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TEMA 36: CRECIMIENTO ECONÓMICO, ESTRUCTURAS Y MENTALIDADES

SOCIALES EN LA EUROPA DEL SIGLO XVIII.


LAS TRANSFORMACIONES POLÍTICAS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII.

1. ESTRUCTURAS Y MENTALIDADES SOCIALES

EVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA

El profesor de Historia Moderna Europea de la Universidad de Cambridge Timothy


C.W. Blanning estima la población europea pasa de unos 115 millones a finales del siglo XVII
a unos 187 millones en torno a 1789. Sin embargo, este crecimiento demográfico no fue
uniforme, no solo porque en cada país tuviera un comportamiento peculiar, sino porque
podían darse diferencias significativas incluso entre sus distintas regiones. Mientras que
Inglaterra creció un 133% o se alcanzaba un 138% en diversas regiones de Europa oriental
(Rusia, Prusia, Hungría), en Francia solo lo hizo un 39% y en las Provincias Unidas un 8%.
Francia rompe la barrera de los 22 millones y alcanza los 29 millones en 1800. El despegue
demográfico español es similar al francés, la población española pasó de 7,5 a 11 millones de
habitantes a lo largo de siglo; en nuestro caso la historiadora y profesora de la UNED María
Dolores Ramos Medina habla de un crecimiento "hacia adentro" como consecuencia de la mejora
de la economía y de la dieta del español. La Península Italiana muestra, en conjunto, un
comportamiento similar (de 13 a 18 millones, un 38%). Rusia pasa de 15 millones en tiempos
de Pedro El Grande a casi 38 millones en 1795.

Aunque durante el siglo XVIII se mantuvieron las altas tasas de natalidad —en
general—, no hubo una evolución completamente uniforme. Abundan los países con
tendencia a su aumento en relación con un clima económico favorecedor del matrimonio,
como en Inglaterra, pero hubo casos de evolución contraria. En Francia, concretamente, la tasa
de natalidad —mantenida alta al principio del siglo— descendió en 1789 debido a la
Revolución. La mortalidad experimentó un ligero descenso, si bien no del todo homogéneo ni
simultáneo en los diversos países, motivado sobre todo por la menor incidencia de las crisis
demográficas y por la atenuación de algunos de los componentes de la mortalidad ordinaria.
La mayor novedad en este sentido fue, sin lugar a duda, la práctica desaparición de la peste,
que desde mediados del siglo XIV había sido uno de los mayores azotes de la población
europea. Por otro lado, no hubo una conflagración bélica en el siglo XVIII comparable por sus
efectos negativos a la Guerra de los Treinta Años; además, las cosechas de los nuevos cultivos
que se estaban difundiendo (patata, sobre todo) contribuían a paliar las crisis de subsistencia.
Es poco probable que la mejora de la higiene tuviera incidencia sobre el descenso de la
mortalidad, ya que la higiene personal mantuvo en el siglo XVIII un bajo nivel, pero sí es
destacable un aumento de las preocupaciones higienistas en Francia, Inglaterra y España,
donde se redactaron planes urbanísticos que destacaban los beneficios de la pavimentación de
las calles y de la construcción de redes de alcantarillado. El inicio de la lucha contra la viruela
constituye uno de los más importantes capítulos de la historia de la medicina en el siglo XVIII,
siendo el paso siguiente el descubrimiento de la vacuna por el médico inglés Edward Jenner
(1749-1823) en 1796. Sin embargo, los beneficiosos efectos de este eficaz medio de lucha contra
la viruela se proyectarán, como es lógico, sobre el siglo XIX.

Las causas de esta evolución demográfica están aún discutidas. No hay que
sobrevalorar la relativa disminución de las guerras, ni las influencias de los progresos en la
medicina, que afectan solo a una minoría. La climatología histórica sugiere una mejora de las
condiciones meteorológicas —subidas de la temperatura y menor pluviosidad—, lo que podría
explicar el crecimiento de los rendimientos cerealísticos y la disminución de fiebres y otras
epidemias. De manera general, para Bartolomé Bennassar, se puede decir que el europeo vive
más porque se alimenta mejor. La patata, que se cultivaba en Inglaterra y Alemania, y penetra
en Francia por Alsacia, es un alimento muy valioso en épocas de carestía de trigo, mientras
que la Europa meridional se beneficia de la expansión del maíz.
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SOCIALES EN LA EUROPA DEL SIGLO XVIII.
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LA SOCIEDAD ESTAMENTAL

