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Recuerda que, a fin de cuentas, es sólo una novela. Claro que no hay
nada más terrible que la conciencia. Finalmente como habrás
observado al adquirir el libro, quedamos en que el tiempo aquel fue
de los cuervos y ya verás el por qué.
CAPITULO I
Cuatro años encerrado.- Curación increíble (el desengaño).-
Huamán.- La Zona del Canal.- El Consejo de Honor.
Era gordo, tenía quince años y cursaba el último año de educación secundaria cuando
decidí ser militar. A lo anterior hay que agregar que aparte de nadar largas distancias a no
mucha velocidad (lo que después descubrí formaba músculos sólo para nadar largas
distancias a baja velocidad), el único deporte que practicaba con relativo éxito era el
ajedrez, que era hábil en matemáticas y que mi madre quería de sus tres hijos un médico,
un abogado y un ingeniero. Dado que mi hermano ya era abogado (aunque no ejerciese
ni nunca ejerció y estoy seguro tampoco nunca ejercerá) y mi hermana estaba en el
tercero de los nueve años de su carrera médica, quedábamos hermanados la ingeniería y
yo. Es más, estaba por todos aceptado que en enero ingresaría a la Universidad Nacional
de Ingeniería, una de las más reputadas del país junto con la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos, la más antigua de América y a la que pertenecían mis dos hermanos, uno
ya como profesor.
No me atraían ni la violencia ni los alamares de los uniformes. Había quedado prendado
de la vida militar de manera sutil, un poco como el hidalgo de la Mancha con la caballería,
a través de múltiples lecturas de las cuales particularmente la defensa del Alcázar de
Toledo y el magnifico coronel Moscardó, los samurais y los soldados alemanes de la
segunda guerra mundial, llenos de honor y lealtad, posteriormente calumniados,
torturados y muchas veces asesinados por los vencedores.
Cuando comuniqué lo que pensaba a mi padre, su respuesta fue clara "ni cura ni militar,
serás siempre un esclavo; pero es tu decisión"; mi madre se consoló y me dijo "no es tan
malo después de todo, peor sería que te volvieses drogadicto, homosexual o alcohólico";
sólo mis hermanos me apoyaron, eran jóvenes como yo. Ahora creo que mis padres no
estaban del todo errados.
El siete de marzo del sesentiocho crucé las puertas de la Escuela Militar en compañía de
otros doscientos cuarentinueve afortunados con los que compartía la satisfacción de
formar la promoción que después recibió el nombre de Tricentenario de la Independencia
Nacional. No sé lo que pensaban los otros, yo era el hombre más feliz del mundo por
haber logrado mi objetivo.
Con el tiempo descubrí que una gran parte postuló a la Escuela
Militar simplemente porque sus padres no tenían dinero para
mantenerlos y mucho menos para pagar sus estudios (en esa época el
ingreso y la manutención en la Escuela eran totalmente gratuitos),
otra parte ingresó por el prestigio y el "jale" con las chicas que tenía
el uniforme (dígase lo que se diga la parte primitiva de la mujer
clama por ser subyugada por el “macho” y psicológicamente el
uniforme es fuerza), otros obligados a fin de "regenerarlos"
salvándolos de las drogas y/o el licor y las malas compañías,
quedando algunos (siempre hay excepciones) con vocación.
Entre los que no habían tenido éxito en el ingreso (algo interesante
que le debo a Alemania es el haber clarificado en mí este concepto,
en nuestros subdesarrollados países deseamos "buena suerte" a quien
va a dar una prueba y decimos "¡qué mala suerte!" a quien
desaprueba un examen cuando en realidad la suerte no tiene nada
que ver ahí - claro, existe la "suerte" de que nos pregunten
exactamente lo que sabemos o la "mala suerte" del caso contrario -
si no la calidad de nuestra preparación que nos permite, o no, el
éxito) había una clase especial, los diez o doce que quedaban
inmediatamente después de la lista de ingresados, a quienes la
Escuela enviaba una nota indicando que no perdiesen las esperanzas
y se mantuviesen alertas ante la eventualidad de que algún nuevo
cadete renunciase por sentir muy dura la vida militar o que el nuevo
cadete no satisficiese las expectativas de la Escuela por lo que sería
separado. Recibían el nombre de "cuervos" ya que estaban atentos a
la caída de alguien para sacarle los ojos. Hubo tres o cuatro cuervos
en nuestra promoción de los cuales tres ocupan los lugares más
destacados en la jerarquía militar, un par de ellos a pesar de, o
quizás gracias a, realmente serlo, lo que demuestra que el sistema de
ingreso no era el más adecuado, o una inmensa superación personal
o que, como lo mencioné en mis palabras previas, estamos en un
"tiempo de cuervos".
Ningún cadete ha sentido más los rigores del primer año de la vida
militar. Me dolían todos los músculos, incluso muchos que no tenía
la menor idea que existían. Tienen que pensar que si bien el ejercicio
físico era severo pero soportable para todos, en mi caso sufría las
consecuencias de dieciséis años vividos sólo con entrenamiento
mental y con un abandono total del desarrollo físico. Ni siquiera la
noche me traía un alivio total ya que innumerables veces me
desperté con calambres en brazos, piernas o abdomen.
Hijo menor y casi puedo decir sobrino menor de mi generación,
engreído por mis padres, hermanos, tíos, profesores (mis únicos
problemas siempre fueron con los de Educación Física),
acostumbrado a comer lo que quería en las cantidades que deseaba,
el hambre, la sed, el frío, el calor y el cansancio fueron compañeros
intermitentes durante mi primer año de cadete.
También en ese año decidí no seguir siendo gordo ya que encontré
que eso era incompatible con la profesión militar y extendí mi
tormento a sábados y domingos que, utilizados por los demás
cadetes para el descanso, constituían para mi una oportunidad más
de ir completando mi formación física.
Mención aparte para Pelayo, compañero de cuarto sin el cual creo no
hubiese sobrevivido al primer año ya que a mi incapacidad física se
sumaba mi desconocimiento total de cosas tan simples como barrer,
coser, lavar, planchar, tender camas, etc. y que ignoraba eran de
importancia fundamental para la vida en la Escuela. Éste, de una
excelente familia, me enseñó muchas cosas aparte de ayudarme e
infundirme moral. A lo largo de mi historia aparecerán parientes
suyos que, invariablemente, me ayudaron también o, por lo menos,
trataron de hacerlo.
Es tradición en la Escuela que a manera de castigo o como diversión
para los superiores la promoción de primer año corra en grupo y
luego de la carrera existen varias modalidades: la mitad más lenta
vuelve a correr y así sucesivamente hasta que queda un pequeño
grupo o simplemente se toman los diez, nueve, seis o tres últimos y
este último grupo es beneficiado con una serie más o menos larga -
de acuerdo al tiempo disponible y/o al humor del superior a cargo -
de ejercicios físicos.
Los tres primeros meses la pregunta sobre los tres últimos se reducía
a quienes eran los otros dos, los tres meses siguientes pasé a integrar
la lista de los seis últimos, el resto del año estuve en los diez más
lentos. Pese a esa desventaja terrible (la nota de esfuerzo físico
constituía el treinta por ciento de la evaluación final) terminé primer
año en el primer puesto de mi sección (eran siete secciones) y uno
de los primeros en el cómputo general. Fue un resultado inesperado,
lo único que yo había tratado todo el tiempo era de que no me
expulsen de la Escuela, mi rendimiento había sido muy inferior al
que tuve en Primaria o Secundaria y además en la Promoción había
no menos de una docena de números uno de los diversos colegios de
Lima y otra docena de primeros puestos de colegios de provincias.
Quisiera presentar aquí al famoso Huamán, era un "cholo" como yo
y la mayoría de nosotros ya que si bien hay muchos con complejo de
"blancos", una abrumadora mayoría de peruanos somos mestizos de
las más diversas mezclas: indio con blanco, blanco con negro, negro
con indio, chino con indio y así ad infinitum, normalmente todos
fruto de más de dos razas. Era un tipo inteligente, ambicioso, que
siempre estaba preocupado por su ubicación en el Cuadro de
Méritos. Como ya lo dije, en lo inmediato yo estaba preocupado por
sobrevivir y a largo plazo por ser un buen militar. Es lugar común
decir que uno ingresa al ejercito para ser General; no es que las uvas
estén verdes, reconozco que mucho me hubiese gustado serlo, pero
no pensé en ello sino treinta años después de haber ingresado a la
milicia y además sólo como una situación de derecho por méritos
propios y sobre todo por lo realizado en pro del instituto; ahora estoy
seguro que gran número de mis compañeros si era consciente de ese
deseo desde el inicio, entre ellos Huamán.
Había ingresado unos cuantos puestos delante de él, era lo que en
nuestro argot militar se llama "más antiguo". Al pasar a segundo
año, él había mejorado un montón, pero yo también, por lo que
seguía siendo más antiguo. Ambos tenemos ojos verdes por lo que
alguna vez me dijo "mira estos, no son como nosotros" a lo que (en
tono de broma) contesté (por supuesto que totalmente en broma) "sí
pero yo no me apellido Huamán" (apellido totalmente indígena).
Nunca imagine el trauma que estas cosas le causarían ni como me lo
cobraría muchos años después.
En la promoción había dos venezolanos y cinco panameños, que
luego de terminar su formación irían a servir a sus respectivos
ejércitos. Los venezolanos, uno bien blanco y el otro bien negro,
eran disciplinados, trabajadores, hábiles intelectualmente y uno de
ellos, el negro, además, un verdadero artista de la guitarra y el canto.
Se suicidó en tercer año, después de un accidente en moto, al parecer
por haber quedado dañado por el golpe y perdido la capacidad
necesaria para poder estudiar y estar en el nivel que consideraba
adecuado. Los panameños eran buenos, particularmente uno de
ellos, Hernández Canto, pero un poco indisciplinados la mayoría.
Mención aparte merecen nuestros instructores, tuvimos la suerte
inmensa de tener un capitán y seis excelentes tenientes de
formadores. Como ya lo dije eran siete secciones y nunca supe si la
tercera sección era tan terrible que anuló a su teniente o si éste era
simplemente mediocre (quizás por eso llegó a general).
Al terminar el año académico se produjo una situación sui generis,
los desaprobados en algunos cursos se quedaban a estudiar dos
semanas para luego dar los respectivos exámenes de cargo, los
aprobados con notas mediocres quedaban libres y aquellos con notas
consideradas altas quedaban a enseñar a los desaprobados; en
nuestros ratos libres plantábamos árboles alrededor de toda la
Escuela. Bendita mediocridad a la que lamentablemente nunca pude
adherirme.
