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FILOSOFÍA MEDIEVAL: LA ESCOLÁSTICA

Si tenemos en cuenta lo ya visto ya sabemos que la filosofía medieval cristiana se caracteriza por
su carácter religioso y su orientación hacia la teología, que se pone de manifiesto ya en el título de
una obra de Anselmo de Canterbury, Proslogion: Fides quaerens intellectum, la fe que busca
comprender. La filosofía escolástica es, inicialmente y en el fondo, comprensión de la fe
(intellectus fidei).

Nacida de las escuelas palatinas, conventuales y catedralicias, y definida como lo que llegó a ser
en su época de apogeo o florecimiento, el s. XIII, siglo también de las universidades medievales,
se desarrolla históricamente en tres períodos o fases, preparados por un período de iniciación de sus
bases:

El primer período, que abarca la Alta Edad Media y los siglos XI y XII, comprende las raíces
lejanas de la filosofía medieval y los iniciadores de la Escolástica. Boecio (480-524), por sus
comentarios a las Categorías y a De interpretatione de Aristóteles y, sobre todo, por su
Consolación de la filosofía, puede considerarse el iniciador de la tradición europea latina de
transmitir la cultura griega. Autor también de obras teológicas, como De Trinitate y La fe católica,
prefigura lo que serán en su mayoría los filósofos medievales latinos: filósofos y teólogos a un
tiempo. A él se debe el comienzo de una discusión que entretuvo y comprometió a todas las
generaciones sucesivas de escolásticos: la disputa de los universales. Es también autor de la
distinción, que Heidegger hizo famosa, entre «ser» y«ente».

Tras la muerte de Boecio, «último de los romanos», se impone en Roma la oposición a la


filosofía que ya hizo evidente Justiniano con el decreto de cierre, en 529, de las escuelas
filosóficas de Atenas. Con el dominio de los emperadores bizantinos sobre Roma, España y el norte
de África, desaparecen las figuras filosóficas de la vida pública, a excepción del monje Casiodoro,
Flavius Magnus Aurelius Cassiodorus Senator (ca. 490-583), a quien la tradición otorga el título de
«salvador de la civilización occidental», y que funda el Monasterium Vivariense, en Vivarium,
Calabria, en sustitución de la escuela que no le es posible fundar.

En la época inmediata que sigue al dominio bizantino en occidente, tras la conquista de Italia
por los lombardos, la reorganización del reino visigodo en España y la unificación de los reinos
galos por los francos, la filosofía, y el saber, continúan ausentes de la sociedad: sólo los
monasterios esparcidos por toda Europa -que se difunden con fuerza a partir del s. V- mantienen
los restos de cultura, que por aquella época se ha separado ya totalmente del mundo griego, y en
ellos se cultivan los rudimentos de una filosofía que se desarrollará crecientemente a la sombra de la
teología. Isidoro de Sevilla (ca. 560-633) y Beda el Venerable (672-735) son los únicos nombres
relevantes de esta época. La ascensión de los carolingios supone el primer renacimiento que pone en
marcha la cultura de la Edad Media;

El segundo lo iniciará, en el s. XII, la llegada a occidente de las obras de Aristóteles. El


Renacimiento Carolingio, promovido por Carlomagno (768-814), abre los monasterios y las
catedrales a la enseñanza, a imitación de la Schola Palatina instituida en palacio en torno a
Alcuino de York, Pablo Diácono, Paulino de Aquileya, Teodulfo o Eginardo. La enseñanza que
contempla esta reforma es la difusión de los conocimientos básicos de las artes liberales1. La
filosofía es, exclusivamente, fenómeno de la corte palatina y del interior de los monasterios.
Carlos el Calvo, reafirma hacia el 850 la reforma carolingia y llama, como maestro de la Escuela
1
Se denomina así al sistema educativo de la Antigüedad tardía griega y romana y de la Edad Media, propio de los
«hombres libres» (puesto que eran las ejercitadas por la razón) en oposición a las artes serviles, o manuales, propias de
los siervos (ejercitadas con el cuerpo). El trivium, constituido por: gramática, retórica y dialéctica; y el quadrivium:
geometría, aritmética, astronomía y música.
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Palatina, al más grande autor de esta época: Juan Escoto Eriúgena (ca. 810-870), originario de
Irlanda, «hijo del Eire», es propiamente un teólogo, que introduce en occidente tradiciones griegas,
provenientes sobre todo de Gregorio de Nysa, Dionisio Areopagita y Máximo el Confesor.

