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"Es ist mehr Vernunft in deinem Leibe, als in deiner besten Weisheit."
(F. Nietzsche: Also sprach Zarathustra)
Resumen:
El objetivo de este ensayo es mostrar cómo nuestra condición humana de seres
corporalizados está imbricada en nuestra práctica musical corriente y en nuestros
discursos musicales. Aunque la percepción sea primariamente un proceso cerebro-
corporal, sus rasgos de preconceptualidad y prerracionalidad se extienden sobre nuestras
prácticas musicales a través de hábitos motores, esquemas corporales de acción,
imágenes auditivas, metáforas, etc., que no dependen de una racionalidad deliberada. La
corporeidad desempeña, a su vez, un papel decisivo en la producción de significados
musicales que, aunque primordialmente vividos en la experiencia musical subjetiva, están
abiertos al entorno social y natural e informados por él.
Abstract
The main goal of this essay is to show how the human condition of embodiment is
implicated in our current musical practices and discourses. They are informed by the pre-
conceptual and pre-rational basis of habits, bodily schemata, auditory images, metaphors,
etc., which in their turn rely on perception as a primarily brain-body involving neural
process. I also intend to show that embodiment plays a decisive role in the production of
musical meanings. Although they are experienced and constituted primarily through the
subjective act of intentional perception, they are open to the social and natural
environment with which they are actively connected.
Conceptos-clave
Corporeidad, corporalidad, percepción, experiencia, lingüisticidad, semántica cognitiva y tango,
neurofenomenología.
1. El giro corporal
Hasta hace algunas décadas hablar de cuerpo en musicología podía ser una
impertinencia: la música era por excelencia asunto de creación, estructura, o
contemplación estética, puestos al servicio de causas tan nobles como su significación en
contextos social, política, y culturalmente situados. [1] Los discursos musicales vigentes
ignoraban o excluían, negaban o reprimían las manifestaciones de la corporalidad y/o
corporeidad inherentes a las prácticas musicales corrientes: aprender a tocar un
instrumento, “musicar”, bailar, improvisar, dirigir, escuchar, eran actividades incorporales,
obviamente controladas por instancias superiores: el espíritu, el alma, la razón (pura, en la
medida de lo posible).
Sin embargo, en esas prácticas juegan un papel importante procesos cognitivos en los
que las capacidades corporales están constitutivamente implicadas. Así, el aprendizaje de
un instrumento musical, más que basarse en la lectura y el estudio de sesudos tratados
teóricos, consiste en buena parte en desarrollar capacidades interpretativas (motrices,
musicales y sociales) a partir de modelos propuestos por un maestro y sostenidos por
prácticas habituales en determinados grupos sociales. Lo mismo podría afirmarse del
aprendizaje de un baile: el entrenamiento permite apropiarse de posturas corporales,
pasos y figuras por referencia inmediata al modelo de un instructor, de la práctica de un
sector social o simplemente de un vídeo. La habilidad adquirida de esta manera permite al
aprendiz lucir con fluida elegancia un cuerpo disciplinado. ¿Y qué decir de los procesos
de improvisación y composición en cuya concretización –actual o diferida por la escritura
– la intuición (preracional) suele desempeñar un papel decisivo? En fin, para mucha gente
la vida tendría poco sentido si no pudiera escuchar música regularmente. Esta actividad
suele suscitar estados emocionales que afectan al cuerpo de maneras muy diversas:
desde su aparente “ausencia” en un estado de “contemplación estética pura” hasta su
presencia ineludible cuando una emoción musical nos sobrecoge físicamente.
Obviamente, esta es una visión ingenua del papel que desempeña el cuerpo en las
prácticas musicales. Desde la corporalidad, i.e. desde el condicionamiento biológico como
condición material de posibilidad de las prácticas musicales, hasta concepciones de la
corporeidad procedentes de la fenomenología, la neurofenomenología y el
(neo)cognitivismo – sin mencionar las posiciones reduccionistas de la neurociencia que no
serán tratadas en este ensayo – el cuerpo ha recorrido un largo camino que está
comenzando a dejar huellas también en la teoría musicológica actual. La prominencia del
cuerpo como foco de atención en los debates teóricos contemporáneos de las últimas
décadas lo transforman en “uno de los principales campos de batalla para forjar una
perspectiva crítica adecuada a los rasgos cambiantes de la realidad contemporánea
social, política y cultural.” (T. Turner, 1994: 31). Entre estos cambios está el rechazo
contemporáneo de los paradigmas, modelos y estructuras de pensamiento
intelectualistas, dominantes en las ciencias humanas antes del torbellino posmoderno:
éste recondujo el énfasis de la reflexión a los contextos experienciales de la práctica
cotidiana, en los que está coimplicada la corporeidad.
Reseñar la historia de este “giro corporal” es tarea que requeriría un estudio separado.
Aquí me limitaré a señalar que, entre los polos del dualismo racionalista (Descartes, Kant)
y del reduccionismo materialista de algunos neurocientíficos (Crick 1994; Bickle 1998,
2003) se extiende una amplia gama de perspectivas teóricas diferentes. Sea como objeto
material, sea como categoría discursiva, el cuerpo se ha prestado a la reflexión en tanto
2. Objetivos
El objetivo general de este ensayo es mostrar cómo nuestra condición humana de seres
corporalizados está imbricada en diversos aspectos de nuestra práctica y
conceptualización musical corriente. En particular, intento mostrar cómo siendo la
percepción un proceso primariamente cerebro-corporal, las sombras de su
preconceptualidad y prerracionalidad se extienden sobre nuestras prácticas musicales en
forma de hábitos motores, esquemas corporales de acción, imágenes auditivas, etc. que
no dependen de una racionalidad deliberada.
“[l]a consciencia es originariamente no un ‘yo pienso que’ sino un ‘yo puedo’” (Merleau-
Ponty 1997: 154). Esta perspectiva corporal sobre nuestra capacidad de comprensión y
de acción, que, sin control directo de las representaciones racionales del pensamiento,
acentúa la capacidad perceptivo-motora del cuerpo, es particularmente adecuada a una
exploración de prácticas musicales tales como, por ejemplo, el aprendizaje y la ejecución
instrumental.
una gran parte de las prácticas musicales posee significados primarios sin
necesidad del vehículo lingüístico del pensamiento racional;
estos significados son “siempre ya” la actualización de experiencias musicales de
la vida cotidiana y gozan, por lo tanto, de una primacía óntica y epistémica sobre la
producción de discursos musicológicos, científicos, semióticos, culturalistas y
sociologistas, que aspiren a ostentar autenticidad, concreción e inmediatez.
aunque estas experiencias tengan lugar en la consciencia a nivel subjetivo,
implican una trascendencia hacia el mundo de la intersubjetividad y del entorno natural.
