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TEOLÓGICO-MORAL CRISTIANA
Marciano Vidal
sociales
1 No entro en la discusión sobre la validez epistemológica del concepto de paradigma tal como
lo formuló Th. KUHN, The Structure of Scientific Revolution (Chicago, 19802) 175: “an entire
constellation of beliefs, values, techniques, and so on shared by the number of a given
community”.
2
2. Pluralidad de tradiciones históricas
3
históricas en que se han manifestado los dos grupos de tradiciones. Baste
anotar la presencia simultánea de opciones contrarias en los grandes
períodos de la historia del cristianismo.
a. En el cristianismo primitivo
Las actitudes y las prácticas de los cristianos fueron muy variadas, llegando
a veces a ser contradictorias3.
4
adversario más furibundo del servicio militar, por considerarlo
incompatible con las exigencias de la fe6.
b. En la edad media
6 De idolatria, 19.
5
Pero también hay estrategias de signo pacifista. En la edad media resuena
el eco del pacifismo evangélico y origina prácticas a favor de la paz. A esta
época pertenece san Francisco de Asís, una de las máximas figuras de la
no-violencia. La Iglesia utilizó su poder, como organización supranacional
reconocida, para limitar las nuevas armas y la intensidad del conflicto
bélico; por ejemplo, el II Concilio de Letrán prohibió el uso de la ballesta
contra los cristianos, aunque no contra los considerados infieles.
c. En la edad moderna
7 Sobre las instituciones de paz medievales, cf. T. GERGEN, Pratique juridique de la paix et
trêve de Dieu à partir du concile de Charroux (989-1250). Juristische Praxis der Pax und
Treuga Dei ausgehend vom Konzil von Charroux (989-1250) (Bern-Berlin-Frankfurt-New York-
Oxford-Wien, 2004).
6
Es conocida la teorización sobre la guerra justa por parte de los teólogos
católicos a lo largo de la edad moderna: tanto por los teólogos del
renacimiento tomista y de la escuela de Salamanca (F. de Vitoria) como por
los teólogos de la Compañía de Jesús (F. Suárez, L. de Molina).
Pero, junto a ese dato que testimonia el apoyo a las estrategias de violencia,
existentes otros que denotan actitudes y prácticas a favor de las estrategias
de signo pacifista. En general, los humanistas cristianos se decantaron a
favor de la paz y en contra de la guerra: Luis Vives, Tomás Moro, etc.
Erasmo fue defensor del pacifismo en su Querela pacis (1517), un
desgarrador lamento ante las guerras que ensangrentaban la Europa de su
época; también comentó el adagio latino “Dulce bellum inexpertis”.
8 La bula Exurge Domine de León X (15 de junio de 1520) cita entre los errores de Lutero, en
el n. 34, la siguiente afirmación, tomada de la obra Resolutiones disputationum de
indulgentiarum virtute (1518): “Batallar contra los turcos es contrariar la voluntad de Dios, que
se sirve de ellos para visitar nuestra iniquidad” (DH, 1484).
9 FRANCISCO DE VITORIA, Relecciones teológicas. Edición de Teófilo Urdánoz (Madrid,
1960) 816.
7
iure belli)10, terminó su disertación con una reflexión nada belicista sino
más bien a favor de estrategias pacifistas: “las más de las veces, entre los
cristianos, toda la culpa es de los príncipes. Porque los súbditos pelean de
buena fe por sus príncipes. Y es una iniquidad que, como el poeta dice,
‘paguen los aqueos los delirios de sus reyes’”11. Podemos sospechar el
desagrado que esta constatación pudo causar a Carlos V, si es que llegó a
los oídos imperiales.
d. En la edad contemporánea
10 Ibid., 811-858
11 Ibid., 858.
12 El Desafío de la Paz, p. 59.
8
De la objeción de conciencia (a la guerra y al servicio militar) se ha pasado
a la aceptación de la insumisión, en cuanto actitud y práctica personal con
una carga de significación pacifista mayor13.
Hay que reconocer que los dos grupos de tradiciones mencionadas han
tenido, como objetivo, la consecución del bien de la paz. Si, según afirma
la encíclica Pacem in terris, “la paz en la tierra (es) la suprema aspiración
de toda la humanidad” (n. 1), también ésa ha sido la aspiración de las
diversas estrategias adoptadas por el cristianismo a lo largo de su historia.