Historiadores como Alfredo Floristán, en su obra Historia Moderna Universal (2007), han
denominado como sociedad estamental al esquema triple de la división social del Antiguo
Régimen, formado por nobleza, clero y estado llano. La diferenciación entre los dos primeros
y el estado llano estaba en el privilegio y en la riqueza, de hecho, representaban el 3% de la
población europea y eran dueños de más del 80% de las tierras. Ahora bien, las diferencias
socioeconómicas también eran abismales en el seno del estado llano, cuya cúspide estaba
representada por ricos mercaderes, comerciantes, artesanos y miembros de profesiones
liberales que se habían visto privados de los mecanismos de ascenso social, mientras que el
resto (en los que también estaban incluidos muchos miembros del bajo clero) apenas poseían
más que la fuerza de sus brazos. A este dato hay que sumar la inmensa pérdida de la calidad
de vida de muchos miembros del estado llano al pasar a trabajar en el sistema fabril (en
especial, en Inglaterra). La vida de los campesinos generalmente era miserable, de mala
alimentación y moral deplorable, semejante a la vida del proletario que trabajaba 16 horas
diarias con un sueldo insuficiente hasta para su propio mantenimiento vital. Esta situación de
opresión provocó la cólera y seguidamente las huelgas ante un escenario deplorable donde
trabajaban niños por menor salario, anulados intelectualmente y degradados a una fatal
promiscuidad.

En el campo destacan los siguientes grupos sociales: a) Grandes propietarios no


cultivadores, que eran la nobleza, el clero, y algunos burgueses que consideraban la tierra
como paso hacia el ennoblecimiento; todos ellos vivían de las rentas que producían las tierras.
A su lado aparecen los nuevos propietarios de latifundios cultivados de forma capitalista, este
último fue el único grupo social que se enriqueció en el campo del siglo XVIII. b) Pequeños
propietarios cultivadores, cuya proporción disminuye al igual que sus ingresos. c)
Arrendatarios y aparceros, su número aumenta y su situación empeora, ya que se les exige
cada vez mayores rentas. d) Jornaleros campesinos, cuyo número fue aumentando y también
los problemas para conseguir trabajo. Estos dos últimos grupos serán los que nutran de mano
de obra barata la industria.

Dentro de los grupos sociales urbanos se va perfilando un grupo que ocupa el estrato
más elevado de la sociedad, cuya riqueza se basa en la propiedad de fábricas, bancos y barcos:
la alta burguesía. También encontramos ilustrados de profesiones liberales, aunque no tan
ricos: universitarios que ocupan un buen lugar como científicos, abogados, médicos, músicos,
etc. El grupo mayoritario lo constituyen trabajadores manuales: maestros y oficiales en el
sistema de producción gremial y proletarios en los lugares con industria moderna. Estos
últimos —llegados del campo— trabajaban en unas condiciones muy duras; junto a ellos
encontramos un grupo reducido de técnicos con una formación profesional que les permite un
nivel de vida aceptable.

LA SOCIEDAD DEL SIGLO XVIII EN LOS PAÍSES EUROPEOS

Las clases privilegiadas recuperaron su categoría tradicional en Polonia y Suecia,


interviniendo en los designios del país. En Rusia obtuvieron una categoría preeminente. En
Prusia estuvieron vinculados a la oficialidad del ejército, al igual que en Austria. En Inglaterra
dominaban las Cámaras, empresas y tierras, eran los landlords y la gentry. En Francia eran el
Alto Clero (son abades, obispos y arzobispos despreocupados de la vida religiosa de sus
diócesis, que vivían lujosamente en París), la nobleza de sangre (de cuatro generaciones), los
nuevos nobles ennoblecidos por el rey o los que compraban los títulos que garantizaban sus
derechos señoriales (exenciones fiscales y prerrogativas judiciales), la nobleza parlamentaria

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(conservadora y galicana, defensora de sus intereses) y la nobleza administrativa (formada por


altos funcionarios, más activa y reformista).