En otras palabras: la corporeidad desempeña un papel decisivo en la producción de
significados musicales primordialmente vividos en la experiencia musical subjetiva de
manera preconceptual y antepredicativa, a la vez que abierta al entorno social y natural e
informada por él.
3. Mecanismos y palabras
Subjetividad e intersubjetividad.
Entre las varias perspectivas teórico-metodológicas posibles para lograr la realización de
los objetivos arriba mencionados he optado por explorar el fenómeno de la percepción. En
términos generales, mi aproximación está endeudada con la fenomenología de cuño
merleau-pontyano, aunque tomando en cuenta resultados empíricos de las
neurociencias. La naturaleza prelingüística de contenido no-conceptual que se encuentra
en el origen de las experiencias musicales juega un papel estructurante en la
configuración de prácticas musicales (hábitos, habilidades, técnicas) y de sus significados
subjetivos, sociales y medioambientales.
La experiencia musical cotidiana y subjetiva es, a la vez, una realidad social, –la “realidad
suprema” sobre la que se fundan las estructuras intersubjetivas de sentido. En ellas
vivimos y en ellas podemos reinterpretar nuestras interacciones con la música. Según
Schütz, el público de un concierto “afina mutuamente“ sus relaciones sociales en cuanto
comunidad de oyentes, que a través de la música, crea prelingüística y
preconceptualmente un “nosotros” (1976).[7] Estas ideas de la fenomenología encuentran
una coincidencia con la presuposición neurofisiológica, según la cual las posibilidades de
vivencias intersubjetivas se fundan a un nivel básico en principios estructurales comunes
a todos los seres humanos:
Compartimos nuestro concepto del mundo basado en imágenes con otros seres humanos, e
incluso con algunos animales; existe una notable regularidad en las construcciones que individuos
diferentes hacen de los aspectos esenciales del ambiente (texturas, sonidos, formas, colores,
espacio) Si nuestros organismos estuvieran diseñados de forma distinta, las construcciones que
hacemos del mundo que nos rodea también serían diferentes. No sabemos, y es improbable que lo
lleguemos a saber nunca, a qué se parece la realidad “absoluta. (Damasio 1996: 99).
Esta premisa no excluye que “la música“ pueda ser también otras cosas importantes:
terapia, entretenimiento, expresión emocional, símbolo referencial, texto para la
interpretación, comportamiento social, lugar de construcción social, mercancía, y muchas
cosas más (Rice 2004). Sin embargo, ninguna de estas metáforas de la música serían
pensables, si a la base de ellas no hubiera sonidos y silencios hechos música en la
percepción intencional de un sujeto. En consecuencia, lejos de ser “puramente“ musical,
esta experiencia es la condición de posibilidad para que puedan existir “relaciones
sociales, expresiones culturales y formaciones políticas“ configuradas por la experiencia
de la música.[10]
El cuerpo biológico que poseemos es una estructura física, analizada y explicada por las
ciencias empíricas (neurofisiología, neuropsicología, neurociencia, etc.). En tanto que
producto de la evolución, este cuerpo es origen de las restricciones bio-psíquicas, innatas
y universales, del ser humano y, a la vez, base material sobre la que se construye la
diversidad social y la variabilidad histórica de sus manifestaciones (Wallin 1991; Wallin,
Merker y Brown 2000; Meyer 2001; Cross 1999, 2003; Peretz, 2001, 2002). Centro de las
operaciones del cuerpo es el cerebro, cuyo funcionamiento es objeto de la neurociencia
celular y molecular.[11] La condición humana de poseer un cuerpo físico y biológico guiado
por las redes neuronales del cerebro es la condición material que nos hace capaces de
emocionarnos, actuar, pensar, hablar y relacionarnos con otras personas y con el medio
ambiente.
Aunque todos los seres humanos poseen un cuerpo, no todos lo viven de la misma
manera. En efecto, el cuerpo vivido es una estructura experiencial fenoménica, que
funciona como nuestra consciencia subjetiva, sumergida en un mundo diferenciado por
contextos históricos, socio-culturales y medioambientales. El cuerpo vivido es el sujeto de
las acciones habituales que pueden realizarse independientemente de la intervención
iluminadora y explicativa de la razón. El cuerpo vivido no se inscribe ni en el dominio
físico-objetivo de la ciencia empírica, ni en el dominio puramente ideal de las
representaciones mentales (Merleau-Ponty 1997: passim); no es ni material ni mental. Su
modo de existencia es el de un objeto intencional, vivido fenoménicamente como
percepción corporalizada que tiene preeminencia sobre la conceptualización abstracta:
antes de ser pensamiento, idea o concepto, el cuerpo vivido es la experiencia de nuestras
capacidades sensibles, perceptivas y, por lo tanto, preracionales (antepredicativas), y
prelógicas. Lejos de ser una realidad puramente mental, mi cuerpo propio es consciencia
intencional vivida a través del cuerpo físico, pensamiento corporalizado, encarnado, que
no se inscribe en el círculo de mis representaciones intelectuales (Welton 1998: 184;
Crossley 2001a: 101). El cuerpo vivido es el órgano de la percepción y a la vez objeto de
la misma; sin corporeidad no hay ni percepción (Husserl, 1952: 5-7) ni razón, ambas
fundadas en el mundo preracional, prerreflexivo, preobjetivo del cuerpo vivido. [12] El cuerpo
vivido está a tal punto entremetido en la mente y el cuerpo físico que “el mundo no es lo
que yo pienso, sino lo que yo vivo.“ (Merleau-Ponty 1997: 16).[13]
El doble aspecto del cuerpo como corporalidad física y corporeidad vivida es el punto de
partida de perspectivas diversas en el estudio de la consciencia perceptiva. Entre ellas
destacan como polos opuestos la fenomenología y el reduccionismo neurocientífico. Entre
ambos existen mediaciones con diversas orientaciones epistemológicas: las ciencias
cognitivas (y neocognitivas) entre las cuales destaca la neurofenomenología que trata de
crear “un puente transitable“ (Varela) entre fenomenología y neurociencia.
