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Si tenemos en cuenta lo ya visto ya sabemos que la filosofía medieval cristiana se caracteriza por
su carácter religioso y su orientación hacia la teología, que se pone de manifiesto ya en el título de
una obra de Anselmo de Canterbury, Proslogion: Fides quaerens intellectum, la fe que busca
comprender. La filosofía escolástica es, inicialmente y en el fondo, comprensión de la fe
(intellectus fidei).
Nacida de las escuelas palatinas, conventuales y catedralicias, y definida como lo que llegó a ser
en su época de apogeo o florecimiento, el s. XIII, siglo también de las universidades medievales,
se desarrolla históricamente en tres períodos o fases, preparados por un período de iniciación de sus
bases:
El primer período, que abarca la Alta Edad Media y los siglos XI y XII, comprende las raíces
lejanas de la filosofía medieval y los iniciadores de la Escolástica. Boecio (480-524), por sus
comentarios a las Categorías y a De interpretatione de Aristóteles y, sobre todo, por su
Consolación de la filosofía, puede considerarse el iniciador de la tradición europea latina de
transmitir la cultura griega. Autor también de obras teológicas, como De Trinitate y La fe católica,
prefigura lo que serán en su mayoría los filósofos medievales latinos: filósofos y teólogos a un
tiempo. A él se debe el comienzo de una discusión que entretuvo y comprometió a todas las
generaciones sucesivas de escolásticos: la disputa de los universales. Es también autor de la
distinción, que Heidegger hizo famosa, entre «ser» y«ente».
En la época inmediata que sigue al dominio bizantino en occidente, tras la conquista de Italia
por los lombardos, la reorganización del reino visigodo en España y la unificación de los reinos
galos por los francos, la filosofía, y el saber, continúan ausentes de la sociedad: sólo los
monasterios esparcidos por toda Europa -que se difunden con fuerza a partir del s. V- mantienen
los restos de cultura, que por aquella época se ha separado ya totalmente del mundo griego, y en
ellos se cultivan los rudimentos de una filosofía que se desarrollará crecientemente a la sombra de la
teología. Isidoro de Sevilla (ca. 560-633) y Beda el Venerable (672-735) son los únicos nombres
relevantes de esta época. La ascensión de los carolingios supone el primer renacimiento que pone en
marcha la cultura de la Edad Media;
La primera escolástica
En el s. XI, según los medievalistas, se ponen los cimientos de lo que será propiamente el
pensamiento medieval: históricamente siglo del enraizamiento del sistema feudal, de la primera
cruzada, de la cuestión de las investiduras, de la aparición de nuevas órdenes religiosas
(cluniacenses, cartujos, cistercienses) es, desde el punto de vista de la filosofía, la época de las mal
llamadas discusiones entre «dialécticos» y «antidialécticos» y, sobre todo, la época de Anselmo de
Canterbury, considerado uno de los verdaderos iniciadores de la filosofía escolástica, junto con
Abelardo, Bernardo de Claraval y Ricardo y Hugo de Saint-Victor.
El s. XII representa la entrada en contacto con el mundo del islam. Los traductores de Toledo
introducen masivamente las obras de Aristóteles, Avicena, Averroes y otros. Los escolásticos
asumen la tarea de repensar en cristiano el pensamiento aristotélico que les llega por vía árabe.
Se produce, así, por la introducción de las obras de Aristóteles sobre todo, el segundo renacimiento
medieval del s. XII, que desembocará, en el s. XIII, en el apogeo de la Escolástica y la
configuración de sus grandes escuelas, el tomismo y el escotismo.
Le precede un interés creciente por la lógica aristotélica, conocida por las traducciones de
Boecio, cuyo uso teológico rechazará la teología mística que se cultiva en los monasterios. Es
época de florecimiento de las escuelas catedralicias. Los clérigos seculares -ni religiosos ni monjes-
se dedican más bien a las artes liberales. La escuela de Chartres y la de Saint-Víctor, en París,
cultivan cierto platonismo, pero no descuidan el quadrivium. En el mismo París nacen escuelas,
situadas a la orilla izquierda del Sena, en las que se cultiva preferentemente la dialéctica y se sigue
la lógica de Aristóteles; entre ellas destaca la de Pedro Abelardo (1079-11423), discípulo de
Guillermo de Champeaux, iniciador de la escuela de Saint-Victor. Frente a esta figura notable, se
alza la no menos importante de Bernardo de Claraval (1090-1153), severamente crítico con la
dialéctica, y la del propio Abelardo.