Las clases campesinas y obreras vieron empeorar su situación en Oriente, donde


persiste la gleba y vivían miserablemente, pero mucho más en Turquía y en Rusia, donde la
nobleza aumentó sus privilegios judiciales y administrativos: podían mandar a los siervos a
trabajo forzado o a Siberia, como lo demuestra la violenta insurrección de Pugachev. Sin
embargo, la situación no era mejor en Polonia, Prusia, Austria y Hungría, donde el siervo era
propiedad del señor —algo contrario al pensamiento de Federico II, que poco pudo hacer—.
Los principados alemanes eran una zona de transición. En los Países Bajos predominaba el
arrendatario libre. En Italia había poca servidumbre. En la Península Ibérica predominaban
los campesinos libres arrendados. En Inglaterra desaparecieron los campesinos propietarios
convertidos en burgueses o proletarios debido a las enclousures, que caen en manos de los
landlords, para los que trabajan campesinos asalariados. En Francia había campesinos libres,
siervos — señores agravaron sus cargas— y arrendados, además de pequeños propietarios.

La burguesía dirigió el capitalismo; algunos se ennoblecieron y se unieron a la


aristocracia. Entre ellos triunfaron las nuevas ideas ilustradas, usando las palabras libertad e
igualdad en beneficio propio. Se manifestó revolucionaria allí donde formaba una clase
poderosa: Norte de Italia, Holanda, Bélgica y Francia, mientras que en Inglaterra ya lo habían
conseguido.

LA EVOLUCIÓN DE LA SOCIEDAD EUROPEA

La evolución de la sociedad, tripartita desde el modo de producción feudal, conoció


un proceso de cierre absoluto a los mecanismos de ascenso entre estamentos. El antiguo
proceso de ennoblecimiento para acomodar a la burguesía en los cuadros dirigentes se cerró
progresivamente, pero no así el camino eclesiástico, que siguió abierto para los miembros de
todo grupo social y fomentado por la fundación de nuevos cultos religiosos (anglicanismo y
los diversos cultos protestantes). Sin embargo, la paulatina pérdida del poder universal de la
Iglesia culminó en el siglo XVIII, cuando el triunfo de la Razón sobre la Fe privó a los
eclesiásticos de su antiguo poder, pero no de sus privilegios —al menos los de la cúspide del
organigrama de la Iglesia, que seguían estando exentos del pago de impuestos—. Los gremios
desaparecieron, combatidos por la burguesía al presentarse como competencia, cayó el
mercantilismo ante el fisiocratismo y librecambismo, al igual que la corporación ante la
individualidad. Las tensiones producidas entre una economía anquilosada y una sociedad
desigual y cerrada tuvieron en Francia su primera piedra de toque, lo que se debió a la unión
de una burguesía despechada y un campesinado al que los privilegios nobiliarios condenaban
a la más cruel de las situaciones (la servidumbre). Todo ello confluyó en un cerco sin piedad
contra la aristocracia nobiliaria en medio de una sangrienta Revolución, la francesa.

LAS MENTALIDADES SOCIALES

Con el término Ilustración se designa a un amplio movimiento cultural que se vivió en


Europa en el siglo XVIII y que aportó las ideas de la etapa final del Antiguo Régimen, al tiempo
que sirvió de marco al inicio de la Edad Contemporánea. El siglo de las luces aportó ideas y
conceptos novedosos como Libertad, Progreso, y Hombre, inventó el Optimismo y se colocó
bajo la bandera del Utilitarismo. Sin embargo, estuvo plagada de contradicciones: es evidente
que la Ilustración no pretendía acabar con el Antiguo Régimen, solo mejorarlo, por ello no se
puede considerar que fuera revolucionaria. Sí llevaba el germen de la revolución, y por esta
razón el papel de las luces en los orígenes de la Revolución francesa ha sido siempre aceptado,

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haciendo verdad la máxima El sueño de la razón produce monstruos. Las ideas políticas de la
Ilustración defienden los intereses de la creciente burguesía, aunque Jean Touchard y otros
autores afirman que es un error pensar que desde el principio la Ilustración estuvo unida a la
burguesía; en principio fue algo elitista y por ello aristocrático, siendo más tarde cuando se
incorporó la burguesía. La Enciclopedia fue el vehículo de difusión más eficaz del pensamiento
ilustrado —aunque no el único—, otros vehículos fueron las universidades, las academias, las
sociedades económicas de amigos del país y la prensa. La Enciclopedia o Diccionario razonado
de las ciencias, las artes y los oficios fue obra de Diderot y D'Alambert —que recibieron
oficialmente el encargo—, pero fueron muchos los colaboradores como Forney y Rousseau,
todos ellos intentando recopilar la totalidad del conocimiento humano y ponerlo en páginas
escritas. El primer tomo apareció en 1751 y tras muchas vicisitudes la publicación fue
terminada en 1772. En la obra no faltan errores, incluso en relación con la cultura de su tiempo,
pero con todo, supuso una de las más radicales revoluciones en la historia de la cultura.