Siendo la interfaz entre corporalidad y corporeidad frágil y permeable, es posible que los
mismos fenómenos puedan pertenecer al mundo de la corporalidad física como al de la
corporeidad (vivida): ello depende de la perspectiva que asumamos en el acto de la
percepción. Si trabajo en una fábrica y oigo de lunes a viernes los ruidos más o menos
estridentes que producen las máquinas, puedo, aparte de taparme los oídos, hacer al
menos dos cosas : oírlos en actitud natural como lo que son, una sucesión más o menos
imprevisible y molesta de ruidos; o bien, puedo escucharlos en actitud estética, como una
sucesión de sonidos con principio, medio y fin (¡aunque no siempre en el mismo orden!),
organizados según alturas, colores, texturas y ritmos determinados. En el primer caso los
ruidos pertenecen al mundo real, objetivo; en el segundo, ingresan al mundo fenoménico
de la percepción intencional en la cual se convierten para mí en fenómeno estético, como
una totalidad organizada, distinta de su materialidad natural. En cuanto objetos de
percepción estética, cesan de pertenecer tanto al mundo físico de los ruidos como a un
mundo platónico ideal en el que se manifestarían como idea pura. Su existencia es
intencional, dado que en dicha calidad sólo existen en cuanto yo los percibo como objetos
de contemplación o placer estético.
Estas observaciones nos conducen a explorar más detenidamente las relaciones entre
corporalidad y corporeidad, percepción y experiencia musical.
Esta afirmación puede esclarecerse si tomamos en cuenta que la relación entre concepto
y experiencia perceptiva no agota la intencionalidad de la experiencia perceptiva: si el
objeto de la percepción pertenece al orden material, su descripción puede hacerse en
forma de lenguaje conceptual asertivo; si, en cambio, pertenece al orden fenoménico,
preconceptual, de la expresión artística o imaginativa, su descripción suele valerse de
conceptos formulados como metáforas (Scruton 1997: 92). Scruton ilustra esta distinción
con un ejemplo musical: mientras los sonidos como hecho físico pertenecen al dominio
material, su descripción en tanto música no puede prescindir de la metáfora, “porque ésta
define el objeto intencional de la experiencia musical“. Aunque el sonido no sube ni baja,
es así como lo escuchamos. (Scruton 1997: 93). Los sonidos pertenecen al orden de la
corporalidad material; la música, al orden de la corporeidad fenoménica.
Si bien la música existe fuera de nuestra conciencia, sólo podemos afirmar su existencia
en cuanto tenemos experiencia de ella. La música y la consciencia nos son dadas al
mismo tiempo: exterior por esencia a la consciencia, la música es, por esencia, relativa a
ella (Sartre 1947: 32).
Llegados a este punto, es oportuno precisar qué entendemos por experiencia musical.
Las experiencias musicales revisten innumerables formas, según las diferentes culturas y
estilos musicales, la sensibilidad personal del músico u oyente, su edad, condición social,
etc.; pueden ir desde el éxtasis de una escucha profunda hasta el canto masivo en un
estadio de fútbol repleto. Todas ellas están vinculadas a modulaciones particulares de la
corporeidad. Las que serán discutidas aquí son experiencias relativas al aprendizaje y a la
ejecución instrumental que, a través del esquema corporal y de la adquisición de hábitos
musicales involucran al cuerpo como acción, o, para decirlo más finamente, “como
estructura estructurada estructurante“ (Bourdieu 1980: 87-109). Luego me detendré a
examinar un caso de emoción musical en edad temprana cuya intensidad corporalmente
vivida marca la historia de vida de una persona. Comenzaré, pues, describiendo el ritual
típico de las primeras clases de instrumento para un aprendiz de violonchelo. Se trata de
una escena que, aunque tenga por objeto el aprendizaje de música escrita ‘occidental’, se
inscribe en el sistema de transmisión practicado ejemplarmente en la relación maestro-
alumno de las músicas de tradición oral.
Podemos preguntarnos ahora, de qué manera está implicado el cuerpo en esta escena
típica de un aprendizaje musical. Lo hace al menos a tres niveles: como esquema
corporal innato, como lugar de desarrollo de hábitos y habilidades motrices, y como sitio
de la emoción musical.
En fin, el cuerpo se manifiesta como sitio de las emociones musicales, aunque no parece
que éstas tengan un perfil corporal diferente del de otras emociones. Lo cierto es que,
más que otros estados conscientes, las emociones incluyen manifestaciones corporales
(Damasio 1996; de Sousa 2003). Es, por tanto, comprensible que el objetivo de suscitar
emociones entre los audio-espectadores es una aspiración de todo buen intérprete.
Una vez desarrollados sus hábitos motrices (la “técnica“ del instrumento) hasta un nivel
que le permite ejecutar el instrumento sin la supervisión real o virtual del maestro: el
aprendiz está preparado para expresarse creativamente y realizar el objetivo último de
sus fatigas: “iluminar la música desde su propia interioridad. [23] Los esquemas corporales y
habitualidades técnicas pasan ahora a segundo término en la mente, sin necesidad de
que el músico les preste atención; debido a su origen corporal y al entrenamiento del
aprendizaje, funcionan desde ahora como un sistema de códigos cuya significación el
músico no necesita representar conceptualmente para poder realizar una ejecución
musicalmente satisfactoria. La motricidad deja de ser “la criada de la consciencia“
(Merleau-Ponty 1997: 156) más bien, ambas se mezclan ahora en la forma de imágenes
sonoras, sómato-sensoriales y visuales que, sin excluir una posible organización
conceptual, sirven para producir a partir del hábito nuevas respuestas motrices.[24]
No puedo entrar a discutir aquí en detalle los gestos con los que el intérprete acompaña
sus ejecuciones musicales. Moción y emoción, música y visualidad están íntimamente
conectados. Ya Darwin había señalado la importancia del movimiento en la expresión de
las emociones de humanos y animales (Darwin [1872] 1965). Y Charles Rosen anota con
su agudeza habitual que “…la música es gesto corporal además de sonido“ (Rosen 2005:
24). En diversas teorías contemporáneas, el gesto y el movimiento en general vuelven a
ser interrogados desde los intereses teóricos de las diferentes disciplinas (Hatten 2004;
Sheets-Johnstone 1999: 259-77; McNeill 1992).[26] Desde el contrapunto entre fenómenos
y neuronas quisiera señalar algunos aspectos de la gestualidad que conciernen
directamente a la música:
Más allá del dominio de la ejecución musical, la gestualidad puede asumir en la música
otras manifestaciones: en las músicas de tradición oral los diversos estilos musicales se
distinguen por su repertorio propio de gestos tanto musicales y vocales como
coreográficos; en la composición musical la gestualidad entra en juego sea como
procedimiento estilístico y estrategia composicional de cariz semiótico (Hatten 2004), sea
como material de composición (Berio, Ligeti, Kagel, etc.); en la dirección orquestal se
postula “una correspondencia entre lo que se sabe de la partitura, lo que se quiere oír y el
gesto que debe provocar ese fenómeno“ (Boulez 2003: 146-7). Es de notar, sin embargo,
que el sentido de estos diversos tipos de gestualidad se constituye intencionalmente en
nuestra percepción musical enriquecida por las experiencias vividas en el mundo de la
vida cotidiana.