Aparte de mi problema con el esfuerzo físico, tenía un terrible
desconcierto con mi sistema de valores. Venía de una familia donde
la palabra, la lealtad, la decencia y, en general, esa gama de virtudes
de los hogares de clase media bien constituidos estaba en toda
vigencia, a lo que se sumaba la idealización que había hecho de la
institución a la que pertenecía y todo esto chocaba con la realidad
que me rodeaba. No es que la situación fuera catastrófica, creía y
sigo creyendo que la moral y los valores en nuestros institutos
armados son más estrictos y respetados que en la vida civil pero
distan mucho de ser lo que se pretende o lo que deberían ser; por
ejemplo uno de mis problemas era explicar a mi Jefe de Mesa
(comíamos en mesas de a diez, mezclados cadetes de los cuatro
años, el más antiguo de los cuales, siempre de cuarto año, era el jefe)
por qué aceptaba de buen grado que me dejasen sin comer para
formarme y enseñarme a controlar mi hambre pero no que lo
hiciesen simplemente para satisfacer la gula de los cadetes de cuarto
año y que estos consumiesen mi ración cuando la comida era
particularmente agradable - muy excepcionalmente por cierto -.
Iniciaba mi segundo año con grandes expectativas: ocupando un
buen lugar en la Promoción, con un estado físico bastante decente,
con amigos en todos los años y, si no con el cariño general, por lo
menos respetado por propios y extraños. Tuvo lugar un evento que
marcaría toda mi vida futura, la elección de especialidad. Mi duda
estaba entre infantería e ingeniería; la primera porque, no necesito
explicarlo, es la reina de las batallas, el ejército en sí. La segunda
constituía la élite intelectual de la institución, a lo que se sumaba el
deseo materno, opté por ella en lo que, siempre he hallado, fue una
buena elección.
Decidí irme una semana de vacaciones a Chepén con mi amigo el
cadete de tercer año Luis Barba con quien solíamos tocar guitarra a
dúo en nuestros ratos libres. El idílico pueblo norteño me acogió
muy bien (bueno, era un feudo familiar, al llegar a la plaza me
sorprendí de los letreros: Hotel Barba, Farmacia Barba, Tienda de
abarrotes Barba y a mi lado el sonriente Lucho Barba) pero también
fue testigo del inicio de un terrible problema ya que ahí se
desencadenó la enfermedad que me tuvo en el hospital ciento diez
días, casi causa mi baja del ejercito, motivó la perdida de todas mis
prendas (las robaron mientras no estaba y lo que no robaron fue
internado al almacén de prendas inservibles dado que se presumía
que no volvería a la Escuela) y por último la desesperación de mi
situación y mi descuido hicieron que por primera vez en mi vida se
me picara un diente (de hecho en ese tiempo se me picaron todos los
dientes).
Se presentaron los síntomas de lo que se halló era una colitis
ulcerativa, enfermedad no muy conocida en el país, en la lista de
motivos ineludibles de baja, inhabilitante para todo servicio militar,
incurable y que más tarde o mas temprano (en mi caso en forma casi
inmediata) me conduciría a una operación por la cual debería andar
con una bolsa exterior de excrementos a la altura de la cintura. Me
salvó sólo mi negativa a someterme a la misma y entré en una
cadena sin solución, no podían darme de alta del hospital y de baja
del ejército mientras no estuviese curado, mi enfermedad era
incurable y me condenaba a estar siempre dependiente de un
fármaco, Azulphidine (además de la operación) y como me negaba a
operarme detenía toda la cadena. En una muestra suprema de
camaradería y espíritu de cuerpo el Mayor Jefe del Batallón de
Cadetes, un tal Monsón Yepez, me visitaba casi diariamente en las
noches para preguntarme qué esperaba para largarme y dejar de
ocasionarle gastos a la Escuela, decirme que era un pobre enfermo,
etc.. No puedo negar que me alegré sobremanera cuando, años
después, estando él ya de comandante, lo encontraron en una
situación impropia con una secretaria en un vehículo y le dieron de
baja.
Mi padre recibió la noticia, triste por la parte de la operación y
contento por que ya me veía estudiando para una profesión civil; mi
madre sí quedó golpeada, tanto por cómo quedaría como por el
hecho de tener que dejar la Escuela ya que ella piensa que uno debe
terminar lo que empieza. Mis hermanos movieron cielo y tierra
tratando de salvarme (no es nada grato ser expulsado de un instituto
por enfermo con el agravante de quedar casi inválido y condenado a
apestar permanentemente y todo esto a los diecisiete años), cada
sábado luego de la visita médica me raptaban del hospital e íbamos a
ver a algún gastroenterólogo de fama, facilitado esto por ser mi
hermana una futura colega. La respuesta era siempre la misma: "es
claro, es una colitis ulcerativa, el tratamiento también es definido y
único, cuchillo y Azulphidine".
Un sábado mi hermana Mireya llegó radiante, había pensado bien y
tenía la solución. No sé por qué, también sentí que era así. Fuimos a
la avenida La Colmena, donde el doctor César Castañeda, era un
radiólogo pero más que eso un sabio, profesor en San Marcos
confinado a una silla de ruedas. A lo largo de muchas horas me
explicó (evidentemente luego de conversar y preguntas sin fin) que
yo mismo causaba mis lesiones, (la colitis ulcerativa es una
enfermedad por la cual se cristaliza y quiebra la parte terminal del
intestino por lo cual sangra hasta que el individuo se debilita y
muere o es operado y luego para evitar la nueva cristalización de la
parte ahora terminal se emplea el Azulphidine), debido a la
contradicción entre lo que debía ser y lo que era o en otras palabras
el no aceptar la Escuela tal cual era y sin embargo no querer dejarla.
Con toda la cortesía posible y sin hacerme sentir mal me hizo una
figura clarísima: “mira hijo, es como si te hubieras enamorado de
una prostituta que disfruta con su profesión” y acto seguido: “tu vas
a seguir en el ejército y vas a pelear por tus ideales pero de aquí a
treinta años te darás cuenta que sigue tal cual está ahora”. Luego
aprendí a entrar en mí y con la mente solucionar mi problema tal
como podría hacerlo un operario con un equipo de soldadura en un
tubo picado.
El lunes estaba curado. Vino entonces el problema del regreso a la
Escuela, con pequeñas incongruencias adicionales tales como que si
había tenido una enfermedad incurable no podía estar curado o que
mis prendas que debían estar ya no estaban, etc. Como sea se
solucionó todo excepto que yo había pensado mejorar aun más, ya
sin el handicap de la gordura y el mal estado físico y por el contrario
me fui al fondo por tener un trimestre completo en blanco con notas
cero en asistencia, bajísimas en carácter militar (comprensible,
quedó la sospecha de que era un enfermo disfrazado de sano) y
treinta (todas las notas con base cien) en todas las materias.
Me ofrecieron la posibilidad de integrarme a la siguiente promoción
y así pasar a ser el más antiguo de ese año pero no lo acepté.
En tercero pude hacer realidad el deseo de ser paracaidista (en
aquella época no era nada fácil serlo) y pude terminar mis cuatro
años en el puesto catorce lo que si bien no considero una hazaña, por
todos los problemas expuestos sí pienso que muestra el esfuerzo
realizado.
Director de la Escuela de Paracaidistas era el coronel Hoyos, luego
jefe del ejército y uno de los poquísimos de los que, en mis treinta
años de carrera, he sentido orgullo de decir "mi comandante
general". En nuestro primer salto murió un compañero, en un
inexplicable accidente (la escuela era y es una de las mejores de
América, como acaba de demostrarlo personal formado en ella al
lanzar en plena selva, con toda precisión, en una operación
clandestina, armas y munición para aprovisionar a la guerrilla
colombiana), cualquier otro hubiese parado el curso; él no, se equipó
con nosotros en el acto y seguimos saltando juntos hasta acabar los
cinco saltos necesarios para graduarnos. Nadie desertó.
Tercer año vio también mi empeño por mejorar la situación moral y
disciplinaria de la Escuela. Sin conocer la existencia del tercio
estudiantil de las universidades o de conceptos semejantes en
Escuelas Militares en el extranjero, imaginé un sistema por el cual
los mismos cadetes nos auto controlaríamos, no con el control
existente en el que los cadetes de año inferior quedaban sujetos a la
disciplina impuesta por los de año superior que, salvo honrosas
excepciones, era una mezcla de obediencia ciega a las normas y
estar sometido a los traumas, resentimientos, caprichos y estupidez
de estos.
Ignoraba que ya había habido algo en esa dirección y cuando toqué
el tema con Juan Manuel (como Capitán fue mi Jefe de Año en
Segundo, ascendió a Mayor y quedó en la Escuela a cargo de la
parte cultural, llegó a General de Brigada y es uno más de los tipos
que pudieron hacer algo pero no los dejaron) éste de inmediato me
dio el nombre: "lo que quieres es recrear el Consejo de Honor".
Bueno yo quería hacer algo más fuerte, con mayores atribuciones
que lo que había existido. Para mí el problema estaba - y continúa
estando - en que es muy fácil engañar al superior, el pelo bien corto,
los zapatos y el uniforme impecables, de vez en cuando un par de
gritos a algún subalterno que pasa (aún cuando sea sin motivo ya
que eso muestra la preocupación de uno por la disciplina) diciéndole
que vaya más rápido o más despacio, menos encorvado, etc. y si a
eso se agrega una carpeta más o menos llena de papeles en la mano,
ya tenemos al cadete - y luego al oficial - de éxito, al margen de lo
que realmente fuese. El compañero y el subalterno en cambio no se
engañan con estas actitudes, saben perfectamente quién es flojo y no
cumple con sus deberes, quién es un miserable y roba cosas de otro
o del Estado y quién es responsable y cumplidor. Con mi sistema no
es que se desencadenaría una revolución ni que los subalternos y los
compañeros intervendrían en la calificación (aún cuando sería
recomendable) sino que se crearía un cuerpo reducido de cadetes de
todos los años que se reunirían periódicamente a analizar la
situación moral y disciplinaria de la Escuela, darían
recomendaciones y tendrían voz, aunque no voto, cuando la Escuela
debiese tratar asuntos de baja o felicitación de cadetes.
Fuimos Juan Manuel, Melitón Granda (el Teniente Coronel
Subdirector) y el que esto escribe, con todo lo que habíamos
preparado y el alarido del energúmeno del director se escuchó hasta
Lima. Si hubiese sido un poquito más preparado hubiese dicho
"cogobierno, qué han pensado" o algo por el estilo pero su mente
encontró las únicas palabras que le parecieron aplicables al caso
"¡revolución! ¡subversión! ¡fuera, fuera!". Así abortó mi primer
intento de una real mejora de la situación en la Escuela .
También ese año llegó a la escuela como instructor de mi año, Pepe
Villanueva, artillero, segundo de su promoción y número uno de su
arma, oficial hábil, cumplidor, un poco colérico, que gangueaba
cuando se encolerizaba por lo que fue apodado “La Cuala” ya que
no pronunciaba bien la palabra cuadra (dormitorio de las tropas y en
este caso de los cadetes), pero que destacaba más por bueno que por
otra cosa; lo veremos después, ya bastante cambiado, para mal, en
un lugar preponderante.