EL DESPOTISMO ILUSTRADO

El despotismo ilustrado fue una práctica y teoría política que surgió como
consecuencia de la síntesis entre el absolutismo monárquico y la filosofía de la Ilustración; el
término fue acuñado por los historiadores alemanes del siglo XIX. Existen en el despotismo
ilustrado varios rasgos que pertenecen a la teoría de Hobbes, como son negar el origen divino
del poder y afirmar el origen contractual del Estado. También encontramos características que
pertenecen a Maquiavelo, como que el monarca es el primer servidor del Estado y no al revés.
Según el despotismo ilustrado, la finalidad del Estado es conseguir la felicidad del pueblo,
pero sin la participación del pueblo en la política, algo que se resume en su célebre frase: Todo
para el pueblo, pero sin el pueblo. El Estado debe promover la riqueza por medio de reformas que
deberán llevar a cabo el rey y sus ministros ilustrados. Cronológicamente el período del
despotismo ilustrado va desde 1740, con el inicio del reinado de Federico II de Prusia, hasta
1789, año en el que se produce el estallido de la Revolución francesa.

2. CRECIMIENTO ECONÓMICO

El crecimiento económico de Europa en el siglo XVIII se manifiesta en las


transformaciones de la agricultura, el desarrollo del comercio, el inicio de la Revolución
Industrial y la aparición de una nueva teoría y práctica económica. El proceso de cambio se
inició en Gran Bretaña a mediados del siglo XVII con el gobierno de Cromwell, y se extendió
en este país a lo largo del siglo XVIII; en los demás países europeos se produjo de forma más
tardía, a mediados del XVIII.

LAS TRANSFORMACIONES EN LA AGRICULTURA

Pese a que desde la época de los grandes descubrimientos el comercio había sido una
de las bases de la riqueza en Europa, la economía del siglo XVIII, el mundo del Antiguo
Régimen seguía siendo predominantemente agrario. Los grandes propietarios y las grandes
extensiones agrarias —los latifundios— seguían siendo en muchos países los sostenedores del
régimen económico, anquilosados en métodos, técnicas y productos procedentes de la Edad
Media; además, el privilegio nobiliario y eclesiástico continuaba en vigor, por lo que las cargas
impositivas seguían recayendo en el sector económico más desfavorecido: los campesinos. A
ello se le unió la existencia de ocasionales períodos de carestía de alimentos de primera
necesidad (pan y leche, principalmente) durante el intervalo 1715-1785, pese a lo cual los
impuestos —aumentados para el mantenimiento de las diferentes guerras que los Estados

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europeos sostenían en todas partes del globo— sufrieron un incremento insoportable para los
campesinos. El mundo agrario del Antiguo Régimen sufría las atroces consecuencias de un
mundo gobernado para ellos, pero sin ellos, lo que significaba la continuidad de los problemas
heredados de épocas anteriores y la falta de solución a las crisis, hambrunas y epidemias.

El modelo agrario feudal continuó siendo el dominante en la Europa del siglo XVIII,
estas eran sus características: baja productividad por hectárea; uso de un utillaje rudimentario;
nula inversión de capital en la agricultura; escaso empleo de abonos de origen biológico;
producción destinada al autoconsumo; cultivos de carácter alimenticio, predominando los
cereales como el trigo y la cebada. A lo largo de la centuria este modelo agrario feudal entró
en crisis debido al aumento de la población europea, que llevó a un aumento de los precios y
a la necesidad de aumentar la producción para abastecer a toda la población. Ante esta
situación los grandes latifundistas intentaron aumentar la cantidad que debían entregar los
campesinos y procuraron aumentar el tamaño de sus propiedades al beneficiarse del aumento
de los precios de los productos de origen agrícola; los campesinos experimentaron graves
problemas debido a las exigencias de sus señores y al hecho de que el número de tierras era
cada vez menor. Esta contraposición de intereses culminó con la Revolución Francesa y
terminó con la transformación del siervo en campesino dueño de sus tierras, con lo que
apareció un modelo de explotación basado en pequeñas explotaciones suficientes para el
mantenimiento del campesino y su familia, que comercializaba un pequeño excedente. Sin
embargo, esta transformación agrícola no se vivió en Europa Oriental, donde el dominio del
modelo feudal era completo.

