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INDICE

Primera parte: EL CICLO DEL AGUA


El curioso nacimiento del Agua
La misión del Agua
Las hijas del Agua
La Gotita Aventurera llega al Mar
Lo que ocurrió en el Mar
Romance de la Gotita y el Sol en la Montaña
En el Riachuelo y el Lago
Algo terrible le sucede a la Gotita
Una nueva aventura
Un lindo viaje por el Río
La Gotita en el Glaciar
Viaje en el Témpano
En la Napa

Segunda parte: LOS TRABAJOS DEL AGUA


El Agua comienza a trabajar
Un encuentro sorprendente
Un nuevo trabajo del Agua
Estadía de la Gotita en la Planta
Una nueva sorpresa para la Gotita
Los servicios del Agua
El Agua abre caminos
El Hombre disfruta del Agua
El Agua, campeona del trabajo
Historia de la Arcilla
El mensaje del Ostión
El Agua se enferma
La "Hermana Agua"
Primera parte:
EL CICLO DEL AGUA

El curioso nacimiento del Agua

Hace muchos miles de millones de años, existía un gran número de


elementos químicos que después formarían la Tierra, pero en el
comienzo de los tiempos estaban en completo desorden.
Entre esos elementos químicos se encontraban el Oxígeno y el
Hidrógeno, los que caminaban de un lado para otro, como si no llevaran
un rumbo fijo. Por lo menos eso era lo que parecía.
Un buen día, un átomo de Oxígeno y dos átomos de Hidrógeno que
andaba juntos, se pusieron a conversar y se hicieron muy amigos.
Enseguida se les ocurrió una idea.
–Oye –les dijo el Oxígeno a sus amigos–, así solos, cada uno por su lado,
somos importantes, nadie lo negaría. Imagínense, yo...
–No solo tú eres importante –lo interrumpió uno de los Hidrógenos.
Iba a seguir hablando, pero el Oxígeno lo atajó diciéndole:
–Bueno, bueno. Dejemos esas tonterías a un lado. Yo quería proponerles
que nos asociáramos ustedes y yo.
Parece que a ambos Hidrógenos esta idea los tomó por sorpresa y se
quedaron un momento pensativos, pero después le contestaron:
–Nos gusta lo idea. Unidos, seremos más poderosos, porque la unión
hace la fuerza.
– ¿Hecho? –pregunto el Oxígeno.
– ¡Hecho! –respondieron los Hidrógenos.
Y los tres se dieron un fuerte apretón de manos que tuvo curiosas
consecuencias. Al cabo de un rato, se preguntaron, sorprendidos:
– ¿Qué sucede?
–Sucede que acabo de nacer –les respondió una voz desconocida.
Los amigos miraron en dirección a la voz y vieron que desde sus manos
unidas brotaba un ser nuevo, vaporoso, que formaba una especie de
nube.
– ¿Qué es esto? –preguntaron, extrañados.
–Soy el Agua –dijo la voz nueva y fresca–. Necesitaba que ustedes tres
se asociaran para que yo pudiera nacer.
¡Oh! –exclamo el Oxígeno, moviendo la cabeza, asombrado.
– ¡Es sorprendente! –dijo uno de los Hidrógenos.
– ¡Quién lo hubiera pensado! –comentó el otro–. Así ocurren las
casualidades. Pero el Oxígeno, que tenía más peso, le replicó:
–Nada ocurre por casualidad. Si de nuestra asociación ha nacido el Agua,
es porque así estaba dispuesto en el plan de Dios.
–Quizás tengas razón –admitió un Hidrógeno, porque no le gustaban las
discusiones.
– ¿Y qué función cumplirá el Agua? –interrogó el Oxígeno.
–Seré abundantísima en la naturaleza y en la Vida, ¿entienden?, la Vida –
recalcó–. Ella no podrá desarrollarse sin mí.
–Ahora comprendo porque congeniamos tanto –dijo el Oxígeno–. Nuestra
amistad nos llevó a crear el Agua.
– ¡Así es! –manifestaron los Hidrógenos, con alegría.
–Gracias por haberme dado la existencia –les dijo el Agua–. Presiento
que me aguarda una hermosa tarea.

La misión del Agua

Dios sabía que había nacido el Agua, así que la llamó para decirle:
–Tú, hijita, tienes un trabajo enorme por delante.
Ella lo tomó al pie de la letra y miró hacia delante con mucha atención.
–Oh, no seas torpe –la amonestó Él con tono bondadoso–. "Por delante"
significa que a partir de ahora trabajarás constantemente.
–Bueno, pero, ¿en qué quedamos con el descanso dominical? –se atrevió
a alegar el Agua.
–Tendrás tus descansos también, no te preocupes –la tranquilizó Dios.
–Está bien, Señor.
–Por el momento te adelanto que vivirás por todas partes. En la
Atmósfera y la Tierra.
–Comprendo –contestó ella.
–Comprendes, pero no completamente. Aun no te lo he dicho todo.
–Habla, Señor. Dímelo todo.
–No te puedo decir todo de una vez, porque es mucho. Por ahora basta
que sepas lo más importante.
Dios hizo una pausa y prosiguió:
– Por el momento vivirás en el Aire.
– ¿Vivir en el Aire? Pero aterrízame un poco, por favor –rogó el Agua.
–Claro que descenderás a su debido tiempo, y en la Tierra tendrás una
vasta morada que será el Mar. El Mar ocupará las tres cuartas partes de
la Tierra. ¿Te das cuenta?
– ¡Caramba! –exclamó el Agua.
–Fuera de ese palacio del Mar, dispondrás de otras habitaciones.
También vivirás en las Nubes, en las Montañas y en las Hondonadas.
–Sospecho que si he de vivir en tantas partes, deberé viajar mucho.
–Exactamente. Viajarás todo el tiempo de un lugar a otro, formando los
Ríos, el Granizo, la Nieve. Tu viaje se llamara «Ciclo del Agua» y no se
acabará nunca –le comunicó Dios.
– ¿Ciclo del Agua? Qué bonito suena, pero, ¿qué es «ciclo», Señor?
–Ciclo es una serie de sucesos distintos que se repiten siempre en el
mismo orden.
¿Comprendes?
–Hum... Algo. Sí, sí. Entendí.
–Bueno. Cuando realices lo ciclo, entonces lo entenderás mejor.
– ¡Qué emocionante es todo esto, Señor! Sera una tremenda aventura.

–Sí, una gran y hermosa aventura, hijita mía. Y ahora te bendeciré para
que tengas éxito.
El Agua se arrodilló ante Dios y levantó su frente cristalina para recibir
su bendición. Él la tocó con uno de sus dedos prodigiosos y después
acarició su cabellera de húmedas hebras.
–Agua, lo bendigo –le dijo–. Eres una criatura pura, santa. Serás activa y
benéfica. Tú harás posible la Vida, limpiarás lo sucio. También te
conferiré la dignidad de ayudar a la limpieza de las almas: en el Agua
del Bautismo los Hombres se harán hijos míos.
El Agua no entendió entonces todo lo que había dicho Dios, pero se
quedó calladita porque el momento era muy solemne. Sintió en su
corazón una emoción muy grande y muy difícil de explicar.

Las hijas del Agua

En aquel remoto tiempo, la Tierra y su Atmósfera estaban


extremadamente calientes. El Vapor de Agua semejaba al de una
enorme tetera hirviendo. Este Vapor merodeaba de un lado a otro
flotando en el Aire. Como es muy inquieto y nunca se sosiega, se movía
y se movía, hasta que un día llegó a las capas exteriores de la
Atmósfera, donde hacía un frío tremendo que aumentaba mucho por
momentos. Este fue el instante cuando el Vapor del Agua dio nacimiento
a millones de Gotitas que cayeron sobre la Tierra formando la Lluvia.
Pero, ¡horror! En ese tiempo la Tierra era una brasa ardiente. Al caer, las
Gotitas de Agua se sofocaban. Ardían tanto las pobrecitas que se
convertían en Vapor de Agua nuevamente y regresaban a flotar en la
Atmósfera. Poco después, este Vapor de Agua ingresaba otra vez a las
capas exteriores de la Atmósfera, donde volvía a helarse y a
transformarse en Gotitas que caían sobre la Tierra quemante como un
tizón. Pero las Gotitas intentaban aterrizar inútilmente. ¡No había
esperanza! La Tierra parecía no quererlas y, al contrario, decirles:
"Váyanse, váyanse". Cuántas veces bajaron las pobres Gotitas y cuántas
regresaron a su Nube, nadie lo sabe.
Pasaron muchos miles de años hasta que la superficie de la Tierra se
enfrío un poco. Por entonces se escuchó la voz de Dios ordenando a las
Gotitas de Agua:
–Ha llegado la hora de que ustedes formen el Mar.
– ¡Sensacional! –exclamó una de ellas, la más entusiasta, a la que sus
compañeras llamaban Gotita Aventurera.

Entonces bajaron todas juntas tomaditas de las manos, felices, y


produjeron un inmenso diluvio que inundó casi toda la Tierra.
Cayeron y cayeron a montones hasta dar nacimiento al Mar.
Mientras tanto, Mama Agua, en la Nube, miraba desconsolada como se
desprendían y
separaban de su cuerpo sus pequeñas hijas, sin que regresaran, como
había sucedido antes cuando la Tierra estaba caliente.
– ¡Mis hijas, se van mis hijitas! –lloraba, despidiéndose, porque creía que
las perdía para siempre.
–No te aflijas –la consoló Dios–. Ya empezarán a volver poco a poco.
Déjalas vivir. Ahora ha comenzado tu ciclo, sí, tu ciclo: el Ciclo del Agua.

La Gotita Aventurera llega al Mar

La Gotita Aventurera se fue a vivir al Mar, un enorme palacio con techo


azul, ondulado y transparente, compuesto por interminables recovecos.
En las playas y orillas era bajo, pero en otros sectores este palacio
alcanzaba tanta altura como el mayor de los rascacielos actuales. En
algunas zonas, el suelo estaba cubierto con rocas que mostraban todas
las formas imaginables,
mientras en otras era simplemente de arena o fango. Allí, la Gotita
encontró grandes llanuras, montañas, cordilleras, mesetas y acantilados.
Este palacio tan enorme no tenía ventanas porque el techo, o sea, la
superficie del Mar, era como una Bran claraboya que dejaba pasar los
rayos de luz del Sol. Claro que estos iluminaban sólo los pisos
superiores; los pisos intermedios quedaban siempre en penumbra, y los
inferiores, absolutamente a oscuras.
– ¡Oh! –exclamó la Gotita, que estaba en la superficie–. Aquí no me
aburriré nunca. Tengo mucho tiempo para recorrer e investigar tantos
lugares.
Y como a las Gotitas les gusta andar siempre tomadas de las manos, el
grupo al que pertenecía la Aventurera dio un pequeño salto juguetón y
se encontraron con el Viento, que pasaba por ese lugar.
–Hola –las saludo este.
– ¿Ola? –preguntó la Gotita Aventurera, que era la más sociable–. ¿Así se
llaman estos lomitos que hacemos?
–Yo les dije "hola" para saludarlas, "hola" con hache –les contestó él.
Al Viento le interesaba la ortografía, pues es muy culto y, como visita
distintas partes del mundo, sabe mucho.
–Ah, yo creí que era "ola" sin hache –le dijo la Gotita, un poco confusa,
queriendo continuar la conversación.
– ¿Ola sin hache? –preguntó el Viento–. ¿Sabes? Es un bonito nombre
para todos esos lomitos a los que tú te refieres. Dejémoslos con ese
nombre, ¿qué te parece?
– ¡Sí! ¡Sí! –gritaron todas entusiasmadas–. Nos parece bien. Quiere decir
que en el Mar haremos olas. ¡Queremos hacer muchas olas! –
exclamaron después.
El Viento, que es muy caballero cuando quiere serlo, las empujó
soplando un poco más fuerte. Así se formaron muchas olas y las Gotitas
se entretuvieron un rato jugando felices con el Viento, hasta que fueron
a dar a la orilla del Mar, donde había arena.
– ¡Qué rico es jugar con la arena! –exclamaron alejándose y volviendo
sobre ella.
Después se fueron a jugar alrededor de la Roca, hasta que la
despertaron.
–Hola –la saludaron a coro las Gotitas.
–Hola, ola –les respondió la Roca.
A ellas les pareció divertido el juego de palabras y se rieron haciendo
espumita mientras se azotaban contra la Roca. El Viento había partido a
soplar a otros sitios, así que ahora se movían solas.

–Qué lástima que no haya alguien más con quien jugar –suspiró la Gotita
Aventurera.
Entonces Dios, que conoce todos los pensamientos, hasta los de una
Gotita de Agua, la
consoló diciéndole:
–Tengan un poco de paciencia. En unos cuantos miles de millones de
años más, habrá unos seres preciosos con quienes jugarán. Serán los
Niños y las Niñas, quienes vendrán a la playa para que ustedes les
mojen los pies.
– ¡Qué bueno! –exclamo el Agua–. Esperaré ansiosa la llegada de esos
Niños y Niñas.
–Además –agregó Dios–, vendrá mi Hijo y hará cosas maravillosas.
– ¿Tu Hijo? –preguntó el Agua. ¿Y yo lo conoceré?
–No solo lo conocerás. Algunos de sus prodigios y milagros Él los
realizará con el Agua.
– ¿Vendrá al Mar entonces? –interrogó la Gotita.
–Por cierto que sí. Sus mejores amigos serán pescadores –anunció Dios.
La Gotita no entendió completamente lo que había dicho Dios, pero no
formuló ninguna pregunta para no mostrar su ignorancia.
–Ya vas a ver, vas a ver –repitió Él con tono misterioso.
La Gotita arrastró a sus hermanas, que hicieron muchas olas de felicidad
después de hablar con Dios. Luego se fueron a estrellar nuevamente
contra la Roca para juguetear con ella, y la dejaron salpicada con
espuma.