Hago un alto en mi historia ya que Ausberto me ha invitado a
almorzar. Es el alcalde de Iberia, con quien hemos hecho una buena
amistad en los seis meses que estoy en Iquitos. Pero el que piense en
un banquete lujoso se equivoca, fue una excelente comida, chupe de
camaroncitos chinos y lomo saltado, preparada por su esposa, en
una casa muy modesta en Iquitos. Me agrada estar con ellos por su
espíritu de sacrificio y trabajo en pro de su comunidad, sin asesores,
camionetas último modelo ni otras comodidades. Está incómodo
porque pre electoralmente le prometieron agua potable y ahora en la
etapa post le niegan los quinientos mil soles (su municipio pondría
el otro medio millón para completar el millón que cuesta el
proyecto). Si el gobierno no gastase tanto en propaganda y en
ataques a la oposición (es increíble la cantidad de diarios chichas
que paga), sobraría el dinero.
Al terminar tercer año, después del Curso de Paracaidismo, toda la
Promoción viajó a Panamá, a la Zona del Canal, a seguir el Curso de
Seguridad Interior o algo así . La instrucción fue buena pero mucho
mejor que la instrucción (nuestra Escuela era un buen centro de
formación militar así que no era muy nuevo lo que veíamos) fue
conocer otro país, escuchar nuevas ideas, apreciar de cerca que los
panameños odiaban a los norteamericanos (realmente éstos no eran
malos lo que sucede es que hasta el regalo lo daban y lo dan mal;
creo que lo mejor que podría hacer el gobierno yanqui si realmente
desease mejorar su imagen sería reeditar "El americano feo" - que en
realidad es una guía para no ser tan feo - en cantidades navegables,
darlo como obsequio a todo turista u hombre de negocios que
abandona el país y hacerlo lectura obligatoria para los miembros del
Servicio Exterior), sentirme orgulloso de lo bien preparados
físicamente que habíamos salido de la Escuela de Paracaidismo, de
todo lo que habíamos aprendido en la Escuela Militar y por otra
parte ver el "problema" del ejército norteamericano, que iba ligado a
lo que es la sociedad americana una "sociedad de la comodidad al
máximo". Realmente nunca imaginé (como creo que nadie lo hizo)
que los vietnamitas los derrotaran de manera tan desastrosa pero lo
que si vi fueron soldados en ejercicios en campaña, que se suponían
en situaciones similares a las de guerra, que no funcionaban si no
tenían una serie de comodidades y gollerías de las que no
gozábamos ni siquiera en tiempo de paz en la tranquilidad de nuestra
querida escuela.
En la Escuela de las Américas en Panamá confluíamos cadetes y
oficiales de casi toda América Latina. No creo que merezca la
satanización de que fue objeto en una época; no nos trataron de lavar
el cerebro y nos dieron un poco de mundo, devolviéndonos de este
modo algo del dinero que durante décadas nos vienen quitando y eso
ya fue positivo. La instrucción, repito, fue muy profesional y la
mejor que pudieron ofrecernos.
Cuarto año me brindó la oportunidad de conocer y tratar muy de
cerca a Wilfredo Mori (mi padre usaba una frase, no se si original o
copiada, pero ahí va "voy por el mundo coleccionando colores,
olores, sabores, pero sobre todo personas"). Era lo que nosotros
llamábamos un "señor oficial" ( lo que automáticamente implica que
no todos lo eran y peor aún , que los señores eran una excepción o
por lo menos escasos) y llegó como nuevo Jefe de Batallón de
Cadetes a relevar no recuerdo si al miserable de Artemio ( que en
esa época no era o no se dejaba notar como miserable - ni como
nada dicho sea de paso - y era sólo anodino) o a algún otro. Mori
siempre nos comandó con el ejemplo, era Espada de Honor de su
Promoción, ranger, pero sobre todo un caballero, ya que como
veremos después, hay rangers (son pocos pero son como los golpes
de la vida en César Vallejo) que se graduaron tan pero tan
fraudulentamente pero igual son rangers y Espadas de Honor que no
merecían ni siquiera un cuchillo de cocina.
A veces pienso que los dioses odian, sino al Perú por lo menos sí a
su Ejército. El primer oficial realmente de primera clase que conocí
fue mi Jefe de Batallón cuando estuve en primer año, Félix Vilela;
también era ranger, estaba en toda línea de carrera y se suponía que
llegase a comandar el ejército; cuando ya era Coronel alguien tuvo
una idea que considero muy buena, lo envió a la Oficina de
Economía como Subjefe a fin de que aprendiera como se administra
el Instituto (el Jefe también era un General que se creía llegaría - y
realmente llegó - al Comando) pero sorprendió malos manejos de su
jefe, pelearon, se hizo pública la cosa y cuando todo el mundo
esperaba la salida del culpable, éste fue perdonado y cuando luego,
(pese a lo que había hecho y que era de dominio público en el
interior del instituto) accedió al Comando, botó a Vilela de la
manera más ruin posible (y lo sé de primera mano porque estuve ahí
como verán más adelante). El Ejército perdió la oportunidad de dar
un salto adelante bajo el Comando de un señor. El Capitán
Campoverde fue otra personalidad positiva que beneficiaba a la
escuela con su presencia. En lo personal no olvidaré un día que
estaba de guardia y como llegaba una visita me enviaron a ayudarlo
a arreglar el auditorio; llegué al local y él estaba encaramado como
un mono en el tinglado del escenario, a cinco o seis metros de altura
que en aquella época me parecieron como sesenta, me ordenó "suba
cadete para que me dé una mano", como me demorase agregó: "¿qué
busca?", por supuesto que yo estaba tratando de ubicar una escalera
o algo parecido y se lo dije; se río pero no ofensivamente y en dos
segundos bajó por uno de los tubos lisos por los cuales también
había subido. Me enseñó a hacerlo y como notase mi miedo me
indicó que él también lo tenía pero que el secreto era disimularlo
hasta para uno mismo. Para variar era ranger y marcó nuestro primer
año; no sé si lo tentó el dinero que le ofrecían afuera o qué pasó,
pero nos abandonó.
Mori estaba destinado a ser Jefe del Ejército pero en el contexto de
la lucha antisubversiva uno de sus subalternos cometió excesos y él
salió al frente ( como debía ser) y asumió responsabilidades propias
y ajenas. Su Jefe, General de División, (Mori era Brigada), se limitó
a decir "si él dice que asume la responsabilidad que la asuma, total
para que le quitamos el gusto" y, claro, hay responsables e
irresponsables. Ahora uno (el General de División) es respetado por
la sociedad civil, sus declaraciones citadas en la prensa y el otro
(Mori) con mucho más seso y dignidad es ignorado, estuvo en
algunas funciones en el gobierno actual pero me imagino que tenía
demasiado decoro para continuar. Debió ser Wilfredo y no
Hermoza; Hermoza no fue malo pero era como uno, Wilfredo
hubiese sido como diez, pero como dije, creo que los dioses nos
odian. Volveremos luego con este tema.
Con diferentes actores volvimos a intentar el caso del Consejo de
Honor, Juan Manuel y Melitón ya cambiados, ahora la cuestión
quedó con Mori y con Ismael, el Capitán Jefe de Moral y Disciplina.
Con el nuevo director la cosa dio un giro de ciento ochenta grados y
se creó e instaló el Consejo de Honor. También con este director salí
por segunda vez al extranjero y hago mención especial de él no por
cuestión personal sino por su visión justa y objetiva. Cuando estaban
seleccionando los cadetes que debían viajar a Venezuela, al
Sesquicentenario de la Batalla de Carabobo, se acercó a la
formación y preguntó al primer cadete que encontró, qué puesto
ocupaba en su promoción y éste le dijo algo así como cien o
doscientos, el oficial al mando al ser llamado y preguntado si no
había mejores cadetes para que viajen (debían ir veintiséis), le
contestó muy seguro de sí "no mi general, personalmente he
seleccionado los más altos y blancos de cada año". Bueno, viajamos
en orden de mérito por años.
Carabobo fue algo impresionante, me parece que hubo más de cien
delegaciones. Los uniformes de todo el mundo en un muestrario
multicolor, la diversidad de lenguas y modos de realizar los
movimientos militares, la hermandad militar universal en pleno.
También me permitió ver en vivo y en directo algo que después he
observado en revistas, un guardia inglés de la reina cayendo
desmayado por el calor, pero eso sí, sin perder la posición de firmes
ni soltar el arma.
Caracas muy bella, en esa época el "pulpo" era la mayor
contribución al descongestionamiento del sistema vial de la ciudad;
cuando volví de vacaciones cuatro o cinco años después ya había la
"araña" (o creo que al revés pero en cualquier caso un gran
desarrollo, favorecido por el boom petrolero). La atención de los
anfitriones fue maravillosa y en sí toda la ceremonia también lo fue.
Icé la bandera bolivariana pero no por la significación del Perú en
ese concierto de naciones sino por una serie de circunstancias;
llamaron al cadete más antiguo de cada país bolivariano, yo no era
el peruano más antiguo pero éste había cometido un par de errores al
comandar y el oficial al mando, Wilver, me designó (ya volveremos
a encontrar a Wilver en circunstancias no tan dignas ni tan
amigables). Estábamos pues un cadete de Bolivia, Colombia,
Ecuador, Venezuela, Perú y un Sargento de Panamá (este país no
tenía academia militar) cuando se acercó un oficial venezolano; al
ver la duda y desconcierto general mandé "atención" y me presenté
al oficial: "cadetes bolivarianos esperando órdenes" como sería
normal en casi todos nuestros reglamentos. Ante la situación, se me
ordenó que los condujese a la explanada e izase la bandera lo que
por supuesto cumplí, con todos los demás portando la enseña y yo
izándola.
El Consejo de Honor y el viaje a Venezuela en conjunción me
mostraron la dificultad y el cuidado que se debe tener al seleccionar
personal, cosa que muchos gobernantes no llegan a aprender nunca.