El modelo agrario capitalista apareció exclusivamente en Inglaterra. Se caracterizaba


por una alta productividad por hectárea, el empleo de técnicas modernas como resultado de
la aplicación de innovaciones agronómicas como las de Jethro Tull, inversiones de capital
ampliamente compensadas por los beneficios, el abundante empleo de abonos biológicos, la
comercialización de la producción y su especialización regional, además de por cultivar
productos de amplia demanda. Para realizar este cambio en el modelo de producción hubo
que expulsar a los campesinos de sus tierras y crear grandes latifundios, fenómeno conocido
como enclousures. La causa que llevó a los enclousures fue el aumento del precio de los cereales
(en parte debido a las guerras coloniales), y consistía en acabar con el régimen de campo
abierto (openfield) y cercar las propiedades (bocage). El proceso concluyó en 1830 con el apoyo
de varias leyes parlamentarias. Las consecuencias de este proceso fueron enormes, las
enclousures eran algo contra lo que no se podía competir y provocaron la ruina de los pequeños
campesinos, lo que dio lugar a la aparición de una mano de obra barata sin la cual la
Revolución Industrial jamás habría sido posible, pues en las primeras fases de la
industrialización se necesitaban grandes cantidades de mano de obra; por otro lado, permitió
la aparición de la nueva figura social del empresario agrícola, que consideraba su explotación
una fuente de beneficios con lo que buscaba la máxima rentabilidad. Podemos resumir
diciendo que la Revolución Agrícola en Gran Bretaña contribuyó a la efectividad de la primera
Revolución Industrial de cuatro formas: 1. Alimentando a la creciente población, sobre todo la
urbana. 2. Aumentando el poder de compra de la población para la adquisición de los
productos de la industria británica. 3. Suministrando una parte sustancial del capital requerido
para financiar la industrialización. 4. Suministrando mano de obra barata a la industria.

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EL DESARROLLO DEL COMERCIO MUNDIAL

La situación económica del resto de sectores sufría prácticamente los mismos


problemas que el sector agrario. Las leyes restrictivas sobre el comercio dictadas por el
proteccionismo de los gobiernos llevaron a la ruina a un gran número de comerciantes.
Aunque el poder adquisitivo de las grandes familias financieras y mercantiles seguía siendo
alto —en especial la burguesía urbana—, el pago de impuestos gravaba hondamente los
beneficios obtenidos en los negocios de un gran número de comerciantes, mientras que veían
cómo la aristocracia, recurriendo a seculares privilegios de sus antepasados, tenía asegurada
su manutención en las cortes regias y la exención de impuestos.

Pese a esta situación, el siglo XVIII contempló un importante desarrollo del comercio
mundial; este hunde sus raíces en el siglo XVII, momento en el que Holanda e Inglaterra
desarrollaron un aparato económico complejo que se manifestaba con la aparición de la Bolsa,
de las primeras casas de cambio y del primer banco central (Banco de Ámsterdam de 1609). En
1700 se mantenía esta estructura, y los países occidentales eran conscientes de que el comercio
se encontraba en América. Para comerciar con el otro continente era necesario construir una
poderosa flota, por este motivo muchos historiadores —entre los que se encuentra John
Lynch— insisten en afirmar que antes de la Revolución Industrial existió una revolución
comercial y marítima. El comercio del siglo XVIII fue un medio de enriquecimiento nacional:
aumentó el volumen y la variedad de productos en el mercado y originó la acumulación de
capital con la que posteriormente pudo llevarse a cabo la Revolución Industrial.

En Inglaterra, entre 1713-1763, el comercio se vio favorecido por la política


mercantilista iniciada por Cromwell, las conocidas Actas de Navegación tenían como objetivo
convertir a las colonias en abastecedoras de materias primas y en consumidoras de las
manufacturas inglesas.

En Francia la política económica nacional también era de corte mercantilista, que en


este país recibió en nombre de colbertismo en honor a Colbert, ministro del rey Luis XIV en el
siglo XVII.

En España el mercantilismo fue algo más tardío; estuvo defendido por el Marqués de
la Ensenada y un conjunto de teóricos como Jerónimo Ustáriz. En líneas generales, a lo largo
del siglo XVIII los países europeos evolucionaron del mercantilismo al capitalismo, y a finales
de siglo muchos de ellos eran claros defensores del libre comercio, el mejor ejemplo lo
encontramos en Inglaterra. En España el librecambismo se manifestó a través del Decreto de
Libre Comercio de 1778.