En otras partes de la entrevista C.T. nos dice que hay sobre todo momentos de la pieza
que lo conmueven especialmente, como si lo “transportaran a otro mundo: Son, en
particular, la entrada del coro [c. 17], y las voces infantiles entonando las distintas frases
del coral. Añade, en fin, que aquella primera escucha le había producido una “conmoción
tan profunda” que mediante ella “había descubierto la música“ y decidido en ese momento
que de una u otra manera dedicaría toda su vida a la música.[30]
Surge entonces la pregunta: ¿en base a qué presuposición lógica se puede interpretar el
caso de esta experiencia subjetiva de una manera que abandone el limbo del “lenguaje
privado“ para integrarse dentro del dominio intersubjetivamente compartido de lo que
pueden representar experiencias musicales intensas? Una respuesta es que, de acuerdo
a un “principio de simetría“(G. Evans 1982: 230) la experiencia musical de una persona
está articulada constitutivamente con su experiencia de lo que sucede en otros sujetos
también usuarios del lenguaje. El Otro es capaz de comprender mi experiencia porque yo
soy capaz de comprender la suya. Esta presuposición es razonable, si aceptamos la
hipótesis de la Einfühlung fundada en la presencia de las mencionadas neuronas-espejo.
Otra respuesta es que, en términos de fenomenología genética, un regreso a los orígenes
de una experiencia como la que hemos descrito, nos lleva a sensaciones preobjetivas de
tonos, melodías, texturas sonoras que en un momento indiferenciado de la vida de C. T.
comenzaron a ponerse en movimiento irracionalmente para diferenciarse de colores,
sabores, etc. En este proceso originario, tanto la diferenciación sensorial como la
intensidad de la percepción emocional aludida quedan inmotivados y sólo pueden ser
comprendidos como una predonación, un poder prereflexivo y prelingüístico de la persona
para donarse cosas, interrumpiendo el regreso sin sentido al infinito (Husserl 1970: 158-
66; Aguirre 1968: 196-9 ).[32]
En ambos casos, sin embargo, nos queda sin resolver la cuestión de la relación entre
experiencia musical y lenguaje: las experiencias musicales conscientes cuyos contenidos
son no-conceptuales gozan de un estatuto de plenitud somática, que nunca puede ser
absorbida sin restos por el lenguaje reflexivo y, en particular, por la objetivación científica,
que, frente a la experiencia corporal de la percepción, aparecen como derivativas y
secundarias (Husserl 1982). ¿Cómo se puede concebir entonces la relación entre
lenguaje y experiencia musical?
Si bien la capacidad reflexiva está indisolublemente unida al lenguaje (Varela 1998), ello
no implica que también el contenido de las experiencias musicales, cuya naturaleza es
diferente a la de los contenidos semánticos del lenguaje natural, puedan ser
completamente aprehendidas en su inmediatez vivida por la reflexión lingüística.
Por cierto, estas funciones y significaciones son importantes en cuanto la manera más
“razonable“ de atribuir a la música un predicamento socio-cultural, y de construirla, por
tanto, como actividad humana digna mediante el recurso de situarla dentro de los
discursos musicales institucionalizados. Frente a estos discursos, socialmente construidos
y académicamente aceptados, se yergue, sin embargo, un fenómeno que es el
fundamento de la “dignidad ontológica de la música“ (Aguirre): la experiencia musical,
vívida y vivida, del cual los discursos musicológicos –incluso el presente– son “pálidos
reflejos“. En suma, el contenido de la percepción musical es simultáneo e idéntico con su
sentido. Como objeto intencional de la experiencia perceptiva, la música no simboliza, ni
refleja la realidad; es la realidad en cuanto vivida en el fenómeno de la percepción
intencional.
Llegados a este punto, el perspicaz lector puede preguntarse ¿en qué consiste, pues, la
“musicalidad“ de los contenidos perceptivos a los que el autor se viene refiriendo, sin
haberlos especificado hasta ahora?. ¿Qué relación guardan estos contenidos con el
carácter lingüístico del pensamiento humano?
Sin embargo, nuestra manera más corriente de organizar nuestros discursos sobre la
música es el lenguaje basado en metáforas conceptuales generadas en su mayoría, por
nuestra condición de seres corporeizados. Semejante a la sinestesia la metáfora es,
según la semántica cognitiva, un recurso, del pensamiento para comprender un dominio
de la experiencia en términos de otro dominio (Lakoff y Johnson, 1980; Johnson, 1987;
Lakoff 1993). Más allá de ser una figura poética, la metáfora es, sobre todo, un
mecanismo cognitivo (Núñez 1999: 45). Su uso cognitivo se legitima por ser proyección
de nuestra experienica corporal, biológicamente predeterminada, sobre nuestras
experiencias perceptivas y nuestros pensamientos (Johnson 1987; Lakoff y Johnson
1999).
En suma, hay una asimetría primordial entre la experiencia musical vivida y los intentos de
su conceptualización totalizadora que devuelve los discursos musicales institucionalizados
al sitio que les corresponde: el de fuentes derivadas y complementarias del conocimiento
musical. De la misma manera que la historia, “aunque posibilitada y mediada
lingüísticamente, va más allá de lo asequible con el lenguaje“ (Koselleck 1997: 89, 93),
todo modelo de procesamiento lingüístico-semiológico de la música sufre una
“inalcanzable pretensión de sentido“ debido a la naturaleza fundamentalmente asemántica
de la música y a que la corporalidad prelingüística de la experiencia musical excede todo
esfuerzo de racionalización total (véase también Jackson 1989: 122). Un contenido
preconceptual de la experiencia musical sólo se puede encauzar en el marco de una
consideración racional mediante un proceso adicional de traducción metafórica. Así se
pueden vislumbrar los límites de la preracionalidad, aunque sin la posibilidad de
aprehenderla en su totalidad.[35] Parafraseando a Husserl: ¡Lo menos posible de
entendimiento, pero lo más posible de intuición pura!: el lenguaje de la música deja la
palabra puramente al oído que escucha y desconecta el pensamiento que, entreverado al
escuchar, trasciende, o sea, reifica la experiencia musical.