Lo que ocurrió en el Mar

Un día, el Sol se acercó más a la Tierra. El Mar se veía transparente e


iluminado hasta muy abajo.
– ¡Qué rico! –exclamó la Gotita Aventurera–. Aprovecharé este tiempo
tan hermoso para darme un estupendo baño de Sol.
Y se tendió para asolearse. Pronto se empezó a entibiar con el calor,
hasta que se quedó dormida. Al rato despertó sintiéndose tan liviana
que le pareció que flotaba. Recordó cuando vivía en el Aire. La Gotita
abrió los ojos pero debió cerrarlos de nuevo, porque el Sol estaba
demasiado deslumbrante.
De pronto le pareció sentir al Viento cerca de ella.
¿Eres tú, Viento? ¿Dónde estoy? Me siento tan liviana –le dijo, dándose
vuelta
perezosamente.
–Abre los ojos y verás –fue la respuesta.
La Gotita se restregó los ojos y los abrió poco a poco. Entonces se dio
cuenta de que ya no estaba en el Mar. Había vuelto a la Atmósfera,
donde la rodeaban miles de otras Gotitas, muchas de ellas
desconocidas.
– ¿Qué sucedió? ¿Por qué estoy aquí? –interrogó, asombrada.
–Simplemente, ha continuado tu viaje, tu Ciclo. Ahora formas parte de la
Nube –le informó el Viento.
– ¿La Nube? ¿Y el Mar, dónde quedó?
– ¿El Mar? Obsérvalo –le dijo el Viento, indicando hacia abajo.
La Aventurera miró, pero debió cerrar los ojos inmediatamente porque
sintió vértigo. Abajo, muy abajo, se veía el Mar.
– ¿Y ustedes? –preguntó, dirigiéndose a las otras Gotitas–. ¿Desde
cuándo están aquí?
–Llegamos hace rato –le respondieron.
Entonces comprendió: muchas de sus hermanitas la habían acompañado
desde el Mar y todas juntas habían formado la Nube. Sobre la Nube todo
era celeste. Abajo, muy lejos entre las brumas, se divisaba la Tierra. Vio
grandes desiertos cubiertos de arena amarillenta y gris, enormes
montañas, cordilleras, grandes rocas de distintos tonos y unos caminos
negros formados por la lava de los volcanes en erupción.
De pronto, desde una de las montañas empezaron a brotar piedras que
eran impulsadas con mucha fuerza y caían en distintas direcciones.
– ¿Qué es eso? –preguntó la Gotita, asombrada, señalando con un dedo
muy leve.
–Es un Volcán en erupción –respondió el Viento.
Al decirlo aparecieron unas rojas llamaradas: eran las lenguas del Fuego.
La Gotita vio otras bocas semejantes a las del Volcán que en ese
momento vomitaba piedras, lava y ceniza.
– ¿Son otros Volcanes? –preguntó a su amigo.
–Exactamente. Por el momento están descansando. Hay Volcanes
activos e inactivos.
– ¿Volcanes en reposo, se podría decir? –preguntó la Gotita.
–Sí –respondió el Viento–. Se podría decir que son volcanes en
vacaciones. Tú sabes que todos necesitamos descansar. Estos
descansan por el momento, pero tienen muchas erupciones pendientes
antes de que puedan aspirar a un descanso definitivo.

– ¿Erupciones dijiste?
–Sí, así se llama el trabajo que hace el Volcán: erupción.
Luego, el Viento transportó a la Gotita a otro lugar más lejano. Ella iba
mirándolo todo con mucha atención, porque todo era nuevo y
desconocido.
–Mira –le señaló la Gotita al Viento–, la Tierra parece moverse. ¿Qué
pasará?
–Ese es un terremoto, seguramente –le respondió, sin darle mayor
importancia.

– ¿Erupciones dijiste?
–Sí, así se llama el trabajo que hace el Volcán: erupción.
Luego, el Viento transportó a la Gotita a otro lugar más lejano. Ella iba
mirándolo todo con mucha atención, porque todo era nuevo y
desconocido.
–Mira –le señaló la Gotita al Viento–, la Tierra parece moverse. ¿Qué
pasará?
–Ese es un terremoto, seguramente –le respondió, sin darle mayor
importancia.

La Gotita observó cómo rodaron grandes trozos de rocas desde algunas


montañas, lo que produjo una enorme polvareda. Al rato, sin embargo,
había vuelto la tranquilidad.
La Gotita miró nuevamente hacia la Tierra dándose cuenta de que se
había levantado una parte de su corteza. Esta formó una especie de
espinazo sobresaliente que subió y subió hasta dar origen a una serie de
picachos, algunos puntiagudos y bastante grandes.
– ¿Irá a brotar fuego de allí? –se preguntó, porque el Viento andaba por
otro lado.
Al rato llegó el Viento nuevamente.
– ¿Viste? –le señaló la Gotita–. Eso no estaba ahí. Era bajo y más liso.
¿Sabes tú lo que ocurrió?
– ¡Ah! –le respondió el Viento–, esa es una cordillera que acaba de nacer.
– ¿Vomitará fuego? –le preguntó a su amigo.
–Depende. Si aparecen volcanes, seguramente.
– ¿Crees que aparecerán?
–Tal vez sí, tal vez no –respondió el Viento.

Como la temperatura era bastante baja, la pobre Gotita estaba dando


diente con diente, porque el frío era intenso. Entretanto, pensaba que
los viajes son muy entretenidos, aunque tienen sus incomodidades. De
pronto sintió que caía muy despacito y suavemente.
– ¿Qué ocurre ahora? –le preguntó al Viento, que pasaba por su lado en
ese instante.
–Ahora ustedes se han transformado en Nieve –dijo.
La Gotita se miró y vio que tanto ella como sus hermanitas tenían un
traje albo, blanquísimo.
Se habían separado en grupos, ya no estaban unidas como en la Nube,
sino que formaban una especie de plumas o copos que caían
blandamente sobre la Tierra. Se amontonaron muchos copos y la Gotita
Aventurera se sintió desmayar de puro frío.

Romance de la Gotita y el Sol en la Montana

Hacía tanto frío que la Gotita Aventurera prefirió dormir, pero al cabo
despertó sintiendo una suave tibieza.
– ¡Hola, hola! –la saludó alegremente el Sol, asomándose por un hueco
que era como la ventana de esa casa donde se encontraba ahora.
–Hola, amigo –le respondió ella. Levantó un poco la cabeza y vio su traje
maravillosamente blanco, igual que el de sus hermanitas.
– ¡Me olvidaba de que ahora soy Nieve! –exclamó–. ¿Dónde estaremos?
–En mi casa –escucho que le contestaba una voz imponente. Enseguida,
la misma voz agregó con mucha gentileza:
–Espero que se sientan cómodas.
–Oh, sí, estamos muy cómodas –dijo la Gotita, apoyando la cabeza y
afirmando todo el cuerpo. ¿Dónde estaría? El Cielo, intensamente azul,
se veía muy puro, igual que el Aire. "Parece que estuviera recién
pintado", pensó, pero temió que eso fuera un disparate y no lo dijo.
Cuando el Sol estuvo más cerca, le pidió en voz muy baja:
–Dime, por favor, ¿dónde estoy ahora?
–Estas en la casa de la Montaña –fue la respuesta del Sol.
– ¿Por cuánto tiempo?

Mira, seguramente permanecerás aquí una larga temporada, porque es


invierno y, lo sabes, aquí es invierno porque estoy haciendo trabajos de
verano en el otro hemisferio. Cuando me desocupe, me tocará venir a
hacerlos aquí.
El Sol se quedó sólo un breve momento y luego se retiró, porque estaba
apurado con sus "trabajos de verano en el otro hemisferio".
La Gotita Aventurera se sentía tranquila, reposaba plácidamente en la
Montaña. Su amigo Sol venía a verla casi todos los días, pero se
asomaba apenas un ratito. Tanto en las mañanas como en las tardes,
sus mejillas, igual que las de sus hermanitas, se ponían sonrosadas. La
Gotita creía que el Sol estaba enamorado de ella y, como era tímida,
sólo de pensarlo se sonrojaba más. A pesar de que los días se le hacían
largos, al fin llegó la primavera. El Sol se quedaba cada vez más tiempo
con ella. Venía más temprano y se iba más tarde, siempre con su paso
calmado. La Gotita Aventurera lo sentía cada día más ardiente. ¿No sería
que de verdad estaba enamorado
de ella? ¿Por qué se iba tan tarde ahora?
–Oye, Sol –le preguntó una vez–, ¿acabaste tus trabajos de verano?
El Sol sonrió, comprensivo.

Mis trabajos de verano no acaban nunca. Terminé los del otro


hemisferio, pero enseguida tengo que empezar con los de este.
– ¿Y cuándo comienzas aquí?
–Ya empecé.
¿Cómo? ¿En qué consisten esos famosos trabajos de verano? –indagó la
Gotita, con
insistencia.
–Es lo que estoy haciendo ahora y aquí –le contestó el Sol.
– ¿Y qué estás haciendo? Yo lo veo venir todos los días y marcharte cada
noche, y siempre es lo mismo. La única diferencia es que en el último
tiempo te quedas más rato...
–Eso es, pues. No sólo permanezco más rato, también estoy más cerca
de la Tierra y de
ustedes. ¿No me sientes?
La Gotita tuvo un pequeño estremecimiento de emoción. Sin duda, el Sol
se había enamorado de ella. Sintió que se derretía de felicidad.
Efectivamente, el Sol estaba muy cerca, y su calor era cada día más
intenso, tanto que la Gotita comenzó a licuarse y fluyó en un fino hilito
líquido. El Sol la besaba con entusiasmo.
– ¿Ves? Este es el resultado de mi trabajo: ya no eres un copo de nieve,
dejaste tu estado sólido y te has vuelto líquida –le dijo el Sol.
"Me he derretido por él", pensó la Gotita para sus adentros, pero se
guardó muy bien de decirlo, porque se habría muerto de vergüenza. Así,
creyó que el amor era un derretirse, como le había ocurrido a ella con el
Sol. Era bonito, muy bonito, sobre todo ahora que se sentía libre.
El amor la había liberado. Otra vez iba cuesta abajo tomada de las
manos de muchas Gotitas y mirando paisajes desconocidos.
– ¡Viva el amor! ¡Viva el Sol! ¡Viva el amor que libera como tú me
liberaste, Sol amado!– gritaba la Gotita Aventurera, corriendo y
brincando de felicidad.

En el Riachuelo y el Lago

La Gotita, que había vivido un tiempo en la Nieve depositada en la


cumbre de una Gran
Montaña, ahora venía bajando en el hilito de Agua. En su descenso se
encontraba con otros hilitos que, al juntarse, lo engrosaban cada vez
más.
Pronto diviso al Viento.
– ¡Qué bien! –la saludó el Viento–. Ahora han formado el Riachuelo.
Este era como una cinta de Agua que bajaba desde la Montaña hacia el
Valle. Muchos otros Riachuelos se desprendían de las cumbres. Todos
descendían cantando felices. La Montaña se veía muy hermosa,
adornada por esas cintas blancas, espumosas, llenas de música que
cada cierto trecho convergían formando otro Riachuelo más grande y
más calmado. Como a la Gotita Aventurera le gustaba la música, se
sintió muy contenta al escuchar todas esas canciones, las que eran
repetidas por el eco de la Montaña. Así, se oía un enorme coro. Y ella,
junto con sus hermanitas, también se puso a cantar.
Tan entretenida viajaba que casi no se dio cuenta del momento en que
llegó a un lugar quieto y desconocido.
– ¡Mi Riachuelo! ¡Mi Riachuelo! –gritó–. ¿Dónde estoy? –preguntó,
mirando con viva atención.
Entonces vino el Viento y comenzó a jugar con todas las Gotitas,
haciendo pequeñas olas, como en el Mar.
–Ahora han entrado al Lago –les comunicó el Viento, soplando un poco
más fuerte.
– ¿Este es el Lago? –interrogó la Gotita Aventurera.
–Sí –le contestó el Viento.
– ¿Esta es mi nueva casa? –insistió la Gotita.
–Justamente, tu nueva casa.
– ¿Y cuánto tiempo viviré aquí?
–Depende. Si hace calor vivirás poco tiempo, pero si hace frío
permanecerás una temporada más larga.
La Gotita miró en todas direcciones sin hallar que decir. Como
desconocía su nueva residencia, no se había formado una idea cabal
sobre ella de modo que no sabía si le gustaría o no.
–Creo que lo más conveniente será echarle un vistazo a mi nueva casa
para ver cómo es.
–De acuerdo –aprobó el Viento–. Te dejo para que la observes
tranquilamente.
Y se fue, levantando una ola más alta.
La Gotita Aventurera se acomodó en el Lago. Ya no flotaba en la Nube ni
corría cuesta abajo.
Tampoco sentía frío. Estaba bien, aunque por cierto, si lo comparaba con
su palacio en el Mar,
el Lago era más pequeño que una casa para enanos.
–Bueno –pensó–, así tendré menos trabajo. Estas vacaciones en el Lago
no me vendrán mal.
Al decir esto, bostezó perezosamente y miró a su alrededor: rocas y
montañas muy serias la rodeaban por todas partes. Mostraban
diferentes colores, algunas rojizas, otras verdosas, y hacían bonitos
contrastes. Por entre las cumbres le pareció distinguir el cono de un
Volcán.
–Hola –le dijo, y tomándose de las manos de sus hermanas hicieron un
tumbito, que es como levantar la mano para saludar.
–Hola –le respondió el Volcán con voz profunda, al mismo tiempo que
echaba una bocanada
de humo.
– ¿Piensas hacer alguna erupción? –le preguntó la Gotita con cierto
temor, pues estaba tan cerca que, si eso ocurría, pensaba que podía
sufrir algún daño.
–Mira, aún no es tiempo de que me reincorpore a los Volcanes Activos.
Durante mi última erupción liberé una enorme cantidad de energía, así
es que deseo reponerme –fue la respuesta del Volcán.
La Gotita deseó encontrarse en el fondo del Lago, porque el Volcán le
inspiraba bastante respeto y temía irritarlo.
Después de un rato llegó el Sol. La Gotita, al verlo, sintió tanta alegría
que saltó de gusto.
– ¡Buenos días! –la saludó su amigo.
–Buenos días. ¿Cómo amaneciste?
–Estupendamente –dijo el Sol–. ¿Y tú?
–Muy bien. Esta casa–Lago es pequeñita, pero lindísima. Me gusta, estoy
muy bien, aunque...
Y le señaló el Volcán con un gesto de temor.
–No tengas cuidado –la tranquilizó el Sol.
–Pero... ¿y si hace erupción? –preguntó ella.
–A ti no te pasará nada. Tienes medios para defenderte, no te
preocupes.
"¿Cuáles serán esos medios?", se preguntó, al considerar que no tenía
nada, fuera de su pequeño cuerpo líquido y elástico.
–Aquí estarás bastante bien. Mira –le dijo el Sol, alumbrando una parte
de la Roca–. ¿Ves?
Estas son murallas de mármol. El Lago es un palacio pequeño, pero muy
elegante.
– ¿Si? ¿Cuál es el mármol?
–Ese –dijo el astro rey, indicando una parte de la Roca de color blanco–.
Y ese otro también.
La Gotita vio una parte de la Roca de color rojo oscuro.
– ¡Ah! –exclamó.
–Aquí te vas a entretener muchísimo. Ya vas a ver.
– ¿Sí? ¿Cómo? –le preguntó ella, porqué sinceramente se encontraba
medio encerrada y no veía mucho interés en su situación.
–Te digo que no te aburrirás –insistió el Sol–. Mañana vendré de nuevo.
Por ahora, debo continuar mi marcha.
–Parece que voy a tener que dormirme más temprano, porque de noche
me aburriré
tremendamente –se quejó la inquieta Gotita.
– ¿Y si te dijera que no lo aburrirás? –replicó nuevamente el Sol y se
marchó por detrás de un monte muy alto.