Los miembros del Consejo habían sido nombrados "a dedo", es decir
se había elegido (o mejor, yo había elegido) la gente considerada
idónea (al margen de amistades y antipatías) y luego en base a
características comunes había creado la norma para futuras
designaciones. Ya en las primeras reuniones se vio que de los diez
miembros (cuatro de cuarto y dos de cada uno de los otros tres
años) uno de los cadetes de tercero, Ulloa, que luego sería Espada de
Honor, creía que éramos una corporación reunida sólo para obtener
beneficios propios. La cosa llegó a ser tan grave (porque claro sus
propuestas de beneficios para nosotros mismos que eran rechazadas
sistemáticamente y por principio por mí sin embargo comenzaban a
ser aceptadas abiertamente por casi todos, ¿a quién no le agrada
recibir beneficios? si no, vean a nuestros padres de la patria ante
cada aumento que se dan) que me vi obligado a hablar con Ismael y
Mori pero la respuesta de ellos fue clara: "tu los elegiste y pusiste la
mano en el fuego por ellos". Cuando estuve de viaje Ulloa se las
ingenió de manera que pasó a votación si yo continuaba en el
Consejo ya que "entorpecía la labor que desarrollaban"; gané la
votación pero quedé con el sabor amargo de la traición y sin ganas
de averiguar quiénes lo habían secundado, ni siquiera se lo pregunté
a Pelayo que era el más cercano a mí en el Consejo; felizmente para
el Ejército, luego Ulloa desaprobó un examen de ascenso (un error al
marcar la tarjeta de respuestas ya que él era más capaz que eso) y ya
de Teniente Coronel la tropa se le sublevó por robarse el dinero para
su comida por lo que le dieron de baja. Un raro caso de justicia
¿divina?.
Hago un alto porque creo se presenta un ejemplo claro de selección
de personal y los problemas que ello genera. El partido gobiernista
obtuvo cincuentidós escaños de los ciento veinte del congreso (con
minúscula porque como verán no merece más), necesitaba nueve
más para tener mayoría; creo que en cualquier país con cierta moral
general era caso cerrado, la mayoría estaba en manos de la oposición
y punto. Pero no en estos tiempos en mi querido país. Once
parlamentarios de la oposición "lo han pensado mejor" y
simplemente, antes de la instalación del congreso se han pasado al
otro bando. Ahora bien, todo estaría, si no totalmente, dentro de
cierta ética si los tránsfugas hubiesen accedido a sus puestos con
votos propios pero, (como dicen los alemanes y como es evidente lo
importante es lo que va - ó viene - después del pero) para ser
congresista se requerían mas de setenta mil votos y en el mejor de
los casos, uno solo aislado además, han conseguido cuarenta mil
votos personales (la mayoría ni diez) lo que quiere decir que las
personas que votaron lo hicieron no por ellos, por su capacidad y/o
simpatía personal, sino por el partido, por una ideología o quizás
simplemente en un gesto de repudio al actual gobierno, lo que hace
patente su traición a los votantes. Lo peor no es esto; hace unos
momentos, al ser interrogada en un programa televisivo una
congresista del gobierno, a la pregunta "¿qué opina Ud. sobre el
calificativo de miserables y vendidos que reciben los congresistas de
la oposición tránsfugas de sus partidos?" - cualquiera hubiese
esperado palabras de apoyo o un intento de justificar lo hecho -
contestó muy suelta de huesos "bueno, no es nuestro problema, los
partidos debieron haber escogido mejor sus candidatos y no poner a
cualquiera en sus listas", en una tácita aceptación de la miseria moral
de los susodichos. Vemos pues cuan justo mi aserto sobre lo difícil
de elegir personal (para lo que sea, además).
Ese año hicimos un viaje de estudios a Arequipa, bellísima ciudad
pero para los fines de este relato importante porque, en el batallón de
ingenieros anfitrión, el segundo jefe era Pedro Villanueva, espada de
honor de quien se decía que sólo leía (y hacía gala de ello)
reglamentos, para salir a la calle pasaba revista personalmente a los
cadetes de uñas, pelo, zapatos, medias, calzoncillos y en fin todo lo
que pudiese ser revistado. Quería ser moral pero además de ser el
tipo más bruto e inseguro que he visto en mi vida estaba tan lleno de
miedos, odios, rencores y envidias que a lo largo de su vida militar
sólo trajo malestar a los que trabajamos con él y contribuyó más a la
corrupción general que si lo hubiese hecho adrede. Esto es tan
aceptado que a lo largo de su carrera recibió apelativos como
"miluno" (trabaja como mil y produce como uno), el "guachimán"
(enfermo por que no le roben nada), etc. Nuestras historias se
entrelazan muchas veces, casi siempre con resultados adversos para
mí y positivos para él. Nunca pude dejar de relacionarlo con aquella
historia cómica de aquel país en que la gente es inteligente, honrada
y trabajadora pero el país está muy mal; hecho el análisis
correspondiente se encuentra que cada habitante posee sólo dos de
las tres cualidades. No necesito decir más por ahora.
Terminé mi cuarto año de cadete pidiendo la mano de mi enamorada
(estaba con ella desde primero) pero son cosas familiares que
quisiera tocar sólo cuando sea estrictamente necesario y en lo
posible dejar al margen de esta historia que es más que mía la de
todos nosotros.
CAPITULO II
Hombre-rana.- Tumbes.- El robo de la plataforma.- Interludio
en la URSS.- Taxista incapaz: profesor universitario.
CAPITULO IV
Rómulo y “el manejo” del personal de Ingeniería Militar.- Llega
Eugenio, el traductor ruso, al Perú.- El “osito” Rosales, debió
haber sido Comandante General y no Artemio.- Le gano a
Villanueva y me odia.- Interludio en los EEUU de NA.- El
Marañón y la tragedia.- El Colorado Bendezú, un oficial
honesto.
Antes de cumplir sesenta días en el hospital me levanté de la cama,
cogí mis muletas y me puse a buscar un empleo para evitar que, de
acuerdo a normas, me diesen licencia por enfermedad. Me presenté
en el departamento de personal del mismo hospital y me dijeron que
justo necesitaban un oficial de abastecimientos de clase I (en nuestro
particular lenguaje: alimentos).
Un mayor ya viejo me explicó muy cortésmente que mis funciones
consistirían en recibir los víveres una vez por semana, ver que esa
recepción se anotase correctamente en los registros
correspondientes, entregarlos a medida que se necesitasen para
preparar la comida (anotándolos en otros libros) y darme una vuelta
por la cocina de vez en cuando, como viendo si todo estaba en
orden. Mi personal, un par de soldados para cargar los sacos con las
provisiones y un sargento que me ayudaría con los registros
(normalmente él haría todo). También me indicó el mayor que mi
antecesor, hermano de uno de los cuervos compañero de año mío,
había sido dado de baja (y enjuiciado) por ladrón, al haber sido
descubierto sacando carne de la tropa en su auto VW.
La verdad que me parecía que por muy accidentado que estuviese no
merecía estar ahí. También muy cortésmente agradecí al mayor sus
explicaciones y al día siguiente me presenté al departamento de
personal de ingeniería. El coronel me escuchó atentamente y me
preguntó que sabía hacer (no se trataba aquí de las habilidades
normales de un capitán de ingeniería ya que por mi estado tampoco
podía ocupar un puesto normal); cuando llegué a la parte
programación me interrumpió y me dijo ¡vamos!.
Llegamos al centro de informática del ejército (en esa época ya todo
el Cuartel General estaba en el gran complejo arquitectónico al cual
por huachafería llaman "pentagonito" los periodistas) y hablamos
con Abraham (ya coronel, era director del centro). Me extrañó que
no me quisiese como programador a causa de que tenía muchos
empleados civiles programadores; pero insistió en que me quedase
de tesorero.
No es que tuviese nada contra los tesoreros pero me parecía una
función mecánica que no requería pensar ni mayor habilidad.
Agradecimos y nos fuimos. Ya para entonces el coronel Relayze iba
pensando que yo no era un oficial muy corriente ¡quién no quiere ser
tesorero! Y todavía, ¡con un amigo! En su oficina me planteó un par
de situaciones para las que debía hacer los documentos
correspondientes, luego me probó rápidamente en matemáticas y
estadística. Finalmente vino la gran pregunta ¿juega Ud. ajedrez? Él
era un fanático
Me quedé a trabajar con él y conocí a Rómulo. Era un empleado
civil que, durante años, había - en cierta manera - comandado
ingeniería en el ejército. Piensen que recién se estaba comenzando a
emplear la informática, que los oficiales que iban a trabajar a esos
puestos (excepto el coronel) eran enfermos como yo o personal de
tránsito que se quedaba meses o máximo un año y que la
información (oficiales con determinadas características, propuestas
para becas, ternas para puestos importantes, etc.) la pedían para ayer
y sólo él tenía todo en la cabeza. Por todo esto, sumado a su
intimidad con el Padrino, se había hecho dueño del puesto, un
tiranuelo y eran tantos los que le debían el puesto, el ascenso o
ambas cosas, que gobernaba más que cualquier general.
Relayze lo controlaba al máximo, hasta donde podía, porque cuando
Rómulo sentía que lo estaban poniendo en su verdadero sitio de
simple oficinista, una llamada del Padrino indicando que lo requería
o que se debía proponer a tal o cual oficial para un puesto
determinado (exactamente lo que él había dicho) lo reinstalaba en su
posición. Debo reconocer que Rómulo actuaba creyendo que lo que
hacía era por el bien de ingeniería, del ejército y hasta del país
(algunos oficiales iban a puestos más o menos importantes en el
Ministerio de Transportes) aunque en la práctica triunfaba su
conveniencia y terminaba auto convenciéndose que sus amigos, o
aquellos que le hacían costosos regalos, eran los mejores, aptos para
los cargos más importantes o para representar al país en el
extranjero.
Siempre mantuvimos relaciones muy diplomáticas hasta que
Relayze me dio mayores responsabilidades, como revisar los legajos
personales de los oficiales y encontré irregularidades en cosas que
yo conocía perfectamente (cambios de notas, personal que había
estado en un determinado lugar y aparecía en otro, etc.). Relayze
reaccionaba rápidamente y corregía las cosas hasta que un día
Rómulo se decidió y me habló:
- Señor capitán Ud. va muy rápido.
- Siempre trabajo así.
- Sabe a lo que me refiero.
- En lo absoluto.
- Hay cosas que el comando de ingeniería ordena y que deben
hacerse para la mejor marcha del instituto.
- Si es así que lo ordenen francamente.
- Un capitán no es nadie para tener que darle cuenta.
- Un empleado civil tampoco.
Ahí quedó la cosa pero nuestras relaciones se enfriaron.
Un trabajo que realicé que todavía está en uso fue un programa para
el pago de viáticos, pasajes y otros conceptos al personal de oficiales
y suboficiales cambiados de colocación que se reajusta de manera
muy simple ante los cambios de precios o inflación. No era algo que
nos correspondiese pero el sistema que estaba vigente era
inadecuado y Relayze quiso ayudar al general jefe de personal, que
también era de ingeniería.
Estaba avergonzado por trabajar en oficinas y preocupado porque las
normas marcaban que uno se presentaba al ascenso con cuatro años
de capitán de los cuales dos años mínimo al mando de tropas. Me
faltaba hacer el curso de capitanes y si salía primero (no puedo
pretender humildad, simplemente sentía que era el mejor y que sin
necesidad de hacer algo incorrecto o tener padrinos volvería a
lograrlo), un año en USA estudiando. Relayze me aconsejó (mejor
dicho me ordenó e hizo todo lo necesario para ello) que adelantase
mi curso (normalmente se hacía en el segundo o tercer año en el
grado) por lo que el primero de julio me presenté a la escuela de
ingeniería.