Más arriba había sugerido que el valor cognitivo de la metáfora conceptual está legitimado
por ser proyección de nuestra experiencia corporal sobre nuestras percepciones y
nuestros pensamientos (Johnson 1987; Lakoff y Johnson 1999). En la sección siguiente
especificaré esta relación. [36]
“Para el bandoneonista el instrumento pasa a ser una especie de infrapersona, es un poco uno, un
poco la mujer de uno. Hay un componente muy homosexual además. Uno se siente poseído y lo
posee, uno lo acaricia, lo odia, lo penetra, se siente penetrado, lo necesita...” [38]
No menos significativas son las metáforas usadas por los poetas del tango mediante las
cuales antropomorfizan el bandoneón hasta identificarlo con el cuerpo humano. Además
de prolongar el cuerpo del músico, el bandoneón sabe, respira, llora, sueña, habla,
suspira, lastima, por cierto, tiene razón…
“…y mientras pierde la vida un tango
que el ronco fuelle rezonga.”[41]
“Bandonéon
porque ves que estoy triste
y cantar ya no puedo
vos sabés
que yo llevo en el alma
marcao un dolor.”[42]
Vemos, pues, que una parte del sentido musical y poético del tango viene de metáforas
proyectadas a partir de la corporeidad. Si analizamos estas metáforas, observaremos que
su estructura básica y sus contenidos se fundan en los conceptos de prolongación e
identificación: el cuerpo se prolonga y se identifica con el instrumento hasta el punto de
desaparecer en él; el instrumento asume ahora las funciones musicales de cuerpo. Estos
testimonios nos muestran que el concepto de instrumento (musical) se infiere a partir del
cuerpo humano y sus funciones. Las metáforas de la prolongación y de la identificación,
emitidas espontáneamente por el músico, provienen de su inconsciente cognitivo del
músico (o del poeta): además de informar la manera en que conceptualiza su relación
entre instrumento y cuerpo, expresa su modo de vivir la música percibiendo
espontáneamente las donaciones culturalmente informadas que le ofrecen las
posibilidades organológicas del instrumento: el timbre tristón del bandoneón y su
capacidad de articulación precisa para marcar el ritmo, la disposición de las cuerdas de la
guitarra que facilitan la posición de la mano, etc. Dicho de otra manera: la metáfora de la
prolongación nos indica que la experiencia proporcionada por la ejecución instrumental
depende de nuestra experiencia corporal, su dominio de origen. La metáfora proyecta el
dominio corporal sobre el dominio instrumental-musical para hacer comprensible el
contenido de la experiencia musical.[47]
“El tango es expresivo y pasional. Es una liberación de emociones y emociones físicas.” (Varón de
Surrey, 53 años)
“El tango hace sentir tu cuerpo más listo de lo que realmente es.” (Mujer oxoniense, 44 años)
“[Cuando se baila el tango], escuchar su propio cuerpo es esencial.” (Mujer oxoniense, 36 años)
“[El tango] hace sentir mi cuerpo más sensual. Conecta mi cuerpo con mi alma.” (Mujer oxoniense,
53 años)
9. Neuronas y Fenómenos
En una sección anterior (4.) he aludido a los intentos de mediación epistemológica entre
corporeidad y corporalidad, –una oposición que se plantea sobre el trasfondo de las viejas
distinciones entre pensar nomotético e idiográfico (Windelband), explicación causal y
comprensión del sentido, y que subyace a nuestra discusión disfrazada de neuronas y
fenómenos, neurociencia y fenomenología.
Desde una posición purista, un diálogo fructífero entre la fenomenología como “ciencia
rigurosa” (Husserl) y las neurociencias – sobre todo en su versión más reduccionista
(Churchland 1987; Churchland y Sejnowski 1992; Crick 1994; Koch; Bickle 1998, 2003)
parece imposible. Al fenomenólogo que cree en la vinculación de la mano con la palabra,
o que utiliza todavía su vieja Remington (o su inspirada Parker), y no dispone de conexión
a internet, se le aparecen las neuronas como si fueran el demonio en persona. “La
fenomenología termina donde entran en juego las neuronas“, dice pensativamente,
apoyándose en Husserl quien expresamente combatió “la naturalización de la
consciencia.“ (Husserl 1911).[49]
Por otra parte, entre los intentos de acordar neurociencia con fenomenología está la
neurofenomenología propuesta por Varela (en Varela et al.,1992; Varela 1996, 1997,
1998, 1999) y su grupo de investigación (véase Petitot, Varela, Pachoud, Roy 1999).
Situada en el cruce de caminos entre el neuro-reduccionismo (Churchland, Sejnowski,
Crick, Koch, Bickle) que elimina la consciencia y el racionalismo dualista que sostiene la
infranqueabilidad de la brecha entre cognición y experiencia (Chalmers 1996), la
neurofenomenología se propone crear un vínculo entre la experiencia vivida y el
funcionamiento neuronal – silencioso e inconsciente – combinando estrategias
explicativas procedentes de la neurociencia con estrategias comprensivo-descriptivas
provenientes de la fenomenología (Varela 1996). El resultado es un intento sistemático de
naturalizar la fenomenología, acordándola con las perspectivas científicas de la actual
ciencia cognitiva (Petitot, Varela, Pachoud, Roy 1999).
Francisco Varela (1946-2001)
En homenaje a la brevedad, y por exceder los objetivos del presente trabajo, dispensaré
al (ya im)paciente lector de examinar críticamente la recepción de tesis fenomenológico-
hermenéuticas empleadas en el presente trabajo y que con nuevas resonancias teóricas
reaparecen con frecuencia en los escritos de Varela, – quien, por otra parte, reconoce su
deuda intelectual con Husserl, Merleau-Ponty, Heidegger y Gadamer. Sirva de ejemplo el
concepto de enacción como cognición corporizada (Varela et al., 1992: 33-4, 176-178,
202-211, 236-247). Según Varela, la cognición es enacción,[51] esto es, acción guiada por
los recursos sensorio-motrices de nuestro sistema neural en nuestros acoplamientos
corporales con el entorno natural y cultural que hacen emerger un mundo de significación.