Concede, no obstante, un papel importante a la filosofía, que identifica con la dialéctica, la


«madre de las artes» y hasta afirma que nemo intrat in coelum nisi per philosopiam [nadie va al
cielo sino a través de la filosofía]; su libro, Peri physeon , con su división de la naturaleza, alcanza
una gran difusión, pese a ser condenado por el concilio de París de 1210 y por Honorio III (1225), a
lo largo de toda la Edad Media, principalmente en la época de la Escolástica tardía.

La primera escolástica

En el s. XI, según los medievalistas, se ponen los cimientos de lo que será propiamente el
pensamiento medieval: históricamente siglo del enraizamiento del sistema feudal, de la primera
cruzada, de la cuestión de las investiduras, de la aparición de nuevas órdenes religiosas
(cluniacenses, cartujos, cistercienses) es, desde el punto de vista de la filosofía, la época de las mal
llamadas discusiones entre «dialécticos» y «antidialécticos» y, sobre todo, la época de Anselmo de
Canterbury, considerado uno de los verdaderos iniciadores de la filosofía escolástica, junto con
Abelardo, Bernardo de Claraval y Ricardo y Hugo de Saint-Victor.

Las luchas entre dialécticos y antidialécticos no significan un enfrentamiento entre partidarios de


la dialéctica, los filósofos, y teólogos, sino discusiones entre teólogos que dan, o no, valor a la
dialéctica, a la filosofía, o al razonamiento discursivo aplicado a la teología. Entre los
dialécticos destaca Berengario de Tours (ca. 1005-1088); entre los antidialécticos, Pedro
Damiano (1007-1072) y Lanfranco de Pavía (ca. 1010-1089). La ocasión de las discusiones la
proporciona la distinta manera de abordar cuestiones teológicas, como la omnipotencia divina o
la presencia real en la eucaristía; son los primeros enfrentamientos importantes entre fe y razón,
dogma y dialéctica.

A Anselmo de Canterbury o de Aosta (1033-1109), debe la historia de la filosofía el conocido


slogan escolástico de la «fe que busca entender» (fides quaerens intellectum), resumen de lo que
será llamado método escolástico, teorías sobre el significado y la referencia (De grammatico) y,
sobre todo, el conocido argumento ontológico, sobre el que discute no sólo la Edad Media, sino
también Descartes, Kant, Hegel y los lógicos modernos.

El s. XII representa la entrada en contacto con el mundo del islam. Los traductores de Toledo
introducen masivamente las obras de Aristóteles, Avicena, Averroes y otros. Los escolásticos
asumen la tarea de repensar en cristiano el pensamiento aristotélico que les llega por vía árabe.
Se produce, así, por la introducción de las obras de Aristóteles sobre todo, el segundo renacimiento
medieval del s. XII, que desembocará, en el s. XIII, en el apogeo de la Escolástica y la
configuración de sus grandes escuelas, el tomismo y el escotismo.

Le precede un interés creciente por la lógica aristotélica, conocida por las traducciones de
Boecio, cuyo uso teológico rechazará la teología mística que se cultiva en los monasterios. Es
época de florecimiento de las escuelas catedralicias. Los clérigos seculares -ni religiosos ni monjes-
se dedican más bien a las artes liberales. La escuela de Chartres y la de Saint-Víctor, en París,
cultivan cierto platonismo, pero no descuidan el quadrivium. En el mismo París nacen escuelas,
situadas a la orilla izquierda del Sena, en las que se cultiva preferentemente la dialéctica y se sigue
la lógica de Aristóteles; entre ellas destaca la de Pedro Abelardo (1079-11423), discípulo de
Guillermo de Champeaux, iniciador de la escuela de Saint-Victor. Frente a esta figura notable, se
alza la no menos importante de Bernardo de Claraval (1090-1153), severamente crítico con la
dialéctica, y la del propio Abelardo.

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Pedro Lombardo (ca. 1100-1164) es el iniciador de la manera sistemática de hacer teología y,
por lo mismo, iniciador del método escolástico. Sus Cuatro libros de las Sentencias constituyen el
modelo, o el manual, sobre el que disertarán todos los escolásticos posteriores.

Sin la entrada masiva de obras greco-árabes a través de las escuelas de traductores, no habría
existido el contacto, transformador para la filosofía medieval cristiana, con las filosofías árabe y
judía y, a través de ellas, con la aristotélica. Los principales centros de traducción surgen en Toledo,
sobre todo, Palermo, Nápoles, Roma y Oxford. Entre los traductores destacan Gerardo de Cremona,
conocedor del árabe y del griego, que se instala en Toledo de 1167 a 1175; Juan Hispano, sefardí
convertido, que además de traductor es autor de obras originales, que trabaja en Toledo hacia 1130;
Domingo Gundisalvo, que vive en Toledo entre 1130 y 1180 y que traduce directamente del árabe la
Metafísica de Avicena.