Sin la entrada masiva de obras greco-árabes a través de las escuelas de traductores, no habría
existido el contacto, transformador para la filosofía medieval cristiana, con las filosofías árabe y
judía y, a través de ellas, con la aristotélica. Los principales centros de traducción surgen en Toledo,
sobre todo, Palermo, Nápoles, Roma y Oxford. Entre los traductores destacan Gerardo de Cremona,
conocedor del árabe y del griego, que se instala en Toledo de 1167 a 1175; Juan Hispano, sefardí
convertido, que además de traductor es autor de obras originales, que trabaja en Toledo hacia 1130;
Domingo Gundisalvo, que vive en Toledo entre 1130 y 1180 y que traduce directamente del árabe la
Metafísica de Avicena.
Las obras de Aristóteles conocidas hasta este momento en el occidente eran únicamente la
traducción y los comentarios hechos por Boecio a las Categorías y al De interpretatione. Hacia
1130 se conocen, ya traducidas, las restantes obras del Organon: Analíticos primeros, Analíticos
segundos, Tópicos y Argumentos sofísticos. Entre 1150 y 1250 se traducen y conocen en todo el
mundo medieval las restantes obras aristotélicas de física, metafísica, psicología y ética, que en
París se conocen en su globalidad ya desde 1200.
El apogeo de la Escolástica
La Iglesia no recibe bien a Aristóteles: pronto va a prohibirse, en París en 1210, leer en las
facultades los libros de física de Aristóteles y, en 1231, el papa Gregorio IX los prohíbe de nuevo
«mientras no se corrijan». La facultad de artes de París, en cambio, los va a recibir con entusiasmo
y obligará a sus profesores a leerlos y comentarlos. Así nace el averroísmo latino.
Es el siglo, además, de las grandes escuelas filosófico-teológicas, de donde han surgido los
autores escolásticos de mayor relieve: Alberto Magno (ca. 1200-1280), dominico, hombre de
amplísima cultura que proyecta la tarea de introducir la filosofía aristotélica en todos los ámbitos
posibles; Buenaventura de Bagnoregio (1217-1274), franciscano, seguidor de Agustín de Hipona,
Avicena y Dionisio Areopagita y fundador de la escuela franciscana; Tomás de Aquino, discípulo
de Alberto Magno, que asume la labor de cristianizar el pensamiento aristotélico, y cuyas
doctrinas la Iglesia católica adopta (a partir del s. XIV) como las más adecuadas para la explicación
de los dogmas cristianos.
La Escolástica tardía
FILOSOFÍA MEDIEVAL: LA ESCOLÁSTICA.- Página 3 de 9
El s. XIV, mal llamado «época de decadencia» o siglo de la «crisis de la Escolástica», es más
bien tiempo de renovación social, política y filosófica: son las vísperas de un «renacimiento».
Aunque la escuela dominicana, o la filosofía de Tomás de Aquino, se fortalece de un modo
creciente, surge con fuerza una nueva escuela franciscana, protagonizada por Juan Duns Escoto y
Guillermo de Occam, que se opone a ella en muchas cuestiones. Tomismo y escotismo,
escolásticamente enfrentados durante siglos, escribirán las páginas posteriores de la historia de la
Escolástica.
El realismo de Duns Escoto, que supone una interpretación de Aristóteles que no sigue las
pautas trazadas por Tomás de Aquino, y el nominalismo de Guillermo de Occam resultan de una
modernidad sorprendente.
Aprovechando la coyuntura (luchas entre el papa Juan XXII y el emperador de Alemania, Luis
IV de Baviera), el averroísmo latino aplica sus principios al terreno de la política, lo que representa
la aparición de una filosofía política que se plantea los problemas que surgen entre el poder civil y
el poder religioso: Marsilio de Padua, Juan de Jandun y el mismo Guillermo de Occam teorizan
sobre ellos.
La física, que se desarrolla tanto a partir del quadrivium como de las obras de Aristóteles y de la
cosmología y astronomía árabes, se bifurca en dos modelos: 1) el de los calculatores de Oxford, que
representan un recurso a las matemáticas y a los experimentos sólo imaginados, y 2) el de Juan de
Buridán (ca. 1300-1358), basado en la física del impetus y en cierta independencia respecto de
Aristóteles; Nicolás de Oresme (ca. 1325-1382) participa de ambos modelos.
