negocios que
abandona el país y hacerlo lectura obligatoria para los miembros del
Servicio Exterior), sentirme orgulloso de lo bien preparados
físicamente que habíamos salido de la Escuela de Paracaidismo, de
todo lo que habíamos aprendido en la Escuela Militar y por otra
parte ver el "problema" del ejército norteamericano, que iba ligado a
lo que es la sociedad americana una "sociedad de la comodidad al
máximo". Realmente nunca imaginé (como creo que nadie lo hizo)
que los vietnamitas los derrotaran de manera tan desastrosa pero lo
que si vi fueron soldados en ejercicios en campaña, que se suponían
en situaciones similares a las de guerra, que no funcionaban si no
tenían una serie de comodidades y gollerías de las que no
gozábamos ni siquiera en tiempo de paz en la tranquilidad de nuestra
querida escuela.
En la Escuela de las Américas en Panamá confluíamos cadetes y
oficiales de casi toda América Latina. No creo que merezca la
satanización de que fue objeto en una época; no nos trataron de lavar
el cerebro y nos dieron un poco de mundo, devolviéndonos de este
modo algo del dinero que durante décadas nos vienen quitando y eso
ya fue positivo. La instrucción, repito, fue muy profesional y la
mejor que pudieron ofrecernos.
Cuarto año me brindó la oportunidad de conocer y tratar muy de
cerca a Wilfredo Mori (mi padre usaba una frase, no se si original o
copiada, pero ahí va "voy por el mundo coleccionando colores,
olores, sabores, pero sobre todo personas"). Era lo que nosotros
llamábamos un "señor oficial" ( lo que automáticamente implica que
no todos lo eran y peor aún , que los señores eran una excepción o
por lo menos escasos) y llegó como nuevo Jefe de Batallón de
Cadetes a relevar no recuerdo si al miserable de Artemio ( que en
esa época no era o no se dejaba notar como miserable - ni como
nada dicho sea de paso - y era sólo anodino) o a algún otro. Mori
siempre nos comandó con el ejemplo, era Espada de Honor de su
Promoción, ranger, pero sobre todo un caballero, ya que como
veremos después, hay rangers (son pocos pero son como los golpes
de la vida en César Vallejo) que se graduaron tan pero tan
fraudulentamente pero igual son rangers y Espadas de Honor que no
merecían ni siquiera un cuchillo de cocina.
A veces pienso que los dioses odian, sino al Perú por lo menos sí a
su Ejército. El primer oficial realmente de primera clase que conocí
fue mi Jefe de Batallón cuando estuve en primer año, Félix Vilela;
también era ranger, estaba en toda línea de carrera y se suponía que
llegase a comandar el ejército; cuando ya era Coronel alguien tuvo
una idea que considero muy buena, lo envió a la Oficina de
Economía como Subjefe a fin de que aprendiera como se administra
el Instituto (el Jefe también era un General que se creía llegaría - y
realmente llegó - al Comando) pero sorprendió malos manejos de su
jefe, pelearon, se hizo pública la cosa y cuando todo el mundo
esperaba la salida del culpable, éste fue perdonado y cuando luego,
(pese a lo que había hecho y que era de dominio público en el
interior del instituto) accedió al Comando, botó a Vilela de la
manera más ruin posible (y lo sé de primera mano porque estuve ahí
como verán más adelante). El Ejército perdió la oportunidad de dar
un salto adelante bajo el Comando de un señor. El Capitán
Campoverde fue otra personalidad positiva que beneficiaba a la
escuela con su presencia. En lo personal no olvidaré un día que
estaba de guardia y como llegaba una visita me enviaron a ayudarlo
a arreglar el auditorio; llegué al local y él estaba encaramado como
un mono en el tinglado del escenario, a cinco o seis metros de altura
que en aquella época me parecieron como sesenta, me ordenó "suba
cadete para que me dé una mano", como me demorase agregó: "¿qué
busca?", por supuesto que yo estaba tratando de ubicar una escalera
o algo parecido y se lo dije; se río pero no ofensivamente y en dos
segundos bajó por uno de los tubos lisos por los cuales también
había subido. Me enseñó a hacerlo y como notase mi miedo me
indicó que él también lo tenía pero que el secreto era disimularlo
hasta para uno mismo. Para variar era ranger y marcó nuestro primer
año; no sé si lo tentó el dinero que le ofrecían afuera o qué pasó,
pero nos abandonó.
Mori estaba destinado a ser Jefe del Ejército pero en el contexto de
la lucha antisubversiva uno de sus subalternos cometió excesos y él
salió al frente ( como debía ser) y asumió responsabilidades propias
y ajenas. Su Jefe, General de División, (Mori era Brigada), se limitó
a decir "si él dice que asume la responsabilidad que la asuma, total
para que le quitamos el gusto" y, claro, hay responsables e
irresponsables. Ahora uno (el General de División) es respetado por
la sociedad civil, sus declaraciones citadas en la prensa y el otro
(Mori) con mucho más seso y dignidad es ignorado, estuvo en
algunas funciones en el gobierno actual pero me imagino que tenía
demasiado decoro para continuar. Debió ser Wilfredo y no
Hermoza; Hermoza no fue malo pero era como uno, Wilfredo
hubiese sido como diez, pero como dije, creo que los dioses nos
odian. Volveremos luego con este tema.
Con diferentes actores volvimos a intentar el caso del Consejo de
Honor, Juan Manuel y Melitón ya cambiados, ahora la cuestión
quedó con Mori y con Ismael, el Capitán Jefe de Moral y Disciplina.
Con el nuevo director la cosa dio un giro de ciento ochenta grados y
se creó e instaló el Consejo de Honor. También con este director salí
por segunda vez al extranjero y hago mención especial de él no por
cuestión personal sino por su visión justa y objetiva. Cuando estaban
seleccionando los cadetes que debían viajar a Venezuela, al
Sesquicentenario de la Batalla de Carabobo, se acercó a la
formación y preguntó al primer cadete que encontró, qué puesto
ocupaba en su promoción y éste le dijo algo así como cien o
doscientos, el oficial al mando al ser llamado y preguntado si no
había mejores cadetes para que viajen (debían ir veintiséis), le
contestó muy seguro de sí "no mi general, personalmente he
seleccionado los más altos y blancos de cada año". Bueno, viajamos
en orden de mérito por años.
Carabobo fue algo impresionante, me parece que hubo más de cien
delegaciones. Los uniformes de todo el mundo en un muestrario
multicolor, la diversidad de lenguas y modos de realizar los
movimientos militares, la hermandad militar universal en pleno.
También me permitió ver en vivo y en directo algo que después he
observado en revistas, un guardia inglés de la reina cayendo
desmayado por el calor, pero eso sí, sin perder la posición de firmes
ni soltar el arma.
Caracas muy bella, en esa época el "pulpo" era la mayor
contribución al descongestionamiento del sistema vial de la ciudad;
cuando volví de vacaciones cuatro o cinco años después ya había la
"araña" (o creo que al revés pero en cualquier caso un gran
desarrollo, favorecido por el boom petrolero). La atención de los
anfitriones fue maravillosa y en sí toda la ceremonia también lo fue.
Icé la bandera bolivariana pero no por la significación del Perú en
ese concierto de naciones sino por una serie de circunstancias;
llamaron al cadete más antiguo de cada país bolivariano, yo no era
el peruano más antiguo pero éste había cometido un par de errores al
comandar y el oficial al mando, Wilver, me designó (ya volveremos
a encontrar a Wilver en circunstancias no tan dignas ni tan
amigables). Estábamos pues un cadete de Bolivia, Colombia,
Ecuador, Venezuela, Perú y un Sargento de Panamá (este país no
tenía academia militar) cuando se acercó un oficial venezolano; al
ver la duda y desconcierto general mandé "atención" y me presenté
al oficial: "cadetes bolivarianos esperando órdenes" como sería
normal en casi todos nuestros reglamentos. Ante la situación, se me
ordenó que los condujese a la explanada e izase la bandera lo que
por supuesto cumplí, con todos los demás portando la enseña y yo
izándola.
El Consejo de Honor y el viaje a Venezuela en conjunción me
mostraron la dificultad y el cuidado que se debe tener al seleccionar
personal, cosa que muchos gobernantes no llegan a aprender nunca.
Los miembros del Consejo habían sido nombrados "a dedo", es decir
se había elegido (o mejor, yo había elegido) la gente considerada
idónea (al margen de amistades y antipatías) y luego en base a
características comunes había creado la norma para futuras
designaciones. Ya en las primeras reuniones se vio que de los diez
miembros (cuatro de cuarto y dos de cada uno de los otros tres
años) uno de los cadetes de tercero, Ulloa, que luego sería Espada de
Honor, creía que éramos una corporación reunida sólo para obtener
beneficios propios. La cosa llegó a ser tan grave (porque claro sus
propuestas de beneficios para nosotros mismos que eran rechazadas
sistemáticamente y por principio por mí sin embargo comenzaban a
ser aceptadas abiertamente por casi todos, ¿a quién no le agrada
recibir beneficios? si no, vean a nuestros padres de la patria ante
cada aumento que se dan) que me vi obligado a hablar con Ismael y
Mori pero la respuesta de ellos fue clara: "tu los elegiste y pusiste la
mano en el fuego por ellos". Cuando estuve de viaje Ulloa se las
ingenió de manera que pasó a votación si yo continuaba en el
Consejo ya que "entorpecía la labor que desarrollaban"; gané la
votación pero quedé con el sabor amargo de la traición y sin ganas
de averiguar quiénes lo habían secundado, ni siquiera se lo pregunté
a Pelayo que era el más cercano a mí en el Consejo; felizmente para
el Ejército, luego Ulloa desaprobó un examen de ascenso (un error al
marcar la tarjeta de respuestas ya que él era más capaz que eso) y ya
de Teniente Coronel la tropa se le sublevó por robarse el dinero para
su comida por lo que le dieron de baja. Un raro caso de justicia
¿divina?.
Hago un alto porque creo se presenta un ejemplo claro de selección
de personal y los problemas que ello genera. El partido gobiernista
obtuvo cincuentidós escaños de los ciento veinte del congreso (con
minúscula porque como verán no merece más), necesitaba nueve
más para tener mayoría; creo que en cualquier país con cierta moral
general era caso cerrado, la mayoría estaba en manos de la oposición
y punto. Pero no en estos tiempos en mi querido país. Once
parlamentarios de la oposición "lo han pensado mejor" y
simplemente, antes de la instalación del congreso se han pasado al
otro bando. Ahora bien, todo estaría, si no totalmente, dentro de
cierta ética si los tránsfugas hubiesen accedido a sus puestos con
votos propios pero, (como dicen los alemanes y como es evidente lo
importante es lo que va - ó viene - después del pero) para ser
congresista se requerían mas de setenta mil votos y en el mejor de
los casos, uno solo aislado además, han conseguido cuarenta mil
votos personales (la mayoría ni diez) lo que quiere decir que las
personas que votaron lo hicieron no por ellos, por su capacidad y/o
simpatía personal, sino por el partido, por una ideología o quizás
simplemente en un gesto de repudio al actual gobierno, lo que hace
patente su traición a los votantes. Lo peor no es esto; hace unos
momentos, al ser interrogada en un programa televisivo una
congresista del gobierno, a la pregunta "¿qué opina Ud. sobre el
calificativo de miserables y vendidos que reciben los congresistas de
la oposición tránsfugas de sus partidos?" - cualquiera hubiese
esperado palabras de apoyo o un intento de justificar lo hecho -
contestó muy suelta de huesos "bueno, no es nuestro problema, los
partidos debieron haber escogido mejor sus candidatos y no poner a
cualquiera en sus listas", en una tácita aceptación de la miseria moral
de los susodichos. Vemos pues cuan justo mi aserto sobre lo difícil
de elegir personal (para lo que sea, además).
Ese año hicimos un viaje de estudios a Arequipa, bellísima ciudad
pero para los fines de este relato importante porque, en el batallón de
ingenieros anfitrión, el segundo jefe era Pedro Villanueva, espada de
honor de quien se decía que sólo leía (y hacía gala de ello)
reglamentos, para salir a la calle pasaba revista personalmente a los
cadetes de uñas, pelo, zapatos, medias, calzoncillos y en fin todo lo
que pudiese ser revistado. Quería ser moral pero además de ser el
tipo más bruto e inseguro que he visto en mi vida estaba tan lleno de
miedos, odios, rencores y envidias que a lo largo de su vida militar
sólo trajo malestar a los que trabajamos con él y contribuyó más a la
corrupción general que si lo hubiese hecho adrede. Esto es tan
aceptado que a lo largo de su carrera recibió apelativos como
"miluno" (trabaja como mil y produce como uno), el "guachimán"
(enfermo por que no le roben nada), etc. Nuestras historias se
entrelazan muchas veces, casi siempre con resultados adversos para
mí y positivos para él. Nunca pude dejar de relacionarlo con aquella
historia cómica de aquel país en que la gente es inteligente, honrada
y trabajadora pero el país está muy mal; hecho el análisis
correspondiente se encuentra que cada habitante posee sólo dos de
las tres cualidades. No necesito decir más por ahora.
Terminé mi cuarto año de cadete pidiendo la mano de mi enamorada
(estaba con ella desde primero) pero son cosas familiares que
quisiera tocar sólo cuando sea estrictamente necesario y en lo
posible dejar al margen de esta historia que es más que mía la de
todos nosotros.
CAPITULO II
Hombre-rana.- Tumbes.- El robo de la plataforma.- Interludio
en la URSS.- Taxista incapaz: profesor universitario.

Ya era un Subteniente de Ingeniería (en algo había satisfecho a mi


madre) y de acuerdo a nuestro sistema de instrucción debía
quedarme con mis veintinueve compañeros en la Escuela de
Ingeniería a fin de, en un año, completar la formación netamente
técnica que nos pondría en iguales condiciones que cualquier
ingeniero egresado de una universidad, claro que sin el título lo que
evitaría deserciones tempranas al mercado de trabajo civil. Aquí
quiero aclarar que uno de los principales problemas que trae nuestra
profesión son las bajas remuneraciones. Lo que es peor, nadie puede
creer lo que ganamos y con esto se favorece la corrupción. No me
explico cómo pueden vivir los oficiales cuyas esposas son amas de
casa y no traen un sueldo adicional.
En aquella época todavía se podía vivir decorosamente con el salario
de oficial, a condición, claro está, de ser austero.
Nuestra situación era inmejorable, ya éramos oficiales, con grado y
sueldo y sin responsabilidades, excepto estudiar. El problema en sí
de la Escuela de Ingeniería radica en un par de cosas: no se puede
perder clases (el tiempo es apretado para la cantidad de
conocimientos que deben adquirirse) para participar en cien mil
ceremonias, (no creo que ningún héroe que se conmemore se sienta
mal porque hayan treinta asistentes menos); por otra parte, un treinta
por ciento de nosotros venía de hogares con problemas económicos
por lo que la familia aguardaba la graduación del hijo para que los
mantuviese o por lo menos ayudase y esto motivaba tales
estrecheces y problemas que era difícil que estudiasen; otro
porcentaje se había sentido tan presionado en la Escuela Militar que
salían con ganas de "vivir" y no de seguir estudiando.
Una cosa que se debe reconocer es que la formación técnica que se
recibía en nuestros centros de instrucción era buena, mejor aún, muy
buena, por ejemplo teníamos al ingeniero Kuroiwa enseñándonos
antisísmica, a Chang en cálculo de estructuras, a Lama en resistencia
de materiales, sin embargo esto no quiere decir que todo el que
"aprobaba" sabía lo que debía saber. El sistema era tal que se
consideraba un inepto al superior cuyo personal no salía bien en los
estudios por lo que cada quien buscaba la manera, si no de ayudarlos
directamente, por lo menos de evitar que desaprueben.
Me casé y ese hecho me ayudó a salir número uno del curso ya que
me desenvolvía en un ambiente familiar cómodo, sin problemas
económicos (nuestras dos familias tenían si no una buena posición
económica por lo menos sí holgada y vivíamos en la casa de mis
suegros), estudiaba fuerte y cuando no lo hacía me acostaba
temprano. Además mi mujer que estudiaba artes gráficas en la
universidad me ayudaba con los planos.
Simultáneamente al curso complementario algunos (la mayoría)
seguíamos el curso de hombre rana, en un horario de dos mañanas
en la semana y el día sábado completo, durante todo el año. Los que
no estaban en el curso eran empleados en esas horas, en labores
administrativas de apoyo, tales como archivar documentos, sacar
copias en mimeógrafo, etc..
Aparte del estudio, el esfuerzo físico constante y el servicio, pese a
oscilar nuestras edades entre veinte y veinticinco años, vivíamos en
un jolgorio, un mediodía entramos al comedor, sirvieron la sopa y
uno de los más apurados se abalanzó sobre la taza y empezó a
tomarla, llegó otro y le pregunta qué tal está la comida y ante la
respuesta de que está bien, tomó casi toda la taza de sopa de un solo
trago; su alarido se escuchó en toda la escuela:
- Desgraciado, ¿por qué no me dijiste que estaba hirviendo?
- ¿Querías que me queme solo? ¿en dónde está tu sentido de
camaradería?.
Ya graduado en ambos cursos fui cambiado a mi primera unidad. Mi
jefe de cuerpo (descansa en paz Abraham) era un oficial brillante,
con una sólida moral, pero que nos trataba a todos como un arriero a
su recua, bueno al comienzo a casi todos, ya que como había sido
nuestro profesor de cadetes y luego de oficiales me conocía
perfectamente, me dio una serie de tareas especiales y también un
trato preferencial.
El problema para mí comenzó cuando, luego de haber diseñado y
calculado el Cuartel de Bomberos de la ciudad, realizado la
pavimentación de un pueblo vecino y otras pequeñas cosas, me
ordenó construir el servicentro de nuestra instalación (y claro, sólo a
él se le pudo ocurrir que en vez de gastar un dineral - que además no
teníamos - en construir una rampa de lavado de vehículos, nos
robásemos una ya existente, de enormes tubos metálicos, de las
instalaciones de la International Petroleum Company, que estaban
abandonadas y custodiadas por un par de conserjes por estar la firma
en juicio con el Estado Peruano). Debía ejecutar el hurto cumpliendo
además con la indicación de no cortar los tubos que sostenían la
estructura sino que tenía que romper hasta el final el concreto en que
estaban embutidos. La operación se realizó desde el crepúsculo
(previamente a lo largo de semanas uno de mis hombres había
trabado amistad con los guardianes y ese día los había invitado a
celebrar su ficticio onomástico), cuando el alba se acercaba y con
ello el peligro de ser descubierto, vi que ya había excavado
suficiente (la norma indica que un poste vertical debe tener fuera un
setenticinco por ciento y es suficiente un veinticinco por ciento
enterrado para que se mantenga erguido en seguridad y ya habíamos
logrado desenterrar esa longitud) por lo que ordené cortar. Al llegar
al cuartel Abraham me recibió como un héroe hasta que vio los
bordes cortados y …. .
Su segundo era Rodrigo, muy inteligente, muy gente, muy moral y
que estaba retrasado en la carrera sólo por la mala suerte de haber
cogido en la selva (de capitán) una enfermedad que casi lo lleva a la
tumba y que lo inutilizó un buen tiempo. Bueno, Rodrigo intervino y
le dijo que no era dable que nos estuviésemos insultando como dos
placeras (el Jefe de Unidad y el Subteniente) a través de una pared
(me había refugiado en mi cuarto a fin de evitar la pelea física).
Un caso aparte lo constituía un individuo que se había graduado dos
años antes que yo, Jorge N, era el mejor de su sección de ingeniería
y el número dos del año. Era intelectualmente tan bueno como malo
en la parte moral y por la conjunción de esas características se había
convertido en la estrella del batallón; cuando llegó nuestro nuevo
jefe lo trató como uno más. El era el tesorero del batallón y fue
cambiado del puesto, fue tal su cólera (el puesto era descansado y
tenía algunas ventajas) que al oficial que lo relevó (de su promoción
y su paisano además) le explicó todo mal por lo que Abraham casi
lo mata (al nuevo, por inepto) y el puesto volvió donde Jorgito. Se
agregó a eso que no le consulté nada para ninguno de los trabajos
que me encomendaron (tampoco era necesario). Me odió y buscó
ponerme piedras en la carrera hasta que lo metieron preso por
traicionar a su comandante general, pero eso también lo veremos a
su tiempo debido.
Pese a que cumplía con todo lo ordenado de la mejor manera sabía
que estaba condenado, pero no sabía cuánto, por el terrible pleito
con el comandante, causado exclusivamente por no tolerar
pasivamente que me insulte de mala manera.
También me marcó esta primera asignación en lo personal y
familiar. Una de las maneras de ayudar a la economía (o debía mejor
decir supervivencia) del oficial y suboficial, lo constituyen las casas
de servicio, es decir viviendas de propiedad del ejército que son
alquiladas a bajo precio al personal en actividad, dentro de ciertas
normas y prioridades que, descubrí en ese temprano momento,
nunca se cumplen (aquí las excepciones eran la regla). Si bien era un
oficial muy joven en la carrera, estaba regularmente casado
(importaba mucho), tenía un hijo y había suficientes casas como
para que me corresponda una. No fue así, había "juntados" que
tenían casa (quizás con razón pero esa no era la norma), solteros que
también la tenían y por último el capitán a cargo me contestó
insolente cuando insistí mucho "consíguete alguien que hable por ti
y no friegues". Fue el primero de una serie ilimitada de problemas a
lo largo de treinta años por exigir cumplimiento a las normas y
negarme a ser el pobrecito (estoy seguro hubiese obtenido una casa
si iba bajito con la prédica de estar sin dinero, enfermo, etc.), y no
querer emplear a mi señora (en cualquiera de las dos formas,
hermosa, bien vestida, sonriente o toda gastada, mal vestida, quizás
hasta sucia inspirando piedad) o conseguir un "padrino" que pida el
favor (evidentemente al capitán no le interesaba servirme pero si le
hubiese gustado hacerlo con un comandante o coronel, mejor aún si
era general el solicitante). En ese momento y lugar decidí que
compraría o construiría una casa lo antes posible para no verme
sujeto a indignidades otra vez por ese motivo, al menos en la capital
donde el problema era mayor. Alquilé una pequeña casa en un buen
sitio (la ciudad era barata en ese entonces, mi mujer no era dada a
lujos, no ayudábamos a su familia ni a la mía y en general
llevábamos una vida austera) y vivíamos una vida relativamente
feliz y tranquila en lo familiar y no tan feliz y agitada en lo
profesional.
Lo de agitado era porque el general que comandaba la brigada era el
fundador de los rangers y el tipo más "duro" que ha tenido nuestro
ejército - no es que lo viera así por mi juventud e inexperiencia, era
y es reconocido por todos como tal- y se empeñaba en tener a su
mando una fuerza totalmente operativa, y la tenía. Montábamos a
caballo (todos, no sólo los de caballería), corríamos (todos
estabamos en condiciones de participar en una maratón y hacer un
papel decoroso), disparábamos con todo tipo de armas, nadábamos y
hacíamos todo lo que debía hacer un soldado bien preparado.
Cuando actualmente - se retiró ya hace más de veinte años - pasa
Gonzalo Briceño cerca de un grupo de oficiales, no falta uno que
mande atención y se acerque a presentarle sus saludos. Siempre
estuvo en su sitio y uno de los mayores honores que he recibido ha
sido, si no su amistad, por lo menos que me conozca y me mire con
simpatía y aprecio desde que fue mi jefe de brigada hace treinta
años. Nos seguimos saludando y hablamos cada vez que nos vemos.
El destino vino en mi ayuda, pero de una manera realmente
increíble. Se produjo una situación de casi guerra con nuestro
hermano del sur que movilizó sus tanques a la frontera. Eran tanques
viejos, de los años cincuenta pero (nuevamente el famoso pero), los
nuestros eran de los treinta y tantos y como estabamos viviendo un
gobierno considerado "comunista" o algo así (en verdad estaba por
ese camino aún cuando no del todo), ningún país occidental
aceptaba vendernos armas. La Unión Soviética nos sacó del apuro,
ofertándonos blindados en un hermoso paquete, con sus elementos
de apoyo de artillería e ingeniería, a precio de ganga.
El problema era la tripulación, algo se habló que los cubanos habían
ofrecido venir e incluso que habían estado en el país mientras
nosotros estudiábamos pero eso no lo sé a ciencia cierta. Debía
formarse a toda velocidad personal que en caso de conflicto pudiese
instruir rápidamente a las tripulaciones. Se cogió a todos los
primeros de los cursos de blindados y de otros cursos. En nuestro
caso, ingeniería, debió haber ido el primero de los cuatro años de
cadete (si se piensa realmente había hecho más esfuerzo que un
número uno de un año) pero éste tenía problemas disciplinarios en
aquel momento a lo que se agregaba las excelentes relaciones de
Wong, el número dos del curso que habíamos seguido como
subtenientes de ingeniería, con el “Padrino” Arbulú - después
veremos repetidas veces a este sujeto que, creo que lleno realmente
de buenas intenciones, dañó más a nuestra institución y
particularmente a nuestra arma, ingeniería, que sus más acérrimos
enemigos - por lo que se determinó que Wong debía viajar y, por un
cierto sentido de justicia, si viajaba el dos era porque también lo
hacía el uno.
Me avisaron que debía presentarme a la capital un lunes, el mensaje
lo enviaron el lunes anterior mas mi amigo el comandante recién me
lo entregó el viernes. Si tenemos en cuenta que vivía en una casa
alquilada que debía repintar y dejar en óptimas condiciones, que
tenía un hijo pequeño, ganaba poco, tenía que entregar el cargo lo
que incluía armamento, vehículos, herramientas, munición, etc., etc.,
y que debía preparar la mudanza, era una tarea imposible para tres
días. El buen capitán Briceño me recibió el puesto con estas
palabras: "Abraham quiere que te sancionen o que no viajes o ambas
cosas, ¿está todo completo?", le dije que sí y que en cualquier caso
me responsabilizaba, pero yo sabía que eran palabras huecas, o el no
firmaba el recibí conforme en cuyo caso no viajaba o firmaba y
dijésemos lo que dijésemos quedaba él como único responsable de
todo. Briceño está actualmente fugitivo por un problema de dólares
MUC (divisas que se compraban a bajo precio para fines
estrictamente especificados, en la época del gobierno de García, con
las que traficaron y se enriquecieron muchos) pero su familia vive
pobremente y él no tuvo nada que ver, conozco el caso porque lo
visité en prisión antes de su fuga y me contó detalles que
constituirían por sí solos un libro aparte.
Viajé a la capital y a la vez mis suegros viajaron a nuestra provincia,
Tumbes, para ayudar a su hija en la entrega de la casa y la mudanza.
Nos prepararon a la carrera en lo básico del idioma y en técnicas,
también básicas, de inteligencia (estábamos en la indecisión de si la
URSS era o no nuestra aliada) que probaron ser totalmente
innecesarias ya que cuando llegamos, los registros que hacían de
nuestras pertenencias eran a lo bruto, rompiendo sellos si fuese
necesario y sin cuidarse de que quedasen o no huellas de lo hecho.
Además no buscaban información clasificada, que tampoco
teníamos, sino cigarrillos americanos (no tomaban todos sino,
educadamente, sólo una parte) o las revistas Playboy que algunos
oficiales habían comprado durante el viaje (que sí desaparecieron en
su totalidad).
Alguien tuvo la brillante idea de que viajásemos uniformados.
Abordamos Lufthansa, llegamos a Frankfurt (la grande am Main)
para cambiar de avión (piensen que en esa época la URSS estaba
casi aislada, no había vuelos directos de Sudamérica e incluso estaba
prohibido viajar a dicho país) y encontramos que el avión que debía
llevarnos ya había partido, el próximo llegaría en dos días y nos
impedían abandonar la aeronave. .
Nadie comprendía nada, no hablábamos alemán, ellos no entendían
castellano y un teniente de nuestro grupo que había estudiado en un
colegio inglés debió haber sido muy mal alumno porque aseguraba
que el personal que nos atendía no hablaba inglés.
Estudié en un colegio estatal magnífico, Guadalupe, pero que como
todos los estatales desperdiciaba horas pretendiendo enseñar inglés;
mi santa madre me matriculó por ese motivo en el ICPNA cuando
tenía once años y a los trece lo hablaba decentemente ("cuando sean
mayores el que no hable inglés será un analfabeto" nos decía).
La causa del problema era la legislación aliada que prohibía grupos
uniformados de otro país que no fuera una de las potencias
ocupantes del suelo alemán e, increíblemente, se habían "atorado" en
esa pequeñez. Le sugerí al empleado que nos atendía que permitiese
que un par de nosotros en pantalón y camiseta fuésemos al almacén
y sacásemos de la maleta de cada quien la ropa necesaria. Así lo
hicimos y a las dos horas estábamos como monos dando vueltas por
Frankfurt en dos grupos, uno alrededor del teniente bilingüe y otro
conmigo.
Mentiría si dijese que disfrutamos mucho de la ciudad, queríamos
llegar a Rusia y estábamos tensos por la situación en nuestro país.
Aparte de la oferta sexual, que para nosotros era totalmente
novedosa en su forma y magnitud, el gran descubrimiento fue el
cambio de moneda.
Nos habían dicho claramente antes de salir, que en Rusia eran 1.10
dólares por rublo y al pasar por el Deutsche Bank leímos en la
puerta que el cambio estaba a cuatro rublos por un dólar, no lo
podíamos creer pero rendidos ante la evidencia muchos cambiamos
lo que después nos sirvió para nuestros ocho meses de estadía.
Habiendo hablado del dinero, hagámoslo del sexo. El teniente
bilingüe era de caballería así como el grupo que lo rodeaba. Salimos
un poco más tarde que ellos y avanzamos por una gran avenida
dedicada casi exclusivamente a locales de espectáculos
pornográficos. En algunos de ellos que se veían diferentes a los
demás preguntábamos qué había y el precio, puedo decir con
honestidad que sólo por preguntar. Al llegar a uno particularmente
exótico, a pedido de mis compañeros me acerqué y saludé con toda
urbanidad al portero, un hombre ya de edad y antes de que le
preguntase en inglés qué significaban los párrafos en alemán
pintados en la pared me dijo en castellano con acento español, "son
leyes y reglamentos de Alemania, les avisan que al ingresar,
voluntariamente pierden sus derechos y se someten voluntariamente
a lo que pueda pasarles, si tienen suerte les toca una rubia fabulosa y
si no, de repente un hombre; no les aconsejo entrar a menos que
quieran emociones realmente fuertes"; no habíamos terminado de
sorprendernos cuando agregó "ustedes deben ser compatriotas de los
malcriados que llegaron antes y a los cuales por engreídos no avisé
nada, no sé que les estará pasando adentro". A raíz de esto luego nos
reímos de y con ellos algunas semanas pero nunca nos contaron qué
les pasó.
Al llegar a Moscú, aparte del problema de conciencia y bolsillo de
declarar o no el dinero ruso que traíamos algunos (si lo
declarábamos simplemente lo decomisaban y punto, sino lo
hacíamos había dos posibilidades o lo encontraban e igual lo
decomisaban y además nos metían a la cárcel o no lo encontraban y
no pasaba nada; nadie declaró y no pasó nada); se nos presentó una
nueva y mayor dificultad, imaginábamos si no una gran bienvenida,
por lo menos que una pequeña delegación o aunque sea el agregado
militar peruano en la URSS nos recibiera pero, por el retraso, no nos
esperaba ni el perro; lo que es más, eran las once de la noche, hacía
un frío espantoso y al igual que en Frankfurt no querían dejarnos
entrar al país, en este caso mientras alguien no aclarase nuestra
situación así que henos aquí con el capitán Oblitas (el mismo con el
que habíamos sacado la ropa de las maletas en Alemania), helados
hasta los huesos en nuestra ropa de abrigo para el frío limeño de
catorce o quince grados, caminando las heladas calles de Moscú
(habían permitido que los dos tomásemos un taxi hasta la ciudad
para buscar algún funcionario de la embajada peruana que pudiese
ayudarnos). Primero encontramos la embajada, que estaba cerrada,
luego llegamos a la dirección del embajador pero ahora vivía ahí el
de México que tenía sólo una vaga idea de la nueva dirección del
peruano por lo que debimos regresar derrotados al aeropuerto pero
hablando obtuvimos nos alquilasen un ómnibus y nos llevasen a un
hotel. Al día siguiente se presentó el agregado militar con
autoridades rusas y nos condujeron a la Academia de Blindados.
Había leído mucho en pro y en contra del comunismo y pese a ser
militar de un país occidental (tradicionalmente enemigos de todo
tipo de comunismo o socialismo), iba dispuesto a ver todo de
manera neutral, si era bueno, pues lo era y punto.
La enseñanza técnica y táctica fue excelente; el material también lo
era y las ayudas de instrucción inmejorables. Este viaje me brindó
también la oportunidad de ser compañero de clase de muchos que
ayer nomás habían sido mis instructores. Era un buen grupo pero
destacaban nítidamente Carlos, el ingeniero más antiguo - ahora
desterrado a España - y Correa, el popular Gato Gordo (disculpa
pero es con todo cariño y respeto) que pagó su dignidad al negarse a
acatar órdenes de montesinos (llegó a general de división y
justamente cualquiera se hubiese quedado a disfrutar de puestos y
prebendas, pero él no es cualquiera). Un saludo afectuoso de tu
subalterno y amigo porque sé que me estás leyendo.
Me siento algo incómodo de hablar - o escribir - con tantos
superlativos pero he prometido decir la verdad, el pueblo ruso
magnífico: amigable, culto, educado, honesto y en fin todo lo bueno
que pueda pensarse. Aceptaban comunicarse con gran facilidad y se
esforzaban por aclararle a uno diversos aspectos. Los comunistas
convencidos decían su verdad y los que no lo eran callaban por
miedo cuando se conversaba sobre política pero hablaban con gran
alegría sobre otros aspectos.
Sobre este punto de política, teníamos clases dos horas semanales y
para mí, como creo para todos, la información recibida fue una
fuente constante de sorpresas. Si la memoria no me es ingrata eran
en ese momento doscientos treintidós millones de soviéticos de los
cuales menos de siete millones (para los amantes de porcentajes,
menos del cuatro %) de comunistas. Para afiliarse debían cumplir
una serie de requisitos, intelectuales, físicos y morales. Los que
llegué a conocer con cierta profundidad eran gente bien preparada y
que si no creían en su sistema al menos aparentaban
maravillosamente hacerlo. A veces nos abrumaban con sus datos
numéricos pero otras veces les salía el tiro por la culata como la vez
que nos dieron la producción de trigo del país, enorme pero que
cuando uno de nosotros se tomó el trabajo de calcular, en el tiempo
y entre la población, representaba unos gramos por persona al día.
Nuestra academia quedaba muy cerca de Moscú, vivíamos en ella y
salíamos de paseo sólo sábados, domingos y feriados; esos días
debíamos caminar cuatro kilómetros por el bosque hasta el pequeño
pueblo con su estación de tren, luego una hora de viaje admirando
el bello paisaje normalmente helado con sus conejos saltando de
matorral en matorral y estábamos en la gran ciudad. La actividad
cultural estaba a la orden del día, cine, teatro, circo y las librerías
que vendían libros a precios increíblemente bajos. El castellano,
pese a que debería ser un idioma exótico para ellos, estaba bastante
difundido gracias a la amistad con Cuba por lo que se podían
adquirir obras científicas y literarias en nuestro idioma.
Nadie nos impedía salir los otros días, simplemente era imposible
hacerlo por lo recargado del horario, además las normas indicaban
que la puerta de la academia se cerraba a las once y el que no llegaba
hasta esa hora podía, literalmente, morir de frío en el bosque pero no
le abrirían. Eso motivo otra anécdota, siempre con los camaradas de
caballería. El primer sábado que salimos, fuimos regresando solos o
en pequeños grupos y de manera natural nos agrupamos en la sala de
estar, de repente se acercaban las once y faltaban algunos, la
situación no era de lo más simpática, nos habían quitado los
pasaportes por lo cual no podíamos alojarnos en ningún hotel en
Moscú, el pueblo no tenía ningún tipo de hospedaje, no hablábamos
bien el idioma y no conocíamos a nadie. Pensamos que estaban en el
trayecto entre la entrada de la academia y el alojamiento, llegó uno
más y luego nos rendimos a la evidencia, no llegarían ya los cuatro
que faltaban, los caballeros. El domingo nos levantamos, algunos
salieron y la noche del domingo nos encontró escuchando las
aventuras de nuestros amigos con rusas bellas, de dinero y
complacientes. Creo que expreso el sentir general si digo que, aún
los más leales a nuestras mujeres, los envidiamos en ese momento,
¡qué habilidad pese a todas las desventajas!. Recién meses después
en una discusión entre dos de ellos se le escapó a uno la verdad:
- Vamos a ver a unas amigas – ofreció un oficial de caballería a un
colega.
- Es muy tarde ya para salir – contestó el invitado.
El primero comenzó a hacer chacota del segundo y éste exasperado
le contestó:
- Tú y tus malditas ideas, ¡ya no te acuerdas cuando tuvimos que
dormir los cuatro en el metro en construcción y casi nos
congelamos!
Esa había sido la "gran primera noche" de nuestros camaradas.
El Kremlin, un espectáculo aparte, con su cañón, su campana, las
características cúpulas de cebolla, San Basilio. En esa época del
comunismo imperante, se observaban en documentales, fotos y los
turistas y estudiantes como nosotros lo veíamos en vivo, la
muchedumbre que aguardaba para visitar al padrecito Lenin.
Hicimos la cola y como me gusta y tengo facilidad para conversar
con la gente, (según dicen mis hijos cualidad heredada de mi
madre), me pude enterar del truco; el amor al líder difunto se reducía
a turnos que debían cumplir todos los ciudadanos de Moscú, es
decir, el día correspondiente, la fábrica X pasaba lista de su personal
en el mausoleo e independientemente de sanciones, siempre es más
grato recibir la paga por no hacer nada en vez de trabajar.
También hicimos una visita a Leningrado; si Moscú es bella esta
ciudad lo es doblemente. Viajamos en el tren de trazo casi rectilíneo
que según dice la historia costó la vida a todos los ingenieros que
aconsejaron al zar hacerlo de acuerdo al terreno hasta que apareció
alguien que se limitó a cumplir la orden de construir en línea recta,
al margen del costo en tiempo, dinero y esfuerzo. No me cansé de
estar en la ciudad y admirar su belleza; visitamos El Ermitage tres
días seguidos y no terminamos de verlo ni siquiera en forma rápida.
Ahora, creo que debo dar algunas aclaraciones en honor de este país
que nos acogió con tanta amabilidad.
Que los soviéticos (o los rusos como quieran) son alcohólicos, creo
que sí pero hay varias cosas al respecto. Primera, que por el frío que
hace es prácticamente imposible estar al aire libre en las calles sin
algo de licor en el cuerpo. Segundo, son los borrachos más educados
del mundo; el tiempo que estuve en ese país tropecé con muchos
individuos en estado etílico pero ninguno creó problemas y preferían
caerse a un precipicio antes que causarle a uno la mínima molestia.
Tercero, no sé que harían muchos de los críticos en el tipo de
sociedad que existía en ese entonces ahí.
 Que son sucios, he caminado por muchas partes del mundo
incluyendo gran parte de Europa y no sé, simplemente por
compararlos con alguien, si son más sucios - o menos limpios -,
ellos, los franceses o los ingleses, que, además, no deben soportar el
clima ruso y los problemas de ahorrar al máximo por lo que se
empleaba muy limitadamente el agua caliente.
Pese a lo aséptico de mi visión, no pude menos de pensar que el
sistema era terrible, asfixiante, con todo controlado, racionado, y ni
siquiera con la tan cacareada igualdad ya que, al igual que en todo el
mundo, existía un grupo privilegiado que gozaba de todo el poder y
beneficios que puedan imaginarse; estaba seguro que no podría vivir
allí y de hacerlo pararía entrando y saliendo de sus campos de
trabajo. No soy amante de lujos, me parecía adecuado que, a fin de
poder tener todos algo, se limitasen a lo necesario y abandonasen lo
suntuoso pero lo que no me parecía bien era el régimen que
imperaba; era militar por elección, en la URSS todos estaban sujetos
a un sistema similar al que yo había elegido pero la diferencia era
que ellos no tenían otra opción.
Con todo, ahora no sé qué es mejor o más claramente, pienso que
era mejor lo anterior, en ese entonces todos tenían un techo, vestido,
educación, comida y los precios estaban controlados. No he vuelto a
ir a Rusia pero lo que he escuchado y leído de la situación actual
bajo un capitalismo desenfrenado es pavoroso, espero sinceramente
que Putin arregle las cosas.
Había un equipo de traductores para la instrucción; Eugenio nos
parecía no sólo el más hábil sino también el más amigo, volverá a
aparecer en esta historia.
Moscú, su zoológico, sus estaciones de metro, cada una de ellas una
obra de arte diferente, la nieve, las abuelas con sus pañuelos en la
cabeza vendiendo sus empanadas de carne en las calles, la gente
pescando en el río helado en sus horas libres. La estación de
Solnischnogorsk que llegamos a conocer tan bien, las grandes
láminas con los diversos sistemas de los tanques y del equipo de
ingeniería, la instrucción teórico práctica muy bien balanceada, los
profesores, cada uno una personalidad y un verdadero maestro en su
especialidad. No puedo decir que no te recuerdo con cariño, Moscú.
Nuestra situación era muy especial. Los turistas estaban realmente
prisioneros de un tour, la única manera que tenían de ingresar al país
era a través de un paquete vendido por Intourist, que implicaba
permanecer permanentemente ligado al grupo al cuidado de dos o
más guías y sin un solo momento libre. Los estudiantes
normalmente provenían de sistemas comunistas y pasaban de un
país a otro sin sentir el cambio de situación. A nosotros nos dejaron
sueltos porque pensaron, primero que ya éramos si no comunistas
por lo menos socialistas y segundo porque estaban seguros que lo
que veríamos sería mejor que lo que había en nuestro país. Algo de
eso había pero no en la magnitud que ellos pensaban. Es cierto, no
voy a pretender equiparar el Museo de Arte de Lima (ni ningún otro
museo del país) al Ermitage ni Arequipa a Leningrado pero el Perú
era mucho más que las chozas de los uros o el hacinamiento de los
alojamientos de obreros en las minas de Cerro de Pasco en un
pasado cercano que es la propaganda que ellos exhibían para que la
gente se apiadase de nosotros y nos ayudase a o0btener una
adecuada “socialización”. Cuando enseñaba las fotos de la casa de
mis padres en Barranco era muy difícil que aceptasen que una
persona que no era un oligarca ni explotador del pueblo viviese en
una morada con cinco dormitorios. La mayor parte estaba segura
que eran fotos de propaganda que el gobierno peruano nos había
dado, en un rezago de actitud pequeño burguesa antes de llegar al
ideal comunista.
En Moscú existían tiendas para extranjeros, miembros del servicio
diplomático o turistas, que vendían sólo en monedas fuertes, dólar,
yen, marco alemán. Ofrecían artesanía en madera entre la que
destacaban la mundialmente famosa muñeca que se abre por el
centro en dos mitades y tiene dentro de sí otra más pequeña y así
sucesivamente y los platos tallados, joyas de ámbar y piedras
preciosas, artículos de las más diversas pieles, mink, zorro, astrakán,
etc., licores y comida de lo más sofisticada como su famoso caviar,
ostras, frutas, carnes, ropa y cigarrillos. Cuando queríamos darnos
un gusto íbamos ahí a adquirir algún artículo que nos provocaba o
un fin de semana comprábamos un par de churrascos y los freíamos
en la cocina que teníamos en el alojamiento.
Normalmente comíamos en el comedor o las cafeterías de la
academia, comida sana, limpia, nutritiva aunque no de lo más
sabrosa. El costo era mínimo y hasta donde averigüé, calidad y
precios era uniforme para las fábricas y centros de trabajo en
general. Todo era estatal y los precios eran regulados de manera que
la gente se vestía, comía y vivía sin problemas, no existía ningún
tipo de barriadas, mendigos ni delincuencia.
Un sábado en la noche fui a un restaurante caro, visitado
normalmente por turistas y gente "especial". El espectáculo, musical
y circense de primera así como la comida. Como había mucha
demanda y estaba solo en mi mesa accedí a que se sentasen en ella
otras tres personas, eran un físico ya de cierta edad, su esposa y un
muchacho, hermano de ésta. Conversamos de todo en inglés y me
parecieron personas tan amigables y sinceras que, contra mi
costumbre, empecé a tomar vodka con ellos. Cuando llegó la hora en
que pensé retirarme para poder llegar a tiempo a la academia
encontré que no me obedecían las piernas; recién entonces reparé
que habíamos consumido seis botellas entre los tres adultos. Esperé
a que ellos se retirasen y luego, como si fuese un minusválido, me
fui casi arrastrando a la puerta del local, ayudado por un mozo.
Felizmente que además de la falta de control de mis piernas me
sentía y encontraba sobrio por lo que realmente la gente pensaba que
se trataba de alguien con un problema físico. Continué con mi
penoso desplazamiento hasta el metro y por supuesto que cuando
llegué a mi estación, ya en uso de mis piernas, eran más de las once.
Recordé que un mes atrás había muerto congelado en el bosque un
camarada africano por lo que simplemente forcé la puerta de la sala
de viajeros y me acurruqué en un rincón. A la media hora no sentía
mis pies ni mis orejas por lo que decidí enfrentar la vergüenza y me
dirigí al cuartel de policía y me confesé culpable de estar fuera de
casa a horas prohibidas. Un viejo sargento con los dientes negros por
el tabaco casi se ahoga con la risa:
- ¡Que divertido este camarada!, pero no eres negro ni árabe, ¿de
dónde eres?
- Peruano – y como notase su mirada interrogativa continué – los
incas, General Velasco.
- Gran general Velasco, hay que abrigar al camarada peruano.
Así, gracias a la fama de nuestro presidente obtuve en préstamo un
cobertor y el derecho a estar dentro de la estación policial, cerca de
la calefacción. Así y todo, ésta era muy baja por lo que agradecí la
buena dosis de vodka que tenía en el cuerpo.
No dieron parte de nada a la academia por lo que el lunes no tuve
que hacer mi autocrítica ni soportar ninguna reprimenda.
Participamos en las olimpiadas de la academia y tuve el orgullo de
poner al Perú en la lista de campeones, gané en ajedrez en una final
de película (al menos así lo sentí) con un polaco. Me sentía como un
pavo real, había competido con búlgaros, alemanes, cubanos,
coreanos, árabes, persas, etc. y había triunfado (por supuesto que
eran las olimpiadas para extranjeros, entre los rusos había varios
soldados, suboficiales y oficiales que eran Maestros y un par de
Maestros Internacionales). Además culminé el curso con éxito.
Una anécdota más de Rusia: solía jugar ajedrez con un comandante
ruso ya antiguo, a cargo siempre de cursos de extranjeros, de quien
sabíamos que hablaba inglés y francés; jugaba algo menos que yo y
tenía la costumbre de, cuando jugaba, hablar entre dientes cosas
como "muchachito pícaro, cree que va a ganar, qué astuto" y cosas
por el estilo, ni insultantes ni groseras pero un día me harté y
comenté con el capitán Carlos, que gustaba de observar nuestras
partidas como decía para "aprender", "que viejo tan cargante con su
murmullo". El día de la graduación el comandante, al momento de
despedirse, me dijo en un elegante castellano, "fue muy grata su
presencia aquí, sólo disculpe a este viejo con su murmullo cargoso"
y luego de eso volvió a "olvidar" su castellano y continuó alternando
con nosotros en ruso. Quiero aclarar que ninguno de nosotros llegó a
dominar el ruso; además del vocabulario técnico que se nos quedaba
por la repetición masticábamos lo necesario para la vida diaria y
comunicarnos primitivamente, pero sólo eso.
El regreso lo hicimos Frankfurt - Nueva York - Lima,
obligatoriamente debía ser así ya que habíamos vivido mayormente
con los sesenticinco rublos mensuales que nos daba Rusia como
propina y ahorrado gran parte de los ochocientos dólares mensuales
que nos pagaba Perú y teníamos cheques cobrables en dólares sólo
en Nueva York ya que en Lima nos darían el importe en soles a un
cambio miserable. Nueva York fue todo un caso, nos quedamos el
tiempo estrictamente necesario para hacer el trámite bancario (tres o
cuatro días), alojándonos en un hotel pequeño y barato (creo que era
el Taft) pero limpio y cómodo. Vimos tres asaltos, dos balaceras y
fuimos a cobrar el efectivo todos juntos como en una operación
militar, con vanguardia, flanguardias y retaguardia. Para otros
posiblemente siete u ocho mil dólares sean una tontería pero para
nosotros representaban el sueldo normal integro de tres años.
A pesar del poco tiempo en Nueva York, conocí una mafia especial.
Al segundo día, luego de hacer el trámite inicial en el banco, me
puse a caminar las calles y a la hora de almuerzo entré a un pequeño
y barato restaurante; se me acercó un sujeto de unos treinta años,
definitivamente latino, a buscar conversación. Al rato, convencido él
de que yo era un inmigrante ilegal en busca de mejores horizontes,
me invitó a acompañarlo. Atravesando la ciudad, llegamos a un
departamento sórdido, abarrotado de gente. Hizo las presentaciones
respectivas y luego se pusieron a conversar entre ellos.
Sobreescuchaba frases como "está bueno para la Helen" o "¿pero,
podrá pagar?", hasta que finalmente vino con otro hombre un poco
mayor que él quien me explicó que por mil quinientos dólares me
arreglarían un matrimonio con una gringa, un poco gorda, un poco
vieja pero eso me daría la residencia, además el matrimonio sería
perfectamente legal pero ficticio en tanto que no tendría ninguna
obligación, ni derecho, con la gorda. Agradecí, les dije que buscaría
el dinero y me retiré.
Con el dinero que había ahorrado y un préstamo, construí una
pequeña casa en un terreno obsequiado por mi suegro, en un barrio
de clase media pobre,. Para aquellos que puedan tener lista la crítica
de la gran vida de los militares, piensen si ochocientos dólares al
mes fue un gran sueldo (probablemente tres o cuatro días de viáticos
para un congresista) y qué franciscanamente debimos vivir los que
quisimos ahorrar algo (que no fuimos todos por supuesto).
Al presentarnos al Departamento de Personal de Ingeniería para,
entre otras cosas, averiguar nuestra calificación del año anterior, el
coronel a cargo informó rápidamente a los demás, noventicinco para
Carlos, noventicuatro quinientos para un oficial de una promoción
más antigua que la nuestra, noventicuatro nueve nueve nueve para
Wong y, al llegar mi turno, me invitó un café, me ofreció asiento y
comenzó a hablarme de la carrera, del sacrificio, la entrega y que a
veces no llegan las recompensas como debiesen. Intrigado por su
prédica le pregunté qué pasaba, me dijo que había escuchado que era
un buen oficial y que lamentablemente había estado en la unidad
equivocada donde ni siquiera el gran Jorge N había obtenido una
buena calificación. Para que puedan entenderlo mejor, (y ojalá que
los que lean esto aprendan a calificar), desde esa época lejana se
había malogrado el sistema, si bien las notas iban (y van) de uno a
cien, los asaltantes y maleantes de todo tipo, obtienen un noventidós
o noventitrés, los demás entre noventicuatro y noventicinco y un
super oficial o suboficial, a veces, cincuenta céntimos más o llega a
noventiséis. Esto se debe a la falsa bondad de los calificadores, al
rabo de paja que muchas veces tienen o al temor del enfrentamiento
con el subordinado que puede reclamar y por otra parte a la falta de
coraje y claridad para poner un cien (o un cincuenta) a quien lo
merece y esta situación es uno de los motivos de que la institución
esté mal, por que se pone en la misma olla al buen y al mal
profesional, no hay claridad a la hora de los ascensos ni recompensa
por la labor desarrollada o sanción por las faltas cometidas.
Bueno, Abraham me había puesto ochenticinco. De haber sido la
calificación de todo el año ahí nomás se habría casi terminado mi
carrera profesional; los dioses habían permitido que fuese nota de
seis meses, a ser promediada con el noventicinco obtenido en el
curso.
Es tradición presentarse a la Escuela del Arma al terminar un curso
en el extranjero, llevando manuales, copias y cualquier otro tipo de
información (aparte de lo que se entregaba formalmente a la Oficina
de Instrucción). Cuando me acercaba a la Escuela de Ingeniería,
divise a un oficial que, contra toda norma estaba sentado en los
escalones de la entrada, lo reconocí y me acerqué esperando el
choque. No podía creerlo, se levantó, se acercó, me abrazó y me
dijo: "qué alegría verte de nuevo, tienes que venir a trabajar conmigo
que estoy necesitando un oficial como tú, ¿qué tal te fue por Rusia?,
me imagino que muy bien". Luego me presentó al coronel director
de la escuela, llenándome de elogios. El coronel le contestó a su
subdirector "si tu crees que es necesario lo traemos Abraham".
Estaba designado a la brigada blindada y en adición fui instructor
invitado en la Escuela de Blindados y en la Escuela Militar. Por
gestión de Abraham, fui destacado a la Escuela de Ingeniería por lo
que pasé, en el grado más bajo de la oficialidad, subteniente, a ser el
instructor de todo lo que era blindados de ingeniería en todos los
centros de formación y a todo nivel. Ya se pueden imaginar que no
era muy sencillo para mí ser profesor de y calificar a, tenientes,
capitanes y mayores.
Entre los alumnos que ni de broma pidieron nunca un dato sobre las
pruebas tuve al capitán Rebagliati, conocido como Coco (así nos
referiremos a él en lo futuro), lo que yo llamaría un oficial completo
y digo yo llamaría, porque la moda en el argot es llamar "completo"
al buen oficial que a la vez es borracho, mujeriego, parrandero, etc.
No, Coco era un magnífico oficial, jugaba fútbol como un
profesional, cantaba valses como un artista y era claro en todo,
franco y honrado.
El ejército y dos grandes empresas transnacionales compraron el
sistema 360 de IBM y la firma ofreció a los tres clientes becas para
estudiar informática con la única condición que la prueba de
admisión, un psicotécnico, lo tomaban ellos. Felicitaron al instituto
por mi resultado y el coronel encargado me ofreció el ingreso al
Instituto Tecnológico del Ejército, creado hacía muy poco tiempo y
toda una novedad en ese momento, sin dar examen de ingreso. No
acepté ya que creía y sigo creyendo que el ejército es para combatir
no para hacer ciencia ni tecnología. En la prueba ayudé a ingresar a
Wong lo que después le serviría para ser el informático del doctor,
pero esa es historia posterior. Muchos dicen también que fue el
hombre del fraude informático en las últimas elecciones pero nunca
se han presentado pruebas y si lo hizo (que pienso que si), fue o
porque creía en eso o porque cumplía órdenes, sintiéndose un poco
(sólo un poco) mal por eso.
Seguí el curso con facilidad; programar era un poco de lógica y dar
comandos en inglés por lo que tenía ventaja sobre los que no sabían
dicho idioma. Al finalizar el curso, IBM muy diplomáticamente nos
concedió diplomas a todos; un lector atento descubría el truco: por
haber asistido, por haber participado, por haber aprobado y por
haber aprobado de manera destacada.
Una frustración fue no poder ser ranger pese a haberme preparado a
conciencia para serlo; cuando presenté mi solicitud (también con
Wong), nuestro troglodita jefe de estado mayor gritó como un
energúmeno, casi nos castiga (nunca me enteré si era porque quería
tener sus oficiales completos o porque pensaba que los ingenieros no
éramos adecuados para ese curso) y la rompió en mil pedazos.
En la Escuela de Ingeniería en adición a la parte de blindados me
permitieron dar clases de ingeniería anfibia (para formar hombres-
rana) y Abraham me dio siempre un sitio especial. Cuando alguna
vez conversamos sobre lo que había pasado antes, me dijo que la
falta era mía y que cuando el lanzase sus insultos al aire, debía
entender que no eran dirigidos a mí sino a los otros. Me puso una
calificación sobresaliente (mucho más de noventicinco) y
mantuvimos una buena relación hasta su muerte.
Venía pagando por la casa unas letras que me permitían ir al chifa
del barrio una vez por mes, llevar a mis hijos al cine cada quince
días y nada más; de repente subió la tasa de interés del sistema
bancario y en mi contrato decía en letras chiquitas (esas que nunca
leemos), que en ese caso subía automáticamente el pago por
préstamos, subieron los sueldos y nuestro general presidente decidió
que para dar ejemplo de sacrificio las fuerzas armadas no gozarían
de ningún aumento. El mundo se me vino abajo, tenía guardado
dinero para pagar dos letras (en previsión de un imprevisto como el
actual) lo que significaba que debía buscar un trabajo adicional lo
más rápidamente posible.
Mi señora vino con dote (la amaba tanto que no era necesario pero
así fue), el terreno mencionado donde habíamos construido nuestra
casa y un VW escarabajo, antiguo pero en buen estado. Había
muchos oficiales que, en sus horas libre, hacían taxi y pensé unirme
a ese pequeño ejército. ¡Qué equivocado el que cree que es tarea
fácil!. No conocía bien toda mi ciudad (Lima en ese entonces ya
estaba en los cinco millones), no sabía calcular los precios, no sabía
negociar las rebajas que pedían, me asaltaron (felizmente un
delincuente bondadoso que no se llevó el auto) y terminé dando
dinero a una cliente para que regrese a su casa.
El caso fue así: en vista de mis fracasos diarios decidí darme una
última oportunidad con el taxi por lo que luego de mis labores fui a
mi casa en Matellini, salí por Chorrillos y en Barranco una anciana
con una niña solicitó mis servicios hasta la avenida Tacna en Lima,
pactamos el precio y al llegar al sitio la señora llorando me indicó
que no podía pagar, que su hijo la había abandonado a ella y a su
hijita (de él, la niña) y me pidió unos soles para regresar por si no lo
encontraba.
Me gusta creer que soy duro pero no soporto lágrimas de una
anciana, le di lo solicitado y me acordé que muy cerca estaba un
amigo en la Universidad San Martín de Porres, conducida en esa
época por los dominicos. Éramos amigos casi desde nacimiento y
tenía la confianza suficiente como para decirle me invite a cenar y
conversar un poco. No iba a solicitarle otra cosa. Conversamos un
poco y cuando estábamos por salir sonó el teléfono. Un profesor que
debía dar clases en diez minutos había caído en un hueco mal
señalado en el Zanjón (que en esa época estaba recién terminando de
construirse) y estaba grave en el hospital. Me dijo que la única
solución era que lo esperase dos horas hasta que terminase de dictar
la cátedra en reemplazo del accidentado.
También me manifestó su problema para encontrar un sustituto
pronto (los curas no se andaban en vainas y él ganaba un alto sueldo
como Jefe de Curso). Se me prendió el foco y le pregunté por qué no
dictaba yo el curso. Pese a que nos conocíamos de toda la vida, su
sorpresa fue enorme, ¡tú eres militar, que puedes saber de
estadística! (en verdad y pese a ser mi amigo me dijo "ni de nada
excepto correr y marchar", lo que de paso muestra el concepto en
que nos tenían –y tienen- muchos civiles). En dos segundos le conté
qué que era ingeniero y que sí sabía estadística y en las dos horas
siguientes no sólo él sino también el padre rector que casualmente
llegó a ver la clase se convencieron de que sabía enseñarla.
Nunca me puse a pensar si mis alumnos universitarios me podían
crear problemas o desobedecer, de hecho fueron las personas más
respetuosas y con ganas de aprender que encontré, posteriormente a
veces he tenido que tratar con ellos, ya profesionales, y se acuerdan
con mucho cariño y respeto de esa época.
Ese trabajo (que desempeñé cuatro años por las noches) tuvo
múltiples efectos benéficos, me permitió pagar mis letras
anticipadamente, me dio una gran auto confianza (es diferente hablar
a subalternos que están obligados a escucharnos aunque sea por
miedo al castigo que a universitarios que además pagaban muy bien
su universidad) en labores de enseñanza, una aureola de intelectual
que me siguió toda la vida y además me puso en relación con el
medio docente universitario, lo que me sería útil en su momento.
Todo esto gracias, lo repito, al alza de los intereses bancarios, a mi
falta de solvencia económica y a mi incapacidad como taxista.
CAPITULO III

¡Se llevan la comida de la tropa!.- El justo Justo.- Mimetizarse


para sobrevivir.- Se subleva Bobbio, sale la Infantería de
Marina.- Villanueva, que bruto tan bruto.