Miguel Escoto y Guillermo de Moerbecke (1260-1285) pertenecen ya al s. XIII; el primero


traduce a Averroes y se traslada posteriormente a Nápoles y el segundo, que trabaja en Roma, pone
a disposición de Tomás de Aquino los textos griegos de Aristóteles. Palermo es el centro
principal de las traducciones del griego y, en Oxford, Roberto Grosseteste dirige también un centro
de traducciones.

Las obras de Aristóteles conocidas hasta este momento en el occidente eran únicamente la
traducción y los comentarios hechos por Boecio a las Categorías y al De interpretatione. Hacia
1130 se conocen, ya traducidas, las restantes obras del Organon: Analíticos primeros, Analíticos
segundos, Tópicos y Argumentos sofísticos. Entre 1150 y 1250 se traducen y conocen en todo el
mundo medieval las restantes obras aristotélicas de física, metafísica, psicología y ética, que en
París se conocen en su globalidad ya desde 1200.

El apogeo de la Escolástica

La Iglesia no recibe bien a Aristóteles: pronto va a prohibirse, en París en 1210, leer en las
facultades los libros de física de Aristóteles y, en 1231, el papa Gregorio IX los prohíbe de nuevo
«mientras no se corrijan». La facultad de artes de París, en cambio, los va a recibir con entusiasmo
y obligará a sus profesores a leerlos y comentarlos. Así nace el averroísmo latino.

El s. XIII contempla los fracasos de la cristiandad en las últimas cruzadas (s.V-VIII) y su


sustitución por la persecución de cátaros y albigenses, la aparición de las órdenes religiosas de los
dominicos de Domingo de Guzmán (1217) y de los franciscanos de Francisco de Asís (1223), la
creación de las universidades, que desempeñaron un papel crucial en toda la cultura medieval, pero
sobre todo en la filosofía escolástica y el desarrollo del método escolástico de enseñanza, y el
desarrollo y florecimiento de una abundante producción literaria compuesta de Comentarios al
libro de las Sentencias, cuestiones, Sumas de teología y otras clases de obras, sumamente
características de la Escolástica.

Es el siglo, además, de las grandes escuelas filosófico-teológicas, de donde han surgido los
autores escolásticos de mayor relieve: Alberto Magno (ca. 1200-1280), dominico, hombre de
amplísima cultura que proyecta la tarea de introducir la filosofía aristotélica en todos los ámbitos
posibles; Buenaventura de Bagnoregio (1217-1274), franciscano, seguidor de Agustín de Hipona,
Avicena y Dionisio Areopagita y fundador de la escuela franciscana; Tomás de Aquino, discípulo
de Alberto Magno, que asume la labor de cristianizar el pensamiento aristotélico, y cuyas
doctrinas la Iglesia católica adopta (a partir del s. XIV) como las más adecuadas para la explicación
de los dogmas cristianos.

La Escolástica tardía
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El s. XIV, mal llamado «época de decadencia» o siglo de la «crisis de la Escolástica», es más
bien tiempo de renovación social, política y filosófica: son las vísperas de un «renacimiento».
Aunque la escuela dominicana, o la filosofía de Tomás de Aquino, se fortalece de un modo
creciente, surge con fuerza una nueva escuela franciscana, protagonizada por Juan Duns Escoto y
Guillermo de Occam, que se opone a ella en muchas cuestiones. Tomismo y escotismo,
escolásticamente enfrentados durante siglos, escribirán las páginas posteriores de la historia de la
Escolástica.

El realismo de Duns Escoto, que supone una interpretación de Aristóteles que no sigue las
pautas trazadas por Tomás de Aquino, y el nominalismo de Guillermo de Occam resultan de una
modernidad sorprendente.

Aprovechando la coyuntura (luchas entre el papa Juan XXII y el emperador de Alemania, Luis
IV de Baviera), el averroísmo latino aplica sus principios al terreno de la política, lo que representa
la aparición de una filosofía política que se plantea los problemas que surgen entre el poder civil y
el poder religioso: Marsilio de Padua, Juan de Jandun y el mismo Guillermo de Occam teorizan
sobre ellos.