El método escolástico, que se elabora con el objetivo primario de ser un instrumento didáctico,
alcanza su pleno desarrollo formal con la llegada de las universidades medievales, entre los siglos
XII y XIII. Los instrumentos fundamentales eran la lectio (lectura de textos) y la disputatio
(discusión pública). En las facultades de derecho los textos leídos eran los decretos imperiales, el
Decreto de Graciano, las decretales, etc.; en las facultades de medicina se leían sobre todo textos
de Avicena y Averroes y textos antiguos; en las facultades de artes, convertidas en el s. XIII en
facultades de filosofía, se leyeron y comentaron de forma creciente textos de las obras lógicas y
físicas de Aristóteles; en las facultades de teología, los textos procedían de la Biblia, de obras de
los Padres de la Iglesia y de las colecciones de sentencias llamadas Libros de las sentencias.
Los escolásticos leían estos textos, discutían sobre ellos y predicaban acerca de ellos. La lectura
comentada de textos dio origen a las glosas literales y a los Comentarios sobre los libros de las
sentencias.
Las disputas académicas organizadas sobres cuestiones polémicas eran de dos clases: la cuestión
disputada ordinaria (quaestio disputata), que tenía lugar dos o tres veces por semana, de una manera
regular y que consistía en la discusión de un tema predeterminado al cual el lector o maestro debía
dar una respuesta final, y la cuestión extraordinaria sobre cualquier tema, de quolibet, llamada
también cuodlibeto, sin ningún orden del día y desarrollada por algún gran escolástico que discutía
públicamente con interlocutores voluntarios.
Los Cuatro libros de sentencias de Pedro Lombardo (s. XII) han sido una obra fundamental
en la producción literaria de la Escolástica. Las facultades de teología lo usaron como libro que todo
aquel que se iniciaba en la enseñanza debía comentar. Dividido en cuatro partes, contiene de forma
compendiada y sistemática las principales «autoridades» de la Biblia y la tradición sobre: 1) Dios,
2) la creación, 3) la redención y 4) los sacramentos. De los comentarios sobre este libro surgieron
las grandes obras Escolásticas denominadas Comentarios sobre los libros de las sentencias. Las
Sumas de teología son propias del s. XIII y son obras de síntesis y de madurez.
Libre, al fin, de la oposición de su familia, al cabo de un año marcha a París, donde es discípulo
predilecto de Alberto Magno, a quien sigue luego a Colonia; vuelto a París, redacta el Comentario a
las sentencias (1254-1256), inicia su labor como profesor y enseña en distintos lugares de Italia y
Francia: Anagni, Orvieto, Roma, Viterbo, París y Nápoles. En esta época escribe sus obras, entre la
que destacan Summa contra gentiles, escrito con finalidad misionera, y sobre todo la Summa
theologiae, considerada la obra de mayor relevancia de toda la escolástica. Muere mientras se
dirigía al concilio de Lyón, convocado por Gregorio X, en la abadía de Fossanova. Fue canonizado
por Juan XXII, en 1323, y proclamado doctor de la Iglesia en 1567. Tras la Contrarreforma, fue
considerado como el paradigma de la enseñanza católica, pero sus doctrinas no siempre habían
sido comúnmente aceptadas. En 1277, el obispo de París, Tempier, instigado por el papa Juan XXI,
antes Pedro Hispano, y cuyos manuales se utilizaban en muchas universidades europeas, condena
un determinado número de tesis entre las cuales una veintena son tomistas; el mismo año, Roberto
Kilwardby, dominico y arzobispo de Canterbury, prohíbe una treintena de tesis en la universidad de
Oxford, la mayoría de las cuales son tomistas. Desde 1280, los franciscanos recurrían, con fines
polémicos, a un Correctorio sobre el fraile Tomás, redactado por Guillermo de la Mare, en el que se
pasaba revista a los errores tomistas.
El gran mérito que se atribuye a Tomás de Aquino es el de haber logrado la mejor síntesis
medieval entre razón y fe o entre filosofía y teología. Sus obras son eminentemente teológicas,
pero, a diferencia de otros escolásticos, concede, en principio, a la razón su propia autonomía en
todas aquellas cosas que no se deban a la revelación. Para expresar esta autonomía y naturalidad de
la razón recurre a la filosofía aristotélica como instrumento adecuado y, así, para combatir el
averroísmo latino, utiliza sus propias armas: los textos mismos de Aristóteles. En la labor de
armonización del aristotelismo con el cristianismo, algunas de las cuestiones que Tomás de
Aquino ha de tratar de diferente manera son: Dios primer motor de un mundo eterno, el alma mera
forma del cuerpo, la preexistencia de las esencias.