La Gotita Aventurera quedó contrariada. Pero al poco tiempo llegó el


Viento, que se puso a hacer unas olitas muy pequeñas en un comienzo y
luego, muy grandes. Pero no tenían deseos de conversar, así que
permanecieron en silencio.
La Gotita terminó por quedarse dormida con la quietud del Lago.
Pasaron unas horas en las que durmió plácidamente, y ya había
oscurecido cuando despertó repentinamente. Al abrir los ojos lanzó un
grito de sorpresa.
– ¡Oh, qué cielo más maravilloso! –exclamó.
Parecía un cielo doble, porque el brillo luminoso de millones de Astros y
Estrellas en el espacio celeste, se reflejaba en las quietas Agua del Lago.
Esa noche la Gotita no durmió. Se dedicó a contemplar detenidamente
las Estrellas, pues cada vez que descubría la luz de una de ellas le
parecía más hermosa que la anterior. Claro que no pudo mirarlas todas.
Finalmente decidió que, mientras viviera en el Lago, dormiría a la hora
de la siesta y de noche estudiaría astronomía.

Algo terrible le sucede a la Gotita

Pasó algún tiempo. La Gotita Aventurera aprendía astronomía en su


casa–Lago, pues de noche conversaba con la Luna, los Planetas y hasta
con las Estrellas lejanas. Se había hecho amiga de ellos. Los Astros, a su
vez, le habían contado algo de sus vidas allá en el espacio intersideral.
Un día observó que el Volcán estaba algo resfriado. Eso fue lo que le
pareció, porque lo
escuchaba emitir una especie de ronquido. Por momentos, además,
expulsaba humito de su boca. La Gotita pensó que estaba enojado y,
para quitarle el malhumor invitó a sus hermanitas a hacerle un poco de
cosquillas en los pies. Pero al Volcán no se le pasó el enojo, o quizás
continuo resfriado, pues siguió con sus gruñidos. A la Gotita se le ponían
los pelos de punta y creía que iba a suceder algo terrible, estaba muy
nerviosa. Habría deseado averiguar algo con la Roca, que siempre vivió
cerca del Volcán, pero su dureza la atemorizaba.
–Oye, Viento –le preguntó a su amigo, que pasaba en ese momento–,
¿qué le sucederá al Volcán? Parece muy enojado, pero yo no me explico
el motivo.
– ¡Cosas de Volcanes! –le contestó el Viento, sin darle importancia.
Después habló con el Sol.

¿No lo parece poca educación demostrar mal humor con aquellos que no
tienen la culpa de nuestros problemas? El Volcán está insoportable –dijo
la Gotita en voz baja–, pero yo no tengo ninguna culpa.
–Efectivamente –le respondió el Sol–, es injusto el proceder del Volcán.
Ocurre que los
Volcanes tienen sus problemas, como todo el mundo.
–Oye, Sol –insistió la Gotita con tono afligido–, tengo un presentimiento.
Dime, ¿me
encuentro en peligro? No sé por qué estoy tan asustada, nunca me
había sentido así.
–No te preocupes –dijo el Sol, bondadoso, acariciándola cálidamente–.
No temas. Estoy seguro de que no te ocurrirá nada malo. Tranquilízate.
Y se alejó caminando lentamente, como siempre.
Pero la Gotita no podía calmarse, sus nervios aumentaban. Al mismo
tiempo, comenzó a sentir cada vez más calor.
–Creo que me enferme. Estoy afiebrada –se dijo, tocándose la frente.
Ni siquiera andaba cerca el Viento para que la hubiera refrescado un
poco.
Buscó las orillas del Lago para enfriarse, pero todo estaba caliente,
hasta la Roca, que
generalmente se encontraba fría. Y el Viento, ¿dónde andaría el Viento?
–Parece que estoy delirando –se dijo nuevamente la Gotita–. Los delirios
son así, con estas fiebres altísimas. Dios me ampare. ¡Oh, y esos ruidos!
¡Esos ruidos subterráneos! Este es un delirio en forma: fiebre, ruidos, de
todo. ¡Mamá, socorro! ¡Me quemo! –gritó, sintiendo que en su casa–
Lago caía fuego derretido.
No supo más porque eran tanto el calor, el humo y los ruidos, que se
desmayó. Así, ni siquiera sintió el Terremoto que se produjo en ese
momento.
Cuando despertó, la Gotita Aventurera ya no estaba en su casa–Lago y
sentía su cuerpo muy liviano, flotando de nuevo por el Aire.
–Viento, ¿qué pasó? Cuéntame –le rogó a su amigo.
–Te evaporaste –respondió el Viento.
– ¿Me evaporé? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Acaso se enojó el Volcán?
–Sí –le contestó el Viento–. El Volcán empezó a trabajar, hizo otra
erupción.
– ¡Ah! –exclamó la Gotita–. Ahora recuerdo la vez que presencié una
erupción...
–El Volcán hizo erupción y, como sube mucho la temperatura, te
transformaste nuevamente en vapor de Agua, te evaporaste. Eso es
todo. ¿Sentiste mucho miedo? –le preguntó el Viento, al observar su
expresión de ansiedad.
–Bastante. Creí que moriría. Y ahora, ¿dónde estoy?

Has vuelto a la casa–Nube.


– ¿Estoy de vuelta en la Nube? ¡Ah, qué bueno regresar a la familia
Nube!
Y viendo a las demás Gotitas que la rodeaban, las abrazó muy contenta,
mientras ellas le hacían mil preguntas sobre su última aventura allá en
el Lago.
Una nueva aventura

La Gotita aprovechó su regreso a la casa–Nube para viajar otro poco,


pues las Nubes se
mueven casi todo el tiempo. Así, pudo conocer lugares que aun no había
visto.
En un momento el Viento enarcó mucho su lomo, de modo que la Nube
subió y subió. Pero el frío allá arriba hacia tiritar.
– Aquí ya no se puede estar –se quejó la Gotita–. Me voy a entumir.
Y soplaba sus dedos para desentumecérselos. Pero el frío aumentaba y
aumentaba.
–Ahora siento más frío que cuando me desmayé y me convertí en Nieve.
¿Me iré a morir? –dijo, y palpó su cuerpito, que estaba duro, compacto,

extremadamente helado.
–Así debe de ser la muerte –pensó, muy pesimista.
–Se acabó –dijo la Gotita Aventurera, sintiendo que caía
repentinamente–. Se acabó –repitió, con la idea de despedirse de la
Vida, aferrándose a sus hermanitas.
Y cayeron contra la Roca, produciendo un ruido seco con el golpe.
– ¿Qué pasó? ¿Nos caímos? –preguntó mientras rebotaban contra la
Roca.
A su lado había varias Gotitas que formaban una especie de garbanzo de
hielo, mientras un poco más lejos caían Gotitas de Lluvia mezcladas con
garbanzotes duros y blancos.
– ¿Qué es esto? –preguntó la Gotita Aventurera, sacudiendo la cabeza,
un poco aturdida en medio del barullo de garbanzos que seguían
cayendo junto a las Gotas de Lluvia.
–Es el Granizo –escuchó que le respondía la voz dura de la Roca.
– ¿Y cómo vine a dar aquí? –insistió, un poco inconsciente todavía.
–Ya dije que te transformaste en Granizo –dijo la Roca.
La Gotita se recuperaba poco a poco de su caída. Luego abrió mucho los
ojos y se vio entera vestida de blanco, pero ahora su traje era tieso,
duro, porque estaba hecho de hielo. Enseguida pestañeó un poco, pues
todavía no se reponía muy bien de la caída.
–No está mal –expresó, mirando su nuevo vestido.
Y se contentó por el hecho de que podía cambiar de ropa tan seguido,
porque, como era coqueta, le gustaba lucir distintos trajes.
Ya no sentía tanto temor. Miró a su alrededor y vio que estaba sentada
sobre un montón blanco que parecía arroz

Un lindo viaje por el Río

–Estoy cansada de andar para arriba y para abajo –se quejó una de las
Gotitas del montón de Granizo.
–Yo también –dijo otra Gotita–. Ojalá pudiera quedarme un tiempo
reposando aquí.
–Ojalá –aprobó una tercera Gotita–. Pero, en fin, ya nos hemos
acostumbrado al frío.
–Lo que es yo –repuso la Gotita Aventurera–, cuanto antes pueda salir de
aquí, tanto mejor.
Entonces recordó a su amado Sol. Cuando ella era Nieve, el Sol la había
liberado. Dirigiéndose a sus hermanas, les dijo:
– ¿Saben? A mí me gusta más el estado líquido. Así me siento muy ágil,
puedo viajar por los Riachuelos y vivir en mi palacio del Mar. También
me gusta el estado gaseoso, porque puedo vagabundear por el Aire y
ser Nube. En cambio, en esta forma me aburro. Sospecho que deben
de haber muchas cosas interesantes que aún no conozco, pero en
estado sólido una no puede moverse. Siento como si estuviera presa.
¡Uy, que lata! –añadió, tapándose la boca al bostezar.
En ese momento se rompieron las Nubes, y el Sol asomó muy sonriente
en un rincón del cielo.
–Hola, hola –lo saludó la Gotita Aventurera–. ¡Cuánto te he echado de
menos!
– ¿Sí? –le dijo el Sol–. Yo también deseaba encontrar a mi Gotita
Aventurera para proponerle
hacer un lindo viaje.
– ¿En serio? ¿Adonde?
– ¿Te gustaría ir lejos?
–Oh, sí, muy lejos.
–Entonces iremos al Mar.
– ¿Al Mar? –preguntó la Gotita, decepcionada–. Ya he estado en el Mar.
Desearía ver algo nuevo, distinto.
–Llegarás al Mar por el Río, y el Río es lindísimo –dijo el Sol.
– ¿Sí? ¿Cómo es el Río?
–El Río es un largo camino líquido. Los Ríos son las cintas con que se
adorna la Tierra.
Viajando por ellos verás los paisajes más variados y bellos.
– ¡Quiero ir al Río! –exclamó la Gotita Aventurera–. ¡Quiero ir por el
camino del Río hasta el Mar!
Mientras tanto, el Sol acariciaba a la Gotita y, como sus caricias siempre
son cálidas, ella terminó por derretirse y comenzó a rodar tomada de las
manos de muchas de sus hermanas.
– ¡Vengan al Río, vengan al Río! –les gritaba, llena de entusiasmo.
Así rodó junto a una infinidad de Gotitas que se deslizaban hacia abajo
por la falda del cerro. Se oía un ruido bastante fuerte. En una curva vio
una especie de cinta blanca y espumosa colgada
de la Montaña. La cinta era transparente y parecía moverse.
– ¿Tú eres el Río? –le preguntó, gritando lo más fuerte posible para
hacerse oír.
– ¡Sí, yo soy el Río! ¡Apúrense, las espero!
Las Gotitas apresuraron el paso. Al llegar junto a él sintieron una especie
de vértigo, porque el Río bramaba y salpicaba espuma blanca. La única
manera de ingresar a su torrente era lanzarse
de cabeza, y así lo hicieron.
La Gotita Aventurera se dio unas cuantas vueltas de carnero hasta que
logró treparse sobre sus hermanas para poder observar los lugares por
donde pasaba. Debido a la gran velocidad con que se desplazaban, la
Gotita solo veía rocas y más rocas, muy altas, a ambos lados del Río.
Arriba, el cielo, parecía un tajo azul
De esta manera viajaron un rato, torciendo una vez hacia la izquierda y
otras, hacia la derecha.
Al bajar por la Montaña se les unían muchos hilos de agua que hacían
crecer el Río.
Más tarde, la pendiente de la Montaña ya no fue tan pronunciada. Ahora
iban por la falda. El Río aprovechó de disminuir su marcha, porque
habían llegado al Valle, que cada vez se ensanchaba más. Después
encontraron la Llanura, abierta y mucho más plana. La Gotita
Aventurera levantó su cabeza lo más posible para ver en derredor. La
Montaña había quedado atrás, lejos. Por la tarde, cuando la Gotita se
volvió a mirarla, la Nieve de la Montaña se había vuelto rosada con los
Rayos del Sol poniente.
–Si quieres llegar al Mar –le advirtió el Viento–, es mejor que te sumerjas.
Más adelante aumentará el calor y podrías evaporarte.
– ¡Oh! –exclamó la Gotita–. Sería una lástima, porque yo quiero llegar al
Mar. Diciendo esto, hundió la cabeza debajo de sus hermanas, pero,
como era muy curiosa, de vez en cuando se asomaba para mirar, luego
se sumergía a toda prisa. Pronto dejó de asomarse porque no valía la
pena, pues la Llanura se volvía muy plana y desolada.
A medida que bajaban y el Río se aquietaba, disminuía el frío. Había
anochecido. Con la oscuridad y la tibieza, la Gotita Aventurera terminó
por quedarse dormida.
Cuando despertó, sintió un gusto salado en la boca. Comprendió que
había llegado nuevamente al Mar.