La física, que se desarrolla tanto a partir del quadrivium como de las obras de Aristóteles y de la
cosmología y astronomía árabes, se bifurca en dos modelos: 1) el de los calculatores de Oxford, que
representan un recurso a las matemáticas y a los experimentos sólo imaginados, y 2) el de Juan de
Buridán (ca. 1300-1358), basado en la física del impetus y en cierta independencia respecto de
Aristóteles; Nicolás de Oresme (ca. 1325-1382) participa de ambos modelos.

DESARROLLO Y MÉTODO DE LA ESCOLÁSTICA

En sentido estricto -y limitando la cuestión al occidente cristiano- se llama «Escolástica» a la


filosofía y la teología que se enseñó durante el período de la Edad Media, a la denominada filosofía
medieval; propiamente, la «ciencia que se enseñaba en la escuela»: primero las artes liberales y
luego la filosofía y la teología. El nombre proviene del término latino schola, escuela, y de aquí
scholasticus, aplicado en un principio a los que frecuentaban determinado tipo de escuela, como
maestros o como alumnos, y luego a los que se caracterizaban definidamente por utilizar en sus
enseñanzas e investigaciones el método con que se desarrollaba la filosofía medieval.

Toda la filosofía Escolástica se caracteriza por un doble, y problemático, recurso a la


autoridad, representada por los textos sagrados de la Biblia y la tradición de los Padres de la
Iglesia (a la fe, en definitiva), y a la razón, que de manera creciente se aplica a la interpretación de
la autoridad y hasta al libre juego de la reflexión propia. A lo largo de toda la filosofía medieval se
mantuvo el lema, enunciado por Agustín de Hipona y Anselmo de Canterbury de «la fe que busca
comprender», en sus diversas versiones de intellectus quaerens fidem o de fides quaerens
intellectum. Se suceden, por tanto, períodos en que domina la auctoritas y períodos en que la ratio,
apoyada en la dialéctica, o lógica medieval, y sobre todo con las sucesivas entradas de la obra de
Aristóteles en occidente, florece en un cierto racionalismo que, con frecuencia, resulta sospechoso a
la teología.

La temática de que se ocupa la Escolástica se puede precisar materialmente recordando los


contenidos de las colecciones de sentencias o manuales, cuya lectura y comentario debían
emprender aquellos que querían ser lectores o licenciados (de «licencia» para enseñar) en teología.
La temática general, sin embargo, quedaba determinada por los encuentros problemáticos entre fe
y razón a que aquella temática en concreto obligaba. Los estudios eran, claro está, de índole
teológica, pero no únicamente, y la mayoría de cuestiones manifiestamente religiosas encerraban en
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su explicación y exposición cuestiones epistemológicas, lógicas, antropológicas, cosmológicas,
éticas o psicológicas. Si el hombre es, para el escolástico, imagen de Dios, nada impide que, al
abordar problemas teológicos sobre la Trinidad, por ejemplo, se trataran también cuestiones
psicológicas del espíritu humano.

La Escolástica se caracteriza preferentemente por su método; justamente del respeto y cultivo


excesivo del método nace el sentido despectivo del término de «escolástico» con que se conoce la
preferencia por las cuestiones formales respecto de las de contenido. A este sentido desviado de
«formalismo» hay que añadir el no menos peyorativo de estudios oscurantistas propios de un
período bárbaro de la historia, en lo tocante a la ciencia y a la razón, que los ilustrados cargan con
exceso sobre la filosofía medieval cristiana.

El método escolástico, que se elabora con el objetivo primario de ser un instrumento didáctico,
alcanza su pleno desarrollo formal con la llegada de las universidades medievales, entre los siglos
XII y XIII. Los instrumentos fundamentales eran la lectio (lectura de textos) y la disputatio
(discusión pública). En las facultades de derecho los textos leídos eran los decretos imperiales, el
Decreto de Graciano, las decretales, etc.; en las facultades de medicina se leían sobre todo textos
de Avicena y Averroes y textos antiguos; en las facultades de artes, convertidas en el s. XIII en
facultades de filosofía, se leyeron y comentaron de forma creciente textos de las obras lógicas y
físicas de Aristóteles; en las facultades de teología, los textos procedían de la Biblia, de obras de
los Padres de la Iglesia y de las colecciones de sentencias llamadas Libros de las sentencias.

Los escolásticos leían estos textos, discutían sobre ellos y predicaban acerca de ellos. La lectura
comentada de textos dio origen a las glosas literales y a los Comentarios sobre los libros de las
sentencias.

