Ciencia Política Teorías del poder, tercera entrega Camilo David Cárdenas Barreto
Violencia, Estado y poder desde Luhmann, Foucault y Butler en la Minga Social y
Comunitaria de 2008: una lectura antisistémica 1. Introducción 2. Definición de ejes analíticos: violencia y Estado Hablemos, en primera instancia, de la violencia. Tanto en Foucault como Luhmann, aparte de considerar al poder como un fenómeno social-relacional, hay un vínculo fundamental del poder con la libertad: es ésta una condición necesaria para que exista poder. No puede haber poder si no es ejercido sobre sujetos libres. En ese orden de ideas, la violencia directa aplicada sobre un Alter aparece como la negación de las posibilidades de ejercicio del poder, pues aniquila las resistencias, la desobediencia, las contingencias. El poder es «un juego de acciones sobre otras acciones», un gobierno de las acciones o «las posibilidades de acciones de los otros» (Foucault, 1991, p. 86), que circula socialmente como obediencia (Torres, 2004, p. 134), pero que «recae» sobre «individuos» con algún grado de libertad. Lo anterior no implica que la violencia sea excluida de tajo en la comprensión de las prácticas de poder. Para Foucault, ésta es «instrumento o resultado» del poder, aunque no el poder como tal (1991, p. 85); para Luhmann, la amenaza de uso de la violencia es el medio político por excelencia, pues es el «que mejor se acomoda para la producción del medio simbólico generalizado» (Torres, 2004, p. 131) y garantiza que el sistema político pueda diferenciarse y mantener «la capacidad del poder para vincular colectivamente» (2004, p. 143). Más concretamente, la violencia aparece en cuanto posibilidad u acto, esto es, no sólo puede emerger como amenaza sino como acción concretada según la situación. En el análisis de poder tendrá que mirarse, pues, cuáles son los grados de racionalización de la violencia: cómo se dosifica, controla y legitima, por ejemplo, desde la concepción liberal del Estado moderno, a partir del derecho —pues en ambos autores, con matices, la violencia estatal parece predominar para comprender el poder político—. El Estado en Butler mantiene el régimen de la heterosexualidad obligatoria en el que, siguiendo a Wittig, «sólo los hombres son personas» (Butler, 2007, p. 76). La violencia de las normas de género es un medio para orientar las acciones de las mujeres, concretamente en el ámbito del deseo: una mujer generizada sólo puede desear a un hombre y viceversa (2007, p. 80). En definitiva, el poder de género es productor de sexualidades hegemónicas y regula que las prácticas sexuales «no se desvíen» (p. 92). En consecuencia, el género así entendido es un constante hacer performativo porque «conforma la identidad que se supone que es» (p. 84). Butler relata en primera persona formas de violencia producidas por la interiorización social de la normatividad de género, algunas no necesariamente estatales: […] un tío encarcelado por tener un cuerpo anatómicamente anómalo, privado de la familia y los amigos, que pasó el resto de sus días en un «instituto» en las praderas de Kansas; primos gays que tuvieron que abandonar el hogar por su sexualidad, real o imaginada; mi propia y tempestuosa declaración pública de homosexualidad a los 16 años, y el subsiguiente panorama adulto de trabajos, amantes y hogares perdidos (2007, p. 23).
En estos casos, la violencia de la normatividad de género no es sólo ejercida por el Estado
—lo que sí ocurre en el ejemplo del encarcelamiento del tío de Butler—, sino que recorre, por decirlo en jerga foucaultiana, la capilaridad del poder, sus «subpoderes», la «microfísica» social del poder. La violencia de género normativizada produce prácticas de exclusión y expulsión familiares o socioeconómicas: no puedo habitar la que otrora era mi casa debido a mi deseo sexual no heteronormativo, no puedo ser contratado en una empresa porque soy «gay», etc. La violencia entonces es concebida en Foucault y Luhmann no como mera fuerza bruta, sino como una construcción racionalizada, que puede estar, según la complejidad del sistema social o político, «a la sombra», fijar los cuerpos, vigilar, castigar, sin necesidad de aplicarse directamente. En ese sentido, la violencia puede estar institucionalizada o respaldar las instituciones estatales, verbigracia, por medio de instituciones de policía o instituciones jurídicas como garantías de aplicación de sanciones negativas dadas según dicotomías codificadas entre lo legal y lo ilegal, lo permitido y lo no permitido, o lo sexualmente «desviado» y lo no desviado. Una diferencia importante es el énfasis de cada autor respecto al estudio del poder y la violencia. Para Foucault el poder se ha de analizar desde las resistencias, es decir, desde su no aplicación o efectividad —por ejemplo, contra la violencia estatal—; por contraste, la «moneda circulante» del poder en Luhmann es la obediencia, lo cual habla, por decirlo así, de sus intereses ético-políticos frente al poder: el primero más interesado en lo que no permite el poder, lo que oculta, las identidades que impone y niega, y trazar, como proyecto filosófico-político actual, el «rechazar lo que somos» (Foucault, 1991, p. 69); el segundo, en lo que permite, en el espectro de posibilidades que abre el poder en su complejización sistémica como medio simbólico generalizado en aras de adaptar y cambiar internamente el sistema político para su propia reproducción, pero sin negar la existencia de conflictos. Sin embargo, en lo que respecta a la violencia, no hay en los autores una consideración de la misma como lucha de quienes resisten. Tampoco, aunque hay reflexiones sobre los aspectos simbólicos del poder —bien para hacer las selecciones comunicativas más aceptables en Luhmann, bien para fijar identidades en Foucault—, hay algún tipo de apreciación sobre aspectos