La Gotita en el Glaciar

Cuando la Gotita llegó al Mar, se columpió en los tumbitos, jugó en la


orilla y se metió entre los encajes de espuma. Sin embargo, pronto
deseó trasladarse a otro sitio.
"Ojala que el Sol viniera a buscarme", pensó.
Como el Sol la quería mucho, adivinó su anhelo y fue a buscarla.
–Gotita –le dijo–, continuarás tu Ciclo. Pero por el momento debes
regresar a tu casa–Nube.
Después sabrás donde ir.
Diciendo esto, le alargó un dedo. La Gotita se dejó evaporar para ir a la
Nube. Sabía que debía ascender por el camino de la evaporación, así
que partió muy alegre.
– ¿Otra vez de vuelta? –la saludaron las Gotitas de la Nube al verla
llegar.
–Sí. Y ustedes también... Cuéntenme de dónde vienen –les pidió la
Aventurera.
–Oh, venimos del sur, donde hacen unos fríos horribles. Estuvimos
presas en el Glaciar y escapamos por un milagro –le contestaron las
otras Gotitas.
¿Presas? –preguntó la Aventurera–. Explíquenme, porque no entiendo.
Después de enterarse de que algunas de sus hermanitas habían estado
en el Glaciar, la Gotita Aventurera se puso un poquitín envidiosa por no
conocerlo. Esta idea comenzó a rondar en su cabeza y desde ese
momento sintió un deseo cada vez más grande de vivir esa nueva
experiencia personalmente.
–Oye, Viento –le habló a su amigo apenas se encontró con él–, ¿hacia
dónde te diriges?
–Voy al Sur.
– ¿Llegarás hasta el Glaciar?
–Es posible –admitió el Viento–, aunque uno nunca sabe hasta dónde
puede llegar.
–Deseo conocer el Glaciar. ¡Llévame! –le rogó la antojadiza Gotita.
–Con mucho gusto, pero prepárate para el frío.
El Viento sopló más fuerte con el fin de empujar a la Nube, enarcando el
lomo para hacerla
subir, así es que la Gotita sintió bastante frío. La Nube estaba muy alta y
repentinamente la
Gotita se dio cuenta de que se encontraba en un Copo de Nieve que iba
cayendo. Luego, al
Copo lo cogió el Viento y lo llevó aún más al sur.
– ¿Adónde iremos? –preguntó la Gotita Aventurera a sus hermanas del
Copo

¿No querías llegar al Glaciar? –intervino el Viento, que la alcanzo a


escuchar–. Ya estamos cerca.
El Viento sacaba unos tremendos músculos y llevaba a los Copos de
Nieve cada vez más velozmente hacia el Glaciar.
La Gotita Aventurera estaba asustada. Nunca lo había visto tan
impetuoso.
– ¿Estás enojado? –se atrevió a preguntarle.
Pero sus rugidos impidieron que la escuchara.
"¿Qué le habrá pasado?", pensaba la Gotita, perpleja, ahogándose con la
fuerza del Viento.
Llegó un momento en que los Copos empezaron a dar muchas vueltas.
Al fin la Gotita
Aventurera se mareó completamente y no supo si subía o bajaba ni
hacia dónde se dirigía. De pronto sintió un golpe y el Copo se detuvo. La
Gotita se sobó la cabeza, intentó descubrir en
qué lugar se encontraba, pero lo único que vio fueron Copos y más
Copos de Nieve que caían azotados por el Viento.
Por suerte, este cambió de dirección y se llevó a los Copos a otro sitio. Si
no hubiese sido así, ella habría quedado aplastada debajo de un
inmenso cúmulo de Nieve.
La Gotita sintió un frío tremendo, más intenso que todos los que había
soportado a lo largo de su vida aventurera.
"Sospecho que este es el Glaciar", se dijo. Pero como estaba mareada
por la agitación del viaje, aturdida por el brusco golpe de la caída y
entumecida por el frío extremo, no tenía ánimo para
conversar ni preguntar nada, así es que se quedó encogida hasta
dormirse, cansada por tantas emociones.
Cuando despertó, se dio cuenta de que tenía su traje de hielo y divisó al
Sol haciéndole señas desde muy lejos.
–Hola, Sol, Solcito mío –lo saludó, mandándole un beso con la punta de
sus minúsculos dedos.
– ¿Cómo has llegado hasta acá? –le reprochó suavemente este–. Me
costará trabajo sacarte de este lugar.
– ¿Este es el Glaciar? –preguntó la Gotita.
–Justamente. Ahora será tu casa hasta que llegue el verano y pueda
venir a buscarte –le contestó el Sol.
La Gotita asomó la cabeza para mirar su nueva casa. El Glaciar era
blanco pero lucía también distintos tonos azules en algunas de sus
zonas. Era muy bello pero muy frío, parecía un gigantesco Río helado
que hubiese caído al mar.
Allí los días pasaban y pasaban unos iguales a otros, sin que sucediera
nada especial.
Paciencia", pensó la Gotita. "No gano nada con quejarme si, al fin y al
cabo, yo fui la que quise venir hasta acá".
Cuando no estaba nublado, el cielo se veía muy azul y las estrellas
parecían más cercanas. Las Gotitas vecinas eran muy frías, por lo que
sólo de tarde en tarde la Aventurera hablaba con ellas
o les contaba las peripecias de sus viajes. Prefería conversar con los
Astros, saber de sus vidas, por cierto apasionantes. De este modo se
hizo amiga de la Cruz del Sur, de Venus y de las Tres Marías.
Pasado un tiempo observó que afortunadamente los días se prolongaban
más, señal de la proximidad del verano. Una mañana, la Gotita despertó
sobresaltada por un estruendoso ruido.
– ¿Qué ocurre, qué ocurre? –preguntó.
–Ha comenzado el deshielo –le contestó el Sol, que estaba más cerca–.
Sólo hoy he conseguido romper los primeros hielos.
La Gotita se asomó a mirar y vio enormes bloques de hielo que caían a
la Laguna con gran estruendo.
– ¿Adónde van? –interrogó a su amigo.
–Ellos también forman parte del Ciclo del Agua –dijo este, mientras
desaparecía.
Y dejó a la Gotita con la curiosidad de saber adónde iban.
Los ruidos continuaron repitiéndose y otras masas de hielo cayeron a la
Laguna, donde flotaban como extraños y bellos barcos blancos.
–Pronto nos tocará a nosotras –les comunico a sus hermanitas vecinas.
Y su pequeño corazón de Gotita Aventurera palpitaba locamente en
espera de su próximo viaje
Viaje en el Tempano

El Glaciar crujía en distintas partes y grandes masas de hielo se


desprendían de él y caían a la Laguna.
De pronto, la Gotita Aventurera escuchó un estampido muy cercano. El
Hielo donde vivía se había resquebrajado.
– ¡Se cae mi casa, mi casita! –grito algo asustada, tapándose los oídos
para no ensordecer.Después se produjo un fuerte movimiento similar al
de un terremoto, porque la masa de hielo
se había partido y se golpeaba contra otras produciendo un ruido
ensordecedor.
– ¿Hacia dónde vamos? –preguntaba la Gotita entre barquinazo y
barquinazo. Por suerte para
ella, estaba muy apretada junto a sus hermanitas, formando un hielo tan
duro que no había peligro de que se desprendiera.
Nunca había sentido tanto estrépito, ni siquiera cuando la Ventisca la
llevó a vivir al Glaciar.
– ¿Acaso será el fin del mundo? ¡Dios mío, ampárame! –suplicó
acongojada.
Como sucede a menudo, Dios solo espera que lo llamen para
manifestarse, puesto que en el momento en que la Gotita estaba más
asustada, todo se aquieto alrededor de ella. Entonces
estiro el cuello para ver que había ocurrido y descubrió que iba sobre un
trozo de hielo que, junto con otros, se desplazaban en el Agua de la
Laguna.
– ¡Gracias, Dios mío querido, alabado seas! –gritó la Gotita, agradecida
de la pronta respuesta del Señor.
El trozo de hielo atravesó la tranquila Laguna y continuó navegando por
el Río, porque
indudablemente debía ser el Río ese camino líquido donde ahora se
encontraba.
–Hola, Río –saludó la Gotita, muy contenta de encontrarlo de nuevo,
aunque no fuese el
mismo que había conocido.
–Hola, hola –le contestó el Río.
– ¿Adónde te diriges? –le preguntó.
–Voy al Mar.
– ¿Y te llevaras este trozo de hielo hasta el Mar?
–Esto que tú llamas trozo de hielo es un Témpano y, justamente, lo
llevaré hasta el Mar.
– ¡Oh, qué bueno volver al Mar otra vez! –suspiró la Gotita.
–Siempre que no lo caigas antes. Muchas Gotitas se desprenden del
Témpano y caen a mis Aguas.
La Gotita se quedó dormida con tantas impresiones fuertes. Cuando
despertó, había
recuperado su traje transparente de Agua y estaba rodeada de otras
hermanitas también con traje de Agua, aunque no eran las mismas que
la habían acompañado en el Témpano.
–Y mi Tempano, ¿qué se hizo?
– ¿Cuál era? –le preguntó otra Gotita. La Aventurera miró en derredor y
vio muchos Témpanos flotando.
–Ya no lo sé. Me encanta pertenecer a la familia del Agua –agregó
enseguida–. En todas partes una encuentra muchas hermanas y todas
tan unidas. Esto lo noté especialmente en el hielo.
En realidad –contestó otra Gotita–, es muy entretenido viajar unidas. Lo
malo es que a veces tenemos que aporrearnos bastante.
–Pero es lindo ser parte de la familia del Agua y realizar su Ciclo, porque
a pesar de tanto zarandeo, nada malo nos ocurre. Para que lo digo las
veces que me he asustado, pero ya he aprendido: la vida es así.
–Claro, aunque a veces tenemos que sufrir cambios demasiado bruscos:
fríos horribles, calores espantosos. Yo creo que terminaremos por
enfermarnos –se quejó la Gotita pesimista.
– ¡No seas ridícula! –exclamó la Aventurera–. Eso es lo emocionante... y
la vida sin emociones,
¿qué gracia tendría?
–Yo prefiero ser parte de un Agua tranquila –dijo la otra Gotita–. No
desearía viajar tan pronto.
Me habría gustado quedarme en la Laguna.
– ¡Oh, hermanita, lástima que tu espíritu esté avejentado! En cuanto a
mí, llévenme a cualquier parte y ojalá rápido. Amo las sorpresas, lo
desconocido. Subir, bajar, entrar, cristalizarse, derretirse, evaporarse.
¡Qué lindo! ¡Qué lindo! Ojalá siguiera pronto mi Ciclo –terminó diciendo
la Aventurera, muy excitada.
En la Napa

La Gotita Aventurera no alcanzó a llegar al Mar, por que el Sol la


devolvió a la casa–Nube.
Como siempre gozaba con todo, disfruto al volverse vaporosa y
encontrarse otra vez en su familia Nube. Esta felicidad se debía, en
especial, a que estaba segura de que desde allí partiría hacia otro sitio
desconocido. Esperaba una aventura distinta.
–Me encanta estar con ustedes –les dijo a sus hermanas–, pero anhelo la
hora de regresar a la Tierra nuevamente para conocer otros lugares.
Mientras decía esto, la Nube, moviéndose lentamente, se encontró con
una capa de Aire muy frio y ¡zas!, comenzó la Lluvia.
La Gotita Aventurera fue de las primeras en partir con la Lluvia, cayendo
sobre un terreno muy blando. Como llevaba gran velocidad, penetró en
el terreno y muchas otras Gotitas cayeron
sobre ella empujándola aun más hacia el interior de la Tierra. Pronto se
encontró en la
oscuridad total.
– ¿Será de noche? –se preguntó la Gotita.
Pero era una noche demasiado oscura, en la que no se veía nada. Ni
siquiera se divisaba alguna estrella. La Gotita se sintió algo encerrada.
–Vaya, vaya, ¿adónde he llegado? –dijo, percibiendo la completa quietud
del lugar.
–Viniste hasta la Napa –escuchó que le contestaba otra Gotita.
– ¿La Napa? ¿Qué es la Napa? –preguntó.
–Es una de las casas donde vive el Agua –le respondieron.
– ¡Qué casa más oscura! ¡Qué barbaridad! –protestó.
–Es que habitamos en la morada de las sombras –dijeron con voz
lúgubre otras Gotitas que querían asustar a la Aventurera.
Pero era una noche demasiado oscura, en la que no se veía nada. Ni
siquiera se divisaba alguna estrella. La Gotita se sintió algo encerrada.
–Vaya, vaya, ¿adónde he llegado? –dijo, percibiendo la completa quietud
del lugar.
–Viniste hasta la Napa –escuchó que le contestaba otra Gotita.
– ¿La Napa? ¿Qué es la Napa? –preguntó.
–Es una de las casas donde vive el Agua –le respondieron.
– ¡Qué casa más oscura! ¡Qué barbaridad! –protestó.
–Es que habitamos en la morada de las sombras –dijeron con voz
lúgubre otras Gotitas que querían asustar a la Aventurera.