Las disputas académicas organizadas sobres cuestiones polémicas eran de dos clases: la cuestión
disputada ordinaria (quaestio disputata), que tenía lugar dos o tres veces por semana, de una manera
regular y que consistía en la discusión de un tema predeterminado al cual el lector o maestro debía
dar una respuesta final, y la cuestión extraordinaria sobre cualquier tema, de quolibet, llamada
también cuodlibeto, sin ningún orden del día y desarrollada por algún gran escolástico que discutía
públicamente con interlocutores voluntarios.

Las cuestiones que se convertían en escritos se desarrollaban según el siguiente esquema:

a) Exposición del tema en cuestión en forma dubitativa, o presentación de la cuestión


preguntándose retóricamente por ella («¿Acaso existe Dios?»).
b) Exposición de las razones o de los testimonios en favor o en contra del planteamiento inicial.
c) Cuerpo de la cuestión, en el que el escolástico responde de manera ordenada a las razones que
no considera fundadas y da, finalmente, su propia opinión (determinatio).

Los Cuatro libros de sentencias de Pedro Lombardo (s. XII) han sido una obra fundamental
en la producción literaria de la Escolástica. Las facultades de teología lo usaron como libro que todo
aquel que se iniciaba en la enseñanza debía comentar. Dividido en cuatro partes, contiene de forma
compendiada y sistemática las principales «autoridades» de la Biblia y la tradición sobre: 1) Dios,
2) la creación, 3) la redención y 4) los sacramentos. De los comentarios sobre este libro surgieron
las grandes obras Escolásticas denominadas Comentarios sobre los libros de las sentencias. Las
Sumas de teología son propias del s. XIII y son obras de síntesis y de madurez.

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SANTO TOMÁS DE AQUINO (1225-1274)

Considerado el filósofo y el teólogo de mayor relieve dentro de la filosofía escolástica. Nació en


el castillo de Roccasecca, Frosinone, hijo de Landolfo, conde de Aquino. Se educó en el monasterio
de Monte Cassino y luego en la universidad de Nápoles (1239-1244), donde a los catorce años
emprende el estudio de las «artes». En 1244 ingresa en la orden de los dominicos. La madre, que se
oponía a tal decisión, encarga a otro de sus hijos que le secuestre y encierre en el castillo.

Libre, al fin, de la oposición de su familia, al cabo de un año marcha a París, donde es discípulo
predilecto de Alberto Magno, a quien sigue luego a Colonia; vuelto a París, redacta el Comentario a
las sentencias (1254-1256), inicia su labor como profesor y enseña en distintos lugares de Italia y
Francia: Anagni, Orvieto, Roma, Viterbo, París y Nápoles. En esta época escribe sus obras, entre la
que destacan Summa contra gentiles, escrito con finalidad misionera, y sobre todo la Summa
theologiae, considerada la obra de mayor relevancia de toda la escolástica. Muere mientras se
dirigía al concilio de Lyón, convocado por Gregorio X, en la abadía de Fossanova. Fue canonizado
por Juan XXII, en 1323, y proclamado doctor de la Iglesia en 1567. Tras la Contrarreforma, fue
considerado como el paradigma de la enseñanza católica, pero sus doctrinas no siempre habían
sido comúnmente aceptadas. En 1277, el obispo de París, Tempier, instigado por el papa Juan XXI,
antes Pedro Hispano, y cuyos manuales se utilizaban en muchas universidades europeas, condena
un determinado número de tesis entre las cuales una veintena son tomistas; el mismo año, Roberto
Kilwardby, dominico y arzobispo de Canterbury, prohíbe una treintena de tesis en la universidad de
Oxford, la mayoría de las cuales son tomistas. Desde 1280, los franciscanos recurrían, con fines
polémicos, a un Correctorio sobre el fraile Tomás, redactado por Guillermo de la Mare, en el que se
pasaba revista a los errores tomistas.

El gran mérito que se atribuye a Tomás de Aquino es el de haber logrado la mejor síntesis
medieval entre razón y fe o entre filosofía y teología. Sus obras son eminentemente teológicas,
pero, a diferencia de otros escolásticos, concede, en principio, a la razón su propia autonomía en
todas aquellas cosas que no se deban a la revelación. Para expresar esta autonomía y naturalidad de
la razón recurre a la filosofía aristotélica como instrumento adecuado y, así, para combatir el
averroísmo latino, utiliza sus propias armas: los textos mismos de Aristóteles. En la labor de
armonización del aristotelismo con el cristianismo, algunas de las cuestiones que Tomás de
Aquino ha de tratar de diferente manera son: Dios primer motor de un mundo eterno, el alma mera
forma del cuerpo, la preexistencia de las esencias.

