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Capítulo 3
A partir de las grandes revoluciones, en distintos períodos históricos, se crearon los cuerpos
ciudadanos: una concepción de cómo debía ser el cuerpo en lo público y lo privado. El cuerpo
es vehículo de la socialidad. De su conquista y domesticación depende el éxito o fracaso de un
proyecto social. Hoy las sociedades parecen debatirse entre dos grandes narrativas: el cuerpo
liberado y joven por un lado, como idealización y objeto de consumo, por otro lado, el cuerpo
pecador castigado por la ira divina con el sida, como metáfora de la derrota del cuerpo. Entre
estas narrativas media la biopolítica, que somete al cuerpo a una disciplina y al incremento de
su utilidad.
En relación con los jóvenes, la autora destaca cuatro grandes áreas relativas a la biopolítica: la
dimensión racial vinculada a la pobreza; el consumo; la moral pública y la dimensión de
género.
En relación con los jóvenes, la biopolítica ha construido una relación entre la pobreza y una
disposición a la violencia. Sobre los cuerpos pobres de los jóvenes se inscribe un imaginario
vinculado a la delincuencia, considerándoselos “cuerpos ingobernables” por haber sido
abandonados por el entorno. En esto se esconde una idea de control y domesticación de los
cuerpos asignado a la familia. La ingobernabilidad requiere de mano dura, de sometimiento
por la fuerza.
Pero el estudioso de las culturas juveniles debe prestar atención a los movimientos de
respuesta a los discursos y dispositivos de control y exclusión. Si algo caracteriza a los
colectivos juveniles insertos en procesos de exclusión y de marginación es su capacidad para
transformar el estigma en emblema: invertir el valor de las calificaciones negativas que les
asignan para operarlas en sentido contrario, por ejemplo, la dramatización de constitutivos
identitarios mediante el lenguaje corporal, la revalorización del consumo de drogas y el desafío
a las buenas conciencias. Esto apunta a una inversión de los valores socialmente dominantes.
La lógica de mercado tiene un impacto en los cuerpos: todo dentro del consumo, nada por
fuera. Se puede ver un gran crecimiento de una industria globalizada dedicada a la producción
de bienes y mercancías para los jóvenes, que se ofrecen no sólo como productos, sino como
estilos de vida. El acceso a ciertos productos implica diferenciaciones identitarias. Los bienes
culturales constituyen las identidades juveniles, no solo las expresan. La ropa, por ejemplo,
sirve para el reconocimiento de iguale y para establecer diferencias entre los cuerpos
juveniles. El mercado ofrece un efecto ilusorio de diferenciación mediante la introducción de
marcas y distintivos que apelan a lo internacional, lo que crea comunidades desancladas de la
dimensión espacial: comunidades imaginarias, según Benedict Anderson.
Se puede hablar de “naciones juveniles”, con sus propios mitos de origen, rituales, discursos y
objetos emblemáticos : las estética punk, rastas, del rap, metalera, otorgan a los bienes
materiales y simbólicos un valor que subordina la función a la forma y al estilo.
Para la autora, una biopolítica del consumo, entendida como la clasificación disciplinaria de los
cuerpos juveniles a partir del acceso y la frecuentación a ciertos bienes materiales y
simbólicos, no puede abordarse desde una perspectiva apocalíptica que culpe de todo a la
globalización o, a la inversa, que desestime la acción de estos mercados globalizados al centrar
la atención en las manifestaciones livianas e insustanciales, ni desde una mirada al margen de
las respuestas que surjan de los contextos históricos y sociales particulares de los jóvenes.
El principio de heterogeneidad social es el que mejor permite entender los conflictos en torno
a la moral pública. Estos conflictos son el resultado de relaciones asimétricas entre los grupos
sociales, en las que el Estado actúa como árbitro, buscando la conciliación de intereses público
en pugna.
El biopoder confisca los cuerpos mediante la satanización de todo aquello que escapa a la
representación normalizada (preservación de supuestos cuerpos “normales” frente a las
“identidades desviadas”). En vez de reforzar la asunción crítica de la identidad, esto genera
ciudadanos temerosos y sumisos y, en las antípodas, la excepcionalidad como forma de
protesta.
