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Helena BÉJAR
Reseña de "Una historia de la lectura" de ALBERTO MANGUEL
Reis. Revista Española de Investigaciones Sociológicas, núm. 89, 2000, pp. 367-369,
Centro de Investigaciones Sociológicas
España

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=99717889022

Reis. Revista Española de Investigaciones


Sociológicas,
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España

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CRÍTICA DE LIBROS

elaborado, de muchos años de trabajo noción controvertida, que admite


y en el que el autor ha volcado buena interpretaciones de signo muy distin-
parte de lo que sabe, y sabe bastante, to. De igual modo que también sería
sobre la teoría y la práctica democrá- interesante una exposición más
ticas. Resulta notable el equilibrio del amplia de lo que el autor llama el
conjunto, si tenemos en cuenta los «coste de oportunidad de la ciudada-
diferentes registros de su argumenta- nía» o de sus beneficios. Esto es inevi-
ción o su amplitud temática, que se table en una obra con las caracterís-
nota especialmente en los capítulos ticas de Política cívica, cuya variedad
de carácter histórico, donde realiza de enfoques y temas ofrece la posibili-
interpretaciones minuciosas y matiza- dad de diferentes lecturas, según los
das de textos y autores (las traduccio- intereses del lector se inclinen hacia la
nes medievales de la Política de Aris- historia o hacia los debates actuales.
tóteles, Hobbes, Maquiavelo, Locke, Y hay que reseñar muy especialmente
Rousseau o Constant), sin entorpecer el carácter abierto y ecuánime de las
el trazado de las grandes líneas de razones que José María Rosales pro-
desarrollo histórico de la civilidad, pone en torno a los significados de la
que nos conduce de la teología políti- política, la ciudadanía y el liberalis-
ca medieval al constitucionalismo mo, que evita cuidadosamente las
liberal. Sin embargo, lo que se gana rigideces doctrinarias, y constituye un
con una visión panorámica de los excelente ejemplo del talante que
problemas puede echarse de menos, debe presidir las discusiones sobre la
por otro lado, en el tratamiento analí- condición civil, en las que nadie tiene
tico de ciertas cuestiones. Por ejem- la última palabra y todas las razones,
plo, dada la importancia que el autor vengan de donde vengan, deben ser
concede a la igualdad de oportunida- igualmente atendidas y sometidas a
des, quizá hubiera sido necesario, o al escrutinio.
menos me hubiera gustado encontrar,
una discusión más precisa de esta Manuel TOSCANO MÉNDEZ

ALBERTO MANGUEL
Una historia de la lectura
(Madrid, Alianza Editorial, 1998)

Hay gentes que aman los libros. apurar su tiempo. Los hay que colec-
Son seres que gustan del silencio, del cionan libros, los que los dedican y
recogimiento y de la quietud. Algu- aun quienes los escriben. Tales gentes
nos son curiosos y catan las noveda- pueblan sus casas a la medida de sus
des; otros, más escépticos y a veces de libros: «Me complace saber que estoy
retorcido colmillo, sólo releen para rodeado por algo que se asemeja a un