Las principales rutas comerciales de la centuria fueron: la ruta europea Norte- Sur, que
intercambiaba la producción agrícola mediterránea por productos industriales y materias
primas procedentes del norte europeo; la ruta europea Este- Oeste, por la que Europa oriental
vendía productos agrarios y materias primas y compraba manufacturas y productos
americanos y asiáticos en la Europa occidental; la ruta del Extremo Oriente, que estaba en
manos inglesas y ponía en contacto Europa con China y la India; la ruta americana, siendo de
todas la más productiva, dibujaba un triángulo cuyos vértices eran Europa, Golfo de Guinea
y las costas americanas. Europa vendía manufacturas a los países del Golfo de Guinea a
cambio de esclavos negros, estos eran vendidos en las plantaciones americanas donde se
compraban tabaco, cacao, café, azúcar y algodón, que se transportaban de regreso a Europa en
las mismas embarcaciones.

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INICIOS DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

El modelo de producción industrial de la Europa del siglo XVIII —a excepción de


Inglaterra— es claramente continuador de las viejas formas de organización industrial como
el artesanado; este es un tipo de manufactura de origen medieval que implica la intervención
directa de la mano del hombre en proceso de fabricación, y en el que las normas gremiales se
encargaban del control de la producción y de los precios de los productos. Al artesanado se
añade el sistema inglés del putting out system o “sistema de trabajo doméstico”: era realizado
en el campo o en la ciudad por gentes de nula preparación en sus domicilios, entonces el
producto de su trabajo era recogido por el comerciante que era dueño de la materia prima y a
cambio les pagaba un dinero según la cantidad producida. Otro modo antiguo de producción
es la manufactura, en ella el comerciante aporta la materia prima, el utillaje y el local, y los
obreros trabajaban a cambio de un jornal; la diferencia con la fábrica es que el nivel tecnológico
es muy bajo. Las Reales Fábricas en España constituyen un gran ejemplo, tenían como
finalidad producir artículos de lujo o de valor estratégico (armamento y navíos).

La aparición de la fábrica moderna, y con ella de la Revolución Industrial, tuvo lugar


a mediados del siglo XVIII en Gran Bretaña, y supuso la incorporación de la máquina al
proceso de producción. Hasta este momento el hombre solo había utilizado herramientas; el
instrumento se hace hábil cuando gracias a un movimiento mecánico reproduce el trabajo
humano, y el motor aparece cuando se consigue transformar la energía de la naturaleza en
movimiento. La unión de un instrumento hábil y del motor señala la aparición de la máquina,
sin duda el agente que ha causado el mayor cambio en las condiciones de vida de la
humanidad. El maquinismo tenía como consecuencias el rápido crecimiento de la producción
industrial, el descenso de los precios de los productos industriales, la reducción de la mano de
obra necesaria en la producción y, con ello, la reducción de los costes productivos.

Junto a la fábrica moderna varios hitos marcan el surgimiento de la Revolución


Industrial en Inglaterra a finales del siglo XVIII: a) La aplicación de nuevas fuentes de energía
y materias primas como la hulla y el carbón coque. b) La invención de la máquina de vapor
por Watt, a partir de las experiencias previas de Papin en el siglo XVII y Newcomen en el
XVIII. c) El papel de la industria algodonera que desplaza a la lanera, con inventos como la
hiladora jenny de Hargreaves y la frame de Arkwright, ambas fusionadas en la mule de
Crompton. d) El desarrollo de la siderurgia con la técnica del pudelaje en la fundición del
hierro.

3. LAS TRANSFORMACIONES POLÍTICAS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII

En opinión de Lynch, en su obra La España del siglo XVIII (1993), la España


preborbónica se asentaba en el concepto de Imperio como conglomerado de reinos: cada uno
de los cuales tenía su estructura económica y política, su legislación propia, sus lenguas y
costumbres. Felipe V, que conocía la obra de Luis XIV y las dificultades de sus intentos de
centralización, se amparó en la rebelión de la Corona de Aragón haciendo uso de "el justo
derecho de conquista" para imponer los Decretos de Nueva Planta; su objetivo era crear un
Estado centralizado, fuerte y unido, y para ello extendió al resto de los reinos españoles la
organización castellana. En 1707, tras la victoria obtenida en la batalla de Almansa, Melchor
de Macanaz publicó el primer decreto que afectaba a Aragón y Valencia, y que iba a sentar las
bases de los restantes. El segundo Decreto apareció en 1716 para Cataluña, nombrando a
Patiño Superintendente de Cataluña. Las Baleares también se vieron afectadas por la Nueva
Planta, aunque de manera más leve, y sólo Navarra y las Vascongadas conservaron sus fueros
tradicionales. A nivel político desaparecieron las Cortes de la antigua Corona de Aragón, que
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eran la garantía de autonomía frente al poder central; Felipe V las integró en un único
organismo llamado Cortes Generales del Reino. A nivel judicial, se crean las Audiencias como
órganos de administración de justicia en derecho criminal y civil bajo la autoridad del Capitán
General.