Se dice en el ejército que los grados impares son los buenos,


generalmente esto es cierto; después de un encierro de cuatro años
sales al mundo con un sueldo y una pita en el hombro, subteniente,
jefe de una sección de treinta hombres, luego asciendes a teniente y
ganas casi el mismo sueldo y cumples las mismas tareas con el
adicional de ser más viejo y no poder errar por inexperiencia; tres
pitas en el hombro: capitán, eres jefe de una compañía con sus tres
secciones al mando de tenientes o subtenientes, un paso adelante:
mayor, pierdes el comando y eres el segundo o tercero en un
batallón; llegas a teniente coronel (también llamado comandante) y
eres jefe de un hermoso (siempre es hermoso el nuestro) batallón
con sus cuatro o cinco compañías; el coronel (seis barras)
normalmente desempeña funciones burocráticas en la comandancia
o el ministerio o es segundo en una brigada. General ya eres jefe de
la brigada.
Era pues teniente y volví a mi unidad en la brigada blindada (seguía
como instructor invitado en las escuelas lo que me trajo algunos
sinsabores y de profesor nocturno en la universidad lo que como
expresé fue positivo por donde lo veamos).
Antes que se me vaya la idea, los malos ratos fueron así: en la
escuela de blindados, el gordo capitán Tapia pretendió quedarse con
mi pago adicional por instructor invitado. Mejor dicho él estaba
seguro que se quedaría con ese par de soles (me pagaban por mes lo
que ganaba en tres días en la universidad) ya que no tenía
experiencia previa de un subteniente negándose a ser expoliado por
un capitán (antiguo además). Nunca imaginó mi reacción, me
pagaron.
El segundo problema fue mucho mayor. Hubo una demostración del
material nuevo y para no entrar en mayores detalles diré que faltaba
aceite hidráulico para una máquina, lo que comuniqué, indicando
exactamente no sólo el tipo sino las características, composición,
posibles reemplazantes en caso de no haber el original, etc. (todo
fruto del dominio adquirido en la URSS). De repente vino un
chabacano capitán con algo que no tenía nada que hacer con lo que
necesitábamos y al tratar de explicárselo manifestó ser de la
especialidad de material de guerra, haber mamado aceite en vez de
leche y conocer los aceites por el olor, el sabor y la vista.
Me negué a que malograran la máquina hasta que llegó el director
( espada de honor, de caballería) y me ordenó que echásemos ese
aceite ya que "no hay ni el aceite original ni sus similares en Lima
¿usted cree que YO puedo fracasar en una demostración?". Le
contesté que no creía, sino que estaba seguro que los retenes y todo
el sistema hidráulico colapsarían y que a fin de cuentas era sólo uno
de los ocho o diez números de que constaba el show. Al exigirle una
orden escrita me firmó un papel en blanco y me dijo "ponga lo que
quiera pero se va a acordar de mí". En honor a la verdad, López
Albújar nunca tomó represalias, sólo estaba luchando por mostrarse,
lamentablemente a costa de material escaso y caro. Efectivamente, el
día D, la máquina colapsó, pero sus buenas cualidades y la rápida
reacción mental de Santiago (mayor de ingeniería narrador del
evento) permitieron hacer ver esto como un problema planeado para
hacer ver las posibilidades del equipo. Después de esto no sé cuánto
se gastó en cambiar todo lo dañado pero el señor de caballería quedó
bien.
Si bien no había visto mucho al anterior jefe de batallón, puedo decir
que era un oficial normal, cumplía sus deberes de la mejor manera
posible sin ir más allá y arrastraba unas taras aprendidas a lo largo
de su carrera. Nosotros habíamos llegado ya comenzado el año y los
primeros días nos quedábamos hasta tarde para familiarizarnos con
las cosas, luego al pretender salir en horario normal nos enteramos
que él se iba muy tarde (sabe Dios si por problemas familiares no
quería llegar a su casa temprano o si sus hijos estaban en la
universidad o institutos y su mujer pertenecía a alguna
congregación religiosa o grupo de oración por lo que no quería
sentir la soledad) y que, por ende, todos estábamos obligados a irnos
después de él. Su ventana dominaba el portón de acceso así que
todas las tardes a las cinco y algo los soldados veían el espectáculo
cómico de sus oficiales y suboficiales agachados escondiéndose
detrás de un muro bajo para salir disparados de uno en uno en
cuanto el que hacía de vigía hacía la señal que indicaba que se había
volteado o estaba distraído. Bueno, Carlos no lo aceptó, al día
siguiente de ver esto, a las cinco de la tarde simplemente se vistió y
salió por el portón despidiéndose del comandante ante la atónita
mirada del mayor y los demás oficiales.
Había sido el éxito de la sorpresa pero esto no podía quedar ahí. Al
día siguiente recibió una fotocopia de la página del reglamento de
cortesía militar donde dice a la letra: "el oficial deberá permanecer
en la reunión mientras sus superiores no se retiren" luego de lo cual
el comandante pretendió darle una buena reprimenda (sólo eso
porque Carlos era un oficial correcto y de mucho prestigio ya en el
grado de capitán). Y digo pretendió porque el comandante no era
rival para él, que le hizo notar con todo respeto y corrección que ese
párrafo se refería a permanencia en reuniones sociales y no en el
cuartel ya que podía darse el caso de ser un comandante soltero que
viviese en él con lo cual nadie podría salir, que había deberes
familiares que cumplir, que no había visto a la familia durante un
largo período, etc. La sangre no llegó al río y eso ya era más que
suficiente. La libertad obtenida por Carlos nos permitiría luego
acudir a dar nuestras clases vespertinas y nocturnas en la universidad
sin problemas.
El nuevo jefe era otro espada de honor. Voy a aclararlo, no es que
hubiesen tantos, eran sólo uno por año (el que se suponía era el de
mejor desempeño en los cuatro años de cadete) y si vemos tantos en
la historia es que muchos de ellos eran ingenieros. En esa época, casi
la mayoría de los que salían mejor en primero, al pasar a segundo,
cuando llegaba el momento, elegían esa especialidad por pensar,
equivocadamente, que tenían posibilidad de trabajar en la calle como
ingenieros lo que no era cierto, tanto por carecer de título como por
estar embebidos en nuestro trabajo.
Llegó con dos mayores, uno jefe administrativo y el otro, de
instrucción.
Había visto muy poco, tres años de subteniente (el ascenso a teniente
era automático) de los cuales uno de alumno en el país y casi otro
estudiando en el extranjero , Abraham que era loco pero brillante y
honrado a morir, el segundo fue bueno y ahora me tocaba ver cosas
diferentes.
Salgo a dar una vuelta por Iquitos ya que necesitaba convencerme de
la justicia de contar o de no contar, caminé por Próspero, llegué a la
hermosa Plaza de Armas, Putumayo con su tradicional cuadra tres,
de mecanógrafos y ajedrecistas callejeros, (lo que no les quita nada,
de hecho es el único lugar donde siempre se encuentra aficionados
-de todo nivel además -). Me siento un rato en la plaza frente a la
Biblioteca Municipal (pese a ser de una ciudad de más de medio
millón de habitantes, infinitamente más pobre que la de un pueblo
norteamericano de cincuenta mil) y luego regreso por el malecón
Tarapacá, con la respuesta.
Éramos una buena corporación de oficiales, pese a que no faltaba su
oveja en este caso no negra sino bien negra, para los que no fue
bueno tenerlo de jefe. He aquí lo que el jefe de estado mayor de la
brigada, el justo Justo Jara, escribió sobre nuestro comandante
cuando tuvo que calificarlo: "oficial inteligente, bien preparado,
físicamente apto pero extremadamente obsequioso y cortesano,
características que se esfuerza en trasmitir a los oficiales a su mando
lo que es peligroso para el instituto". Un compañero mío de
promoción incluso lo nombró padrino de su hijo. (No te estoy
nombrando Wong así que no te quejes).
Justo se merece unas palabras, y más que unas palabras, el
reconocimiento del país. Ranger, velasquista por convicción,
siempre estaba en su sitio y nunca se dejo vencer por pasiones ni
favoritismos. Fue subdirector de la escuela militar donde
verdaderamente dejó escuela y su hijo es un auténtico héroe
nacional, murió, en la que espero sea la última guerra entre
hermanos, dando el pecho a las balas enemigas, avanzando delante
de sus soldados.
En cada unidad de tropa los tenientes y subtenientes, como trabajo
adicional, se encargan por turnos mensuales de la alimentación.
Implica la responsabilidad de manejar los fondos que el Estado
entrega para la comida de los soldados y del dinero que pagan
suboficiales y oficiales por la suya, recibir víveres, verificar todo e
incluso controlar el sabor de los diversos potajes. Cuando llegaron
nuestros nuevos jefes yo desempeñaba esa función. El segundo día,
en un alto de la instrucción que impartíamos a la tropa, me dirigí a la
cocina. Encontré al mayor Robina, muy elegante y distinguido con
su pelo blanco, cortando partes de la res que nos había
correspondido ese día (eran más de cuatrocientos soldados en el
cuartel). Me sentí contento al ver un Jefe preocupado por enseñar al
cocinero y al soldado ayudante la mejor manera de usar los medios
del Estado. Sintió mi mirada y se desarrolló el siguiente diálogo:
- ¿Estás viendo?
- Sí mi mayor, gracias por enseñarles.
- Tu también debes aprender para cuando te toque.
- ¿Para cuándo me toque?
- Claro pues, para cuando seas Mayor.
- ¿?
Terminó de cortar una larga tira de carne, la metió en una bolsa que
para el efecto había llevado y prosiguió:
- ¿Sabes qué es?
- No mi mayor.
- Es el lomo, la parte más fina de la res, hay que tener cuidado de
sacarla entera y sin pellejos.
- Ah!
- ¿Sabes para quién es?
- No
- Para el comandante pues, zonzo.
- Ah!
Luego de empaquetar con todo cuidado su lomo, cogió nuevamente el cuchillo y
prosiguió cortando, ya de espaldas a mí:
- ¿Qué hago ahora?
- Corta más lomo.
- Definitivamente eres zonzo, ¿no viste el lomo entero?. Este es el
huachalomo, la segunda parte más fina.
No contesté, ya había entendido y, la verdad, estaba perplejo.
Él continuó, impertérrito:
- Y ¿sabes para quién es?
Durante este casi monólogo ya había terminado de cortar varias tiras
más y las metía en una segunda bolsa. Prosiguió:
- Para tu mayor.
Decidí que había visto y oído demasiado y le dije airadamente:
- Vamos a ver si el comandante opina igual.
Y me dirigí a la carrera a la comandancia, total un espada de honor
no ordena cosas así. También casi a la carrera entré a la oficina de
Guido:
- Permiso mi comandante, el mayor se está robando dos bolsas de
carne de la tropa y dice que una es para usted.
- ¡Qué oficial tan problemático había resultado Ud. Venir a chismear
de una persona tan correcta como el mayor!. ¡Retírese!
- Pero...
- ¡Sin peros, retírese y que sea la última vez que lo veo en actitudes
indignas de un oficial!.
Luego suavizando el tono y el gesto:
- Ud. tiene condiciones, aprenda a comportarse.
Me retiraba desconcertado cuando me crucé con el mayor que,
después me enteré, venía de dejar los paquetes en los respectivos
vehículos.
El año fue una repetición de hechos similares, desde el no pagar su
ración en el cuartel lo que evidentemente quería decir que comían a
expensas de los suboficiales y demás oficiales incluyendo el otro
mayor, que sí pagaba. Pasé seis meses no muy agradables pese a que
mi jefe directo era el buen Briceño, que llegaba recién de Tumbes,
donde lo había dejado cuando me fui a la URSS, y que paraba tan
malhumorado como yo por la falta de salud moral en la unidad.
Felizmente a insistencia de Abraham volvió a llamarme destacado la
Escuela de Ingeniería donde fui nuevamente profesor en todos los
niveles (subtenientes, tenientes, capitanes, cursos especiales) de
blindados y equipo mecánico de ingeniería e instructor de hombres
rana.
Tuve alumnos notables, como el capitán Zerga, que llegó a general
pero se fue por su voluntad a trabajar en la calle y me contó "me voy
porque encontré un buen empleo, no tengo dinero y de general
tampoco lo voy a tener". Porque eso es cierto y todos lo saben y no
es que busque "aliados" para que suene mejor pero no cierren los
ojos a la verdad evidente: ¿puede un magistrado, un general - de
ejército, marina, aviación o policía que todos ganamos igual -, un
profesor, un médico del Estado o cualquier servidor público
(excepto aquellos que trabajan para empresas con status especial
como Petroperú, Sunat, o los padres de la patria que ganan como una
docena de generales o de los magistrados supremos) tener un nivel
de vida siquiera de clase media, siendo honrado?.
Lo peor es que todos lo sabemos.
También el "cholo" Velásquez, un genio del equipo mecánico, llegó
sólo a comandante pero fue ejemplo. Nombro dos pero hubo muchos
que vi pasar por las aulas con toda corrección, capacidad y empeño.
Me parece que ese año distribuyó el ejército, a nivel nacional, unos
carteles que me hicieron recordar los "Se Busca" de las películas del
oeste que vi de niño. Figuraban las fotos y datos de una serie de
individuos que por diversos motivos: presuntos espías de países
vecinos, estafadores, etc. estaban prohibidos de ingresar a los
cuarteles (en algunos casos se indicaba que se debía llamar a la
Policía Militar para que procediese a su detención). Entre ellos
figuraba el futuro dueño del país, Montesinos. Mentiría si dijese que
llamaba la atención por algún motivo especial, simplemente se nos
grababa su nombre como el de todos los demás porque no eran
muchos y se hacía servicio veinticuatro horas cada tres o cuatro días.
El aviso permaneció catorce o quince años en la puerta de los
cuarteles.
Mi calificación ese año fue: seis meses normal (noventicuatro y algo
con el buen Guido que no era ni malo ni vengativo y lo que es peor
quizás ni se daba cuenta que estaba haciendo algo -todo- incorrecto)
y seis meses sobresaliente en la Escuela de Ingeniería.
Son dos grandes eventos que marcan los años del militar, ascensos
(cuando uno es candidato), y cambios. En esa época los ascensos se
determinaban en julio o agosto, lo que no era bueno, ¿por qué?,
porque luego del proceso muchos de los que habían ascendido no
trabajaban más (ya habían ascendido) y muchos de los que no
habían ascendido - que eran muchos más -, tampoco (justamente por
no haber ascendido). Los cambios se conocían más o menos desde
octubre, lo que era muy positivo ya que las familias podían
planificar sus vidas, solucionar problemas de domicilio, colegio, etc.
con suficiente anticipación.
Ahora se determinan ambas cosas a mediados de diciembre con lo
cual (especialmente por los cambios de colocación que se hacen
públicos a fin de año) las familias deben afrontar unos casi dramas
pero ¿a quién le importa?
Nos llegó pues en setiembre u octubre la "volada" (noticia no
confirmada, generalmente con más de un cincuenta por ciento de
posibilidades de certidumbre) de que venía el terrible Palomino de
nuevo jefe de batallón. Las ratas buscaron sus padrinos para huir de
la unidad. Además de que no tenía padrino, el instinto me dijo que
no podía ser peor que el anterior así que no busqué la fuga.
Regresé a mi unidad (de la Escuela de Ingeniería donde estaba
destacado) para Navidad por lo que, siendo el único que permanecí
en ella, automáticamente quedé encargado de la alimentación en
enero. Parece que alguna divinidad había dispuesto problemas ese
mes y alrededor de ese tema. A fin de mes presenté, como era usual,
la relación de descuentos de oficiales y suboficiales (es decir lo que
había costado nuestra alimentación dividido entre todos los que
habíamos comido) pero olvidé un pequeño gran detalle, ahora estaba
con gente decente.
Palomino había llegado con dos mayores de lujo, Hermann Monster
de administrativo (era impresionante el parecido pero un excelente
oficial, en lo sucesivo lo llamaremos Hermann a secas) y Santiago
(otro espada de honor para variar, ya antes lo hemos encontrado de
narrador en una demostración de equipo) para instrucción. Fui
llamado por Hermann a la oficina del comandante. Había
desempeñado bien la función y sinceramente pensé iban a encomiar
mi celo e iniciativa por lo que el golpe fue mayor:
- Mi comandante, aquí está el miserable-, ladró casi Hermann
señalándome como si eso fuese necesario.
El comandante sin hacerse de rogar tomó la posta:
- ¿Así que Ud. es el que pretende congraciarse con nosotros
haciendo que comamos a costa de los demás?.
La luz se hizo en mi cerebro. La norma todo el año anterior había sido esa, injusta,
abusiva, un robo, pero dura lex sed lex y, sin pensar, como un asno que sigue su
sempiterno camino al molino sin necesidad de guía, así había hecho mi relación de
descuentos. Ya me estaban dando de baja en medio de gritos cuando tuve que alzar la
voz para hacerme oír y me costó mucho que me creyeran, aún presentando los
documentos pertinentes. Tal parecía que fuese yo el responsable de esa costumbre a
pesar que era el único que el año anterior había elevado su voz contra ella obteniendo
como única respuesta de la sinvergüencería de Robina: "sí, como del dinero de
ustedes y es más rico, ¿contento?" (debo decir que creo, como en el caso de Guido, que
él estaba seguro de la justicia de lo que hacía y que tampoco era vengativo y le
importaba un rábano mi censura).
Había llevado a Carlos a la universidad (requerían un profesor para
cursos que él dominaba y por otra parte él estaba tan necesitado de
dinero como yo o cualquier otro oficial) y pese a que habíamos
hablado claro sobre la necesidad de conversar sobre cualquier
militar futuro candidato a catedrático, un día que entré a la Sala de
Profesores escuché (felizmente en voz audible sólo para mí):
"retírese que es un área reservada para docentes". Quien hablaba era
un capitán que conocía apenas de vista, reputado como muy capaz (y
muy abusivo también). Esperé afuera seguro de lo que había pasado.
No tardó en aparecer Carlos (enseñábamos todas las horas y todos
los días posibles) y al contarle se sonrojó, "sí ya sé" lo interrumpí,
"lo trajiste tú". Existe un viejo cuento alemán sobre dos amigos;
bueno, Carlos era el bueno y Hugo el malo.
Se arregló instantáneamente el problema (total yo era el inventor de
la pólvora en este caso) y quedamos amigos los tres, pero se había
sembrado el terreno de futuras desgracias.
El general Fernández Maldonado, primer ministro en el gobierno
militar del presidente general Morales Bermudez, estaba totalmente
tirado a la izquierda, se hablaba de la venida de asesores cubanos y
del dominio que ejercía sobre su promocional y "amigo" el
presidente, hombre de carácter mucho más débil. Por otra parte, otro
compañero de promoción de ellos, el general Bobbio, jefe de los
centros académicos, que había sido gerente de Petroperú entre otros
puestos, era tildado de pro americano. En una reunión en el local de
este último, con motivo no recuerdo de qué conmemoración, al calor
de los tragos, comenzaron con bromas y terminaron con insultos de
grueso calibre.
- ¡Comunista de porquería!
- ¡Lustrabotas de los gringos!
Sería lo más suave que se dijeron.
Al día siguiente, Fernández Maldonado aprovechó la oportunidad e
hizo firmar al presidente la deposición de Bobbio de los centros
académicos y su pase a una oscura oficina. Bobbio recibió la orden y
se negó a acatarla, puso en alerta a sus unidades y cerró los centros
académicos.
Si tenemos en cuenta que los sistemas de misiles antiaéreos rusos
con operadores calificados, los complejos antitanques y en general
todo el armamento sofisticado y los oficiales y suboficiales que
habían viajado para aprender su manejo estaban concentrados ahí,
que Bobbio tenía un terrible liderazgo en el ejército (aprovecho la
oportunidad para aclarar, liderazgo, no carisma; en el país muchos
periodistas radiales y televisivos nos han acostumbrado a escuchar
que fulana - de repente alguna presentadora de noticiarios o talk
shows - o mengano - un futbolista por ejemplo - tienen carisma; no,
tienen simpatía, pueden tener audiencia, etc. Carisma en el Perú tuvo
Haya de la Torre, nos guste o no su ideología o personalidad, y en
menor medida García) y que la marina e incluso la aviación estaban
descontentos con el presidente y el giro a la izquierda dado por el
país, la cosa no se presentaba muy bien para el gobierno.
La división blindada salió a la carrera a completar el cerco de los
centros académicos (por una parte colindaban éstos con la división
de fuerzas especiales, leal al gobierno), en un gesto por demás inútil
porque justamente lo que no quería Bobbio es salir sino que no
entren y por supuesto nadie se iba a arriesgar a intentarlo.
Parte de este gran enredo, la división de infantería de marina salió de
su base en Ancón a tomar el aeropuerto internacional del Callao y
dado que todas las unidades de infantería de nuestra división
blindada estaban en Chorrillos, que era de noche y no había tiempo
de replegar a ninguna otra tropa de infantería o caballería para
detener a los marinos, el batallón de ingeniería recibió esa misión.
Debo aclarar que desde el episodio de las cuentas de alimentación
las cosas no habían ido muy cordiales que se diga con Palomino y
Hermann (me llevaba muy bien con Santiago en una amistad que
ahora ya dura más de veinte años) lo que me daba pena porque
compartíamos con ambos valores e ideas, lo que es más incluso en
el esfuerzo físico nos manteníamos muy por encima del nivel
normal. Creo que el problema era que Hermann adoraba que lo
reconozcan y si bien yo lo hacía no consideraba decente decírselo,
en cambio gente que ni pensaba ni sentía como él eran
aparentemente sus admiradores. Con Palomino la cosa era diferente,
él había ingresado en el primer puesto al colegio militar y mantenido
el primer puesto los tres años, luego los cinco de la escuela militar
(como ya lo dije era espada de honor y no había perdido el ritmo),
yo trataba de que fuera auténtico y no alguien con miedo tratando de
quedar bien siempre, aún a costa de vender su yo.
Para los trabajos difíciles ahí sí, mi capitán Sime, que era un
profesional completo, graduado de honor de su promoción de
rangers, y yo, recibíamos el reconocimiento (y la labor, claro).
Tuvimos que salir ambos en tres portatropas blindados a contener
con treinta hombres el avance de los infantes de marina.
Nos instalamos en la carretera de entrada al aeropuerto y Sime fue
claro con el capitán de navío al mando: "si avanza disparamos,
mueren de Uds., morimos nosotros y luego los meterán presos por
matar peruanos". El marino fue lo suficientemente inteligente para
quedarse en su sitio y no intentar nada, retirándose al amanecer.
Si bien había fracasado el apoyo naval, Bobbio no daba señales de
aburrirse en sus instalaciones por lo que fue una comisión mediadora
de generales de su promoción y acordaron que él y Fernández
Maldonado pasaban al retiro y que no habría represalias contra los
"alzados" a los cuales, además, él tendría el derecho de calificar,
como en una situación normal.
Nuevamente aparece en escena Guido, ahora director e la Escuela de
Ingeniería del Ejército. Cuando empezaron las acciones, Bobbio
reunió a su gente en el auditorio y les dijo que el que no estuviese de
acuerdo podía irse sin problemas; efectivamente dos oficiales así lo
hicieron y no pasó nada, además el único que habló tirándose una
parrafada sobre la justicia de lo que se estaba haciendo y loando a su
jefe, fue el director de la escuela de ingeniería. Hasta ahí está, para
mi gusto, mal pero no tan mal. Lo bueno fue cuando llegó la
comisión pacificadora y algo sádicamente no dijeron de inmediato
nada sobre la amnistía por lo que el director de los ingenieros, antes
de sufrir las consecuencias que el creía sufriría, tomó nuevamente la
palabra, esta vez para aclarar que el abusivo de Bobbio los había
obligado a hacer lo que hicieron. El general reconoció sus méritos al
calificarlo y sólo en la parte lealtad indicó lo que había pasado.
Ese año tuvo lugar una huelga policial (ellos no toleraban tan bien
como nosotros la "cuota de sacrificio" referente a los bajos sueldos y
no los culpo, realmente era imposible vivir con ellos), que permitió
saqueos, se decretó el estado de excepción y debimos salir a
patrullar las calles y verificar el cumplimiento del toque de queda.
Un par de civiles muertos, uno por choque y uno abaleado y un par
de oficiales muertos, uno atropellado por un ebrio y otro abaleado.
Hay cosas que la gente nunca entiende; por ejemplo mucho tiempo
me costó convencer a mi madre de que yo no tenía derecho a recibir
víveres sin pagarlos por el hecho de ser militar y que ese reparto se
pagaba como el de cualquier autoservicio con la diferencia que en
tanto no fueses general sin duda te iban a traer productos malos, con
cosas faltantes o te iban a cobrar de más; cuando creía que ya estaba
todo claro nuevamente salía con "hijito, pero ustedes se sacrifican
por el país, por eso les dan sus víveres ¿no?" y ojo que ella no quería
ni hubiese aceptado que, de ser verdad, se los diese, era simplemente
una cuestión de curiosidad y de verificar si era cierto el rumor
popular. Pienso que sí, que nos sacrificamos por el país pero, de
víveres ¨¡uh!. Me vino eso a la cabeza porque no hay cosa que más
moleste al militar de carrera que desempeñar funciones policiales
con la propia población y sin embargo muchos piensan que a los
militares nos agrada el estado de sitio. Estamos desprotegidos, por
más instrucción que se reciba al respecto, no tenemos la costumbre,
la maña ni las ganas de controlar a los ciudadanos.
Patrullábamos noche y día, ocho horas seguidas por ocho horas
libres en las que hacías lo que deseabas pero sin salir del cuartel. Un
cálculo elemental hace ver que eran dieciséis horas diarias de
trabajo; en realidad más porque al llegar la patrulla debía verificarse
que el armamento se guardase en seguridad (sin munición) en la
armería, había que dar parte, etc.
Una noticia conmocionó a la promoción, nuestro espada de honor,
Renzo, había sido sorprendido en el curso de ranger con un cinto de
maderas pintadas de plomo en lugar del cinto de pesas para dar la
prueba de flotación cargando peso. Imaginamos lo peor para él (que
hubiese sido lo mejor por la salud moral de la institución), con
seguridad baja del curso, quizás del ejército. Se graduó.
Ese año aparecen también el capitán Chacón y Juan Ruiz, ambos
buenos oficiales, trabajando en silencio, cuidadosa y ordenadamente,
aquellos que sostienen al instituto, sin pedir recompensas, estando
siempre donde deben estar y haciendo lo que debe ser hecho. Ven
subir y obtener prebendas a muchos pero siguen con su labor sin
envidias, sintiéndose mal, eso sí, en los casos que se trata de gente
que no lo merece. Veremos como el destino los trató diferente. El
primero es general de división, ministro y el segundo coronel. Juan
me ayudó, de mil maneras, y lo poco que pude hacer por él es nada
en comparación con lo que él hizo por mí y mi familia.
Guido hacía reuniones mensuales de camaradería, con esposas,
empleando al cocinero del cuartel, el mozo del cuartel, los víveres
del cuartel y hasta los manteles del cuartel; Palomino hizo dos en
todo el año, contrató con su dinero la comida, los mozos y todo lo
necesario. Aprendí.
Entre las bromas de Juan Ruiz (ah, sí, además tenía y tiene muy
buen humor), el patrullaje, la amistad de Santiago y el buen
comando de Palomino se pasó el medio año y debía ir al curso de
tenientes.
Palomino y Hermann me calificaron bajo pero, en la parte narrativa,
Palomino me pintó tal cual era lo cual, cuando - ya de capitán - pude
leerla, me ayudó terriblemente a mejorar.
El curso de subtenientes había sido de técnica, en éste predominaba
largamente la táctica, para variar repetimos el plato, número uno con
Wong como segundo. En la clausura apareció el Padrino para
decirme - sin motivo aparente - que yo era un tonto. Pero él y yo
sabíamos por qué lo decía: simplemente no era su ahijado.
A fines de ese año decidimos, con Delita mi esposa, irnos de
vacaciones solos, los chicos quedaron con mis suegros y nos fuimos
en una loca aventura. Tomamos un avión de carga de la fuerza aérea
que sólo nos costó el seguro, veinticinco dólares por cada uno, y nos
dejó en Caracas; le mostré lo que había conocido de cadete y
tomamos otro avión en oferta a Panamá, nuevamente serví de guía
turístico a mi mujer, enseñándole las esclusas y todo lo bonito de
Colón. Estábamos caminando por el centro y vimos un ómnibus con
un letrero enorme invitando a conocer Centroamérica, en un
segundo fuimos al hotel, recogimos nuestro equipaje y henos aquí,
en el Ticabús, rumbo a Méjico. Pudimos apreciar la belleza y los
problemas de nuestros hermanos centroamericanos, el sistema era
que se pagaba un solo boleto y uno podía bajarse donde quisiera,
quedarse el tiempo deseado y continuar el viaje en la misma
empresa hasta alcanzar su destino. San José, capital de Costa Rica,
que podría pasar por una pequeña ciudad norteamericana, la Suiza
latinoamericana, limpia y un poco sin sabor. Nos impresionó
sobremanera El Salvador, ignoro si había explotación o problemas
sociales graves en esa época, (nuestra estancia de dos días en San
Salvador nos mostró que, aparentemente al menos, la cosa estaba
bien), pero los campos estaban maravillosamente trabajados y el
ganado, de buena raza, respiraba salud. Managua fue una
experiencia triste, la destrucción del terremoto no había sido
solucionada y campeaba el desgobierno, llegamos al hotel de la
empresa y nos comunicaron que a las seis de la tarde ponían la reja
de seguridad por miedo al saqueo, los padres ofrecían a sus hijas e
hijos, en adopción, como sirvientes o para uso sexual, no había agua
potable y todo el ambiente era terrible. Llegamos a Méjico donde
visitamos a la tía Rosita, hermana de mi suegra, luego como
teníamos poco dinero compramos un pasaje aéreo sólo hasta Caracas
y de ahí por tierra al Perú.
En Méjico me agradó mucho la manera como muestran orgullosos
su glorioso pasado, de manera fácil, ágil, coherente, gráfica y en
general el modo como tratan al extranjero, mejor si es turista
(porque eso sí, defienden muy bien sus puestos de trabajo para los
nativos). Las pirámides, los museos, la plaza Garibaldi, los tacos,
quesadillas, etc. Mis tíos, a pesar de haberlos conocido recién, nos
acogieron con todo su corazón, nos hemos seguido viendo a través
de los años y cada vez que vamos al o regresamos del extranjero,
nos hemos dado maña para estar por allí un rato. Regresamos
cargados de regalos, con algunas compras y, sobre todo, nuestros
sombreros de charros, de paja, no los recargados de lentejuelas para
turistas o mariachis.
El tercer y último año de teniente se hizo realidad otro anhelo de mi
vida, ser instructor de la Escuela Militar. Sabía con certeza que
había sido pedido varias veces para ese puesto pero
inexplicablemente nunca me nombraban. Tuve la suerte de tener un
gran Director, el general Julián; el Jefe del batallón de cadetes era
mi antiguo capitán cuando era cadete de primer año, ahora
comandante, el capitán designado para jefe de ingeniería era Coco y
entre los demás tenientes (que ya estaban por lo menos desde el año
anterior) estaba el buen Ulloa (sí, el del consejo de honor) que ya
venía malogrando dos promociones con su visión ventajista y
arribista de la carrera. El pobre de Pedro era el subdirector (en
realidad el pobre fue Julián que vivió engañado todo el tiempo con
su trabajador coronel, de pelo corto, siempre cargando toneladas de
papeles y en realidad retrasando y entorpeciendo todo).
En la mañana a las ocho, luego de la educación física, la carrera, el
baño y el desayuno, se formaba, se presentaban las ocurrencias y se
recibían algunas instrucciones especiales para el trabajo del día (ya
determinado). Un día Coco dio cuenta de que estaba enfermo y que
iría al hospital; con su estupidez habitual, Pedro le dijo que
examinaría el caso y le avisaría. Coco le aclaró que estaba enfermo y
le estaba comunicando que iría al hospital y no pidiendo permiso
para ello. Me habían designado a la escuela con Wong y Coco
determinó que yo fuese instructor y que él pasase a mantenimiento.
El jefe académico era otro caso, el buen Pastor, reputado como una
de las "inteligencias" de ingeniería. Es un hombre hábil para los
cursos de ciencias y también manejaba la táctica pero tenía una
visión distorsionada de las cosas:
- Su jefe me ha dicho que es un buen instructor pero eso no se refleja
en los resultados.
- Si Ud. pregunta al personal, saben lo que les he enseñado.
- Si, pero hay otros oficiales que tienen secciones con un promedio
de noventicinco (sobre cien puntos posibles) en todos sus cursos.
- Eso es estadísticamente imposible, peor aún con el material
humano de que disponemos. Deben estarles poniendo pruebas
demasiado fáciles o permitiendo que copien.
- Se permite hablar mal de compañeros - me replicó.
- Le explico las cosas.
También tuvimos un problema grande respecto al brigadier
general de la escuela (supuestamente el mejor cadete en el
promedio de los cuatro años hasta ese momento y que
normalmente sería luego el espada de honor). Lo cogí copiando
del libro y me contestó que lo hacía para gloria de la ingeniería,
para que tuviese un espada de honor más (claro, si copiaba salía
muy bien en la prueba y acumulaba puntos para salir mejor que
otros que se ganaban su nota honradamente), me dio tanta ira que
lo levanté del cuello y le dije que era un miserable.
Pastor no permitió que se hiciera efectiva la sanción que quise
imponerle (Coco me apoyaba al máximo ya que pensábamos
igual, que las cosas debías ser derechas) y por el contrario
amenazó con castigarme por abuso de autoridad. Cuando luego lo
sorprendí apropiándose de dinero reunido por sus compañeros
para las festividades de ingeniería me limite a abusar nuevamente
de él ya que sabía que con el comandante Pastor no progresaría
ninguna sanción, él quería su espada de honor y lo logró.
Paniagua continuaría su brillante carrera robándose los fondos
que su promoción había juntado para comprar un terreno y Pastor,
asustado, mentiría infantilmente cuando lo descubrieron
complotando; tuvo la frescura de postular al actual congreso
(aunque quizás justamente allí hubiese estado como pez en el
agua). Seguiremos viéndolo.
Pedro pidió el mejor oficial del negociado de ingeniería, Con o
sin razón Coco me envió. Fue una de las situaciones más ridículas
que he vivido en el ejército. Quería que le arreglase (con
albañiles, pintores, gasfitero, etc.) la casa de la villa militar que le
había alquilado el ejército pero, sin que nadie se enterase, en mis
ratos libres y sin pedir personal ni material a los departamentos
respectivos (¡tenía que obtener que me los dieran gratis para su
casa pero sin yo decir que eran para eso!). Es decir quería hacer
algo contra las normas (al fin y al cabo la casa era responsabilidad
suya y de nadie más) pero respetando las normas. La casa estaba
vacía e iba haciendo lo mejor que podía hasta que un día me
encontré que una doméstica me impedía el paso porque "la señora
dice que nadie entra por su sala". Dejé al personal y retorné a la
escuela, Pedro me esperaba en la puerta:
- ¿Qué pasó que ha vuelto tan pronto?.
- Su empleada no me dejó entrar (sabía que ya su esposa lo había
telefoneado para quejarse).
- No, lo que le dijo es que entre por la puerta de servicio.
- Es que no soy servicio.
- Deje nomás, el trabajo lo hará Wong.
- Comprendido.
Agradeciendo que hubiese un Wong que hiciese el trabajo, me
dediqué de lleno a mi función, instruir.
Después nos tuvo enfermos buscando a quién endosarle su carro
viejísimo a precio casi de nuevo, con el pretexto de que "esa
ganga tenía que beneficiar a alguien de ingeniería". Ya saben
quién le compró el vehículo, pero no fui yo.
Una cosa para mí era clara y lo sigue siendo, ingeniería no hace
táctica (y mucho menos estrategia), a ningún nivel, pero menos
aún a nivel sección (treinta hombres al mando de un oficial) que
es lo que los cadetes debían aprender. No se podía cambiar el
programa y éste marcaba treinta o cuarenta horas de táctica de
sección de ingeniería. Mi hermano había dedicado su vida a la
filosofía y escribía, daba charlas y clases. Desde los diez años
cada vez que podía había asistido a sus presentaciones por lo que
manejaba bastante bien la lógica, que además me parecía era
necesaria para cualquiera (es lógico ¿no?). Si sumamos todo esto,
me parecía lo más natural aprovechar el tiempo de la táctica en
algo realmente útil por lo que esas eran las horas que mis cadetes
peleaban con los silogismos, las V, las F, etc.. Nuestro sistema
indica que haya un puesto vacío con su letrero "controlador" y en
él se encuentre un resumen de la clase correspondiente. Estaba un
día explicando a mis cadetes los arcanos del ponendo ponens y el
tollendo tollens cuando entró Julián. De acuerdo a normas
continué la clase. Pude hacerme el tonto, borrar súbitamente la
pizarra y con voz tonante dedicarme a explicar lo inexplicable,
pero no, estaba haciendo lo correcto y, mucho más importante, no
podía perder cara delante de "mis" cadetes por lo que seguí
impertérrito a sabiendas que eso me podía costar un castigo más o
menos fuerte. Juliá sentado atrás era todo un espectáculo, abría el
resumen, lo leía, lo cerraba (evidentemente no tenía nada que
hacer lo escrito con lo que se estaba enseñando) hasta que,
resignado, se puso a atender la clase, es más, en algún momento
se entusiasmó y, inteligente como es, intervino acertadamente:
"¡no está pensando cadete, eso es modus tollendo!". Pese a todo
él era hombre de normas y yo las había trasgredido, llamó pues a
mi jefe. Cuando llegué a la oficina Coco me preguntó lo que
había pasado y luego de contárselo me dijo que había sido
llamado por Julián que le ordenó investigar y que luego hiciese
conmigo lo que considerase adecuado así que, habiendo
investigado, me felicitó; aunque no creo que fuese ese
verdaderamente el espíritu de la orden de Julián.
Los constructores de la Escuela Militar habían previsto un área de
estacionamiento de vehículos para uso de los oficiales. El genial
Pedro determinó que no debíamos entrar con nuestros carros, no
sé si por pensar que podíamos robar algo en ellos, por hacernos
caminar, a modo de ejercicio físico adicional, los trescientos
metros o porque las llantas de los autos ensuciaban el asfalto.
Regresamos de una marcha de campaña y debía sacar mi equipo
(bolsa de dormir, armamento, uniforme, borceguíes, etc.) hasta mi
auto para llevarlo a casa a hacerle mantenimiento, lo que
implicaba hacer dos o tres viajes, no había visto a mi familia una
semana, era de noche y estaba cansado así que llamé a un cadete
que pasaba y le dije que me ayude. Íbamos conversando medio
sofocados por nuestras cargas cuando apareció Julián frente a
nosotros.
- ¿Qué hace el cadete cargando cosas? – me preguntó lo que en sí
ya implicaba una llamada de atención pues estaba prohibido
emplear a los cadetes en cosas que no fueran estrictamente del
servicio.
Sabía que ese simple hecho podía significar mi cambio de la
escuela pero ¡por supuesto! que no iba a mentir, menos aún
delante del cadete. El segundo que me demoré en contestar me
ganó el cadete:
- Mi general, vi a mi teniente que se le caían las cosas y como ya
no pueden meter los carros a la escuela le pedí que por favor me
permitiese ayudarlo.
Julián y yo nos quedamos mirando, finalmente:
- Siga nomás, ah y castigue al cadete por contestar sin ser
interrogado.
Es claro que no lo hice.
Salí a coordinar con varios alcaldes de pueblos ribereños el apoyo
respectivo a sus comunidades. Mi hermano sostiene que, al igual
que Polonia y a diferencia de Chile o los estados italianos
medievales, nuestro país carece de una clase dirigente, es decir
aquel grupo de gente que con visión clara lleve al país a su
destino y que en ese pequeño gran problema radica nuestra
secular desgracia. Conversando con los alcaldes compruebo una
vez más el aserto. Tienen deseos de hacer las cosas, muchos son,
sino honrados, (¿quién lo es?) por lo menos honestos pero no hay
un gran plan general, cada quien ve su problema micro, e incluso
inmediato, sin proyectarse temporalmente. La región es rica, tiene
abundancia de pescado, terreno para pastizales, maderas,
potencial turístico y sería tan fácil hacer un plan de desarrollo. No
he realizado ningún estudio de factibilidad, pero conozco lo
necesario para estar seguro que piscigranjas, conserveras o peces
ornamentales serían una solución al desarrollo y desempleo en la
región.
Lo terrible es que, no creo, estoy seguro que Fujimori fue un buen
presidente. ¿Cómo no saberlo si estuvimos combatiendo al
terrorismo con todas las desventajas hasta que él llegó? ¿cómo
negarlo si he visto a mis camaradas mutilados en la Cordillera del
Cóndor peleando contra un pueblo hermano hasta que él lo
solucionó?. Y, ¿qué pasó luego? ¿por qué tanta corrupción?.
En ese tiempo en la escuela salía disparado a las seis y quince o
seis y treinta de la tarde (agradeciendo a Lucho Bedoya, el mejor
alcalde que tuvo Lima, la construcción del maravilloso zanjón sin
el cual nunca hubiese llegado a tiempo) para poder llegar a dictar
mis clases en la universidad a las siete. Ofrecía a quienes querían
mirarme a lo largo del camino el espectáculo de, en cada parada o
embotellamiento, irme despojando de, o colocando, alguna
prenda, no tenía otra opción si quería llegar a tiempo. Por
supuesto que Pedro se opuso, primero exigió una carta de la
universidad invitándome a dar clases, se la traje, luego el
programa de lo que iba a dictar y finalmente me exigía para salir
que tuviese mi trabajo de la escuela adelantado un mes.
Coincidentemente con el fin de año, estaba terminando la tarea
encomendada por Julián, la construcción de la cancha de tenis de
la escuela (creo que sigue siendo la única, ubicada atrás del
gimnasio), con un costo casi cero ya que mi tío, dueño de una
ladrillera, había donado el material y un amigo del ministerio de
transportes me prestaba los volquetes por lo que sólo pagábamos
el combustible, cuando me accidenté, desplazándome como
pasajero en la camioneta de un amigo, de mis casa a la escuela,
un trayecto de cinco kilómetros.
Mientras yo enseñaba en la universidad, mis cadetes trabajaban
en la construcción y algunos días yo volvía a ver qué habían
hecho. Aquella vez llegué temprano a casa, había trabajado sólo
de siete a nueve, y encontré que me esperaban Carlos, Hugo y mi
amigo el Pato (ingeniero de gran experiencia que ya me había
dicho que quería ver mi cancha a fin de aconsejarme si es que
algo le parecía mal) para saludarme ya que en un par de días sería
mi cumpleaños, era casi fin de año.
No tomo licor así que bebimos chicha morada y comimos unos
sandwiches, nos despedimos y a insistencias del Pato salí con él
en su vehículo rumbo a la escuela a las diez de la noche.
Empezaba mi día a las cinco de la mañana y estaba tan cansado
que subí al vehículo y me dormí. Desperté al día siguiente a las
ocho de la noche, en una cama del hospital, todo fracturado y con
un traumatismo encéfalocraneano grave.
No voy a hacer un capítulo del accidente, baste decir que un
mayor de ejército retirado nos chocó contra el tránsito, me
terminó de machucar todo dando atrás y adelante a su carro
tratando de desengancharlo para fugarse, nos dejó dándonos por
muertos, denunció en la comisaría que había sido asaltado por dos
delincuentes y que no recordaba nada, se internó en el hospital
militar por "shock" y estaba en el cuarto frente al mío.
Mi amigo lo enjuició, luego de tres años ganó el juicio, lo que
inicialmente había pedido le fue concedido pero, en ese momento
lo que había sido el equivalente a cien mil dólares era algo así
como dos mil por lo que volvió a enjuiciarlo hasta que como
corolario de todo el hombre se declaró insolvente (tenía hijos en
tres mujeres) y se determinó que debía pagar diez soles
mensuales. El Pato murió hace tres años, pobre y amargado
(estuvo un año completo en una clínica exclusiva con las dos
piernas y un brazo deshechos) luego de afrontar tres o cuatro
juicios por incumplimiento de contratos, ver saqueados sus
almacenes en Lima, Arequipa y Piura, etc. Nunca obtuvo un
centavo del mayor.
Veintiséis años, capitán, tres hijos y un médico que cada vez que
le preguntaba me decía que en muchos casos similares habían
quedado
cojos. Un día lo "cuadré", a gritos le dije que no era posible que
un graduado en San Marcos, con postgrado de traumatología en
Alemania, fuese tan inseguro y que él estaba llamado a infundir
confianza en sus pacientes y no a sumirlos en la desesperación.
No me podían operar porque no había disponible el material que
debían ponerme en fémur (clavo de Krunch) y tibia (placa y seis
tornillos). Parte de la presión americana para volvernos al redil no
nos llegaba material médico (ni medicinas) del mundo occidental
y la verdad el soviético dejaba mucho que desear (o quizás no
supiesen usarlo correctamente, por ejemplo me desperté en las
dos operaciones porque algo en la anestesia estuvo mal). La
intervención personal de Julián en un caso y el dinero de mis
padres y hermanos y la importación directa en otro permitieron
contar con todo.
Voy a narrarlo porque creo que tampoco es una experiencia
común despertar de la anestesia y sentir como introducen un
clavo dentro del hueso de uno. El anestesiólogo me explicó en
dos palabras que o soportaba el dolor o me ponían más anestesia
y "con esta anestesia rusa uno no sabe si el paciente despierta"; ya
había habido dos señoras en el hospital, durante los días que
llevaba internado, que no habían despertado por lo que, pensando
en mi mujer e hijos, le dije que prosigan. A cada martillazo, el
dolor me despertaba o me hacía perder el sentido,
alternativamente. Terminada la operación me llevaron a la Sala de
Cuidados Intensivos donde me esperaba mi mujer. La abracé y
lloré en silencio una media hora larga sin parar.
En esa época perdí la creencia en la gente que calla resistiendo la
tortura. El sufrimiento era tan grande que si hubiesen querido que
delatase algún secreto, lo hubiese hecho para que cesase el dolor.
Las operaciones fueron todo un éxito pese a las dudas del doctor
y a que en realidad fueron operaciones muy difíciles, con los
huesos deshechos y habiendo pasado mucho tiempo desde el
accidente. El doctor Munguía llegó a ser jefe de traumatología de
nuestro hospital y ahora, ya retirado desempeña esa función en
una clínica de fama.
Debía estar un buen tiempo en cama y otro desplazándome
limitadamente, con muletas. Ya era capitán.