Concibe a Dios no meramente, a la manera de Aristóteles, como el primer motor que, desde
siempre, mueve un mundo eterno, ni tan sólo a la manera de Averroes y Avicena, como causa
primera de un mundo eterno, sino como el ser subsistente (esse per se subsistens), o simplemente
el ser mismo, noción que se constituye en la idea central de todo su sistema. «Ser», que en
Aristóteles es la idea de «ser en cuanto ser», se convierte en «existir», y explica esta noción desde
la idea de creación, como un recibir el ser de otro o un comenzar a existir por otro; el que crea,
por tanto, ha de ser la perfección del existir, y en él se halla la plenitud o el acto puro de ser:
actus essendi. Sólo en el ser subsistente, Dios, cuya esencia es existir, se identifica realmente la
esencia y la existencia; en lo creado, esencia y existencia se distinguen y toda esencia, la del
hombre, por ejemplo, llega a existir sólo cuando recibe el ser por la creación, siendo entonces un
compuesto de esencia y existencia.

La creación es un acto libre de Dios, que da origen al tiempo. La tesis del «ser como acto»,
central en la metafísica de Tomás de Aquino, exige el complemento de la analogía del ser: el ser
que, según Aristóteles, «se dice de muchas maneras», permite entender a Dios a partir de lo creado
afirmando a la vez que es muy distinto de todo lo creado. La analogía permite construir los
argumentos de la existencia de Dios, o las conocidas cinco vías o maneras de llegar a saber que
Dios existe a partir de las cosas.
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Las ideas de Tomás de Aquino sobre el hombre son igualmente innovadoras, respecto de las de
Aristóteles: el hombre es un compuesto de alma y cuerpo, pero el alma no es la mera forma del
cuerpo, que perece con él; es su forma, pero le da además el ser y la individualidad: el hombre
existe y es individuo por el alma, principio de vida vegetativa, sensitiva e intelectual; cada alma
posee, a diferencia de lo que sostenían Averroes y Avicena, su propio entendimiento agente y su
entendimiento posible; cada alma es por lo mismo depositaria de su propia inmortalidad.

La autonomía que atribuye a la razón humana, aun siendo limitada, plantea en principio la
posibilidad de una auténtica actividad filosófica independiente de la fe que, no obstante, Tomás de
Aquino no llega a desarrollar. Escribió comentarios sobre diversas obras de Aristóteles y practicó
todos los géneros literarios escolásticos de cuestiones disputadas, cuestiones cuodlibetales, tratados,
etc.; destacan, además de las mencionadas, De veritate y De regimine principum.

Es destacable la aportación de Tomás de Aquino a la noción de estado moderno y al surgimiento


de la ciencia política. Aplica el naturalismo aristotélico también a la sociedad, que llama civitas o
civilitas, y distingue en el hombre la doble condición de ser «humano» y «ciudadano»: el ciudadano
es el hombre político, no el mero hombre. Siguiendo a Aristóteles, para quien la naturaleza no hace
nada en vano, tanto la civitas como la condición de ciudadano han de poder llegar a su plenitud; por
lo que el Estado es un producto de la naturaleza del mismo modo que la iglesia es un producto de lo
sobrenatural. La «congregación de hombres», que es el Estado, ha de poder alcanzar su plenitud lo
mismo que la Iglesia.

Si el Estado es un producto de la naturaleza, también lo es la ley del Estado, o sea, la ley


positiva, la cual, no obstante, deriva de la ley natural, por lo que ha de estar de acuerdo con ella.
Toda ley se justifica únicamente por el bien común, y sólo éste justifica el poder.

JUAN DUNS ESCOTO (1265-1308)

Filósofo escolástico escocés, nacido en Duns, Escocia, de donde le vienen los dos apelativos que
se añaden a su nombre. Tras ingresar a los 15 años en la orden de los franciscanos, estudia en
Escocia e Inglaterra y luego en París, donde alcanza el grado de maestro de teología el año 1305. El
año 1307 se traslada a Colonia, donde muere a los 43 años de edad. Durante esta época (1297-
1308), comenta las Sentencias de Pedro Lombardo, en Cambridge, Oxford y París y redacta
diversas cuestiones cuodlibetales; unas y otras son las fuentes principales de sus obras.

Es considerado uno de los más importantes filósofos medievales de la Escolástica tardía, y su


postura crítica a las doctrinas de Tomás de Aquino no sólo da origen a una tradición escolástica
distinta denominada escotismo, que durante siglos será la oponente intelectual de la corriente
tomista patrocinada por los dominicos, sino que también establece los fundamentos de muchos
conceptos y problemas que serán básicos para la nueva época intelectual que empieza con el s. XIV.