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CRÍTICA DE LIBROS

inventario de mi vida dándome indi- los», sentenció Francis Bacon. Éste es


cios sobre mi futuro» (p. 271). Alber- de los primeros y, como los buenos
to Manguel, argentino que reside en vinos, merece beberse despacio, con
Canadá, ha escrito un libro (de exce- tiempo y ganas, sin más objeto que el
lente traducción y edición en espa- puro placer. La edición española
ñol) sin pretensiones académicas. Los tiene un papel suave que realza las
escuetos datos de la solapa le descri- numerosas ilustraciones que soportan
ben como un escritor y traductor que el relato. Porque trama hay, pero no
tiene en su haber una Guía de lugares argumentación. La debilidad de esta
imaginarios y una novela. No perte- deliciosa Historia de la lectura se reve-
nece, pues, a la grey universitaria, la cuando el autor esboza temas
erudita y pretendidamente rigurosa, importantes (la relación entre la lec-
sino al vasto territorio del ensayo al tura y la construcción de la identidad
que es difícil pedir cuentas. Este libro moderna, la privatización del acto de
se sitúa en un interregno insólito. leer, el desarrollo del antiintelectua-
El uso del artículo indefinido para lismo) sin saber qué hacer con ellos.
su Historia de la lectura es un recurso Más lecturas hubiera tenido que
que apela a la falsa modestia. Man- hacer Manguel, alguna hipótesis y
guel traza una «historia ecléctica» menos comentarios a las preciosas
cuyo portador es el individuo y no ilustraciones y citas que pueblan su
«las nacionalidades ni las genera- sugerente libro. Lo peor es cuando se
ciones cuyas elecciones no pertenecen aparta del pasado y se asoma al pre-
a la historia de la lectura sino de la sente, para comparar la memoria per-
estadística» (p. 345). Así se ventila la sonal (hoy tan en desuso debido a la
añeja cuestión del objeto, la adscrip- labor de pedagogos, psicólogos y pre-
ción metodológica a una historia par- claros políticos) con el almacena-
ticular (social, de las mentalidades, miento de datos informáticos; o
etc.) y, de paso, la precisión teórica cuando hace un símil fácil entre los
que el asunto merece. Puesto que «la estudiantes de la escolástica y la toma
cronología de la lectura no puede ser mecánica de apuntes de los alumnos
la de una historia política» (¿a cuál se de hoy. No hay por qué dar píldoras
referirá?), Manguel se niega a seguir a los lectores de este libro, que no
un orden convencional (p. 39) y se parece dirigirse a lectores fáciles, a
lanza a la aventura. Dice que va a juzgar por su extensión. Las cabriolas
pasar de su historia como lector a la cronológicas, los capítulos sin tema,
historia del leer, pero lo primero se las concesiones a la actualidad y otros
reduce a unas notas biográficas inco- pecados capitales de este libro son,
nexas. Lo mejor, su conocimiento de empero, el precio de querer tener
Borges cuando trabajaba en una libre- todo tipo de compradores.
ría de Buenos Aires y su experiencia Pero, a pesar de sus debilidades,
como lector del escritor ciego. este libro es muy recomendable.
«Algunos libros hay que saborear- Evoca voces excelsas que supieron
los, otros hay que tragárselos y unos dar en el corazón de la lectura («No
pocos hay que masticarlos y digerir- se puede leer con dos luces al mismo

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tiempo, la luz del día y la del libro. el lector silencioso y concentrado.


Hay que leer con luz eléctrica, la Cómo éste se lleva el libro, una vez
habitación a oscuras, sólo la página su tamaño se individualiza, al cubicu-
iluminada», decía la Duras), de la lum romano, a la cama, a la habita-
posesión («En el momento en que ción propia. Se cuenta en esta pecu-
abra las ventanas para ventilar, deje liar historia el valor de la lectura en
los libros u otras cosas sobre el asien- voz alta: la del autor para que su
to junto a la ventana, para que tam- texto le revele sus luces y sus som-
bién se aireen», ordena Swift a sus bras, para emocionar al público lec-
sir vientes), de la creación («Los tor (Dickens era maestro en tal rito)
libros verdaderos no deben nacer de o para promocionar el libro (desde
días luminosos y conversaciones las lecturas que narra Plinio, que
amistosas, sino de la melancolía y del duraban hasta cuatro días, hasta la
silencio», sentencia Proust). De la actual lectura anglosajona de una
mano de multitud de citas el lector novedad editorial). La lectura pública
reencuentra a los miembros de esa preserva al escritor, tanto material (se
familia muy poco numerosa que le paga por leer su obra) como sim-
adora la lectura y que se reconoce bólicamente: el autor-lector hace lec-
cuando habla de un vicio cada vez tores-escritores, dice Manguel con
más solitario en estos tiempos del demasiado optimismo. (¿Será éste el
homo videns y de creciente analfabe- que le hace señalar la fundación de
tismo literario. los Penguin en 1935 —precisamente
Manguel recorre —eso sí, a sal- su editora en la edición de bolsillo de
tos— las primeras bibliotecas (Babi- esta Historia— como un hito en la
lonia, Alejandría, Constantinopla), democratización de la lectura?) Ni la
donde el ruido de los rollos debía obsesión informática ni el reino del
organizar enorme estruendo. Explica best-seller —extrañamente ausente en
las formas del libro: la tablilla meso- este ensayo— parecen amenazar el
potámica de escritura cuneiforme; el futuro del libro, según el autor.
frágil papiro; el códice —fajo de Mejor que hacer prospecciones,
páginas encuadernadas—, que con- ensoñemos con el pasado. Y disfrute-
fiere al cuaderno una nueva sensa- mos conversando, aunque sea por
ción de totalidad y que se atribuye a teléfono o por vía electrónica, con
Julio César; el pergamino, anteceden- nuestros pares en la lectura. Esos que
te del papel, que aparece en el siglo tienen en los clásicos y en los con-
XII . Cuenta cómo del texto leído a temporáneos de fuste una compañía
otro (los clásicos creían que la pala- que nunca defrauda, la manía de la
bra dicha en voz alta tiene alas, fren- imaginación y el pensamiento.
te a la palabra escrita, inmóvil y
muerta) se pasa al texto que penetra Helena BÉJAR

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