simbólicos de la violencia. Respecto al Estado, hay dos posturas diferentes en términos de su conceptualización y valoración ético-política. A Foucault le interesa más, por decirlo así, la «genealogía del Estado» y su «afuera», su aparición en prácticas concretas, como las que pudo encontrar en sus estudios sobre el poder pastoral —después secularizado estatalmente— o del nacimiento de las instituciones de policía —originalmente destinadas a «asegurar las necesidades [de] higiene, salud y estándares considerados necesarios para la artesanía y el comercio» (Foucault, 1991, p. 66)—. No explica al Estado desde las mismas instituciones estatales. Luhmann, por el contrario, y debido a su interés de hacer «teorías generales» y las implicaciones de las teorías de sistemas que incorpora, está más interesado en explicar la autoproducción y autocreación del sistema político, cuya «forma de diferenciación interna» ocurre a través del Estado. Butler sigue a Foucault en la idea de que el poder de los sistemas jurídicos estatales produce sujetos y luego representa esta producción. Pero la filósofa traslada lo anterior al campo feminista: el discurso jurídico produce a «las mujeres» y luego las representa (Butler, 2007, p. 47). La idea de un sujeto político único y universal del feminismo —una identidad fija de «las mujeres»— está atada a la representación, y su definición constituye una reproducción legitimante de una estructura de poder político, jurídica y representativa, que en realidad se pretende atacar (2007, p. 48), pues la «esencialización» de la identidad «mujer» trae «consecuencias coercitivas y reguladoras» —incluye pero a la vez y excluye — (p. 51). De esto se puede seguir que el Estado, dentro del campo general de poder, está estructurado por la juridicidad y la representación, donde se producen y reproducen las subjetivaciones y representaciones sexo-género binarias hegemónicas de las mujeres; subjetivación que, de modo paradójico, está signada por la idea de mujer como «lo no representable» (Butler, 2007, p. 59). Emerge la persona como ideal normativo/regulativo que funciona mediante categorías heteronormativas de identidad de sexo/género/sexualidad; así, dentro de este marco los sujetos con «género incoherente discontinuo» no son personas (2007, p. 71); en otras palabras, el Estado posiciona «identidades de género inteligibles», es decir, aquellas que corresponden con las identidades heteronormativas y falogocéntricas fijadas a partir de la diferencia sexual hombre/mujer, regladas cultural y jurídicamente (p. 71). Pero el punto, dice Butler, no es aislarse del poder estatal (p. 52). Asimismo, a modo de crítica, los feminismos han de tener en cuenta que una definición universal del sujeto político feminista puede no tener en cuenta las distintas matrices contextuales de opresión y dominación entrecruzadas o «transversales» de raza, género y clase social (Butler, 2007, pp. 67-68). Un diálogo para una coalición feminista democratizadora debe develar primero sus contradicciones, las relaciones de poder que se han estructurado y ejercido, las desigualdades y asimetrías, a fin de no caer en la fantasía liberal estatal de que las mujeres dialogan en igualdad de condiciones (2007, p. 68). Foucault y Luhmann parten del Estado moderno para caracterizar cómo se ha racionalizado y «complejizado» el poder —por ejemplo, en una sociedad disciplinaria—, y en ese aspecto coinciden en su centralidad, así Foucault considere que existan otras estructuras de poder. El Estado mediante políticas públicas comenzó a encargarse de la salvación de los cuerpos, reorganizó y reincorporó el poder pastoral cristiano medieval dedicado a la salvación de las almas, recolectó información de los individuos y produjo al sujeto que debía «sujetar»: el ciudadano. El poder-estatal, pues, tiende a identificarse con la dominación. La centralidad del Estado en Luhmann se aprecia desde el momento mismo en que considera que es el elemento diferenciador del sistema político a nivel interno: un sistema político se diferencia internamente porque hay Estado. Pero tiene el cuidado de no confundir Estado con la jerarquía del gobierno, pues el código del poder en el sistema político se bifurca en el par gobierno/oposición —un problema que tendría Foucault al reducir las instituciones estatales al ámbito de lo gubernamental (cf. Foucault, 1991, p 96) —. Concebido así, una acción propiamente política no podría darse al margen del sistema político, pues éste define qué es lo político de un conflicto y los medios a utilizar en la contienda. La invitación de Foucault, contrariamente, es la de pensar no en lo que somos contemporáneamente, sino en «rechazar» ese ser que el Estado ha hecho de nosotros, pero sin comprometerse ni con una perspectiva anarquista que defienda su abolición ni con una que abogue por su «toma». Es el horizonte de la incertidumbre y la posibilidad de crear nuevas formas de resistencia. La pregunta de Foucault no es por el poder, sino por el sujeto, para la cual el análisis del poder —como el estatal— es un «medio». 3. Diálogo crítico 3.1. Interrogantes 3.2. Planteamientos 3.3. Limitaciones y perspectivas 4. Conclusiones Bibliografía Butler, J. (2002). «Críticamente subversiva». En R. Mérida (ed.), Sexualidades transgresoras. Una antología de los estudios queer (pp. 55-81). Barcelona: Icaria. Butler, J. (2007). «Sujetos de sexo/género/deseo», en J. Butler, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad (pp. 45-99). Barcelona: Paidós. Foucault, M. (1991). El sujeto y el poder. Bogotá: Carpe Diem. Torres, J. (2004). Luhmann: la política como sistema (pp. 93-176). México: Fondo de Cultura Económica/Universidad Iberoamericana/UNAM.
Renán Vega Cantor - Gente Muy Rebelde Protesta Popular y Modernización Capitalista en Colombia (1909 - 1929) 2. Indígenas, Campesinos y Protesta Agraria.