Administración central. El objetivo de Felipe V era sustituir el sistema polisinodial por


una administración centralizada. Jean Orry fue el ministro que llevó a cabo las reformas,
organizando un gabinete similar al de Francia —con un Intendente General de Hacienda y
varios secretarios—, de modo que las Secretarías recogieron las funciones de los Consejos. En
1707 fueron suprimidos los Consejos de Flandes, Italia y Aragón, mientras que consejos como
el de Hacienda, Guerra, Estado, Inquisición e Indias perdieron muchas de sus atribuciones. El
único consejo robustecido fue el Consejo de Castilla, que quedó como una especie de
Ministerio de Interior. En 1705 la Secretaría fue dividida en dos y en 1714 se le añadieron dos
más: Estado, Guerra, Gracia y Justicia y Marina e Indias; en 1721 el Intendente General de
Hacienda pasó a convertirse en Secretario de Hacienda. Cada Secretaría estaba dirigida por un
ministro o secretario, elegido por el Rey. Con Carlos III el Ministerio de Indias se subdividió
en dos, con lo que se pasó a contar con siete ministerios:
«Estado», «Gracia y Justicia de España», «Marina», «Guerra», «Hacienda», «Gracia y Justicia
de Indias» y «Comercio y Navegación de Indias».

Administración territorial. Su reforma es parte de los Decretos de Nueva Planta. Los


virreinatos de Aragón, Valencia, Mallorca y Cataluña se convirtieron en Capitanías Generales
dirigidas por un Capitán General, que ejercía su autoridad en las Audiencias. Para la
administración provincial fueron creadas las Intendencias —y con ellas la figura del
Intendente—, institución de origen francés que llegó a España en 1718 quedando plenamente
configuradas con las Ordenanzas de 1749. Tenían funciones militares, hacendísticas, en
materia de justicia, policía y obras públicas. El Intendente era un puente entre el Consejo de
Castilla y los poderes locales, eran reclutados por el Rey a través de sus secretarios. La creación
de las intendencias contribuyó a la división administrativa de España en provincias, así pues,
aparece la primera división provincial moderna con 32 provincias, siendo cada una el ámbito
de una intendencia.

Administración local. Su reforma se realizó por medio de los Decretos de Nueva Planta
en Aragón y Cataluña, pero también alcanzó al País Vasco y Navarra. Se intentó adaptar el
sistema municipal de la Corona de Aragón —fundamentado en los Consells— al sistema
castellano basado en los Corregimientos; al frente de ellos estaba el Corregidor —
representante del poder real que presidía el Ayuntamiento—, acompañado por otros
funcionarios como los regidores, que sustituían a los Consellers; los Alcaldes sustituyeron
también a los Justicias. Si los municipios eran grandes, el Rey elegía los cargos, pero si eran
pequeños eran propuestos por el Ayuntamiento. Carlos III dio un nuevo impulso a la reforma
de la administración local, que fue proyectada por Campomanes en 1766 y materializada
mediante el Decreto del 5 de mayo, que preveía la presencia de representantes del pueblo
elegidos por todo el pueblo, cuatro en las grandes ciudades y dos en los municipios inferiores a
2.00 habitantes; la elección era indirecta y los cargos eran el de Diputado del Común y
Síndico Personero.

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La Hacienda. En materia hacendística Felipe V pretendía dos objetivos: contrarrestar