– ¿Por qué es tan oscura? ¿Nunca viene el Sol hasta este lugar? –volvió a
preguntar.
–No puede llegar porque estamos debajo de la Tierra.
– ¿Debajo de la Tierra? ¿Así es que la familia del Agua tiene también una
casa debajo de la Tierra?
–Por supuesto –afirmaron las demás Gotitas.
La Aventurera lamento no poder ver nada en esa casa tan oscura.
–A mí me gusta la casa del Mar –se dijo, suspirando y pensando que no
había sido genial llegar hasta la Napa.
En eso estaba cuando escuchó que la llamaban, al tiempo que la
tocaban unas manos invisibles.
– ¿Quién anda ahí? –preguntó algo asustada.
–Yo, la Corriente Subterránea –le contestó una voz profunda–. No debe
asustarte la oscuridad.
Oh, Corriente Subterránea, que ganas de saber cómo eres, pero en este
mundo sin luz, ¿cómo lo podría ver?
–Soy como el Río, pero en lugar de correr sobre la superficie de la Tierra,
lo hago por debajo –dijo la Corriente Subterránea, mientras arrastraba a
la Gotita.
La Gotita iba con los ojos muy abiertos para poder ver algo en esos
oscuros lugares por los que se desplazaba, pero lo único que percibió
fue que unas zonas eran más oscuras que otras.
Segunda parte:
LOS TRABAJOS DEL AGUA

El Agua comienza a trabajar

Pasó el tiempo y el Agua vivía sin mayores responsabilidades, viajando


de un lado a otro a medida que realizaba su Ciclo. Hasta que un día, el
Clima la llamó para decirle:
–Necesitamos tu colaboración para realizar un gran trabajo.
–Explícame de que se trata, para ver si soy capaz de hacerlo.
–Demasiado capaz. ¿Te sabes congelarte, verdad?
–Por supuesto, no faltaba más. Lo aprendí con el Granizo; luego, cuando
fui al Glaciar y tantas veces más. Tengo larga práctica en congelación.
–Bueno –contestó el Clima–, resulta que yo me he comprometido para
contribuir a la
formación del Suelo.
– ¿El Suelo? ¿Qué es? ¿Y qué papel juego yo en eso? –preguntó el Agua.
–El Suelo es un manto maravilloso que le fabricaremos a la Tierra y para
ello es necesario que tú comiences partiendo la Roca.
– ¿Partir la Roca yo? ¿Lo dices en serio? Mira, yo puedo arrastrar piedras
y algunas Rocas no demasiado grandes. También, con mucha
constancia, podría gastar una Roca mandando a mis Gotitas caer
durante años sobre ella. Pero partir la Roca es demasiado pedir.
–Yo te daré poder para romper la Roca. Lo comprobarás –le aseguró el
Clima–. ¿Ves esa grieta en la Roca?
–Sí, ¿y qué hay con eso?
–Con esa grieta basta para empezar. Y obedece mis instrucciones.
–Tú eres mi jefe –contestó el Agua–. Estoy a tus órdenes.
Al decir esto se cuadro militarmente, haciendo un saludo.
–Bien. Has visto la grieta, ¿no? –prosiguió el Clima–. Ahora te
introducirás en ella y te quedarás allí completamente quieta hasta
nueva orden.
–Bien, jefe –contestó el Agua, muy disciplinada.
Ella mandó entonces a sus hijas Gotitas a ocupar todos los espacios de
la grieta de la Roca. Por cierto que la Gotita Aventurera había escuchado
la conversación entre su mama y el Clima, de modo que partió a llenar
la grieta encabezando a sus hermanas.
Al poco rato de caer la Lluvia, la grieta rebalsaba de Agua. La Gotita
Aventurera se quedó en el fondo, esperando lo que iba a suceder.
Pronto empezó a sentir frío y más frío. En un momento, su cuerpecillo
tomó la dureza de un cristal. A todas sus hermanitas les ocurrió lo
mismo. Cuando las ultimas Gotitas se cristalizaron de puro frio, ¡zas! , se
oyó un tremendo crujido.
– ¿Qué pasó? –preguntó la Gotita, tapándose los oídos, muerta de susto.
Y al cabo de un momento, acordándose de la Roca, le preguntó
amablemente.
– ¿Te hiciste daño?
– ¿Te hiciste daño? –la remedó la Roca, de pésimo humor–. ¿Qué clase
de pregunta es esa? Bien sabes que es el Hielo el que me ha partido.
– ¿El Hielo? ¿Nosotras, las Gotitas heladas, quieres decir?
–Las mismas, pues.
–Que increíble, partirte a ti, que eres tan grande, dura y poderosa. ¿Y
nosotros hemos podido romperte? ¿De qué manera? No me lo explico.
–Es muy sencillo –dijo la Roca–. El Agua, al congelarse, aumenta de
volumen, ocupa más espacio y al hacerlo me quiebra, y no hay Roca que
resista. Ustedes llenaron mi grieta y engordaron hasta terminar
reventándome.
–Oh, Roca amiga, cuánto lamento si lo hemos hecho algún daño –se
disculp6 la Gotita.
–No te preocupes –la tranquilizó la Roca–. La verdad es que yo acepte
contribuir a la
formación del Suelo, así que no debo quejarme. Ahora no puedo desistir.
De este modo, el Agua empezó a tomar parte en la formación del Suelo,
para lo cual fue
necesario, en primer lugar, partir la Roca en muchos pedazos.
Un encuentro sorprendente

La Gotita Aventurera y sus hermanitas vivieron millones de años


realizando el Ciclo del Agua y partiendo Rocas en distintos lugares.
Tenían que meterse en todos los rincones del Planeta y circular
constantemente entre la Tierra y su Atmósfera.
Un día en que la Gotita llegó a su palacio del Mar, se encontró con una
gran sorpresa: un ser desconocido y diferente habitaba también en esa
morada suya.
La Gotita se pregunto quién sería ese intruso y quién le habría dado
permiso para ir a vivir allí. El ser desconocido era extremadamente
pequeño, tanto que la Gotita, aunque no era muy grande tampoco,
debió agacharse para mirarlo.
– ¿Quién eres tú? –le preguntó.
– ¿Yo? –exclamó el desconocido con extrañeza–. ¿Yo? –repitió, dándose
importancia–. Pues has de saber que soy la señorita Diatomea –
respondió muy suficiente.
– ¿La señorita Diatomea? Pues sigo sin entender –dijo la Gotita
Aventurera, encogiéndose de hombros.
–Veo que no te das cuenta ante quien estas. Te lo diré –continuó la
Diatomea–. Soy un Alga y represento la Vida.
– ¿La Vida? –preguntó la Gotita como si tratara de recordar algo–. ¿La
Vida?...
–Sí, vengo nada menos que a iniciar la Vida aquí en la Tierra –explicó la
Diatomea.
–Bueno, pero comienza por aclararme que es eso de la Vida.
La Diatomea carraspeó un poco, como anunciando que iba a decir algo
muy importante, y empezó:
–La Vida... ejem. La Vida... es... un proceso. Sí, un proceso que solo
pueden realizar los
organismos... vivos.
– ¿Vivos? –interrumpió la Gotita Aventurera. Había entendido muy poco–.
¿Pero qué quiere decir "vivos"? Explícame.
–"Vivo" quiere decir que tiene Vida. Es lo contrario de "muerto" –
respondió la Diatomea con aire doctoral, creyendo dejarla callada.
–No avanzamos mucho con esa explicación –objeto la Gotita.
–Vivo es un ser que nace, crece, se reproduce y muere –dijo por fin la
Diatomea.
–Bah. No me convencen los seres vivos. Yo no moriré nunca. Me
transformo en Vapor o me cristalizo como Hielo, pero no muero, jamás
moriré.
–De acuerdo –admitió la Diatomea–. Comprendo tu importancia: sin ti, la
Vida sería imposible.
Pero hay algo en lo cual yo, al igual que los demás seres vivos que
existen, somos superiores.
– ¿Sí? –saltó la Gotita–. A ver, dime: ¿en que eres superior?
–Tú no te puedes reproducir, no tendrás nunca hijos.
–No tendré hijos, pero tengo millones de hermanas. Recuerda que
pertenezco a la inmensa familia del Agua.
–Bien, eso no lo discuto –asintió la Diatomea–, pero la Vida es algo que
crece. El Agua no crecerá jamás. Muy grande es, pero no puede crecer,
multiplicarse. En cambio, de una Diatomea puede salir otra Diatomea
más.

En ese preciso momento sucedió lo que estaba diciendo la Diatomea:


nació otra igual a la habladora. La Gotita se quedó pestañeando de
estupor porque nunca había visto algo semejante.
– ¿Ves? –le dijo Diatomea I–. Te presento a Diatomea II.
– ¿Y ella también dará origen a otra Diatomea? –pregunto la Aventurera.
–Por supuesto –le contestó esta–, y no sólo a una más, sino a muchas,
todas iguales, por lo demás.
–Me gustaría saber que trabajo les corresponderá hacer a ustedes,
Diatomeas.
–Mira, lo contestaré en forma simple para que lo entiendas. La energía
del Sol es la fuente de la Vida en toda la Tierra y sus alrededores, Agua y
Aire. Pero para que la energía solar pueda ser utilizada, antes debe ser
captada de algún modo. Yo, la Diatomea, he recibido el honor de ser
designada como uno de los primeros seres vivos y me corresponde
captar esa energía para traspasarla a los seres vivos que vengan
después de mí. De otro modo, la Vida no sería posible.
– ¡Ah! –exclamó la Gotita.
Y después de un momento de silencio, pregunto:
– ¿Y cómo les traspasaras la energía solar a los demás?
–Antes de contestarte, debo revelarte algo –dijo la Diatomea, bajando la
voz–. Poseo el secreto de la fotosíntesis.
– ¿La fotosíntesis? Eso me hace imaginar una especie de laboratorio
escondido. Pero, ¿dónde lo tienes? ¿Me lo dirás? –pidió la Gotita.
–En ninguna parte especial. Pero tienes mucha razón: poseo un
laboratorio que forma parte de mi ser.
La Gotita quedó con la boca abierta por la sorpresa. ¿Esa minúscula
Diatomea llevaba un Laboratorio en el interior de su cuerpo? ¿Cómo
podía ser?
–Sí, señorita –prosiguió la Diatomea–. Aquí en mi laboratorio, y gracias a
la Clorofila,
realizamos una operación que consiste en que la Clorofila capta la
energía del Sol y la
transforma en alimento para los seres vivos. Sin Clorofila no hay vida.
Y después de una pausa, añadió:
–Yo, la Diatomea, he recibido la importantísima misión de preparar
alimento que servirá de base a los seres vivos.
– ¿Sí? –pudo decir al fin la Gotita Aventurera, tan atónita se encontraba–.
¿Y qué alimentos les darás?
–Nada especial –respondió la Diatomea, sin inmutarse–. Sólo basta que
me coman a mí.
¿Así que tú los alimentaras a todos?
–Bueno, no a todos. Yo alimentaré a algunas especies y estas, a su vez,
servirán de alimento a otras. Y así se formara una cadena alimentaria.

Un nuevo trabajo del Agua

El tiempo fue pasando y pasando. Un buen día, Dios llamó a Mamá Agua
y le dijo:
–Amiga, llegó el momento de que tú trabajes para la Vida.
–Bueno, Señor –contestó ella–. Dime lo que debo hacer.
El Agua sabía que todas las criaturas han sido creadas para servir al
Señor de un modo u otro.
–Tú les llevarás el alimento a las Plantas.
–Conforme, Señor. Pero no tengo como llevárselo, ni siquiera un canasto,
una bolsa, nada.
Tendrás que equiparme para eso, supongo –argumento Mamá Agua,
comprendiendo que la suya era una misión muy importante.
–Para llevar el alimento a las Plantas no necesitas ningún equipo
especial. Lo que debes hacer es ir al Suelo y buscar las Sustancias
Minerales contenidas en él. A estas Sustancias Minerales tú las
disolverás y las transportarás contigo hasta las Plantas, para que ellas se
alimenten. ¿Entendiste?
Mama Agua no había comprendido completamente lo dicho por Dios,
pero de todas maneras contestó:
–Por supuesto que sí. Enseguida partiré hacia el Suelo para encontrar las
Sustancias Minerales y llevárselas a las Plantas, si esa es lo orden.
– ¡Qué te vaya bien! –la alentó Dios, despidiéndola.
La Gotita Aventurera oyó toda esta conversación y quiso emprender de
inmediato este nuevo e importante trabajo. Así, cuando al caer de la
Nube tocó el Suelo, se deslizó rápidamente hacia su interior buscando a
las famosas Sustancias Minerales.
–Minerales, minerales –iba repitiendo la Gotita–. Sé que ustedes son
duros, muy duros... En alguna ocasión he visto al Fierro y otros más. Son
bastante duros, pero vamos a ver qué hacemos para disolverlos y
transportarlos.
Así, ella y sus hermanas escarbaban en el Suelo, hasta que hallaron algo
que les pareció podían ser las Sustancias Minerales.
–Buenas noches –las saludo.
Como debajo de la tierra siempre esta muy oscuro, ese le pareci6 el
saludo más apropiado.
–Tengan la bondad de decirme: ¿ustedes son las Sustancias Minerales?
–Exactamente –respondieron estas.
Quiso darles la mano, pero las Sustancias, muy cariñosas, le dieron un
abrazo apretadísimo y ya no pudo separarse de ellas. Al abrazarlas sintió
que, en lugar de ser duras, como se las había imaginado, se disolvían en
sus brazos de Agua.
–Vaya, vaya –se dijo la Gotita–. Esto es muy fácil y es tal como me lo dijo
Dios: nosotras
disolvemos a las Sustancias Minerales.
La incansable Gotita siguió su camino llevando a las Sustancias
Minerales a cuestas. Iba pensando que es necesario conocer las cosas
para saber cómo son verdaderamente, sin juzgarlas antes de tiempo.
De pronto tropezó con algo nuevo, muy diferente de todo lo conocido
hasta ese momento: una especie de hilo que parecía moverse solo,
aunque casi no se notaba.
– ¿Quién eres tú? –le pregunto.
–Soy la Raíz de una Planta –le contestó el delgado ser.
– ¿De la Planta, dijiste?
–Sí, de la Planta. ¿Por qué?
–Traigo algo que es para ti: tu alimento. Fui a buscar a las Sustancias
Minerales y aquí las tengo.
– ¡Oh, qué buena eres! –dijo la Raíz de la Planta, muy agradecida–. Ya
me estaba sintiendo débil, pues no tenía qué comer. Pero ahora has
venido tú a salvarme la vida