Enactuar (hervorbringen) es hacer emerger un sentido a partir de un fondo de
comprensión que depende de nuestro estar en el mundo inseparable de nuestra
corporalidad biológica resultante de la evolución como deriva natural, y, al mismo tiempo,
culturalmente vivida. La cognición enactiva se opone, pues, a la cognición científica como
representación “objetiva“ de un mundo pre-dado, antepredicativo y prerreflexivo,
independiente del conocedor.
Para colmar la brecha que separa los estados neurológicos de los estados
fenomenológicos, la neurofenomenología se propone producir una demostración
aceptable de la equivalencia, isomorfismo, analogía o identidad entre la manera en que
vivimos la corporeidad fenoménica y su correlato neurobiológico. Para resolver este
problema, la principal hipótesis de trabajo de Varela es generar
descripciones de la estructura de la experiencia y sus correlatos en la ciencia cognitiva [que estén]
relacionados entre sí por limitaciones recíprocas: La codeterminación de ambas descripciones
permite explorar los puentes, desafíos, intuiciones y contradicciones entre ambos. Ello significa que
ambos dominios poseen igual estatuto en exigir plena atención y respeto por su especificidad.
(Varela 1996: 343).
Traducida esta polémica a términos musicales: el estado neuronal que acompaña (es,
funda, soporta) la experiencia de un acorde dodecafónico no tiene porqué ser isomorfo a
la estructura musical de un acorde dodecafónico. Inversamente, las propiedades
fenoménicas de una experiencia musical no tienen porqué ser traducibles isomorfamente
a las propiedades naturales de los estados neuronales que les son simultáneos. Y ya en
el plano de la ejecución musical: la utilización de las capacidades motoras puestas al
servicio de la ejecución musical no están predeterminadas por el conocimiento de los
procesos neurológicos que la acompañan.[52] Aunque la hipótesis de un isomorfismo entre
datos acústicos y percepción musical es tentadora porque, a partir de la experiencia
musical, abriría el camino a investigaciones explicativas, existen entre ambos procesos
mediaciones categoriales (sin ir más lejos, los hábitos de escucha configurados por el
entorno social) que cuestionan la viabilidad de tal investigación.
10. Conclusión
Las reflexiones precedentes han tenido como objetivo principal mostrar aspectos de la
imbricación de nuestra corporeidad en algunas prácticas y discursos musicales. Para ello,
alentado por tendencias recientes de las ciencias cognitivas, he apelado a argumentos
informados por la fenomenología, la neurofisiología y su intento de mediación: la
neurofenomenología. La hipótesis de trabajo subyacente a este intento ha sido la
convicción de que la corporeidad inherente a nuestras percepciones musicales, por su
doble carácter de motricidad prereflexiva y de intencionalidad preconceptual, es un factor
determinante tanto para las prácticas musicales (aprendizaje y ejecución) como para la
constitución del objeto musical y sus significaciones vividas en la inmediatez de la
experiencia musical.
Por otra parte, he tratado de mostrar que el estado de soledad en el que el oyente
constituye intencionalmente el objeto musical puede ofrecer significaciones específicas,
inherentemente musicales, cuya proyección social es posible por cuanto está
constitucionalmente vinculado a nuestra capacidad de crear comunidad, a nuestras
condiciones neurofisiológicas que nos permiten “acoplamientos estructurales“ (Maturana y
Varela 1990), y, en general, a nuestra condición de seres abiertos al mundo.
En un retorno reflexivo, reconozco las limitaciones de este ensayo que termina donde en
realidad tendría que haber comenzado: mostrando con descripciones densas la carga de
corporalidad preconceptual de lo que aparece en la consciencia de quien ejecuta, canta,
baila, improvisa, compone, o escucha música. De ahí su carácter excesivamente
abstracto y su magra base empírica. Ello se muestra particularmente en la ausencia de
descripciones de experiencias interculturales. Es sabido, por ejemplo, que los diferentes
sentidos tienen diferente sentido para gente de diferentes culturas, y que la corporeidad
perceptiva implicada en las prácticas y los discursos musicales pueden ser función del
contexto cultural en el que se producen. A pesar de estas y otras muchas limitaciones,
espero haber podido contribuir con este ensayo a reconceptualizar un aspecto de la teoría
musical hasta ahora poco frecuentado por la musicología en lengua castellana.
Para terminar, una vez más el ritornello: la corporeidad de la experiencia musical como
significación vivida es lo que primordialmente importa. Más allá de ser un juego de
palabras, quizás el (único) mérito de este ensayo es el de haber buscado las palabras
para decirlo.
Agradecimientos
Agradezco los comentarios críticos del Prof. Dr. Antonio Aguirre (Universidad de Marburg,
Alemania) y del Dr. Rubén López Cano (ESMUC, Barcelona). También agradezco a las
Ediciones Akal por haberme permitido utilizar en la sección 8. del presente texto breves
porciones de un texto anterior (Pelinski 2000). Expreso, en fin, mi gratitud a la Prof. Dra.
Pilar Ramos (Universidad de Girona) por proporcionarme ayuda bibliográfica.
ramon@pelinski.name o http://pelinski.name
Notas
[1] Una situación semejante se producía hasta hace poco con respecto al tópico de la
consciencia. Escribía Varela: “Why this current outburst after all the years of silence, when
consciousness was an impolite topic even within cognitive science?” (Varela 1996).
[2]Véase también Varela, Thompson y Rosch 1992; B. S. Turner 1991; Csordas 1990,
1994b, 1999 ; Welton 1998; Weiss y Fern Haber 1999, etc.
[3] La idea es de Gottfried Leibniz, citada en la Musikalische Bibliothek de Lorenz Mizler.
[4]Véase también Jack Reynolds. /www.iep.utm.edu/© 2001 The Internet Encyclopedia of
Philosophy.
[5] Marvin Harris parece haber hecho una lectura peculiar de Husserl cuando asimila la
fenomenología al idealismo neo-kantiano y la considera como un componente “…of astrology,
witchcraft, messianism, hippiedom, fundamentalism, cults of personality, nationalism,
ethnocentrism, and a hundred other contemporary modes of thought that exalt knowledge gained
by inspiration, revelation, intuition, faith, or incantation as against knowledge obtained in conformity
with scientific research principles. Philosophers and social scientists are implicated both as leaders
and as followers in the popular success of these celebrations of nonscientific knowledge, and in the
strong antiscientific components they contain.” (Harris 1979: 315-24).
[6] Por su parte, Heidegger propone una apertura hacia la intersubjetividad por la condición
óntica del Dasein, del ser arrojado en el mundo (Heidegger 2003), que vive dentro de una tradición
(Gadamer 1975).