el desigual pago con que Castilla y Aragón contribuían al Erario Público y obtener mayores
ingresos. Para ello, dentro de la reforma de la Nueva Planta, estableció nuevos impuestos
llamados el "catastro" en Cataluña, el "equivalente" en Valencia, la "contribución real" en
Aragón y la "talla" en Mallorca; por estos impuestos se pagaba anualmente una cantidad
distribuida entre los contribuyentes a partir de beneficios industriales, del comercio y del
trabajo personal. Los resultados de la reforma de la Hacienda con Felipe V fueron buenos, y el
10 octubre de 1749 Ensenada decidió dar un paso adelante y promulgó una Real Cédula que
aprobaba el Decreto de Única Contribución. Con él se pretendía reducir a una sola
contribución los impuestos personales y las llamadas rentas provinciales (alcabala, cientos y
millones), contribuyendo cada persona en proporción a sus recursos; con ella la nobleza y el
clero perdían su inmunidad fiscal. Para conocer los recursos de sus habitantes puso en marcha
el Catastro de la Corona de Castilla, que fue completado en 1754, mismo año en el que creó el
Departamento de Hacienda. Para apoyar la reforma hacendística se creó una especie de banco
estatal, llamado Real Giro, con sede en Madrid, que se encargaba de hacer las transferencias
fuera de España. Sin embargo, una serie de protestas propiciaron la caída de Ensenada del
poder y con él paralizaron el proyecto de Única Contribución y el Real Giro. En 1760 las
finanzas locales quedaron subordinadas a las decisiones del Estado.

Reforma del ejército y de la armada. En 1704 el nuevo monarca inició la reforma del
ejército: se impuso el reclutamiento militar obligatorio para hombres entre 18 y 30 años, se
sustituyeron los Tercios por Regimientos al frente de los cuales estaba un coronel; los coroneles
eran elegidos por el Rey, mientras que los oficiales se elegían entre los caballeros y aquellos
que vivieran noblemente, y los sargentos eran elegidos entre el pueblo llano. Hubo otra
reforma en 1734 por la cual el reclutamiento forzoso se haría solo cuando el ejército no se
cubriese con voluntarios. En 1770 se implantaron las quintas reales. Carlos III también trató de
modernizar el ejército, y para ello tomó como modelo Prusia. Se enviaron oficiales para
estudiar el sistema militar prusiano de Federico el Grande. Fundó la Academia Militar de
Ávila — infantería, caballería e ingenieros—. La artillería contó con una Academia en Segovia
fundada en 1764. Felipe V, a través de Patiño, sentó las bases de la reforma de la armada que
cristalizaría con el Marqués de la Ensenada, el cual amplió los astilleros en Cádiz, Ferrol y
Cartagena, donde creó tres arsenales reales. Se tendió a copiar los navíos franceses, grandes y
rápidos. A partir de 1750 Jorge Juan impulsó el modelo británico, sólido y con gran potencia
de fuego. En 1760 España contaba con 47 barcos y 21 fragatas, y a finales de siglo contábamos
con más de 200 barcos. Era la segunda armada más poderosa del mundo después de la
británica.

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TEMA 36: CRECIMIENTO ECONÓMICO, ESTRUCTURAS Y MENTALIDADES
SOCIALES EN LA EUROPA DEL SIGLO XVIII.
LAS TRANSFORMACIONES POLÍTICAS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII.
CONCLUSIÓN

El siglo XVIII contempló el final del Antiguo Régimen, que dio lugar al fin de la
Historia Moderna y al comienzo de la Historia Contemporánea. Este Antiguo Régimen poseía
las siguientes características: en lo social, el mantenimiento de una sociedad estamental,
cerrada y jerarquizada; en lo económico, una economía cerrada e intervenida por el
mercantilismo, cuyo motor era la agricultura; en lo político, el mantenimiento del absolutismo
monárquico; en lo cultural e ideológico, la existencia de una cultura dirigida por la Iglesia y la
unión indisoluble del Trono y el Altar. Sin embargo, en el siglo XVIII hicieron su irrupción una
serie de cambios: en lo social, el ascenso de la burguesía que basaba su poder en la riqueza
económica; en lo económico, la puesta en marcha de la Revolución industrial y el triunfo del
capitalismo; en lo político, la revolución liberal burguesa; en lo ideológico y cultural, la
aparición de la Ilustración. Por otro lado, en España, las transformaciones políticas de los
Borbones a lo largo de este siglo permitieron una cierta recuperación de los males acontecidos
durante la Guerra de Sucesión, aunque no por ello dejamos de ser un estado satélite de Francia
en lo que concierne a política internacional. Estas reformas contribuyeron a crear algunos
aspectos de una imagen de nuestro país que perdura en la actualidad, la idea de Estado
centralizado, dividido en provincias y con una fiscalidad relativamente moderna.

BIBLIOGRAFÍA
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Barcelona.
• RIBOT, L. (Coord.) (2006): Historia del Mundo Moderno. Editorial Actas, Madrid.
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Editorial Universitas, Madrid.
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