CAPITULO IV
Rómulo y “el manejo” del personal de Ingeniería Militar.- Llega
Eugenio, el traductor ruso, al Perú.- El “osito” Rosales, debió
haber sido Comandante General y no Artemio.- Le gano a
Villanueva y me odia.- Interludio en los EEUU de NA.- El
Marañón y la tragedia.- El Colorado Bendezú, un oficial
honesto.
Antes de cumplir sesenta días en el hospital me levanté de la cama,
cogí mis muletas y me puse a buscar un empleo para evitar que, de
acuerdo a normas, me diesen licencia por enfermedad. Me presenté
en el departamento de personal del mismo hospital y me dijeron que
justo necesitaban un oficial de abastecimientos de clase I (en nuestro
particular lenguaje: alimentos).
Un mayor ya viejo me explicó muy cortésmente que mis funciones
consistirían en recibir los víveres una vez por semana, ver que esa
recepción se anotase correctamente en los registros
correspondientes, entregarlos a medida que se necesitasen para
preparar la comida (anotándolos en otros libros) y darme una vuelta
por la cocina de vez en cuando, como viendo si todo estaba en
orden. Mi personal, un par de soldados para cargar los sacos con las
provisiones y un sargento que me ayudaría con los registros
(normalmente él haría todo). También me indicó el mayor que mi
antecesor, hermano de uno de los cuervos compañero de año mío,
había sido dado de baja (y enjuiciado) por ladrón, al haber sido
descubierto sacando carne de la tropa en su auto VW.
La verdad que me parecía que por muy accidentado que estuviese no
merecía estar ahí. También muy cortésmente agradecí al mayor sus
explicaciones y al día siguiente me presenté al departamento de
personal de ingeniería. El coronel me escuchó atentamente y me
preguntó que sabía hacer (no se trataba aquí de las habilidades
normales de un capitán de ingeniería ya que por mi estado tampoco
podía ocupar un puesto normal); cuando llegué a la parte
programación me interrumpió y me dijo ¡vamos!.
Llegamos al centro de informática del ejército (en esa época ya todo
el Cuartel General estaba en el gran complejo arquitectónico al cual
por huachafería llaman "pentagonito" los periodistas) y hablamos
con Abraham (ya coronel, era director del centro). Me extrañó que
no me quisiese como programador a causa de que tenía muchos
empleados civiles programadores; pero insistió en que me quedase
de tesorero.
No es que tuviese nada contra los tesoreros pero me parecía una
función mecánica que no requería pensar ni mayor habilidad.
Agradecimos y nos fuimos. Ya para entonces el coronel Relayze iba
pensando que yo no era un oficial muy corriente ¡quién no quiere ser
tesorero! Y todavía, ¡con un amigo! En su oficina me planteó un par
de situaciones para las que debía hacer los documentos
correspondientes, luego me probó rápidamente en matemáticas y
estadística. Finalmente vino la gran pregunta ¿juega Ud. ajedrez? Él
era un fanático
Me quedé a trabajar con él y conocí a Rómulo. Era un empleado
civil que, durante años, había - en cierta manera - comandado
ingeniería en el ejército. Piensen que recién se estaba comenzando a
emplear la informática, que los oficiales que iban a trabajar a esos
puestos (excepto el coronel) eran enfermos como yo o personal de
tránsito que se quedaba meses o máximo un año y que la
información (oficiales con determinadas características, propuestas
para becas, ternas para puestos importantes, etc.) la pedían para ayer
y sólo él tenía todo en la cabeza. Por todo esto, sumado a su
intimidad con el Padrino, se había hecho dueño del puesto, un
tiranuelo y eran tantos los que le debían el puesto, el ascenso o
ambas cosas, que gobernaba más que cualquier general.
Relayze lo controlaba al máximo, hasta donde podía, porque cuando
Rómulo sentía que lo estaban poniendo en su verdadero sitio de
simple oficinista, una llamada del Padrino indicando que lo requería
o que se debía proponer a tal o cual oficial para un puesto
determinado (exactamente lo que él había dicho) lo reinstalaba en su
posición. Debo reconocer que Rómulo actuaba creyendo que lo que
hacía era por el bien de ingeniería, del ejército y hasta del país
(algunos oficiales iban a puestos más o menos importantes en el
Ministerio de Transportes) aunque en la práctica triunfaba su
conveniencia y terminaba auto convenciéndose que sus amigos, o
aquellos que le hacían costosos regalos, eran los mejores, aptos para
los cargos más importantes o para representar al país en el
extranjero.
Siempre mantuvimos relaciones muy diplomáticas hasta que
Relayze me dio mayores responsabilidades, como revisar los legajos
personales de los oficiales y encontré irregularidades en cosas que
yo conocía perfectamente (cambios de notas, personal que había
estado en un determinado lugar y aparecía en otro, etc.). Relayze
reaccionaba rápidamente y corregía las cosas hasta que un día
Rómulo se decidió y me habló:
- Señor capitán Ud. va muy rápido.
- Siempre trabajo así.
- Sabe a lo que me refiero.
- En lo absoluto.
- Hay cosas que el comando de ingeniería ordena y que deben
hacerse para la mejor marcha del instituto.
- Si es así que lo ordenen francamente.
- Un capitán no es nadie para tener que darle cuenta.
- Un empleado civil tampoco.
Ahí quedó la cosa pero nuestras relaciones se enfriaron.
Un trabajo que realicé que todavía está en uso fue un programa para
el pago de viáticos, pasajes y otros conceptos al personal de oficiales
y suboficiales cambiados de colocación que se reajusta de manera
muy simple ante los cambios de precios o inflación. No era algo que
nos correspondiese pero el sistema que estaba vigente era
inadecuado y Relayze quiso ayudar al general jefe de personal, que
también era de ingeniería.
Estaba avergonzado por trabajar en oficinas y preocupado porque las
normas marcaban que uno se presentaba al ascenso con cuatro años
de capitán de los cuales dos años mínimo al mando de tropas. Me
faltaba hacer el curso de capitanes y si salía primero (no puedo
pretender humildad, simplemente sentía que era el mejor y que sin
necesidad de hacer algo incorrecto o tener padrinos volvería a
lograrlo), un año en USA estudiando. Relayze me aconsejó (mejor
dicho me ordenó e hizo todo lo necesario para ello) que adelantase
mi curso (normalmente se hacía en el segundo o tercer año en el
grado) por lo que el primero de julio me presenté a la escuela de
ingeniería.
En el curso éramos treinta capitanes pertenecientes a cinco
promociones de la escuela militar, entre ellos mi ex jefe y amigo
Sime y Juan Ruiz (este último me trajo de y me llevó a casa los seis
meses, sin pedir y ni siquiera aceptar la mínima recompensa por
ello), algunos conocidos que no veía hace años y otros que no
conocía sino de vista. El director de la escuela era Rulo, hermano de
Gonzalo Briceño y tan bueno como él, aunque en otro estilo, más
intelectual y menos guerrero.
Entre los buenos profesores (civiles y militares) que tuvimos
destacaba Ortecho, arquitecto que había participado (con otros cien
más pero igual participó) en la construcción de Brasilia. Me enseñó
conceptos que luego me serían muy útiles.
En el curso el grueso de oficiales era de la promoción dos años
anterior a la mía (la de Jorge N, que también había adelantado su
curso, claro que él sin razón) y lo normal era que uno de ellos saliese
primero pero sin haberlo buscado yo tenía ventaja, dominaba los
cursos de equipo de ingeniería y blindados (había sido instructor dos
años y tenía el curso de Rusia), sabía informática (aprendida en
IBM), era un ratón de biblioteca y conocía de arriba abajo historia
militar y me había mantenido todos los años en permanente trabajo
intelectual.
Un día salí de la escuela y fui a imprimir planos a Miraflores,
cuando abandonaba la tienda fui alzado en vilo y antes de poder
reaccionar bruscamente vi la cara sonriente de Eugenio, nuestro
capitán traductor de la URSS. Trabajaba en la embajada, ya había
sido ascendido a mayor, había llegado con su esposa que era una
pianista de fama nacional y habían dejado a su hija en su país (era lo
normal, siempre uno quedaba). Nos visitamos muchas veces y las
dos familias establecimos una buena amistad. Cuando íbamos a su
casa no había problemas, cuando ellos venían a la nuestra debían
irse temprano y las dos primeras veces, en determinado momento
luego que ellos ya habían llegado, se hizo presente, con toda
tranquilidad, un funcionario de la embajada - uno diferente cada vez
-, que luego de mostrar algo así como una credencial, me saludaban
por el hecho de haber estudiado el su país, aceptaban un jugo y se
iban al rato. Nos alegramos grandemente cuando Eugenio fue
promovido a comandante y aún más cuando pudo traer a su hija.
Cuando alguien me preguntaba si pensaba quedarme en el
Departamento de Personal (muy buscado por algunos por razones
obvias) contestaba automáticamente que no y que me iría al
Marañón.
El Agrupamiento de Ingeniería Marañón era toda una leyenda.
Había construido gran parte de la carretera marginal de la selva,
constaba de tres batallones de construcción de carreteras, dos
compañías independientes de apoyo y un comando y estado mayor.
Relayze estaba de acuerdo en que fuera ese mi futuro destino y dado
que iban muchos capitanes, que no eran puestos especialmente
peleados y que era él quien hacía los cambios, podía estar
razonablemente seguro que iría ahí.
Sin embargo no fue así.
Cuando al término del curso me presenté en la oficina Relayze me
dijo: "te quedas por que el general así lo ha decidido, desea que
continúes haciendo trabajos de programación y me ha comunicado
que digas lo que digas y hables con quien hables igual te quedarás".
Como puede verse Relayze fue claro.
Pero yo era porfiado y además me sentía sano y creía que el lugar de
un capitán es el monte y no la oficina. Solicité audiencia.
- ¿No le ha comunicado el coronel Relayze la decisión del
Comando?
- Sí mi general pero yo quisiese que vea mi punto de vista, soy
capitán y pienso que mi sitio es con tropas.
- Muy bien, ese es su punto de vista.
Saqué la que yo creía era mi carta de triunfo:
- Además si no salgo de aquí no cumpliré con el requisito de dos
años de mando de tropa.
- No se preocupe, el comandante general firmará un documento
indicando que, por motivos especiales, se le considerará este año
como mando de tropa.
La decisión ya estaba tomada y, como vería después, por buenas
razones.
A fin de año se presentó una situación similar a la que se produjo
cuando iba a llegar Palomino al batallón cuando yo era teniente; esta
vez llegaba el “Osito” Rosales, que por lo que oía causaba más
terror que los hunos y fui el único oficial que quedó en la oficina.
El Osito se presentó y dictó sus disposiciones claramente indicando
entre otras cosas que los únicos que ordenaban eran él y el general
jefe de personal. Desde el comienzo se vio la animadversión
existente entre él y Rómulo. Su visión de cómo debía enfocarse la
tarea me pareció fabulosa; entre otras cosas, si había trabajo se
laboraba sin límite de horario y si no lo había pues sólo quedaba él
como responsable que era ante el general, con un empleado civil,
suboficial u oficial de servicio por si hubiera de hacerse un
documento.
Nadie le creyó pero menos que nadie otro capitán ya antiguo que me
aconsejó con toda su buena voluntad: "chiquillo, no tomes las cosas
tan a la ligera, el coronel nos está probando, no puedes desaparecerte
así". Efectivamente, aparte de lo que nos había dicho, había leído en
su diario (que, creo adrede, dejó abierto en mi escritorio un día) una
serie de sentencias entre las cuales una que también estaba entre las
favoritas de mi padre: "permanencia no es eficiencia", por lo que
casi todo enero y comienzos de febrero, que no hubo trabajo, daba
cuenta diariamente que me iba y, pues, me iba.
En marzo los miembros del Departamento tuvimos una reunión
social y en un momento dado el coronel le preguntó al capitán si
tenía problemas con su señora a lo que éste contestó que no y a su
vez inquirió el por qué de la pregunta. El coronel le respondió que
se debía a que no lo había visto aprovechar el verano con la familia.
- Pero mi coronel Ud. tampoco se iba y por solidaridad y respeto al
jefe me quedé.
- Primero, a mí puede llamarme el general y tengo que ir, a Uds. los

llamo yo así que si digo que pueden irse, pueden irse. Segundo, yo
mismo le hubiese dicho al general si hubiese deseado autorización
para ausentarme temprano, pero mi señora está en el comité de
acción social del ejército y en un grupo de oración y mis hijos en la
universidad e institutos por lo que no tendría sentido ir a mi casa y
estar solo.
Gran parte de mi estilo de comando y de hacer documentos lo tomé
de él.
Pedro había llegado a la dirección de la Escuela de Ingeniería y me
preguntó si, en mis ratos libres, podía colaborar con la escuela
haciendo un manual, le dije que sí y me puse a hacerlo.
A fines de marzo se produjo el gran cambio, súbitamente llegó
personal de seguridad y capturaron a Rómulo, acusado de falsificar
documentos, de cambiar el contenido de los legajos de personal sin
autorización, etc. Él entendió inmediatamente todo y antes que se lo
lleven me reprochó haber sabido lo que iba a pasar. La verdad no lo
sabía y tampoco sé lo que hubiese hecho o dicho de haberlo sabido
con anticipación. El general me llamó y me dijo que ahora estaba
viendo por qué me había quedado; yo debía reemplazar a Rómulo
como memoria viviente del Departamento hasta que todo se
regularizase (adrede Rómulo había mantenido todo en un orden, o
desorden, que sólo él - y ahora yo también - entendíamos).
Debí revisar el escritorio del detenido por orden del Osito y lo que
encontré allí, unido a lo que había leído cuando debí revisar los
legajos uno por uno, me hizo comprender la magnitud del poder de
Rómulo sobre mucha gente a la vez que perdí el respeto a una serie
de figurones del arma (casi todos ellos del entorno del Padrino) que
tenían el atrevimiento de tratar mal a oficiales que valían veinte
veces más, por el sólo hecho de ser ellos parte de una mafia que
enlodaba la carrera militar.
Parte del proceso de selección para el ascenso, los oficiales (y
suboficiales) dan un examen de conocimientos específicos para cada
grado y especialidad. Para evitar infidencias se forman en cada caso
dos equipos que trabajan separadamente formulando cada uno un
juego completo de exámenes para todos los grados. Normalmente un
equipo (generalmente el ganador) era conformado por los oficiales
de la escuela correspondiente (infantería, caballería, etc.) y era
liderado por el coronel director, para ingeniería en esta oportunidad
Pedro. La responsabilidad el otro equipo se la dieron a Rodrigo (sí,
el segundo de Abraham en Tumbes cuando yo era subteniente en mi
primera asignación).
Rodrigo nos llamó a un comandante y a mí y los tres hicimos todo.
Trabajábamos de noche en mi casa, que no estaba en el barrio
militar y además era conocida sólo por muy pocas personas del
medio, para asegurar el secreto. Nuestro trabajo fue el elegido.
Debía aprobar el examen de inglés administrado por la embajada
norteamericana como requisito para ir al curso en los Estados
Unidos de Norteamérica. Gracias a la previsión de mi madre eso no
constituía problema para mí. Pero se presentó otro contratiempo
mayor.
Se administraba un examen de inglés al primer puesto del curso y si
este no aprobaba, se tomaban los tres siguientes y si ninguno de
estos tampoco obtenía la nota suficiente se daba oportunidad a
cualquiera del curso que tuviese suficientes conocimientos de inglés.
Eso había ocurrido los dos años anteriores, los oficiales que habían
ido (no de los primeros) no habían hecho el papel que se esperaba de
ellos y la Oficina de Instrucción había recomendado que se suspenda
esa beca.
Me encontraba como novia abandonada en la iglesia, con mi primer
puesto en el curso, mi inglés aprobado y sin beca. Los dioses
acudieron en mi auxilio.
El gobierno norteamericano ofreció un programa de intercambio de
oficiales, por el cual vendrían mayores de ese país y viajarían
mayores peruanos, uno de cada especialidad (infantería, caballería,
artillería, ingeniería y comunicaciones) a trabajar en el país anfitrión
como si fuese el propio, con todos los deberes y derechos inherentes
al grado y función.
Los requisitos para ser considerado candidato el viaje no eran
muchos ni muy difíciles; buena conducta habitual, un promedio
normal de notas, no haber viajado becado al extranjero los últimos
cinco años y un mínimo de 95% de dominio del idioma inglés.
Muchas veces nuestra ventura está subida en la desventura de otros.
Ingeniería no tenía candidatos aptos por lo que un coronel de la
Oficina de Instrucción vino a coordinar con mi jefe una posible
solución. El Osito pensó rápidamente y le dijo que tenía el oficial ad
hoc con el pequeño inconveniente que no era mayor sino capitán. El
coronel aceptó llevar la recomendación y para mi suerte el director
de instrucción que era un tipo muy difícil, Arnaldo, hermano de
Gonzalo y de Rulo, recordó que yo había formado parte del equipo
que confeccionó las pruebas de ingeniería y me aceptó como
candidato, comunicándome medio en broma y medio en serio que
sólo viajaría si salía mejor que los mayores en las diversas pruebas.

Nos invitaron a tomar desayuno en la Escuela Militar (Arnaldo


temporalmente era también director de la misma). Yo estaba con un
gran absceso en el cachete derecho y me moría de sueño porque
salía luego de haber estado veinticuatro horas de servicio. Me senté
en la mesa rectangular frente al general pero en su ángulo izquierdo.
Él comenzó una conversación informal, tocando temas de cultura
general, de interés institucional y de actualidad. Participé en los de
cultura general, aventuré un par de opiniones sobre temas
institucionales y cuando se llegó al asunto del momento -la
exposición que había hecho la noche anterior el ministro de
economía Silva Ruete- y todo el mundo hablaba con gran convicción
de PBI, indicadores micro y macro económicos y de las mejores
recetas para una economía sólida, al notar mi silencio Arnaldo me
preguntó qué pensaba, le dije que nada, que había estado de servicio
por lo que no había visto la exposición y como acababa de salir del
mismo no había leído aún los diarios; pude ver algunos rostros de
conmiseración, total no competía con ellos (era el único de
ingeniería) y se había creado un cierto sentimiento de solidaridad.
La pena de ellos se agudizó cuando a la pregunta de Arnaldo de por
qué estaba de medio lado le contesté que para no hacer patente mi
absceso. Esa había sido la prueba de presencia personal.
Para el examen de conocimientos sobre temas de cultura general y
de interés nacional nos habían dado un cuestionario tan largo como
la cola de un dragón. Los que salían comentaban: "me preguntaron
de todos los tratados de límites" otros: "tuve que enumerar todos los
tratados sobre la Antártida". Cuando entré Arnaldo me dijo:
- Soy su jefe de batallón en los EEUU; oiga, quiero saber cómo es
eso de que Uds. los peruanos quieren doscientas millas, yo creo que
son doce.
- Claro comandante, las doce millas se establecieron porque eran
una distancia que aseguraba que ningún barco pudiera cañonear las
costas sin entrar a las aguas territoriales. Actualmente es evidente
que ese criterio perdió vigencia. El problema ahora es simple, Uds.
como tienen una enorme flota pesquera quieren doce millas y si
pudieran ser sólo dos mejor, cosa que se llevan todo nuestro
pescado. Como nuestra flota es pequeña, deseamos las doscientas
millas que impedirían, parcialmente aunque sea, que depreden
nuestro mar y poder pescar tranquilos de acuerdo a nuestras
posibilidades y necesidades.
Arnaldo se rió y dijo que no más preguntas.
Fui elegido para viajar inmediatamente en un primer grupo, junto
con un mayor de comunicaciones y Pepe Villanueva que iba por
artillería. Villanueva me odió por haber salido mejor que él en las
pruebas.
Estaba contento, el año anterior había creado, como trabajo
adicional ajeno a mi labor, el programa de pago de pasajes y bagajes
y ese año había terminado y entregado mi manual a la escuela de
ingeniería (Pedro muy formal me envió un oficio de agradecimiento)
y había participado en la confección de la prueba de ascenso.
Fue un año extraordinario con el Osito que incluso me consoló
cuando me trataron como cualquier cosa. El caso fue así: tenía un
primo que era capitán de caballería y había estado viviendo en una
casa de la villa militar en Lima, lo habían cambiado a Tacna, le
seguían cobrando la casa en Lima que había entregado hacía dos
meses, y también le cobraban la de Tacna que realmente ocupaba.
Había mandado solicitudes y llamado por teléfono sin resultado por
lo que me pidió que, ya que trabajaba cerca, me acercase a la oficina
de vivienda. Así lo hice, bajé al primer piso donde estaba ubicada la
mencionada dependencia y me ubiqué tercero en la cola del público
(es claro que era sólo personal militar o familiares directos). El
mayor a cargo, ya canoso pero con un impresionante físico de
luchador, hablaba por teléfono de lo más animado, evidentemente
con un familiar o amigo, contándole las más diversas cosas y a lo
que se escuchaba incluso intercambiando chistes. Primera en la fila
estaba una señora y segundo el mayor Pérez a quien conocía de vista
como muy correcto y cordial. Éste esperó unos diez minutos y luego
le dijo al mayor: "mi mayor le agradecería si nos atendiese"; la
respuesta fue: "¿desea poner una queja?"; "si se requiere lo hago mi
mayor" le contestó Pérez. "Vamos" dijo el mayor de vivienda
parándose y dirigiéndose a la puerta. Pérez me dijo "acompáñame
por si es necesario un testigo". Se desplazaron rápidamente y quedé
rezagado (todavía tenía placa, tornillos y el clavo en la pierna) pero
como ya conocía bien la instalación vi que introdujo a Pérez a un
baño que no tenía ninguna indicación de serlo. La cosa fue
rapidísima, cuando llegué a la puerta ya salía el mayor canoso
murmurando "quejitas a mí". Entré y encontré a Pérez sangrando del
cabezazo que le habían propinado.
Me había demorado mucho por lo que retorné a la oficina y al día
siguiente temprano volví al departamento de vivienda; pensé: ¡que
suerte!, el mayor estaba sólo leyendo su periódico. Me acerqué y le
pregunté si podía atenderme. Fue como haberle quitado un hueso a
un pittbull. Se puso hecho un energúmeno y me dijo que ya lo tenía
harto con mis llamadas y pedidos (había leído mi marbete y como
tenemos el mismo apellido juraba que yo era mi primo). Me trató de
la manera más ruin y con el vocabulario más soez que puedan
imaginarse. Normalmente le hubiese contestado y por supuesto que
no me hubiese dejado atacar sin responderle pero en el estado que
estaba sabía que era muy fácil que el animal ese me dejase
paralítico.
Sentado en la oficina me sentía mal físicamente, como si me
hubiesen golpeado. El Osito notó algo raro:
- ¿Qué pasa flaco? ¿algún problema familiar?
Le conté los sucesos de los dos días.
- Mira, la bestia esa es de mi promoción, se podría hacer algo pero
no vale la pena porque no le haría mella, él se irá al retiro de mayor.
Anda un rato a tu casa con tu familia o si prefieres estar solo ve a
tomar un café por ahí.
No recuerdo otro mal momento en ese, mi segundo año de capitán.
Viajamos a los EEUU de NA. Siempre que me habían cambiado me
desplazaba de frente con la familia y prefería pagar hoteles e
incomodarlos un poco hasta obtener una casa antes que dejarlos
solos en Lima. Llegamos al aeropuerto de Colorado Springs con el
mayor de comunicaciones, VIllanueva había sido destinado a un
fuerte en otro estado, nevaba copiosamente, mi esposa estaba en
cinta y, pese a que todo había sido avisado y coordinado con el
agregado militar yanqui en Perú, no nos esperaban.
Veía un gran movimiento de vehículos militares que dejaban y
recogían a su personal en y del aeropuerto y descubrí un escritorio
con un teléfono rojo que uno simplemente levantaba y ya estaba en
contacto con el oficial de servicio en el Fuerte Carson, nuestro lugar
de destino. Le dije al mayor para llamar igual que hacían ellos y
pedir que nos recojan, total se suponía que le estaban dando una
gran importancia (así nos lo habían dicho en la Misión Militar
Americana en Lima) a este primer programa de intercambio.
Habló con el capitán de servicio, le dijo quienes éramos y le
contestaron que los vehículos eran para su personal, que tomásemos
un taxi y que si no teníamos dinero él lo pagaría cuando llegásemos
al Fuerte. Traté de hacer entender al mayor que no era cuestión de
dinero sino que no podíamos empezar así ¡iguales deberes y
derechos! Llamé yo mismo pese a las protestas del mayor sobre que
su inglés era igual o mejor que el mío - lo cual era cierto -. El
malcriado capitán me dio la misma respuesta, malhumorado además
porque el primero que llamó no había entendido.
"El que no ha entendido es Ud. En primer lugar no somos de Beirut
sino del Perú, Macchupicchu . En segundo lugar no he venido a
reclutarme sino soy un invitado de tu gobierno. En tercer lugar en
media hora llamo a los periódicos para que vean como pretenden
tratarnos" y colgué. El mayor no entendía de qué se trataba y me
decía que los taxis eran baratos, que iba a avanzar la tarde y llegar la
noche. Pero se portó muy bien, en ningún momento se irritó ni trató
de hacer prevalecer su grado.
Antes de la media hora de plazo aparecieron dos automóviles y un
camión al mando de un comandante que no se molestaba en ocultar
su irritación. Era viernes por la tarde y ya habían terminado de
trabajar por lo que nos llevaron al hotel del fuerte indicándonos que
ya nos buscaría alguien el lunes.
El sábado me llamó por teléfono el comandante Le Blonde Jr. (en lo
sucesivo omitiré el Jr.) , jefe del Batallón de Ingeniería 52, mi futura
unidad, para invitarnos a cenar ese mismo día en su casa. Me había
indicado cuidadosamente el camino así que a la hora acordada, seis
y treinta estábamos tocando el timbre. A las siete ya conversábamos
todos animadamente. A las siete y quince concordaron Le Blonde y
su señora en que mi hijo Miguel era el bebé más adorable que
conocían y que lo adoptarían si no nos oponíamos (no se rían, no era
una cortesía, realmente lo pensaban y no tengo por que sentirme mal
por ello). A las siete y treinta cenamos, la señora Le Blonde era,
además de una excelente anfitriona, una magnífica cocinera así que
realmente disfrutamos de la compañía y la cena.
A las ocho comenzaron los problemas. El comandante me comunicó
que sería asistente del teniente Smith, jefe de personal a lo que
repliqué que mi contrato decía que sería adjunto del mayor jefe de
operaciones e instrucción y que, en el peor de los casos, Smith
podría ser mi asistente pero no a la inversa. Le Blonde se molestó y
me argumentó que yo estaba relevando a un mayor de nacionalidad
XYZ que había desempeñado esa función sin problemas y que por
último era cosa decidida. Le traté de hacer ver que a menos que los
grados tuviesen otro significado en su ejército, un teniente, por muy
norteamericano que fuese no puede comandar a un capitán, que si el
mayor había tolerado eso era su problema y por último me aferré a
mi contrato y nombramiento.
Súbitamente mi familia perdió toda su simpatía y ellos tenían sueño
y querían dormir. Contesté despidiéndome con otro bostezo. Mi
señora no entendió o no quiso entender a qué se debía ese súbito y
radical cambio de actitud.
Por supuesto que el lunes no vino nadie a buscarme pero como diría
mi madre, tenía boca para preguntar, un par de buenas piernas
(nuevamente corría como antes) y, en caso necesario, dinero para
tomar un taxi así que me presenté temprano en el batallón,
correctamente uniformado. No miento, con material prefabricado
habían hecho para mi un ambiente de dos metros por un metro y
medio, con una silla solitaria, parecía una cuarto de interrogatorios,
eso sí con su letrero "Capitán ... Adjunto al My de Operaciones e
Instrucción".
No dije nada y me retiré a mi domicilio. El miércoles apareció un
sargento en un jeep para llevarme al batallón. Llegando, el mayor
Tassillo, Jefe de Operaciones e Instrucción, me recriminó en forma
airada por mi inasistencia indicándome que en ese país los oficiales
trabajaban y cumplían sus horarios. En forma más airada todavía le
dije que en mi país los oficiales trabajaban mucho más, cumplían
mucho mejor y se respetaban mucho más y que no me iba a quedar
en ese tugurio. Trató de poner cara de sorprendido, ¿tugurio? dijo y
me llevó a mi oficina, amplia, con su escritorio, silla, sillón y su
infaltable aire acondicionado.
También recibí a un viejo sargento de origen polaco, veterano de
guerra, que me ayudó mucho en cuestiones profesionales y
personales. Al poco rato de haberme instalado en mi oficina
apareció Tassillo con un cerro de reglamentos, la Constitución y la
tarea de preparar una Orden de Formación para la ceremonia de
retiro de fin de mes que era responsabilidad del batallón. Con sorna
me dijo que ya que era un oficial tan capaz esperaba que leyese todo
y la tuviese lista para el lunes.
No es que no pudiese leer todo ni que no fuese capaz de hacer solo
la Orden pero no tenía sentido crear una obra de arte para algo tan
rutinario. Pregunté al sargento quién había tenido la ceremonia el
mes anterior y me dirigí al batallón de artillería. Mi sorpresa fue que
al pedir prestada su orden de formación para sacarle una copia me
dijeron ¿cuántas copias desea? En nuestras brigadas había una o dos
fotocopiadoras, instaladas en el cuartel general y para sacar una
copia muchas veces se requería autorización escrita del general por
lo que uno prefería ir a una librería y pagar los pocos centavos que
costaba.
Premunido de la anterior orden (no era cuestión de copiarla ya que
artillería tenía una organización diferente, pero era una buena base),
di una ojeada a los reglamentos que me había traído Tassillo e hice
los cambios respectivos. En la tarde tenía mi documento listo, lo que
es más, había observado que los documentos los hacían sin respetar
los márgenes y entre las cosas que mi padre me había enseñado
estaba escribir correctamente a máquina ("para que no dependas de
nadie") por lo que yo mismo había mecanografiado todo lo mejor
posible. Lo dejé en la oficina del mayor.
Al día siguiente Tassillo me habló ya en otro tono y me dijo que era
increíble que hubiese leído los reglamentos y ordenanzas en tan
poco tiempo. El documento tenía sólo un pequeño error en la
ubicación de una bandera.
Al comienzo fui todo menos bienvenido en la unidad. Me di cuenta
que en la División estaban acostumbrados a latinoamericanos que
sonreían y aceptaban cualquier cosa, aún ser tratados como
minusválidos, con tal de no tener problemas y también tenían
ingleses, italianos y japoneses de intercambio, que gozaban de toda
su confianza y a los cuales sí daban su lugar.
Trabajaba y pensaba porque ya era costumbre en mí hacerlo pero me
esforzaba más porque sabía que podían olvidarse de mi nombre pero
también sabía que, como tenemos por costumbre generalizar, aún
después de años dirían que los oficiales peruanos son buenos (o
malos) y estoy seguro que si leen estas líneas, Le Blonde, Tassillo,
Pat Guinnane, Lieurance, Chuck Rogers, Hayes, Smith, los
sargentos Jeremy, Quest y tantos otros oficiales, NCO´s y sargentos
estarán de acuerdo conmigo.
Una de mis funciones consistía en verificar que el personal de tropa
dominase una serie de materias consideradas primordiales. Se me
ocurrió que parte del problema era que, al igual que en nuestro
ejército, el soldado no tiene el hábito de leer por lo que había que
darles un material más atractivo, ágil y pequeño que los barrocos
manuales existentes. Preparé una serie de cuadernillos que contenían
todas las preguntas que deberían poder contestar en cada curso, con
sus respectivas respuestas. Además de ser una lectura mucho más
fácil y atractiva se sentían cómplices míos que les había "dado" la
prueba. La idea les pareció tan buena que fue copiada por otras
unidades y me preguntaron si podían proponerme para la medalla
del Congreso. Ahí si tuve una idea no muy atinada, en vez de dejar
que prospere eso y luego poner una cara de sorpresa, consulté con el
coronel Hoyos, adjunto al Agregado Militar peruano en Washington
(una menos que mediocre imitación de su hermano el bueno) quien
inmediatamente y sin pensarlo dos veces me dijo que eso era una
cuestión política y que debía rechazarla de plano.
A partir del tercer año de cadete había tenido muy buen estado físico
y nunca he dejado de cultivarlo desde entonces por lo que, pese al
accidente, nuevamente estaba en buena forma, eso es algo que
influye mucho en el liderazgo de cualquier militar sobre sus
subalternos ya que es parte de la vida misma del soldado; ni siquiera
se trata de ser el mejor en todo, siempre habrá soldados, suboficiales
y oficiales que correrán, nadarán o combatirán mejor que uno, pero
uno debe poder hacer todo lo que exige y tratar de exceder las
normas, que normalmente son metas muy bajas.
Eso me ayudó a integrarme en los EEUU. Otra de mis labores, que
pienso creyeron por un momento que rehuiría, era administrar la
prueba de esfuerzo físico al personal del batallón. Emití una Hoja
Previa firmada por el comandante, (éste era un documento que
habíamos aprendido de ellos pero que ya había sido "superado" en
los EEUU; consiste en una serie de indicaciones dadas a modo de
advertencia y aviso sobre lo que va a ser, de ahí su nombre) en que
les detallaba los ejercicios y marcas exigidas e insistía en la
puntualidad, el uniforme, etc.
Debo aclarar que el ejército americano estaba con el síndrome post
Vietnam; tenía un cuerpo de sargentos de primera, muy
profesionales y dedicados, oficiales que cumplían con su deber pero
no acudían soldados (no existía ya el servicio militar obligatorio y el
ciudadano se presentaba a las oficinas de reclutamiento como a
cualquier oficina de empleos, preguntando salario, ventajas
adicionales, deberes y normalmente no se alistaba si no encontraba
mejores horizontes) por lo que, con una política que considero
errada, parte importante de la calificación del oficial estaba dada por
el número de sus soldados que se reenganchaban para otro período.
Esto llevaba a que cada quien se esforzaba en ser "más bondadoso"
y menos severo que el otro, con la esperanza de conseguir que una
buena cantidad de su personal permaneciese en el ejército. .
Como no tenía ese problema me permitía ser un oficial "anormal",
vale decir actuaba en forma totalmente profesional, lo más
correctamente que podía, tomando acciones correctivas en caso
necesario, sin miedo a la represalia de que abandonasen el ejército.
Pese a que había hecho la Hoja Previa lo más cordial a la vez que lo
más precisa posible, hubo problemas el día de la prueba.
Quince minutos antes de la hora indicada me presenté con un par de
sargentos al campo deportivo y organizamos a la gente que había
llegado y que iba llegando. A la hora exacta no acepté más personal.
Luego procedí a verificar el uniforme; muy pocos habían cumplido y
estaban con su uniforme de combate (que incluye borceguíes), unos
se habían puesto el uniforme pero en vez de borceguíes tenían
zapatillas, otros estaban con buzo y borceguíes y finalmente otros
tenían buzo y zapatillas. Separé a los que estaban mal uniformados y
procedí a tomar la prueba. Pero no crean que fue una tarea sencilla,
los que habían llegado tarde reclamaban a gritos por su exclusión y
los mal uniformados vociferaban lemas como "nazi", "cree que es
Patton". Yo sabía que el problema radicaba no en ganas de dar la
prueba sino en que el que no la daba no estaba apto para ser
promovido lo que significaba menos dinero. Me encaramé a una
tarima y los hice callar, luego les dirigí una arenga en que incluí
conceptos como disciplina, cultura, responsabilidad y como
corolario les dije que sólo tomaría en cuenta a los que habían llagado
bien uniformados y en hora. Cuando vieron que hablaba en serio se
fueron rezongando.
Al llegar al batallón, el Viejo (así llaman ellos a su jefe de batallón
así que en lo sucesivo nos referiremos así, con todo cariño, a Le
Blonde) me preguntó si había habido algún problema, le dije que no,
entonces me comentó como sin querer que si no daban examen
físico no tendrían posibilidad de ascender ese trimestre. También de
manera casual le recordé que él había firmado una Hoja Previa, que
todo se había hecho reglamentariamente, que era su batallón y si él
decidía romper el principio de autoridad era libre de hacerlo pero yo
no tomaría otro examen hasta el próximo trimestre. Lo pensó y la
cosa quedó ahí.
Posiblemente necesitaría un libro aparte para contar todos lo detalles
de lo vivido ese año pero hay algunos que, por su significación
como desencuentro cultural, ameritan ser citados. A los pocos días
de instalado en la "tienda" de Instrucción y Operaciones se acerca
casualmente Tassillo y me pregunta si deseaba una gaseosa, le
contesto "si, gracias" y como continuase ahí parado, creyendo
responder a su mudo requerimiento, le digo "de uva". Sonrió y se
fue a la máquina expendedora. El sargento polaco me aclaró muy
cortésmente que él me entendía porque teníamos costumbres
parecidas con las de su patria de origen pero que lo que el mayor
quería eran los veinticinco centavos.
Cuando volvió con el refresco le pagué y grabé en mi disco duro que
lo que para nosotros sería una invitación para ellos era una oferta
cortés de ir a comprar.
Mi esposa se agripó, normalmente le hubiera dado algún antigripal
pero como estaba en cinta preferí no medicarla, nevaba muy fuerte y
ella estaba con el malestar propio de la enfermedad por lo que fui al
hospital solo y le explique al médico la situación pidiéndole por
favor le recetase en ausencia. Terminada la consulta fui a esperar me
entregasen la medicina; cuando llamaron mi nombre y vi el cajón
que me destinaban le avisé al encargado que había un error y que
eso no era mío, sin embargo él insistía en que sí y que eso me estaba
destinado; de pronto apareció el médico. Mi inglés era muy bueno y
nunca he tenido problemas de comunicación pero por una razón u
otra él había entendido que mi mujer estaba en Perú y asumido que
yo acudía al hospital por la superior tecnología médica (había
comprendido bien lo de la gripe) y, en un gesto de amistad, ya que
yo iba a enviar las medicinas para mi mujer, había juntado algunas
otras para mi gente en el Perú que carecía de ellas. No se por qué
me sentí ofendido, en realidad no era culpa suya creernos tan
atrasados como para no tener un remedio para la gripe que no
afectara a una mujer embarazada. Sonriendo le dije que mi señora
también estaba en Fuerte Carson y que si hubiese estado en el Perú
no hubiese habido problemas porque el médico hubiese ejecutado la
danza respectiva y la hubiese curado. Su rostro era digno de una
fotografía:
- ¿Danza?
- Si, claro
- ¿Y se curan?
- Si es un buen médico por supuesto y al instante, sino demora un
poco.
- ¿Y sólo curan el resfrío?
- No, hay danzas para el estómago, el riñón, etc.
Luego trato de explicarme qué cosa era una filmadora y quedamos
en que nos reuniríamos para que me diera el aparato con
instrucciones escritas para su uso y enviarlo al Perú para que algún
amigo filmase las danzas. Me sentí muy mal cuando luego de
algunas semanas nos encontramos y me dijo el ridículo que había
hecho al anunciar en un grupo de médicos, donde había algunos que
habían estado en el Perú, su descubrimiento de las "danzas
curadoras".
Tenía un oficial "padrino", es decir alguien que me debía ayudar en
mis primeros pasos en el país. Era muy bien intencionado pero
demasiado inocente, quizás "naif" es el término exacto. Creo que
Chuck Rogers, Hayes o Lieurance hubiesen sido una mucho mejor
elección pero probablemente en aquellos momentos iniciales
ninguno de ellos hubiese aceptado de buen grado el hacer de niñero
de un latino desconocido, por muy capitán que fuese. Cuando
compré una camioneta usada y al llegar al Fuerte descubrí que
mientras había ido a pagar le habían sacado la llanta de repuesto y
las herramientas, me dijo que habría que buscar un buen abogado y
tratar de ubicar testigos; regresé sólo y convencí al dueño del
negocio que más a cuenta le salía devolverme lo que me había
robado que tenerme fregándolo todo el día todos los días.
Para sacar mi licencia de conducir me sugirió que me matriculase en
un curso (simplemente fui y la obtuve luego de pasar los exámenes
respectivos). Al tratar de comprar un televisor, le expliqué que, a
diferencia del vehículo y algunas cosas usadas, en este caso quería
un artefacto nuevo y lo mejor que hubiese en el mercado porque
pensaba llevarlo a mi país cuando retornase. No entendía por qué se
empeñaba en que compre uno viejo y barato hasta que:
- ¿Pero tú ya has visto antes televisión en el Perú?
- No, pero llevo el aparato y veré – ya había entendido por dónde iba
la cosa.
- No es tan fácil, se necesita una instalación que se llama estación
emisora y ustedes no tienen.
- Yo creo que sí, porque también tenemos esas cosas con dos huecos
en la pared donde ustedes conectan el televisor - le contesté
malignamente.
- No, no. Eso es un tomacorrientes y sirve para trasmitir la
electricidad.
Igual compré mi Sony de veinte pulgadas (no existían los monstruos
de ahora) en J. C. Penny.
Me costó, pero no mucho, ocupar mi lugar en el batallón. Allí la
cosa era mil veces más fácil que en el Perú. El jefe de batallón
recibía su personal, su armamento, sus vehículos, sus máquinas y su
dinero para una buena alimentación, mantenimiento, combustibles,
recreación, etc. completos y en perfecto estado, con repuestos
suficientes para varios años. Igual para abajo, los capitanes recibían
sus compañías y los tenientes y subtenientes sus secciones con todo,
incluso manejaban un pequeño presupuesto, su trabajo era rutinario
y su administración fácil. Comparado con nuestra situación era un
sueño pero, por otra parte, en el Perú estábamos obligados a
desarrollar nuestra iniciativa, astucia y audacia al máximo; nosotros
teníamos que sudarla para lograr, con presupuestos mínimos y
máquinas viejas, que funcionen las organizaciones (y funcionaban)

A mediados de ese año fracasó de manera estrepitosa el intento de


rescatar a los rehenes en Irán lo cual contribuyó a mantener baja la
imagen del ejército y la moral al interior del mismo.
También era representante del batallón ante el organismo de Igual
Oportunidad. Mi opinión personal es que hay racismo en todo el
mundo, como una forma más de discriminación y lo que sí varía
grandemente es la intensidad o manifestaciones de ese racismo y
lógicamente las víctimas del mismo. También creo, a riesgo de
recibir los más variados y no gratos calificativos, que a veces ese
racismo está justificado. Bueno, en los EEUU de NA no es ese el
caso. Es decir sí hay racismo y discriminación, pero en modo alguno
está justificado.
Con la creación de los Comités de Igual Oportunidad se habían ido
al otro extremo, es decir se sacrificaba calidad en el afán de dar,
como el nombre del comité lo indicaba, iguales oportunidades. El
sistema era tal que si se presentaban diez WASP's (por llamar de
algún modo a los blancos que no siempre lo son tanto), diez negros y
diez latinos a un concurso para seleccionar seis personas, debían
elegirse dos de cada grupo, al margen de si los diez latinos (por decir
algún grupo) eran mejores que todos los demás. Intervine en el
asunto lo mejor que pude tratando de combinar el ser justo, cumplir
con la ley y obtener la máxima eficiencia.
En cierta oportunidad Tassillo me comunicó que habíamos sido
designados para actuar como "enemigos" de otra Unidad militar erte
en un ejercicio de campaña. Ya lo había hecho en mi país
(normalmente los ingenieros, y entre ellos preferentemente los que
tienen algún curso de fuerzas especiales, rangers, paracaidistas o
anfibios, se encargan de esta tarea), disparando tiros de salva y
haciendo explosiones durante el desplazamiento de las fuerzas
regulares. Llegué al batallón a las nueve de la noche y lo encontré en
el preciso instante en que se ponía ropa interior de cuero de oveja
por lo que me reí. Continué haciendo chacota mientras se ponía capa
tras capa de prendas de abrigo. Yo había ido con mi ropa normal,
capote, una chalina y nada más pues sabía que nuestro trabajo
requería de desplazamientos rápidos, lo que se vería facilitado si iba
con ropa no tan pesada, a la vez que el movimiento me permitiría
calentarme.
Colorado es frío, encima era época de invierno y la maniobra se
desarrollaba en la parte más alta del fuerte por lo que "hacía" frío.
Encima Tassillo se lució. Nos tendíamos en el terreno a esperar el
paso de las columnas más tiempo del necesario. Bajó la luna
parabrisas del jeep para "tener mejor visión". El frío me consumía y
como a las doce me preguntó si tenía frío para retirarnos ya que
estaba tan desabrigado (a fin de poder trabajar más fácilmente con
los explosivos ni siquiera tenía guantes), contesté que no, que estaba
cómodo. A las tres que retornamos fui volando a casa, me abrasé a
la estufa y me prometí no volver a burlarme de nadie.
Cuando estuve en la URSS –como ya lo he narrado- me convencí
que no podría vivir allí. En los EEUU la vida era bonita, cómoda, las
diversiones abundaban pero había un no se qué inadecuado flotando
en el aire y que no sabía explicarme.
Un problema que solucioné rápidamente, pero tras otra
confrontación fue la vivienda. En el Perú la vivienda militar era sólo
una manera de pagar menos. Aquí era otra cosa. Vivir en el medio
civil era más elegante y más barato que en el fuerte, de hecho mi
camarada de comunicaciones alquiló una bello departamento en un
condominio con piscina y cancha de tenis en Colorado Springs por
trescientos cincuenta dólares. Los departamentos en el fuerte
costaban algo más pero el dinero se recuperaba con lo que se
ahorraba en gasolina, sin embargo lo más importante para mí era la
seguridad y estar cerca de la familia
Solicité una vivienda en alquiler en el fuerte y me contestaron que
era extranjero; ahora, exactamente ese era uno de los puntos que
habían quedado aclarados con los americanos en Lima y tenía los
mismos derechos que ellos. Solicité audiencia con el general jefe de
la brigada y le manifesté mi malestar por el incumplimiento de lo
hablado (era al inicio y estaba todavía fresco el intento que habían
hecho de ponerme a órdenes de un teniente). El general pidió el
contrato, lo leyó, se sonrojó, se disculpó y me asignó una casa.
Aprovecharé para contar qué favorable me fue, en lo económico,
esta decisión de vivir en el fuerte; al llegar fines de enero me
acerqué con mis cuatrocientos cincuenta dólares, que era lo que
pagaba por una casa similar a la mía un capitán americano, a la
tesorería del fuerte, pero no quisieron tomar mi dinero por que no
era ese el procedimiento sino que el dinero lo descontaban
directamente de Washington y dado que a mí mi dinero me venía del
Perú no sabían qué hacer, pasé por todas las oficinas imaginables
con el mismo resultado así que hice una solicitud pidiendo me
aclarasen donde pagar y abrí una cuenta donde depositar ese dinero.
El documento hizo un largo viaje, del fuerte a Denver, etc. hasta
llegar al Pentágono. A fin de hacer las cosas bien contrataron una
firma de tasadores para que determinara de manera justa cuánto
debía pagar por la casa que ocupaba. Efectivamente, en mayo o
junio aparecieron los tasadores y en setiembre me llegó un
documento determinando que pagase cuatrocientos dólares
mensuales, saqué mi dinero del banco y me dirigí a la tesorería y
ellos que también habían recibido el dictamen me explicaron que
nada era retroactivo y que debía pagar los cuatrocientos a partir del
primero de octubre, es decir sólo pagué tres meses del año.
No nos gustaba dejar a los chicos solos así que únicamente íbamos a
las reuniones que eran con ellos y muy esporádicamente a algún
almuerzo saliendo a la carrera a fin de esperarlos cuando el ómnibus
los trajese del colegio a las dos. Cada vez que estábamos en
Colorado Springs, ciudad a veinte minutos del fuerte, veíamos un
letrero de una pareja de abuelitos que cuidaban niños. Se les veía
amorosos y respetables pero no sé por qué nunca se nos hubiese
ocurrido dejarlos ahí.
De repente salió a luz la desgracia; el par de ancianos habían tenido
en su casa un centro de pornografía y explotación sexual infantil.
Otra cosa que nos movió es cuando salí al campo con el batallón y
mi esposa recibió llamadas amenazándola sexualmente. Claro, me
dieron la noticia quitándole importancia y avisándome que habían
llamado a casi todas las esposas del batallón. Después se encontró
que era un soldado del batallón que había cogido el directorio para
divertirse.
Si a lo anterior agregamos que paseábamos una tarde por el parque
de la ciudad y llegó una banda de gente drogada y otra vez que unos
beodos casi nos matan acosándonos con su auto (la policía reaccionó
instantáneamente luego de la queja, los capturó a los quince minutos
y nos presentaron sus excusas pero..) ya tenía la explicación. Había
demasiada violencia en el ambiente.
Mención aparte merecen los mormones. No soy adepto de ninguna
religión en particular pero me relacioné con ellos a través de una
peruana casada con un salvadoreño, una bella pareja que nos
invitaban a cuanta reunión tenían. Después a lo largo de la vida he
conocido y tratado otros mormones y al margen de sus creencias y
doctrina, siempre me han impresionado favorablemente por la
corrección de su comportamiento y lo consecuentes que son con sus
ideas porque puede estar bien o mal lo que uno crea pero lo que si es
inaceptable es no vivir de acuerdo a lo que se dice creer. Pienso que
la solución para el problema de drogas, pandillas juveniles y
alcoholismo que tiene EEUU podría estar en Utah.
Una responsabilidad muy particular era la instrucción que se
impartía al personal de oficiales dos horas diarias, me parece que los
lunes. Como se buscaba no sólo formarlos técnica y tácticamente
sino también darles cultura comencé a invitar a profesionales
diversos, psicólogos, médicos, les brindé diversos puntos de vista
del liderazgo y también personalmente les di una serie de charlas
para presentarles Latinoamérica, en forma integral, geografía,
culturas, tradiciones y algo especial para ellos: la forma como los
veíamos, tanto a su gobierno, ejército, como a los turistas "gringos",
totalmente diferentes del europeo. Todo comenzó de manera casual,
un viernes se me acerca el oficial especialista en comunicaciones por
medio del satélite que tenía a cargo la charla para ese lunes y me
avisa que su novia llegaba en un par de horas y no iba a poder
preparar su exposición; para mí eso era impensable, él “debía”
cumplir con su deber. Era un capitán más joven y tuvo la cortesía de
decirme que lo lamentaba pero que ya había hablado con el
comandante. Indignado fui a ver al Viejo, luego que le dije lo que
pensaba me calmó "tienes que entender, esto es diferente a tu país.
Aquí las distancias son grandes, cuidamos el dinero y no nos
agitamos tanto. Llega la novia del capitán, es enfermera y ha
conseguido un fin de semana libre, viene de muy lejos y quieren
estar juntos, ¿crees tú que va a preparar bien su clase? Por otra parte
¿pasará algo si la dicta la semana siguiente?". Hallé que tenía razón
y me puse a buscar un substituto (de todas maneras tenía que haber
una charla) y al fin hablé yo.