[7] La obra de Schütz, sociólogo, fenomenólogo y pianista, está situada en el origen de la
etnometodología, del interaccionismo simbólico y del constructivismo, en boga en la teoría social y
(etno)musicológica de las últimas décadas. Véase por ejemplo P. L. Berger y Th. Luckmann (1968),
P. Atkinson (1990), J. Bruner (1991), Th. A. Schwandt (1998). Por otra parte, sobre la escucha
musical en un contexto de Kollektivdasein, véase el trabajo “Grundfragen des musikalischen
Hörens”, de H. Besseler que había sido alumno de Heidegger. Al respecto, véase R. C. Wegman
(1998: 439).
[8] Agradezco a Antonio Aguirre el haberme dado a conocer el artículo de Dieter Lohmar
(2005), director del Archivo Husserl de la Universidad de Colonia.
[9] Agradezco la colaboración de John Hounam, tanguero impenitente y director del
conjunto Pasión Canyengue, que ha mediado las entrevistas realizadas en Oxford y Londres. Mi
agradecimiento es extensivo a Pilar Ramos quien ha agenciado las entrevistas escritas por los
estudiantes de la Universidad de Girona.
[10] Comparar esta formulación con la afirmación de Jocelyne Guilbault (2005: 40): “So, far
from being ‘merely’ musical, audible entanglements through competitions also assemble social
relations, cultural expressions, and political formations.”
[11] En la perspectiva materialista del neuroreduccionismo, los procesos mentales del ser
humano se identifican en última instancia con el funcionamiento celular y molecular del cerebro
(Bickle 1998, 2003).
[12] Algunos antropólogos culturales proponen una concepción más abstracta y
constructivista de la corporeidad cuando distinguen entre cuerpo [i.e. corporalidad] como
“fenómeno prediscursivo y nogenérico que desempeña un papel central en la percepción, la
cognición, la acción y la naturaleza” y la corporeidad como “una manera de vivir o inhabitar el
mundo a través de nuestro cuerpo aculturado.“ (Weiss y Haber 1999: xiv)
[13] En el original: Le monde est non pas ce que je pense, mais ce que je vis (Merleau-
Ponty 1945: xii).
[14] En el original: Nous ne disons pas que la notion du monde est inséparable du celle du
sujet, que le sujet se pense inséparable de l’idée du corps, et de l’idée du monde, car s’il ne
s’agissait que d’une relation pensée, de ce fait même elle laisserait subsister l’ndépendence
absolue du sujet comme penseur et le sujet ne serait pas situé. Si, réfléchissant sur l’essence de la
subjectivité, je la trouve liée à celle du corps et à celle du monde, c’est que mon existence comme
subjectivité [consciencia] ne fait qu’un avec mon existence comme corps, et à celle du monde, et
que finalement le sujet que je suis, concrètement pris, est inséparable de ce corps-ci et de ce
monde-ci. Le monde et le corps ontologiques que nous retrouvons au coeur du sujet ne sont pas le
monde en idée ou le corps en idée, c’est le monde lui-même contracté dans une prise globale, c’est
le corps lui-même comme corps connaissant (1945: 467)
[15] Paráfrasis de Merleau-Ponty:”la philosophie n’est pas le reflet d’une vérité préalable,
mais comme l’art la réalisation d’une vérité.“(1945: xv).
[16] Kant lo veía de otra manera: “Sin la intuición no podría sernos dado ningún objeto, y
sin el entendimiento ningún objeto podría ser pensado. Los conceptos sin contenido son vacíos, las
intuiciones sin conceptos son ciegas” (Kant 1781). En el original: Ohne Sinnlichkeit würde uns kein
Gegenstand gegeben, und ohne Verstand keiner gedacht werden. Gedanken ohne Inhalt sind leer,
Anschauungen ohne Begriffe sind blind. Crítica de la Razón pura, 2ª. Parte, La Lógica
transcendental. Más recientemente, parafraseando a Kant, Hayden White escribía que “las
narraciones históricas sin análisis son vacías, y los análisis históricos sin narrativa son ciegos”
(White 1992: 21).
[17] Hago esta reflexión en respuesta a una observación del Dr. R. López Cano, según la
cual parecería que la propuesta teórica que expongo se basa en una concepción linear del proceso
de percepción musical que conduciría fatalmente desde el objeto sonoro a procesos de alto nivel
como sería el de la síntesis conceptual. En este contexto, pienso que la propuesta de McAdams y
Bigand (2004: 1-9) para la exploración sistemática de lo cognitivo, expresada en el proyecto de
investigación de los procesos de alto nivel (representaciones mentales, toma de decisión,
inferencia, interpretación) de la audición musical, tiende a pasar por alto los rasgos de corporeidad
y la capacidad de síntesis preconceptual de la percepción auditiva.
[18] Paráfrasis de “Le monde est non pas ce que je pense, mais ce que je vis, je suis
ouvert au monde, je communique indubitablement avec lui, mais je ne le possède pas, il est
inépuisable.» ( Merleau-Ponty: 1945: xii)
[19] Conservo la expresión de Damasio “representaciones disposicionales”, aunque
poniendo entre paréntesis la connotación racional-lingüística del término ‘representación’. (Véase
Damasio 1996: 102-4).
[20] Agradezco a Pau Ferrer, violonchelista y director de la Escola Municipal de Música de
Girona el haberme permitido observar sus clases violonchelo.
[21] La “teoría de las provisiones“ tiene puntos comunes con la fenomenología, mediados
probablemente por los gestaltistas colegas suyos en Londres que habían sido alumnos de Husserl.
Véase al respecto Sanders (1993, 1996). Con respecto a una conexión con Heidegger (2003:
véase p. 97 y ss.)
[22] Esta breve descripción de los hábitos musicales está directamente inspirada en los
conceptos de hábito (o habitud) de Merleau-Ponty (1997: 156-64) y en de habitus de Bourdieu
(1980: cap. 3). Para una discusión crítica de la relación entre ambos conceptos, véase Crossley
(2001a). Véase también Wacquant (2004) y la utilización que del concepto de habitus hace
Lehmann (2002) en relación con la influencia de la herencia social en la formación de los músicos
de orquesta sinfónica.
[23] La expresión, pronunciada en una de sus clases magistrales grabadas para la cadena
de TV Mezzo, es del pianista argentino Bruno L. Gelber.
[24] Sobre el funcionamiento neurofisiológico de las imágenes sonoras, sómato-sensoriales
y visuales en la producción de nuevas respuestas motrices, véase Damasio 1996: 91-3, 96, 216-7.