La Gotita Aventurera conversó un momento con la Raíz de la Planta y


simpatizaron tanto que se quedo con ella.
Dentro de la Planta había una especie de ascensor. Este la llevó desde la
Raíz al extremo superior de la Planta, en un viaje muy entretenido.
Cuando ya había conocido a la Planta en todo su interior, comentó:
– ¡Caramba que son complejas las Plantas!
–Y eso que yo soy una Planta simple –dijo esta.
La Gotita se quedó viviendo en la Planta durante un tiempo, hasta que
un día el calor la hizo asomarse por una hoja para tomar Aire.
Y como el calor la hacía evaporarse, la Gotita Aventurera, convertida
otra vez en Vapor de Agua, retornó a la Atmósfera de nuevo.
Estadía de la Gotita en la Planta

Cuando la Gotita Aventurera volvió a la familia de la Nube, averiguó si


otras de sus hermanas que estaban allí conocían a las Plantas.
Nadie las conocía, así es que se deleitó contándoles todos los detalles
acerca de su experiencia en el interior de la Planta, describiendo sus
características y la forma en que había transportado las Sustancias
Minerales para alimentarla.
Después de algunos días sucedió lo habitual: la Nube se enfrió y las
Gotitas volvieron a la Tierra con la Lluvia. A la Gotita Aventurera este
viaje no le llamaba la atención en absoluto. La Tierra tampoco le ofrecía
sorpresas. Por eso se sorprendi6 cuando cayó sobre una especie de
columpio. Era de noche y no podía ver donde se encontraba. Lo único
que percibía era ese lugar en el cual estaba ahora balanceándose
peligrosamente, y donde, al poco rato, se sintió mareada.
Afortunadamente se quedo dormida.
Al día siguiente despertó, miró el piso de su temblorosa casa y vio su
color intensamente verde.
– ¿Dónde estoy? –preguntó.
–En la Hoja de la Planta, muy buenos días –escucho que le respondían.
– ¿En la Hoja de la Planta? Vaya, vaya. Hace poco tiempo conocí tu Raíz
y luego viví dentro de ti, Planta. Que gusto de encontrarte otra vez.
¿Cómo estás?
Muy bien, gracias a Dios y a tus hermanitas, que me han traído
regularmente más Sustancias Minerales para que pueda alimentarme.
¿Ves lo robusta que estoy, y el lindo color de mis hojas?
– ¡Sí, qué bueno! –exclamo la Gotita, alegrándose con las noticias de su
amiga.
Al poco rato llego el Viento y agitó a la Planta con su abrazo. La Gotita,
que en ese momento se encontraba en el Roció sobre la Hoja, resbaló y
cayó al Suelo. Allí se reunió con otras de sus
hermanitas y juntas se tomaron de las manos y se fueron rodando hasta
una poza que se había formado con la Lluvia.
Luego llego el Sol. Entonces la Gotita hablo con él sobre su amistad con
la Planta y le describió la forma como le había llevado las Sustancias
Minerales para que se alimentara.
–Creo que deberé hacerlo muchas veces –le dijo.
–Por supuesto que sí. El Agua es vital para las Plantas, todas ellas la
necesitan –señalo el Sol.
– ¿Qué es "vital"? –pregunto la Aventurera, a quien le gustaba saberlo
todo.
–"Vital" se relaciona con la Vida, con lo que da Vida o hace posible la
Vida. Que el Agua sea vital para las Plantas significa que sin ella su Vida
sería imposible. La Vida de las Plantas depende del Agua. ¿Entiendes?
La Gotita se sintió feliz al escuchar esto. Comprendió que, aun siendo
puro Roció, podía sustentar la Vida de un ser tan importante como la
Planta.
"Qué bien se siente una cuando vive para alguien y ese alguien la
necesita", pensó la Gotita, que cada día se podía mas juiciosa.
Una nueva sorpresa para la Gotita

La Aventurera continuó trajinando de arriba abajo. Así, conocía a más


Plantas, hablaba con la Diatomea y otras Algas cuando se las
encontraba, y no dejaba de cumplir su tarea de ir en busca de las
Sustancias Minerales del Suelo para llevárselas a los Vegetales. Su vida
era muy activa e interesante, porque era útil para muchos seres.
Un día regreso al Mar y se halló, de repente, con algo extraño, grande,
movedizo, que se desplazaba de un lugar a otro con toda libertad.
Cuando esta cosa rara se alejo, la Gotita les pregunto a sus amigas
Diatomeas:
– ¿Qué era eso?
–Es un Animal –le contestaron–. Uno de los primeros Animales del
mundo.
La Gotita quedó muy sorprendida, pues no los conocía.
– ¿Un Animal? ¿Qué es un Animal? –preguntó.
–Yo –le contestó el mismísimo Animal, que la había escuchado.
–Hola, mucho gusto de conocerlo, señor Animal –saludó ella, que era
muy amistosa y bien educada–. Yo soy la Gotita Aventurera, una de las
incontables Gotitas de Agua –agregó.
– ¿Y dónde andabas que no nos habíamos visto? –preguntó el Animal.
– ¡Oh!, yo viajo todo el tiempo –dijo ella–. Tengo que realizar el Ciclo del
Agua.
– ¿Qué es eso?
La Gotita le explicó que es el camino que recorre el Agua
constantemente entre la Tierra y la Atmósfera, y en el cual debe volver a
la Tierra para vivir en diferentes casas: el Mar, la Montaña, el Lago, el
Río, el Glaciar.
– ¡Qué interesante! –dijo el Animal, cuando ella terminó su explicación.
–Ahora, háblame de ti –pidió la Gotita a su nuevo amigo.
–Bueno –le dijo el Animal–. Yo soy un ser vivo. ¿Sabes lo que es eso?
–Sí, claro –respondi6 ella–. Soy amiga de las Diatomeas, de otras Algas y
también de algunas Plantas. He visto nacer y morir una infinidad. Al
principio sentía pena, pero ya me acostumbré, porque sé que siempre
nacerán otras nuevas.
– ¡Pero, hazme el favor! –exclamó con tono ofendido el Animal–. No me
compares con una Planta. Yo soy un ser mucho más complejo y libre, no
me sujetan las Raíces y voy donde quiero. Además, poseo mucha más
inteligencia que una Planta –agregó con indescriptible suficiencia.
–Si es así, tú serás estupendo para hacer la fotosíntesis –expres6 la
Gotita–. La Diatomea me contó que ese es el Gran secreto para
sustentar la Vida: captar la energía del Sol y transformarla en alimento
para los seres vivos, ¿eh?
–Mira, basta con las Plantas para hacer la fotosíntesis. Los Animales
tenemos otras funciones que desempeñar.
Quiso decir "funciones importantes", pero no se atrevió porque,
seguramente, la Gotita iba a rebatirlo y lo pondría en aprietos
nuevamente.
La Gotita, como era muy inteligente, comprendió que los seres no son
importantes por su tamaño. El Animal, si bien era más desarrollado, no
era ni mejor ni peor que las pequeñísimas Diatomeas que trabajaban
calladitas captando la energía solar a fin de fabricar alimentos para otros
seres.

Los servicios del Agua

El Agua continuó realizando su Ciclo, que es su manera de vivir. Se


sentía cada vez más feliz al saberse tan útil para la constitución del
Suelo como para la Vida de Plantas y Animales, de los cuales formaba la
mayor parte.
La Gotita Aventurera, moviéndose siempre de un lado a otro, llegó un
buen día a un Río, con el que hacía mucho tiempo que no conversaba.
Se saludaron muy contentos.
– ¿Qué me cuentas? –preguntó la Gotita–. ¿Hay alguna novedad?
–Sí, claro.
–Supongo que no te referirás al Hombre, porque lo conozco muy bien y
sé que debo ayudarlo del mismo modo que lo hago con los demás seres
vivos.
El Río dijo:
–Es la criatura más inteligente y habla de un modo distinto. Utiliza sus
manos para hacer cosas cuando él quiere. ¿Te das cuenta? Fabrica
herramientas.
–Bueno, ¿y qué? –dijo la Gotita, despreciativa.
– ¿Cómo "y qué"? Eso sólo lo puede hacer él. Ni el Viento, con todo su
poderío; ni el Fuego, que se come al Bosque. ¿Y sabes más? El Hombre
ha construido Canales de Riego.
– ¿Qué es eso? –preguntó la Gotita.
–Invenciones de él, nada más. Necesitaba transportar Agua para unas
Plantas que se estaban secando y concibió la idea de conducirla de esa
forma.
Mientras hablaban, la Gotita iba sintiendo la voz del Río cada vez más
lejana, hasta que
finalmente se perdió por completo.
"Bah", dijo para sus adentros, "¿qué habrá pasado? No escucho mas al
Río". Miró a su
alrededor y cuál no sería su sorpresa al verse flotando en una especie de
brazo del río, muy angostito y recto.
– ¿Dónde estoy? –preguntó en voz alta.
Y el Sapo, que la escuchó, le dijo:
–Este es un Canal de Riego que ha hecho el Hombre.
– ¡Ah! ¿Este es un Canal de Riego?
–Exactamente. El Hombre fue al Río y sacó agua de él para llevársela a
unas Plantas que pasaban hambre y sed, y gracias a eso no murieron.
– ¡Qué bueno! –dijo la Gotita, pues tenía un gran corazón y era amiga de
todos los seres.
Más allá las encontrarás –le señaló el Sapo a la Gotita, que pasó flotando
cerca de él–. Adiós.
Yo me quedare aquí esperando a algunos Insectos para mi cena.
Efectivamente, tal como se lo había anunciado el Sapo, poco después la
Gotita encontró a las Plantas.
–Hola, hola –las saludó–. ¿Cómo están ustedes?
–Bien, bien –respondieron estas, moviendo sus hojas.
–Me alegra haber venido hasta acá por el Canal de Riego.
–Gracias al Canal de Riego no hemos muerto –dijo una de las Plantas.
–Es mejor decir que gracias al Hombre, que hizo el Canal de Riego, no
nos hemos muerto –
acotó otra Planta.
–El Hombre es un gran tipo, por lo que veo –reconoció la Gotita–. Es el
más inteligente y tiene
la responsabilidad de cuidar todo lo que se ha dado en esta Tierra, que
es su casa. Es el rey de la
creación, pero un rey que deberá proteger y no abusar del mundo que lo
rodea.

El Agua abre caminos

El Hombre había encontrado en el Agua a su mejor ayudante y amiga, a


la que necesitaba para vivir igual que los Animales y las Plantas.
Lentamente, no sólo su vida física dependió del Agua, sino también la
mayor parte de sus actividades.
Un día, bañándose en el Río, el Hombre vio pasar unos grandes troncos
de Árboles que
arrastraba la corriente y se le ocurrió subirse sobre uno de ellos. Logró
hacerlo y se dejó deslizar por la corriente. Esta se lo llevó a dar un lindo
paseo Río abajo.
Sin darse cuenta, el Hombre, en ese instante, había inventado la
navegación. Pero como a él le gusta perfeccionar cada invento, buscó
diversas maneras de mejorarlo. Usó cortezas de Árbol, pieles de
Animales, acudio al Fuego cuando quiso ahuecar los grandes troncos.
Tratando de remontar la corriente para regresar, invento el remo. Ahora
tenía una estupenda embarcación en la que podía pasear por los
caminos del Río y del Lago y después viajar hasta los caminos del Mar.
El Agua estaba cada vez más contenta de ser tan útil al Hombre.
– ¿Sabes? –le contó una vez al Viento–. Ahora puedo transportar al
Hombre hacia distintos sitios.
¿Sí? ¿Y cómo?
–Es que sobre mi pueden flotar muchos cuerpos. El Río es como una
correa transportadora.
¿No has visto todas las cosas que llegan por el Río hasta el Mar?
–Cuando lo encuentre navegando, trataré de empujarlo un poco para
ayudarlo –manifestó el Viento, que también deseaba servir al Hombre.
De esta manera, el Hombre recorrió interminables caminos de Agua que
le permitieron cruzar montañas, penetrar selvas, atravesar enormes
llanuras y hasta saltar de una isla a otra acortando grandes distancias.
La Gotita Aventurera se encontró más de una vez con el Hombre. Al
verlo navegar
afanosamente de un lugar a otro, pensaba: "Me alegro de que pueda
recorrer tanta distancia sobre el lomo de Mama Agua. Sin embargo, con
toda su capacidad, él no puede llegar a la casa–Nube, como yo. De todos
modos, tanto él como yo somos muy aventureros..."