Como estaba ya lleno de su falta de disciplina y modales comencé


no muy cordialmente: "espero que perdonen mis fallas en el idioma
como yo perdono su falta de cortesía" y antes que se repusieran
continué "creía al comienzo que los oficiales más jóvenes no me
saludaban porque desconocían mi grado o porque era latino, de un
país subdesarrollado, craso error, no me saludan porque ustedes no
saludan a nadie, porque sus padres no les enseñaron y las escuelas
tampoco". Si piensan que alguien cogió el reto y rechazó la crítica,
se equivoca; hubo un nutrido aplauso rociado con carcajadas y
exclamaciones ¡qué bueno! ¡siga así!. Creo que primero sintieron y
después llegaron a comprender que los estimaba y quería lo mejor
para ellos, que desarrollen, que se culturicen, que tuviesen una vida
más rica. Estaban destinados a ser Roma pero lamentablemente,
aparte de la tecnología y el poder militar se habían quedado en
Fenicia, les faltaba y les falta la grandeza imperial. En algún lado leí
que el doctor Spock los había convencido que había que dejar que
los niños hiciesen lo que deseasen por que sólo así serían adultos
felices y que eso había malogrado una generación. Comparto esa
opinión.
Mi padre decía que no hay que mostrar simpatía a la gente, hay que
sentir genuina simpatía por ellos y lo percibirán. Siempre practiqué
la receta y funcionaba.
A fines de marzo realizamos una gran maniobra en Denver. En estos
casos todo gira alrededor del departamento de operaciones e
instrucción por lo que intervine repetidas veces. Luego del tercer día
estaba dormitando en mi cuarto luego de cenar cuando tocaron la
puerta. Era Tassillo y me disculpé por estar ya acostado:
- Abre la puerta o la tumbo. Estamos con Schaffer (era el otro mayor
del batallón, también una excelente persona, amigo y buen oficial).
A regañadientes me vestí y abrí, intrigado por la visita.
Me sorprendí, estaban el viejo, Tassillo, Schaffer y un par de
capitanes de West Point. Fuimos a un bar, cada uno pagó una ronda
de cervezas y el viejo me indicó que el motivo especial es que ya
había demostrado ser uno de ellos. De la conversación salió que la
experiencia con mi antecesor de XYZ no había sido muy buena y
que las vivencias de Le Blonde con otros ejércitos tercermundistas
habían sido igualmente malas por lo que no tenían particular respeto
por oficiales foráneos no europeos (nuevamente la necesidad de que
lean “el americano feo”).
Pese a no tomar licor la ocasión lo ameritaba, pagué un par de
rondas más y me fui a dormir contento, no sé si he dado otra visión
pero ellos cumplían su deber y hacían lo que debían, particularmente
los oficiales salidos de West Point eran de primera y los otros no
eran malos. No había sentido ninguna segregación ni personal ni
familiar pero tampoco me había integrado totalmente. A partir de
ese momento el contrato se cumplió a cabalidad, los mismos deberes
y derechos.
Teníamos una instrucción de actualización para personal que había
estado en filas y que constituían la reserva del ejército activo.
Conocí ahí a un capitán que había estado en Vietnam con los
pequeños grupos de fuerzas especiales organizando y entrenando a
los montañeses que peleaban por su independencia contra el
vietcong. Ya había leído algo sobre ellos en Larteguy y en revistas
americanas y europeas en la época del conflicto y el capitán
confirmó la exactitud de la información que yo tenía. Eran tres o
cuatro hombres, un especialista en comunicaciones, uno en
armamento, uno en explosivos y el oficial que dominaba o por lo
menos masticaba algo el idioma; formaban con los aldeanos
pequeñas unidades que actuaban independientemente o acudían en
apoyo de las fuerzas regulares americanas cuando era necesario.
También me confirmó la tragedia que significó para esta gente la
derrota. Les habían prometido evacuarlos en caso necesario pero fue
una más de las promesas no cumplidas, me parece que en ese
sentido, a lo largo de la historia, la URSS fue más leal con sus
aliados. El capitán sufría con estos recuerdos y también con la
manera como lo recibieron al regreso. Él había ido por órdenes de su
gobierno, a ayudar a un gobierno amigo, había peleado con valor y
limpieza; al retorno lo habían hostigado, atacado y atentado contra
su familia, los "amigos de la paz", aquellos que se escondieron y no
cumplieron con su deber.
Sintonizamos tanto las dos semanas que duró la instrucción que
acepté la invitación para ir de vacaciones con mi familia a su casa en
Moronai, pequeño pueblo en Utah. Su familia, mormones, tan noble
como él. Todo el viaje fue una maravilla, nos bañamos en el Lago
Salado, sorprendidos mis hijos y yo de no poder hundirnos por la
densidad que la sal le da al agua, visitamos el Museo de los Pioneros
en Salt Lake City, viendo como esta gente austera había llevado su
cultura de Europa a la nueva tierra, cargando sus libros, sus pianos y
otras maravillas. La película de la construcción de su Templo me
sirvió para hacer notar a mis hijos la diferencia. En Latinoamérica
las múltiples iglesias fueron construidas por los infieles, es decir la
pobre población indígena esclava, en cambio el maravilloso Templo
Mormón lo habían levantado los creyentes con su sudor. Como en
cierta manera es normal allá y novedad para nosotros peruanos, mis
amigos habían construido su casa, amplia y bonita, con sus manos.
Llegaba a su fin mi interludio americano, las comidas campestres,
las compras de artículos sofisticados a precios cómodos en los
almacenes del ejército - en ese sentido engreían mucho más a sus
soldados que en mi país - y aún las compras de todo tipo de víveres
procedentes de los cinco continentes a precios ridículamente bajos,
se iba la tranquilidad económica y volvíamos a nuestra realidad.
Algo que creo incide en, a la vez que es un signo de, nuestro
subdesarrollo, es nuestra incapacidad de aceptar lo que es mejor, con
tranquilidad y altura. Tassillo se fue y llegó a reemplazarlo un
capitán antiguo. Conversamos y le dije que seguro en ese año sería
promovido y me contestó que no, que Rogers y Hayes habían hecho
más méritos que él a lo largo de la carrera y tenían también mayor
especialización. En el Perú seguramente me habría contestado que
merecía ser promovido y que si no era así se debía a que no tenía
padrinos, que esto o que aquello.
Una despedida interesante fue la de Mario Quest. Era un Cabo que
llegó cambiado al batallón, el Viejo lo asignó a mi oficina
contándome el caso: muchacho con educación, rebelde, había
llegado a Sargento Primero varias veces y lo habían degradado más
veces aún por mala conducta, sin embargo no era un delincuente,
esperaba que con mi habilidad y "muñeca" pudiese manejarlo.
Cuando se presentó lo hizo mal uniformado, desinteresado de todo.
Como parte de nuestro trabajo era llevar las estadísticas le di esa
labor, indicándole adrede el método regular para sacar porcentajes y
le entregué una calculadora. Me dijo que eso era para débiles
mentales en lo cual estuve de acuerdo y le dije que si él no lo fuera
no habría dejado que lo degradasen tantas veces. Me mostró su
rapidez y le enseñé que se podía hacer más rápida y fácilmente el
trabajo, a condición de saber bien las cuatro operaciones y tener una
mente ágil. Luego de estar quince minutos probando nuestra
capacidad matemática aceptó que podía más que él y a su vez me
preguntó qué hacía en el ejército. Llegamos a ser amigos, me contó
su historia y expuso sus puntos de vista. Era hijo único de una
persona muy rica, dueño de empresas florecientes; había dejado no
recuerdo si la universidad o el college e ingresado al ejército para
viajar con dinero propio por primera vez (para el primer alistamiento
el ejército lo enviaba a uno donde eligiese, total los EEUU tenían
fuerzas en todo el mundo y podía ser Japón, Tahití, Alemania,
Corea, etc.), trataba de ser buen soldado pero lo hartaban los jefes
incompetentes y rutinarios. Cuando le pregunte por qué no estudiaba
me contestó que para qué, heredaría el dinero de su padre y a menos
que fuese a quemar el dinero éste le alcanzaría para toda la vida, no
pensaba tener familia y no era filántropo. Eso me puso a pensar en el
problema de la juventud americana. En mi país trataban de estudiar,
luchaban con los problemas diarios de la supervivencia; aquí tenían
de todo y estaban aburridos del no tener que hacer, si deseaban algo
estaba al alcance de su mano e incluso cuando trabajaban, las
jornadas de trabajo eran tan cortas que tenían mucho tiempo libre y,
muchos, ningún norte. Conmigo Mario se portó muy bien, cumplió
con sus labores, fue promovido y cuando llegó el momento de
despedirnos simplemente me dejó una nota indicando lo que
pensaba de mí y lo grato que había sido para él trabajar conmigo.
También para mí contigo, Mario.
Había hecho un manual y dejado en alto la imagen del oficial
peruano, estaba satisfecho, aunque se había frustrado lo del
Congreso por mala fe y envidia de un jefe, venía con una carta de
felicitación de la brigada. Misión cumplida. Por otra parte Le Blonde
(ya sé que no es exactamente así el apellido), Tassillo, Schaffer,
Hayes, Rogers, mi pata Lieurance y toda la gente del batallón
fueron, unos, excelentes jefes, otros, grandes camaradas y amigos y
otros más muy buenos subalternos.
Llegando a Lima mi suegro nos sugirió comprar una casa en un
mejor sitio; daríamos una cuota inicial fuerte con lo que traíamos, la
alquilaríamos mientras estuviésemos fuera de Lima y se terminaría
de pagar sola con los alquileres.
Estaba cambiado al Agrupamiento de Ingeniería Marañón. Llegué a
Lima y realizados los trámites oficiales fui a mi querida Escuela de
Ingeniería, llevando algunos manuales, a saludar a Juan Manuel que
era el director. Me recibió contento y me indicó que me quedaría a
trabajar con él en la escuela. Argumenté que no, que estaba
cambiado al Marañón, que debía cumplir las normas además que no
quería ser un protegido de nadie. Se molestó pero me fui.
No ha habido decisión que me duela más, veinte años después me
sigue dañando. Mi única frustración en la vida era no ser ranger pero
no había sido por falta de capacidad o ganas. De repente la
verdadera desgracia tocó mi puerta. Mi hijo Miguel se cayó de
espaldas yendo al colegio, se golpeó la cabeza y a los pocos días,
estando aparentemente bien, murió de un derrame cerebral, a los
cinco años. Por supuesto que ni en el agrupamiento ni en el pueblo
ni en toda la región había el equipo médico necesario o una sala de
operaciones. No había aeropuerto y el viaje por tierra a la costa
demoraba un día en ómnibus, el general Noriega Lanfranco de la
aviación del ejército, a quien estaré eternamente agradecido, envió
un helicóptero que no pudo descender por mal tiempo, Miguel murió
a las nueve de la noche. El helicóptero que volvió a intentar el
aterrizaje al día siguiente luego del temporal nos llevó a Lima con el
cadáver.
Fue el año de la guerra del "falso Paquisha" pero no trataré
mayormente el tema porque creo que fueron guerras que nunca
debió haber, entre países hermanos por excelencia. Si miramos
nuestra América, Chile y Argentina son más blancos, más inclinados
a Europa e incluso, particularmente los argentinos, desean serlo y se
sienten europeos, Brasil es otro mundo, Colombia y Venezuela
también constituyen un bloque más moreno y los tres países
"cholos" por excelencia somos Bolivia, Ecuador y Perú. Pasear por
una calle de Guayaquil o una de Tumbes o Piura o hacerlo por una
de Quito, La Paz, Arequipa, Cuzco es ver los mismos rostros, el
cebiche, la cancha y los chicharrones, con sus variaciones
regionales.
Era jefe de una unidad independiente, es decir estaba a órdenes
directas del coronel jefe del agrupamiento. Mis respetos y
reconocimiento a su honradez y capacidad. Mi unidad era la
encargada del mantenimiento del equipo de ingeniería para toda la
carretera marginal de la selva, obra que se hacía por convenio con el
Ministerio de Transportes que, en adición a mi designación militar
de jefe de unidad, me extendió el pomposo nombramiento de
Director Regional de Mantenimiento y me pagaba un adicional de
cien soles - sí, cien, no mil - al mes.
El Coronel Bendezu más conocido como el “Colorado” (llamaremos
así en lo sucesivo al coronel por su pelo rojo) vio llegar medio
millón de dólares para reparación de máquinas y compra de
repuestos y no pidió un centavo ni orientó lo que se debía comprar o
a quién. Qué diferencia con el general Víctor Gil, delincuente
difunto, que durante muchos años compartió con el Padrino el
comando de ingeniería. Entre los papeles que encontré en el
escritorio de Rómulo estaba el castigo que le impuso el instituto por
desaprobar un curso en Argentina y otro más por haber traído un
automóvil sin pagar impuestos y sin tener el tiempo mínimo para
hacerlo (justamente porque lo habían regresado). Rómulo había
sacado los documentos del legajo en la época de la selección y con
eso había permitido su ascenso.
Acababa de llegar la noticia del dinero aprobado y aparecieron los
gitanos (no es que tenga algo contra ellos, simplemente es la verdad)
que eran un grupo de esa etnia dedicados, entre otras cosas, a
"reparar" equipo de ingeniería de entidades estatales. No era ningún
inocente y tenía buenos oídos, sabía exactamente de qué se trataba,
arreglaban un par de cosas que costaban poco, pintaban las
máquinas y punto. La desvergüenza llegó al punto que traían una
tarjeta auténtica de Víctor Gil que "saludaba a su distinguido amigo
el capitán fulano y le presentaba a los señores XX que se encargarán
de las reparaciones y adquisiciones necesarias".
- Mi coronel, han venido los gitanos.
- Sí, ya sé.
- Tienen una tarjeta del general Gil.
- Era de esperarse.
- ¿Qué debo hacer?
- Lo que creas conveniente. Para mí y para el Ministerio de
Transportes tú eres el único responsable. Me dices donde firmar el
es conforme y firmo.
Con esa confianza no podía menos que responder de igual forma -"a
tal señor, tal honor", una de las frases que mi padre gustaba citar - .
También sabía que Gil nos odiaría a los dos. Hice pasar al individuo:
- Mi capitán, el general Gil ha dispuesto que vengamos a ayudarlos
con el equipo - empezó untuoso.
- Al grano, cuánto tiempo de garantía tienen tus reparaciones y cómo
es el pago.
- Doce horas, son máquinas viejas; por el pago no se preocupe, usted
firma y nosotros recogemos el dinero directamente del ministerio de
transportes.
Era risible, doce horas de garantía para una reparación general de
veinte mil dólares en un equipo que costaba más de cien mil. Se lo
hice notar, de no muy buena manera por cierto.
- Usted sabe que tenemos que pagar mucho, la parte de don Víctor,
la suya, los pagos al personal que tiene que venir a la selva para
reparar las máquinas.
No hubiera requerido de esa certificación pero ahí estaba.
- ¿Cuánto es mi parte?
- Lo normal, un cinco por ciento, depende de usted, si se ajusta un
poco más en la reparación un siete, ocho.
- ¿Crees que tan barato cuesta un capitán de ejército?
- Bueno, podemos llegar a diez ajustando mucho pero tendríamos
que reparar máquinas que no están tan mal.
Justamente el dinero había llegado para arreglar veinticinco
máquinas que estaban paradas por problemas mayores, no era una
operación matemática de división pero el costo oscilaba en lo ya
expresado. Me quedé mirándolo.
- Mire capitán podemos llegar a un once pero ya no me ajuste más si
no estaríamos chocando con la parte de don Víctor.
Claro, el zonzo ese había entendido mal el mensaje, ¡un capitán de
ejército no cuesta tan barato!, no podía ser cinco o seis por ciento,
costaba diez u once. Lo boté como podría haber arrojado a un perro
sarnoso que se me frotase en las piernas.
A la media hora, sin duda luego que sus amigos llegaron al pueblo y
lo telefonearon, llamaba por radio el famoso Víctor, primero a su
amigo el capitán, luego como no acudiese con la prontitud que él
hubiese querido o como él lo hubiese hecho de estar en mi puesto,
simplemente al capitán fulano y cuando ya hablando con él le dije
que no captaba bien, dejando a su criterio si se debía a que la radio
estaba mal, si mi oído estaba mal, si mi comprensión era tan limitada
o si me parecía tan fuera de lugar lo que me decía - total él no tenía
nada que hacer ni con la reparación ni con el agrupamiento -,
comenzó a vociferar contra el imbécil del capitán (ese era yo).
La única presión que recibí fue la ya mencionada. Acudí a todas las
firmas de cierto prestigio y trabajé con la más ventajosa, en vez de
veinticinco máquinas reparé treinticuatro con una decente garantía
de seis meses o mil horas, lo que ocurriese primero.
Llegó de visita al Agrupamiento un general que, sorprendido por el
general Hoyos en malos manejos, todos sabíamos estaba esperando
el documento de expulsión del instituto. El general Hoyos,
comandante general, había insistido cerca del presidente en conducir
la guerra de una manera más efectiva. Esa noche, mientras el general
comentaba su "mala suerte" con el Colorado y algunos oficiales
amigos, llegó una noticia que realmente nos enlutó a todos, (menos a
él y quizás a algunos otros en salmuera no precisamente por
buenos), había caído el helicóptero donde viajaba nuestro
comandante general. Se especuló que el presidente, o incluso la
CIA, que también quería una guerra limitada que desgastaba a
ambos países y nos tenía en jaque obligándonos a comprar armas, lo
habían asesinado. Primera esperanza perdida que aprecié en mi
carrera. El general en salmuera pasó posteriormente a ser Ministro
del Interior.
Llegó la inspección. Creo que deberíamos cambiar el sistema;
actualmente - y desde que estoy en el ejército -, se avisa al elemento
que se va a inspeccionar con una semana de anticipación y después
viene el show. La inspección debería llegar súbitamente, no con la
idea de dañar, buscar problemas, deficiencias o culpables, pero si se
encontrasen deberían cortarse cabezas. Actualmente las
observaciones son de lo más tontas: que en el registro tal faltaron
firmas, que al empleado fulano no se le confeccionó carnet de
ingreso, que el teniente mengano no portaba sus placas de identidad.
Deberían ser cosas que realmente afecten, alimentación de las
tropas, operatividad de armamento, vehículos, equipos de
comunicaciones, equipos médicos, alojamientos dignos y salubres.
Me felicitaron por la marcialidad de mis tropas y su precisión en los
movimientos y el desfile, luego vino la pregunta - estábamos los tres
comandantes jefes de unidad y los dos capitanes de las pequeñas
unidades - de por qué mi gente estaba, limpia y almidonada pero
con uniformes ya gastados, en algunos casos remendados, en tanto
que los demás, sin excepción, se habían presentado con ropas casi
nuevas. Le dije que era lo mejor que tenían y no podía hablar por los
demás.
Conocía la respuesta porque veía hacer lo mismo desde que era
subteniente, se habían prestado la ropa de otras unidades, distantes
más de trescientos kilómetros en algunos casos. Yo no lo había
hecho no porque no pudiese, por no tener amigos o en un acto de
rebeldía sino porque creía que las cosas deberían ser más realidad y
menos ficción. Los otros jefes de tropas, orgullosos de lo que habían
hecho, explicaron cómo se habían prestado los uniformes. El general
inspector me dejó los cincuenta uniformes que había pensado
distribuir entre todos. No se piense que lo había calculado, incluso
por ser fiel a mis ideas había arriesgado un posible castigo por "falta
de iniciativa e ingenio para presentar a su personal bien
uniformado".
En esa visita sucedieron varias cosas. Fui llamado por el general,
cuando me presenté lo encontré con el Colorado y el mayor jefe de
operaciones. Me preguntó a bocajarro si se podía trasladar por
helicóptero uno de los tractores más grandes que teníamos en el
agrupamiento, que se encontraba en un campamento a un par de
horas, para establecer un puesto avanzado en la selva virgen a fin de
acelerar la construcción de la carretera atacando por dos frentes.
En los puestos que he estado me ha gustado dominar mi tema, justo
coincidió que acababa de estar leyendo sobre las partes en que podía
dividirse el tractor en mención y sus pesos; las características del
helicóptero que normalmente nos apoyaba las conocía bien por
cultura profesional así que sin hesitar contesté que sí se podía
transportar, como carga externa y que serían necesarios tres viajes.
Mientras hablaba, el mayor, por detrás del general y el coronel,
hacía unos visajes que preferí ignorar.
El general quiso saber qué se necesitaba llevar y cuándo podía
hacerse. Se lo dije y quedamos en que en dos horas saldría el
helicóptero con dos mecánicos. Cuando me retiraba me alcanzó el
mayor y me llamó la atención ¡por haber contestado tan rápido al
general! Según su óptica, que los años me enseñaron estaba bastante
generalizada, debía haberle contestado humildemente que iba a ver
en los manuales toda la información que él requería y no
arrogantemente y con tanta precisión. Como ya había tenido un par
de choques con él por defender los bienes de mi tropa, aproveché
para mandarlo al diablo una vez más.
La operación fue un éxito, el general me felicitó y me dio otra tarea.
Hacía tres años, desde que Gil había sido jefe del agrupamiento, los
benditos gitanos tenían en su poder, "reparándolos", un tractor, una
motoniveladora y un volquete. Se sabía que estaban operativos y
trabajando en Lima hacía mucho. En ese lapso se habían enviado
diversos oficiales a Lima pero no se había podido recuperar el
equipo. Debía ir a Lima con la documentación técnica y jurídica
correspondiente, quitarles las máquinas y entregarlas al Ministerio
de Transportes. "Con eso ya ascendiste" agregó. No necesitaba de
eso, tenía suficiente puntaje para, aún dando una prueba de
conocimientos mediocre, ser promovido.
Igual, cumpliendo la orden, viajé a Lima, además era una buena
oportunidad para ver a mi familia que había quedado allá luego de la
tragedia. Al recordar lo sucedido me parece una telenovela barata,
pero no, es realidad. De la casa tomé un taxi y llegué a un corralón
en la avenida San Luis, que por fuera no revelaba ni remotamente el
lujo y la comodidad que tenían las oficinas. Me recibió, de lo más
cordial, el hermano del sujeto que había ido al Marañón.
- Mi capitán, qué gusto conocerlo, quisiéramos reintegrarle lo que ha
gastado en el taxi hasta aquí- me dijo extendiéndome un billete de
cien soles. El taxi me había costado ocho.
- De igual manera, quisiera saber cuando me entregarán las
máquinas- contesté fingiendo no haber oído lo del dinero y
dejándolo con la mano extendida. Yo había hablado por teléfono
previamente, anunciando que iría y para qué iría.
- No quise decirlo por teléfono pero hay problemas con ellas.
- No se que problemas puede haber, trajeron las máquinas hace tres
años, cobraron por la reparación por adelantado, las repararon, no
las devolvieron y hasta donde sé las tienen alquiladas y trabajando.
- Mi capitán, no he querido ofenderlo pero sabemos que vino en taxi,
que su familia está en Lima y que tiene una serie de gastos
adicionales.
- Agradezco su preocupación pero son asuntos personales.
Me ofreció un trago, le acepté una gaseosa y al abrir su bar
aparecieron un par de enormes botellas, una de champagne Moet y
Chandon y la otra de cognac Napoleón.
- Mi capitán, me encantaría que aceptase este pequeño obsequio, son
dos botellas de colección.
- Gracias pero no bebo licor.
- Igual le pueden servir para obsequiar a alguien o poner de adorno
en su casa.
Aparecieron un muchacho y dos bellas chicas (con pinta de lolitas
miraflorinas, nada que ver con las aventureras de pueblo joven que
se ven en los cuarteles) por la puerta de la oficina.
- Mi capitán, olvidé que estas amigas querían ir a bailar, yo no voy a
poder por mi trabajo. Tengo un amigo que tiene un pequeño hotel
con una pista de baile que funciona veinticuatro horas y se sentirá
honrado de recibirlo, vaya con mi hijo y las amigas.
Al ver mi mirada hizo un gesto y su hijo y las chicas se eclipsaron.
- Mi capitán, por qué se pone tan duro, nadie le va a hacer un
monumento, mire, puede tener las botellas, la hembrita que quiera, si
quiere las dos, con todo pagado y diez mil dólares. Usted goza de
prestigio y lo único que tiene que decir es que al bajar del taxi le
robaron ese folder con los papeles que tiene ahí, que no quisimos
atenderle y que no pudo hacer nada sin los papeles.
- Lo único malo es que no me han robado nada, que tengo mi pistola
cargada y meto tiro como Roy Rogers- contesté, preocupado porque
estaba sólo en un barrio peligroso, dentro de un corralón lleno de
mecánicos y gente de ellos. Disimuladamente metí la mano debajo
de mi casaca, le quité el seguro a mi pistola y la empuñé, pensando
que era muy fácil que me atacaran para quitarme el folder donde
estaba la sentencia judicial, ahorrándose así los diez mil dólares y
todo lo demás.
- Capitán, años que ayudamos a gente como usted que se sacrifica
por el país. Con don Víctor trabajamos desde que era capitán -; sacó
una libreta empastada de su escritorio y me leyó unos cuantos
nombres, de ingenieros de Transportes y de oficiales de ingeniería,
el último nombre era alguien que yo conocía al cual, me dijo, le
habían comprado un auto viejo por diez mil dólares.
- Ya tenía ganas de aceptarte pero el pensar que al próximo le leerás
mi nombre me desanimó - le dije.
- Bueno, que le vamos a hacer, ahora ya sé por qué le tienen tanta
confianza. De todas maneras cuando necesite algo estamos para
servirlo. Igual las botellas son suyas. Mi hijo lo llevará para que vea
el equipo y con el se pone de acuerdo cuándo y dónde quiere que lo
lleven.
Salió a conversar con su hijo y después me acompañó al garaje. Me
embarqué en el Mustang del hijo. Éste estuvo muy cordial, fuimos a
ver las tres máquinas, (que efectivamente estaban trabajando) y
como ya le había dicho lo que deseaba habló con los encargados.
Acepté su invitación a almorzar y me dijo que su padre y su tío
hablaban muy bien de mí y me consideraban mucho, por eso me
habían ofrecido tanto, lo que no era normal. Finalmente insistió en
que me quedase con las botellas, sin ningún compromiso. Le dije
que al día siguiente, cuando él llegase con las máquinas al Servicio
de Mantenimiento del Ministerio de Transportes, si él seguía
pensando igual se las aceptaría. Así fue.
A fines de ese año ascendí a mayor.
CAPITULO V
Tumbes nuevamente: el “chino” Aguirre ¿Artemio pidió “las
ganancias” o él se las ofreció?, una duda casi cartesiana.- Lobito,
un gran potencial, ojalá no se (o lo) malogre(n).- La Escuela de
Guerra, masones y otras mafias.- Santa Rosa, el fuerte más alto
del mundo: el Negro Antúnez ¡también quiere hacer negocios! Y
yo no puedo con mi genio.

Me habían cambiado a Tumbes, regresaba a mi primera unidad. Salí


del Marañón para recoger a mi familia en Lima y enfrentar los
nuevos retos. Nos agradaba el lugar porque era tranquilo, casi no
existía la delincuencia, con buenas playas cercanas y una comida
regional deliciosa y barata, a base de pescado y mariscos.
El gran problema para los oficiales al llegar al grado de mayor era, y
es, el ingreso al Curso de Comando y Estado Mayor o a la Escuela
de Guerra como se le dice comúnmente. En la comunidad militar
mundial existe el mismo problema. Es un curso en que, a lo largo de
dos años - en el Perú, en otros varía de uno a cuatro - se aprende a
dirigir administrativa y operativamente una gran organización
militar, desde brigadas hasta el ejército mismo. Constituye la
maestría de las fuerzas armadas y el egresado pasa a formar parte de
un grupo selecto, incluso, no en nuestro país pero sí en muchos
otros, hacen notar la diferencia entre oficiales graduados de Estado
Mayor (magisters en Ciencias Militares y Administración) o no, en
las tarjetas de visita. Las normas marcan que quien no tiene este
curso no llega a coronel y se asume que quien lo termina ocupando
un buen lugar en el Cuadro de Méritos va a ser general en algún
momento.
El proceso de selección dura una semana en que uno rinde pruebas
de conocimientos civiles (matemáticas, estadística, lógica,
economía, sociología, ética, administración, geografía e historia),
militares (técnica, táctica, historia militar), psicotécnicas,
mnemotécnicas e incluso físicas (carrera, natación, etc.).
Uno de los grandes problemas es conseguir la bibliografía respectiva
porque no sólo se trata de conocer una determinada materia sino que
uno tiene que sintonizar su opinión con la de los libros o manuales
de referencia. Se imaginarán mi alegría cuando encontré en los
pasillos del cuartel general a Wong, que también era mayor, cargado
de varios kilos de documentos que, evidentemente, eran parte de la
bibliografía de ingreso. Yo viajaba en pocas horas por lo que le pedí
que me los prestara para fotocopiarlos. Me hizo ver que muchos eran
documentos reservados y que era un montón de dinero en
fotocopias. Me prometió que él lo haría sin costo alguno en una
oficina donde trabajaba su hermana y en una semana a más tardar
tendría todo en Tumbes.
En el tiempo del proceso de ascenso, Jorge N había desarrollado una
campaña de desprestigio, basada principalmente en que actuando
deslealmente lo había despojado de "su" beca. No había nada más
lejos de la verdad. Él era el número uno de su curso de capitanes, en
tal virtud había rendido su prueba de inglés en la embajada
americana, desaprobado, vuelto a rendir la prueba ya de mayor y
vuelto a desaprobar. Otro argumento que esgrimía era que un cojo
no debía ascender a mayor; pero yo había quedado perfecto. Lo
encontré en ese momento en Lima, los dos ya Mayores. Me dirigí a
él con todo respeto pero con firmeza, solicitando me dijese en qué
estaba mal, para tratar de mejorar. Al comienzo trató de negar todo
pero le especifiqué nombres de amigos de grado superior a nosotros,
que me habían autorizado, y en algunos casos exigido,
mencionarlos, a los cuales había acudido con su prédica. Entonces
me salió con su argumento.
- Bueno, creo que yo debí viajar a los EEUU y no tú.
- Yo viajé no por malas artes sino porque usted no hablaba inglés.
- Sí, pero te enteraste semanas antes y no me avisaste y tú sí te
preparaste.
- No mi mayor, yo me preparé a los once años. Lo siento si sus
padres no se preocuparon por su formación – me iba subiendo la
cólera al ver su farsa.
- Sí pero tú por respeto debiste hacer algo.
- O sea que debí desaprobar la prueba por respeto a usted ¿o
renunciar al viaje?
Aparentemente quedamos en paz y claros pero no era así.
Llegados a a Tumbes, nos instalamos en un hotel, me presenté a mi
unidad y a todos los oficiales más antiguos que yo, como marcan las
normas, y presenté la solicitud para vivienda, (que en este caso me
correspondía sin lugar a dudas, con tres hijos, suficientes años de
servicios y oficial superior). Me alegró sobremanera encontrar al
coronel Carrera de segundo de la brigada, él trabajaba en la
comandancia en la época que yo era subteniente en el batallón y
Abraham le había prestado un cuarto para que se aloje. De pasada le
pedí, innecesariamente, por simple cortesía, que viese que me
otorgasen casa.
Pasaron los días, una semana en el hotel, se entregaba vivienda a
muchos oficiales. Me presenté a Carrera (él era el responsable y
además había quedado a cargo de la brigada por viaje del general a
Lima):
- Mi coronel, me preocupa que no me hayan asignado vivienda.
- Tú sabes que es difícil, son pocas las casas y muchos los oficiales.
- Mi coronel, me asiste el derecho.
- En el ejército nadie tiene derecho a nada.
Deseo aclarar esto, una de las falacias con las cuales se pretende -y
se logra- mantener en la sumisión a los oficiales es aquella. No hay
derecho a vivienda, no hay derecho al cambio, mucho menos al
ascenso. Sin embargo ¿quién dice que no?, si cumplo con las normas
claro que tengo derecho, a mi remuneración, a vivienda, a ser
respetado, al cambio; si soy reconocido como uno de los mejores o
el mejor, tengo derecho al ascenso, no es ningún favor como se
pretende de hacer creer.
Retorné al batallón y pedí a mi promocional Juan Puente que me
consiguiese una relación de oficiales sin derecho alguno (solteros,
divorciados y viudos sin hijos, convivientes, etc.) a los que se
hubiese considerado en las viviendas del ejército y otra de las casas
que aún estuviesen desocupadas.
Al día siguiente, ya en poder de las dos listas, fui de nuevo donde
Carrera. Esta vez me hizo esperar.
- Otra vez aquí.
- Mi coronel, tengo una semana viviendo en un hotel con mi familia,
el gasto es grande y la incomodidad también ¿cuál es el problema
para asignarme una vivienda?
- Nadie te recomienda, busca algún general de ingeniería que le
hable al general Artemio (el anónimo mayor jefe de batallón de la
escuela militar era ahora general jefe de la brigada)
- No veo porque tenga que buscar a nadie. Mi coronel ¿me van a dar
casa?
- Parece que no.
- Con todo respeto solicito audiencia con el comandante general de
la región para exponerle mi caso.
- Mire, para que no haya más líos le voy a entregar una casa en la
playa.
Aún cuando un poco lejos no me venía mal así que esperé que
preparasen el documento, recogí a mi familia y felices fuimos a ver
el nuevo domicilio. Había en el balneario militar unas pequeñas
casas de playa que, inicialmente diseñadas para que las familias de
vacaciones se alojasen en ellos, por el aumento de personal en la
zona, eran entregados como viviendas permanentes; ahí viviríamos.

El impacto fue grande, nos habían dado una construcción


abandonada, semidestruida, a la cual le habían robado el techo de
calaminas, puerta, ventanas y los servicios higiénicos y que por tal
motivo era conocida como "la casa fantasma".
Lleno de ira regresé donde Carrera:
- Mi coronel, se ha burlado de mí y de mi familia. Me estoy yendo a
Lima con el memorándum de la casa y las fotos porque ya me cansé
de sus tonterías. También voy con la relación de gente que tiene casa
sin corresponderle y la de las casas vacías.
- El general Artemio es quien ha dispuesto la entrega de cada
vivienda y ha ordenado que quede una reserva por si acaso algún
general importante le pide el favor, pero ya que usted me presiona
de tan mala manera, ahí tiene la lista y mire dónde quiere vivir- me
contestó sacando una relación del cajón de su escritorio.
Estoy seguro que nunca pensó que lo haría; igual, le quité la lista y
me fui a ver las casas, elegí una en el cerro donde estaba ubicada la
del general y diez chalets para oficiales superiores (de mayor a
coronel).
Me había alegrado con el cambio, no sólo estaba en una unidad de
prestigio sino que relevaba a dos oficiales, a mi ex capitán en la
escuela militar, Coco, que había sido el jefe administrativo del
batallón y que pasaba a integrar el estado mayor de la brigada, y al
jefe de operaciones e instrucción. Pero mi alegría había sido
irreflexiva.
El comandante jefe de la unidad, el Chino Aguirre, no era de lo
mejor. Si uno se remitía al manual de liderazgo debería ser un jefe
formidable, era táctica y técnicamente eficiente, físicamente apto,
razonaba de manera lógica, era concreto y conciso en su expresión.
Por otra parte era aficionado en exceso al
licor, intratable, sospechaba de todo el mundo y sentía placer en la
inquietud y desasosiego de los demás.
Llegando me dijo que estaba reemplazando a dos oficiales más
maduros y mejores que yo y me preguntó si tenía algún problema en

encargarme solamente de la instrucción y entrenamiento, él vería la


parte administrativa solo y por supuesto yo tendría que firmar como
si estuviese desempeñando los dos puestos. Contesté que no tenía
nada que objetar siempre y cuando se respetase el rancho de la tropa
y el mantenimiento del material y equipo. No le gustó en absoluto
que le pusiese condiciones pero no me dijo nada.
En la unidad estaba, desde el año anterior, mi compañero de estudios
el capitán Juan Puente, a quien ya me he referido. De cadetes no
habíamos intimado mucho porque yo paraba con mi enamorada, a
las justas trataba a mis compañeros de cuarto y él no lo era. Luego
de oficiales no nos habíamos visto mucho pero me alegré de
encontrarlo. El comandante le había encargado que me vigile y viese
si sacaba algo, aunque fuese una lata de atún, de la proveeduría de
tropa, si utilizaba vehículos o tropa con fines no autorizados y si
cumplía con mi horario de trabajo. Juan me lo dijo pero parece que
sintió que no le había creído del todo y al día siguiente a la hora de
presentar los documentos al comandante, estando solos los tres:
- Mi comandante, le agradecería si le comunica al mayor la orden
que me ha dado, no vaya a creer él que es cosa mía el vigilarlo.
El Chino no podía creerlo, pese a que era inteligente y astuto, la cosa
lo cogió tan de sorpresa que no supo qué hacer.
- Oiga, usted me ha malentendido.
Pero su cara reflejaba lo que había hecho.
A los dos días otro mal rato. Me ordenó que pasara revista a las
tropas a las veintiún horas; al margen de cómo estuviesen debía
indicar nueva revista a las veinticuatro, no asistir, llamar por
teléfono y pasar la revista para las tres de la mañana y por supuesto
tampoco ir. Al preguntarle para qué debía hacer eso me dijo que
para molestar, los dos constituíamos una casta de jefes y los demás
tenían que pagar el ser oficiales subalternos.
Me había ordenado no inmiscuirme en los asuntos administrativos
entre los cuales quizás el rubro más importante lo constituía el
manejo del equipo de ingeniería, destinado a trabajos en el frente y
retaguardia en tiempo de guerra y a apoyar en actividades de
desarrollo en época de paz. Nunca había visto nada igual, él iba al
batallón de vez en cuando; un día apareció mareado cuando se
iniciaba la lista de diana; hay todo un ceremonial que se sigue y de
acuerdo a eso le di parte del personal. Desafiante me preguntó por el
equipo a lo que contesté que específicamente me había ordenado no
saber. Dirigiéndose más a la tropa, suboficiales y oficiales que a mí,
gritó: "¿números uno a mi? ¿oficiales brillantes?, no saben nada" y
se retiró. Pese a no haber quedado muy bien parado, era tal mi
contacto y ascendiente sobre el personal que continué con la lista
como si nada hubiese pasado.
La próxima vez que apareció por la lista, como a la semana, le di
parte de la tropa y luego, sin interrupción y con voz potente
continué: "parte del equipo, tal tractor alquilado a fulano, a tantos
dólares por hora, lleva trabajando tantas horas y se ha recaudado
tanto" y así sucesivamente con todas las máquinas, pese a sus
protestas para que me calle, pero seguí gritando como un poseso
incluso un rato después que el se retiró del patio.
Me esperaba en su oficina:
- Así que usted es muy pendejo - los ojillos orientales se habían
cerrado aún más.
- No mi comandante, lo que pasa es que usted ha creído que soy un
cojudo y no lo soy.
- Que pasa si le elevo un parte.
- Elévelo pero ponga el motivo exacto. Si no lo va a hacer déjeme
vivir en paz, no se meta con la instrucción y el entrenamiento, no
trate de dejarme en ridículo otra vez y yo no me meto con usted.
Tuvimos innumerables choques, la mayor parte encontrándose él en
estado etílico. Me daba pena que teniendo tan buenas cualidades
personales físicas y mentales tuviese una mente tan retorcida,
siempre pensando en cómo atormentar a su personal (sólo a los
oficiales, trataba muy bien a la tropa y suboficiales) y desconfiando
de todos. Un sábado envió a su chofer a mi casa con varios vales de
combustible (unos cincuenta o sesenta galones), con el mensaje que
podía emplearlos en mi carro; cada vez que podía me iba a la paya
con la familia en mi camioneta y lo cierto es que podía hacer buen
uso de esa gasolina. Por suerte para mí, Coco estaba de visita en mi
casa con su señora y me aconsejó simplemente guardarlos. A los
veinte días me llamó a su oficina el comandante y me pidió los vales
que me había dado a guardar; fui a mi escritorio y se los traje, los
contó y no pudo ocultar una mueca de desilusión. Una vez más lo
había frustrado.
El día de la madre, segundo domingo de mayo, fue memorable
también. Ordenó que se le esperase para dar inicio al programa de
celebración, que incluía misa, unos cuantos números artísticos y
sorteo de algunos obsequios para las madres de los soldados y luego,
ya únicamente para oficiales, suboficiales y sus esposas, un
almuerzo.
El inicio estaba previsto para las diez de la mañana. A las nueve y
media pasó con su familia rumbo a la playa, me llamó a la puerta del
batallón y me dijo que iba a dejar a sus hijos y volvería con la
señora. Por ningún motivo debía empezar sin ellos. A las once el
párroco anunció que se retiraba, le pedí que no y más bien que
iniciase la misa. A las tres ya habíamos almorzado y conversábamos
cuando apareció mareado y me ordenó comenzar la misa. Le dije
que todo había terminado y que ordenaría le calienten sus
almuerzos. Me amenazó y su señora le dijo que no me fastidiase
más. Terminó de embriagarse y a la hora de embarcarlo tratando de
echarlo en el asiento de atrás de su carro, mientras su esposa lo
jalaba de los brazos y yo lo empujaba, me soltó una verdadera coz
en la rodilla. El dolor fue tan terrible que de puro amargo le mandé
un rodillazo al coxis con la pierna ilesa, que lo metió de un solo
golpe al vehículo.
A los tres días se presentó al batallón:
- ¿No sabes quién habrá sido el hijo de puta que me ha golpeado el
trasero?
- Debe ser el mismo hijo de puta que me pateó la rodilla.
Mientras tanto el batallón cosechaba lauros, tenía muy buenos
capitanes, un teniente que valía por dos y dos super subtenientes,
uno el “Lobito” del equipo de tiro del ejército y el otro un nisei que
por su sentido del honor y el deber no hubiese desentonado en el
ejército imperial. Artemio nos había hablado directamente e los jefes
de instrucción para comunicarnos que en el año disputaríamos seis
gallardetes, tres cada trimestre, de tiro, mantenimiento e instrucción.
El mayor cuya unidad obtuviese un gallardete tenía asegurado un
noventicinco de nota, con dos sería un noventiocho.
Los dos semestres retuvimos el gallardete de tiro y un semestre el de
instrucción.
Habían pasado quince días y estaba preocupado por comenzar a
estudiar. No podía ubicar a Wong porque no tenía teléfono en su
casa y en el día no podía llamarlo a su trabajo. Por fin tuve una
oportunidad. No me dejo hablar y me avisó que la próxima semana
me estaba llegando mi encargo. Al mes el correo me trajo un sobre
de Lima con todos los boletines de la promoción, una colección de
varios años. Hasta hoy no sé - ó no quiero saber - qué pasó.
Cada vez me pesaba más la porquería. Chamo, el coronel inspector,
otro hijo del Padrino, me llamó para decirme que era el único que
aún no lo invitaba a él y a su señora a cenar al hotel de turistas o a él
solo a una reunión con un par de chicas complacientes. Se debe
haber quedado con las ganas hasta hoy. Luego el mismo Chamo me
llamó cuando califiqué con ochenticinco a un oficial. Sus
argumentos fueron de antología: "es un oficial bien plantado, juega
fútbol, baila muy bien, toca guitarra, es muy amable", mi respuesta
"es ocioso, mentiroso, indisciplinado, desleal, que es todo lo que no
debería ser un oficial, en cambio las virtudes que usted menciona
son aplicables a cualquiera, mayormente a un futbolista, un vividor,
quizás a un artista". Se unió a la presión el Chino. Le subí la nota.