[25] Frente a este tipo de experiencias, existen las experiencias conscientes que suelen
poseer contenidos conceptuales, esto es, responder a una actitud proposicional constitutivamente
vinculada a la capacidad lingüística del ser humano de formular afirmaciones que especifican lo
que se cree, desea, teme, etc. (Bermúdez y Macpherson 1998; Evans 2000; Bermúdez 2003). Las
experiencias conceptuales están ligadas a la aparición del lenguaje, unido a su vez a la aparición
de la capacidad reflexiva, “encarnada en un universo cognitivo complejo“, al interior de la cual
existe la capacidad de autorreflexión (Varela 1998: 109-12).
[26] Sobre los diversos tipos de gestos relacionados con la música hay proyectos de
investigación en marcha, entre los cuales merece especial atención el emprendido por la
Universidad de Oslo. Véase hf.uio.no/imv/forskning/forskningsprosjekter/musicalgestures/. Véase
también una buena bibliografía en www3.usal.es/~nonverbal/books.htm y el Journal of Nonverbal
Behavior ed. por H. S. Friedman, en versiones impresa y electrónica.
[27] Sobre la distinción entre contenidos conceptuales y no-conceptuales de la experiencia
consciente véase Christopher Peacocke (1983).
[28] Roger Scruton llama la atención sobre la relación entre las formas kantianas de la
sensibilidad (espacio y tiempo) y la preconceptualidad de nuestras experiencias. En efecto, según
Kant, la experiencia incluye una síntesis de intuición (componente sensorial) y concepto
(percepciones); por eso las percepciones son también representaciones. Sin embargo, la intuición
es también el orden preconceptual del espacio y del tiempo que no son conceptos, sino formas de
intuición que ordenan preconceptualmente la experiencia (Scruton 1997: 91-2).
[29] Sobre la posibilidad del “pensamiento sin lenguaje,” véase Bermúdez y Macpherson
1998; Evans 2000.
[30] C. T. es un hombre ya jubilado que solía trabajar como profesor de música en un
Instituto de Barcelona.
[31] La referencia a la cultura Inuit no es arbitraria: en los años cuarenta del siglo XX un
grupo de misioneros introdujo corales de Bach entre los Inuit de la Costa oeste de la Bahía de
Hudson. Estos corales se cantaban sobre textos evangélicos traducidos al Inuktitut. Los misioneros
han grabado ese repertorio en Los Angeles, aunque no he sido capaz de verificar si los cantantes
en esa ocasión eran Inuit o misioneros. En todo caso, estos corales no llegaron a integrar el
repertorio corriente de cantos religiosos de los Inuit.
[32] Agradezco a Antonio Aguirre la referencia de Husserl y sus comentarios sobre el
problema del regreso a un comienzo atemporal e indiferenciado.
[33] Este rasgo de la semiología reenvía a un “sesgo visualista“ que implica espacialización
de la consciencia en la cual el conociente y lo conocido están separados el uno del otro y
considerados como esencialmente diferentes, el uno como observador imparcial, el otro sujeto a su
mirada o bien transformado en objeto de la misma (Jackson 1989: 6. Véase también Fabian 1983:
108).
[34] Lo cual no dispensa de tener que justificar los problemas ontológicos y
epistemológicos implicados en la “naturalización de la fenomenología“ (Roy, Petitot, Pachoud y
Varela 1999: 1-80), tarea que evidentemente excede los objetivos de este ensayo.
[35] Compárese con Koselleck en Koselleck y Gadamer 1997: 92.
[36] La presente sección (8.) sobre la relevancia de la semántica cognitiva para la
comprensión de la experiencia corporal de la música retoman secciones más detalladamente
desarrolladas en textos anteriores (Pelinski 2000: 252-81).
[37] Daniel Binelli en Azzi 1991: 63.
[38] Rodolfo Mederos en Azzi 1991: 77.
[39] Osvaldo C. Montes en Azzi 1991: 79.
[40] Osvaldo Piro en Azzi 1991: 81-2.
[41] Bajo Belgrano, 1926, de F. García Jiménez / A. Aieta.
[42]Bandoneón arrabalero.1928. P. Contursi / J.B. Deambroggio.
[43]La canción de Buenos Aires. 1932. M. Romero / A. Maizani y O. Cúfaro.
[44]Malena. 1942. H. Manzi/L. Demare.
[45]Tal vez será tu voz. 1943. H. Manzi/ S.Piana.
[46]La última curda. 1956. C. Castillo/ A. Troilo).
[47] La relación corporal del músico con su instrumento no es análoga a la de la mano con
la máquina de escribir o el ordenador. Para Heidegger (2005), "Sólo de la palabra y con la palabra
ha nacido la mano. El hombre no tiene manos, sino que es la mano la que tiene íntimamente la
esencia del hombre, porque la palabra, como ámbito esencial de la mano, es el fundamento
esencial del hombre.”Servirse de la máquina de escribir, [o bien hoy, del ordenador,] degrada la
palabra a ser un medio de transporte […] En la escritura a máquina, todos los hombres parecen
iguales.”
[48] Las encuestas a las que aquí me refiero provienen del Festival Internacional de Tango
de Granada, mayo de 1993, de la milonga de Oxford, dirigida en otoño del 1998 por John Hounam,
y de la milonga Caminito de Londres (1999), dirigida por Miguel González. Vaya mi agradecimiento
tanguero a quienes han participado en estas encuestas.
[49] A lo que Francis Crick, si hubiera sido contemporáneo de Husserl, hubiera respondido
con desenfado: “Tú no eres más que un montón de neuronas. ¡Lo que interesa son los
mecanismos, no las palabras!“ (Crick 1994).
[50] Ya han existido entre los psicólogos gestaltistas exdiscípulos de Husserl (Dupuy 1999:
539-60).
[51] Sobre la operatividad de este concepto en la musicología, véase la tesis doctoral de
Rubén G. López Cano, 2004: 424-7, 919-26.
[52] La búsqueda actual de equivalentes neuronales a las experiencias musicales tiene
precedentes en la búsqueda de correspondencias fisiológicas y musicales que, en torno a 1900,
realizaba la pianista, compositora y teórica francesa Marie Jaëll. Véase su bibliografía en
<http://www.musicologie.org/Biographies/jaell_marie.html#bibliographie. Agradezco a Pilar Valero
el haberme puesto en contacto con la obra de esta artista de espíritu 'extraño y profundo’ (P.
Valéry).
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