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CUARENTA AÑOS MÁS TARDE…¡MATEMOS AL CHE!

El ocho de octubre de hace cuarenta años, en el pequeño pueblo de la


Higuera fue asesinado Ernesto Guevara de la Serna. Hacía poco más de un
día que cayó preso del ejército boliviano fruto de una herida en la pierna
izquierda, agravado esto por el cansancio provocado por su inseparable
enfermedad asmática y por el peso de meses de guerrilla en la selva boliviana,
además de algunos kilos de más de cultura –hasta su muerte, siguió
acarreando sus innumerables libros de lectura y su cuaderno, en el que
preparaba sus nuevas teorías-. Ernesto Guevara, tras años de esfuerzo y
heroica dedicación a la revolución cubana, trabajando como director del
Instituto de Reforma Agraria, ministro de Industria, presidente del Banco
Nacional, o gran cortador de caña de azúcar; decidió poner a disposición de
otras partes del mundo “su modesto esfuerzo”. Este internacionalismo
revolucionario le llevó a participar y promover otros movimientos
antiimperialistas haciendo realidad su famosa consigna “uno, dos tres…
muchos Vietnams más”. En el primero de ellos lideró una guerrillera de
liberación nacional en el Congo, que pretendía ser el foco de revolución en el
continente africano, pero fracasó prematuramente debido a la falta de
implicación y profesionalidad de los propios guerrilleros congoleños.

Meses más tarde, se embarcó en el que sería su última aventura sobre


su Rocinante particular; trataría de organizar una guerrilla en la selva boliviana
para lograr derrocar al régimen andino, además de intentar encender la chispa
de la revolución en su madre patria, Argentina. Don Ernesto, en la famosa carta
de despedida a Fidel, describió con todo realismo la dura empresa a la que se
unía: “En una revolución, se triunfa o se muere (si es verdadera)”. Don Ernesto
no luchaba por un sueño, luchaba por una cruda realidad, su solución de
mejorar al mundo era la revolución armada –“Creo en la lucha armada como
única solución para los pueblos que luchan por liberarse y soy consciente de
mis creencias”- . Conocía el enemigo al que se enfrentaba, y no renegó de su
destino ni en los últimos segundos de vida en la pequeña escuela de la
Higuera. Sus últimas palabras fueron “¡Póngase sereno y apunte bien! ¡Va a
matar a un hombre!”.

Ahora, cuarenta años más tarde, lo vemos convertido en un mito


internacional de la juventud progresista; más que su ideología, se ha mitificado
su imagen –esa famosa foto de Albert Korda- y su idealismo revolucionario. Su
rostro ha sido pintado, gritado, esculpido, grafiteado, estampado, cantado,
plastificado, pegado, comprado y vendido -¡Por Marx, que barbaridad!- en casi
todos los lugares del mundo. Es una imagen tan esencial que traspasa años,
generaciones, fronteras, idiomas, religiones y todo aquello que separa a los
humanos unos de otros, incluso la ideología. Sin embargo, este mito es lo más
distante al verdadero revolucionario argentino que partió la sierra. Es un mito
estéril, vacío, hueco, sólo pigmentos químicos repartidos en un determinado
orden. Esa imagen olvida toda la complejidad que representa el Che, y toda la
carga ideológica. El mito nos enseña a un soñador, un aventurero, quizás un
loco que dio su vida por mejorar la de otros, pero no pudo vencer, por lo que
solo nos queda soñar. El Che tenía claro que no era ningún héroe, ni ningún
dios, era un soldado más –condotiero, como el mismo se nombra al despedirse
de sus padres-, un intelectual más, un marxista revolucionario más, un hombre
más. Todo un ejemplo de una persona realista que “luchaba contra el
imperialismo donde quiera que esté”. Por eso era capaz del lunes estar en
Nueva York en la asamblea de la ONU y el martes, llegar a La Habana y
ponerse a trabajar voluntariamente cortando caña de azúcar. Y es ahora,
cuando tenemos que romper con esa imagen de idealista. Por eso, el mejor
homenaje que le podemos hacer a Don Ernesto será la tarea de demostrar la
vigencia del marxismo hoy en día, la continuación de los estudios de la teoría
marxista y el desarrollo y construcción de nuevas teorías económicas y
políticas sobre la toma del poder y la transición al socialismo en el siglo XXI.