En el curso éramos treinta capitanes pertenecientes a cinco
promociones de la escuela militar, entre ellos mi ex jefe y amigo
Sime y Juan Ruiz (este último me trajo de y me llevó a casa los seis
meses, sin pedir y ni siquiera aceptar la mínima recompensa por
ello), algunos conocidos que no veía hace años y otros que no
conocía sino de vista. El director de la escuela era Rulo, hermano de
Gonzalo Briceño y tan bueno como él, aunque en otro estilo, más
intelectual y menos guerrero.
Entre los buenos profesores (civiles y militares) que tuvimos
destacaba Ortecho, arquitecto que había participado (con otros cien
más pero igual participó) en la construcción de Brasilia. Me enseñó
conceptos que luego me serían muy útiles.
En el curso el grueso de oficiales era de la promoción dos años
anterior a la mía (la de Jorge N, que también había adelantado su
curso, claro que él sin razón) y lo normal era que uno de ellos saliese
primero pero sin haberlo buscado yo tenía ventaja, dominaba los
cursos de equipo de ingeniería y blindados (había sido instructor dos
años y tenía el curso de Rusia), sabía informática (aprendida en
IBM), era un ratón de biblioteca y conocía de arriba abajo historia
militar y me había mantenido todos los años en permanente trabajo
intelectual.
Un día salí de la escuela y fui a imprimir planos a Miraflores,
cuando abandonaba la tienda fui alzado en vilo y antes de poder
reaccionar bruscamente vi la cara sonriente de Eugenio, nuestro
capitán traductor de la URSS. Trabajaba en la embajada, ya había
sido ascendido a mayor, había llegado con su esposa que era una
pianista de fama nacional y habían dejado a su hija en su país (era lo
normal, siempre uno quedaba). Nos visitamos muchas veces y las
dos familias establecimos una buena amistad. Cuando íbamos a su
casa no había problemas, cuando ellos venían a la nuestra debían
irse temprano y las dos primeras veces, en determinado momento
luego que ellos ya habían llegado, se hizo presente, con toda
tranquilidad, un funcionario de la embajada - uno diferente cada vez
-, que luego de mostrar algo así como una credencial, me saludaban
por el hecho de haber estudiado el su país, aceptaban un jugo y se
iban al rato. Nos alegramos grandemente cuando Eugenio fue
promovido a comandante y aún más cuando pudo traer a su hija.
Cuando alguien me preguntaba si pensaba quedarme en el
Departamento de Personal (muy buscado por algunos por razones
obvias) contestaba automáticamente que no y que me iría al
Marañón.
El Agrupamiento de Ingeniería Marañón era toda una leyenda.
Había construido gran parte de la carretera marginal de la selva,
constaba de tres batallones de construcción de carreteras, dos
compañías independientes de apoyo y un comando y estado mayor.
Relayze estaba de acuerdo en que fuera ese mi futuro destino y dado
que iban muchos capitanes, que no eran puestos especialmente
peleados y que era él quien hacía los cambios, podía estar
razonablemente seguro que iría ahí.
Sin embargo no fue así.
Cuando al término del curso me presenté en la oficina Relayze me
dijo: "te quedas por que el general así lo ha decidido, desea que
continúes haciendo trabajos de programación y me ha comunicado
que digas lo que digas y hables con quien hables igual te quedarás".
Como puede verse Relayze fue claro.
Pero yo era porfiado y además me sentía sano y creía que el lugar de
un capitán es el monte y no la oficina. Solicité audiencia.
- ¿No le ha comunicado el coronel Relayze la decisión del
Comando?
- Sí mi general pero yo quisiese que vea mi punto de vista, soy
capitán y pienso que mi sitio es con tropas.
- Muy bien, ese es su punto de vista.
Saqué la que yo creía era mi carta de triunfo:
- Además si no salgo de aquí no cumpliré con el requisito de dos
años de mando de tropa.
- No se preocupe, el comandante general firmará un documento
indicando que, por motivos especiales, se le considerará este año
como mando de tropa.
La decisión ya estaba tomada y, como vería después, por buenas
razones.
A fin de año se presentó una situación similar a la que se produjo
cuando iba a llegar Palomino al batallón cuando yo era teniente; esta
vez llegaba el “Osito” Rosales, que por lo que oía causaba más
terror que los hunos y fui el único oficial que quedó en la oficina.
El Osito se presentó y dictó sus disposiciones claramente indicando
entre otras cosas que los únicos que ordenaban eran él y el general
jefe de personal. Desde el comienzo se vio la animadversión
existente entre él y Rómulo. Su visión de cómo debía enfocarse la
tarea me pareció fabulosa; entre otras cosas, si había trabajo se
laboraba sin límite de horario y si no lo había pues sólo quedaba él
como responsable que era ante el general, con un empleado civil,
suboficial u oficial de servicio por si hubiera de hacerse un
documento.
Nadie le creyó pero menos que nadie otro capitán ya antiguo que me
aconsejó con toda su buena voluntad: "chiquillo, no tomes las cosas
tan a la ligera, el coronel nos está probando, no puedes desaparecerte
así". Efectivamente, aparte de lo que nos había dicho, había leído en
su diario (que, creo adrede, dejó abierto en mi escritorio un día) una
serie de sentencias entre las cuales una que también estaba entre las
favoritas de mi padre: "permanencia no es eficiencia", por lo que
casi todo enero y comienzos de febrero, que no hubo trabajo, daba
cuenta diariamente que me iba y, pues, me iba.
En marzo los miembros del Departamento tuvimos una reunión
social y en un momento dado el coronel le preguntó al capitán si
tenía problemas con su señora a lo que éste contestó que no y a su
vez inquirió el por qué de la pregunta. El coronel le respondió que
se debía a que no lo había visto aprovechar el verano con la familia.
- Pero mi coronel Ud. tampoco se iba y por solidaridad y respeto al
jefe me quedé.
- Primero, a mí puede llamarme el general y tengo que ir, a Uds. los
llamo yo así que si digo que pueden irse, pueden irse. Segundo, yo
mismo le hubiese dicho al general si hubiese deseado autorización
para ausentarme temprano, pero mi señora está en el comité de
acción social del ejército y en un grupo de oración y mis hijos en la
universidad e institutos por lo que no tendría sentido ir a mi casa y
estar solo.
Gran parte de mi estilo de comando y de hacer documentos lo tomé
de él.
Pedro había llegado a la dirección de la Escuela de Ingeniería y me
preguntó si, en mis ratos libres, podía colaborar con la escuela
haciendo un manual, le dije que sí y me puse a hacerlo.
A fines de marzo se produjo el gran cambio, súbitamente llegó
personal de seguridad y capturaron a Rómulo, acusado de falsificar
documentos, de cambiar el contenido de los legajos de personal sin
autorización, etc. Él entendió inmediatamente todo y antes que se lo
lleven me reprochó haber sabido lo que iba a pasar. La verdad no lo
sabía y tampoco sé lo que hubiese hecho o dicho de haberlo sabido
con anticipación. El general me llamó y me dijo que ahora estaba
viendo por qué me había quedado; yo debía reemplazar a Rómulo
como memoria viviente del Departamento hasta que todo se
regularizase (adrede Rómulo había mantenido todo en un orden, o
desorden, que sólo él - y ahora yo también - entendíamos).
Debí revisar el escritorio del detenido por orden del Osito y lo que
encontré allí, unido a lo que había leído cuando debí revisar los
legajos uno por uno, me hizo comprender la magnitud del poder de
Rómulo sobre mucha gente a la vez que perdí el respeto a una serie
de figurones del arma (casi todos ellos del entorno del Padrino) que
tenían el atrevimiento de tratar mal a oficiales que valían veinte
veces más, por el sólo hecho de ser ellos parte de una mafia que
enlodaba la carrera militar.
Parte del proceso de selección para el ascenso, los oficiales (y
suboficiales) dan un examen de conocimientos específicos para cada
grado y especialidad. Para evitar infidencias se forman en cada caso
dos equipos que trabajan separadamente formulando cada uno un
juego completo de exámenes para todos los grados. Normalmente un
equipo (generalmente el ganador) era conformado por los oficiales
de la escuela correspondiente (infantería, caballería, etc.) y era
liderado por el coronel director, para ingeniería en esta oportunidad
Pedro. La responsabilidad el otro equipo se la dieron a Rodrigo (sí,
el segundo de Abraham en Tumbes cuando yo era subteniente en mi
primera asignación).
Rodrigo nos llamó a un comandante y a mí y los tres hicimos todo.
Trabajábamos de noche en mi casa, que no estaba en el barrio
militar y además era conocida sólo por muy pocas personas del
medio, para asegurar el secreto. Nuestro trabajo fue el elegido.
Debía aprobar el examen de inglés administrado por la embajada
norteamericana como requisito para ir al curso en los Estados
Unidos de Norteamérica. Gracias a la previsión de mi madre eso no
constituía problema para mí. Pero se presentó otro contratiempo
mayor.
Se administraba un examen de inglés al primer puesto del curso y si
este no aprobaba, se tomaban los tres siguientes y si ninguno de
estos tampoco obtenía la nota suficiente se daba oportunidad a
cualquiera del curso que tuviese suficientes conocimientos de inglés.
Eso había ocurrido los dos años anteriores, los oficiales que habían
ido (no de los primeros) no habían hecho el papel que se esperaba de
ellos y la Oficina de Instrucción había recomendado que se suspenda
esa beca.
Me encontraba como novia abandonada en la iglesia, con mi primer
puesto en el curso, mi inglés aprobado y sin beca. Los dioses
acudieron en mi auxilio.
El gobierno norteamericano ofreció un programa de intercambio de
oficiales, por el cual vendrían mayores de ese país y viajarían
mayores peruanos, uno de cada especialidad (infantería, caballería,
artillería, ingeniería y comunicaciones) a trabajar en el país anfitrión
como si fuese el propio, con todos los deberes y derechos inherentes
al grado y función.
Los requisitos para ser considerado candidato el viaje no eran
muchos ni muy difíciles; buena conducta habitual, un promedio
normal de notas, no haber viajado becado al extranjero los últimos
cinco años y un mínimo de 95% de dominio del idioma inglés.
Muchas veces nuestra ventura está subida en la desventura de otros.