El Hombre disfruta del Agua

El Agua estaba continuamente preocupada del Hombre. "¿Qué se le


ocurrirá hacer ahora?", pensaba al ver sus inventos.
En un comienzo, el Hombre pasaba muy ocupado, porque se le hacía
dificilísimo vivir, de modo que todo el tiempo debía emplearlo en luchar
por su subsistencia, ya fuera porque debía encontrar los medios para su
alimentación, ya para defenderse de las inclemencias del tiempo o los
peligros que lo acechaban. Como su piel era distinta de la de los
Animales, debía protegerse del frío y también del calor, procurándose
vestidos y casa. Además, necesitaba capturar Animales para
alimentarse. Todo eso le daba un trabajo enorme.
Poco a poco, gracias a su gran inteligencia, fue venciendo esas
dificultades. Se asoció con otros Hombres, ya que descubrieron que
agrupándose se les volvía más fácil sobrevivir, porque se defendían
mejor de los peligros y podían efectuar labores que cada uno,
aisladamente, no era capaz de realizar. Cuando la vida fue más fácil
para él, le quedó tiempo libre y empezó a realizar actividades para
entretenerse. Dispuso de muchísimo tiempo para observar todo lo que lo
rodeaba y escuchar los ruidos del Bosque, del Viento, del Agua. Observó
que tanto los Árboles como las Plantas y los Pájaros poseían formas y
colores muy hermosos.
El Agua, entretanto, lo miraba desde el Lago, el Río o el Mar, como
haciéndole señas, hasta que el finalmente comprendió el mensaje: sólo
por gusto se lanzó al Agua y nadó y nadó jugando con ella. En otra
ocasión partió remando en su canoa a dar un paseo. Desde entonces, los
Hombres han nadado y bogado solo para divertirse. El Hombre también
descubrió lo entretenido de pasarse horas y horas a orillas del Agua,
esperando coger peces.
El Agua, sintiéndose cada vez más importante, conversó con el Viento y
le dijo:
–Cada vez soy más amiga del Hombre. Me necesita mucho más que a ti
para vivir.
– ¡Cómo te va a necesitar más a que a mí! –replicó el Viento, molesto–.
Yo traigo la Nube y llueve. Así, el puede tenerte como Agua.
–Sí, es verdad –acepto esta–. Pero, ¿sabes? Ahora ha aprendido a jugar y
se divierte conmigo.
– ¿Cómo? –preguntó el Viento.
– ¡Uf! Nadando, bogando, pescando, para que veas.
El Viento, confundido, no halló que decir y terminó por irse a otra parte.

El Agua, campeona del trabajo

El Agua se hizo cada vez mas amiga del Hombre, o más bien fue al
revés: el Hombre se volvió su amigo, porque sin ella no podía vivir. La
mayor parte del cuerpo humano está constituida por Agua. En cambio, el
Agua había vivido mucho tiempo sin el Hombre.
–Es un ser muy complicado y muy inteligente también. Tiene infinidad
de necesidades que satisfacer y cada vez inventa algo nuevo –les
comunicó la Gotita Aventurera, al regresar a la casa–Nube, al resto de
sus hermanas, que aun no conocían al Hombre.
– ¿Sí? Sin embargo, desde acá sólo parece uno de los tantos Animales
creados por Dios.
–Sin duda así parece –contestó la Aventurera–. También le gusta bañarse
y refrescarse. Pero como necesita el Agua para beber, construye su
vivienda en lugares cercanos donde pueda encontrarla, por ejemplo, a
orillas de Lagos y de Ríos. Esto demuestra su inteligencia. Además,
hay una diferencia muy importante: las Plantas y los Animales obedecen
a leyes fijas: un Pez no puede vivir fuera del Agua; un Copihue no puede
dejar de ser Copihue. El Hombre tiene también sus propias leyes, pero
es un ser libre y puede elegir. Por eso a veces actúa contra sus leyes,
aunque cuando lo hace le va bastante mal.
Un día, la Gotita iba por el Río camino al Mar, donde pensaba
permanecer una temporada, pero su viaje fue interrumpido
sorpresivamente.
– ¿Qué pasó? –se preguntó, dándose cuenta de que se encontraba en un
lugar oscuro y muy pequeño.
–Parece que vamos a otra parte –le contestó una Gotita que iba a su
lado.
–Siento que me mareo –dijo otra Gotita.
–Yo también –agrego otra más.
–Sí, estamos mareadas –añadieron las restantes Gotitas, al sentir que se
zangoloteaban.
Poco después, a causa del encierro, la Gotita Aventurera se durmió.
Sentía que fuera de su prisión parecían trabajar algunos Hombres, pues
escuchaba movimientos y ruido de herramientas.
Luego despertó bruscamente al chocar contra algo duro, brillante, de un
hermoso color dorado.
– ¿Quién eres tú? –pregunto la Aventurera–. Creo que nunca lo había
visto.
– ¿Cómo es que no me conoces? –dijo la cosa dorada, con aire ofendido–.
Soy la Pepa de Oro, el metal más valioso que existe.
–Es un agrado conocerla, doña Pepa. ¿Usted también trabaja para la
Vida? –pregunto la Gotita.
La Aventurera tenía razón al considerar a la Vida como la principal
maravilla hecha por Dios. Y viendo a la Pepa de Oro darse tanta
importancia, pensó que cumpliría una gran misión relacionada con la
Vida. Pero la Pepa, con extraño menosprecio, le contesto:
– ¿La Vida? No me interesa ni tengo nada que ver con ella. Yo soy un
metal precioso.
–Entonces, ¿para qué sirves? –le preguntó la Gotita, sin entender–. Yo
trabajo para la Vida de las Plantas, de los Animales y del Hombre.
– ¡Yo no trabajo para nadie, que te has imaginado! –contestó la Pepa,
con soberbia–. Al revés, el Hombre trabaja y se desvive por mí,
buscándome, porque el Oro es escasísimo. Yo valgo inmensamente.
En ese momento, la Gotita sintió que, unida al resto de sus hermanitas,
seguía corriendo por el fondo de una zanja, y ya no pudo continuar su
conversación con la altanera Pepa de Oro.
"Qué extraño es el Hombre", pensó la Aventurera. "Busca con tanto
empeño algo innecesario para la Vida. Entonces, ¿cuál es la gran utilidad
del Oro? No logró comprender a este ser que yo consideraba tan
inteligente".

Historia de la Arcilla

El tiempo pasaba y pasaba. La Gotita Aventurera, trajinando como


siempre, iba de un lado a otro. Un buen día, sin saber cómo, despertó en
un lugar desconocido, oscuro y muy tranquilo.
Al abrir los ojos, miró en todas direcciones, pero lo único que vio fue una
especie de agujero redondo por el que se colaba un rayito de luz.
–Vaya, ¿dónde estoy? –preguntó en voz baja.
–Estas dentro de mí –le contestó una voz ronca.
– ¿Y quién eres tú?
–Soy el Cántaro de Greda.
– ¿El Cántaro de Greda? Mucho gusto, señor. Pero explíqueme un poco
más, pues no sé que es un Cántaro de Greda.
–Cántaro es un tiesto como yo, así redondo, panzudo, donde se pueden
guardar líquidos y otras cosas.
– ¡Ah, ya! –asintió la Gotita– ¿Y "de Greda", qué significa?
En ese momento la Gotita sintió que la casa de Greda se movía
bruscamente y, junto a muchas de sus hermanitas, salieron expulsadas
del Cántaro y rodaron por el Suelo.
–No alcance a entenderlo todo –pensó la Gotita, apenada por no haber
podido escuchar completamente las explicaciones del Cántaro.
Luego se durmió, porque hacía mucho calor. Despertó cuando iba
flotando por el Aire vestida con su traje de gasa. Así, como Vapor de
Agua, flotó un buen rato hasta que ingresó a la casa–
Nube.
–Vengo desde el Cántaro de Greda –les contó a sus hermanas–.
Justamente estaba
explicándome lo que significa ser de Greda cuando lo movieron y caí al
Suelo.
– ¿No sabes lo que es la Greda? –le preguntó una Gotita––. ¡Qué
casualidad! Fíjate que yo estuve viviendo nada menos que en la Arcilla.
¿Te das cuenta?
– ¿En la Arcilla? ¿Y qué tiene que ver con la Greda?
– ¡Cómo que qué tiene que ver! Con la Arcilla precisamente se fabrica la
Greda.
–Es primera vez que oigo eso –dijo la Gotita Aventurera–. ¿Y qué es la
Arcilla?
–Es una tierra especial que, empapada en Agua, forma una masa blanca
–le explicó la Otra.
– ¿Y tú estabas ahí? –preguntó la Aventurera.
–Llegamos allí. Te contaré cómo fue.
La Gotita Aventurera, muy quietecita, se dispuso a escuchar lo que le
contaría su hermana narradora.
Ella empezó su relato de esta forma:
–Una vez, hace mucho tiempo, Mama Agua me envió a la Tierra con la
Lluvia. Caí sobre un terreno especial, de un color diferente. Era muy fino,
de apariencia suave, y apenas llegamos nos saludó diciendo:
–Bienvenida, Lluvia. ¿Cómo estás?
–Bien, para servirte –contestamos las Gotitas.
Nos abrió los brazos con especial cariño. Nosotras también abrazamos a
esa tierra con igual afecto, danzando entusiasmadas sobre ella.
Entonces, ese polvo fino, abrazado a nosotras, se transformó en algo
que no era el barro que yo conocía, sino en una especie de masa suave
y lisa.
Las Gotitas de Agua nos hicimos tan amigas de esa tierra, que nos
quedamos a vivir allí.
Un buen día, Dios nos visitó.
– ¡Qué bien, qué bien! –exclamó complacido–.Veo que esta lista la
Arcilla.
– ¿La Arcilla?–dijo esa tierra, pues ni siquiera ella misma sabía en lo que
se había transformado–. ¿Cuál es?
–le preguntó al Señor.
–Eres tú misma, criatura –le respondió Él.
– ¿Yo, la Arcilla? –exclamó extrañada.
–La misma. Y has de saber que tienes un destino importante: el Hombre
te empleará para hacer infinidad de cosas, desde las más humildes
hasta sus más grandes obras de arte, cuando aprenda a ser creador o
artista.
Porque también en eso quiero que se parezca a Mí. Al decir esto, se fue.
Continúo transcurriendo el tiempo, mucho tiempo prosiguió la Gotita
narradora–. Un día me sentí transportada con mi casa de Arcilla a otro
lugar. La Arcilla donde yo estaba fue amasada un buen rato. Después de
ese meneo quede tranquila otra vez. Pero a los pocos instantes
movieron nuevamente mi casa y experimenté un gran calor
– ¿Qué pasa? –grité, asfixiándome.
Entonces escuche una voz intensamente cálida:
–Debo ayudar al Hombre a trabajar la Greda –dijo.
Era nada menos que el Fuego en persona, calentando como nunca.
Arranque medio desmayada y ya casi convertida en Vapor de Agua.
Antes divise una vasija cociéndose al Fuego, de la cual yo me acababa
de desprender. Era, sin duda, un Cántaro de Greda."
– ¡Qué linda es tu historia! –exclamó la Gotita Aventurera–. Yo desearía
vivir en la Arcilla, una Arcilla cuya forma plasme el Hombre cuando imite
a Dios realizando su obra creadora.
En ese momento la Gotita no se podía imaginar las obras de arte
maravillosas que modelarían las manos del Hombre sirviéndose de la
Arcilla.