En mi opinión, durante toda su vida el Che solo tuvo un objetivo principal


–que relegaba a todas las demás actividades, ya sea la familiar, el ocio o el
mismo sueño- la construcción realista de un sistema socialista en el tercer
mundo, es decir, la aplicación de la teoría marxista y leninista a las condiciones
objetivas y particulares de los países menos desarrollados. El Che demostró
que el socialismo no es ningún bonito sueño, si no que el marxismo es una
ciencia y una ideología con la que conseguiremos la liberación de la opresión
de la sociedad imperialista –“no hay otra definición del socialismo válido para
nosotros que la abolición de la explotación del hombre por el hombre”.

Don Ernesto en su tarea de teórico político consiguió desarrollar la teoría


de la época de transición al socialismo. Sus estudios son muy profundos y se
piensa que en la selva boliviana estaba preparando un libro sobre dicha teoría.
Hizo un estudio exhaustivo sobre la situación de la economía cubana e
implementó un sistema de planificación de la producción como método
socialista de organización de la producción económica del país. Además, este
método se aleja del método soviético conocido como Nueva Economía
Política, que según Don Ernesto era el causante del derive
contrarrevolucionario de la URSS –Don Ernesto fue unas de las primera voces
en criticar a la URSS, vaticinando dicho rumbo, debido a que afirmaba que el
método soviético utilizaba ciertas categorías económicas capitalistas por lo que
volverían a reproducir las relaciones de producción del capitalismo, además de
criticar, por supuesto, las barbaridades estalinistas, así como la alienación
burocrática-. Con la planificación de la producción, se intentaba crear unas
nuevas relaciones económicas y además, unas nuevas relaciones humanas en
la sociedad emergente, es decir, aparte de un cambio en la producción
económica, se debe cambiar al hombre y a la sociedad en su conjunto. Por
eso, un tema clave del pensamiento del Che que le hacía alejarse de la
práctica soviética, es la importancia que le daba a la conciencia –“La
conciencia es la palanca para lograr que las fuerzas productivas y las
relaciones de producción dejen de ser medios para perpetuar la dominación
capitalista”-. Para mí, este es el punto más interesante del pensamiento del
Che, no solo luchar por el cambio económico si no, promover la creación
consciente e individual de un hombre nuevo que genera una nueva sociedad,
donde no existan ni la explotación económica ni la alienación en cualquiera de
sus posibles formas –la sociedad COMUNISTA-. Mejor dicho en palabras de
Don Ernesto “El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa.
Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo contra la alienación”. Por
ello, también afirmaba “el desarrollo económico no es un fin en si mismo,
solo tiene sentido si sirve para transformar a la persona, si le multiplica la
capacidad creadora, si lo lanza más allá del egoísmo. El transito hacia la
libertad es un viaje del yo al nosotros”. Quizás estos pensamiento nos
ayuden a darnos cuenta de todos lo errores que hemos cometido y cometemos
en la construcción de una nueva sociedad, pero no por ello, debemos dejar de
luchar por la construcción de una nueva sociedad. Así, cada uno de nosotros
empecemos nuestra pequeña revolución particular para unirnos todos en la
gran revolución que nos lleve hacia la liberación de las cadenas que
amordazan al hombre capitalista, y en mayor medida a la mujer.

Por todo ello, casi medio siglo más tarde, no en la selva boliviana, si no
en nuestra individual selva neuronal, debemos realizar otro asesinato a sangre
fría. Seguro que todos tenéis en vuestra mente, esa camiseta del Che, o ese
póster, o aquel trozo de canción, no debemos asustarnos, escojamos bien el
arma y disparemos firmemente al corazón. Por favor, ¡Póngase sereno y
apunte bien! ¡Va a matar a un mito! ¡Va a nacer una ideología! Así fueron las
últimas palabras de aquella maloliente camiseta, todavía desparramando
pigmento mientras se retorcía entre sus hilos en el suelo….

Me gustaría despedirme como el Che lo hizo en la carta de despedida a


sus hijos:

“Sean capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida


contra cualquiera en cualquier parte del mundo”

¡Hasta la victoria siempre!

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