Ingeniería no tenía candidatos aptos por lo que un coronel de la
Oficina de Instrucción vino a coordinar con mi jefe una posible
solución. El Osito pensó rápidamente y le dijo que tenía el oficial ad
hoc con el pequeño inconveniente que no era mayor sino capitán. El
coronel aceptó llevar la recomendación y para mi suerte el director
de instrucción que era un tipo muy difícil, Arnaldo, hermano de
Gonzalo y de Rulo, recordó que yo había formado parte del equipo
que confeccionó las pruebas de ingeniería y me aceptó como
candidato, comunicándome medio en broma y medio en serio que
sólo viajaría si salía mejor que los mayores en las diversas pruebas.
para empezar el curso. Para los que crean que taxistas ladrones son
exclusividad de países subdesarrollados, a las tres de la mañana
tomamos un taxi desde la estación hasta el edificio donde viviríamos
(habíamos telefoneado y nos entregarían las llaves en portería) y nos
cobró, luego de media hora de viaje, el equivalente a cien dólares.
Al día siguiente vimos que era un tramo de tres kilómetros, que se
había incrementado en el tiempo y espacio con vueltas, marchas y
contramarchas.
Hürth, más bien pueblo que ciudad, alberga el Bundesprachenamt,
que como su nombre lo indica, es la oficina (amt), del gobierno
(Bund), encargada del problema de idiomas (sprache). Estudian ahí
todos los trabajadores del Estado que irán a países donde se requiera
otra lengua y los extranjeros que, invitados por el gobierno alemán,
requieran aprender o mejorar su alemán, también hacen se hace ahí
la traducción de documentos, manuales y todo aquello que requiera
el gobierno. El pueblo es tranquilo, bonito, acogedor y por el hecho
de estar acostumbrados sus pobladores a extranjeros de todas las
lenguas, colores y que sabe que no son trabajadores ni asilados, el
racismo no se siente con la intensidad que en otros sitios. Lo digo
así, quizás un poco provocativamente, porque estoy seguro que el
racismo existe siempre y si lo dudas amigo lector, imagina por un
momento a tu querida hija en brazos de alguien de una raza ajena
considerada inferior. Claro los tontos comenzarán "¿pero si el
individuo es un genio? ¿y si es millonario?, etc.". No, estamos
hablando de individuos normales, cada quien prefiere perpetuarse en
su raza o en una raza considerada superior.
Antes hablé de una "justificación" del racismo. Como un ejemplo,
creo que si individuos de otra raza nos conquistan y colectivamente
nos humillan o agreden, se justifica plenamente que devolvamos la
agresión. No voy a tratar el tema judío que merece ser materia de un
estudio serio, profundo, desapasionado, que aún no ha sido
realizado. Pero sí el tema racismo en la Alemania actual.
Al termino de la guerra, la población masculina alemana estaba
totalmente disminuida; con la ayuda norteamericana del Plan
Marshall renace la industria alemana, tradicionalmente entre las
mejores - si no la mejor – del mundo. Faltan brazos, la única
solución era traer trabajadores, estamos a comienzos de los
cincuenta. Me imagino que fruto de un concienzudo estudio, deciden
que lo más adecuado eran los turcos. Creo adivinar los elementos de
juicio que los conducen a esto: fuertes, trabajadores, obedientes y,
he escuchado sin verificarlo, había en ese país politécnicos de
conducción germana o sea que estaban más o menos familiarizados
con esa tecnología. Llegan, se instalan, trabajan colaborando con el
renacimiento alemán y después de más de veinte años se producen
tres hechos: el mundo estaba lleno de productos alemanes, que no se
malogran tan rápido como otros por lo que no requieren cambio
continuo - cuando tenía cinco o seis años mi padre compró una
refrigeradora Siemens, aproximadamente cuando me gradué de
oficial, quince años después, mi madre, aburrida de la máquina, la
obsequió a una pariente más pobre y hoy, cuarenta años más tarde,
sigue funcionando - ; ya se normalizo la población masculina que
requiere, como es natural, de puestos de trabajo y la competencia
mundial es tan fuerte que, entre productos chinos y coreanos, no de
tanta calidad pero sí buenos y baratos y los japoneses que si no
iguales son casi tan buenos, las ventas - y con ello la producción -,
han disminuido sensiblemente.
La solución en el papel no era muy difícil, una recompensa
económica adecuada, gracias por los servicios prestados y adiós.
Pero no funcionó así en la vida real. Ya eran dos, y en algunos casos
tres, generaciones de turcos que se habían acostumbrado a las
bendiciones de la tierra alemana. No tenían la nacionalidad porque
aquí funciona, de manera racional a mi parecer, por ascendencia y
no por lugar de nacimiento. Pero igual, no quisieron irse y ante
medidas proteccionistas de trabajo para los nativos, inteligentemente
reaccionaron abaratando su precio. Lamentablemente, incluso entre
alemanes, para industriales y comerciantes juega plenamente el
dicho "poderoso caballero es don dinero" por lo que, preferían
contratar a un turco que costaba x que a un compatriota que costaba
xx, al margen de lo que indicasen, o recomendasen, las autoridades.
Siguió a eso una etapa de violencia a la que la comunidad turca
respondió, - también sé esto de oídas, no lo he verificado pero suena
lógico - con la amenaza que si las cosas seguían así, los acusarían
ante el mundo de preparar un nuevo genocidio.
Por lo expuesto, los turcos y todos los que se les parezcan, son mal
recibidos y lamentablemente, - en este caso -, los latinoamericanos
pasamos por turcos con toda facilidad. Ojo, nunca viví una agresión
directa, ni de noche ni de día, ni en calles populosas ni en calles
apartadas. Eran ataques sutiles que simplemente causaban malestar
si es que uno era algo sensible. Por ejemplo hacer un gesto de asco y
cruzar a la otra acera cuando uno se acercaba o abandonar todos el
ascensor cuando uno abría la puerta; muchas veces al entrar a un
gran almacén el detective del establecimiento se ponía a seguirnos
de manera ostensible.
Había los asilados. La gente sabía que pagaba impuestos, o por lo
menos más impuestos, para cubrir los gastos de los asilados, lo que
no contribuía a hacer populares a los extranjeros. También tenemos
el caso de la superioridad alemana. Existe el Decálogo del
Desarrollo, creado por no sé quién, que contiene recomendaciones
que realmente contribuyen a eso, tales como puntualidad,
honestidad, etc. Si aceptamos y analizamos al pueblo alemán como
un todo, vemos que encajan perfectamente en el decálogo, es decir
son trabajadores, honestos, serios, etc., etc., nos guste o no nos
guste. Necesité ver el diccionario para buscar en castellano la
palabra que creo se les aplica con mayor propiedad, son aplicados,
es decir se dedican, normalmente a lo que deben dedicarse.
He comprado muchas cosas, nuevas y usadas a lo largo de dos años,
nunca trataron de estafarme o engañarme, es más llegaron a
extremos que en nuestro país parecerían cosas de tonto al
explicarme, por ejemplo, que al cabo de dos horas fallaba un
determinado elemento, cosa que un comprador no advertiría (nadie
prueba una cosa usada dos horas para comprarla) ¿haríamos eso
nosotros? No digo que no hay delincuentes, sin duda que los hay
pero son tan pocos que no los vi en dos años. En la época que estuve
también hubo un sonado caso con un político que se había metido a
pagarle a alguien del partido contrario para estar informado,
descubierto, se suicidó, ¿no quisiéramos ese sentido del honor para
nuestros países?
Organizando nuestras ideas, no creo que ellos sean superiores por
ser arios, por haber venido de Mesopotamia, por ser rubios (que no
todos lo son) ni de ojos celestes (que tampoco todos los tienen); es
más no sé si son superiores o no, lo que sí sé es que si necesito un
aparato eléctrico o un vehículo preferiría que fuese alemán y si
tuviese que trabajar con un extranjero también los elegiría. Por otra
parte no me siento menos que ninguno de ellos como un todo pero
soy consciente que, por ejemplo, en promedio para mi edad y
situación, civiles y militares nadan y corren tan bien o mejor que yo
y que también se mantienen intelectualmente activos.
Muchos de mis compañeros habían llegado uno o dos años antes
para aprender alemán, el curso actual no era para enseñárnoslo sino
para pulir detalles, orientarnos a los recién llegados en usos y
costumbres y enseñarnos los términos militares. Definitivamente
estaba en una situación crítica; comparado a los demás y a lo que
debía saber, no sabía nada, estudiaba desesperadamente, las clases
eran de siete a una y media, almorzaba en el comedor y pasaba a la
cafetería a buscar un alma caritativa que me enseñase algo o me
aclarase algunos puntos - siempre encontraba alguien, cuando se les
pide ayuda están prontos a darla - y a las cinco y media me iba
disparado al parque, a esa hora salían a pasear, luego de cenar, los
ancianos de un asilo cercano y ya conocía un par que hablaban
español y que me esperaban de muy buena gana para enseñarme. A
las siete que se retiraban iba a casa a ver televisión. El esfuerzo
rindió sus frutos. Aprobé con buenas notas. Un recuerdo especial de
Hernán, mi camarada argentino sin cuya ayuda no creo hubiese
logrado mi objetivo.
Los que aprobamos teníamos vacaciones de dos semanas, los que
no, debían estudiar para dar una segunda prueba y si el problema
subsistía, regreso a casa. Nosotros teníamos la posibilidad de dar un
examen para llegar al nivel más alto de alemán de un nonato.
Colonia, no necesita adjetivos. No nos cansábamos de ver la
catedral, sus museos, pude brindar a la familia la oportunidad de ver
la maravilla del carnaval, no la chabacanería, la pornografía ni el
mal gusto, sino una manera agradable de adquirir cultura a la vez
que distraerse. El desfile es realizado por diversas agrupaciones
vecinales, comunales, culturales, clubes, etc. que eligen un tema, por
decir el ejército imperial de Federico II, o algo más exótico como los
cosacos, los vikingos, los hombres de Neanderthal o lo que se les
ocurre y se presentan vestidos así pero con un cuidado exquisito en
los detalles, en cada pieza que usan, el calzado - si es aplicable -, los
adornos, los vehículos – carrozas, carretas, corceles – los
instrumentos musicales lo más cercano posible a la época. Las
empresas donan inmensas cantidades de dulces y pomos de la
agradable y delicada agua perfumada que mundialmente lleva el
nombre de la ciudad, que los marchantes van arrojando al público,
pero hasta en eso, sin necesidad de mayor control policial, la gente
los recoge de manera más o menos racional, sin golpearse o
pelearse.
Pienso que el gasto es grande pero no enorme como parecería ya que
los costos se van repartiendo en el tiempo (los grupos repiten su
tema por lo que el costo es el mantenimiento y sólo eventualmente
renovar el vestuario y equipo), pero vale la pena por lo que ofrecen,
ya sea como cultura o simplemente como espectáculo.