En los estudios socioculturales no ha tenido en cuenta en relación con las culturas juveniles,
dicho carácter relacional. En los estudios, se tiende a una generalización que invisibiliza la
diferencia de género, ni se ha problematizado el hecho de que los grupos y colectivos juveniles
estén formados en su mayoría por varones. No se problemática la diferencia político-cultural
del género.
En torno al análisis de las identidades juveniles, hay tres dimensiones que, vinculadas a la
perspectiva de género, permiten develar la percepción, la valoración y la acción diferencial de
los jóvenes: el discurso (representaciones discursivas), el espacio (su uso) y la interacción
(prácticas y participación diferenciales).
Esto, orientado a la comprensión de si, al comienzo del nuevo siglo, los y las jóvenes han sido
capaces de generar una crítica a los presupuestos tácitos de una biopolítica que ha logrado
naturalizar la superioridad y el dominio masculino.
Siguiendo a Foucault, la sociedad incrementa los dispositivos de vigilancia sobre los jóvenes,
sospechosos de darle forma a las pluralidades confusas, huidizas. El encuentro entre jóvenes
es peligroso porque confiere el sentimiento de pertenencia a un cuerpo colectivo capaz de
impugnar los poderes. Por ello, el biopoder busca descolectivizar.
Los jóvenes son peligrosos porque en sus manifestaciones gregarias crean nuevos lenguajes.
Pese a las conquistas democráticas, en las sociedades contemporáneas se castiga el exceso de
palabras, de gestos, de sonrisas. El espacio se segmenta para los cuerpos clasificados: afuera,
los cuerpos expulsados; adentro, los cuerpos asépticos y domesticados.
Las clasificaciones elaboradas por la biopolítica devienen exclusiones. De ahí que muchos
jóvenes busquen impugnar con sus prácticas y el uso del cuerpo ese orden social que los
controla y excluye y muchos otros, a pesar de su encanto por el mercado, se esfuerzan por
transformar el lugar común del consumo en un lugar significado.
Una de las áreas para abordar las culturas juveniles es la que se denomina “socioestética”:
relación entre los componentes estéticos y su proceso de simbolización, a partir de la
adscripción de los jóvenes a los distintos grupos identitarios.
Los jóvenes se identifican y diferencian a través de la vestimenta, los accesorios, los tatuajes,
los peinados, pero no se trata solo de fabricarse una apariencia, sino de otorgar a cada prenda
una significación vinculada al universo simbólico que actúa como soporte para la identidad.
Todas las identidades juveniles reinventan los productos ofrecidos por el mercado, les
imprimen un sentido que fortalecen la asociación objeto-símbolo-identidad.
Los objetos y las marcas corporales no pueden interpretarse al margen del grupo que les da
sentido, como si fuera solo una moda. Son componentes fundamentales ya que los actores
elaboran su propia imagen y la ponen en escena para hacerse reconocer como únicos y
distintos. A este proceso la autora lo llama “dramatización de la identidad”: toda identidad
necesita mostrarse, comunicarse para hacerse real, lo cual requiere una utilización
dramatúrgica de aquellas marcas, atributos y elementos por parte de los actores, que le
permite desplegar su identidad.
En la sociedad actual se han ido suprimiendo los ritos de pasaje y de iniciación. Existe una
tendencia homogeneizadora, que a su vez exacerba la diferenciación entre grupos etarios. Esto
ocurre con la complicidad del sistema productivo y del mercado, en el marco de una crisis de
las instituciones intermedias, incapaces de ofrecer certidumbre a los actores sociales.
En este contexto, las culturas juveniles encontraron en sus colectivos elementos para
compensar el déficit simbólico, generando estrategias de reconocimiento y afirmación,
destacándose el uso de objetos, marcas y lenguajes particulares. Ellos trafican con una
economía cultural dominante pero inscriben en cada objeto sus propias reglas.
Anarcopunk
En el contexto en que el discurso y la cultura punk empiezan a configurar una nueva oferta
identitaria para los y las jóvenes de los sectores marginales, quienes se distancian de la banda
en relación con la cultura política y van en busca de una propuesta de acción. Se empieza a
avizorar el futuro como una posibilidad de cambio, ya no como algo gris, incierto y negado.