El problema de la bibliografía lo solucionó Coco, consiguió un


mayor de su promoción que ya postulaba al curso N veces al cual
convenció que estudiar conmigo era la salvación. Tenía una cantidad
monstruosa de manuales, resúmenes y exámenes pasados;
coincidencias de la vida, el más antiguo que tenía era justamente de
Juan Manuel. Se formó un pequeño grupo con ese mayor, Juan
Puente, Juan Ruiz, que también estaba en Tumbes en otra unidad y
un par de capitanes más (ese año permitieron que se presenten al
concurso los capitanes con más de cuatro años en el grado).
Estudiaba como loco. Sumé las páginas de la bibliografía por
emplearse y eran más de seis mil hojas. Si empleábamos un año
completo deberíamos memorizar veinte hojas diarias Fui separando
lo irrelevante y reduje todo a un tercio. Aplicando mnemotecnia era
posible.
Debíamos ir a dar examen a Piura, sede de la división a la que
pertenecía nuestra brigada. El teniente coronel Rojas con el que
había trabajado en personal era ahora el coronel director del colegio
militar de esa ciudad. Me alojó en su cuarto. Mejor dicho nos alojó
porque autorizó que metiese ahí a Juan Puente y al amigo de Coco.
Conversando casualmente con los cadetes y oficiales del colegio mi
moral subió, Rojas era ejemplo de honradez y trabajo. Lo había
sabido desde años ha pero otra cosa era confirmarlo en un puesto
donde podía comportarse no tan correctamente.
Rodrigo me llamó para felicitarme cuando aún no habían salido los
resultados oficiales, había ingresado con toda mi gente y yo en el
primer puesto general.
El año había transcurrido felizmente en lo familiar, en la playa,
comiendo pescados y mariscos, pesado en el trabajo pero de ninguna
manera aburrido. Me llamó el jefe de personal de la brigada, me
estaban matando con la nota. Los calificadores son dos, el inmediato
superior y el jefe del superior, luego se suman los puntos y se divide
entre dos. En este caso el Chino Aguirre y Carrera. En cualquier otro
caso hubiese pensado en una equivocación, tenía tres gallardetes,
pero me lo estaba diciendo el dueño y señor de las notas.
El Chino no podía quejarse de mi trabajo ni lealtad, lo había dejado
"trabajar" y él me había dejado trabajar a mí. Igual fui a preguntarle,
me contestó que tenía noventicinco. No me habían dicho cuánto
tenía pero para emplear "te están matando" debían estarme matando.
Carrera me había pedido favores todo el año, desde las gaseosas para
el cumpleaños de su hijo hasta el tractor para la chacra de su amigo,
además mi trabajo me defendía, Artemio había hablado claro.
Me presenté en la oficina de Carrera:
- Mi coronel quisiera me explique a que se debe la mala calificación
cuando el general fue explícito en sus parámetros.
- Mala calificación, no creo - a la hora que lo oí titubear ya sabía, es
más hasta sabía el por qué.
Les ahorraré el mal rato, duró como quince minutos hasta que
exasperado al sentirlo tan falso e incapaz de enfrentarme como un
hombre -"sí, lo califiqué mal por esto, por esto y por esto", pero es
que no tenía el mínimo argumento - di un golpe al escritorio (él
estaba sentado y yo parado frente a él) y rompí el vidrio. Con la
sangre corriendo por mi puño le comuniqué que me retiraba para no
darle motivo para que me elevase un parte por agresión. Por
supuesto que le dije completo lo que pensaba de él.
Al despedirme reglamentariamente de Artemio, ya con mi familia y
mis cosas en la camioneta, le dije
- Mi general, me despido muy alegre y muy triste.
- Sí, lo entiendo, alegre por haber ingresado uno a la escuela y triste
por que nos deja.
- No, no entiende, me voy alegre porque los dejo de ver y triste
porque trabajé como un burro y he sido el oficial peor considerado
por la brigada, pese a la palabra dada por mi comandante general
(que era él).
Se puso lívido.
- En otro oficial creería que está loco. ¿Qué ha pasado?
Le dije lo de la nota y él se volvió loco llamando primero a personal,
luego a Carrera y finalmente, hechas todas las averiguaciones:
- Le voy a decir algo idiota, un general muchas veces no sabe lo que
firma, he ratificado más de veinte sobresalientes, estaba seguro que
usted estaba en ese grupo, en total he avalado más de quinientos
informes confiando en mis coroneles, pero ya verá conmigo el
coronel Carrera. Lamentablemente no puedo hacer nada porque las
notas ya están en Piura y tendría que decirle al jefe de la división
que soy un tonto y firmo sin ver- lo miraba y pensaba "es que lo eres
pues y encima te falta la hombría de reconocer una error".
- ¿Usted sabe que voy a ser?- continuó.
De acuerdo al sistema imperante, en cada promoción había alguien
que comandaba el ejército. En su promoción el espada de honor era
Guido que se había quedado de coronel, por azares de la vida él era
el número uno actual por lo que, a menos que ocurriese algo muy
grave, sería comandante general del ejército.
- Sí, comandante general del ejército – le contesté.
- Bueno, en ese punto pídame lo que quiera, ascenso, cambio, viaje
al extranjero, estoy en deuda con usted.
Carrera me hizo pagar el haber exigido y obtenido casa de acuerdo a
normas y no pidiendo favores. Lo peor es que era uno de los
oficiales más decentes, ¿qué quedaba con los otros?
Ese fue el año de la gran inundación y habíamos embarcado nuestras
cosas en un camión con la promesa que saldría ese día, antes que
aumentase la creciente. Nosotros tuvimos serios problemas para
cruzar el río Piura con la camioneta, varios carros fueron arrastrados
por la corriente, mis compañeros norteamericanos no hubiesen
podido comprender que uno se desplazase siguiendo una orden de
cambio y que si pasaba algo como esto nadie se responsabilizase o
pagase los daños. Pero así era. Felizmente lleguamos con Delia y los
chicos sin novedad.
En Lima nos instalamos en la casa de mi suegro, la de Matellini en
cambio se la presté a mi cuñado y la otra estaba alquilada para poder
pagar lo que aún debía.
Para mí era un curso más pero encontré que había ingresado la flor y
nata de mi promoción de la escuela militar y muchos de ellos
consideraban esta Escuela de Guerra como un coliseo romano, un
sitio donde veníamos a matarnos, con armas lícitas e ilícitas, para
ver quién era el mejor. Wong, astutamente, no había siquiera
postulado. En total éramos cien alumnos nacionales de ejército,
pertenecientes a siete promociones de salida de la escuela militar, y
quince foráneos entre extranjeros, dos marinos y un aviador
peruanos.
Comenzamos con un semestre de cursos "civiles", administración,
estadística, ciencias de la comunicación, etc. La exigencia era fuerte,
estudiábamos mañana y tarde. Destacaban nítidamente un teniente
coronel argentino apellidado Alfonso, el coronel brasileño y el
mayor español. Los dos últimos venían de ser instructores en sus
respectivas Escuelas de Guerra.
Normalmente la competencia se da entre la gente de la promoción
que se ha presentado por primera vez, en este caso la nuestra. Estuve
orgulloso de salir primero en el cómputo final de primer año pero a
la vez estaba triste, no imaginé los extremos a los que llegaba la
gente en el afán de mostrar que era más de lo que realmente era. No
sé, ni me ha interesado saberlo, si la masonería es buena, regular o
mala para el mundo o para sus miembros. Me habían invitado a
unirme a ellos cuando era subteniente en Tumbes pero al enterarme
que lo que requerían de uno era algo de dinero y algo de tiempo
decidí que no era para mí ¡eran las dos cosas de las que estaba más
necesitado!
La hermandad masónica era fuerte en la escuela y funcionaba bien;
si había un examen en que estuvieran desaprobados miembros
prominentes del grupo, simplemente lo anulaban por mala
formulación de las preguntas o alguna otra sutileza; tomaban una
prueba de sorpresa y todo el grupo salía bien, etc.
Un grupo grande estudiaba conmigo, para fin de año éramos casi
veinte. Llegamos a conocernos más y a ser más compañeros que con
los compañeros de promoción de la Escuela Militar. Era una amistad
más madura, por otra parte estábamos todos juntos y las cosas eran
tan claras que podía o no gustarnos alguien pero teníamos que
concordar en su capacidad, o incapacidad, de análisis, de expresión,
su limpieza en las actividades o su falta de ella.
Creo que Anduaga merece unas palabras de aprecio y
reconocimiento. Debió ser el espada de honor de mi promoción, era
excelente física e intelectualmente pero le faltó maña y ambición. Al
llegar a este punto era el líder indiscutido de infantería. Era leal y
sincero. Se acercó sin complejos a que le enseñe un par de cosas que
no sabía y cuando el instructor de operaciones aerotransportadas nos
hizo un nudo mental y le pedí que me ayude, desató el nudo de
manera leal, pese a que estábamos en competencia. Viajó becado a
España y cuando regresó lo nombraron jefe de un batallón
paracaidista, ya no éramos tan jóvenes, estaba desentrenado luego
de dos años de aulas y murió corriendo, de un ataque al corazón.
Mi paso por la universidad me había enseñado que la frase "el
orgullo que siente cualquier catedrático en enseñar en la Escuela
Militar, la Escuela de Guerra o el Centro de Altos Estudios
Nacionales" era otra falacia. Lo que es más, había notado que,
cuando se hablaba de ello, aceptaban que estaban enseñando a los
militares porque "necesitaban dinero" o porque "están pagando
bien", como disculpándose. ¿Por qué entonces enseñaban en la
Escuela de Guerra algunos catedráticos de fama si la paga no era
buena? Tenía la respuesta para algunos que conocía de cerca,
necesitaban el dinero, enseñaban si podían veinticuatro horas al día.
Pero había dos que me intrigaban. Cuando se iniciaron las clases
tuve la respuesta, eran del APRA, partido político que venía tratando
de infiltrarnos, con mayor o menor fortuna, desde hacía más de
veinte años. Habían aprendido, un poco tarde, la lección de los
comunistas. En efecto, estos habían enviado su mejor gente a dar
clases en nuestros centros superiores, casi gratuitamente, y cuando el
general Velasco dio el golpe del 68, ¿a quién iba a recurrir si no
sabía nada de economía, política, sociología, psicología?, a los
viejos y sabios maestros que le habían enseñado en las escuelas.
Ellos fueron los ministros de Velasco y los que le dieron su
contenido socialista al régimen.
Trabajaban en tándem, uno enseñaba Desarrollo Económico y el
otro Macroeconomía, fueron después, uno Ministro de Economía y
el otro jefe del Instituto de Comercio Exterior del gobierno aprista.
En aquel momento nos trataban de convencer de las bondades de
nacionalizar bancos, empresas, en fin casi todo. Cuando vino el
examen de desarrollo económico, constaba de una sola cuestión:
"opine sobre la conveniencia o no de la nacionalización". Era con
copias y, como tal, se podía ver a todos ocupados copiando, más o
menos fielmente y menos o más extensamente, las hojas que había
dado mi tocayo. Al llegar las notas, oscilaban entre ochenticinco, los
más ociosos o aquellos que por pudor habían tratado de poner lo que
había escrito el profesor en sus propias palabras y cien, los que, a
manera de los copistas medievales, habían transcrito fielmente las
quince hojas del maestro en las tres horas que había durado la
prueba. Eramos dos excepciones, Alfonso el argentino y yo. Nos
habían colocado un cincuenta redondo por emitir nuestra "opinión
sobre la conveniencia o no de la nacionalización", desarrollada, en
ambos casos, de manera lógica, razonada y con criterio. Presentamos
nuestras reclamaciones y vista la indiferencia irónica de Saberbein
(el profesor), no paramos hasta la dirección, no por la nota sino por
la injusticia. Nos subieron comunitariamente a sesenticinco(la
mínima nota aprobatoria).
El ingreso al curso en el primer puesto y con una muy buena nota
me había dado cierta notoriedad por lo que algunos mayores
antiguos me pidieron los prepare para el ingreso; les dedicaba el
tiempo que me dejaba libre el curso, pero siempre me pedían que
fuese algo regular, y a manera de poder imponerme que cumpla con
un horario querían pagarme - había dos que tenían pequeñas
industrias que les proporcionaban buenos ingresos – y no que fuese
ad honorem como venía siendo. Me negaba. No reparé en que la
casa de mi suegro estaba en una zona cara hasta el día en que mi
mujer fue a matricular a mis dos menores hijos (hombre y mujer) al
nido. Ellos estaban entusiasmados, era bonito, tenía juegos,
animalitos, el uniforme lindo, todo bonito hasta que Delita me dijo
"¿de dónde sacamos los mil dólares de matrícula y las
mensualidades?". Ganaba en esa época trescientos dólares
mensuales, ¿cómo pagar cien dólares mensuales por cada hijo?
Llamé al más entusiasmado de mis alumnos y le explique lo que
pasaba, diciéndole que necesitaba que junte treinta postulantes
dispuestos a pagar cada uno diez dólares mensuales. Al día siguiente
a las siete de la noche estaban veintiún mayores en un aula. Mi
contacto me dijo: "son veintiuno, pagaremos los trescientos dólares
mensuales entre todos, no sufras, que los que tienen dinero cubrirán
la parte de aquellos que no tengan, ninguna familia sufrirá; sólo para
que los que no te conocen te puedan evaluar da una clase y luego
hablaremos entre nosotros". Así lo hice, abandoné el aula y acudí al
ser llamado. "Mira, sabemos que ahora estás cobrando porque
necesitas, te vamos a dar cuatrocientos mensuales pero cumple con
nosotros". Les explique que requería sólo de trescientos, doscientos
para las pensiones y cien para ir pagando las matrículas a lo largo
del año, tal como lo había arreglado con el colegio. Así comenzó mi
luego famosa "escuelita", otra vez fruto de la necesidad. Ingresaron
diecinueve, un buen promedio si tenemos en cuenta que postulaban
trescientos o cuatrocientos para setenta u ochenta vacantes, (la mía
fue una promoción excepcionalmente grande porque éramos
demasiados postulantes).
El día de ingeniería la escuela me hizo el honor de designarme para
dar el discurso de orden; era un honor porque no me correspondía a
mí sino al ingeniero más antiguo. Me alivió que éste me dijese motu
proprio que le parecía muy bien la decisión del director. Enfermo
como estaba con el tiempo entre las clases, los estudios y mi
enseñanza pedí a mi padre que lo confeccionase, dándole
simplemente algunos datos. Cuando lo tuvo listo me pareció
simplemente bueno, cuando lo leí me llovieron las felicitaciones y
noté que era una soberbia pieza de oratoria. Lo han copiado
innumerables veces y cuando he dicho a algunos que lo hizo mi
padre me miran incrédulos, de tal manera entró en nuestra
psicología.
Hago un alto en mi historia porque la historia real me deja otra vez
atónito. Una terrorista norteamericana que desarrollaba sus
actividades en el Perú fue capturada, juzgada y condenada. La
sentencia acaba de ser anulada y será juzgada nuevamente. No
tendría nada de extraordinario sino fuera que ese fue uno de los
temas básicos de la campaña. La propaganda del candidato
presidente aseguraba que Toledo, el candidato de la oposición, haría
eso en tanto que nuestro inefable presidente haría respetar lo ya
decidido por la justicia. Bueno pues, se ganó la reelección y de todo
lo dicho borrón y cuenta nueva. Tengo curiosidad por ver hasta
donde llega la cara dura de unos, la inocencia de algunos y el
sometimiento de otros. Todo esto, evidentemente, al margen de lo
justo o injusto de la sentencia.
Teníamos tres instructores de táctica que podrían haber enseñado de
manera brillante en cualquier país del mundo. Uno era de caballería,
el coronel Caro, los otros dos infantes, el loro Martínez y el cochero
Valdivia. Fueron tan buenos profesores y nos enseñaron tan bien su
materia que mis recuerdos de ellos son sólo de la parte académica.
La Escuela de Ingeniería invitó a los alumnos de ingeniería de la
Escuela de Guerra a jugar un partido de fútbol. Nunca he jugado
bien pero me gusta y lo practico con fuerza, explotando mi buen
estado físico. Llegamos a las cinco de la tarde, después de las clases,
nos recibieron con gran camaradería, habían incluso preparado
comida y cerveza para después del partido. Un amigo se acercó:
"siempre juegas con ganas pero hoy exagera, el perro de Jorge N
está comentando que has quedado mal y has venido sólo para
mostrarte". Jugué como nunca, cargué contra él - que era arquero de
la escuela de ingeniería- un par de veces, comí, tomé un par de
tragos y me despedí.
En la madrugada la abuela de mi esposa se puso mal y acompañé a
mi suegro a llevarla al hospital militar. Estaba un oficial de la
escuela de ingeniería en la puerta:
- Mi mayor ¿ha venido a ver al mayor Jorge N?
- No, ¿qué tiene?
- Nos hemos quedado tomando hasta hace un rato, el mayor salió a
comprar una hamburguesa y lo han atropellado. Tienen que
operarlo, puede quedar cojo.
A fin de año llegaron mis cosas, el camión se había retrasado por la
ambición de un poco más de carga y no pudo cruzar el río Piura,
cuando quiso volver a Tumbes ya se habían caído otros puentes.
Todo estaba malogrado, los electrodomésticos, los muebles,
absolutamente todo. Por supuesto nadie pagó nada. Si mal de
muchos consuelo de tontos, éramos legión los damnificados, civiles
y militares.
Segundo año se presentaba más difícil, era el conejo tras el cual
correrían todos. El nuevo director era Antúnez, el Negro, artillero
que realmente lo era, hasta de alma. Nuevamente fui nominado para
el discurso del día de ingeniería, fue otro éxito pero no tan grande
como el del año anterior.
Ese año hubo una gran maniobra en el sur. Los oficiales asignados a
esa región deberían asistir, los demás teníamos dos semanas de
vacaciones que aprovecharíamos para estudiar y también para
avanzar la tesis con que nos graduaríamos a fin de año. Ni me
interesé por el caso, yo era del norte. Maravillosamente se enfermó
un mayor de ingeniería del sur y debí ir. Ni siquiera pregunté por
qué yo, no era ni el más ni el menos antiguo pero si no había
protestado por la designación para los discursos tampoco lo iba a
hacer ahora.
Conocí Santa Rosa, era el fuerte más alto, si no del mundo por lo
menos del país, a más de cuatro mil quinientos metros de altitud, con
un frío espantoso y ninguna comodidad. Las maniobras, ordenadas
por Julián, ya comandante general del ejército, fueron excelentes y
permitieron corregir fallas sobre todo en la coordinación de las tres
fuerzas, ejército, marina y aviación. Me asignaron a un puesto
importante y conocí a mucha gente del alto mando.
Regresando tuve un encuentro aparentemente sin importancia pero
que a la larga la tuvo mucho más que la maniobra o mis primeros
puestos. Fui a hacer una gestión al Cuartel General y en una
cafetería me encontré con el capitán Huamán.
Cuando una promoción enfrenta el reto de la Escuela de Guerra, se
conoce más o menos bien quiénes ingresarán a la primera
oportunidad, a la segunda e incluso ya se sabe quiénes no entrarán
nunca. Por supuesto que siempre hay algunos "golpes" de buena o
mala suerte y algunas rarezas, por ejemplo Wong debió haber estado
en nuestro grupo pero sabíamos que no se había presentado, sin duda
con la esperanza de salir mejor ubicado con la promoción siguiente.
Huamán era otra excepción, por su capacidad debió estar pero hasta
el día de hoy no sé qué pasó, incluso ya debería haber sido Mayor.
Estaba descuidado, pelucón y sin afeitar. Nada más lejos de mi
cabeza que llamar la atención a un compañero, especialmente por
algo tan tonto, pero era mi amigo así que le dije que no me parecía
que esté así, que él era más que eso. Su respuesta me gustó menos
aún, estaba haciendo "inteligencia". Le hice notar que podía obtener
información y hacer inteligencia en Santiago, Quito, Guayaquil …. y
que su nivel no era para averiguar quién se acostaba con tal o cual
secretaria o si alguien se robaba un poco de papel. Tomamos una
gaseosa y nos despedimos, aparentemente en paz, sin embargo para
él este fue uno más de los agravios recibidos.
Con el Negro de director se incrementó la guerra sucia, su deseo o
quizás la obligación de favorecer a un muchacho, casado con la hija
de un hombre de dinero del sur del país con quien había hecho
varios negocios y que lo había ayudado mucho, motivó que el
ambiente moral de la escuela se enrareciera.
Al acercarse el fin de año anunciaron que el número uno de la
escuela debería ser alguien que todos sus compañeros aceptaran y
reconocieran como tal. Nunca se había hecho pero igual, nos
entregaron formatos en el cual uno debía colocar los cien mayores
de ejército en el orden de méritos que uno estimase, de uno a cien.
Sabía que prácticamente tenía los veinte votos cautivos de mis
compañeros de estudios en casa pero me alegró sobremanera obtener
una aceptación de casi el ochenta por ciento (felizmente no intervino
la ONPE a corromper todo).
Ante los esfuerzos desesperados por el fraude, me presenté al
coronel jefe de notas, le dije lo que pensaba, lo que sentía, incluso
sobre los masones, a sabiendas que él era uno de ellos, pero acentué
que creía que predicaban la moral y no la inmoralidad. Terminé
diciéndole que todo el año había fotografiado las notas que habían
publicado (las listas con las notas eran pegadas en una pizarra), las
había procesado en una computadora del Centro de Informática del
Ejército y obtenido el cuadro final y a la vez le pedí consejo sobre si
debía acudir al Comandante General o a la Inspectoría en caso no se
respetase el resultado real.
Al día siguiente, faltando dos o tres días para la clausura, el Negro
reunió el consejo académico y les expresó su opinión de que no se
podían aceptar los resultados fríos para el número uno, debía
elegirse a alguien que a los méritos intelectuales aunase capacidad
deportiva (su "ahijado" que estaba cinco o seis jugaba muy bien
básquetbol y fútbol), don de gentes, etc. y proponía pasar a votación
eligiendo entre los diez primeros. El baldazo de agua fría lo tiró el
jefe de notas que comunicó mi toma de fotos y mi decisión de ir
hasta las últimas consecuencias. La verdad es que no había tomado
una sola foto, ni pensado hacerlo.
El Negro entregó, contra todas las normas, parte de los premios
enviados por las embajadas para el número uno, a los siguientes. Me
llamó después de la clausura:
- Usted es un mal oficial, se permitió dudar de mí.
- Mi general, no he copiado nunca, no he llevado regalos a los
profesores, he cumplido todas las normas y YO no he pretendido
hacer ningún fraude ni inventar normas extrañas.
- Es un insolente.
Anduaga me felicitó y conversamos sobre como mejorar la escuela
en un futuro (fue el número dos los dos años). Había disfrutado mis
dos años de alumno, incluso de la pelea. Me sentía, ahora sí, un
oficial completo, capaz de dirigir grandes unidades en paz o en
guerra. Me cambiaban a la Escuela de Ingeniería.
Antes de dejar la Escuela de Guerra contaré un hecho familiar pero
que ilustra los problemas, quizás pequeños para otros pero un drama
para el que los vive, que afronta a veces un oficial. Debían operar a
Delia, tenía un tipo no común de sangre y nuestro hospital militar se
limitaba a decir que si no llevaba la sangre no había operación; el
problema avanzaba y ese tiempo simplemente dejé los estudios y me
aboqué al problema. No hallaba donantes y recurrí a los vendedores;
estaba programada la operación, se habían efectuado los riesgos
quirúrgicos y el día anterior, previo pago del cincuenta por ciento de
lo pactado, que representaba mi sueldo completo, acudí con mis dos
donantes al hospital; hechas las pruebas uno tenía secuelas de una
enfermedad venérea y la otra estaba demasiado debilitada por
donaciones sucesivas, se retiraron sin devolverme el dinero que
habían dejado en algún sitio antes de venir. Las doce de la noche me
sorprendió buscando desesperadamente solucionar el problema. A
las cinco y treinta de la mañana el capitán ayudante me comunicó
que el general director de la Escuela Militar, Rulo, hermano de
Gonzalo y Arnaldo, se estaba cambiando para el entrenamiento
físico. Le dije que era cuestión de vida o muerte. Siempre le estaré
agradecido. Habló con los cadetes, les explicó la situación y a los
diez minutos salía con los dos únicos que tenían ese tipo de sangre
entre los mil y tantos alumnos de la escuela.
El inspector del Complejo Académico del Ejército era Palomino,
con quien a lo largo de los años había desarrollado una relación de
casi amistad, incluso me hizo el honor de acudir a mi graduación de
la Escuela de Guerra. Lo visité y me habló de la necesidad de
continuar la formación moral de los subtenientes. En adición a mis
funciones como instructor del área táctica, fui nombrado jefe de
curso de ellos.
Entré un día al aula y encontré a mis subtenientes amontonados
alrededor de una mesa. Era una hora de autopreparación y no se
estaban autopreparando así que pensé que estaban emocionados
alrededor de una revista pornográfica o algo así; en realidad veían
un periódico. Inicié una filípica sobre cómo malgastaban el tiempo
pero me paró el brigadier, muy seguro de sí, "mi mayor, estamos
viendo cuando nos van a pagar". Algún dios enemigo me cegó y
seguí embarrándome: "¿desde cuándo sale en el periódico la fecha
de pago de sueldos?, además, estamos quince y ¿ya están pensando
en el sueldo?". Efectivamente era quince de marzo y los sueldos
siempre se pagaban el veinticinco o veintiséis de cada mes.
El subteniente se expresó clara y concisamente como marca el
reglamento, pero no lo podía creer. El comandante subdirector había
cobrado sus sueldos de febrero, mandado a comprar dólares y por
experiencia con el sueldo de enero, sabían que les pagarían cuando
el dólar tuviese un alza súbita, entonces el comandante recambiaría
el dinero y se quedaría con la ganancia; debido a eso veían
diariamente el periódico con la esperanza que ese día el alza del
dólar fuese grande y les pagasen. Como era una época de gran
inflación, el comandante podía llegar a ganar un cincuenta por
ciento de lo "invertido", evidentemente dinero que perdían los
subtenientes. Hablé con el tesorero, me confirmó el caso, fui donde
el subdirector; queriendo ver hasta donde llegaba, aparenté no saber
todo y me queje de la miseria moral del tesorero que traficaba con
dinero de camaradas; tenía -y tiene- una caradura tal que coincidió
conmigo, como si no fuese él el ladrón.
El mes siguiente se repitió la situación por lo que acudí al director:
- Mi coronel, el comandante Al Zamora ............- de paso le di
cuenta también de la nueva gracia del comandante, venderle
productos de tocador a los subtenientes, que estaban obligados a
comprarle y por supuesto a precios inflados.
- ¿Cree que no sé lo que pasa en mi escuela?
- ¿Entonces mi coronel? – yo sabía que era un individuo correcto y
no podía creer que fuese cómplice.
- Al Zamora es "hijo" del general Víctor Gil y me presento al
ascenso, quiero ser general, si quieres saberlo.
Para ese entonces Gil era general de tres estrellas y el segundo
hombre del ejército.
- Que pena que me da.
- Creo que te estás pasando, que te de confianza no quiere decir que
abuses.
- Disculpe mi coronel es que usted está asustado, ya me asusté
también, por eso me da pena - sentía que realmente me había pasado
de la raya, el coronel era un buen hombre y no sabía cómo
arreglarla.
Ni siquiera Palomo pudo hacer nada, como se tomó la molestia de
explicarme, iniciaría la investigación, castigaría a Al Zamora, lo más
probable era que Víctor le quitase el castigo con cualquier motivo;
por otro lado él no podía empezar con un chisme sino con una
denuncia formal, yo la haría, Víctor me impondría una sanción por
tomarme atribuciones que no me correspondían ya que el pedido
debería venir de la dirección y nadie me quitaría a mí la sanción.
Cuando llegaron los tenientes me pasaron a jefe de curso de ellos.
Estando de servicio fui a dar el parte nocturno al jefe de servicio del
Complejo Académico; Néstor estaba de servicio en la Escuela
Militar y también estaba dando parte. Terminado éste, se me acercó
"no quiero que pienses que te he serruchado el piso, nos llamaron a
la comandancia y nos dieron a elegir a dónde queríamos ir, elegí
España porque sino la hubiese cogido otro".
El reglamento de becas marcaba que los dos primeros puestos de la
Escuela de Guerra tenían derecho a beca y los cinco siguientes
opción, según la disponibilidad de becas y de presupuesto. Habían
llamado al segundo y a gente que no tenía nada que hacer (por cierto
todos, incluso Néstor, masones). Luego de presentar mi caso ante las
instancias respectivas me dieron la beca de Alemania, que venía
siendo ofrecida desde hacía quince años a cualquier oficial del grado
de mayor, con o sin curso de Estado Mayor, que tuviese un
desempeño aceptable, no estuviese muy castigado y hablase alemán
fluidamente. Traté de estudiar en el horario de siete a nueve de la
noche pero Al Zamora se enteró y me ordenó presentarle papeles de
instrucción todos los días a las ocho de la noche. Él vivía a
doscientos metros de la escuela, se iba a las cinco y volvía a las
ocho. Me matriculé en cursos por correspondencia.
En la reunión de fin de año el Padrino se me acercó y comenzó con
su cantaleta que yo era un tonto; esta vez lo paré en seco, le dije que
si no invitarle puros o no estarlo adulando era tontería, era tonto y
seguiría siéndolo. Se armó un bolondrón, algunos de sus ahijados
hablaban de pegarme, otros trataban de empujarme, Rodrigo y el
Osito -ya generales- acudieron a defenderme. El mismo Padrino
restableció la calma y me condujo a una mesa. Nos sentamos los
dos, su apóstol predilecto, Rodrigo y el Osito. Me dijo que hablase.
Le expuse mi pensamiento, que él había querido hacer lo mejor por
el arma y el ejército pero que había llenado el instituto de
sinvergüenzas a los que había ido encumbrando. Cuando me dijo
que con qué pruebas hablaba así detuve al primer subteniente que
pasó: "dígale por favor al general quién trafica con los sueldos de
ustedes, les vende perfumes, talco..". El oficial muy suelto de huesos
contestó "quién va a ser sino el comandante Al Zamora". El Padrino
me miraba desorbitado. "No creerá que he preparado esto para
desacreditar a uno de sus ahijados" agregué. Me pidió que fuese
después de la reunión a su casa para hablar. En la noche fue feo ver
al viejo tratando de justificarse pero ya era tarde, no tenía ningún
peso ni tiempo para deshacer todo el daño que nos había causado.
Me calificaron bajo pero lo peor fueron las explicaciones del
comandante jefe de instrucción (mi primer calificador, el segundo
era Al Zamora) y del coronel, "era excelente pero tenía que
comprender, además igual seguiría mi carrera sin problemas".
Personal me designo para trabajar con Pedro Villanueva. Pensé que
por lo menos podría reanudar mis clases de alemán. Estaba ahora en
la Jefatura de Ingeniería. Al margen del puesto indicado en mi
nombramiento lo que él requería era un tutor, alguien que le
confirmase que estaba actuando bien y lo ayudase a decidir.
Debíamos preparar de inmediato la exposición al Alto Mando. Inútil
decir lo que peleamos. Se había quedado en el grado de capitán jefe
de una compañía, no entendía que en esa exposición al comando del
ejército no le interesaría que él les contase que las cocinas que
habían comprado eran marca ABC, que pesaban ocho kilogramos
novecientos diez gramos, que podían hervir agua en una olla de dos
litros a llama completa en quince minutos y a media en veinticinco
con un consumo de combustible de .........
No logré que me entendiera y el día de la exposición pasó
exactamente lo que imaginé. Lo callaron, le dijeron que eliminase
todo lo innecesario y que volviese a presentarse en dos días. La
segunda exposición la preparé correctamente. Con esto y un par de
cosas más me convertí en su gurú.
Espero comprendan si es que me vuelvo demasiado anecdótico en
este punto de mi vida pero tienen que tener en cuenta que este
hombre era el llamado, desde la Escuela Militar, a ser el
Comandante General del ejército, al cual desgració y que como lo
dije antes, sin yo quererlo, buscarlo ni merecerlo, tuvo una nefasta
influencia en mi vida.
El sistema imperante era malo, un teniente jefe de sección elegía al
futuro comandante general del ejército en base a parámetros, a mi
juicio, equivocados, tales como corte de pelo muy pequeño,
habilidad para mantener los puestos arreglados y el piso brillante,
subordinación ciega y cosas por el estilo. Luego de salir número uno
en el primer año, el cadete se cuidaba de seguir siendo obediente y
simpático, elegía una especialidad (infantería, caballería, etc.) y los
oficiales de esa especialidad asumían su defensa irrestricta, salía
espada de honor y el individuo toda su carrera era destinado a
puestos fáciles y sin riesgo, se limitaba a no levantar olas y listo. Así
habían llegado el buen Pedro y una legión similar. Por supuesto que
había excepciones de capacidad y dignidad como Mori, Vilela, Juliá
y otros pero justamente, en su mayoría, se iban quedando en el
camino y no llegaban a los puestos más altos, hay que ver que
tampoco ningún presidente quiere un jefe de “su” ejército al cual
ordene que salga a controlar (y a veces actuar contra) estudiantes o
sindicalistas y le responda “esa no es la función del ejército señor
presidente”.
Pedro ordenó que nadie se retirase antes de las veintitrés horas. Para
una persona normal, cuerda, puede parecer mentira o cosa de juego;
para los militares una exageración; para todos aquellos que sufrimos
al pequeño idiota en los diversos puestos que pasó, fue nuestro vivir,
alejados de la familia, perdiendo el tiempo en forma estúpida y sin
tiempo para hacer nada más. El segundo o tercer día me mandó
llamar al mediodía, yo estaba almorzando en mi casa (la de mi
suegro en realidad, pero como expliqué ahí vivíamos) y cuando
llegué:
- He dado la orden que no se retiren hasta las veintitrés.
- No me había retirado, fui a mi casa a almorzar.
- Lo puedo necesitar a esa hora, a partir de ahora almuerza aquí.
- Lo siento mi general, no tengo dinero.
- La jefatura le va a pagar el rancho en el comedor – me contestó, es
decir el dinero saldría de la caja pero era una comida miserable que
por ese motivo costaba treinta centavos de dólar.
- Mi general, sufro de úlceras y no puedo comer esa comida – ante
mi respuesta se comenzó a erizar pero yo estaba peleando un
derecho y él siempre trató de ser justo.
- Le traerán comida del comedor de generales ¿le parece?- finalizó,
luchando con su avaricia. La comida de generales costaba un dólar.
A partir de ese día almorzaba sentado en mi escritorio, la comida
que me traía, gratuitamente, el mayordomo de Pedro.
Luego vino el problema de la academia. Mis hijos estudiaban inglés
después de salir del colegio y yo los recogía a las cinco y media para
llevarlos a casa, eran pequeños y yo había hecho ese arreglo en base
a que la hora oficial de salida del trabajo era las cuatro y
cuarenticinco. Me buscó y no me halló:
- Se escapó, caballerito.
- Incapaz de eso mi general, me fui a recoger a mis hijos del inglés y
he vuelto para cumplir su orden de permanecer hasta las once como
usted ve.
- ¿No pueden venir solos?
- Son muy pequeños.
- Le puedo prestar un chofer para que maneje su camioneta.
- Disculpe mi general pero la puede chocar o malograr y voy a estar
en problemas porque como usted conoce no tengo dinero.
- Entonces los puede recoger el vehículo de servicio de la jefatura.
- Gracias por el apoyo mi general.
A un lector desavisado le puedo dar la impresión de ser un tipo
caprichoso que tomaba ventaja de la inseguridad del hombre pero si
piensan un poco más repararán en que era un abuso enorme de parte
de él, que no nos dejaba vivir una vida normal y que lo único que yo
hacía era obtener una reparación mínima por todos los problemas
que realmente me causaba. Aproximadamente a las ocho de la noche
los oficiales se iban a sentar cerca de su puerta, esperando por si se
le ocurría llamar a alguno o quizás con la esperanza que un día se
apiadase y dijese ¡se acabó! ¡a sus casas!.
Quiso comprar los útiles de escritorio lo mejor y más barato posible,
pero en época de subida diaria de precios era mejor una decisión
rápida. Primero pidió las necesidades anuales a todos los
departamentos. Luego los reunió a todos, les dijo que habían pedido
exageradamente y que rehiciesen el pedido; eso era cierto, lo que
sucede es que desde que comenzamos la carrera nos acostumbran a
darnos una fracción de lo solicitado, se trate de lo que se trate,
entonces, previendo eso uno se acostumbra a pedir demás, eso lo
sabe hasta Jaililie como veremos más adelante. Ahí la solución era
seguir con el juego, estimar lo que realmente podían necesitar y
darles eso. Rehecho el pedido comenzó a llamar uno por uno a los
jefes de departamento para que lo justifiquen, después envió al
tesorero a pedir cotizaciones de la lista final a los distribuidores
mayoristas, en seguida buscó dónde era el precio más barato para
cada articulo e hizo la lista de lo que había que comprar en cada
mayorista y cuando el tesorero fue a comprar se dio con la sorpresa
que había subido todo.
No sé que hubiese pasado hasta fin de año; a fines de enero me
llamaron de mi antigua oficina, Personal de Ingeniería, el coronel
me explicó que habían nombrado un mayor responsable de las
construcciones en Santa Rosa (donde habían sido las maniobras en
las que participé el segundo año de la escuela de guerra), que éste se
había negado a ir, su reemplazo había presentado un certificado de
cáncer de la señora, el tercero alegaba tener principios de leucemia y
de los que servían en Lima yo era el que más tiempo tenía en ciudad
y no había servido en el sur. Me preguntó si tenía algún problema
para ir a Santa Rosa. Le di una respuesta que muchos estiman de
cliché pero que creo es la correcta (aunque el Comando no siempre
lo sea) "voy adonde el Comando me ordene".
Me presenté a Pedro y le conté lo hablado. A su alegato de que no
me podía ir, le dije que era muy sencillo, que solicitase me quede,
pero él no quería hacer ver que me necesitaba así que me sugirió
hablar con un médico amigo suyo que certificaría enfermedad de
alguien de mi familia. No tengo abusiones pero no era leal hacer eso,
peor aún viniendo la idea de alguien que se creía tan correcto como
él; se lo dije, no le gustó nada pero tuvo que oírme.
Antes de salir de Lima recibí el llamado de Carrera, ya era general y
“se había dado cuenta” de la injusticia por lo que recorrimos varias
oficinas tratando él de deshacer el entuerto que había cometido; en
todas partes recibió, con variantes, la misma respuesta, debía hacer
un documento en que, después de varios años, reconocía su error,
pero como lo que quería es corregir lo hecho sin aparecer como
culpable todo quedó en nada. Con cara de autor de un autogol y en
tono bajo me dijo que había tratado pero que lamentablemente no se
podía hacer nada; en los años siguientes me enteré que volvió a
hacer esfuerzos en el mismo sentido, todos infructuosos por cierto
por el mismo motivo que causó el fracaso en el intento inicial,
querer corregir pero a condición de que su cagada quedase en la
sombra.
Hace un par de años estaba en una recepción en la Embajada
Alemana y al ingresar a un grupo de conversación escuché a una
argentina representante de alguna organización defensora de los
derechos humanos que peroraba sobre los pobres terroristas presos;
incidía en la imposibilidad de alimentarse un día completo con sólo
tres soles (un poco menos de un dólar). Esa es la cantidad que dan
para cada preso por día y es exactamente la misma que el Estado
otorga para cada soldado. Era necesario que alguien diga esto pero
para nuestra historia lo interesante era el segundo punto: ¿cómo
podían vivir los pobres terroristas a más de cuatro mil metros, en un
aire enrarecido y con un frío terrible? Esa área que hoy son las
cárceles es Santa Rosa, donde fui con mi señora y mis hijos
pequeños y donde vivieron y trabajaron muchas familias de oficiales
y suboficiales a lo largo de años, sin haber cometido ningún delito,
sólo porque la Patria lo requería. No había ningún tipo de
calefacción y dormíamos con ocho frazadas y todos en una
habitación para darnos calor.
Uno de mis dogmas es que no hay sitio feo sino lugares que uno
hace feos y otros que uno hace bellos. En el campo militar: no
importa el sitio, importa QUIÉN ESTÁ AL COMANDO. Al llegar
encontré una situación atípica, había llegado la inspectoría para
revisar asuntos del año anterior. Un comandante ya bastante viejo
me ordenó, con la anuencia del general, que hiciese el presupuesto
de algunas obras ya ejecutadas, a precios de unas fechas que él me
indicó. Era sencillo así que medí, verifique mezclas, estructuras, etc.
y presenté mis resultados al comandante; éste comenzó a insultarme
acusándome de cómplice y vendido, llegó a exasperarme al punto
que lo mandé a ver a su madre. Esperaba que me sancionaría o algo
así pero fue corriendo a quejarse al general; regresaron los dos
juntos y a la pregunta le contesté que sí, que le había faltado el
respeto luego de escucharlo insultarme un cuarto de hora. Cuando el
comandante habló de manera más inteligible comprendí todo. Éste
era un equipo enviado expresamente para demostrar la culpabilidad
de Vilela, jefe de la brigada el año anterior, (recuerdan, una de las
esperanzas del ejército) en las “irregularidades” en todo orden de
cosas y yo había tenido el desatino de concordar casi al centavo con
lo que Vilela había dicho que costaban las obras (lo peor era que ni
siquiera el ejército le había dado el dinero sino que el lo había
generado). Si a Cristo lo juzgaron de mala manera, con Vilela fueron
ruines. Él solía dar, de vez en cuando, un sobre con cincuenta o cien
soles, según como estuvieran sus finanzas o su humor, a las familias
que asistían al izamiento de la bandera los días domingo, era una
manera de premiar el patriotismo e incentivar esta asistencia (había
que tener ganas para levantarse a las siete o siete y media a tres o
cuatro grados un día domingo). Trataron de darle un giro de
interesarse él de manera mañosa por las señoras, etc., etc.. Un
teniente de ingeniería fue obligado a firmar el presupuesto que
confeccionó el viejo comandante de veterinaria (por eso no me había
castigado ya que un oficial de servicios no podía hacerlo con uno de
armas) y que no tenía nada que ver con la realidad.
Dieron de baja a Vilela, es decir el ladrón bota al honesto. Otra
esperanza perdida.
Había gran escasez de casas, tanto para oficiales como para
suboficiales. Existían unos enormes galpones y almacenes
abandonados, pedí al general una cantidad ridícula de dinero y le
dije que solucionaría gran parte del problema. Por más que le
explique lo que pensaba hacer no terminaba de convencerse. Por
suerte para mí era promocional y muy amigo de Rodrigo y un día
que lo llamó le preguntó casualmente sobre mí. Me dio el dinero y al
mes exacto estaban llegando cincuenta familias de oficiales y
suboficiales a ocupar los departamentos en que había convertido los
galpones y almacenes desperdiciados.
El general no esperaba el resultado obtenido, no eran la última
maravilla pero sí eran cómodos y decentes, con todo lo necesario
(sala-comedor, dos dormitorios, cocina y baño, agua, desagüe y
electricidad, como dije antes no sueñen con calefacción, chimenea o
estufas). Nos hicimos amigos y tenía unas gentilezas impensadas en
un general para con un subalterno y su familia e increíbles en él que
tenía una justa fama de hombre seco. Era justo y se preocupaba por
el bienestar de la gente, construimos un pequeño bazar, agrandamos
la capilla, etc. Me invitaba a sus viajes e íbamos las dos familias, a
la costa donde Rodrigo comandaba una brigada elevando la moral de
oficiales y familias que el año anterior habían sufrido al nefasto
Pedro con su trabajo hasta las once de la noche (quizás alguno de
sus progenitores lo hacía permanecer despierto hasta esa hora de
niño), ó a Puno, ciudad andina situada a un poco menos de altitud
que nuestra Santa Rosa, donde Pastor era general jefe de la brigada,
con Pepe Villanueva de segundo.
Cuando fuimos a este último sitio, al retirarnos, Pastor me comentó
el excelente concepto que mi general tenía de mí, a su vez su esposa
que era muy joven y se conocían con mi señora desde niñas, le
comentó a ella que su esposo estaba muy contento con el coronel
Pepe Villanueva a pesar de los problemas que él tenía con su señora.
En ese tiempo una noticia conmovió a todo el ambiente militar,
Pedro había tenido un colapso mental, estaba internado en el
Hospital Militar y por supuesto no era apto para el ascenso.
El tiempo transcurría agradablemente hasta que aprobaron unos
proyectos míos que se habían presentado a Lima para construir un
taller de mantenimiento y un pequeño hospital (eran más de
trescientas familias en los tres campamentos que ocupábamos). Se
presentaba la misma situación que en el Marañón con los gitanos
pero esta vez no estaba con el Colorado Bendezú:
- Han aprobado nuestros presupuestos – me dijo el general
- ¿Cuándo desea que empiece?
- Ese es el problema. Ha llamado Víctor Gil y desea que construya
con una compañía amiga de él; también el Negro y quiere
imponernos otra compañía. ¿Qué recomiendas?
- Mi general, de acuerdo a normas debería construir yo, tenemos la
capacidad de hacerlo, se contratan unos cuantos obreros más y
punto, las obras se harían bien, se ahorraría dinero y se pavimentaría
un tramo de esa pista que está terrible y para la que no hay
presupuesto. Usted quedaría como un hombre de principios y lo más
probable, casi seguro, no alcanzaría su tercera estrella. Si construye
una firma no lo va a hacer tan bien, por supuesto que no va a sobrar
dinero para nada, los papeles se pueden acomodar (en cualquier caso
debía aparecer como que nosotros mismos construíamos) y usted
será general de tres estrellas.
- Gracias pero la pregunta no iba a eso, ¿con quién construimos?
- Si bien Gil es el segundo del ejército, se va a fin de año, además es
de ingeniería. El Negro es artillero como usted, le quedan cuatro
años más y por último está de jefe del Complejo Logístico por lo
que será el que directamente supervisará el trabajo y le irá
remitiendo el dinero.
- Creo que es la solución – noté que en realidad ya había hecho el
mismo análisis y sólo quería que compartiese su idea.
Nos hicimos muy amigos con uno de los dueños de la firma
constructora que se quedaba en el campamento por temporadas,
como ingeniero residente, hacían un buen trabajo y todo iba en
orden. Un día:
- Vamos a comenzar a modificar los planos y a hacer ciertas cosas
con las que no vas a estar de acuerdo.
- Entonces ¿para qué las vas a hacer?
- Mira, sabes bien que se le paga al Negro, ha comenzado a exigir
más y más, tú ves la calidad que hemos mantenido, pero con las
nuevas exigencias ya tendríamos que perder.
- Haz lo que quieras pero no voy avalar nada que no esté correcto.
Pasaron varios días y me presenté al general a darle cuenta que la
obra no estaba bien y que era inaceptable. Me escuchó
pacientemente y me presentó los papeles para un nuevo
requerimiento de dinero "firma todo esto". Aún ahora pienso que no
actué mal, entiendo que el Negro lo presionaba y que él era general
y yo mayor pero le dije lo que pensaba, además era la verdad:
- Mi general, si se requiere sacar dinero de algún sitio, por último
podría ser de los acabados pero no se puede sacrificar la estructura,
además la verdad no se puede ser tan abusivo ni con el ejército ni
con la empresa, sino al final la construcción va a acabar siendo una
cochinada.
- ¿Quién mierda se ha creído que es para hablarme así?, se le da la
mano y se va hasta el codo, firme y déjese de tonterías.
Sabía que el Negro lo había estado llamando y entendí que era por la
desesperación de los papeles para obtener rápidamente "su" dinero.
Lamentablemente mi padre me ha inculcado un terrible sentimiento
del honor.
- Sin mierda, le hablo así justamente para protegerlo porque lo
estimo, sino lo dejaría irse a la cárcel tranquilo.
Fue como si hubiese abierto la tapa de un albañal, él que era tan
correcto y pulido se desató en un mar soez de improperios. Sé que le
contesté y feo pero no podría decir que le dije, lo dejé hablando y
salí. Fui a mi casa, mis hijos estaban en el colegio y mi mujer
también (enseñaba inglés). Saqué una silla y me senté a tomar un
poco de aire.
No fui a trabajar una semana en la que me hicieron auditoría de
cuentas y de almacenes. La gente que trabajaba conmigo venía por
las noches "están haciendo preguntas", "contéstenlas" "¿qué
decimos?" "tal como son las cosas". Al cabo de ese tiempo me invitó
a tomar desayuno María, la esposa del general. Estuvo muy amable,
me dijo que el general me quería como un hijo pero que yo le había
contestado mal y que nunca en su vida había pensado que un
subalterno le faltase el respeto así. Le expliqué todo poniendo
énfasis en la verdad, estaba cuidando los intereses del ejército, los
suyos y los míos; si el Negro quería llevarse más dinero que lo
buscase en otro sitio.
Hablé con el general y acordamos que un capitán de ingeniería se
haría cargo de las construcciones quedando yo totalmente al margen.
Me dediqué a hacer construcciones menores y reparaciones en
puestos de vigilancia y en los campamentos secundarios. Di examen
de ascenso. Mi jurado fue Rodrigo pero hubiese sido quien fuese me
sentía seguro, los grados anteriores ascendía aún con el odio del
jurado ya que el porcentaje que manejaba éste era muy bajo, ahora a
mayor grado se había incrementado el porcentaje pero por la
estructura de nuestro sistema y las notas que habían publicado,
estaba tan encima del sobrino de Gil que para que ascendiese él tenía
que ascender yo también. Mi jefe fue a pedir a Rodrigo que me
sacase del cuadro, él le contestó que si Gil autorizaba que no
ascendiese su sobrino no había problemas. Pedí vacaciones todo
diciembre para prepararme para el examen de alemán.
El coronel segundo jefe de la brigada era cuñado de Pelayo, casado
con una de sus hermanas; me avisó que podía proteger mi nota sólo
en forma relativa, lo cual hizo, por lo que salí calificado mal pero no
lo desastrosamente que pudo haber sido.
Pedí audiencia para solicitar que revisen mi nota, primero por
conducto regular con el jefe de la tercera región pero ese general lo
que quería era un relato detallado de lo que se habría robado mi jefe
el general Revilla y ante mi negativa a hacerlo (había muchas cosas
de las que no tenía la menor idea, otras que conocía a medias y por
último me sentía un tanto delator) el también se negó (en este caso a
hacer justicia). Hablé también con el ministro de defensa, general
Flores (actual congresista) y este me escuchó y trató de arreglar las
cosas pero como estaba en retiro y a pocos días de cesar en el cargo,
Revilla no le hizo caso.
En Lima me enteré de que todas las piedras para la designación
habían provenido de Gil, incluso hizo una última tentativa de
frustrar mi salida pero ya se iba al retiro y por otra parte me
defendieron generales que había conocido durante las maniobras,
hacía dos años.
Como han podido ver mi preparación en el idioma alemán había
sido muy deficiente, primero en Lima pero sin posibilidad de ir a
clases y luego en la altura, el frío y con electricidad sólo hasta las
nueve de la noche. Conseguí una señora de Alemania Oriental que
se abocó a enseñarnos (a toda la familia) con cariño y empeño.
Estudiábamos con ella ocho horas diarias y otras cinco o seis horas
solos. Aprobé el examen del Göethe con la nota mínima. A fin de
año ascendí a teniente coronel, comúnmente comandante
CAPITULO VI
Alemania: otro mundo.- ¿Mejor nivel de vida o mejor estilo de
vida?- Aquedolci y los Salanitro.- Dejando huella en la
FührungsAkademie.- Roblex y el descaro.- Cusco majestuoso.-
La guerra que no debió ser.- Pedro se muestra en toda su
pequeñez.

Viajamos Lima – La Habana – Shannon (Irlanda) – Luxemburgo y


luego con el tren hasta Colonia y la pequeña ciudad Hürth donde
quedaba el centro de idiomas que en dos meses nos terminaría de
pulir para rendir la prueba para obtener el Sprachdiplom II, requisito

para empezar el curso. Para los que crean que taxistas ladrones son
exclusividad de países subdesarrollados, a las tres de la mañana
tomamos un taxi desde la estación hasta el edificio donde viviríamos
(habíamos telefoneado y nos entregarían las llaves en portería) y nos
cobró, luego de media hora de viaje, el equivalente a cien dólares.
Al día siguiente vimos que era un tramo de tres kilómetros, que se
había incrementado en el tiempo y espacio con vueltas, marchas y
contramarchas.
Hürth, más bien pueblo que ciudad, alberga el Bundesprachenamt,
que como su nombre lo indica, es la oficina (amt), del gobierno
(Bund), encargada del problema de idiomas (sprache). Estudian ahí
todos los trabajadores del Estado que irán a países donde se requiera
otra lengua y los extranjeros que, invitados por el gobierno alemán,
requieran aprender o mejorar su alemán, también hacen se hace ahí
la traducción de documentos, manuales y todo aquello que requiera
el gobierno. El pueblo es tranquilo, bonito, acogedor y por el hecho
de estar acostumbrados sus pobladores a extranjeros de todas las
lenguas, colores y que sabe que no son trabajadores ni asilados, el
racismo no se siente con la intensidad que en otros sitios. Lo digo
así, quizás un poco provocativamente, porque estoy seguro que el
racismo existe siempre y si lo dudas amigo lector, imagina por un
momento a tu querida hija en brazos de alguien de una raza ajena
considerada inferior. Claro los tontos comenzarán "¿pero si el
individuo es un genio? ¿y si es millonario?, etc.". No, estamos
hablando de individuos normales, cada quien prefiere perpetuarse en
su raza o en una raza considerada superior.
Antes hablé de una "justificación" del racismo. Como un ejemplo,
creo que si individuos de otra raza nos conquistan y colectivamente
nos humillan o agreden, se justifica plenamente que devolvamos la
agresión. No voy a tratar el tema judío que merece ser materia de un
estudio serio, profundo, desapasionado, que aún no ha sido
realizado. Pero sí el tema racismo en la Alemania actual.
Al termino de la guerra, la población masculina alemana estaba
totalmente disminuida; con la ayuda norteamericana del Plan
Marshall renace la industria alemana, tradicionalmente entre las
mejores - si no la mejor – del mundo. Faltan brazos, la única
solución era traer trabajadores, estamos a comienzos de los
cincuenta. Me imagino que fruto de un concienzudo estudio, deciden
que lo más adecuado eran los turcos. Creo adivinar los elementos de
juicio que los conducen a esto: fuertes, trabajadores, obedientes y,
he escuchado sin verificarlo, había en ese país politécnicos de
conducción germana o sea que estaban más o menos familiarizados
con esa tecnología. Llegan, se instalan, trabajan colaborando con el
renacimiento alemán y después de más de veinte años se producen
tres hechos: el mundo estaba lleno de productos alemanes, que no se
malogran tan rápido como otros por lo que no requieren cambio
continuo - cuando tenía cinco o seis años mi padre compró una
refrigeradora Siemens, aproximadamente cuando me gradué de
oficial, quince años después, mi madre, aburrida de la máquina, la
obsequió a una pariente más pobre y hoy, cuarenta años más tarde,
sigue funcionando - ; ya se normalizo la población masculina que
requiere, como es natural, de puestos de trabajo y la competencia
mundial es tan fuerte que, entre productos chinos y coreanos, no de
tanta calidad pero sí buenos y baratos y los japoneses que si no
iguales son casi tan buenos, las ventas - y con ello la producción -,
han disminuido sensiblemente.
La solución en el papel no era muy difícil, una recompensa
económica adecuada, gracias por los servicios prestados y adiós.
Pero no funcionó así en la vida real. Ya eran dos, y en algunos casos
tres, generaciones de turcos que se habían acostumbrado a las
bendiciones de la tierra alemana. No tenían la nacionalidad porque
aquí funciona, de manera racional a mi parecer, por ascendencia y
no por lugar de nacimiento. Pero igual, no quisieron irse y ante
medidas proteccionistas de trabajo para los nativos, inteligentemente
reaccionaron abaratando su precio. Lamentablemente, incluso entre
alemanes, para industriales y comerciantes juega plenamente el
dicho "poderoso caballero es don dinero" por lo que, preferían
contratar a un turco que costaba x que a un compatriota que costaba
xx, al margen de lo que indicasen, o recomendasen, las autoridades.
Siguió a eso una etapa de violencia a la que la comunidad turca
respondió, - también sé esto de oídas, no lo he verificado pero suena
lógico - con la amenaza que si las cosas seguían así, los acusarían
ante el mundo de preparar un nuevo genocidio.
Por lo expuesto, los turcos y todos los que se les parezcan, son mal
recibidos y lamentablemente, - en este caso -, los latinoamericanos
pasamos por turcos con toda facilidad. Ojo, nunca viví una agresión
directa, ni de noche ni de día, ni en calles populosas ni en calles
apartadas. Eran ataques sutiles que simplemente causaban malestar
si es que uno era algo sensible. Por ejemplo hacer un gesto de asco y
cruzar a la otra acera cuando uno se acercaba o abandonar todos el
ascensor cuando uno abría la puerta; muchas veces al entrar a un
gran almacén el detective del establecimiento se ponía a seguirnos
de manera ostensible.
Había los asilados. La gente sabía que pagaba impuestos, o por lo
menos más impuestos, para cubrir los gastos de los asilados, lo que
no contribuía a hacer populares a los extranjeros. También tenemos
el caso de la superioridad alemana. Existe el Decálogo del
Desarrollo, creado por no sé quién, que contiene recomendaciones
que realmente contribuyen a eso, tales como puntualidad,
honestidad, etc. Si aceptamos y analizamos al pueblo alemán como
un todo, vemos que encajan perfectamente en el decálogo, es decir
son trabajadores, honestos, serios, etc., etc., nos guste o no nos
guste. Necesité ver el diccionario para buscar en castellano la
palabra que creo se les aplica con mayor propiedad, son aplicados,
es decir se dedican, normalmente a lo que deben dedicarse.
He comprado muchas cosas, nuevas y usadas a lo largo de dos años,
nunca trataron de estafarme o engañarme, es más llegaron a
extremos que en nuestro país parecerían cosas de tonto al
explicarme, por ejemplo, que al cabo de dos horas fallaba un
determinado elemento, cosa que un comprador no advertiría (nadie
prueba una cosa usada dos horas para comprarla) ¿haríamos eso
nosotros? No digo que no hay delincuentes, sin duda que los hay
pero son tan pocos que no los vi en dos años. En la época que estuve
también hubo un sonado caso con un político que se había metido a
pagarle a alguien del partido contrario para estar informado,
descubierto, se suicidó, ¿no quisiéramos ese sentido del honor para
nuestros países?
Organizando nuestras ideas, no creo que ellos sean superiores por
ser arios, por haber venido de Mesopotamia, por ser rubios (que no
todos lo son) ni de ojos celestes (que tampoco todos los tienen); es
más no sé si son superiores o no, lo que sí sé es que si necesito un
aparato eléctrico o un vehículo preferiría que fuese alemán y si
tuviese que trabajar con un extranjero también los elegiría. Por otra
parte no me siento menos que ninguno de ellos como un todo pero
soy consciente que, por ejemplo, en promedio para mi edad y
situación, civiles y militares nadan y corren tan bien o mejor que yo
y que también se mantienen intelectualmente activos.
Muchos de mis compañeros habían llegado uno o dos años antes
para aprender alemán, el curso actual no era para enseñárnoslo sino
para pulir detalles, orientarnos a los recién llegados en usos y
costumbres y enseñarnos los términos militares. Definitivamente
estaba en una situación crítica; comparado a los demás y a lo que
debía saber, no sabía nada, estudiaba desesperadamente, las clases
eran de siete a una y media, almorzaba en el comedor y pasaba a la
cafetería a buscar un alma caritativa que me enseñase algo o me
aclarase algunos puntos - siempre encontraba alguien, cuando se les
pide ayuda están prontos a darla - y a las cinco y media me iba
disparado al parque, a esa hora salían a pasear, luego de cenar, los
ancianos de un asilo cercano y ya conocía un par que hablaban
español y que me esperaban de muy buena gana para enseñarme. A
las siete que se retiraban iba a casa a ver televisión. El esfuerzo
rindió sus frutos. Aprobé con buenas notas. Un recuerdo especial de
Hernán, mi camarada argentino sin cuya ayuda no creo hubiese
logrado mi objetivo.
Los que aprobamos teníamos vacaciones de dos semanas, los que
no, debían estudiar para dar una segunda prueba y si el problema
subsistía, regreso a casa. Nosotros teníamos la posibilidad de dar un
examen para llegar al nivel más alto de alemán de un nonato.
Colonia, no necesita adjetivos. No nos cansábamos de ver la
catedral, sus museos, pude brindar a la familia la oportunidad de ver
la maravilla del carnaval, no la chabacanería, la pornografía ni el
mal gusto, sino una manera agradable de adquirir cultura a la vez
que distraerse. El desfile es realizado por diversas agrupaciones
vecinales, comunales, culturales, clubes, etc. que eligen un tema, por
decir el ejército imperial de Federico II, o algo más exótico como los
cosacos, los vikingos, los hombres de Neanderthal o lo que se les
ocurre y se presentan vestidos así pero con un cuidado exquisito en
los detalles, en cada pieza que usan, el calzado - si es aplicable -, los
adornos, los vehículos – carrozas, carretas, corceles – los
instrumentos musicales lo más cercano posible a la época. Las
empresas donan inmensas cantidades de dulces y pomos de la
agradable y delicada agua perfumada que mundialmente lleva el
nombre de la ciudad, que los marchantes van arrojando al público,
pero hasta en eso, sin necesidad de mayor control policial, la gente
los recoge de manera más o menos racional, sin golpearse o
pelearse.
Pienso que el gasto es grande pero no enorme como parecería ya que
los costos se van repartiendo en el tiempo (los grupos repiten su
tema por lo que el costo es el mantenimiento y sólo eventualmente
renovar el vestuario y equipo), pero vale la pena por lo que ofrecen,
ya sea como cultura o simplemente como espectáculo.
Mi padre estuvo un tiempo con nosotros y nos dio una clase de
sentido común en una visita a un importante museo que presentaba
la obra de un reconocido artista, pintor y escultor, del momento. Mis
hijos y los de un alemán coincidieron ante una silla de paja rota y
deshilachada, que era la pieza más barata de la exposición, - once
mil dólares - y comentaron casi al unísono ¡que feo! Aclaro, mi
padre, con sus anteojos y sus sienes plateadas tenía un aspecto
terrible de intelectual conocedor (y lo era, había estado antes en
Europa invitado por el gobierno francés para recibir una
condecoración por su labor literaria y al momento de su muerte se
desempeñaba como profesor en la Escuela de Bellas Artes de Lima)
y hablaba varios idiomas. Se acercó a los chicos y les dijo "sí,
realmente feo ¿no?"; el alemán, un maestro panadero como después
nos aclaró, terció en la conversación "pero es un artista importante"
a lo que mi padre desarrolló una de sus tesis favoritas, uno ve
Rafael, Miguel Angel, Da Vinci y cientos de artistas y sin necesidad
que alguien nos diga que son artistas reconocidos o importantes
admiramos maravillados sus obras. Otros trabajos en cambio pasan
desapercibidos, los podría haber ejecutado cualquiera, incluso un
niño o por último un animal que hubiese embarrado sus patas en
unas latas de pintura, sin embargo los "críticos" nos dicen que es una
maravilla de arte y los millonarios sin gusto propio (o lo tendrán tan
retorcido), los adquieren a precios exorbitantes. Hay expertos que
nos pueden hacer ver cosas que a simple vista no apreciamos por
nuestra falta de formación, técnicas, detalles, a veces hasta defectos,
pero un crítico no puede, o no debe, decirnos que es bonito lo que es
feo o viceversa y si así es y lo aceptamos quiere decir que hemos
abjurado de la capacidad del gusto para cedérsela. Coincidimos
todos, peruanos y alemanes (se había sumado la esposa del
panadero) y continuamos con la visita al museo.
Durante mi estadía en Hürth aprovechábamos algunos fines de
semana para conocer Europa, cogíamos nuestro vehículo y salíamos
a Amsterdam, Rotterdam, pequeños pueblos en la costa holandesa,
otros pequeños pueblos en la Selva Negra, la maravilla de Brujas,
Bruselas, un fin de semana largo París o Londres. No voy a hacer de
esto una guía turística pero si daré un par de apreciaciones; viajar en
Europa no es caro siempre y cuando se sepa como hacerlo, los
sistemas de transporte son baratos y ofrecen ofertas especiales para
jóvenes, para grupos, para ancianos, por semana, mes, etc., los
pequeños hoteles y casas que ofrecen pensión son limpios y dan un
desayuno agradable y abundante a precios muy reducidos.
En el Bundesprachenamt jugaba ajedrez de vez en cuando y me hice
amigo del responsable del club, un traductor de ruso. Algunos
solemos decir amigo a cualquiera que intercambia con nosotros un
par de palabras; en alguna parte leí que amigo es aquel a quien
puedes tocar la puerta a las tres de la mañana porque no tienes donde
dormir y no te arrojará ni preguntará si no puedes esperar hasta
mañana sino que te preparará un café y aunque sea te dará el sillón
para que duermas. Era una persona excepcional, en todos los ratos
que compartimos, (también me ayudó con mi alemán), fue saliendo
su historia. Alemán normal, se alistó para defender a su patria,
combatió en diversas partes hasta llegar al frente ruso, cayó
prisionero en Stalingrado y fue llevado preso, condenado a trabajos
forzados en Siberia. Las cifras de los presos y fechas de los
acontecimientos forman parte de la historia universal; ya había leído
los sucesos pero era fascinante escucharlos de boca de un
participante, primero el desplazamiento a pie de manera inhumana,
las largas jornadas de trabajo, el hambre siempre permanente, los
castigos, justificados o no, la brutalidad humana, la traición y
finalmente, luego de más de diez años y con un pulmón y medio
menos, la liberación, no ordenadamente como lo hubiesen hecho
ellos, no, simplemente están libres y adiós. Los miles de kilómetros
por recorrer para retornar a la patria, sólo posibles gracias a sus
cualidades físicas, mentales y morales y - tan importante como eso -,
lo que ya había tenido oportunidad de observar en directo: la innata
bondad del pueblo ruso, que les proporcionó alimento, abrigo y a
veces transporte.
El tiempo de vacaciones lo empleamos para conocer la aldea italiana
que da el apellido a la familia. Enclavada en medio de las montañas,
posee una hermosa abadía, un ómnibus llega ahí dos veces por
semana. Nos tomamos fotos al pie del letrero y luego fuimos a
buscar algún pariente:
- Señor, ¿podremos encontrar alguna familia de apellido X?
- Claro, la mitad del pueblo se apellida X.
- ¿Algún registro de gente que emigró a América?
- Ninguno, muchísima gente ha emigrado a los más diversos lugares.
- Quizás con el nombre podríamos ayudarnos, mi abuelo se llamaba
A X.
- Es la combinación más común, deben haber trescientas o
cuatrocientas personas con ese nombre.
Perdimos las esperanzas de encontrar a la familia de mi abuelo y nos
dedicamos simplemente a disfrutar del viaje. Aosta, Turín y Milán,
otro ensueño.
Siempre alegra volver al hogar y el nuestro estaba ahora en Hürth,
aprobé el nuevo examen y debía ahora participar en unas grandes
maniobras (Kecker Spatz, no me pregunten que quiere decir o en
que idioma está que no lo sé) en el sur del país, para familiarizarme
con el ejército alemán.
Nos mudamos a Murnau, sede de la última Brigada de Infantería de
Montaña con que cuenta el Ejército Alemán, un pequeño pueblo
cerca de Garmish Partenkirche, importante centro turístico. La zona
del Tirol es mundialmente conocida. Fuimos felices ahí, entre las
vacas, el campo y todo lo bonito que puedan imaginarse, por ese
tiempo mis suegros nos visitaban lo que incrementaba el placer ya
que siempre nos hemos llevado bien con ellos y me complacía poder
brindar algo a quienes tanto nos habían ayudado.
Las maniobras eran de la OTAN pero tenían un nuevo ingrediente,
invitados españoles, escandinavos y del bloque soviético, me sentí
contento de poder hablar algo de ruso con los soviéticos, inglés con
los escandinavos y por supuesto castellano con los españoles
haciendo de paso propaganda a nuestro ejército peruano. Participé
en pasaje de cursos de agua, operaciones en montaña, ataques
fulminantes de fuerzas blindadas, acumulando experiencias para
volcarlas en mi país. Cada vez me convencía más de que el Ejército
Alemán sigue siendo una máquina poderosísima; lo mejor que había
visto nunca en tecnología, táctica y, tan o más importante que eso,
fuerza moral y convicción, la palabra mágica seguía siendo esa,
fleissig, aplicado.
Un pequeño incidente me mostró, una vez más, como nos miran los
llamados países desarrollados. Había un Mayor, de un país que no
menciono porque luego llegamos a ser buenos conocidos, que estaba
en la misma condición, es decir era tan alumno como yo. Debíamos
ir a un reconocimiento en helicóptero, un alemán, también alumno,
el otro Mayor y yo. Siendo, por mi grado de comandante, el más
antiguo, ocupé la plaza más cómoda y que permitía mejor visión en
la parte delantera. Inmediatamente el Mayor protestó, a sabiendas de
mi grado pero, claro, él se sentía uno de los dueños del mundo y en
este caso de Alemania ya que antes del curso se había desempeñado
en las fuerzas aliadas de ocupación en tanto que yo era
tercermundista. Di menos importancia a sus quejas que al zumbido
de una mosca. Ya había escuchado antes parte de su historia, su
maravilloso dominio del alemán, fruto de los cuatro años en las
fuerzas ocupantes, sus antepasados directos, padre y abuelo que
habían sido de las fuerzas ocupantes de otros países, etc.; como dice
de ellos Víctor Hugo, tienen "esa voluntad de hacer a los otros el
mal que para ellos es el bien". Me interesaba un rábano pero la
situación evidentemente quedó un poco tirante. Al regresar,
buscando reducir algo la tensión el oficial alemán elogió nuestro
alemán, haciendo, claro está, salvedades, total el mío era una hazaña
de la enseñanza por correo, los ancianos del asilo, el
Bundesprachenamt y todo en menos de seis meses. También
comentó que ni el mismo entendía bien a los bávaros, que hablaban
prácticamente un dialecto.
Como en juego con lo que comentábamos se dirigió a nosotros un
hombre de cierta edad, evidentemente un campesino y nos habló. El
alemán nos indicó con un gesto que contestásemos nosotros y cedí la
oportunidad al maravilloso alemán del otro camarada quien
reconoció que no había entendido nada. Seguro de mí y eligiendo
cuidadosamente las palabras a fin de no cometer la mínima falla
pedí excusas al hombre por haber pisado sus surcos, prometiendo
no volver a hacerlo. Nos saludamos y muy correcto el campesino se
retiró. La cara de indignado asombro del primermundista era para
fotografiarla y enviarla a un concurso. El alemán que había
entendido todo no dijo nada.
No digo nada nuevo al afirmar que el alemán es un lenguaje rico y
muy lógico, uno de mis logros máximos ha sido dominarlo pero no
pretendo entender a un bávaro o a un suevo así tan fácil; ahora bien
todo idioma tiene un alto contenido de sentido común y en este caso
así se hubiesen dirigido a mi en chino habría comprendido. Si veo
un hombre que desde lejos hace gestos, estoy pisando surcos recién
abiertos y quien nos habla airado es evidentemente un campesino
sólo podía ser eso. Mi compañero alemán, ya a solas me dijo en un
tono cómplice "¿no entendió nada, no mi comandante?" "¿tú que
crees?" le contesté y nos reímos un buen rato.
Había vivido feliz en Hürth y visitado en Colonia no sólo los
museos, salas de exposiciones, escuchado un par de óperas y
acudido a los demás centros de atracción turística sino que había
caminado sus calles, conversado con el hombre común que, cuando
uno se le acercaba y hablaba en su idioma, perdía el aire de
superioridad que normalmente los caracterizaba. La sociedad
alemana, como muchas otras, se encuentra muy favorecida por la
homogeneidad racial de sus miembros, ni siquiera se trata de que
todos ellos sean altos, rubios y de ojos azules (que como dije no lo
son), pero existe algo, que no me he puesto a examinar que es, que
permite identificarlos inmediatamente. También hay una
homogeneidad cultural, tan o más importante que la racial, que hace
muy fácil y grata la vida diaria, a condición, claro está, de cumplir
las normas.
De repente notábamos estas cosas más que otros tercermundistas,
por el hecho de, a mi juicio, no haber logrado nosotros constituir una
nación. Somos un país, sí claro, también tenemos un Estado, pero
¿poseemos un origen común los indios de las alturas andinas, los
miembros de las tribus asháninkas y otras de la selva, los negros de
Chincha, los miraflorinos, los arequipeños, etc.? ¿costumbres
comunes?, no tenemos un idioma común por más que algunos
quieran engañarse y juren que declarando el castellano idioma
oficial se solucionó el problema, incluso las diferencias son tales que
si queremos hacer grandes grupos y decimos castellano en la costa y
quechua en la sierra, avanzamos sólo un poco hasta las alturas de
Puno y encontramos el aymara que es una lengua completamente
diferente, sin hablar de la selva con sus infinitos modos de
expresión. Quiero incidir en esto, ni siquiera nuestra historia es la
misma ya que para un morador de la selva amazónica, nunca existió
la guerra con Chile (ni hablar de las guerras de la independencia) del
mismo modo que para los uros no representó nada nuestro largo
pleito con Ecuador.
He mencionado ya el decálogo del desarrollo. Los preceptos de ese
decálogo constituyen el modo de vida normal de la mayor parte de
los países europeos (por lo menos los que conformaban el bloque
occidental que es lo que conocí). Veamos un par de ellos,
empezando por la puntualidad. En nosotros se ha hecho común lo
contrario, la impuntualidad, incluso llegamos al extremo (que creo
es un extremo totalmente negativo) de hablar de "hora peruana" y no
para referirnos a la hora indicada en el huso horario internacional o a
la diferencia de hora con otro país por la posición geográfica sino,
con toda frescura, al hecho de llegar a la hora que nos da la gana,
evidentemente tarde, a una cita, invitación e incluso al trabajo. Los
que me conocen poco dicen tontamente "se volvió alemán", los que
me conocen un poco más saben que fui así toda mi vida.
Retrocedo un poco para ilustrar esto; era mayor, estaba en la Escuela
de Guerra y un sábado se nos juntó una ceremonia de bautizo en que
sería el padrino y una invitación a almorzar en casa de un amigo.
Dado que el bautizo era a las tres y treinta, el almuerzo a las doce y
la distancia entre ambos eventos no más de veinte minutos,
pensamos con Delia que podíamos asistir a los dos sin problemas.
Llegamos a las doce en punto al edificio y como salía una persona
no tuvimos necesidad de acudir al portero automático y simplemente
entramos. Tomamos el ascensor, llegamos al piso siete y toqué la
puerta con los nudillos. A los dos minutos nos abrió la puerta la
dueña de casa, mojada y totalmente desnuda, secándose con una
toalla. Nos vio, pegó un alarido y se metió corriendo, dejándonos
parados ante la abierta puerta. No salíamos de nuestro asombro
cuando llegó nuestro amigo y nos dijo "¿por qué no pasan?" y luego
de reparar en el hecho agregó "¿quién les ha abierto?". La
explicación era que él había dejado sus llaves en casa, ella juraba
que él, que regresaba de la panadería, era quien tocaba y como
estaba bañándose porque ¡quién iba a llegar a las doce en el Perú!,
salió lo más rápidamente que pudo a abrir la puerta a su marido. A
las tres nos retiramos sin haber almorzado.
Tocaremos después más del famoso decálogo.
Luego del agradable tiempo en Hürth y de la maravillosa temporada
en Murnau nos tocaba cambiar de aires; veríamos que nos deparaba
la gran metrópoli del norte.
Viajamos en nuestro vehículo de Murnau a Hamburgo. El Estado
Alemán pagó los gastos en combustible, alimentación, etc. del
desplazamiento. Tenía la oportunidad de solicitar el pago al Perú
pero hallé que no era justo saquear al país ni honesto obtener un
doble pago por algo. Ganaba dos mil trescientos dólares lo que,
considerando que éramos seis con mi mujer y mis cuatro hijos, no
era mucho para vivir en Alemania, por no decir que era un sueldo
muy bajo, pero pensaba y sigo pensando que, como decía mi padre,
"si un Estado es pobre, sus servidores deben vivir austeramente".
En nuestra ilógica forma de pensar creemos que al decir "yo soy
honesto" estamos implicando que los otros no lo son, lo cual no es
así, si lo examinan con cierta atención. Si los demás becarios y otros
viajeros a costas del gobierno gestionan pagos indebidos no lo sé y
en cualquier caso de ser descubiertos no creo que serían penados y si
lo fuesen sería con una sanción tan ínfima que no disuadiría a nadie
de seguir cometiendo ese abuso.
Llegamos a la media noche. Como siempre todo estaba tan bien
organizado que las llaves ya nos esperaban, incluso los encargados
habían previsto lo que necesitaríamos en un primer momento y
habían provisto el departamento con ello. Primero hallamos que
vivíamos en la calle de la madrastra hasta que al enriquecer nuestro
alemán nos enteramos que era la calle de la flor llamada
pensamiento. Al día siguiente encontramos pegada en la puerta de
nuestra vivienda una nota:
"Los moradores del edificio le recordamos que ahora se encuentra en
un país civilizado con leyes que hay que respetar, esperamos que
toque su guitarra tan bajo que no la oigamos, tampoco son
permitidas las fiestas ni las reuniones ruidosas en general" y unas
fotocopias de las partes pertinentes de la constitución alemana, de
los reglamentos municipales, etc. No me sentí ofendido, era la
sociedad que trataba de protegerse, claro que hubiese sido mejor me
lo dijesen personalmente o al menos que la nota no fuese anónima,
también era curioso que a esa hora de la noche hubiesen estado
acechando al punto de verme desembarcar mi instrumento musical.
La Escuela de Guerra era más que tricentenaria, conducía la
instrucción para las tres fuerzas, ejército, marina y aviación, lo cual
era más coherente que en nuestros países con Escuelas de Guerra
separadas por institutos, total la guerra se hace en conjunto. Había
un curso para oficiales de la OTAN y otro, el nuestro, para los
demás países amigos. Éramos una legión extranjera de lujo, con el
Mayor Gwayter de Australia que nos daba la característica de tener
miembros de los cinco continentes, entre otros varios africanos de
países con influencia alemana, algunos árabes, el Mayor Wakura del
Japón, lleno de honor y cortesía, el Coronel Maurer, (rubio, ojos
azules, alemán por ambos progenitores, con apellido alemán y que
hablaba el idioma sin acento extranjero), a quien bromeando le decía
que era un alemán disfrazado de oficial brasileño, mi vecino el
Comandante (Teniente Coronel) Ascanio de Venezuela, Ruch el
suizo rubio y Thalmann el suizo moreno, un oficial turco, el Mayor
Park de Corea, siempre esforzado y correcto, mi amigo Hernán de
Argentina y los camaradas alemanes que en todo momento y lugar
nos brindaron su apoyo desinteresado, tanto para asuntos oficiales
como particulares, llegamos a compenetrarnos de una manera
increíble, compartiendo la instrucción, el deporte, actividades
sociales, familiares, etc..
Párrafo aparte merece Soaré, el Capitán de Guinea. Había ido muy
joven a Alemania, aprendido el idioma y concluido estudios de
ingeniería civil, regresado a su país y trabajaba construyendo el
sistema vial del mismo. Hablaba correctamente inglés, francés,
portugués y castellano y tenía un pensamiento claro y una moral a
toda prueba. Si yo ganaba poco, el recibía una miseria que ahorraba
casi toda para enviar dinero a su familia. Lo conocí en Hürth donde
muchas veces me enseñó alemán en las tardes después de almorzar.
En cierta oportunidad debía comunicarse con su familia y como
percibiese problemas le pregunté que pasaba y si podía ayudarlo:
- No puedes, llamo a mi mujer que debe haber ido con mis hijos a
recibir mi llamada.
- ¿A una central telefónica?
- No, a una ciudad distante quince kilómetros; en mi país sólo la
capital tiene la posibilidad de comunicación internacional por
teléfono y no vivimos ahí.
No preguntaba por una curiosidad infantil sino que era interesante
conocer el mundo de boca de quienes vivían en él. En cierta
oportunidad conté estas cosas a un general amigo y hasta el día de
hoy bromea jurando que son exageraciones pero lo cierto es que los
quince kilómetros eran hechos a pie o si había la suerte de
conseguirlas, en bicicletas, llevando pértigas para alejar a los leones
que podían acercarse. También podía llover, caer rayos y hacerse
más simpática la situación por lo que Soaré tenía toda la razón del
mundo en preocuparse por un atraso en la llegada de la familia a la
cita telefónica.
En un viaje de estudios que realizamos tuve la oportunidad de
conocer a una antigua enamorada del negro, una mujer regia y me
enteré que pudo casarse con ella, vivir y trabajar en Alemania pero
no, regresó, fiel a su país, con mil incomodidades, mal pagado, en
medio de riesgos sin fin. ¿Cuántos de nosotros actuaríamos como él?
¿quizás tú amigo lector?.
Teníamos un coronel jefe de curso, individuo muy inteligente pero
que pese a haber estudiado dos años en España sufría terriblemente
con las costumbres no alemanas de algunos de nosotros. Cierta vez
nos invitaron a la feria de Hannover. Era indudablemente una buena
oferta, incluía nuestras familias y comprendía el transporte de ida y
de retorno y la entrada a la exposición. Nos citaron a las seis de la
mañana, hora en que debían salir los ómnibus que nos llevarían. A
las seis y quince, con la presencia de menos del cincuenta por
ciento de los inscritos, el coronel entró en crisis:
- ¡No es posible que por ustedes los choferes del Ejército Alemán
hayan sacrificado su día libre y ustedes no se presenten al paseo! –
bramaba el hombre.
- ¡Que se puede esperar de gente que toda su vida ha vivido en el
desorden! – continuó.
Si en mi patria y de joven no había aguantado tonterías menos las
iba a tolerar a mi edad y en el extranjero.
- Creí que la característica de ustedes era la racionalidad y la lógica
pero está visto que brutos hay en todas partes - comenté.
- ¡Qué le pasa comandante!
- Que me harté de que ofenda y asuste a mi familia así que nos
bajamos – y uniendo la acción a la palabra indiqué a mi familia que
descendiera del vehículo.
- Pero usted ve que hemos hecho una relación, hemos puesto a
disposición de ustedes dos hermosos ómnibus con sus choferes y a
duras penas se llenará uno – me dijo ya los dos y mi familia en la
pista.
- Si no estuviera tan exaltado se daría cuenta que está gritando como
un energúmeno justamente a la gente que ha cumplido, guarde su
cólera para el lunes – y me comencé a retirar con mi gente.
Se disculpó con mi señora y fuimos al paseo pero ese era su
temperamento. En cierta oportunidad chocó con Soaré y como no
tenía la razón, su argumento (que él creyó finalizaba la discusión)
fue:
- ¿Cuál es su grado? – y peló los dientes en una sonrisa irónica,
seguro de su triunfo barato.
- Soy capitán, el jefe de mi ejército es mayor y sólo somos tres
capitanes en el país no como tanto coronel mediocre en otros lados -