Mi padre estuvo un tiempo con nosotros y nos dio una clase de
sentido común en una visita a un importante museo que presentaba
la obra de un reconocido artista, pintor y escultor, del momento. Mis
hijos y los de un alemán coincidieron ante una silla de paja rota y
deshilachada, que era la pieza más barata de la exposición, - once
mil dólares - y comentaron casi al unísono ¡que feo! Aclaro, mi
padre, con sus anteojos y sus sienes plateadas tenía un aspecto
terrible de intelectual conocedor (y lo era, había estado antes en
Europa invitado por el gobierno francés para recibir una
condecoración por su labor literaria y al momento de su muerte se
desempeñaba como profesor en la Escuela de Bellas Artes de Lima)
y hablaba varios idiomas. Se acercó a los chicos y les dijo "sí,
realmente feo ¿no?"; el alemán, un maestro panadero como después
nos aclaró, terció en la conversación "pero es un artista importante"
a lo que mi padre desarrolló una de sus tesis favoritas, uno ve
Rafael, Miguel Angel, Da Vinci y cientos de artistas y sin necesidad
que alguien nos diga que son artistas reconocidos o importantes
admiramos maravillados sus obras. Otros trabajos en cambio pasan
desapercibidos, los podría haber ejecutado cualquiera, incluso un
niño o por último un animal que hubiese embarrado sus patas en
unas latas de pintura, sin embargo los "críticos" nos dicen que es una
maravilla de arte y los millonarios sin gusto propio (o lo tendrán tan
retorcido), los adquieren a precios exorbitantes. Hay expertos que
nos pueden hacer ver cosas que a simple vista no apreciamos por
nuestra falta de formación, técnicas, detalles, a veces hasta defectos,
pero un crítico no puede, o no debe, decirnos que es bonito lo que es
feo o viceversa y si así es y lo aceptamos quiere decir que hemos
abjurado de la capacidad del gusto para cedérsela. Coincidimos
todos, peruanos y alemanes (se había sumado la esposa del
panadero) y continuamos con la visita al museo.
Durante mi estadía en Hürth aprovechábamos algunos fines de
semana para conocer Europa, cogíamos nuestro vehículo y salíamos
a Amsterdam, Rotterdam, pequeños pueblos en la costa holandesa,
otros pequeños pueblos en la Selva Negra, la maravilla de Brujas,
Bruselas, un fin de semana largo París o Londres. No voy a hacer de
esto una guía turística pero si daré un par de apreciaciones; viajar en
Europa no es caro siempre y cuando se sepa como hacerlo, los
sistemas de transporte son baratos y ofrecen ofertas especiales para
jóvenes, para grupos, para ancianos, por semana, mes, etc., los
pequeños hoteles y casas que ofrecen pensión son limpios y dan un
desayuno agradable y abundante a precios muy reducidos.
En el Bundesprachenamt jugaba ajedrez de vez en cuando y me hice
amigo del responsable del club, un traductor de ruso. Algunos
solemos decir amigo a cualquiera que intercambia con nosotros un
par de palabras; en alguna parte leí que amigo es aquel a quien
puedes tocar la puerta a las tres de la mañana porque no tienes donde
dormir y no te arrojará ni preguntará si no puedes esperar hasta
mañana sino que te preparará un café y aunque sea te dará el sillón
para que duermas. Era una persona excepcional, en todos los ratos
que compartimos, (también me ayudó con mi alemán), fue saliendo
su historia. Alemán normal, se alistó para defender a su patria,
combatió en diversas partes hasta llegar al frente ruso, cayó
prisionero en Stalingrado y fue llevado preso, condenado a trabajos
forzados en Siberia. Las cifras de los presos y fechas de los
acontecimientos forman parte de la historia universal; ya había leído
los sucesos pero era fascinante escucharlos de boca de un
participante, primero el desplazamiento a pie de manera inhumana,
las largas jornadas de trabajo, el hambre siempre permanente, los
castigos, justificados o no, la brutalidad humana, la traición y
finalmente, luego de más de diez años y con un pulmón y medio
menos, la liberación, no ordenadamente como lo hubiesen hecho
ellos, no, simplemente están libres y adiós. Los miles de kilómetros
por recorrer para retornar a la patria, sólo posibles gracias a sus
cualidades físicas, mentales y morales y - tan importante como eso -,
lo que ya había tenido oportunidad de observar en directo: la innata
bondad del pueblo ruso, que les proporcionó alimento, abrigo y a
veces transporte.
El tiempo de vacaciones lo empleamos para conocer la aldea italiana
que da el apellido a la familia. Enclavada en medio de las montañas,
posee una hermosa abadía, un ómnibus llega ahí dos veces por
semana. Nos tomamos fotos al pie del letrero y luego fuimos a
buscar algún pariente:
- Señor, ¿podremos encontrar alguna familia de apellido X?
- Claro, la mitad del pueblo se apellida X.
- ¿Algún registro de gente que emigró a América?
- Ninguno, muchísima gente ha emigrado a los más diversos lugares.
- Quizás con el nombre podríamos ayudarnos, mi abuelo se llamaba
A X.
- Es la combinación más común, deben haber trescientas o
cuatrocientas personas con ese nombre.
Perdimos las esperanzas de encontrar a la familia de mi abuelo y nos
dedicamos simplemente a disfrutar del viaje. Aosta, Turín y Milán,
otro ensueño.
Siempre alegra volver al hogar y el nuestro estaba ahora en Hürth,
aprobé el nuevo examen y debía ahora participar en unas grandes
maniobras (Kecker Spatz, no me pregunten que quiere decir o en
que idioma está que no lo sé) en el sur del país, para familiarizarme
con el ejército alemán.
Nos mudamos a Murnau, sede de la última Brigada de Infantería de
Montaña con que cuenta el Ejército Alemán, un pequeño pueblo
cerca de Garmish Partenkirche, importante centro turístico. La zona
del Tirol es mundialmente conocida. Fuimos felices ahí, entre las
vacas, el campo y todo lo bonito que puedan imaginarse, por ese
tiempo mis suegros nos visitaban lo que incrementaba el placer ya
que siempre nos hemos llevado bien con ellos y me complacía poder
brindar algo a quienes tanto nos habían ayudado.
Las maniobras eran de la OTAN pero tenían un nuevo ingrediente,
invitados españoles, escandinavos y del bloque soviético, me sentí
contento de poder hablar algo de ruso con los soviéticos, inglés con
los escandinavos y por supuesto castellano con los españoles
haciendo de paso propaganda a nuestro ejército peruano. Participé
en pasaje de cursos de agua, operaciones en montaña, ataques
fulminantes de fuerzas blindadas, acumulando experiencias para
volcarlas en mi país. Cada vez me convencía más de que el Ejército
Alemán sigue siendo una máquina poderosísima; lo mejor que había
visto nunca en tecnología, táctica y, tan o más importante que eso,
fuerza moral y convicción, la palabra mágica seguía siendo esa,
fleissig, aplicado.
Un pequeño incidente me mostró, una vez más, como nos miran los
llamados países desarrollados. Había un Mayor, de un país que no
menciono porque luego llegamos a ser buenos conocidos, que estaba
en la misma condición, es decir era tan alumno como yo. Debíamos
ir a un reconocimiento en helicóptero, un alemán, también alumno,
el otro Mayor y yo. Siendo, por mi grado de comandante, el más
antiguo, ocupé la plaza más cómoda y que permitía mejor visión en
la parte delantera. Inmediatamente el Mayor protestó, a sabiendas de
mi grado pero, claro, él se sentía uno de los dueños del mundo y en
este caso de Alemania ya que antes del curso se había desempeñado
en las fuerzas aliadas de ocupación en tanto que yo era
tercermundista. Di menos importancia a sus quejas que al zumbido
de una mosca. Ya había escuchado antes parte de su historia, su
maravilloso dominio del alemán, fruto de los cuatro años en las
fuerzas ocupantes, sus antepasados directos, padre y abuelo que
habían sido de las fuerzas ocupantes de otros países, etc.; como dice
de ellos Víctor Hugo, tienen "esa voluntad de hacer a los otros el
mal que para ellos es el bien". Me interesaba un rábano pero la
situación evidentemente quedó un poco tirante. Al regresar,
buscando reducir algo la tensión el oficial alemán elogió nuestro
alemán, haciendo, claro está, salvedades, total el mío era una hazaña
de la enseñanza por correo, los ancianos del asilo, el
Bundesprachenamt y todo en menos de seis meses. También
comentó que ni el mismo entendía bien a los bávaros, que hablaban
prácticamente un dialecto.
Como en juego con lo que comentábamos se dirigió a nosotros un
hombre de cierta edad, evidentemente un campesino y nos habló. El
alemán nos indicó con un gesto que contestásemos nosotros y cedí la
oportunidad al maravilloso alemán del otro camarada quien
reconoció que no había entendido nada. Seguro de mí y eligiendo
cuidadosamente las palabras a fin de no cometer la mínima falla
pedí excusas al hombre por haber pisado sus surcos, prometiendo
no volver a hacerlo. Nos saludamos y muy correcto el campesino se
retiró. La cara de indignado asombro del primermundista era para
fotografiarla y enviarla a un concurso. El alemán que había
entendido todo no dijo nada.
No digo nada nuevo al afirmar que el alemán es un lenguaje rico y
muy lógico, uno de mis logros máximos ha sido dominarlo pero no
pretendo entender a un bávaro o a un suevo así tan fácil; ahora bien
todo idioma tiene un alto contenido de sentido común y en este caso
así se hubiesen dirigido a mi en chino habría comprendido. Si veo
un hombre que desde lejos hace gestos, estoy pisando surcos recién
abiertos y quien nos habla airado es evidentemente un campesino
sólo podía ser eso. Mi compañero alemán, ya a solas me dijo en un
tono cómplice "¿no entendió nada, no mi comandante?" "¿tú que
crees?" le contesté y nos reímos un buen rato.
Había vivido feliz en Hürth y visitado en Colonia no sólo los
museos, salas de exposiciones, escuchado un par de óperas y
acudido a los demás centros de atracción turística sino que había
caminado sus calles, conversado con el hombre común que, cuando
uno se le acercaba y hablaba en su idioma, perdía el aire de
superioridad que normalmente los caracterizaba. La sociedad
alemana, como muchas otras, se encuentra muy favorecida por la
homogeneidad racial de sus miembros, ni siquiera se trata de que
todos ellos sean altos, rubios y de ojos azules (que como dije no lo
son), pero existe algo, que no me he puesto a examinar que es, que
permite identificarlos inmediatamente. También hay una
homogeneidad cultural, tan o más importante que la racial, que hace
muy fácil y grata la vida diaria, a condición, claro está, de cumplir
las normas.