La postura de simple adversario intelectual de Tomás de Aquino, que le ha sido adjudicada por
una tradición poco crítica, queda desprovista de base por los estudios de los grandes medievalistas,
como Étienne. Gilson y P. Vignaux, que demuestran que la filosofía de Duns Escoto ofrece todo el
interés de una verdadera síntesis (si acaso apenas algo más que iniciada por la brevedad de su
vida) de gran altura especulativa, inspirada en una interpretación de Aristóteles que se apoya
principalmente en los comentarios de Avicena y que sustituye al tradicional neoplatonismo
agustiniano de los franciscanos. El objeto directo de la crítica de Escoto no es el aristotelismo de
Tomás de Aquino, sino el agustinismo de Enrique de Gante, que enseñó en la universidad de París
entre 1274 y 1290.

El punto de partida de la filosofía de Escoto es la tesis que adopta en la discusión de su época en


torno a cuál es el «objeto primero» del entendimiento humano, lo primero que conoce, y a partir
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del cual se construye la metafísica. Entre los que sostienen que el primum cognitum es Dios mismo
y los que defienden que es la quidditas rei materialis (la esencia de la cosa sensible), Escoto
sostiene que el objeto primero y propio del entendimiento es «el ser en cuanto ser», habida cuenta
no de la situación presente (pro statu isto), sino de lo que el entendimiento de por sí mismo puede
(ex natura potentiae). El ser en cuanto ser es lo que se denomina también el «ser común o
comunísimo», aplicable a cualquier clase de realidad sensible o meramente inteligible, finita o
infinita, con significado unívoco. En este concepto de ser, la existencia no es una característica
primera; lo es más bien la esencia. La existencia es una modalidad (modo o grado de realidad de
la esencia, la llama) de la esencia y se entiende desde ella; hasta la misma individualidad proviene
de la esencia, de la naturaleza común, o mejor de lo que llama intentio naturae, intención de la
naturaleza, que no es sino el pleno desarrollo de la capacidad del ser, que no es más que pura
potencialidad y que, por ello, está orientado a existir; de modo necesario en el ser infinito, de modo
contingente en el ser finito.

El voluntarismo es otra de las tesis características de Duns Escoto. Genéricamente, significa la


primacía de la voluntad sobre el entendimiento, aplicable a dos ámbitos. Referido a Dios, es la
afirmación de la contingencia radical de las cosas, de modo que éstas son lo que Dios ha
determinado que sean por su voluntad infinitamente libérrima y omnipotente, pero las cosas
podrían ser exactamente lo contrario, porque la contingencia es su característica esencial y hay
infinitos mundos posibles creables por Dios; lo que existe no existe por ninguna otra necesidad
que la libre volición divina, el amor divino.

En lo que se refiere al hombre, el voluntarismo destaca la importancia de la libertad soberana


de la voluntad y del amor frente al entendimiento y al conocer. El voluntarismo, y la
contingencia que implica, alcanza hasta el mismo orden moral: «Todo lo que no es Dios es bueno,
porque es deseado por Dios, y no a la inversa» (Ordinatio I, d.1, p.2, n. 91).

GUILLERMO DE OCCAM (1280-1346/1349)

Filófoso inglés, nacido en Ockham, Surrey, una de las figuras más representativas de la
Escolástica tardía, junto con Juan Duns Escoto, de quien depende en muchos aspectos, y principal
representante del nominalismo. Tras ingresar en la orden de los franciscanos, estudió en Oxford.
Pese a no alcanzar nunca el título que habilitaba para enseñar teología, razón por la cual se le llamó
Venerabilis Inceptor [Venerable iniciado], enseñó en Oxford y en Londres. En 1324 se le obliga a
presentarse a la curia papal de Aviñón para responder a las acusaciones de herejía, cursadas por un
ex-canciller de la universidad Oxford, pero durante el proceso se ve envuelto en dos problemas que
alteran el curso de los acontecimientos: Luis de Baviera declara la superioridad del poder civil del
emperador sobre el del papa, y entre el papa Juan XXII y los franciscanos se declara la denominada
«guerra de la pobreza». Occam marcha a Baviera, en 1328, reside en Munich y toma partido por el
emperador; a partir de entonces escribe sobre temas políticos.