contestó orgullosamente el moreno y se volteó.


Su señora era una persona excelente, el alemán no era un mal oficial
ni una mala persona pero salía fácilmente de quicio y estaba
predispuesto a pensar que los extranjeros no europeos (muchos de
ellos consideran que Europa termina en Francia por lo que españoles
e italianos están en una situación no definida) japoneses ni coreanos
(respetan mucho a ambas naciones) haríamos las cosas mal.
Antes que se pase la oportunidad, para que anoten jefes civiles y
militares, la única vez en que el coronel nos citó y se atrasó, los
alemanes y europeos en general esperaron quince minutos, luego se
fueron, Soaré y yo los imitamos inmediatamente pero muchos
latinos y africanos trataron de disuadirnos; según la sempiterna
costumbre en nuestros países, debíamos esperar al amo hasta que a
éste se le ocurriera acudir.
Ya lo dije antes, las clases eran de lo mejor que había oído; una
buena cosa es que no tenían una solución previa para los problemas
tácticos o estratégicos sino que de las soluciones de los alumnos y la
contribución de los instructores a las mismas se llegaba a la que
todos considerábamos mejor. Aclaro esto porque en otras escuelas
que he visitado, al existir una solución "de la cátedra", los profesores
la van a defender a ultranza aún cuando se den cuenta que algún
alumno encontró algo mejor, llegándose incluso a situaciones
ridículas en que niegan lo evidente y defienden lo indefendible.
Nuestros tutores o jefes de aula estaban a la altura de las
circunstancias y el tiempo se aprovechaba al máximo.
Nos sentábamos en mesas de a cuatro, en nuestro caso dos alemanes,
el oficial jordano (por favor no tuve nada que ver en el contrabando
de armas) y yo. Cuando vinieron a entregar la primera tarea por
resolver, Horstmar Bussiek extendió la mano y la cogió, la leyó y
nos indicó qué haría cada uno. La historia se repitió por varios días.
De repente vino la tarea y como por arte de magia ya estaba en mis
manos, la leí y repartí el trabajo. La protesta llegó de inmediato:
- ¿Por qué vas a dirigir el trabajo?
- ¿Y por qué lo vas a dirigir tú? ¿o tienes problemas para hacer lo
que te he encomendado? - y me puse a resolver lo que había
separado para mí.
Lo tuve en ese juego; cuando el saltó a disputar la siguiente tarea
conmigo, encontró que yo estaba conversando con Ascanio en el
otro lado del aula y cuando el juraba que yo no estaba interesado, de
pronto brotaba mi mano y cogía el trabajo. Finalmente:
- Mira, yo soy más antiguo y ya les mostré que conozco esto más
que ustedes; claro que tiene que ser así porque estoy repitiendo el
curso. Sin embargo creo que debemos trabajar rotando la dirección
de las tareas. ¿De acuerdo? – en ese tiempo efectivamente les había
no sólo repartido el trabajo sino también orientado en la solución de
los diferentes problemas tácticos y hubo consenso en aceptar lo que
dije.
Horstmar es mi amigo y me enorgullezco de ello. Después me invitó
con mi familia a su casa y nos alojó con el cariño que lo hubiese
hecho un latino, lo que no es muy corriente en ellos. Era piloto de
helicópteros de combate y contribuyó, al igual que nuestros otros
camaradas alemanes, a hacer más fácil y grata nuestra estadía en su
país.
Habíamos conocido Colonia y Munich, no podría decir cuál era más
bella, la primera en su estilo gótico, no sólo por la catedral sino toda
la ciudad, señorial, con sus formas sobrias que no sólo miran hacia
arriba sino que parecen elevarse, austera en sus colores, la segunda
más campechana, robusta, de formas más rotundas y achatadas, con
sus jardines multicolores, sus cervecerías, el estadio olímpico.
Hamburgo se me presentaba como la gran señora comercial, con su
gran puerto, sus enormes almacenes color ladrillo, intensa vida
cultural, el frío casi siempre presente lo que motivaba ver a la gente
en la elegancia de sus abrigos y casacas. Colonia es para mí colores
pastel, combinaciones bellas pero sobrias, Munich colores vivos,
alegres y Hamburgo combinaciones elegantemente oscuras.
Creo que es justo destacar, la familia trabajó incansablemente, los
chicos, guiados por su madre, aprobaron la mayoría de sus cursos en
los colegios y los profesores los ayudaron a superar los iniciales
problemas del idioma.
Mi vida se deslizaba entre la escuela y la casa, invitábamos a parejas
a cenar o familias a almorzar los fines de semana o asistíamos a sus
invitaciones. Llegamos a constituir un grupo bastante unido con
Maurer, Ascanio, Horstmar, Wakura y otros.
Un gran evento lo constituía el Día Nacional para los países, que no
eran muchos, que por primera vez tenían un representante en la
escuela. Se debía preparar una exposición integral del país, su
geografía, su gente, economía, historia y por supuesto la parte
militar, todo esto para un tiempo mínimo de dos horas y máximo de
tres, en el Gran Auditorio ante un selecto público civil y militar
vestido de gala. Los países que ya habían estado antes, la gran
mayoría, hacían una presentación más corta e íntima en el Salón de
Actos de la Escuela de Guerra.
Preparé la conferencia con toda meticulosidad. Conseguí un video
turístico muy bien hecho que mostraba lo más bello del país el cual
tuve que pasar del sistema de televisión que se empleaba en el Perú
al sistema alemán y luego traducir la narración. Me enviaron slides
del Perú. Con todo mi material me aboqué al trabajo. Ahora veo las
cosas con la perspectiva que me permite el tiempo pero en ese
momento, a pesar de entender y aceptar como justas sus razones
para el comportamiento que tenían con extranjeros de "color", no
podía evitar el sentirme gratuitamente agredido por lo que encontré
que podía darles un pequeño retorno, pensé iniciar la parte militar
con la indicación de "ejército pequeño, que perdió muchas batallas,
ganó algunas, pero nunca se rindió" ya que efectivamente, algo no
explotado por los responsables, en la historia militar de nuestro país
hay victorias, derrotas, pero nunca un elemento militar constituido
se rindió y no por falta de oportunidades; nuestros héroes máximos
del ejército y la marina son oficiales que al comando de una plaza y
un buque no los rindieron pese a la abrumadora superioridad
enemiga y a las intimaciones para hacerlo y murieron en sus puestos.
Hubiese sido un buen golpe pero me hicieron notar que no sólo le
caería a quienes deseaba sino también a algunos amigos cuya
rendición estaba más fresca (las Malvinas) por lo que borré eso.