De repente notábamos estas cosas más que otros tercermundistas,
por el hecho de, a mi juicio, no haber logrado nosotros constituir una
nación. Somos un país, sí claro, también tenemos un Estado, pero
¿poseemos un origen común los indios de las alturas andinas, los
miembros de las tribus asháninkas y otras de la selva, los negros de
Chincha, los miraflorinos, los arequipeños, etc.? ¿costumbres
comunes?, no tenemos un idioma común por más que algunos
quieran engañarse y juren que declarando el castellano idioma
oficial se solucionó el problema, incluso las diferencias son tales que
si queremos hacer grandes grupos y decimos castellano en la costa y
quechua en la sierra, avanzamos sólo un poco hasta las alturas de
Puno y encontramos el aymara que es una lengua completamente
diferente, sin hablar de la selva con sus infinitos modos de
expresión. Quiero incidir en esto, ni siquiera nuestra historia es la
misma ya que para un morador de la selva amazónica, nunca existió
la guerra con Chile (ni hablar de las guerras de la independencia) del
mismo modo que para los uros no representó nada nuestro largo
pleito con Ecuador.
He mencionado ya el decálogo del desarrollo. Los preceptos de ese
decálogo constituyen el modo de vida normal de la mayor parte de
los países europeos (por lo menos los que conformaban el bloque
occidental que es lo que conocí). Veamos un par de ellos,
empezando por la puntualidad. En nosotros se ha hecho común lo
contrario, la impuntualidad, incluso llegamos al extremo (que creo
es un extremo totalmente negativo) de hablar de "hora peruana" y no
para referirnos a la hora indicada en el huso horario internacional o a
la diferencia de hora con otro país por la posición geográfica sino,
con toda frescura, al hecho de llegar a la hora que nos da la gana,
evidentemente tarde, a una cita, invitación e incluso al trabajo. Los
que me conocen poco dicen tontamente "se volvió alemán", los que
me conocen un poco más saben que fui así toda mi vida.
Retrocedo un poco para ilustrar esto; era mayor, estaba en la Escuela
de Guerra y un sábado se nos juntó una ceremonia de bautizo en que
sería el padrino y una invitación a almorzar en casa de un amigo.
Dado que el bautizo era a las tres y treinta, el almuerzo a las doce y
la distancia entre ambos eventos no más de veinte minutos,
pensamos con Delia que podíamos asistir a los dos sin problemas.
Llegamos a las doce en punto al edificio y como salía una persona
no tuvimos necesidad de acudir al portero automático y simplemente
entramos. Tomamos el ascensor, llegamos al piso siete y toqué la
puerta con los nudillos. A los dos minutos nos abrió la puerta la
dueña de casa, mojada y totalmente desnuda, secándose con una
toalla. Nos vio, pegó un alarido y se metió corriendo, dejándonos
parados ante la abierta puerta. No salíamos de nuestro asombro
cuando llegó nuestro amigo y nos dijo "¿por qué no pasan?" y luego
de reparar en el hecho agregó "¿quién les ha abierto?". La
explicación era que él había dejado sus llaves en casa, ella juraba
que él, que regresaba de la panadería, era quien tocaba y como
estaba bañándose porque ¡quién iba a llegar a las doce en el Perú!,
salió lo más rápidamente que pudo a abrir la puerta a su marido. A
las tres nos retiramos sin haber almorzado.
Tocaremos después más del famoso decálogo.
Luego del agradable tiempo en Hürth y de la maravillosa temporada
en Murnau nos tocaba cambiar de aires; veríamos que nos deparaba
la gran metrópoli del norte.
Viajamos en nuestro vehículo de Murnau a Hamburgo. El Estado
Alemán pagó los gastos en combustible, alimentación, etc. del
desplazamiento. Tenía la oportunidad de solicitar el pago al Perú
pero hallé que no era justo saquear al país ni honesto obtener un
doble pago por algo. Ganaba dos mil trescientos dólares lo que,
considerando que éramos seis con mi mujer y mis cuatro hijos, no
era mucho para vivir en Alemania, por no decir que era un sueldo
muy bajo, pero pensaba y sigo pensando que, como decía mi padre,
"si un Estado es pobre, sus servidores deben vivir austeramente".
En nuestra ilógica forma de pensar creemos que al decir "yo soy
honesto" estamos implicando que los otros no lo son, lo cual no es
así, si lo examinan con cierta atención. Si los demás becarios y otros
viajeros a costas del gobierno gestionan pagos indebidos no lo sé y
en cualquier caso de ser descubiertos no creo que serían penados y si
lo fuesen sería con una sanción tan ínfima que no disuadiría a nadie
de seguir cometiendo ese abuso.
Llegamos a la media noche. Como siempre todo estaba tan bien
organizado que las llaves ya nos esperaban, incluso los encargados
habían previsto lo que necesitaríamos en un primer momento y
habían provisto el departamento con ello. Primero hallamos que
vivíamos en la calle de la madrastra hasta que al enriquecer nuestro
alemán nos enteramos que era la calle de la flor llamada
pensamiento. Al día siguiente encontramos pegada en la puerta de
nuestra vivienda una nota:
"Los moradores del edificio le recordamos que ahora se encuentra en
un país civilizado con leyes que hay que respetar, esperamos que
toque su guitarra tan bajo que no la oigamos, tampoco son
permitidas las fiestas ni las reuniones ruidosas en general" y unas
fotocopias de las partes pertinentes de la constitución alemana, de
los reglamentos municipales, etc. No me sentí ofendido, era la
sociedad que trataba de protegerse, claro que hubiese sido mejor me
lo dijesen personalmente o al menos que la nota no fuese anónima,
también era curioso que a esa hora de la noche hubiesen estado
acechando al punto de verme desembarcar mi instrumento musical.
La Escuela de Guerra era más que tricentenaria, conducía la
instrucción para las tres fuerzas, ejército, marina y aviación, lo cual
era más coherente que en nuestros países con Escuelas de Guerra
separadas por institutos, total la guerra se hace en conjunto. Había
un curso para oficiales de la OTAN y otro, el nuestro, para los
demás países amigos. Éramos una legión extranjera de lujo, con el
Mayor Gwayter de Australia que nos daba la característica de tener
miembros de los cinco continentes, entre otros varios africanos de
países con influencia alemana, algunos árabes, el Mayor Wakura del
Japón, lleno de honor y cortesía, el Coronel Maurer, (rubio, ojos
azules, alemán por ambos progenitores, con apellido alemán y que
hablaba el idioma sin acento extranjero), a quien bromeando le decía
que era un alemán disfrazado de oficial brasileño, mi vecino el
Comandante (Teniente Coronel) Ascanio de Venezuela, Ruch el
suizo rubio y Thalmann el suizo moreno, un oficial turco, el Mayor
Park de Corea, siempre esforzado y correcto, mi amigo Hernán de
Argentina y los camaradas alemanes que en todo momento y lugar
nos brindaron su apoyo desinteresado, tanto para asuntos oficiales
como particulares, llegamos a compenetrarnos de una manera
increíble, compartiendo la instrucción, el deporte, actividades
sociales, familiares, etc..
Párrafo aparte merece Soaré, el Capitán de Guinea. Había ido muy
joven a Alemania, aprendido el idioma y concluido estudios de
ingeniería civil, regresado a su país y trabajaba construyendo el
sistema vial del mismo. Hablaba correctamente inglés, francés,
portugués y castellano y tenía un pensamiento claro y una moral a
toda prueba. Si yo ganaba poco, el recibía una miseria que ahorraba
casi toda para enviar dinero a su familia. Lo conocí en Hürth donde
muchas veces me enseñó alemán en las tardes después de almorzar.
En cierta oportunidad debía comunicarse con su familia y como
percibiese problemas le pregunté que pasaba y si podía ayudarlo:
- No puedes, llamo a mi mujer que debe haber ido con mis hijos a
recibir mi llamada.
- ¿A una central telefónica?
- No, a una ciudad distante quince kilómetros; en mi país sólo la
capital tiene la posibilidad de comunicación internacional por
teléfono y no vivimos ahí.
No preguntaba por una curiosidad infantil sino que era interesante
conocer el mundo de boca de quienes vivían en él. En cierta
oportunidad conté estas cosas a un general amigo y hasta el día de
hoy bromea jurando que son exageraciones pero lo cierto es que los
quince kilómetros eran hechos a pie o si había la suerte de
conseguirlas, en bicicletas, llevando pértigas para alejar a los leones
que podían acercarse. También podía llover, caer rayos y hacerse
más simpática la situación por lo que Soaré tenía toda la razón del
mundo en preocuparse por un atraso en la llegada de la familia a la
cita telefónica.
En un viaje de estudios que realizamos tuve la oportunidad de
conocer a una antigua enamorada del negro, una mujer regia y me
enteré que pudo casarse con ella, vivir y trabajar en Alemania pero
no, regresó, fiel a su país, con mil incomodidades, mal pagado, en
medio de riesgos sin fin. ¿Cuántos de nosotros actuaríamos como él?
¿quizás tú amigo lector?.
Teníamos un coronel jefe de curso, individuo muy inteligente pero
que pese a haber estudiado dos años en España sufría terriblemente
con las costumbres no alemanas de algunos de nosotros. Cierta vez
nos invitaron a la feria de Hannover. Era indudablemente una buena
oferta, incluía nuestras familias y comprendía el transporte de ida y
de retorno y la entrada a la exposición. Nos citaron a las seis de la
mañana, hora en que debían salir los ómnibus que nos llevarían. A
las seis y quince, con la presencia de menos del cincuenta por
ciento de los inscritos, el coronel entró en crisis:
- ¡No es posible que por ustedes los choferes del Ejército Alemán
hayan sacrificado su día libre y ustedes no se presenten al paseo! –
bramaba el hombre.
- ¡Que se puede esperar de gente que toda su vida ha vivido en el
desorden! – continuó.
Si en mi patria y de joven no había aguantado tonterías menos las
iba a tolerar a mi edad y en el extranjero.
- Creí que la característica de ustedes era la racionalidad y la lógica
pero está visto que brutos hay en todas partes - comenté.
- ¡Qué le pasa comandante!
- Que me harté de que ofenda y asuste a mi familia así que nos
bajamos – y uniendo la acción a la palabra indiqué a mi familia que
descendiera del vehículo.
- Pero usted ve que hemos hecho una relación, hemos puesto a
disposición de ustedes dos hermosos ómnibus con sus choferes y a
duras penas se llenará uno – me dijo ya los dos y mi familia en la
pista.
- Si no estuviera tan exaltado se daría cuenta que está gritando como
un energúmeno justamente a la gente que ha cumplido, guarde su
cólera para el lunes – y me comencé a retirar con mi gente.
Se disculpó con mi señora y fuimos al paseo pero ese era su
temperamento. En cierta oportunidad chocó con Soaré y como no
tenía la razón, su argumento (que él creyó finalizaba la discusión)
fue:
- ¿Cuál es su grado? – y peló los dientes en una sonrisa irónica,
seguro de su triunfo barato.
- Soy capitán, el jefe de mi ejército es mayor y sólo somos tres
capitanes en el país no como tanto coronel mediocre en otros lados -