Concibe a Dios no meramente, a la manera de Aristóteles, como el primer motor que, desde
siempre, mueve un mundo eterno, ni tan sólo a la manera de Averroes y Avicena, como causa
primera de un mundo eterno, sino como el ser subsistente (esse per se subsistens), o simplemente
el ser mismo, noción que se constituye en la idea central de todo su sistema. «Ser», que en
Aristóteles es la idea de «ser en cuanto ser», se convierte en «existir», y explica esta noción desde
la idea de creación, como un recibir el ser de otro o un comenzar a existir por otro; el que crea,
por tanto, ha de ser la perfección del existir, y en él se halla la plenitud o el acto puro de ser:
actus essendi. Sólo en el ser subsistente, Dios, cuya esencia es existir, se identifica realmente la
esencia y la existencia; en lo creado, esencia y existencia se distinguen y toda esencia, la del
hombre, por ejemplo, llega a existir sólo cuando recibe el ser por la creación, siendo entonces un
compuesto de esencia y existencia.
La creación es un acto libre de Dios, que da origen al tiempo. La tesis del «ser como acto»,
central en la metafísica de Tomás de Aquino, exige el complemento de la analogía del ser: el ser
que, según Aristóteles, «se dice de muchas maneras», permite entender a Dios a partir de lo creado
afirmando a la vez que es muy distinto de todo lo creado. La analogía permite construir los
argumentos de la existencia de Dios, o las conocidas cinco vías o maneras de llegar a saber que
Dios existe a partir de las cosas.
FILOSOFÍA MEDIEVAL: LA ESCOLÁSTICA.- Página 6 de 9
Las ideas de Tomás de Aquino sobre el hombre son igualmente innovadoras, respecto de las de
Aristóteles: el hombre es un compuesto de alma y cuerpo, pero el alma no es la mera forma del
cuerpo, que perece con él; es su forma, pero le da además el ser y la individualidad: el hombre
existe y es individuo por el alma, principio de vida vegetativa, sensitiva e intelectual; cada alma
posee, a diferencia de lo que sostenían Averroes y Avicena, su propio entendimiento agente y su
entendimiento posible; cada alma es por lo mismo depositaria de su propia inmortalidad.
La autonomía que atribuye a la razón humana, aun siendo limitada, plantea en principio la
posibilidad de una auténtica actividad filosófica independiente de la fe que, no obstante, Tomás de
Aquino no llega a desarrollar. Escribió comentarios sobre diversas obras de Aristóteles y practicó
todos los géneros literarios escolásticos de cuestiones disputadas, cuestiones cuodlibetales, tratados,
etc.; destacan, además de las mencionadas, De veritate y De regimine principum.
Filósofo escolástico escocés, nacido en Duns, Escocia, de donde le vienen los dos apelativos que
se añaden a su nombre. Tras ingresar a los 15 años en la orden de los franciscanos, estudia en
Escocia e Inglaterra y luego en París, donde alcanza el grado de maestro de teología el año 1305. El
año 1307 se traslada a Colonia, donde muere a los 43 años de edad. Durante esta época (1297-
1308), comenta las Sentencias de Pedro Lombardo, en Cambridge, Oxford y París y redacta
diversas cuestiones cuodlibetales; unas y otras son las fuentes principales de sus obras.
La postura de simple adversario intelectual de Tomás de Aquino, que le ha sido adjudicada por
una tradición poco crítica, queda desprovista de base por los estudios de los grandes medievalistas,
como Étienne. Gilson y P. Vignaux, que demuestran que la filosofía de Duns Escoto ofrece todo el
interés de una verdadera síntesis (si acaso apenas algo más que iniciada por la brevedad de su
vida) de gran altura especulativa, inspirada en una interpretación de Aristóteles que se apoya
principalmente en los comentarios de Avicena y que sustituye al tradicional neoplatonismo
agustiniano de los franciscanos. El objeto directo de la crítica de Escoto no es el aristotelismo de
Tomás de Aquino, sino el agustinismo de Enrique de Gante, que enseñó en la universidad de París
entre 1274 y 1290.
Filófoso inglés, nacido en Ockham, Surrey, una de las figuras más representativas de la
Escolástica tardía, junto con Juan Duns Escoto, de quien depende en muchos aspectos, y principal
representante del nominalismo. Tras ingresar en la orden de los franciscanos, estudió en Oxford.