Empleé toda mi experiencia y parte de la ajena, ese mes mi cuenta


telefónica fue astronómica, consultaba esquemas con mi padre, citas
latinas con mi hermano. Creo que logré un buen resultado, incluso
me anticipé a lo que podrían preguntar o aquello que podía
interesarles, ¿por qué Perú no pagaba su deuda y lo hacía de manera
tan sinvergüenza?, no intenté justificar a García, dije mi verdad,
comencé esa parte con un latinajo "necesitas caret lege" (la
necesidad no tiene ley), queríamos pagar pero nuestra situación es
tal que no podemos pagar y acentué eso con fotos de la miseria en
algunos lugares de Lima, sobre todo la mendicidad infantil. Obtuve
risas con la foto que iniciaba la parte militar, los coraceros de la
guardia presidencial, "nuestros blindados" y el todo fue un éxito
destacado por la prensa.
En la recepción que siguió me invitaron a dar varias charlas sobre
tópicos diversos, relacionados con América Latina en general; en un
momento dado se acercó una pareja de edad y me hablaron en un
idioma que no lograba identificar, finalmente les dije en alemán que
lamentaba no entenderlos. Me estaban hablando en quechua y
suponían que "tenía" que hablarlo, como peruano que era.
Adicionalmente seguí un postgrado de Administración auspiciado y
dirigido por la Universidad Militar de Hamburgo, aprendí bastante
aunque no me relacioné mucho con mis condiscípulos por la falta de
tiempo. Aclaro para los no alemanes que el Ejército Alemán posee
dos universidades, una en Munich orientada principalmente a la
parte ingeniería, física y química y otra en Hamburgo, dedicada
preferentemente a ciencias sociales; no se piensen que es como
podría ser en nuestro país, algo dedicado sólo a soldados o que por
ser del ejército no tuviese un gran nivel intelectual, nada más lejos
de eso, se considera que los ingenieros graduados de ahí son de
primera y estudian civiles y militares en plazas muy disputadas.
También hice un postgrado de Didáctica que, a pesar que me
consideraba un buen profesor, me brindó conocimientos de otro
nivel, lastimosamente nunca explotados por mi ejército y menos por
mi país y no por mi culpa, falta de ganas o irresponsabilidad.
Para graduarnos debíamos dictar tres clases, una sobre un tema
práctico, otra un tema de discusión y la última sobre un tema de la
problemática de la didáctica misma, cada quién elegía lo que
presentaría y esa elección en sí también era motivo de apreciación.
Para la clase práctica elegí explicarles la cinta de Moebius, historia,
teoría, propiedades y finalmente dirigir su construcción individual y
su posterior división a fin que cada quien verificase personalmente
lo hablado. Piensen que si ya es un poco complicado en castellano,
lo que era hacerlo en alemán. Lo logré. Tema de discusión puse en
el tapete ¿qué es exactamente primer, segundo y tercer mundo?, con
todas sus implicancias, ¿es una división política?, ¿militar?,
¿económica?, ¿cultural?; hice pensar a muchos y llegamos a unas
muy interesantes conclusiones que no he escuchado antes ni después
y estoy seguro que la gran mayoría no sabe exactamente de lo que
habla cuando se refiere a este tema. Finalmente sobre didáctica di la
charla "Confección de ayudas escritas para charlas y conferencias"
con el subtítulo 'Balance entre contenido y forma' y en ella me referí,
entre otras cosas, al peligro que existe de incidir casi totalmente en
la forma en este tipo de ayudas, es decir muchos instructores y
profesores ponen casi todo el énfasis en una presentación primorosa,
empleando los últimos paquetes informáticos, colores, efectos, etc.,
dejando de lado el fondo, la técnica y diversos criterios que
ayudarán no sólo a una mejor comprensión sino a una posterior
retención.
Cada alumno extranjero no OTAN tenía dos padrinos, uno civil y
otro militar. Tuve una gran suerte con ambos, el primero un
banquero, su familia tenía un pequeño banco desde hacía muchos
años, era casado con una noble prusiana y nos orientaron y apoyaron
a mí y a mi familia en todo lo que necesitamos. El militar, un
teniente coronel de artillería ya antiguo también nos ayudó a
aclimatarnos en esta sociedad. Me alegré una vez más de evitar los
prejuicios. El padrino civil y su señora nos dijeron para ir a hacer
tiro los seis (con los padrinos militares). No soy un tirador selecto
pero tampoco soy malo y al fin de cuentas como militares se suponía
que con el teniente coronel tuviésemos ventaja sobre mi padrino
civil; de cualquier manera cuando este último quiso apostar que con
su señora eran mejores que nosotros dos (mi señora y la del
comandante no disparaban por lo que serían espectadoras), le dije
que no era necesaria la apuesta, que estaba seguro que ellos si eran
mejores; mi padrino teniente coronel sonrió irónicamente y le dijo lo
que pensé le diría, que era militar más de treinta años y que había
ganado un par de competencias de tiro en algún momento.
Apostaron, nosotros dos contra el matrimonio.
La paliza fue terrible, nos ganaron con todo tipo de armas, en todas
las posiciones y diversas modalidades, a la carrera, contra blancos
móviles, inmóviles, etc. Los dos habían sido tiradores olímpicos y
practicaban su hobby permanentemente. No le cobró la apuesta pero
el otro sintió terrible la humillación.
Para Navidad el teniente coronel nos invitó a un maravilloso
concierto de música clásica en la catedral. Pese a que me agrada y
estoy acostumbrado a oírla, a las tres horas ya estaba saturado pero
me mantenía, de repente él me hizo notar que mi señora estaba
cabeceando:
- Parece que su señora está muy cansada – me susurró con la misma
sonrisa que empleó cuando le hablaron del tiro.
- Sí, ha tenido un día fuerte - le dije, lo cual además era verdad.
Al rato le dije quedamente con otra sonrisa:
- La suya también está cansada pero además con efectos sonoros –
ya que en efecto su señora había caído rendida y estaba roncando.
Hay mucho que aprender de Alemania, un par de ejemplos; en
nuestras oficinas, civiles y militares, estamos llenos de secretarias y
mecanógrafas; allá comparten dos o tres autoridades la misma
secretaria y el Comando Académico de ellos que es tres veces el
nuestro (nuestras fuerzas armadas representaban en ese entonces un
sétimo de las alemanas, eso sin contar otras fuerzas de la OTAN y
otros países amigos que ahí se educaban como era nuestro caso)
tenía la tercera parte de mecanógrafas, centralizadas en una oficina
que se encarga de trabajar para todas las dependencias, por supuesto
que eso implicaba planificar el trabajo al detalle y no como nosotros
que tenemos cada quien sus mecanógrafas muchas veces sin hacer
nada dos o tres días y después queremos que se queden trabajando
veinticuatro horas para subsanar nuestra falta de previsión. El
Comando Académico tiene dos sedes, un microbús hacía una ruta en
horarios predeterminados, todos los que deben desplazarse de un
local a otro lo emplean y no hay un desplazamiento de mil vehículos
como nosotros cuando nos dirigimos del Complejo Académico al
Cuartel General; evidentemente y pese a ser mucho más ricos que
nosotros ahorran combustible, evitan desgaste de máquinas, etc.
Me pareció maravilloso también que a nivel nacional, el primer
puesto en prestigio y en cierta manera también en remuneraciones lo
tuviesen los profesores, (claro, si de ahí parte todo y por otra parte
también los profesores merecían el puesto y salario por su calidad
profesional y humana), el segundo los médicos, los militares
normalmente oscilaban entre el quinto y el sétimo lugar y no es que
se me ocurran estos datos, son fruto de encuestas anuales. También
fue interesante para mí ver como regulan su sociedad, no a la fuerza
como lo había percibido en el lado soviético sino con consenso;
como habían muchos profesores suspendieron por un par de años el
ingreso a dicha facultad, en nuestro país nadie se preocupa por esto
y el Estado gasta millones preparando profesionales que nadie
necesita ni quiere y no orienta a la gente hacia actividades en que
falta personal. Otro factor del desarrollo alemán es la preparación,
calidad y prestigio de sus mandos medios, en nuestros países todos
queremos ser “profesionales”, aunque perezcamos de hambre.
Ya que estamos en sección ubicaciones, los alemanes se consideran
los mejores, junto con los escandinavos, luego vienen japoneses,
ingleses, demás europeos, coreanos, norteamericanos, africanos y
luego venimos los árabes y demás coloreados, es decir sin color
definido por las mezclas, como quien diría perros chuscos. Esto,
evidentemente, no está escrito en ningún documento y es una
percepción personal pero que estoy seguro es válida, si no
totalmente, en su mayor parte. Por otra parte, si tuviésemos que
atenernos a los llamados valores occidentales, creo tiene cierta
justicia.
No calificaré sino que dejaré que ustedes lo hagan, al primer
Agregado Militar que encontré, del cuál, pese a no ser un lugar de la
Mancha, no quiero acordarme el nombre; el marino sabía que:
- yo ganaba dos mil trescientos dólares contra los más de ocho mil
de él,
- de Hürth a Bonn debía ir en tren y si me desplazaba en uniforme
antes y después del mismo tenía que tomar forzosamente taxi lo que
representaba no menos de ciento cincuenta dólares entre ida y
vuelta,
- el viaje de mi casa a su oficina en Bonn, la espera y el regreso
duraba no menos de cuatro horas, tiempo que me hacía falta para
estudiar, estar con mi familia o por último descansar,
sin embargo los cuatro meses que lo soporté no aceptó poner mi
dinero en una cuenta a fin que yo lo retirase en Hürth sin necesidad
de visitarlo, sino que exigía que me presente uniformado en su
oficina, haga antesala de acuerdo a su humor y me pagaba.
Imaginarán mi alegría cuando lo cambiaron y esta vez vino un
marino pensante y comprensivo de la situación, piensen cuál habría
sido mi situación si hubiese tenido que ir cada mes de Hamburgo a
Bonn. El primero se fue como había llegado, hispano parlante, el
nuevo hizo lo que debía hacer y aprendió alemán. A diferencia de
nosotros los alemanes exigen, como requisito para salir en misión
oficial, conocer el idioma del país donde se va a trabajar. No
necesito recalcar la lógica de unos y la falta de lógica de los otros.
Las vacaciones del segundo año las dedicamos a buscar a mi familia
política; la encontramos sin problemas y nos recibieron tan
gratamente que nos quedamos dos semanas. El viejo Alfio Salanitro
era toda una institución en Aquedolci, casi exactamente el punto
medio entre Mesina y Palermo, en Sicilia. El patriarca de la familia
había peleado por su país en la guerra en diferentes frentes y con mis
hijos oíamos entusiasmados sus historias. Su hermano era abuelo de
mi señora y había ido como tantos otros italianos, incluido el mío, a
hacer la América. Muchas veces nos cae bien una familia pero
siempre hay alguien con el que tenemos ciertas reservas, no en esta
oportunidad y no es que quisiera verlo así, conversaba con mi mujer
y mis hijos y compartíamos la opinión. Permanecerán por siempre
en mi memoria la gentileza de ellos, su don de gentes y los olivares,
los árboles frutales y las playas del lugar, con su viejo castillo que
domina la entrada por mar a la región, recuerdo de la época en que
los moros y otros conquistadores llegaban en busca de tesoros y
bellas mujeres que robar.
Pese a no ser precisamente el pueblo de Aquedolci el paraíso de la
técnica, en él aprecié dos cosas que me interesaron sobremanera: un
camión debía dar una curva demasiado cerrada para salir de un
camino vecinal, subir a un puente y tomar la autopista; el chofer, que
no tenía ayudante, se bajó, sacó su control remoto y, fuera del
vehículo lo maniobró hacia delante y atrás, como si hubiese sido un
camión de juguete, hasta que logró su cometido, subió nuevamente y
continuó su camino. En la casa de Alfio había una instalación para
lavar los platos a mano que era una maravilla de ahorro de agua, de
detergente y de energía, su descripción sería muy larga pero los
interesados pueden escribirme. Quien desee unas vacaciones simples
pero bellas a no dudar las hallará en ese pequeño pueblo siciliano.
De regreso en Alemania tuvo lugar una interesante discusión, entre
un coronel alemán jefe de otro curso y un compañero, coronel de
Arabia Saudita. El tema era la posibilidad que tenían los
musulmanes de casarse varias veces y más específicamente el
alemán hacía – o pretendía hacer – burla de que la esposa del árabe
había viajado a Alemania con una sobrina de ella para que se case
con su esposo. Mi compañero manejó muy bien sus argumentos, que
además me parecieron correctos y expongo a tu consideración: él era
creyente, estaría cinco años en un país de infieles, solo porque no era
justo desarraigar a su familia de su tierra para traerlos a un medio
totalmente diferente, necesitaba alguien que se encargue de él, lo
cuide y también requería solucionar el aspecto sexual. La ley
musulmana permitía un máximo de cuatro esposas, a condición de
tener la capacidad de mantenerlas adecuadamente, ¿quién mejor que
una pariente de la cual se conocían las costumbres, moral, etc.? De
manera general, cuando el alemán le indicó que le parecía inmoral el
tener más de una esposa, él le contestó que ellos tenían una o las que
pudiesen mantener pero que eran fieles, lo que no era común para
los occidentales, que normalmente los cristianos engañamos a
nuestras mujeres y viceversa en cambio ellos hacían las cosas claras
y limpias. También le indicó que en países islámicos no existían los
prostíbulos y mucho menos la prostitución de homosexuales que sí
había en los nuestros. Creo que hay mucho para pensar sobre esto.
Había encontrado que nuestro sistema político era mucho mejor que
el imperante en la URSS, nosotros podíamos elegir nuestros
destinos, podíamos llegar a nuestras metas, unos con mayor esfuerzo
que otros, sin sacrificar nuestra integridad y valores. Me había
parecido que el ambiente moral en los EEUU de NA era malo en
relación al nuestro. Europa y más específicamente Alemania
ofrecían no sólo un buen nivel sino también un buen estilo de vida
pero ya extrañaba mi país, mis padres, hermanos, las comidas:
anticuchos, picarones, el arroz con pato o con mariscos, el chupe de
camarones, la papa amarilla y la lúcuma que sólo nosotros tenemos,
las otras mil variedades de frutas, mis calles de Barranco con su
Puente de los Suspiros, el Parque Municipal con sus hermosas
fuentes, Lima multicolor y bulliciosa, Miraflores, elegante y
ordenado, mis amigos y camaradas de armas, los dos Juanes, Puente
y Ruiz, Pelayo y su familia. Sabía también que si siempre me habían
molestado la impuntualidad y falta de seriedad ahora, luego de haber
vivido dos años en el paraíso de la puntualidad y del respeto a la
palabra dada, me serían casi insoportables pero, la carne
normalmente sale con hueso.
Ya al salir del país había sentido que la cosa no iba bien, sobre todo
en la parte moral y económica lo que es decir todo ya que se podían
soportar estrecheces en un marco de decencia o se podía tolerar (no
digo compartir) cierta corrupción si habían los medios para vivir
tranquilamente pero en este caso ambas cosas no marchaban. Al
llegar la cosa estaba que reventaba, la inflación se notaba a cada
momento y el alza del dólar era diaria. Pregunté por el paradero y el
teléfono de mi general de Santa Rosa, total habíamos sido casi
amigos y el había actuado exasperado por la presión del Negro,
incluso con Delia habíamos comprado unos regalos para el general y
María. La respuesta me apenó, Juan Manuel lo había sucedido en el
comando de la brigada, había habido una inspección de las
construcciones y le habían dado de baja por las irregularidades
encontradas. Igual lo llamé:
- Aló
- Aló, buenos días ¿cómo estás María? Te habla ...... - siempre nos
habíamos tuteado con ella así que no era nada nuevo.
- Buenos días comandante. El general está cansado y no puede atenderlo. Hasta
luego - y colgó.
Imaginarán que tras la preparación recibida sería enviado al Complejo de
Instrucción de Ejército o quizás a crear doctrina asesorando al Comando; yo
también lo creía pero el Negro había sucedido a Gil como segundo del ejército y
yo le debía dos cosas: haber salido uno en la Escuela de Guerra en vez de su
ahijado y no haber querido firmar los ficticios avances de obra en Santa Rosa. Fui
cambiado a la Oficina de Logística. Había tan poco que hacer ahí que me busqué
yo mismo una tarea; los distintos cuarteles y locales que ocupaba el ejército a
nivel nacional no estaban considerados en forma uniforme para el pago del
servicio de agua y desagüe, es decir, equivocadamente, había instalaciones que
pagaban tarifas aplicables a hoteles, otras a viviendas particulares, otras a locales
comerciales y en fin todas las que se puedan imaginar. ¿Cómo había ocurrido
esto? No lo sé pero lo descubrí al notar que por un consumo similar, un local
pagaba equis y otro dos o tres equis, al abocarme al tema y analizarlo a nivel
nacional, encontré que los códigos eran diferentes y correspondían a lo ya dicho,
que evidentemente era un error. La solución era fácil sin embargo las autoridades
de la empresa nacional de agua que debían haberlo resuelto de manera simple e
inmediata pusieron mil peros ya que corregir el error les representaba una pérdida
grande (la tarifa correspondiente a entidades públicas era la más baja de todas).
Luego de mil reuniones y presentar todos los documentos que se les ocurrió pedir,
algunos tan traídos de los cabellos como la historia de la unidad que ocupaba el
local, se solucionó el problema. Habían sido sólo dos meses y medio, al
despedirme mi jefe me dijo: “te he puesto noventicinco, mereces mucho más pero
también podrías haber obtenido mucho menos, lamentablemente mi compadre el
Negro te mandó conmigo para que te friegue y te dio una fama de delincuente, lo
que veo no eres”.
Hablando de delincuentes, acaban de presentar una cinta de video donde se ve a
uno de los congresistas tránsfugas, de los que escribimos antes, recibiendo dinero
del todopoderoso doctor, el capitán retirado condenado por traidor cuya cara vi
durante años en las guardias de los cuarteles en carteles prohibiéndole el paso a
la instalación, que ahora por obra y gracia del destino y su habilidad es el hombre
fuerte del país. Si eres un lector decente se te hará muy difícil de creer y si lo
crees, de entender, le dan quince mil dólares para pasarse de un partido a otro y
el congresista sale a las dos horas en un canal de televisión y dice que se ha
malinterpretado el caso y que recibió el dinero en préstamo para comprar un
camión para repartir pescado gratis a los pobres y que fue en momentos en que
aún no era congresista; después al pasar la cinta completa en televisión y
aparecer fechas y un intento del congresista de que el doctor lo “ayude” a pagar
gastos de campaña (en entregas de dinero adicionales), vuelve a salir afirmando
que equivocó las fechas y que en esta oportunidad fue a pedir dinero prestado
para pagar deudas con una empresa de publicidad. No se que pasará en este mi
pobre país.
Llego a otro momento crucial; me nombraban comandante jefe de unidad, es decir
ahora era yo el Viejo. Eso representa comandar un promedio de cuatrocientos
soldados, quince oficiales, treinta suboficiales y administrar los vehículos y equipo
mecánico de ingeniería correspondientes. Era una gran responsabilidad y un
honor, el reconocimiento que uno podía comandar y administrar una entidad
independiente. Desde el comienzo la cosa no me gustó, llegaba a trabajar bajo el
comando del general de ingeniería Robles, de fama y prestigio innegables pero
que yo sabía, por mi trabajo en personal, que era un mediocre a quien el Padrino,
con la ayuda de Rómulo, había encumbrado. Peor aún, él salía de ser secretario
de Artemio, el comandante general, por lo que había podido enviar a uno de sus
comandantes ahijados como jefe de batallón en Tacna, a cuidar de su hijo,
teniente de ingeniería y él discretamente había escogido otra cómoda brigada
ubicada a trescientos kilómetros, en otra hermosa ciudad, Moquegua, pensaba ir
ahí con Hugo, que había estado trabajando a sus órdenes directas como asesor
del comandante general, de segundo jefe y había colocado a sus amigos, entre
los cuales no estaba yo, en los puestos claves. Al pedirle Robles a Artemio que le
otorgase lo que deseaba (Moquegua), Artemio le contestó que esa brigada era
tradicionalmente para generales de infantería, que no era normal un general y un
coronel de ingeniería juntos en una brigada pero que pese a eso podían ir pero a
Locumba, brigada en el desierto en el punto medio entre Tacna y Moquegua. Ya
no pudo recoger a su gente enviada a Moquegua y cambiarla a Locumba por lo
que debía trabajar con pobres mortales, entre ellos yo, y no con la gente
seleccionada por él.
La norma es que los generales comanden directamente sus unidades, sin
intermediarios, sin embargo Robles nos obligó a reconocer como escalón
intermedio a Hugo que, como su puesto, jefe de estado mayor, indicaba, era sólo
el jefe de los miembros del estado mayor. Después entendí que estaba
preparando cuidadosamente todo para que su cabeza de turco fuese el único
responsable (o mejor sería decir culpable) de todas las irregularidades que
suscitarían su ambición y falta de escrúpulos.
En la ceremonia de mi reconocimiento como jefe del Batallón de
Ingenieros hice el brindis con chicha, por dos motivos, la peruanidad
de la bebida y que siempre he considerado una tontería pretender
desterrar y castigar el consumo de licor en el ejército y por otra parte
fomentar su consumo. Mi padre nos exigió siempre coherencia en
nuestros actos así como unidad en lo que pensábamos, hablábamos y
hacíamos y he tratado, no siempre con éxito, de seguir esta norma.
La segunda novedad fueron las palabras de agradecimiento. Pedí
disculpas al general por considerar necesario iniciarlas con un
cuento y narré a todos los presentes el cuento “El traje nuevo del
emperador”, es decir aquella famosa historia en que dos vivos hacen
salir desnudo al rey con el cuento de que está vestido con una tela
que sólo es vista por los honestos e inteligentes ¿y quién no lo es?,
nadie dice nada, todos juran ver el traje hasta que finalmente un niño
le dice “¿rey, por qué estás desnudo?”. Le dije que lamentablemente
a veces sería el niño pero por su bien, el de todos y el del instituto.
Toda mi vida militar había pensado que así exactamente era en el
ejército, con superiores que escuchaban y veían selectivamente, sólo
aquello que les convenía o gustaba. Creo que es mucho si digo que
de los veinte asistentes me entendieron dos.
El otro coronel, el inspector, el realmente llamado a decir las
verdades al general era el gordo Tapia, mi antiguo y ladrón capitán
de la Escuela de Blindados.
Una novedad fue que nos llamase (a Delia y a mí), Nelly, la señora
del general; yo había escuchado que era terrible así que estaba
preparado. Luego del saludo muy breve y protocolar:
- Delia, te harás cargo de la parte salud, coordinaciones con las
autoridades del sector, etc.; también tienes que hacer un té de
señoras al mes y .........- terminó la parte de ella y se volvió a mí: - tú
tienes que colaborar con obsequios para los tés de la brigada y las
actividades que hagas deben ser separadas para oficiales y
suboficiales, tampoco mezcles las esposas, etc.
- Espérate Nelly voy a anotar tus órdenes - le dije con ironía
abriendo mi diario. Su cara se encendió pero la había cogido tan de
sorpresa que no supo reaccionar.
Al día siguiente ordenaron me presenté a la oficina del general:
- Comandante, mi señora está mortificada porque usted se permitió
tutearla.
- Mi general, mi padre me inculcó costumbres terriblemente malas,
entre ellas me dijo que tutease a los que lo hiciesen conmigo y nunca
he logrado desprenderme de eso. Por otra parte como su señora me
habló tan familiarmente pensé que la ofendería si yo me distanciaba
con el usted.
- Bueno, evite hacerlo en lo futuro.
- Como usted ordene mi general, no nos tutearemos.
La señora no podía evitar el tuteo hacia los subalternos de su
marido, pero cada vez que lo hizo conmigo siempre recibió el
mismo trato; el general era él y no ella.
Conversé con el general sobre la fiesta de ingeniería que era en abril.
Mi idea era una reunión social en la casa del general en su calidad de
más antiguo de la especialidad, comida preparada por nuestras
esposas (las de los subalternos incluida la mía, no Nelly por
supuesto), tarjetas de invitación hechas en computadora, el orquestín
de los suboficiales de la brigada y como punto cumbre de la
celebración, inaugurar las obras que haríamos ¡total, éramos
ingenieros o no!, la reparación de los tres parques infantiles, el de la
villa de oficiales, el de suboficiales y el de empleados civiles, que
estaban una miseria; en adición la inauguración de una casa para
oficiales y una para suboficiales. El general me escuchaba medio
incrédulo, al escuchar lo último me preguntó de dónde saldría el
dinero para las casas, ya que lo anterior (la fiesta) la había pensado
de manera que el costo fuese ínfimo y bastaría que cada quien diese
una pequeña cuota para cubrirlo. No esperaba mi respuesta, prestaría
veinte mil dólares que tenía ahorrados, sin cobrar intereses,
recuperando el dinero con pequeñas obras que haría el batallón a lo
largo del año. Me felicitó, abrazó y nos despedimos.
En la tarde de ese mismo día me llamó Hugo. Nuestras relaciones se
habían enfriado un poco a raíz de que yo no quise ayudarlo en
desmedro de Carlos cuando se pensaba que sólo uno de los dos sería
ascendido a Coronel y él me dijo claramente que mi labor sería
obtener que el Osito y Rodrigo votasen por él y en contra de Carlos.
Después de saludarlo me dijo que me había vuelto loco y que me
daría las instrucciones para la fiesta de ingeniería; comida,
decoración, vajilla y orquesta traídas de Arequipa y las invitaciones,
hechas por supuesto en la mejor imprenta de Lima, no para las
cincuenta personas, entre ingenieros, sus esposas y parejas invitadas
que había previsto, sino para quinientas personas, es decir todo el
personal del fuerte y algunas autoridades civiles y amigos personales
suyos. Lo dejé terminar:
- Mi coronel ¿quién pagará todo?
- Tú por supuesto.
- No tengo ningún dinero para esto.
- Le has dicho al general que tienes veinte mil dólares
- Puedo prestarlos para construir casas, no para tirarlos en una fiesta.
- Mira flaco, no te pongas duro, hacemos nuestra fiesta, nos queda
algo, igual ahorras, te cobras con intereses y hacemos las casa para
inaugurarlas en Navidad.
- Mi coronel, la verdad es que no vamos a prestar ese dinero para la
fiesta.
- ¿Quién es vamos?
- Evidentemente el dinero es de la familia y no me escudo en mi
mujer porque yo tampoco lo presto para la fiesta pero, si encima le
digo que lo voy a dar para que lo chupen y bailen, me mata por
idiota – le dije, lo cual era cierto.
Al día siguiente se repitió la escena, con pequeñas variantes, con el
general; quedó claramente establecido que no habría el dinero para
lo que ellos querían y que tampoco me autorizaban a arreglar los
parques ni a hacer las casas.
La brigada se puso incómoda para todos, el peluquero que era
gratuito (recibía su sueldo del Estado), comenzó a cobrar cinco soles
con una boleta que decía “comandancia”, el ómnibus (que era
forzoso tomar porque había oficiales que por falta de viviendas en el
fuerte tenían a la familia en Tacna y por otra parte el fuerte estaba
aislado y las señoras tenían que hacer sus compras en Tacna los
sábados) que era tradicionalmente gratuito ahora costaba como un
vehículo de transporte público, con un capitán cobrador, hubo
recortes en el magro presupuesto de mantenimiento y alimentación,
no autorizados ni conocidos por el Comando en Lima, y el colmo
fue cuando la tropa se vino a quejar de que las prostitutas que iban
una vez por semana al fuerte para uso de ellos y de oficiales y
suboficiales solteros, cobraban ahora dos boletos, uno para ellas y
otro que decía el sempiterno “comandancia”.
Traté de hablar con el general innumerables veces, debo reconocer
su habilidad para evadirme, realmente merecería estar en el actual
gabinete o por lo menos en el congreso. “Estoy con dolor de cabeza,
por favor discúlpeme, lo atenderé cuando me pase” y resultaba ser
un dolor inacabable, “debo hacer un trabajo urgente ordenado por el
señor comandante general, le avisaré cuando termine”, por supuesto
que nunca terminaba, “viene de visita mi familia y debo planearlo
todo", nunca venía la anunciada visita y así por el estilo y cuando
trataba de presionarlo:
- Mi general, es urgente que hable con usted.
- Nada es tan urgente que no pueda verlo el coronel.
- Mi general, justamente ...
- Por favor, no sea intransigente – me cortaba y cerraba su puerta,
porque nunca me hizo pasar a su oficina o a su casa ya que éramos
vecinos inmediatos y a veces nos encontrábamos entrando o
saliendo.
Hugo nos reunió a los jefes de unidad para comunicarnos que el
general requería de dinero para atender las visitas oficiales de
congresistas, alcaldes, etc. Lo cierto es que en ninguno de nuestros
presupuestos figura una partida como “relaciones públicas” o
“atenciones oficiales” pero un batallón tiene ingresos muy limitados,
con fines específicos, alimentación, mantenimiento, funcionamiento
y otros y son tan estrechos como ya lo he explicado en el caso de
alimentación (tres soles o sea ochenticinco centavos de dólar por
hombre/día) por lo que a duras penas se consigue mantener los
vehículos, armamento y equipo en buen estado. Nos pedían
trescientos cincuenta dólares mensuales por batallón. A la salida de
la reunión el jefe del batallón de artillería, el más antiguo de
nosotros, resumió el sentir general ¿qué hacemos?; no quiero mentir,
no sé quién sugirió que fuese en nombre de todos a solicitar nos
rebajase la cuota a cien dólares, que ya constituían un problema pero
que podía ser solucionado con la crianza de chanchos, patos, pollos
o sembrando algo en algún terreno y rogando que no atacase una
epidemia a los animales o una plaga a las plantas.
Los gritos destemplados de Hugo enrarecían el ambiente de su
oficina:
- ¡Creía que tenía comandantes de primera y encuentro que son unos
pobres peseteros! ¡que jefes de unidad de mala muerte tengo! -
luego, bajando la voz y dándole inflexiones amistosas continuó - ó
quizás estoy exagerando y el comandante artillero ha querido
meterlos en un aprieto, seguramente para aparecer como líder -
ahora nuevamente aparecía el patrón - ¡líder aquí nuestro general,
todos los demás a obedecer, incluyéndome! - concluyó.
- Mi coronel, yo sólo comuniqué el parecer general, no pretendo
ejercer ningún liderazgo - protestó el artillero.
- ¡No lo creo!, ¡no lo creo!, oficiales brillantes no dan problemas,
sólo los mediocres como usted. ¿que dice el comandante Pérez?
- La verdad que no escuché lo que dijeron, yo no tengo problemas en
dar el apoyo para el Comando.
A Cristo lo negó Pedro tres veces, al comandante de artillería seis
veces, pero el más asqueroso fue el gordo De Vinatea, a quien los
dioses castigaron luego y no sé si ya salió de la cárcel o continúa
pagando su culpa por narcotráfico:
- Mi coronel, el que no pueda dar esa cantidad es un inepto, tenemos
el rancho, la propina de tropa, etc.
Justamente, desde cadetes de primer año, nos meten a martillazos en
la cabeza la inviolabilidad de esas dos cosas, el rancho y la propina
del soldado, ambas realmente una miseria y que constituyen algunas
de las pocas alegrías del personal en filas; el soldado recibe su
instrucción, hace servicio, se fatiga y espera con alegría su pobre
ranchito que, si el oficial encargado es honrado e ingenioso, es
modestamente sabroso y que a duras penas alcanza para reponer las
energías de un muchacho todo el día en movimiento; a fin de mes
espera con ilusión recibir el escaso dinero que el Estado le asigna
(en estos momentos doce dólares al mes). Pero había corsarios y
piratas.
El gordo había hablado al último, Hugo me conocía lo suficiente
como para no preguntarme pero no pensó que fuese suicida por lo
que cuando pedí la palabra me la concedió alegre pensando que
quería ganar puntos alineándome públicamente con él:
- Por supuesto que tú tampoco tienes problemas.
- Sí y graves, no sé si me he vuelto loco o todos se han vuelto
rosquetes, porque ninguno estaba de acuerdo en pagar - en ese punto
Hugo pretendió callarme pero continué impertérrito: - y lo que
quisiera que me aclare es de dónde vamos a sacar ese dinero,
¿robaremos la comida de la tropa? ¿no le pagaremos su propina?
Era el colmo, que roben ya era malísimo pero que encima el ladrón
insultase era terrible. Mandó salir a los demás y quedamos los tres;
nos daría de baja, nos metería al calabozo, nuestras familias pasarían
hambre. Estaba histérico.
Comenzó una guerra que yo sabía tenía sólo un ganador posible. A
los amigos y en general a todos aquellos que me preguntaron luego
qué me pasó o si era tan tonto que pensaba ganar les digo lo mismo,
no se trataba de ganar o no, la cosa era de principios y de honor.
Pasaría mil veces y mil veces lo volvería a hacer, totalmente a
sabiendas que estaba perdida la partida. Lo que no imaginé es que se
comportasen como unos hampones involucrando a la familia.
Sería largo y penoso para mí escribir y para cualquier hombre de
honor leer los extremos a que llegaron, como malograr el sueño de
mi mujer e hijos enviándome documentos a mi casa a las dos o tres
de la mañana, con el oficial que los entregaba todo ruborizado
disculpándose porque “mi comandante, el general (o el coronel
según el caso) ha ordenado que se entregue a esta hora exacta” o no
dejar que mi unidad haga tiro. Finalmente cuando empezaron a
castigar a mis oficiales sin motivo fui a ver al general:
- Mi general, necesito hablar con usted.
- Lo siento, mi nuera llegará y debo prever el programa, venga la
próxima semana (era lunes).
- Usted es mi jefe y están pasando cosas intolerables que no creo
usted conozca - le dije a sabiendas que él era quien las ordenaba.
- Hable con el coronel Hugo, hasta luego.
A todo esto ya todos excepto yo pagaban el monto de la exacción.
Fui a mi oficina y preparé un informe detallado de lo que pasaba y
concluía pidiendo a mi comandante general, es decir al mismo
Robles, que me aclarase la situación, emitiese sus órdenes y
corrigiese la situación. En el colmo de la lealtad no hice copia para
ningún otro escalón de comando, es decir todo quedaba en la
brigada. Entregué el documento en mesa de partes e hice sellar dos
copias. Con una en la mano me dirigí a la oficina del general:
- Mi general, ya que no tiene tiempo, le he expuesto la situación por
escrito.
Comenzó a leer, conforme progresaba lentamente se iba poniendo
rojo, de repente comenzó a ahogarse: ¡Hugo! ¡Hugo! gritaba el
hombrecillo (es bajo, narizón y panzón); de su oficina, ubicada al
frente, vino corriendo Hugo.
- ¿Si mi general?
- Mira lo que ha escrito este miserable, ¿qué hacemos?
- Llamamos a Artemio y le damos de baja – y uniendo la palabra a la
acción se dirigió al teléfono.
- Deja eso - le dijo Robles - ¿y mientras llega su baja?
- Lo metemos al calabozo.
Aclaro a los que desconocen el sistema de castigos del ejército que
no existe calabozo para los oficiales, mucho menos para un
comandante jefe de unidad a menos que haya sido condenado por la
justicia militar por un delito, pero estaba seguro que me harían pasar
por esa indignidad y después no les pasaría nada a ellos por haber
violado las normas. También era vox populi que Artemio había
robado todo lo que podía en su brigada y ahora llegaba a extremos
tales que había despojado de sus becas a todos los que les
correspondía y enviado a sus familiares, al enamorado de una de sus
hijas y al papá de la enamorada de su hijo, gente a la que no asistía
absolutamente ningún derecho; todo lo que Julián había conseguido
para los oficiales también había sido ahora objeto de su rapiña ¿iba a
desautorizar o castigar a alguien de su calaña?
Al escuchar los gritos de Hugo llamando a la Policía Militar salí
disparado de la oficina dirigiéndome a mi batallón. Reuní a los
oficiales y les expliqué la situación. A las dos horas llegaba mi
señora y la del mayor segundo jefe; había ido un grupo de señoras
encabezadas por la esposa de Hugo a decirles que desocupasen las
casas, que ya se estaban tramitándose nuestras bajas del ejército.
Ambas estaban muy alteradas. En ese momento apareció la cabeza
de Tapia; en un primer momento no las vio y me dijo casi cantando:
“no sé qué has hecho flaco que quieren darte de baja, matarte,
descuartizarte, juran que van a botar a tu familia de la villa; como no
pueden te han enviado este castigo mientras tanto”. Delia soltó el
llanto y Tapia reparó recién en la presencia de las señoras, murmuró
una disculpa y desapareció. Me castigaban por “insulto por escrito al
superior” “actitud infantil al referirse a hechos ya pasados” y la
astucia de Robles lo había hecho agregar su alibí “pretender
coaccionar al general ante pretendidas acciones de su coronel”, es
decir él no había hecho nada.
Lo primero era tan grave que está claramente tipificado como delito
y no es motivo de sanción sino de juicio en los tribunales militares,
lo segundo era un sin sentido, no me podía referir a hechos que no
hubiesen ocurrido aún. Al rato se dieron cuenta de lo que habían
hecho en la locura del momento y enviaron a un comandante que yo
estimaba y respetaba para que me solicitase la papeleta de castigo y
me la cambiase por otra, lo que no acepté.
Está en las pantallas de televisión el presidente, nos comunica que
convocará a elecciones generales en el más breve plazo y la
desactivación del Servicio de Inteligencia Nacional, sede del capitán
retirado montesinos a quien me he referido antes como el doctor,
creo que es una buena oportunidad para narrarles la historia, hasta
donde la sé y lo más objetivamente posible como ha sido todo hasta
ahora. El capitán, de la promoción de Pepe Villanueva, pese a ser un
cadete muy inteligente, se graduó en un puesto mediocre; de oficial
comenzó a mejorar y viajó becado a los EEUU de NA donde debe
haber destacado por lo que en algún momento le pidieron colaborar,
desde las filas del ejército peruano, con la CIA, probablemente con
los mil quinientos dólares mensuales que normalmente ofrecían.
Después, ya trabajando en el Perú se descubrió, sin lugar a dudas,
que había entregado a los EEUU la clave que se empleaba para las
comunicaciones radiales en la zona más crítica para nosotros, la
frontera con Ecuador. Juzgado, condenado, luego perdonado (no sé
por qué, se dice que por presión de los EEUU); en el tiempo en
prisión convalidó cursos y estudió por correspondencia y
probablemente con algún estudio posterior se graduó de abogado. El
ahora doctor entró a trabajar al Servicio de Inteligencia como
empleado civil, ahí hizo amistad con el capitán Huamán y por otra
parte en forma casual llevó un juicio del catedrático Fujimori, se
conocieron los tres y cuando éste entró de presidente, temeroso de
los militares y sus reacciones, el doctor, que nos conoce
perfectamente con nuestras virtudes y defectos, con su amigo
Huamán, se encargó de nosotros. Ayudó en gran forma a conducir la
lucha antiterrorista y con seguridad también asesoró en muchos
otros asuntos al gobierno. También de fuentes totalmente confiables
sé de las humillaciones que le gusta hacer pasar a ministros,
congresistas y autoridades en general así como de su amor al dinero.
Apareció en medios noticiosos la fortuna que tiene, hecho aceptado
por él pero tengo la sensación de que lo declarado, siendo una
importante suma, es una mínima parte de su fortuna.
Estaba castigado de simple con el máximo castigo que, sin
investigación y juicio, puede imponer un general a un jefe de
unidad, ocho días de simple a lo que se acumulaba otra sanción
pequeña de dos días por “reclamar injustamente un castigo impuesto
por el coronel jefe de estado mayor a sus subalternos”. Hablé con
Tapia pero el pobre lo único que quería es pertenecer al bloque de
“no sabe, no opina”. Tengan en cuenta que dentro de lo normal el
buen Robles ocuparía, en su momento, la comandancia general.
Por suerte para mí, el despotismo de Hugo lo había llevado a insultar
con palabras de grueso calibre a unas esposas de suboficiales que se
acercaron a hablarle sobre el ómnibus y luego cuando los esposos, a
su turno, trataron de hacerlo, los castigó y cambió a uno de ellos;
alguien tuvo la idea de acudir al diputado Rondinel de Tacna y éste
se retiraba de la oficina de Artemio, luego de denunciar
irregularidades de Robles y Hugo, en momentos que Robles llegaba
a la misma oficina pidiendo mi baja por presentar graves
alteraciones mentales, amparado en un certificado firmado por un
médico masón de su confianza. Evidentemente había algo sucio, no
se había seguido ningún procedimiento normal, no se me había
hecho peritaje médico alguno y el médico, queriendo ayudar al
cófrade sin comprometerse, se limitaba a opinar sobre mi extraña
conducta: me obsequiaban pescado a título personal y luego que mi
mujer separaba lo que usaríamos, venían las esposas de oficiales y
suboficiales y repartíamos lo que quedaba, eso lo tipificaban como
comprar comida para tirársela a la gente; me sentaba con los
soldados, a veces en el suelo o en las gradas de ingreso de las
instalaciones y les invitaba un refresco o una fruta para hacerlos
entrar en confianza y saber de primera mano como andaba todo, eso
era vagar desorbitado sin rumbo por las instalaciones, etc.
Los diez días que permanecí sin poder abandonar el cuartel se
ensañaron con mi familia, Nelly reunió a las señoras de los oficiales
y les dijo que no era dable que visitaran a, ni hablaran con, una
familia tan despreciable, fueron los hijos de algunos oficiales a tirar
piedras y excrementos a las ventanas y otras cochinadas más.
Artemio ordenó que Arequipa investigue y cuando Robles todavía
estaba en Lima llegó un grupo de oficiales. Revisaron todo lo que
había hecho en ese tiempo y fui unánimemente considerado no sólo
normal sino un buen jefe de unidad. Ríanse de esta conversación con
el señor general inspector de la región pero es cierta, años después
conversando con Floreal, ya retirado, reconoció su error:
- Te felicito por como tienes tu batallón, realmente no tienes la culpa
de nada, este Hugo es una rata y Robles se ha dejado gobernar. He
recomendado que lo sancionen a Hugo con cuatro días y que te
bajen el castigo a ti a cuatro días también.
- ¿No dice que soy inocente mi general? ¿Entonces por qué cuatro
días?
- Tú sabes que esta es una estructura piramidal y hay que mantener
la disciplina.
- Y mantener la disciplina significa sancionar al inocente igual que
al ladrón.
- Es que uno es general y el otro coronel, tú eres comandante.
- Por pensamientos tan estrechos estamos fregados.
Ojo que Floreal era un general decente, había sido jefe de esta
brigada, él había mantenido operativo todo y había dado buen
rancho a la tropa y bienestar a todo el mundo pero tenía una visión
distorsionada de las cosas. Como van viendo mi problema es que la
gente reconocía su error conmigo cuando ya era muy tarde y me
habían fregado sin remedio.
Mientras todo esto pasaba oficialmente, continuaba el hostigamiento
a mi familia (conmigo no se metían estos perros); algunos amigos
permanecieron leales, otros, dignos, se mantuvieron al margen
(interesante es notar que en este grupo estaban un comandante de
ingeniería retrasado en la carrera y su esposa, hermana del doctor
que lógicamente en ese momento nadie conocía ni imaginaba lo que
llegaría a ser) mientras que la mayoría, oficiales y esposas, seguía
las furibundas directivas de Nelly y un reducido grupo se prestaba a
participar, ellos e incluso sus hijos, en los abiertos ataques. Cuando
llegó la decisión del comando:
- Llamada de atención por escrito a Robles por “desconocer lo que
pasaba en su brigada y darle excesivo poder no contemplado en los
reglamentos al coronel jefe de estado mayor”
- Cuatro días de castigo a Hugo por “administración inadecuada de
la economía de la brigada” y cambio de colocación a la selva.
- Dejar a criterio de Robles si mantenía o no mi castigo,
recomendándole lo revise, y mi cambio de colocación al Cuzco;
me presenté al general y cuando, luego de comunicarme sólo lo que
me concernía, trató de intimidarme alzando la voz, rompí en llanto
y le dije a gritos que lloraba de rabia por no poder matarlo, que era
un miserable y ladrón de porquería, incapaz de meterse conmigo y sí
con mi mujer e hijos, que debía aprender a ser hombre primero y
luego militar. Se hizo el idiota y debo reconocer que me llegó a
convencer, me invitó a sentar, dijo que yo era un gran oficial, que él
había sido engañado por Hugo y que su única culpa había sido no
haber podido escucharme debido a los múltiples problemas y
trabajos que tenía.
Pretendió no saber nada de nada y cómo debe haberse reído cuando
le pedí que revisase el rancho y viese como había comandantes que
estaban matando a la gente de hambre y robando las propinas de la
tropa para pagar la cuota (que según el desconocía y era cosa de
Hugo). Por supuesto que mis castigos quedaban anulados.
El primero de mayo llegábamos al Cusco, atrás quedaban cosas
buenas como la lealtad de mis oficiales que habían sido tentados
para declarar en contra mía e incluso firmar declaraciones falsas y se
negaron pese a toda la presión y cosas malas como el comandante
Acosta de Arequipa que, cumpliendo el dicho “del árbol caído todos
hacen leña” me robó mis cosas y luego me dijo que si en todas
partes se pierden los bienes, por qué no en su batallón; el general
Del Solar me hizo el máximo honor que podían haberme hecho;
llegaba tarde, era de ingeniería y venía luego de ser destituido de la
jefatura de batallón, sin embargo fui nombrado jefe de operaciones e
instrucción, alrededor del cual giraba todo el Estado Mayor.
Arreciaba el terrorismo y el gobierno de García no daba los medios
ni el marco legal adecuado para combatirlo; tomé conocimiento que
se acercaba la cosecha de sembríos que estos delincuentes habían
hecho en una zona agreste y alejada, era una buena oportunidad de
capturar personal armamento y la cosecha, preparé los planes para
la operación, los presenté al general pero no había medios para
ejecutarla. Recorriendo la ciudad había visto un letrero: Cámara de
Comercio, hablé con el gerente y le ofrecí a precio cómodo un curso
de protección personal de quince días de duración, dirigido a sus
asociados. Se brindó a los alumnos una preparación teórica y
práctica que les permitiría disminuir al máximo los riesgos y poder
defenderse en caso necesario y se obtuvieron fondos para la
Comandancia. La operación se llevó a cabo con éxito.
Del Solar era una bella persona, nunca le escuché una palabra
indecente o le vi una actitud equivocada, era franco y claro. Luego
de un tiempo, en adición a mi puesto, me nombró director del
colegio que el ejército tenía en el Cuzco, para hijos de oficiales,
suboficiales y también para la comunidad; en la noche estudiaban
los soldados. Al mes de estar en el Cuzco me llamó por teléfono
Carlos, ahora Coronel jefe de Personal de Ingeniería, durante todo el
problema nos mantuvimos en contacto; estaba preocupado porque
no llegaba ningún documento de Robles sobre la anulación de mis
castigos. Pedí autorización a Del Solar para a mi vez comunicarme
por la línea militar a Locumba. Por primera vez desde que llegué nos
sentamos a hablar de lo que había ocurrido, cuando concluí mi relato
comentó que eso era de esperarse de un miserable así y me ofreció
hablar él con Robles sobre mis castigos. Agradecí y le dije que no
era necesario, que ya había quedado todo claro y que sin duda
Robles había olvidado enviar la anulación; efectivamente, hice la
llamada a Locumba, me atendió de inmediato, reconoció su olvido y
me prometió enviar un oficial con el documento a Lima.
Como jefe de operaciones de la región debí viajar a Lima para
coordinar aspectos de la estrategia antiterrorista, visité a Carlos en
su oficina, no llegaba aún el famoso papel y me quedaban dos días
de los sesenta que tenía para poder presentar una reclamación al
castigo impuesto. Casualmente me había enterado que Nelly estaba
en Lima, obtuve su teléfono, le dije mi preocupación y me pidió la
visite de inmediato. Llegué, me sirvió un café y fuimos al teléfono:
- Rodolfo, estoy con ..., el chico está preocupado. La anulación que
enviamos con ese teniente no aparece por ningún lado.
- Nelly, me extraña, pero tienes toda la razón en interesarte en el
asunto, de inmediato enviaré una copia por HDL, por favor tu
misma te vas en el carro a la oficina principal, la recoges y se la
entregas en su mano a Carlos, no podemos perjudicar al chico,
salúdalo - escuché por el parlante, ya que hablaba con manos libres.
Los dioses nos ciegan cuando quieren perdernos, si hubiera pensado
un momento me habría dado cuenta que era una escena planeada,
todo había sido demasiado perfecto, muy artificial, claro a favor mío
está que ¿quién iba a pensar en tal desempeño teatral de una pareja,
aparentemente normal, para engañar a un subalterno? Ingenuamente
lo llamé una vez más, desde el Cuzco, para preguntarle por el
documento. Todo él había cambiado: “no he hecho ningún
documento y no lo voy a hacer, a veces tenemos que mentir para que
las cosas salgan bien” y colgó.
En otra oportunidad fui a Lima a hablar con el jefe de personal del
ejército, que en ese entonces era Pedro. Llegué cuando estaba a
cargo del proceso de ascensos de suboficiales. Hago otra
disquisición aquí. Para todo proceso de ascenso aíslan a los jurados,
a veces los mandan fuera de la ciudad y ponen policías militares
cuidando las entradas, etc. Todo esto por la falta de limpieza del
proceso y de carácter del comando. No digo que no deba haber
jurado; puede ser un individuo que en su historial aparezca como
bueno y tener cosas no escritas o aparecer algo importante, en pro o
en contra, a última hora. Pero lo que haga el jurado y sobre todo el
comando debe ser tan limpio que no requiera secreto; el aislamiento
también lo hacen para que no se filtre los que están ascendiendo y
no haya presiones, pero tampoco veo problemas; aún si llamase el
presidente, si es por alguien que racionalmente puede ascender,
asciende y si es por un elemento poco recomendable, se le comunica
esto, no creo que se va a molestar o pretender imponer un indeseable
contribuyendo de esta manera a que la institución se malogre
moralmente. Igualmente acabo de oír que están sugiriendo que como
antes el ascenso a general sea ratificado por el congreso, pregunto
¿qué puede saber el congreso de la vida de un oficial? Recuerdo aún
cuando era pequeño y mi padre trabajaba en la página política de un
diario. Ignoro si era jefe de la misma o no y ya no está para
preguntárselo pero tenía muchos conocidos y algunos amigos
congresistas y era lamentable ver coroneles de las fuerzas armadas y
policiales pidiéndole por favor les consiguiese votos con ellos para
poder ascender. Por favor, lo que se necesita no es intervención
externa sino que se moralice el instituto mismo, sino la corrupción
va a ser terriblemente mayor.
Como fuese, Pedro, general de tres estrellas, estaba ese domingo en
el Centro de Informática presidiendo el proceso mencionado.
Llegué, de civil como me habían autorizado a ir, a las seis y quince
(me había citado a las seis y treinta) y el ayudante, un antiguo
alumno mío, me hizo pasar enseguida a su antesala y se produjeron
varias escenas dignas de una película cómica. Estaba sentado
aguardando tuviese a bien hacerme pasar, cuando entró un gordo
malencarado con pinta de suboficial chofer antiguo, con un capote
viejo sin insignias; yo sabía que era el general subinspector general
del ejército y en tal virtud me paré para saludarlo militarmente
cuando se puso a bramar groseramente:
- ¡Quién mierda es usted y quién lo ha dejado entrar!
- Disculpe señor, ¿quién es usted y por qué me grita así? – le dije,
poniendo la cara más impersonal que pude, total yo no estaba
obligado a saber quien era él y la verdad no me hacía gracia que me
griten gratuitamente.
- ¡Carajo, alguien se ha metido! ¡policía militar! – salió gritando el
gordo.
El salía y el ayudante me hacía entrar a la oficina donde estaba
Pedro. Mientras conversaba con Pedro lo escuchaba gritar en la sala
contigua:
- ¡Tiene que estar aquí yo lo he visto con mis ojos!
- Mi general, usted ve que no hay nadie – le contestaba alguien,
probablemente un oficial de la policía militar.
- ¡Busque debajo de los muebles!
- Mi general, debajo de esos muebles no entra nadie.
La conversación con Pedro fue toda una revelación para mí y un
abandono total de sus convicciones morales y sentido de justicia
para él, como después de varios años lo comprendió:
- Ahora si vienes a verme.
- Mi general vengo a usted en su calidad de jefe de personal del
ejército que tiene que ver directamente con la moral del instituto y el
mío es un problema de moral- estaba de más contarle el caso porque
era claro y, por el escándalo que había hecho Robles al querer
botarme, de conocimiento de todo el ejército.
- Tú te fuiste, me dejaste sólo con todo el trabajo y me enfermé –
como ya he contado, le había dado surmenage.
- Mi general, he sido sancionado por no haber querido robar para el
general Robles y creo que no es justo, eso es todo.
- No, tú te has metido con dos oficiales de ingeniería que estaban en
línea de carrera.
- Línea de carrera o no, eran dos ladrones.
- No puedes hablar así.
- ¿Por qué? ¿por qué son superiores? ¿que debo decir, que son
enemigos de lo ajeno?
- ¡No tienes derecho a hablar así de un general y un coronel!
En ese momento lo llamó por videófono el Negro, ahora jefe de
estado mayor del ejército, general de tres estrellas como él pero más
antiguo:
- Pedro, quiero que asciendas a Fulano, Zutano, Mengano,... de tal y
tal especialidad.
- Mi general, voy a ver si tienen un buen curriculum.
- ¡Oye Pedro, no te estoy pidiendo sino ordenando que asciendan!
¡cuando yo te hablo me gusta me obedezcas.... - salí a la antesala a
fin de no aumentar la turbación del pobre hombre.
Como alertado por un sexto sentido apareció el gordo otra vez, todo
fue verme y congestionarse: “¡policía militar!” salió corriendo.
Nuevamente me hizo entrar el ayudante y vi por el brillo de
venganza satisfecha en los ojos de Pedro que con él mi suerte estaba
echada:
- Creo que las normas deben ser cumplidas.
- ¿Qué normas mi general? – el hombre no sabía que decir para
justificar lo injustificable pero su decisión ya estaba tomada por lo
que tranquilamente continué – lo que sucede es que justamente por
respeto a las normas y reglamentos me negué a pagar un cupo, como
antes por respeto a ellas fui a Santa Rosa, según usted lo abandoné y
motivé que le diese surmenage, perdió el comando del ejército y
debo pagar eso. ¿No es así? Sin esperar su respuesta me paré, saludé
militarmente y me retiré. Pedí al ayudante que me saque por la
puerta de fondo y al dar la vuelta vi a la policía militar formada y al
gordo dirigiéndoles una filípica, pero, lamentablemente, no podía
ayudarlos.
Mi estadía en el Cusco me permitió conocer la maravillosa ciudad,
caminar sus calles serpenteantes, mezcla de indígena y español, ver
la maravillosa ciudad de Machupicchu y las para mí igualmente
maravillosas ciudadelas de Sacsayhuamán y Ollantaytambo con sus
enormes bloques de piedra, que nadie se explica hasta hoy como
pudieron ser izados, las ventanas del inca y todo aquello que la hace
una ciudad inigualable en el mundo, llena de historia y misticismo,
donde nuestra fantasía vuela aún sin quererlo. La campiña
multicolor de la región es otra maravilla, que no tiene nada que
envidiar a los campos de tulipanes y prados de Europa. El ganado si
es pobre y debería ser mejorado.
Igualmente había conocido algunas familias antiguas, como la de
Marcia, subdirectora del colegio o los Enciso entre otros, mezcla de
la nobleza incaica y de los aventureros españoles. Con mi familia
habíamos compartido las delicias gastronómicas de los anticuchos
en el “Condorito”, las pizzas a la leña de la Plaza de Armas y los
chicharrones.
Terminé el año en el Cusco habiendo obtenido algunos logros en la
lucha antisubversiva y en la dirección del colegio y producido
fondos con el curso para la Cámara de Comercio.
Como también terminaba su comando, Artemio se despedía de todo
su ejército. Ya antes había pedido audiencia con él, que de acuerdo a
normas debió concederme pero lo único que logré fue hablar con
uno de sus asesores, cuando llegó al Cuzco pensé que podría
conversar con él y arreglar las cosas, me evadió en todo momento;
pensé que en el almuerzo de despedida, tipo buffet, tendría que
verme; fue alucinante, el general Del Solar que estaba en la jugada
trató de ayudarme pero cada vez que me acercaba a su grupo él
pasaba rápidamente a otro, todos empezaron a notar la situación.
Sintiendo que no podría seguir así indicó que se retiraría; formamos
la fila para despedirlo y a la hora que me dio la mano, con la
izquierda le cogí el brazo y le dije en voz baja “definitivamente eres
un miserable, sabes que tengo la razón pero si esto no fuera
suficiente, estaba tu promesa de Tumbes” y lo solté.
Iba ahora a una zona de emergencia, la familia viajó a Lima a
refugiarse donde mis suegros y yo fui al paradero, pagué mis seis
soles y cogí el pequeño ómnibus que me llevaría a mi nuevo destino.
Mi jefe sería el coronel Wilver, que había ido al mando de la
delegación que fue a Carabobo y que siempre me mostraba una
particular deferencia, además y nuevamente recalco, pese a ser
ingeniero (normalmente oficiales de personal o logística), iba de
oficial de operaciones. No pretendo que la gente sea perfecta, no lo
somos ni lo seremos, pero hay cosas y cosas. Era aparentemente un
buen jefe, de trato adecuado, amante del deporte, flexible para los
horarios, dejaba trabajar, inteligente. Los sueldos de enero tardaban
en llegar, eran los estertores del gobierno de García, los intereses
que pagaban (ni que decir de los que cobraban) los bancos eran muy
altos y la inflación era astronómica, los precios se podían duplicar en
dos o tres días. El administrador del Banco Hipotecario con el que
trabajábamos era conocido mío, el año anterior había sido empleado
en la oficina del Cuzco e incluso nos visitábamos las dos familias.
Lo noté misterioso hasta que me soltó:
- Oye y ¿vas a medias con Wilver?
- ¿En qué? – no me hacía el tonto, genuinamente no tenía la menor
idea de lo que hablaba.
- Con los sueldos y las propinas pues – ahora sí entendí todo, (se
trataba del dinero de oficiales, suboficiales y tropa) pero lo quería
escuchar completo.
- ¿Cuándo han llegado?
- Ya hace una semana.
Luego que me mostró la cuenta de “ahorros” de Wilver y me rogó
no le fuese a decir nada, regresé al campamento y comenté con éste
el excesivo retraso pero no se dio por aludido. Llamé a Lima a
Pelayo a pedirle me hiciese el favor de tramitar que mi sueldo fuese
cobrado por mi suegro en esa ciudad.
No hablaré tampoco de detalles de esa guerra que hubo entre
peruanos pero sí expondré un par de opiniones. Al igual que los
comunistas iniciales entre los cuales algunos como Shólojov
escribieron luego su sentir y sus vivencias, muchos senderistas y
emerretistas querían el bienestar del país, hartos de la casi
inexistencia del gobierno central y no sólo la ineficiencia sino la
corrupción de las autoridades locales; aunque nos suene increíble y
pese a los logros de Velasco en el sentido de darle dignidad y
mejorar la vida del indígena, lo pintado por Ciro Alegría, Arguedas
y otros más, se seguía dando en muchas partes de nuestra serranía, el
cura y el policía que lo único que deseaban era comer bien y fornicar
a costa de los feligreses. Incluso para algunos era igual servir en las
fuerzas del orden o en las bandas terroristas, igual no entendían para
qué lo hacían, igual debían respetar una jerarquía y combatir para no
sabían qué; es más, podemos decir que lo que les ofrecían los
subversivos era algo más cercano, más creíble, ajusticiaban a los
corruptos del pueblo o comunidad, ladrones, violadores,
especuladores. Luego, cuando fueron cayendo, muertos o
prisioneros, los pioneros de ambos grupos, apareció una canalla,
abigeos, asesinos y todo tipo de delincuentes comunes que se
adhirieron al movimiento sólo por el botín y vida de violencia con la
posibilidad, encima, de llegar al poder.
Me daba pena sobre todo la situación de las chicas que caían
prisioneras, unas criaturas de quince o dieciséis años, conversé con
algunas, siempre la misma versión que, dicho sea de paso,
concordaba con lo que sabíamos de otras fuentes. Llegaban los
terroristas, reunían a la comunidad en el centro del poblado, les
ordenaban sacar sus artículos uno por uno, por ejemplo empezaban
con zapatos, todo el mundo debía traer los suyos, botas, ojotas o lo
que tuviese; el jefe escogía lo que deseaba seguido por toda su gente
y dejaban su calzado viejo, a veces destrozado, en el montón, así con
todos los bienes y los víveres. Luego venía la selección de personal,
cuatro o cinco muchachos e inevitablemente las chicas más bonitas,
que por un tiempo debían dormir con cualquier terrorista que las
requiriese, a fin de entender que no existía propiedad privada, luego,
unas veces convivían con alguno de ellos y otras quedaban solas.
Nunca encontré alguna con convicciones o siquiera ideas políticas,
eran pobres campesinas que seguían a sus captores o en algunos
casos, como ya lo mencioné, a sus hombres.
Los oficiales de zona de emergencia se dividen entre los decentes, la
mayoría, y los indecentes, unos pocos, que merecerían la cárcel
tanto o más que los terroristas. El coronel anterior a Wilver,
ingeniero de prestigio, mantuvo una concubina en el puesto de
comando a vista de todos, el puritano Pedro, cuando la cosa estalló,
lo defendió, total era coronel y número uno.
La ciudad era pequeña sin llegar a ser pueblo, el clima ideal, ni frío
ni calor todo el año; la región había tenido industrias pequeñas que
habían desaparecido con el gobierno de Velasco (se repetía aquello
de que toda carne trae su hueso). La campiña era bella y la gente
trabajadora. Ahí, gracias a mi amistad con la gente del lugar me
enteré que la ayuda que había tratado de dar el gobierno de García,
con los bancos de fomento, en manos de apristas, había ido a parar
toda a manos de sinvergüenzas que no tenían nada que hacer con la
agricultura o la industria y que por último tampoco pagaron los
préstamos, haciendo quebrar esos bancos. Había muchos “hornos”
como los llamaban ellos, es decir familias que tenían un horno en su
casa y preparaban pan para la venta en el vecindario y una sola
panadería en la ciudad, de los Barazorda, a esta última acudía
aunque sea unos minutos cada día para comprar un par de
empanadas de carne (las hacían deliciosas) y conversar un poco con
los dueños, una pareja muy correcta y agradable, estaban orgullosos
de su hijo, piloto en la fuerza aérea y su sobrino, oficial de ejército,
ambos menores que yo.
El leer para mí se había constituido, desde mi niñez, en un vicio; en
Lima no tenía problemas pues la biblioteca familiar era de una
extensión y calidad tales que nunca terminaría ni me cansaría de leer
sus libros, en mis años subalternos con tropa me dedicaba tanto a mi
trabajo que me bastaba con llevar unos cuantos libros y punto, en el
extranjero y ciudades grandes usaba las bibliotecas públicas (todo
esto por mi avidez de lectura y el costo de los libros); aquí estaba
perdido, cuando me desplazaba de o hacia el Cusco y luego a Lima,
iba lo más ligero posible, por la posibilidad de un encuentro con
subversivos y la ciudad prácticamente carecía de biblioteca.
Solucioné mi problema con un sacerdote que tenía algunos libros
entre los cuales había un curso completo de latín. Mi hermano lo
dominaba al igual que el griego, había estudiado con la famosa
doctora Hübscher en San Marcos y había tratado inútilmente de
enseñarme ambas lenguas; de hecho sólo aprendí el alfabeto griego,
una buena cantidad de palabras en ese idioma y algunas frases en
latín todo lo cual me había ayudado mucho (por ejemplo con el
domo ruso o el fenster alemán). No crean que aprendí latín pero sí
incrementé mi arsenal de frases y mi entendimiento general de cómo
funcionaba el idioma, además que me dio algo en que entretenerme.
Mis días comenzaban con una carrera y una sesión de ejercicios
físicos, luego el baño de rigor y enseñaba matemáticas en el
campamento a un par de chicos del pueblo, hijos de amigos, el parte
con Wilver, comunicarme con nuestros campamentos y patrullas,
preparar las acciones a futuro y luego a leer.
Un día llegó de paso al Cusco un teniente que sería investigado por
haber perdido media patrulla en una emboscada en un desfiladero.
Le pregunté cómo era posible que entrase al mismo sin ocupar las
crestas o por lo menos una de ellas, su respuesta fue “soy artillero,
no infante”; trate de explicarle que para eso no se necesitaba ningún
estudio especial sino un poco de sentido común, por último haber
visto películas de guerra, aunque sea de indios y vaqueros pero no
me entendió. Eso y otras conversaciones con subalternos me
hicieron pensar que sería bueno escribir algo para ayudarlos. Puse
manos a la obra y entrelacé los principios de la guerra a la guerra
contrasubversiva y a nuestra realidad e hice un documento al que
titulé “Experiencias y Recomendaciones” de y para este tipo de
guerra y terreno, en él tocaba temas como el ya explicado y otros
como que cuando uno va a operar en las alturas no sirve de nada
llevar dinero y sí sus propios víveres ya que al preguntar uno al
nativo cuánto cuesta algo, este se lo ofrece regalado o pide un precio
ridículamente bajo, no es que quiera eso, el no quiere vender nada,
sobre todo animales, pero la experiencia secular le ha enseñado que,
hombres armados, de todas maneras cogerán lo que quieran,
normalmente sin pagar, por lo que quedará mejor si se lo obsequia,
por supuesto que queda odiando al que pasa a convertirse en un
invasor abusivo. Cuando terminé le pedí a Wilver, que salía a Lima,
que lleve el escrito como una contribución de nuestro estado mayor
a la lucha. Volvió y no me dijo nada por lo que pensé que el escrito
había sido desestimado. Al mes me llamó Pelayo, que trabajaba en
la Oficina de Doctrina en Lima a preguntarme qué había querido
decir en un par de puntos en que mi construcción no estaba como
decía él “al alcance de las mayorías”; nos reímos, solucioné sus
dudas y me enteré que habían ordenado la edición del documento y
su distribución en los frentes de combate. Un día me llamó Wilver y
me comunicó que cuando llevó el escrito a Lima, Pedro lo leyó y le
preguntó quién lo había escrito y como era vox populi que me
odiaba, para permitir su publicación, que era lo que yo quería, le
mintió y dijo que él lo había hecho. Ni siquiera me puse a pensar en
por qué me contaba eso ahora cuando, a los dos días que nos entregó
la Orden del Ejército para su lectura nos enteramos que había sido
felicitado por “su” escrito, con derecho a puntos para el ascenso.
Solicité audiencia con el nuevo comandante general de turno, un
mozo de caballería, para pedir revisión de mi caso o en el peor de
los casos, que se me sometiese a juicio por el delito de insulto al
superior. No me quiso dar la audiencia y cuando la logré acudiendo
a amigos me recibió mientras hacía palabras cruzadas y al comenzar
a hablar me dijo que eso era “un lío de comadres entre ingenieros” y
que había creído que tenía algo más interesante que contarle.
Este año había tenido triunfos sonados, recuperado gran cantidad de
armamento y escrito algo útil para mis camaradas.
Cambiaron a Wilver al Cusco y a todo el estado mayor a diversos
sitios, quedando sólo yo. Los oficiales con los que había trabajado
eran buenos excepto uno y se repetía la situación pero ahora llegaba
un señor de jefe, el coronel Nadal para quien faltarían adjetivos de
encomio. Con Wilver se había trabajado bien la parte táctica y
operativa, se había cojeado en la parte moral y dado una pésima
imagen a la población, con Nadal continuaron los éxitos tácticos y se
corrigió todo lo demás.
En una ida a Lima para ver a mi familia pedí audiencia con el jefe de
personal del ejército, cargo que ahora desempeñaba Pastor.
- A usted siempre le ha gustado caminar solo, ¿a qué viene a verme
ahora? ¿porque soy ingeniero? ¿porque me conoce? ¿qué quiere?
- Mi general, ni porque somos ingenieros ni porque lo conozco,
simplemente usted es el jefe de personal y mi problema es un
problema de moral por lo que entra en su campo a menos que me
equivoque mucho.
Parece que mi respuesta y mi actitud inesperadas lo sorprendieron
por lo que pidió a su secretaria que no nos interrumpieran.
- Quisiera me cuente la verdad de lo que pasó en Locumba, he oído
muchas versiones incluso la de Robles pero hay muchas cosas que
no encajan.
Conforme iba hablando me pedía detalles, nombres, fechas
aproximadas y lo confrontaba con lo que decía en mi Legajo
Personal que había pedido antes que yo entrase a su oficina; cuando
le conté la escena en que lloré me dijo:
- Ahora si entra eso en su sitio y no lo que puso Robles.
Cuando terminé:
- Mire, un general muchas veces tiene necesidades que no cubre el
sueldo, hijos en la universidad, problemas y usted no comprendió
eso en su momento, claro que Robles exageró. ¿Qué es lo que
quiere?
- Su apoyo para el ascenso (ese año mi promoción se presentaba por
primera vez y deberían ascender uno o dos), de no ser posible mi
cambio a Lima y aún de no ser posible eso, un cambio a otra zona de
emergencia como Ayacucho.
- Usted está fregado se demorará tres o cuatro años para ascender; a
Lima no lo voy a traer y no trate de hacerse el héroe, ¡cambio de una
zona de emergencia a otra!
- Mi general, no se lo pido de héroe ni de caprichoso, mis hijos ya
están grandes y no los puedo estar fregando moviéndolos de colegio
y de ciudad; por otra parte seguir en la zona que estoy significa ocho
a diez horas en ómnibus o seis en camioneta cada vez que se sale,
con riesgo que a uno lo vuelen o le disparen, luego llegada al Cusco
y se toma avión del ejército pero el regreso le cuesta a cada quien su
dinero, dinero que es escaso, en cambio en Ayacucho uno sale de su
cuarto, camina un kilómetro en terreno seguro y está en el
aeropuerto, toma su avión militar, visita a la familia y a la semana
regresa en el mismo avión militar, claro que usted, que no ha estado
por esas zonas, ignoraba todo esto - no había podido evitar darle su
golpecito, el jefe de personal del ejército y no tenía la menor idea de
lo que pasaba.
En abril de ese año el presidente Fujimori, con apoyo del ejército
cerró el congreso y llamó a un nuevo proceso para elegir esta vez a
los integrantes de un congreso constituyente. Estaba entre los
recomendados para planear la operación pero Chamo, otro ahijado
del Padrino, mi coronel de Tumbes, que sí estuvo en el grupo, indicó
que yo no era confiable
En un desplazamiento en un vehículo particular (teníamos muy
pocos vehículos propios y la salida al Cusco sólo el coronel la hacía
en convoy militar, los demás viajamos en lo que podíamos) fui
herido y evacuado a Lima. Me cambiaron de nuevo al Cusco, a un
puesto que nunca pensé ir, Oficina del Servicio Militar, encargada
de la inscripción de los jóvenes, entrega de Libretas Militares, etc.
Una explicación para que entiendan lo que sigue: en zonas de
combate le pagaban al personal de oficiales y suboficiales un
adicional para comida, ya que a diferencia de otros sitios, no podía
de ninguna manera llevar a su familia por lo que debería solventar la
comida de su familia y la suya separadamente; no se piense que era
un dineral, era el equivalente a dos dólares diarios que era lo que el
Estado daba para los soldados en esa zona. Por problemas
presupuestales habían suspendido ese pago el segundo semestre del
año que estuve con Wilver y continuaron pagándolo a comienzos del
año siguiente. A poco de llegar al Cusco un suboficial que había
estado sirviendo en otra zona de combate me presentó una solicitud
para que le pagasen ese concepto. Le expliqué que ese pago lo
habían suspendido pero él me aclaró que hace poco lo habían
comenzado a pagar a nivel nacional. A fin de verificar y no firmar
algo sin sentido pregunté al oficial tesorero si sabía algo al respecto,
él interpretó la pregunta como que preguntaba por mi dinero y me
dijo asombrado por qué preguntaba si ya había cobrado.
Efectivamente, en una planilla de hacía veinte días figuraba la firma
de los ciento cincuenta oficiales y suboficiales que habíamos
trabajado con Wilver, acreditando que habíamos recibido nuestro
dinero. El dinero lo había recibido él y graciosamente se había
ofrecido a depositar el dinero en la cuenta de sus guerreros, o en mi
caso y el de algunos suboficiales que estaban cerca, a entregarlo
personalmente.
- Mi coronel, ¿sabe algo del pago por rancho del año pasado?
- Si hermano, el gobierno pagó y el general se ha tirado todo.
- Qué tal hijo de puta, robar el dinero de sus compañeros, de gente
que ha estado fregada en el monte.
- Si pues, así es - no aparecía el mínimo signo de rubor en su rostro
- Bueno, voy a decirle que es un hijo de puta y pedirle mi plata –
incidía en el insulto pero era tan cínico que con él no era la cosa.
- No te vayas a fregar, déjame hablar a mí, le voy a explicar que
tienes problemas.
- No, no tengo ningún problema, es sólo que un malparido no me va
a robar de manera tan simple.
- De todos modos déjame que yo maneje la cosa.
- Le agradezco su ayuda pero si el general no reacciona hasta
mañana a las nueve me voy a Lima a denunciarlo en el avión de las
diez – si hubiera sido cierto lo del general de todas maneras hubiese
seguido el conducto regular es decir hubiese hablado con él primero
pero estaba totalmente seguro que los más de cincuenta mil dólares
de la planilla estaban en sus bolsillos.
Al día siguiente a las ocho y media estaba en su oficina:
- Conseguí que me diera lo mío, de ahí te voy a dar la mitad.
- Que buena mierda este ladrón; no mi coronel, quédese con lo suyo,
igual me voy a Lima.
- Toma quinientos soles - era astuto y su instinto le decía que yo
sabía.
- Mire, si no hay mi dinero completo al centavo no quiero nada - y lo
miré a los ojos.
Bajó la mirada, abrió su cajón y sacó exactamente el monto, que
había tenido listo pero con la esperanza, hasta lo último, de robarse
aunque sea un centavo más. Hasta donde sé fui el único que cobré,
por más que insistí con los que conocía o tenía cerca para que lo
hagan, a todos les salía con el cuento del “robo del general” y todos
evitaban problemas, aún a costa de renunciar a sus derechos.
En los periódicos del Cusco aparecía en la sección avisos uno que
ofrecía librar del servicio militar (obligatorio en esa época para los
seleccionados) y trámite de la Libreta Militar a bajo precio.
Coordiné con la policía y me dijeron que habían tratado de cogerlos
varias veces pero que eran muy escurridizos. Mis empleados me
contaron que cada vez que los capturaban, pagaban y salían. Obtuve
toda la información que necesitaba y preparé una operación, di
cuenta al general:
- Es asunto de la policía
- La mala imagen es nuestra, ya fui donde la policía, dicen que no
pueden hacer nada.
- Hágalo con cuidado, si pasa algo la responsabilidad es toda suya y
yo no sé nada.
Fue un éxito, capturamos dos de los falsificadores, las libretas, los
sellos falsos, etc., con el único derramamiento de sangre de un
dobberman que me atacó cuando entramos en la madrugada. El
asunto salió en los periódicos. Por la parte militar se me felicitó sin
derecho a puntos para el ascenso, por ser algo “normal”.
Hubo un escándalo con una financiera Refisa que era en realidad
una estafa, se investigó y entre la gente que tenía grandes cuentas
apareció el general Fernández, que había pasado adelante cuando
Pedro no ascendió, fue pasado al retiro y Pedro asumió la
comandancia general.
Palomino había continuado su carrera; como comandante general de
brigada, en la selva, había sido brillante y recibido el reconocimiento
general. Era inspector general, segundo hombre del ejército y
tomaría el comando a fines de ese año. Lo visité, me felicitó por mi
actitud, me aseguró que yo ascendería con ó sin castigo, lo felicité
por todo lo bueno que venía haciendo y me alegré sinceramente por
él, había trabajado y soportado mucho para llegar a donde estaba, él
también me lo hizo notar, “te acuerdas cuando me querías empujar,
ahora si llegué y podré cambiar las cosas”. Fue bueno poder hablar
francamente con una persona decente, inteligente, trabajadora, con
quien se compartían ideales y valores, aunque muchas veces
hubiésemos estado en desacuerdo en los procedimientos. Esa noche
me quedé pensando hasta tarde, soñando despierto en el salto hacia
delante que daría mi querido ejército.
La noticia me cayó como una bomba, cambiaban a Palomino como
observador militar en Tanzania. Aunque la muerte de Palomino fue
lenta, te la contaré de una vez a fin de facilitarte la lectura. Luego lo
cambiaron a Ucrania y finalmente de agregado militar a Francia. El
veinte de diciembre, faltando once días para que tome el comando,
lo pasaron al retiro. He escuchado muchas veces que culpan de la
intriga a Fujimori, a Hermoza, etc., motivos políticos, intrigas de
poder, etc. Creo saber la verdad y es más cruel que todo eso. El
coronel Palomino era agregado militar en Brasil, puesto
normalmente para coroneles en línea de carrera de esa especialidad.
Llegó a relevarlo Pedro, más antiguo en la carrera. Palomino vendía
una serie de cosas y había alquilado una casa hasta el cinco de enero
(tengamos en cuenta que el Perú le pagaba sólo hasta el treinta de
diciembre). Pedro le sugirió que le obsequie las cosas que vendía y
que, a pesar que Palomino ya partía, pague la casa hasta fin de mes
como una cortesía a su coronel más antiguo. Palomino hizo oídos
sordos, vendió sus cosas, devolvió la casa, entregó el puesto y se
fue. Segundo pecado: Pedro, comandante general del ejército, citó a
los generales de la especialidad con sus esposas a conversar sobre
las actividades por el aniversario de ingeniería. Palomino, segundo
del ejército pese a ser dos promociones después, llegó con su señora
a la hora indicada, abrió el mayordomo, le indicó que los señores se
estaban bañando; quince minutos después Palomino se retiró,
cuando llegó a su casa, (modesta, en Magdalena), encontró que
Pedro lo había llamado ordenando se presente con su esposa, se
acostaron. Sentenciados, él y el ejército, por un pobre infeliz.
Llegaba fin de año y decidí hacer algo por mí. Me comuniqué con
Arístides, mi compañero de aventuras en Alemania, Rusia y
compañero de curso, ahora general secretario del comandante
general entrante, Hermoza. Pedro se puso a designar los oficiales
para los diferentes puestos como si estuviera entrando al cargo y no
saliendo del mismo; Hermoza le hizo notar que esos cambios
durarían sólo unas horas, humildemente Pedro pidió algunas cosas,
entre ellas que yo no fuese a Lima, Arístides negoció, iría a Lima
pero no a una dependencia de ingeniería. Comandante de ingeniería
antiguo, me cambiaron a un puesto de mayor de intendencia, en la
jefatura de economía.
Era la primera vez que no ascendía, hasta ese momento me había
parecido tan normal hacerlo como pasar de un año a otro en el
colegio, de hecho nunca había celebrado el hecho. Esta vez en
cambio no esperé ser promovido, es más, estaba seguro que no lo
sería. Era una sensación nueva, me sentía un comandante realmente
viejo. Este fue un excelente año en lo profesional; sin embargo el
impacto psicológico de lo ocurrido en Locumba y los años de
separación habían destruido mi matrimonio. Hablamos con Delia y
decidimos tratar de arreglar las cosas hasta donde se pudiera, era una
excelente mujer pero simplemente ya no daba más la relación.
Llegando a Lima fui a ver a Pelayo en el SIN, no habíamos
conversado ni cinco minutos cuando sonó el intercomunicador:
- Es el cholo Huamán, quiere hablar contigo, de la guardia le dan el
nombre de todos los que entran.
- Iremos a verlo.
- No, ha sido claro, el mayor Huaman ordena que se le presente el
comandante ..., solo.
Llegó un suboficial, en la puerta de la oficina nos esperaba un auto,
atravesamos una guardia interior y nos detuvimos frente a una de
tres edificaciones aisladas. Al parecer no había puerta en el primer
piso, en el segundo piso, en el descanso de la escalera me esperaba,
botines negros, pantalón negro de boca ancha, camisa lila con los
botones de arriba sueltos, una gruesa cadena, probablemente de oro,
en el cuello, completaba su atuendo. A una seña suya se retiró el
chofer con el vehículo. No esperó que llegase a su nivel:
- ¡Así que ahora me visitas!
Continué ascendiendo en silencio, llegué a su lado, nos abrazamos:
- Hola Beto (Huamán se llama Roberto), te recuerdo que tú me has
llamado, yo estaba visitando a Pelayo.
Me hizo pasar a su oficina, lujosamente arreglada, pero con muy
buen gusto, se notaba un toque profesional.
- Te acuerdas cuando me humillaste, ¿ves como todo da vueltas?
- No te humillé, te hice ver que estabas mal, como se lo hubiera
hecho notar a cualquier amigo. Que quieres ¿vengarte de la, según
tú, injuria recibida?
- No, pero yo me sentí mal.
- Porque estabas mal, siempre hemos sido amigos cholo, no porque
estés abajo o arriba tienen que cambiar las cosas.
- ¿Quieres ascender? - ante mi mirada vio lo ridículo de su pregunta,
continuó - te traigo a trabajar conmigo y todo solucionado.
- Beto, déjame tranquilo en mi sitio y estáte tú en el tuyo, nos
conocemos, tienes el poder, cualquier rato estallas, me gritas, te
mando al diablo y termino de baja. Si puedes y quieres me apoyas y
punto.
Me mostró sus instalaciones que eran oficina y departamento, me
indicó que los otros dos eran similares, del doctor y de Fujimori y
me despidió diciéndome que vería que podía hacer. No había
rechazado el ofrecimiento de engreído, era un soldado, me gustaba
la táctica y la estrategia, también enseñar, pero no la labor que
realizaba el SIN; por otra parte lo que le había dicho era
exactamente lo que podía pasar.
En la jefatura de economía me enteré exactamente de lo sucedido a
Vilela, todos coincidían que fue un jefe honesto, justo e imaginativo
para hallar soluciones; había consenso en que el deshonesto fue su
jefe. Mi jefe en esta jefatura era una notabilidad, era barranquino y
tan informal como yo, trató de orientarme y apoyarme en todo.
No había pedido audiencia el año anterior porque ya conocía de
antemano cuál sería la actitud de Pedro. Esta vez presenté
nuevamente mi requerimiento. Fui oído, me concedieron el
beneficio de la duda y se abrió una investigación extraoficial.
Mientras esto ocurría, decidí hablar con Robles; aproveché que hubo
una reunión de altos mandos en Lima; él, ahora general de tres
estrellas, comandaba Arequipa. Previamente León, un general
promocional de él me había aconsejado algunas cosas (no lo que le
dije, por favor). Me instalé en la sala a la cual saldrían en el
descanso de la reunión, comenzaron a salir y de repente lo vi
aparecer, me pareció más enano, rechoncho y narizón que nunca:
- Mi general, venía para que cumpla con el compromiso de retirarme
los castigos.
- Habría que ver......
- No, no hay nada que ver, por una vez en su vida sea hombre,
dígame no te voy a quitar nada o hágalo.
- ¿Y si no quiero hacerlo?
- Puedo tirarme al suelo y ponerme a llorar, puedo meterte un
cabezazo y romperte la cara o puedo meterte un par de balazos, no
ves que soy loco, so pedazo de mierda – no toleraba ya el juego del
cobarde este y no me importaba lo que pasase.
- Cálmate flaquito, estás alterado – comenzó a sudar frío, realmente
no sabía que podía hacer yo y se moría de miedo de todo, del
escándalo, del posible cabezazo y más aún del balazo.
- Sí y me altera más su mariconada, decida de una vez – yo sabía
que trataba de ganar tiempo, luego entraría y pediría auxilio a la
policía militar o a alguien.
- Tienes razón en lo que me pides pero soy general, ayúdame a hacer
los papeles.
- Aquí los tengo – y los saqué del bolsillo de la casaca; León me
había dicho que exactamente esa sería la escapatoria que buscaría e
incluso me había ayudado a redactar un documento que lo ayudaba:
retiraba el castigo por considerar que ya había surtido efecto, ni
siquiera por mi inocencia.
- No hay donde firmar.
León que seguía los hechos acudió, como la caballería en las
películas de indios, en mi ayuda:
- Rodolfo, ya le has malogrado la carrera al chico, firma y no jodas,
aquí en mi espalda.
Vencido, apoyado en la espalda de León, ante la extrañeza de
muchos generales, Robles firmó el retiro de las sanciones. Pero la
mariconada lo llenaba, aún buscó una escapatoria, no tenía su sello.
Le dije que esperaría que terminase la reunión para acompañarlo a
su casa a que sellase los documentos. La reunión se prolongó hasta
la madrugada, acepté su punto de vista “mi mujer ya está dormida y
no sé dónde pone las cosas”. Quedamos que al día siguiente lo
esperaría a las diez de la mañana en la jefatura de estado mayor.
Cuando me retiraba otro general me dijo que había escuchado la
conversación y que Robles me trataba de engañar, que tenía la cita a
las siete de la mañana y a las diez salía su vuelo.
A las seis y cuarenticinco asomó su nariz el hombrecito.
- Mi general, qué placer verlo.
- Hola, me llamó el jefe de estado mayor para cambiarme la hora de
la cita.......
- Mi general, ya no me cuente más cuentos y déme el sello.
- Tú sabes que eres mi amigo, tuve que actuar así por las
circunstancias, tengo tantos enemigos – era nauseabundo.
Sellé cuidadosamente todo y me fui con los documentos sin
despedirme.
Al mes me llamó el general Ferreyros, jefe de personal y me
comunicó que la investigación había hecho patente mi inocencia,
ascendería ese fin de año por disposición del general Hermoza.
La verdad es que me deprime pensar como la institución pudo estar
en manos de tanto miserable, sobre todo conociéndonos como nos
conocemos porque eso es algo notable; entre nosotros sabemos
perfectamente como es cada quien por eso no se sorprendan si
algunos generales me ayudaban; lo hacían porque eran plenamente
conscientes de lo que había pasado, sin necesidad de investigar
nada; conocían a su compañero.
Me molestó sobremanera un incidente con Wong, él y otro cuervo
eran los dos de ingeniería que habían ascendido a coroneles de la
promoción. Pero antes de eso creo que era reconocido que él era el
segundo y el tercero era Nacarino, el otro ascendido era un buen
muchacho y punto. Apareció por mi oficina a ver un problema de
dinero, ya trabajaba con el doctor:
- Hermano, quería preguntarte qué les digo si requieren mi opinión
sobre quién debe ascender de la promoción.
- Wong, creo que el grado te ha vuelto tonto. ¿Qué quieres que te
diga? ¿que yo soy esto y aquello y que Nacarino no?. Ubícate, de no
haberme parado firme frente a Robles, el año pasado ni siquiera
hubiesen preguntado entre tú y yo y tú lo sabes.
Me daba pena porque era un buen oficial y siempre habíamos tenido
buenas relaciones, habíamos estado juntos en la URSS y luego en la
brigada blindada, había salido segundo en los cursos que habíamos
hecho juntos y si no salió muy adelante en la escuela de guerra, igual
viajó. Sin embargo al parecer ya había entrado en eso del lleva y trae
porque ¿qué otro objeto tenía su pregunta?
Como ya les he narrado, yo jugaba sobre seguro, tenía la promesa de
Hermoza, encima de eso me habían retirado los castigos, pero eso no
lo sabían muchos, de ahí los incidentes.
El trece de noviembre de ese año se produjo un intento de golpe. La
única cabeza decente del movimiento era el general Salinas. Entre
los otros demócratas estaba Pastor, un par de desprestigiados
generales más y algunos comandantes de mi promoción. Era un
movimiento destinado al fracaso, no tenía tropas. Jorge N, siempre
jugando a dos cachetes había traicionado a su jefe (era asesor de
Hermoza, el comandante general) y había puesto en conocimiento de
los sediciosos el horario de sus movimientos. Por supuesto negó
hasta que todo fue demasiado comprobado.
Me tocó la ingrata tarea de revisar el escritorio de Jorge N, debía
hacer tres paquetes, cosas para ser entregadas a su familia, otras al
servicio de inteligencia y finalmente basura para botar; me di con la
sorpresa que gastaba gran cantidad de dinero en caballos y encontré
algo que lo pintaba de cuerpo entero, las listas de personas,
generales y esposas, a los que debía enviar, según su importancia en
el ejército, tarjetas de felicitación, flores, regalos, etc., con la
indicación implícita de cada cosa. Nunca se imaginó que pudiese
leerla alguien que no fuese él.
Hemos tocado al general Salinas, era un excelente profesional , el
número dos de Palomino desde el colegio militar, en secundaria,
como director de la Escuela Militar la había hecho avanzar en todo
sentido, líder nato, se daba bien con la sociedad civil, lo habían
sacado por ser muy bueno.
Cumplí cuarenta y un años a mediados de diciembre, a fines me
llamó Arístides a fin de integrarme al cuerpo de asesores del
comandante general, en reemplazo de Jorge N, el primero de enero
fui promovido a coronel. Ese fin de año, fruto de la investigación
realizada sobre los sucesos de Locumba, Hugo fue pasado al retiro.
CAPITULO VII