El mensaje del Ostión

Cierta vez, un niño llamado Andrés veraneaba en el norte de Chile. Un


día, mientras caminaba solo por la playa, encontró un Marisco
desconocido. Le gustó porque tenía dos conchas blancas, redondas,
lisas. Era un Ostión.
–Este es mi fin –dijo el Ostión cuando Andrés lo tomó, porque estaba
esperando que viniera una ola más grande para irse con ella a su casa
del Mar. Y se resignó a perecer de asfixia en poder del niño, lejos de su
casa.
Pero Andrés no quería que el Ostión muriera, así que lo arrojó dentro de
su balde lleno con Agua de Mar. El Ostión respiró y continuó con vida.
El Niño lo llevo a su casa y lo dejó en su pieza mientras iba a comer.
Después lo mandaron a acostarse. Entonces se puso a conversar con él.
–Oye –le dijo el Ostión–, ¿me puedes hacer un favor?
–Claro que sí. Dime de qué se trata.
–Escúchame. Quiero conversar largamente contigo porque tengo que
contarte muchas cosas.
Andrés se acomodó boca abajo en la cama, con la cabeza colgando,
dispuesto a escuchar al Ostión, que lo miraba desde el suelo.
–Bueno, resulta que los pobres Ostiones estamos cada día peor.
– ¿Por qué? ¿Les ganaron en el futbol? –lo interrumpió el niño.
–Mucho peor que eso. Es una historia larga y deseo que la escuches.
Pero si te da sueño me dices y seguimos después –dijo el Ostión.
–No, no tengo sueño –aseguro el niño, que deseaba saber cuál era la
famosa historia del Ostión.
–Tú no me conocías, ¿verdad? Has caminado muchas veces por esta
playa, pero no conocías a ninguno de mis parientes, ¿no es así?
–Así es –le contestó Andrés–. Todos los veranos vengo acá y no te había
visto nunca.
Está pasando algo terrible, Andrés –dijo seriamente el Ostión–. Han
contaminado el Agua del Mar y así no sólo nos estamos muriendo los
Ostiones y otros habitantes del Océano, sino que el Hombre deberá
pagar muy caro este daño.
– ¿Sabes? –le dijo Andrés–. No entendí lo que me dijiste. ¿Qué es lo
terrible? Explícate.
–La Contaminación del Agua –le contestó el Ostión.
– ¿La Contaminación del Agua? Yo no sé lo que es eso.
Entonces el Ostión le contó que la Contaminación la produce el Hombre
cuando arroja
distintos desechos al Agua en todas partes, los cuales provocan
enfermedades en las diversas especies de seres vivos que ha creado
Dios.
– ¡Qué lástima! –exclamo Andrés, desesperado–. ¿Para qué harán eso?
–Mira, quiero contarte lo que nos ha ocurrido solamente a nosotros, los
Ostiones, así
entenderás mejor, pero en realidad son muchas las especies afectadas
por este mal. Escúchame.
Mi familia es muy, muy antigua. Eligieron una bahía próxima como
vivienda porque era el mejor lugar del mundo para los Ostiones. Aquí se
quedaron formando un grupo muy grande.
En este sitio vivían felices sacando su comidita del Mar y sirviendo de
alimento, algunas veces, a otros Animales vecinos.
– ¿Ustedes son alimento para otros Animales? –lo interrumpió Andrés.
–Sí. No te extrañes. Eso lo hacen todos los habitantes del Mar. Por los
demás, hay que morir de todas maneras, algunos por viejos y otros en la
panza del que se los come. Es como una cadena, cada especie es un
eslabón.
–Al final, los que son chicos pierden –protesto Andrés, quien rechazaba
las injusticias–, porque el más grande se los come siempre. ¿Y qué culpa
tiene el chico de no ser grande?
–Mira, no siempre es así –replico el Ostión–. Por lo demás, la Naturaleza
lo determine en esa forma y a ella no se la puede corregir, porque todo
está bien planeado, aunque pueda no parecerlo. Pero dejemos eso y
sigamos con mi cuento o, mejor dicho, mi historia. Como te estaba
diciendo, mi familia vivía muy feliz hasta que mi abuelito tuvo un feroz
dolor de estomago; en seguida murió, del dolor, por supuesto. Después
sucedió lo mismo con mi primo; luego, con un cuñado, una gran
cantidad de mis hermanos, en fin, casi todos mis parientes.
¿Sabes por qué me salve yo? Pues por pura intuición me arranque para
venir a vivir aquí.
– ¿Y qué había pasado? –pregunto Andrés.
–Los dueños de una mina hicieron un canal para botar los residuos y
estos, como contenían veneno, llegaban a la bahía donde estaba nuestra
gran casa familiar.
– ¿Así es que tu abuelo murió envenenado? –dedujo Andrés.
Justamente –asintió el Ostión–. Todos encontraban que la mina era un
éxito, pero a los
Ostiones, ¡que nos partiera un rayo! Además de eso, sacaban Ostiones
por toneladas para el consumo de los Hombres. Pero lo peor es la
Contaminación de las Aguas.
– ¡Qué barbaridad! –dijo Andrés.
–Fuera de nosotros, existen muchísimos otros Animales del Mar que se
sienten enfermos, pero carecemos de atención y medicamentos para
sanarnos. Así, cada vez nos va peor. Quizás tú estudies ingeniería en
minas, y vayas a trabajar al mineral. Yo te quiero dejar dos encargos:
primero, cuando trabajes en la mina, como tú eres inteligente, podrías
inventar una manera de explotarla sin acabar con nosotros. El otro es el
siguiente: cuéntales a los Hombres que si siguen haciendo todas esas
atrocidades les ira muy mal, porque ellos mismos serán víctimas de la
Contaminación... Tú tienes tu casa, ¿verdad? –continuó el Ostión–. Si
repentinamente echaran gases venenosos en ella, ¿te das cuenta de lo
que sucedería? Eso nos pasa a los seres acuáticos: si nos envenenan el
Agua, que es nuestra casa, morimos.
–Bueno, pero, ¿cómo crees tú que se podría ayudar a la Naturaleza para
mejorar las Aguas? –pregunto Andrés.
–Hay varias maneras de cuidar las Aguas. En primer lugar, dejar de
utilizar los Ríos, Lagos y Mares como tarros de basura para arrojar
cuanto desperdicio y desecho tóxico produce el Hombre. Yo diría:
respetar el Agua. Otra cosa: fabricar detergentes, fertilizantes y
pesticidas que causen el menor daño posible a los seres acuáticos. Las
industrias no deben vaciar las Aguas hirviendo al Río... La Naturaleza es
madre de todos nosotros –continuó el Ostión–, y la están destruyendo
con la Contaminación.
– ¿Y de qué manera se puede ayudar? –pregunto Andrés nuevamente–.
¿Estudiando, crees tú?
–Sí, puede ser. Pero déjame decirte algo más: es verdad que la
Naturaleza es madre y, como madre, nos quiere a todos por igual, desea
nuestro bien, pero si el Hombre sigue dañándola, al fin se acabara su
paciencia y castigara su torpeza.
El Agua se enferma Pasaron y pasaron los años, una infinidad de años. El
Agua trabajaba incansablemente en todo lugar para el Hombre,
sirviéndolo en una gran variedad de actividades. Por su parte, el Hombre
inventaba cada vez algo nuevo.
Un día, el Agua del Río se encontró con el Viento después de pasar por
una gran Ciudad.
–Buenas tardes, ¿cómo estás? –la saludó el Viento.
–No muy bien –le respondió ella con voz opaca.
–En realidad, te notó algo... un mal aspecto... –se atrevió a decirle el
Viento.
–Sí. No me siento muy bien. ¿Qué será? Voy a contárselo al Sol a ver si
él me puede sanar.
–Creo que es la Civilización –le manifestó el Viento, después de pensar
un poco.
– ¿La Civilización? ¿Pero por qué? ¿Qué le he hecho yo? Al contrario, sin
mí no existiría la Civilización. Entonces no es amiga mía, porque los
amigos no se hacen daño, ¿verdad?
–No, Agua. Tal vez no me he explicado bien. En realidad, el verdadero
causante es el Hombre.
– ¿El Hombre? Peor todavía. ¡Qué ingrato! ¡Qué mal amigo! Tú sabes
cómo lo ayudo
absolutamente en todo... ¡y así me corresponde! El me necesita para
vivir, y necesita Agua pura, limpia, sana, no enferma como estoy. Si es
tan inteligente, ¿cómo puede hacer esto? De verdad no lo entiendo.
–Yo tampoco –la apoyó el Viento–. Dime, Agua del Río, ¿qué recogiste a
la pasada por la ciudad?
–Bueno, las Aguas Servidas. Siempre lo he hecho. Si no fuese así, ¿qué
hacia él con estas Aguas?
– ¿Ves? ¿Sabes de dónde viene una parte de esas Aguas?
–No, no lo sé. Siempre he recogido las Aguas Servidas de la ciudad,
estoy acostumbrada a hacerlo desde que los primeros Hombres
edificaron sus casas allí, pero nunca he averiguado de donde vienen.
–Yo, como ando por todas partes y me cuelo en todos los rincones –dijo
el Viento–, lo sé.
Muchas vienen del Hospital, donde hay enfermos de tifus, poliomielitis,
hepatitis y cuanta enfermedad existe. Las botan con todos los Microbios,
sin desinfectarlas. Así no hay salud.
El Agua del Río sonrió con amargura al saber como la trataba el Hombre.
Un poco después se separaron, porque el Viento llevaba otra dirección.
El Agua del Río, contaminada, fatigada, siguió corriendo hacia el Mar.
Un poco más adelante se unió a un Canal de Riego, que venía cansado y
con mal aspecto.
– ¿Cómo estás? –lo saludó el Agua del Río.
–Me duele el estómago –contestó el Canal–. Son los fertilizantes que los
Hombres usan sin ningún cuidado.
–Paciencia –dijo el Agua del Río y siguió corriendo unida a las Aguas del
Canal.
Poco más adelante funcionaba una fábrica que hacía un ruido de mil
demonios y lanzaba por sus chimeneas inmensas cantidades de humo.
–Ah, olvidaba que tengo que llevarme la basura de esta fábrica –
murmuró el Agua del Río, más amargada aún.
Y recibió sobre sus cargadas espaldas todos los desechos industriales,
hasta quedar agobiada.
Continuó el Agua su triste camino hacia el Mar, cuando al girar una
curva vio un gran chorro que caía sobre el Rio.
–Debe de ser una fábrica nueva –se dijo–. Por suerte está más limpia que
la de los desagües.

Pero, cuando llegó al conducto desde el que caía el chorro, notó que
este era un líquido muy caliente.
– ¡No se acerquen! ¡No se acerquen! –les gritó a unos hermosos Peces
que vivían en el Río. Por desgracia, estos no la oyeron y los alcanzo el
chorro hirviente, quemándolos vivos.
Más abajo vivían unos campesinos muy pobres, que esperaban la
pasada de algunos Peces para preparar su comida. Era invierno y no
había otra cosa que comer, tenían hambre, pero cuando los vieron
muertos y descompuestos no quisieron sacarlos.
A continuación estaban las chacras y hortalizas. El Agua del Río debía
regarlas, pero, junto con apagarles la sed, las contaminaba. Así, los
Hombres que comían esos productos consumían al mismo tiempo las
Bacterias, se enfermaban en gran número y hasta morían.
El Agua del Río quedó muy triste al ver tanta calamidad: la muerte de
los Peces, el hambre de los campesinos, la enfermedad de los Hombres.
Recordaba, apenada, el tiempo en que los Hombres vivían de manera
más simple y todos eran mucho más felices.
Aún debía encontrar otra fábrica que desaguaba en el Río, por supuesto
sin ninguna
precaución. Al pasar vio otros Peces que trataban de nadar hacia la orilla
del Rio.
–Estamos enfermos –le contaron–. Las Aguas están envenenadas con los
desechos de la fábrica. Ayúdanos, porque no tenemos fuerzas para
nadar y arrancar de aquí. Los productos químicos nos están matando.
"Ahora estoy envenenada. ¡Qué horror!", pensaba el Agua del Río con
terrible amargura. "Dios me hizo pura y benéfica, y los Hombres me han
vuelto maligna".
Después se encontró con otra Agua, la que presentaba un aspecto
mucho peor que el suyo. Era una corriente turbia, de un color horrible,
llegaba a ser espesa. Un Agua monstruosa.
– ¿De dónde vienes tú? –le preguntó el Agua del Río a la otra.
–De la mina. Yo les ayudo a los Hombres en la extracción de los
Minerales y después me dejan así, no me limpian de ninguna manera. Y
así llegare al Mar, sabiendo que llevo la muerte a muchos seres vivos,
Animales y Plantas.
– ¡Ay, hermana, cómo nos han dejado! Nos obligan a hacer daño.
Contaminaremos la Playa y los Hombres no podrán ni siquiera bañarse
en el Mar...

La "Hermana Agua"

Después que el Ostión terminó de hablar, Andrés escuchó otra voz


desconocida, pero clara y cristalina, que salía también del balde.
– ¿Quien habla ahora? –preguntó.
–Yo, la Gotita Aventurera –le respondió la voz.
Conociéndola, no hay que extrañarse de que estuviera metida en el
balde con Agua de Mar.
– ¡Ah, qué bueno que una Gotita Aventurera se haya venido con el
Ostión!
–Yo también me alegro de conocerte. He estado con una infinidad de
Niños, en el Mar, el Lago, la Nieve, el Hielo, la Piscina. ¡Dónde no se
meten los Niños!
–Pero nunca habías conversado conmigo –le dijo Andrés.
–En realidad, no he conversado con ningún Niño.
¿No eres amiga de los Niños, entonces? –le preguntó el.
–Amo a los Niños, amo al Hombre, pero mis mejores amigos son el Sol y
el Viento. Cuando estábamos completamente solos, pues no había nada
más en la Tierra, ellos eran mis amigos.
Después llegaron las Algas, los Vegetales, también los Animales. Yo
tengo relación con todos ellos. He servido al Suelo, los Vegetales, los
Animales, al Hombre. Todos me quieren, pero el único que me ha
maltratado ha sido el Hombre, contaminándome.
– ¡Qué malo! –exclamó Andrés–. Es malagradecido. ¡Después de recibir
todos los servicios del Agua, es el colmo!
–Esperemos que se arrepienta y enmiende sus errores –dijo la Gotita.
Al cabo de un momento de silencio, agregó:
–Tuve la suerte de conocer a un Hombre muy distinto. El hablaba con el
Agua y la llamaba "Hermana".
– ¿Sí? ¿Por qué le decía "Hermana"?
–Porque él sabía que Dios es Creador de todo cuanto existe. Por
habernos dado la Vida, es
nuestro Padre, y así resulta que todos venimos a ser Hermanos.
¿Comprendes? Yo soy tu Hermana.
Cierto –aprobó Andrés–. ¿Y quién era
ese Hombre?
–Se llamaba Francisco.
– ¿Y tú sabes muchas cosas sobre él? Cuéntame, por favor.

Hace bastante tiempo, no te puedo decir cuánto, porque no uso


calendario, yo venía por un Río en una bella región de Italia. Me llamó la
atención un Hombre que hablaba solo, en voz alta. Estaba arrodillado,
mirando al cielo; todo él resplandecía, era luminoso. Después se paró,
tomó un cántaro para ir al Río y sacar Agua. Entonces yo me fui dentro
del cántaro. El tocó el Agua como algo sagrado, diciendo unas palabras
que no he olvidado. Dijo: "Alabado seas Tú,
mi Señor, por la Hermana Agua, la cual es muy útil y humilde, preciosa y
casta". Cuando tocó el Agua yo bese sus manos y me quede en una de
ellas. Nunca me he sentido más feliz. Estaban
un poco temblorosas, pero emanaba de ellas una especie de suave y
cálida vibración vital. Era Francisco de Asís, el Santo.
Después de esta conversación con la Gotita Aventurera y el Ostión,
Andrés despertó. Estaba muy impresionado y pensó que debía hacer
algo. Entonces discurrió contárselo a su profesor.
Este le confirmó el recado del Ostión y lo invitó a formar parte de un
Grupo Infantil para defender a la "Hermana Agua" contra su gran
enemiga, la Contaminación. Porque, en verdad, los niños serán los
mejores amigos del Agua y sus salvadores.

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