Pese a no alcanzar nunca el título que habilitaba para enseñar teología, razón por la cual se le llamó
Venerabilis Inceptor [Venerable iniciado], enseñó en Oxford y en Londres. En 1324 se le obliga a
presentarse a la curia papal de Aviñón para responder a las acusaciones de herejía, cursadas por un
ex-canciller de la universidad Oxford, pero durante el proceso se ve envuelto en dos problemas que
alteran el curso de los acontecimientos: Luis de Baviera declara la superioridad del poder civil del
emperador sobre el del papa, y entre el papa Juan XXII y los franciscanos se declara la denominada
«guerra de la pobreza». Occam marcha a Baviera, en 1328, reside en Munich y toma partido por el
emperador; a partir de entonces escribe sobre temas políticos.
La filosofía de Occam se inscribe en la crítica que los franciscanos, por obra principalmente de
Duns Escoto, dirigían a la síntesis entre cristianismo y aristotelismo, intentada por Tomás de
Aquino. El punto de partida de la nueva propuesta filosófica de Occam es un empirismo
epistemológico (notitia experimentalis) que le lleva a ejercer una crítica radical a todo elemento
innecesario del edificio filosófico. Admitiendo que es posible conocer intuitivamente lo individual,
sin recurso alguno a la abstracción y a entidades ocultas, formas o conceptos -entidades todas, a las
que aplica el criterio de economía del pensamiento 2, conocido como navaja de Occam -, construye
su propia teoría del conocimiento (explicada sobre todo en su importante prólogo al Libro I de las
Sentencias): la base de todo conocimiento es el conocimiento intuitivo del singular, al cual llama
notitia intuitiva intellectualis; el conocimiento abstractivo que se añade a todo conocimiento
2
Principio metodológico, diversamente formulado según las épocas, que aconseja elegir la más simple de entre las
hipótesis o las explicaciones que puedan darse de un fenómeno.
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intuitivo, notitia abstractiva, no supone ninguna nueva operación del entendimiento para la
formación del concepto: se llama abstractivo, porque abstrae -prescinde- de la existencia del
individuo y, en él, el término se considera en sí mismo: es representación del objeto, en cuanto es
signo, pero no es una abstracción del objeto.
La lógica de Occam (su importante Summa logicae) trata de los términos en cuanto forman parte
de un sistema de signos lingüísticos. Divide el signo en escrito (scriptus), que puede distinguirse
también como vox, oral (prolatus) y mental (conceptus). El concepto es el signo mental (intentio)
que remite a las cosas existentes; sólo él es universal, por naturaleza, porque puede representar a
una pluralidad de individuos. En cambio, los términos escritos o hablados, que son
convencionales, no pueden ser naturalmente universales. Su referencia a los objetos individuales
es su significado. El significado lo explica mediante la suppositio, «suposición», la capacidad del
signo para ocupar el lugar de un objeto o de una colección de objetos. La suposición es personal, si
un término ocupa el lugar del individuo: «mi amigo del alma»; es simple, si ocupa el lugar de
muchos, siendo entonces propiamente una intentio de la mente (que posee esta capacidad de
elaborar signos naturales), como «todos los hombres son hermanos», y material, si el término se
refiere a sí mismo, como «hombre es bisílabo».
Con su teoría del conocimiento intuitivo individual ha de rechazar los clásicos argumentos
escolásticos para la existencia de Dios; o Dios es conocido intuitivamente, y no lo es, o sólo es
posible la fe en Dios. El mundo, creación totalmente contingente de Dios, no puede ser pensado
como un conjunto de relaciones necesarias; es un conjunto de cosas y de él conocemos sólo lo que
es posible por vía de la noticia experimental. Son rechazables, pues, entidades tales como el
espacio el tiempo, el movimiento, etc., como distintas de las cosas. A la lógica incumbe averiguar el
significado con que empleamos estos términos. El nominalismo se orienta, así, hacia una ciencia
física cada vez más interesada en indagar cómo suceden los fenómenos, que en conocer la realidad
subyacente a ellos. Se abre un camino para la matematización de la ciencia física por el que
transcurrirán lentamente los seguidores occamistas.
Occam marca el final de la Escolástica tardía; tras él, los continuadores son ya escuelas
(tomismo, escotismo, occamismo) y no figuras relevantes de la filosofía escolástica. Condenadas
sus obras en París, en 1339, se confirma la prohibición al año siguiente, en Roma, sólo para algunas
de sus afirmaciones.