Asesor de Hermoza.- Robles ladrón, Robles descubierto, Robles


delator, Robles héroe de la democracia.- Centro de Altos
Estudios, la importancia del tan.- La Escuela de Ingeniería, se
pueden hacer cosas.- Se me termina de caer el mundo.-

Comenzaba el grado en uno de los puestos de mayor responsabilidad


y más ambicionados en el ejército. Éramos tres asesores bajo el
comando del secretario, Arístides. Aunque actuábamos como un
equipo y muchas veces nos encargábamos todos de un mismo tema,
normalmente uno miraba los asuntos hacia el exterior del instituto,
coordinaciones con el congreso, ministerios, imagen; otro hacia el
interior y el tercero la parte técnica y financiera, ese era yo.
Hermoza tenía ya un año en el poder cuando llegué; así como
expongo lo malo quiero resaltar lo bueno, nos reuníamos
constantemente, nos consultaba, discutía con nosotros las
recomendaciones de manera inteligente y normalmente tomaba la
decisión adecuada; su trato era cordial y no recuerdo una sola vez
que haya dejado en ridículo o mal parado a alguien. Como parte de
mis múltiples ocupaciones, yo era su representante en las
licitaciones y compras del ejército y cuando le pregunté si tenía
alguna indicación que darme fue claro no dejando lugar a dudas,
debía comprarse lo más adecuado al mejor precio posible, no hacer
caso a tarjetas, recomendaciones ni declaraciones de parentesco o
amistad con él; de aparecer algún pariente suyo ofertando artículos
(concretamente su cuñado, el hermano de Juanita su esposa), no
comprarle a menos que ofreciese unas ventajas irresistibles y eso
después de haberlo consultado con él (hecho que por otra parte
nunca ocurrió). Me dejó total libertad de acción y me apoyó
incondicionalmente contra algunos generales cuando estuvimos en
desacuerdo. Si se compró algo malo o a precio excesivo fue error del
comité de licitación o porque los vendedores se pusieron de acuerdo
y nos llegaron a engañar. Las compras realmente mayores o que
ameritaban secreto militar (donde era vox populi el dolo), eran
hachas sea por Inteligencia directamente (se decía que montesinos y
Huamán veían todo y firmaban testaferros) o por una comisión
dirigida por Renzo (creo que el contribuyó mucho a que se
malograse Hermoza).
Algo al respecto; la Ley, así con mayúscula, propicia el mayor gasto
en la administración pública. Pongamos el caso del jabón de cara.
Por economía, buscando mejor precio, etc., se adquiere una gran
cantidad para el personal del ejército (tropa del servicio militar)
durante un año. Como se compra con otros artículos en un paquete
con el nombre general de útiles de aseo, el monto amerita, según ley,
una licitación. Las fábricas de donde salen los diversos productos no
están interesadas en invertir dinero comprando bases para intervenir
en una licitación que muchas veces está amañada. Entonces
intervienen los intermediarios, firmas que muchas veces tienen sólo
una minúscula oficina y que viven de vender todo al Estado, desde
camiones y tractores hasta leche en polvo, pasando por las cosas más
exóticas como ropa interior de hombre y mujer, pomada de zapatos,
botines de charol, etc. Como evidentemente nadie trabaja gratis, el
producto se encarece, a veces hasta límites insospechados. Traté
muchas veces de que las fábricas se presentasen directamente a las
licitaciones pero nunca lo logré; el tener que dedicar personal a este
fin específico, las cartas fianza solicitadas y sobre todo ellos tenían
la certeza de que era en vano el esfuerzo debido a la corrupción
existente. Todo esto nos dejaba, legalmente, en manos de las
empresas mencionadas, pagando de 20 al 100% más por los
productos. Creo que si bien esta medida fue tomada justamente para
evitar la corrupción, más bien la favorece.
Uno de los primeros casos que se nos presentó fue el doble suicidio
de un coronel y su secretaria; el caso era totalmente claro: amor; él
casado y pobre, ella madre soltera o divorciada y más pobre aún, la
imposibilidad de llegar a nada, una versión plebeya del drama de
Mayerling, con el hijo del archiduque de Austria; los medios de
comunicación se cebaban en las familias de los difuntos y algunos
sacaron las historias más disparatadas: espionaje, otra, como ambos
trabajaban en la oficina de abastecimientos, habían sido asesinados
por haber descubierto la corrupción, etc. El caso era público así que
lo conversé con mi padre, todos opinaban por comunicados
precisando los hechos, juicios a los que tergiversaban la cosa, etc.;
cuando debí hablar dije que si no se les contestaba nada la noticia no
daba para más de una semana y ya habían pasado tres días, Nicolás
me preguntó de dónde procedía mi “sapiencia en asuntos de
periodismo”, le dije que justamente mi padre era periodista; se
siguió la línea de silencio que sugerí y exactamente a la semana se
callaron. No era la primera vez que veía cosas así pero ya se
llegaban a extremos como preguntar a menores de edad si sabían
que sus padres tenían otra relación, etc.; mi padre decía “el hombre
es el animal más dañino del mundo, pero el mal periodista es el más
ruin de los hombres”. Y abundan.
Tenía unos meses en el cargo cuando, una noche que estaba de
servicio, me visitó Renzo, como mencioné espada de honor de mi
promoción, sin mayor preámbulo me dijo que Nicolás había tomado
conocimiento que el coronal Alvarado, otro de los asesores, estaba
en contacto con políticos de la oposición; al ser yo llamado para
informar si sabía algo de esto, debía dar mi confirmación al chisme
de Renzo.
No había llegado a este puesto para estar metido en intrigas
palaciegas; le contesté que eso no era cierto, Alvarado casi vivía en
el cuartel general y si realmente tenía contactos con el APRA, yo lo
ignoraba por completo por lo que no podía dar fe de ello:
- Por último no importa si es verdad o mentira, es un favor que te
estoy pidiendo.
- Es que no me puedes pedir un favor a costa de mi decencia.
- Aquí no hay decencia, estás conmigo o contra mí – parece que
había visto muchas películas de la mafia.
- Mira Renzo, si me llaman diré la verdad.
Efectivamente, a las pocas horas era citado al despacho:
- Hola flaco, se comenta que Alvarado está en estrecho contacto con
apristas y gente de izquierda. Me han dicho que sabes algo.
- Mi general, Alvarado tiene dos hermanos que están en política,
incluso uno de ellos es congresista, de vez en cuando alguno lo
llama y conversan, son hermanos – le recalqué.
Mi respuesta lo sorprendió, probablemente Renzo, seguro de su
poder y de que no me negaría, le había dicho otra cosa.
Conversamos un rato más de otros temas y me retiré.
La cosa era de lo más cochina, Alvarado, director de la Escuela de
Blindados, había prestado dos motobombas a Renzo que comandaba
una unidad que no tenía agua, una coordinación normal; cuando
salía Alvarado de la dirección le pidió las bombas y Renzo,
comandante, le contestó de mala manera. Alvarado lo puso en su
sitio de la peor manera y, dado que podía, a largo plazo, ser una
piedra en su camino, Renzo lo mataba.
La cercanía de Renzo a Hermoza también tenía (como todo), su lado
positivo. Fue llamado, en su calidad de director de la Escuela de
Comandos, para ver el por qué del pobre patrullaje que estaba
desarrollando en su sector de responsabilidad, le contestó que el
combustible que recibía no le alcanzaba; Hermoza se amoscó un
poco, le dijo que no era poco lo que recibía; confrontadas las
cantidades resultó que el jefe del Complejo Académico recibía como
diez y entregaba como tres por lo que las escuelas no podían cumplir
con sus actividades normales. Realizada la investigación resultó que
el buen Robles estaba empleando el mismo procedimiento que en
Locumba, él no sabía nada y el responsable de todo era el general
jefe de estado mayor, sólo que por un descuido en algún momento le
dio la indicación por escrito de lo que debía entregar y esa prueba
salvó al jefe de estado mayor aunque no del todo, (un general no
puede simplemente aducir que cumple órdenes de robar, por lo que
se fue de baja al año siguiente).
Robles fue cambiado a los EE UU de NA; ya antes había expresado
mi desacuerdo a Hermoza sobre esa manera de actuar, sobre todo
con oficiales generales y a veces con algunos oficiales superiores
como en el caso de Hugo, delinquían y en vez de ser sancionados o
separados por medida disciplinaria eran invitados al retiro con lo que
ya no se distinguía entre ellos y la muchedumbre de oficiales
decentes que por a ó b motivos no habían podido ascender; el
presente caso era peor, ¡el delito premiado con un puesto en el
extranjero y un sueldo del Estado!. La respuesta fue que sólo hacía
eso cuando la culpa no era totalmente clara o cuando atrás había una
historia de corrección y lo sucedido era un impromptus, lo que
realmente no le creí, pienso que lo hacía así para evitarse
reclamaciones o que los afectados fueran a la prensa a desprestigiar
al instituto o a él como persona. Como sea, lo llamó y le comunicó
su cambio a los EEUU de NA, no le dio mayor explicación ni le
habló del robo que había descubierto, Robles salió totalmente
abatido aunque, a mi juicio y como es evidente, sin razón.
Hasta aquí los hechos; ahora vienen mis suposiciones, basadas en el
conocimiento directo de los personajes y el desarrollo posterior de
los hechos, Robles va a su casa y se sienta en la sala con Nelly:
- Vieja, nos reventaron, perdimos la comandancia, nos vamos
cambiados a Washington.
- ¡Eres un imbécil! seguro que ni has reclamado. ¿Has preguntado
por qué es el cambio?
- ¿Cómo se le puede preguntar al comandante general? además, no
nos están enviando al CAEN ni a la Secretaría de Defensa, es un
cambio al extranjero. Quizás han descubierto algo.
- ¡Definitivamente eres un idiota! Si te hubiesen descubierto algo te
estarían botando y no precisamente al extranjero. ¡Tantos años de
agradar a todo el mundo para llegar y todo se fregó a último minuto!
Por lo menos nos llevaremos a los chicos (tenía dos hijos, oficiales
mediocres, el peor de los cuales había salido espada de honor gracias
a la presión incesante del padre sobre todo el mundo, incluso sobre
los tenientes instructores), ¡mañana te vas y le exiges a Hermoza que
los nombre también!
- Si vieja, mañana ya iré.
Terminó la ficción y volvemos a la realidad. Siete de la mañana,
Robles pidiendo audiencia con Hermoza, una de la tarde entrando al
despacho:
- Mi general, quería hablarle sobre mi nombramiento a los EEUU.
- ¿Sí? ¿qué pasa Robles?
- Que mi señora y yo opinamos que no nos podríamos ir sin los
chicos, así que le agradecería si los nombra, son dos, un capitán y un
teniente.
- ¡Oiga sinvergüenza! Usted se está yendo por ladrón y encima
pretende imponerme condiciones.
- ¿A qué se refiere mi general?
Nicolás sacó de un cajón lo investigado y se lo alcanzó, luego de una
ojeada Robles comenzó a balbucear excusas.
- Pensándolo bien ya no se va al extranjero, considérese arrestado en
su casa y espere órdenes.
Robles salió desesperado y pidió asilo en la embajada de los EEUU,
sin éxito, luego en la de Argentina y comenzó a denunciar hechos
que eran de conocimiento de muchos generales y que fueron parte
de una guerra fratricida en la que los terroristas subversivos
cometieron muchas y las fuerzas del orden algunas, violaciones a los
derechos humanos. El resto es parte de la historia nacional.
Hice buenas migas con los proveedores decentes y hasta con los no
tan decentes. Total, existían porque la ley lo permitía; de hecho su
no existencia nos habría ocasionado problemas. Poco a poco me
fueron contando como se hacían las cosas, incluso las estafas. Vi
que era un niño de pecho, pese a que llegué a dominar el
Reglamento Único de Adquisiciones, cada vez que creía que sabía
todo, me daba cuenta que no sabía nada. Eran increíblemente
ingeniosos en hallar maneras de engañarnos, siempre dentro de la
ley.
Debí emitir opinión sobre un pedido del general Fernández
Maldonado, el premier socialista de mis años de teniente. Expongo
el caso a ver si coincidimos. Se había retirado con el sueldo y los
beneficios de ministro de estado por lo que el ejército no lo
consideraba para nada; él consideraba esto injusto y quería recibir lo
que le correspondía por ministro más la gasolina, chofer y
mayordomo del ejército. Me pareció demasiado abuso, opiné en ese
sentido y Hermoza aceptó e hizo suya la opinión; un día se presentó
Fernández en mi oficina a explicarme lo inexplicable, le dije
claramente lo que pensaba e incluso le manifesté mi sorpresa por su
ambición de dinero en desmedro del estado, tan en contra de su
pensar socialista; me explicó que lamentablemente se había metido
con una mujer joven y tenía ahora dos familias que lo sangraban.
Con toda paciencia le explique que me parecía justo que lo sangren
pero no que él le chupase la sangre al Estado; se retiró muy molesto.
Otro día apareció el Negro Antúnez, ya retirado, preguntando quién
era el encargado de las licitaciones para recomendar a un proveedor,
cuando le dijeron que era yo se retiró rápidamente.
Recibí una invitación de Pedro Villanueva para una cena en su casa
en honor del agregado militar alemán, su compañero de curso en
España, que terminaba sus funciones en el Perú. Luego llamó para
ver si iría, le agradecí y dije que no, a las dos horas apareció por mi
oficina:
- Tienes que ir, él ha insistido en que te invite.
- La verdad mi general es que para mí es muy desagradable estar con
usted.
- También de eso quería hablar, hazme el favor de ir.
- Voy a ir no por usted sino por Hans que es mi amigo. Por si acaso
voy solo.
- Gracias.
Fui, éramos un grupo muy pequeño de invitados, no llegábamos a
diez personas. Disfruté de la presencia de mis amigos alemanes y
cuando llegó el momento de despedirnos, Pedro me pidió que me
quede:
- Casi no hemos hablado toda la noche.
- Es que no tenemos nada que hablar, usted, la honestidad y el honor
personificados, protegió ladrones, aceptó la mentira y me reventó a
mí. ¿Qué podría decirme?
- Quiero que me perdones, me he dado cuenta que me porté mal
contigo.- el hombrecito se veía atormentado.
- Lo malo es que ustedes se dan cuenta de su cochinada cuando
están de baja y ya fregaron sin remedio. Lo perdono para que pueda
dormir porque sino lo estaría condenando al insomnio eterno – y
salí.
Fue un año muy bueno. En diciembre me llamó Hermoza y me
preguntó adónde quería ser cambiado, le di mi eterna respuesta,
“donde el comando estimase conveniente”. Fui el único asesor y con
Arístides los dos únicos del personal del despacho del comandante
general que nos quedamos.
Me parece que el segundo año, pese a la experiencia adquirida, fui
mucho menos útil en mi función. Mis anteriores compañeros habían
sido muy buenos pero ahora llegaban de asesores mejores oficiales,
Víctor Elera, completo, física, intelectual y moralmente. Roberto
Quiabra, el más antiguo, había sido cadete de cuarto año cuando yo
lo fui de primero, era el líder de su promoción así como Víctor, mi
otro colega, lo era de la promoción que le seguía inmediatamente.
No había ningún problema en salir, si uno no estaba otro asumía el
puesto con igual eficiencia. En la parte física éramos comentados,
diariamente corríamos el perímetro de la comandancia (cinco
kilómetros), luego jugábamos un partido de fútbol de salón,
seguidamente íbamos al gimnasio un rato y finalizábamos en la
piscina, otro de mis pequeños orgullos es que los pulí en natación y
fuimos avanzando, la primera semana cuatro largos (100 mts),
avanzamos progresivamente hasta llegar a cuarenta y ahí nos
estacionamos. Puede parecerles poco a algunos pero ya no éramos
unos muchachos.
El principal problema para mí este año fue que Hermoza se volvió el
emperador del cuento y lo peor es que pese a que no había uno sino
tres niños que le jalaban el calzoncillo, había desarrollado una
sordera selectiva y sólo escuchaba voces de elogio o por lo menos
neutrales. No sé en que momento se produjo el cambio, pero cuando
me di cuenta ya no nos llamaba tanto, había cosas que antes solía
consultar a los asesores y ahora las decidía solo, bueno, no solo, se
había creado un pequeño grupo liderado por Renzo, que ocupaban
otros cargos pero que se convirtieron en su permanente voz de
aliento y loor. Yo lo notaba más por haber tenido otra vivencia el
año anterior, pero aún sin ella mis camaradas pensaban que lo que
aportábamos era muy poco o mejor dicho, que cuando algo no
estaba bien, Hermoza no quería enterarse.
Creo que no sería ético presentar ni siquiera un ejemplo de lo dicho,
pero es saludable mencionarlo como enseñanza para los jefes, en
todo nivel, pues nuestra humana naturaleza es más susceptible al
halago que a cualquier otra cosa y lamentablemente abundan los que
nos harán escuchar y ver lo que deseamos..
Este año se produjo un cierto revuelo a raíz de mis “Experiencias y
Recomendaciones”; Wilver solicitó la Medalla Académica por el
trabajo y a la hora que llegó para opinión de la Oficina de Moral, el
suboficial que trabajaba ahí le comentó a su jefe que él había
mecanografiado el libro; cuando el coronel le dijo “ah, trabajabas
con el coronel Wilver”, le contestó que no, que trabajaba conmigo y
que yo le había dictado partes y otras se las había entregado en
manuscrito por lo que sabía perfectamente que yo lo había hecho.
Me llamaron y declaré la verdad pero cuando el caso llegó a
Arístides me dijo que lo archivaría, total yo no necesitaba más
medallas y no era bueno que un asesor del comandante general
estuviese en ningún tipo de problema, ni siquiera como testigo.
Santiago, ahora general de brigada, era el director de la Escuela
Militar, toda la vida habíamos conversado de todo sin temor así que
no me sorprendió que me contara los problemas que tenía que, como
diría mi padre, más que problemas eran catástrofes ya que problema
es un asunto planteado para su solución y estos asuntos eran
insolubles. Su superior directo, el jefe del complejo académico,
hombre de toda confianza amigo de Hermoza, había cogido un
dinero de la escuela y él no tenía como probarlo, la falta de ese
dinero impedía la normal marcha de la escuela. Yo conocía a
Santiago y conocía a su jefe Piojo Blanco, lo que es más y me daba
rabia, todo el ejército los conocía a ambos. Le dije que fuese
directamente donde Hermoza y le contase todo pero su formación
militar se lo impidió. Cayó en desgracia porque cuando este percibió
que la cosa no andaba bien y llamó a Piojo Blanco, éste, con todo
desparpajo le dijo que al parecer Santiago andaba en malos manejos.
El día de infantería, veintisiete de noviembre, cuando esperábamos
para presentar nuestro saludo a Hermoza, se me acercó Renzo y me
avisó que ahora se iría mi amigo Arístides y que ni siquiera me
consultarían. A fin de año salió Arístides, de mala manera, del
puesto. Roberto era nombrado director de la Escuela de Infantería y
Víctor de la de suboficiales. A mí me enviaban al CAEN,
designación muy peleada porque se suponía que era requisito para
ser general y había muy pocas vacantes. Agradecí a Hermoza y
cuando me preguntó qué tal me parecía mi sucesor le dije que no
tenía ningún objeto su pregunta, que me hubiese agradado la
pregunta antes de la elección, pero que ya él lo había analizado y
elegido; ante su insistencia le dije que no era alguien que yo le
hubiese recomendado. Igual estuvo amable, no me había oído.
Volvía a ser alumno, es más, miembro de una promoción de
personajes notables, entre otros el cuñado del doctor, que estaba
recuperando a la volada el paso perdido, el presidente del directorio
del diario oficial, importante pieza en el tablero de luchas
palaciegas, el niño prodigio de la marina, etc.
Ese año fue el conflicto con Ecuador pero prefiero no hablar mucho
de él, considero que fue como golpearse con un hermano y por otra
parte podría revelar algunos “secretos”, sólo diré que aparte de los
soldados, suboficiales y oficiales “desconocidos” por el gobierno y
el país, el “héroe” fue Roberto, que, temporalmente sacado de su
puesto de director de la Escuela de Infantería para asumir el
comando en el frente, subsanar errores de otros y crear en el terreno
una nueva táctica, adecuada a la situación de inferioridad logística y
tecnológica en que nos encontrábamos en tierra y aire, con el trabajo
y heroísmo de los oficiales y tropa, pudo voltear la situación.
Fue un curso en que lo menos que mediocre de la planta orgánica se
vio compensado por los esfuerzos de su director, un marino, del
subdirector, Santiago, las presentaciones de todos los ministros y de
personalidades invitadas. Al ministro de trabajo le di la sugerencia
de una campaña de dignificación del trabajo; nos hemos convertido
en un país en que la gente “decente” o aquellos que quieren
“adecentarse” estudian profesiones, al margen de que no hayan
puestos de trabajo o que les falte capacidad o vocación para seguir
dichos estudios, fruto de esto tenemos los taxistas y oficinistas más
letrados del mundo, aunque sean malos o mediocres taxistas y
oficinistas y nunca en toda su vida ejerzan la actividad para la que se
prepararon, sociólogos, antropólogos, abogados, ingenieros, etc..
Esto es evidente y no se necesita ser muy perspicaz o inteligente
para notarlo, pero lo que había visto en Alemania y que creo se
puede lograr, es el orgullo con que la gente decía “soy mecánico” o
“soy cartero”, no como en nuestro Perú en que el enunciado sería
“soy ingeniero mecánico” o “soy especialista en manipulación y
entrega de documentos” aunque no lo fuesen. Nadie quiere ni acepta
que su hijo sea un profesional de mando medio y lo que proponía es
una campaña para que la gente tome conciencia de que no es malo ni
denigrante no ser un profesional y que cada quien debe estar
orgulloso de la actividad que desarrolla, con iniciativa, empuje,
conocimientos adecuados y honestidad. Como buen político dijo que
le parecía una idea magnífica, ordenó que sus asesores la anoten, me
dijo que me llamaría para que le aclarase algunos detalles y sigo
sentado esperando su llamada.
Aprovechando a mi compañero de El Peruano, publiqué en sus hojas
dos artículos, uno sobre Göethe y otro sobre Nietszche.
El curso es un excelente vínculo para que se conozcan civiles y
militares que de alguna manera tendrán responsabilidad en la
conducción del país. Se realizan viajes de estudios al interior y se
aprecia la realidad peruana, algo no tan novedoso para los del
ejército y la policía pero sí para los demás.
El doctor Fischer, reputado conciliador vino con su equipo de no sé
qué reputada universidad norteamericana, comenzó con su famosa
anécdota de cómo había decidido dedicarse a esa actividad; su tía
quería las tres únicas naranjas que había y su mamá también las
necesitaba; después que no lograron ponerse de acuerdo sobre quién
las llevaría, intervino él y ¡oh maravilla! obtuvo la información que
su tía sólo necesitaba las cáscaras de las naranjas para hacer
mermelada y su madre en cambio quería hacer jugo, satisfizo a las
dos y luego de ese éxito inicial no había parado de conciliar. Dijo
que actualmente estaba dedicado a solucionar problemas donde
hubiese caso de usurpación territorial y que la regla número uno era
no rechazar ninguna oferta, fuese del tipo y sobre el asunto que
fuere, su mensaje era claro, había que negociar con Ecuador y
cederle la mitad (o algo así) del territorio que pretendían.
Me había anotado en primer lugar para intervenir y estaba que
temblaba como un caballo en el partidor esperando el final de la
conferencia y la iniciación del turno de preguntas. Comencé
agradeciéndole su preocupación por nosotros, pobres y atrasados
indígenas, pero que me parecería más prudente, adecuado e
importante que se dedicase a asuntos más cercanos a él como la
reivindicación de los territorios robados a sus legítimos poseedores,
las tribus pieles rojas, a las cuales habían casi aniquilado y aún
ahora, siglo veinte, condenado a vivir en reservaciones (lo había
visto con mis ojos así que no podía decirme que no) y si después de
restituirles sus territorios, o parte de ellos, aún le quedasen tiempo y
ganas, podía dedicar su atención a estudiar la restitución que
merecía Méjico, dueño real de más de un tercio del territorio que
actualmente constituye los EEUU de NA, no hablé de Hawai por no
ser muy cargoso con el tema; agregué que nosotros, latinos,
lamentablemente teníamos el honor muy a flor de piel por lo que nos
era muy difícil aceptar su enunciado de considerar cualquier oferta,
por ejemplo a un norteamericano le ofrecían algo por tener
relaciones con su mujer y el resultado lo habíamos visto ya en una
película, el único problema era la cantidad a pagar en tanto que entre
nosotros probablemente se agarrarían a tiros o por lo menos a
puñetazos. Sabía que tampoco no era tan así y que hay algunos entre
nosotros que venderían hasta a su madre (claro, si alguien se
interesase aún por ellas) por un ascenso o por dinero pero creo que
la gran mayoría, ricos y pobres, no lo aceptarían.
Fischer casi colapsa y se produjo un desbarajuste pero se lo merecía,
no era posible que viniese a decirnos tantas tonterías.
Otra visita ingrata fue la de nuestro conocido, ahora coronel retirado
Al Zamora; era compañero de promoción del almirante director del
CAEN por lo que éste le permitía ganarse unos cobres con su charla
de desarrollo nacional. Lo malo es que comenzó hablando del
triángulo masónico, quejándose de su no ascenso y proclamando su
inocencia. Nunca mejor empleada la frase “se entregó”:
- Señores alumnos, porque siempre he sido un oficial digno y
honrado y si no es así que Dios derribe el techo sobre mí – e
hipócritamente levantaba los ojos al cielo
Sin pedir el uso de la palabra ni ningún tipo de permiso me levanté
súbitamente:
- Disculpe mi coronel pero voy a abandonar el aula porque si Dios
está atento y lo ha escuchado en este momento colapsa el edificio - y
salí rápidamente.
Escuchaba atrás mío las carcajadas que habían seguido a mi
declaración y yo también me iba riendo ante la concha del coronel.
Me dirigí a la cafetería.
Estaba saboreando mi café con una butifarra cuando ingresó el
almirante director, también en busca de un café:
- Hola ..... ¿No deberías estar en el aula?
- Señor almirante, disculpe usted, ha venido un señor que debía
hablar sobre desarrollo nacional pero se ha puesto a hablar de la
masonería y de su honradez y como lo conozco perfectamente y se
que debería por el contrario estar en una cárcel, no lo he soportado y
he salido del aula.
- Había escuchado algo pero ¿es tan así mi amigo?
- Tan así no señor, es peor, usted no tiene idea - le dije sonriendo.
- Bueno, provecho, tomemos nuestro café - parece que lo conocía lo
suficiente y no me pidió mayor información pero tampoco se
incomodó con lo que le dije.
El almirante era un fuera de serie, hacía lo mejor que podía con el
material humano que tenía, siempre estuvo en su sitio y las
decisiones que tomaba me parecieron siempre las más acertadas.
Al rato se produjo el receso y entraron mis compañeros, uno de
ellos, funcionario de la municipalidad de Lima se acercó y me
felicitó, Al Zamora los había estafado en unas obras que había
dirigido para ellos y le agradaba confirmar que no se habían
equivocado al echarlo del puesto.
Una de las mayores enseñanzas fue la importancia del “tan” y me la
reveló Alfredo Gram., el niño prodigio de la marina; efectivamente,
se puede ser inocente, pero no “tan” inocente, se puede ser corrupto
pero no “tan” corrupto y así por el estilo.
Mis amigos pensaban que era natural que fuese a la Escuela de
Ingeniería, por otra parte el general jefe de la Casa Militar me
preguntó si quería trabajar con él, lo cual me hubiese agradado
mucho porque era una persona muy inteligente, correcta y un buen
amigo pero sinceramente ser director de la escuela que lo formó a
uno es el sueño de cualquiera. También un familiar del Ministro de
Relaciones Exteriores entrante le había hablado a él de mí y me
preguntaron, oficiosamente, si deseaba ser su asesor militar. Años
después he reflexionado sobre mi respuesta pero creo que no me
equivoqué, la Escuela de Ingeniería fue mi reino donde fui el primer
servidor y me permitió hacer realidad muchos sueños que valieron la
pena, como verán enseguida. Mande contestar al señor ministro que
podía ayudarlo en lo que quisiera en mis ratos libres pero desde mi
puesto de director. No contestó.
Tratando de no exagerar ni un ápice diré simplemente que encontré
a la Escuela de Ingeniería con una infraestructura muy pobre y en
muy mal estado. El material para el curso de Anfibios también
estaba en esas condiciones. El presupuesto anual de funcionamiento
era de once mil soles (aproximadamente tres mil dólares) al año, lo
que significaba contar con doscientos cincuenta dólares mensuales
para pagar servicios públicos, tizas, plumones, papel, material de
informática, útiles de aseo, reparaciones, mantenimiento de una
camioneta pick up (único vehículo con que contaba la escuela) y en
fin todo lo que la escuela pudiese requerir. El pago a los profesores
era otro dinero que venía directamente con el nombre de cada
beneficiario y también recibíamos una pequeña dotación de
combustible que servía para la camioneta y para algunos camiones y
ómnibus que nos apoyaban para el desplazamiento a las playas con
los anfibios. La situación era ideal para alguien con un dedo de
frente, un dedo de coraje, libre de prejuicios y con cierta honradez.
Se despidió el anterior director, ahora general y en la tarde comencé
mi peregrinaje por las alcaldías. Cuando fui alumno en los diversos
cursos habíamos hecho hermosas obras, por ejemplo de subtenientes
diseñamos, calculamos, dibujamos y construimos un hermoso
camino en una playa desierta, que iba de un lado a otro de la misma,
nos hicieron ver algunos errores durante la construcción,
terminamos y luego desaparecimos el camino. Así había sido en
varias materias, luego en otras como pavimentación no se había
realizado la práctica respectiva, en topografía había un circuito para
hacer la poligonal, era igual todos los años e inclusive algunos
compraban de los alumnos salientes el legajo técnico para
simplemente copiarlo.
Mi tema con los diversos burgomaestres era simple, era fulano de
tal, director de la Escuela de Ingeniería del Ejército y, como parte de
mi programa de instrucción, podría hacer las prácticas de topografía,
caminos en sus diferentes modalidades y tipos, etc., en su
jurisdicción si es que ellos necesitaban esos trabajos, a condición
que pagasen los gastos que demandaba la práctica y un adicional
para mantenimiento de equipo. De inmediato la Municipalidad de
Chorrillos me contrató para hacer el levantamiento topográfico en
dos pueblos jóvenes y así otras municipalidades para otros trabajos.
Esto me permitió conocer algo más de nuestra sociedad, así
Chorrillos tenía a Pablito, alcalde honesto pero que en su afán de
hacer muchos trabajos con el dinero que tenía, sacrificaba calidad
por cantidad, con él me negué a asfaltar porque quería una capa muy
delgada lo que motivaría un deterioro prematuro; en otro municipio,
no se si el alcalde pionero de la ley seca era tan tonto, su gente de
confianza tan avezada o estaban todos coludidos pero por el metro
de vereda que me salía a trece soles y por el cual, con los costos de
mantenimiento me salían pagando catorce o quince, se pagaban ellos
treinta y quisieron hacer un convenio pagándome dieciocho a
condición que facturase por los treinta. Jesús María con Paquita
honestos pero durísimos para pagar. Las palmas se las lleva Dargent
de Surco, honesto, nunca sugirió nada incorrecto, exigió siempre la
máxima calidad y aún hoy me llena de orgullo cuando camino, ocho
años después, por las calles que hice y están perfectas.
Para los que crean que tenía autorización expresa de Nicolás o que la
solicité a mi superior directo, NO FUE ASI, me presenté al jefe del
Complejo Académico y le di parte que la práctica de topografía la
realizarían en el cerro tal y cual, me miró sorprendido cómo
preguntándose si yo, de tan idiota, era un nuevo Pedro; me dijo que
no necesitaba ir a verlo para cosas tan nimias y que dónde hiciese
mis prácticas era mi problema. Si hubiese pedido autorización se
habría conformado un equipo, probablemente al mando del general
inspector del Complejo para ver los pro y contras de lo solicitado,
probablemente no me la habrían concedido o si ellos la concedían se
hubiese elevado esa autorización a consulta del comando del ejército
e igualmente era mayor la probabilidad del no y en caso de ser
positiva la respuesta, con absoluta seguridad que no la obtenía antes
de ocho o diez meses, quizás cuando ya estuviese dejando la
dirección de la escuela.
A la semana de ocupado el puesto me llamaron a la importante
reunión para ver los festejos del arma de ingeniería. No lo digo
irónicamente, piensen ustedes que estamos hablando de
profesionales que, después de postular a la Escuela Militar rindiendo
pruebas de conocimientos similares a las de cualquier universidad y
cumpliendo exigencias físicas que no se necesitan en otros centros,
estudiar cinco años en una especie de reclusión y ser enviados a
trabajar donde el instituto lo requiera, reciben de sueldo menos de
doscientos dólares mensuales. Una de las pocas diversiones que
tienen es la celebración del día de su especialidad donde además de
practicar deportes, comen, beben y bailan de gracia. A esta reunión
de generales, presidida por el más antiguo, el general Fernández,
acudían sólo dos coroneles, el director de la escuela y el jefe del
personal de ingeniería; luego que hablaron lo que tenían que hablar,
sugerí que en vez de contratar una orquesta, la reunión central se
hiciese con un equipo de sonido prestado por cualquiera y ese dinero
se dedicase a mejorar la infraestructura de nuestra escuela.
Fernández, venenosamente trató de hacerme caer en desgracia con
los anteriores directores, todos ellos generales, felizmente Coco lo
aclaró “es cierto mi general, la escuela está mal y el presupuesto que
tiene es muy pobre por no decir miserable para un centro de
enseñanza que tiene cuando menos cuatro cursos al año”. Se decidió
que los tres generales que habían sido directores y Fernández, que
había sido subdirector, me visitarían el lunes.
La escasez de recursos en el Ejército había creado una norma,
cuando uno no podía solucionar algo, como era aparentemente el
caso de la escuela, el oficial a cargo del problema, si era
responsable, hacía el requerimiento al escalón superior, si era muy
responsable, reiteraba el requerimiento y si era ya el summum de la
responsabilidad, reiteraba tres, cuatro o más veces y así constaba en
los informes luego de una inspección “oficial altamente responsable,
al escapar el problema de su alcance, hizo la gestión respectiva,
reiterándola hasta en siete oportunidades”. No imaginaban encontrar
lo que encontraron, entre otras cosas en el baño de damas había un
gran cilindro con un balde ya que la tubería estaba inservible por el
uso hacía más de cinco años, el costo del cambio de la misma y
cambio de accesorios, etc. era más de dos mil dólares, la sala de
cómputo contaba con cuatro máquinas obsoletas para atender a
cursos que tenían de quince a treinta alumnos y así casi ad infinitum.
En honor a la verdad se preocuparon mucho, tanto que Fernández
me pidió hiciese un presupuesto integral; felizmente mi antecesor
había sido un hombre muy dedicado y había no sólo confeccionado
lo solicitado, que implicaba casi trescientos mil dólares, sino todo
tipo de presupuestos incluyendo el de lo “Mínimo indispensable
para poder mejorar significativamente la instrucción y
entrenamiento”, que significaba ciento setenticinco mil dólares.
Fernández muy suelto de huesos me dijo que me ciñera a ese
reduciendo algunas metas, que comprometiese mi crédito hasta por
ciento cincuenta mil que él gestionaría y obtendría del comando, de
una colecta entre los miembros del arma o sabe dios de dónde y que
empezase los trabajos y adquisiciones. Si le hubiese hecho caso y no
empleado mi iniciativa propia, estaría preso por deudas.
Fui a ver a mi jefe y le dije que para la ceremonia central por el día
de ingeniería inauguraría una serie de obras, el baño de damas
totalmente nuevo, el centro de cómputo, etc. No le gustó del todo:
- Vamos a ver tu escuela - él la había visitado, al igual que todo el
Complejo, al asumir el comando, era un jinete inteligente y de buena
memoria por lo que tenía clara la situación en que había estado. No
pudo ocultar su admiración ni su fastidio: - así que fuiste a pedirle a
papá Nicolás los recursos, ¿por qué no me diste parte? – me
preguntó.
- Mi general, no le pedí nada a nadie, yo he financiado todo.
- Entonces eres mago - ya había cambiado para positivo su rostro y
su tono. Denotaba gran curiosidad.
- Más o menos, el baño son las prácticas de topografía, el centro de
cómputo las prácticas de pavimentos rígidos; los expedientes
técnicos y la parte contable han sido entregadas para su revisión al
estado mayor - le contesté triunfante. Efectivamente, los alcaldes
habían colaborado con la Escuela, en retribución por los trabajos.
La luz se hizo en su rostro, como dije era inteligente así que no
necesitó más, su expresión final fue “¡qué zamarro!”.
Al ver mi obra Hermoza me obsequió seis computadoras de última
generación para completar las dieciocho que tenía mi centro de
cómputo. Las antiguas pasaron a oficinas.
También intervine en una pequeñez pero que para mí tenía un gran
significado. En las unidades militares de toda índole, normalmente
se obsequiaba como recuerdo de visitas o ceremonias el “chopp”
típicamente alemán o por lo menos europeo. Siempre pensé que lo
justo para un país tan rico en historia y en símbolos como el nuestro,
sería utilizarlos; al fin y al cabo teníamos más de mil quinientos años
de vida propia independiente antes de que nos conquistaran los
europeos, nos subyugaran durante trescientos años y luego
quedáramos “independientes”; si comparamos con la situación de
España, estuvo ocupada por los musulmanes durante ochocientos
años pero no se les ocurriría presentar como símbolo de su país algo
morisco. Mandé confeccionar los antiguos vasos ceremoniales
incaicos, keros, en cobre bañado en plata para los generales y en
cerámica para los demás, se brindó en ellos y luego cada uno se
retiró con su obsequio.
Miembros del MRTA habían tomado la Embajada Japonesa, llena de
invitados, durante una recepción por su día nacional. Luego de
varios meses, en abril de ese año, en una operación brillante,
comandos de las fuerzas armadas peruanas la retomaron, al costo de
dos oficiales muertos. El doctor aprovechó de la operación para
encumbrar, con ascensos indiscriminados, a su gente, lo que no se
había hecho con el personal que combatió en la selva, en el conflicto
con Ecuador. Había oficiales que acababan de ascender y otros que
participaron sólo en el planeamiento o en la parte logística pero
igual, todos fueron promovidos.
En dos años dejé otra escuela, además de trabajos que se hicieron en
el Complejo Académico, construí almacenes, un Aula Magna, pistas,
se dotó a la Escuela de un ómnibus para dieciocho pasajeros (el
curso de hombres rana nunca tenía más de quince o dieciséis
alumnos), se reparó todo el equipo de anfibios, etc., etc., todo esto
sin ningún costo para el instituto. Muy temprano hacíamos una
gimnasia fuerte y una carrera de cuatro kilómetros (diez los fines de
semana), mi hermano enseñaba, ad honorem, filosofía (lógica y ética
básicamente), conseguí los mejores profesores de Lima, Ortecho mi
viejo profesor de arquitectura, varias veces Decano de su facultad,
aceptó venir a enseñar su asignatura por una retribución que, para su
calidad, experiencia y renombre, era una cantidad casi simbólica;
mis oficiales de la planta orgánica trabajaron duro y lo que pude
darles en retribución siempre fue muy poco para su labor y
resultados. No pude concluir un proyecto para aparatos de
purificación de agua de bajo costo y tecnología simple que inicié por
convenio verbal con la Universidad de Ingeniería ni otro similar para
utilización de la energía eólica en el interior del país, no había tenido
dinero y cuando lo tuve, luego de cumplir mis metas físicas
mínimas, me ganó el tiempo. La gente me reclamaba cuándo iba a
arreglar mi oficina y alojamiento, lo hice poco antes de dejar la
escuela, esa era mi óptica de prioridades.
Casi al terminar el segundo año de mi comando en la escuela,
presenté, en la piscina, una demostración de lo que podía hacer en el
agua el personal que había preparado, nadaron atados de pies y
manos, bucearon con ropa de combate y armamento, etc. En las
palabras de agradecimiento a Hermoza, desarrollé otra de las ideas
de mi padre: había que “ocuparse” y no que “preocuparse” de las
cosas. Desarrollo la idea: el padre se preocupa porque su hijo está
mal en el colegio, pero no se ocupa de enseñarle, ponerlo en una
academia o buscar alguien que le enseñe y así por el estilo; Hermoza
por el contrario no se había preocupado por los anfibios sino que se
había ocupado y en base a mi requerimiento nos había equipado con
lo último en tecnología, lo que unido a lo reparado y adquirido por la
misma Escuela, dejaba al Curso de Hombres rana en una situación
excelente.
En vista de lo bien que me iba, Hermoza me pidió lo ayudase, no
tenía presupuesto suficiente para terminar unos departamentos para
suboficiales, me entregó el poco dinero con que contaba y me
autorizó a emplear la carpintería del complejo académico. Encontré
ahí una mañana muy temprano a Wong; al hacerle una broma sobre
cómo alguien con tanto dinero empleaba todavía carpinteros del
ejército, me contestó que no eran sus muebles sino del doctor
(montesinos) lo que por supuesto motivó mayor chacota de parte
mía. Esta vez dejé de lado un poco la austeridad y puse a los baños
de las casas de los suboficiales unos elegantes sanitarios negros y
mayólica de primera, imitación mármol. Debo reconocer que las
partes de madera no quedaron como hubiese querido.
En la reunión social por el día del arma en mi segundo año de
comando noté que cada vez que veía que, casualmente, me acercaba
a su mesa, Fernández, ahora en retiro, desaparecía de la misma; el
año anterior luego de ofrecer los ciento cincuenta mil dólares, bajó a
cien, cincuenta y finalmente me dijo que me daría veinticinco mil así
fuesen de sus ahorros o indemnización de retiro (que dicho sea de
paso no llega a esa cantidad ni siquiera para un general de tres
estrellas como él). Finalmente y realmente sin querer nos
encontramos frente a frente, teniendo por espectadores a la gente,
oficiales y señoras de su promoción, que llenaba su mesa:
- Hola flaco, ¿recibiste los veinticinco mil dólares, no? – dijo en voz
alta, probablemente para que lo escuchasen.
- Mi general, no me haga pensar que me cree idiota o que usted se
volvió uno. Sabe perfectamente que nunca dio nada para la escuela.
Mejor deje las cosas ahí ¿o quiere que abramos una investigación?
La bandera peruana era menos roja que su rostro, todavía trató de
balbucear algo:
- Yo pensé que ...
- Hasta luego mi general, disfrute de la reunión.
Esa era la gente que había encumbrado el Padrino.
A fines de ese año, Hermoza, para no quedarse atrás del doctor,
ascendió a Renzo aún cuando todavía no nos correspondía
legalmente la promoción. Pensé quedarme un tercer año de director
pero Renzo estaba atento y vigilante, me envió a Brasil de Agregado
Militar.
El país está hecho un desbarajuste, lo anunciado por el presidente se
ve aún lejano, el doctor se ha fugado a Panamá y el Estado Peruano
ha solicitado asilo para él, una situación totalmente atípica; García
amenaza volver al país, todos quieren ser candidatos, los jefes de los
institutos armados, el órgano electoral y la fiscalía, se niegan a
renunciar. No se ve claro qué está pasando, por otra parte de fuentes
que considero fidedignas he recibido la versión que el presidente
hizo el anuncio sólo porque le comunicaron que el doctor había
coordinado con las fuerzas armadas y la policía para que lo tomen
preso y lo presenten al público y a la prensa como el gran culpable
de todo, los demás serían sus pobres víctimas que cumplieron sus
órdenes; el director de la policía se habría negado y despachado un
oficial a que le dé aviso, el presidente reunió rápidamente a los
medios de comunicación y les ganó por puesta de mano.
Antes me había agradado sobremanera ir al extranjero a trabajar o a
estudiar, siempre con toda la familia, ahora no me sentía muy
cómodo, la nueva función era un ocio total, recepciones, un informe
quincenal y punto. Dado que no normalmente no bebo alcohol, no
fumo, me molesta que fumen cerca y prefiero estar solo a conversar
insulsamente con desconocidos se imaginarán que no fue el paraíso.
Agreguen a eso que por mi situación y los estudios de los chicos en
la universidad se quedaron y ¡felizmente! me pude ir con el menor.
Que me perdonen los brasileños pero Brasilia es para una semana o
para personas totalmente tranquilas. Me quedaría con gusto a vivir
en Brasil pero en Río de Janeiro, más exactamente en el Morro de
Urca, o en Belo Horizonte en cualquier barrio. Conocimos esas
ciudades y Ouro Preto, bellísima ciudad colonial, que, si bien no
igual, tiene un aire al Cuzco.
Al comienzo de mi diplomática función fui víctima, como todos los
agregados militares de acuerdo a lo conversado con ellos, del
“síndrome del trabajo”. Efectivamente, al margen del puesto, todo
militar se levanta muy temprano, se acuesta muy tarde y siente una
gran responsabilidad por su trabajo (en muchos casos innecesaria
por lo rutinario y sin sentido de este). En mi caso particular venía de
una rutina de pasar lista a las seis, entrenamiento físico hasta las
siete y treinta, coordinaciones o supervisión hasta las diecinueve. La
embajada comenzaba sus labores a las nueve y los agregados
militares “trabajábamos” a voluntad hasta las trece. Pero en realidad,
la labor de oficina, mínima, la realizaban los suboficiales y toda
nuestra tarea se reducía a corregir un par de informes, una visita de
vez en cuando al oficial de enlace brasileño y acudir a las
innumerables recepciones, muchas veces dos en un día.
Traté de hacer algo diferente y a solicitud y consejo del embajador
escribí un par de artículos pensando publicarlos en algún diario pero
cuando solicité el permiso respectivo a mi ejército, alguien mal
aconsejó a Hermoza y este me fue denegado, con la justificación
ridícula que Ecuador podía ver en esto un acercamiento con Brasil
que era país garante; terminó así antes de iniciarse lo que pensé sería
una actividad simpática. Me dediqué a leer la colección de premios
Nobel que constituía la mayor parte de la biblioteca de la embajada.
Cuando esta se agotó leí el resto de obras y todo esto me dio un buen
manejo del portugués; luego me ofrecí a ordenar y catalogar la
biblioteca pero parece que nadie estaba interesado en que esta labor
se realizase, quizás porque el local era utilizado con propósitos
múltiples, desde depósito de maletas de visitantes hasta salón de
clases, pasando por depósito de pinturas, salón de té, etc.
Mi mejor recuerdo de Brasil son las amistades, sobre todo el doctor
Pereira, cardiólogo de fama, médico de cabecera del presidente
Medicis durante todo su mandato, al margen de todo ese renombre,
una persona de una calidad increíble, culto, caballero, me enseñó
mucho del idioma y la cultura de ese país; viudo, vive con sus dos
hijos y a veces también con su suegra, siempre los visitábamos con
mi hijo, nos hacían sentir en familia, como si nos hubiésemos
conocido muchos años; los agregados militares ruso, sudafricano,
israelita, alemán, inglés, boliviano y otros, con sus familias, también
contribuyeron a hacernos sobrellevar la “saudade”. Del personal de
la embajada peruana, trabé particular amistad con el segundo, Tato y
la tercera, Tuca Massana, excelente profesional. También mis
vecinos del edificio donde vivía, fueron gente de primera, amable y
presta a acudir al primer requerimiento.
A mediados de mi primer año como agregado me llegó la noticia,
Hermoza había dejado el comando, entraba Salcedo, la verdad que
ni en lo personal ni en lo institucional me parecía un cambio
importante. En lo institucional, Hermoza ya había dejado de ver y
oír y sólo era un instrumento en manos de Renzo y compañía,
Saucedo el entrante no era particularmente bueno o malo, pero yo
sabía que entraba únicamente porque el doctor lo tenía en sus manos
con una cinta de video donde aparecía seduciendo a la señora de un
mayor que había acudido a pedirle audiencia agobiada por la
necesidad; a lo largo de los dos gobiernos de Fujimori lo movieron
como un títere sin ninguna explicación y probablemente ni siquiera
su consentimiento, de Ministro del Interior a Defensa, luego
comandante general, nuevamente Interior, etc. El precio del delito
encubierto y el miedo a la vergüenza pública.
En lo personal, había hecho méritos más que suficientes para ser
promovido, tenía los primeros puestos, año y medio peleando contra
la subversión, mi puesto de logístico en la guerra convencional, los
idiomas, la labor desarrollada toda mi vida, no había alguien con un
curriculum equiparable pero también estaba seguro que a esas
alturas ya Renzo habría envenenado a Hermoza contra mí o por lo
menos convencido de que debía ó podía esperar un año; Saucedo me
debía un gran favor que le había hecho, aunque también era posible
que lo hubiese olvidado o creyese que mereció la ayuda sólo por ser
general. Huamán me envió un mensaje diciendo que no ascendería
pero que como era tan bueno tampoco me pasarían al retiro.
No esperaba ascender y no ascendí, entró Wong y otro cuervo, me
dejaron otro año de agregado.
Esos años fueron las negociaciones para la solución del problema
limítrofe pero nosotros, los agregados, estábamos al margen, recién
para la firma del tratado nos hicieron ayudar con la atención a los
más de doscientos invitados que llevó Fujimori.
En julio viaje a Lima a morir otro poco. Estábamos separados pero
Delia seguía unida afectivamente a mí y yo a ella, era mi hija, ni
siquiera la mayor sino la menor. El hospital militar la trató tres
meses de piedras en el riñón, algo sin mayor gravedad, luego dos
meses más de posible tuberculosis al riñón y murió de cáncer
generalizado iniciado hacía cinco o seis meses.
Como que perdí la brújula y el impulso por un buen tiempo, aún
ahora sólo la presencia de mis hijos me permite vivir. Ese año
sacaron a Saucedo del cargo y entró Pepe Villanueva de comandante
general del ejército; se me cayó su figura cuando pregunté por un
par que merecían la baja antes que el ascenso y la respuesta unánime
fue que ascendieron a generales sólo porque eran sus compañeros de
farra; ambos, en diversas épocas, habían sido sus proveedores de
mujeres.
Llegué de Brasil y encontré mi ejército en el suelo, no digo que
antes haya sido un ejemplo de limpieza y probidad, he narrado
hechos que no muestran eso pero si ustedes han leído atentamente,
generalmente triunfaba el bien, aunque de vez en cuando los dioses
del mal prevalecían. Ahora reinaba un ambiente de zozobra, todo el
mundo cuidándose de los demás, habían sacado del ejército al
coronel y luego general victorioso y nadie había dicho nada, ni
siquiera el presidente que había salido con él en televisión
felicitándolo por el triunfo. Igual habían procedido con un sinfín de
oficiales.
Hermoza había sido el elemento que contenía al doctor en el
ejército, sabía que este acostumbraba llamar a ministros y otras
personalidades, entre ellos los comandantes generales, al SIN; los
hacía hacer antesala tres, cuatro ó más horas, sin motivo, por el puro
gusto de sentir su poder sobre ellos y a veces los recibía y otras no.
Hermoza nunca se dejó maltratar así. Recién al llegar a Lima y
conversar con la gente que había estado cerca aprecié la magnitud de
la traición, le montaron una trampa en la que participaron cinco o
seis Judas, entre ellos y principalmente uno de sus hijos predilectos,
Saucedo, sin duda movido por el miedo al video ya mencionado,
pero Judas igual. Para redondear la faena y humillarlo aún más lo
invitaron a una ceremonia para despedirse de la bandera y sólo le
formaron treinta hombres ¡al Comandante General saliente!. Al
término de la misma, cuando se acercaba a departir con el grupo del
presidente y el doctor, estos dieron media vuelta, entraron a palacio
y lo dejaron en ridículo.
Estaba cambiado a Iquitos, a un lugar y un puesto donde no pudiese
crear problemas; Chacón había tratado de ayudarme con
desesperación y probablemente a él le deba el estar aún en la
institución; estos son días de incertidumbre, por lo pronto sigue en el
poder la cúpula puesta por montesinos, Huamán continúa manejando
el SIN, persiste la malacrianza y cinismo de muchos congresistas del
oficialismo. Veremos que nos depara aún el destino. En cualquier
caso traté de hacer lo que debía lo mejor posible. Se me acercan (con
miedo pero igual vienen) muchos oficiales que fueron mis alumnos
en las diversas escuelas o grupos de estudio, trato de explicarles lo
que pasa sin dejar mal parado al instituto y sin hablar mal de su
comando lo cual es muy difícil dada la evidencia de los hechos.
EPÍLOGO

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