En los años 90, los jóvenes anarcopunks del continente se agruparon en torno a lo que ellos
denominan cinco principios básicos: ni principio de autoridad, ni patriarcado, ni capital, ni
Iglesia, ni Estado.
Están atentos al acontecer político, se ubican contra el neoliberalismo, pero para ellos, el
problema político radica en un sistema que se apoya en el principio de autoridad (percibida
como dominación). La lucha electoral no aparece como una alternativa viable. Proponen una
sociedad civil autoorganizada, sin partidos y federada. Para eso es necesario el desarrollo de la
libertad y una educación que impulse el desarrollo libre y creativo de las personas, no
dominada por los intereses de la clase dominante. Un requisito para la acción es, para ellos,
desarrollar las capacidades de sus integrantes. No confían en las instituciones educativas (ven
la educación como algo que excede el ámbito escolar). De ahí la emergencia de los llamados
“squads” (cuarteles) y grupos de estudio y discusión que analizan desde poesía a comunicados
zapatistas.
Una diferencia con otras formas de adscripción identitaria juvenil es la crítica y búsqueda de
soluciones que se manifiestan en las rutinas y en las relaciones cotidianas.
Junto con el Estado, la Iglesia católica representa para los jóvenes punks una poderosa
institución opresiva, que fomenta las relaciones de dominación manipulando a las personas
por medio de la fe.
Estos jóvenes recuperan el presente como posibilidad de acción y la noción de futuro que les
había sido incautada.
El punk rock es el género musical que distingue este movimiento, con bandas como Sex Pistols.
Luego evolucionó hacia el hardcore.
Las drogas de uso común entre los punkies son la marihuana, la coca y las anfetaminas. Entre
las variedades del punk existe una corriente llamada “Straig age” que se define por su rechazo
a las drogas y comidas chatarra, así como por su posición ecologista.
No existe uniformidad con respecto a la opinión punk con respecto al consumo de drogas,
pero hay una tendencia a circunscribir este asunto a la dimensión personal de los sujetos.
Taggers
Las firmas o tags inundan las ciudades, tras esos manchones aparentemente ininteligibles hay
muchos jóvenes de sectores populares y medios. La vestimenta de los taggers se caracteriza
por el uso de calzado deportivo, pantalón corto más grande que su portador, camiseta blanca
bajo una enorme camisa desabrochada y visera.
Pero el surgimiento del estilo tag suele atribuirse a un repartidor de pizzas de Nueva York
conocido como Taki 183. Otros jóvenes lo copiaron y la ciudad se fue llenando de firmas.
En México se expandió rápidamente y cobró muchos adeptos porque es una adscripción que
resulta menos tirana que los colectivos de bandas de cholos, de metaleros o de punks: ser
tagger depende más de la voluntad individual que de ritos de iniciación. El crew o club tiene
una existencia más bien virtual y hay taggers que adoptan las iniciales de un crew español o
inglés, aunque la característica gregaria propia de los adolescentes los haga recorrer la ciudad
en pequeños grupos de rayadores. La identidad no se construye a partir de la pertenencia a un
territorio y su nosotros es cambiante y universal.
Los taggers abandonaron los guetos territoriales en los que se confinaron otros jóvenes, lo que
permitió que las autoridades “ignoraran” su existencia. Al apropiarse de la ciudad a través de
sus marcas, los taggers advierten que no están dispuestos a abandonar la ciudad en su
conjunto. Cual termitas, avanzan invisibles sobre la propiedad pública y privada. Dejan huella
de su paso. El nombre propio queda expuesto a la mirada pública y al mismo tiempo,
enmascarado por los trazos que solo los familiarizados con este código pueden descifrar. El
procedimiento de la firma hace pensar en una construcción identitaria que va desde lo
individual-grupal a lo global. El crew tiene dos dimensiones: la referida al intragrupo, que
brinda protección, intercambio de materiales, ideas, etc., y la referida a los colectivos
internacionales cuando se utilizan las siglas de crew famosos que brindan prestigio.
Las mujeres son percibidas como buenas diseñadoras de cuaderno pero pocas participan en
algún crew y salen a la calle a rayar.