La filosofía de Occam se inscribe en la crítica que los franciscanos, por obra principalmente de
Duns Escoto, dirigían a la síntesis entre cristianismo y aristotelismo, intentada por Tomás de
Aquino. El punto de partida de la nueva propuesta filosófica de Occam es un empirismo
epistemológico (notitia experimentalis) que le lleva a ejercer una crítica radical a todo elemento
innecesario del edificio filosófico. Admitiendo que es posible conocer intuitivamente lo individual,
sin recurso alguno a la abstracción y a entidades ocultas, formas o conceptos -entidades todas, a las
que aplica el criterio de economía del pensamiento 2, conocido como navaja de Occam -, construye
su propia teoría del conocimiento (explicada sobre todo en su importante prólogo al Libro I de las
Sentencias): la base de todo conocimiento es el conocimiento intuitivo del singular, al cual llama
notitia intuitiva intellectualis; el conocimiento abstractivo que se añade a todo conocimiento
2
Principio metodológico, diversamente formulado según las épocas, que aconseja elegir la más simple de entre las
hipótesis o las explicaciones que puedan darse de un fenómeno.
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intuitivo, notitia abstractiva, no supone ninguna nueva operación del entendimiento para la
formación del concepto: se llama abstractivo, porque abstrae -prescinde- de la existencia del
individuo y, en él, el término se considera en sí mismo: es representación del objeto, en cuanto es
signo, pero no es una abstracción del objeto.

La lógica de Occam (su importante Summa logicae) trata de los términos en cuanto forman parte
de un sistema de signos lingüísticos. Divide el signo en escrito (scriptus), que puede distinguirse
también como vox, oral (prolatus) y mental (conceptus). El concepto es el signo mental (intentio)
que remite a las cosas existentes; sólo él es universal, por naturaleza, porque puede representar a
una pluralidad de individuos. En cambio, los términos escritos o hablados, que son
convencionales, no pueden ser naturalmente universales. Su referencia a los objetos individuales
es su significado. El significado lo explica mediante la suppositio, «suposición», la capacidad del
signo para ocupar el lugar de un objeto o de una colección de objetos. La suposición es personal, si
un término ocupa el lugar del individuo: «mi amigo del alma»; es simple, si ocupa el lugar de
muchos, siendo entonces propiamente una intentio de la mente (que posee esta capacidad de
elaborar signos naturales), como «todos los hombres son hermanos», y material, si el término se
refiere a sí mismo, como «hombre es bisílabo».

Entra en la disputa de los universales con el recurso de la suposición simple. En esta


perspectiva, los nombres abstractos -intenciones o signos- pueden ser absolutos o connotativos. El
nombre o término absoluto tiene como referente el objeto individual o una cualidad del mismo (la
sustancia o la cualidad), mientras que el término connotativo, cuyos referentes serían las categorías
aristotélicas restantes (a excepción de la sustancia y la cualidad), no tiene otro referente que el
individuo, siendo el resto operación del entendimiento. Los nombres, por tanto, según Occam,
sólo se refieren o a individuos o a cualidades del individuo (lo que con el tiempo corresponderá a
los nombres y propiedades). En esta reducción de la referencia de los nombres está su nominalismo.

Con su teoría del conocimiento intuitivo individual ha de rechazar los clásicos argumentos
escolásticos para la existencia de Dios; o Dios es conocido intuitivamente, y no lo es, o sólo es
posible la fe en Dios. El mundo, creación totalmente contingente de Dios, no puede ser pensado
como un conjunto de relaciones necesarias; es un conjunto de cosas y de él conocemos sólo lo que
es posible por vía de la noticia experimental. Son rechazables, pues, entidades tales como el
espacio el tiempo, el movimiento, etc., como distintas de las cosas. A la lógica incumbe averiguar el
significado con que empleamos estos términos. El nominalismo se orienta, así, hacia una ciencia
física cada vez más interesada en indagar cómo suceden los fenómenos, que en conocer la realidad
subyacente a ellos. Se abre un camino para la matematización de la ciencia física por el que
transcurrirán lentamente los seguidores occamistas.

Su valoración de lo concreto e individual y del conocimiento experimental tiene también


aplicaciones en el campo de la teoría política: la separación entre fe y razón (por razones de un
mayor rigor en definir la ciencia); distinción entre poder civil y religioso, según la teoría de las dos
espadas; crítica a la plenitud de potestad del poder teocrático, o soberanía del papa, que ha de ser
ministro, y no señor; crítica a la infalibilidad papal y concepción de la Iglesia como comunidad de
fieles y no como dominio terreno.

Occam marca el final de la Escolástica tardía; tras él, los continuadores son ya escuelas
(tomismo, escotismo, occamismo) y no figuras relevantes de la filosofía escolástica. Condenadas
sus obras en París, en 1339, se confirma la prohibición al año siguiente, en Roma, sólo para algunas
de sus afirmaciones.

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