Desde ese objetivo común es desde donde se tiene que hacer la valoración
comparativa entre ellas. A mi modo de ver, la tradición pacifista está más
cercana al mensaje evangélico de la paz y expresa mejor las exigencias del
Reino de Dios. Si se tiene como referente la paz mesiánica, es normal que
la presunción esté en contra de la guerra 14 y, consiguientemente, a favor de
las estrategias pacifistas.
Por otra parte, a la tradición que apoya y favorece las estrategias de una
respuesta violenta frente a los conflictos sociales, singularmente a los
interestatales y mundiales, hay que concederle que es más sensible a los
reclamos de la historia. Consiguientemente, encauza mejor otra de las
presunciones básicas del tema: la presunción por el principio de legítima
9
defensa15. También se puede decir de ella que da lugar a estrategias
históricamente más funcionales y eficaces. Al menos, son las que tienen
una aceptación mayoritaria.
-
Una mira más a la utopía del Reino y la otra tiene los ojos puestos en
la realidad inmediata de la historia.
-
Una tiene funcionalidad escatológica y a largo plazo y la otra posee
una eficacia histórica y a corto plazo.
-
Una se presenta con rasgos un tanto “carismáticos” y,
consiguientemente, busca sujetos preferentemente individuales y la otra se
ofrece como la solución más coherente con la condición humana ordinaria
y, consiguientemente, se sustenta en el sujeto colectivo.
En 1983, los obispos americanos valoraban del siguiente modo las dos
tradiciones: “Mientras la doctrina de la guerra justa ha dominado
claramente los últimos 1.500 años del pensamiento católico, el ‘nuevo
momento’ en el que nos encontramos contempla la doctrina de la guerra
justa y de la no violencia como distintos, pero interdependientes métodos
de valorar la guerra. Se diferencian en algunas conclusiones, pero
comparten el presupuesto común contra el uso de la fuerza como medio de
arreglar disputas. Los dos métodos se fundamentan en la tradición católica:
cada uno contribuye a la visión moral completa que necesitamos para la
consecución de la paz humana. Creemos que las dos perspectivas se apoyan
y complementan una en la otra, cada una de ellas preservando la
15 Un buen desarrollo de esta tensión, en: El Desafío de la Paz, pp. 43-47
10
deformación de la otra. Finalmente, en una era de guerra tecnológica, el
análisis desde el punto de vista de la no violencia y el análisis desde el
punto de vista de la doctrina de la guerra justa a menudo convergen y están
acordes en su oposición a métodos de guerra que son de hecho inseparables
de una guerra total”16.
11
-
sean realmente “activas”, en el sentido de cuestionamiento, oposición
y lucha contra la violencia estructural;
-
no decaigan en una actitud o movimiento “romántico” o de “utopía
fantasmagórica”, sino que se inserten en la posibilidad de lo real;
-
actúen no sólo como una postura personal-profética, sino como un
movimiento social-histórico;
-
se traduzcan en un programa serio de estrategias y tácticas
encaminadas a vencer las violencias injustas.
La aceptación de las estrategias del pacifismo y de la “no-violencia activa”
no significa que yo piense que, con ellas solas, se pueda alcanzar el bien de
la paz en este mundo tan complejo y tan condicionado por las estructuras
de poder. La entiendo como una opción, para algunos “carismática”, que ha
de ser vivida en referencia dialéctica con la opción de aquellos que trabajan
por la justicia y la paz utilizando otros medios menos “pacifistas”.
Nota Bene:
12
paradigmas indicados. A ese estudio podrán tener acceso los congresistas
que lo deseen.
13
condiciones que hacen justa una determinada guerra.
14
cambiado cualitativamente, debido al alcance y enorme poder destructivo
de las armas modernas y a la consiguiente extensión potencial de una
guerra que desbordaría todas las fronteras.
En los últimos años, sobre todo después de los atentados terroristas del año
2001 (11 de septiembre) a las Torres gemelas de Nueva York y al
Pentágono de Washington, han abundado los estudios sobre la revisión de
la teoría de la guerra justa. Ha sido en el ámbito lingüístico anglosajón
donde más atención se ha prestado al tema.
15
2. El paradigma “transicional” de la legítima defensa
-
Por la guerra fría y por la consiguiente polarización política entre dos
bloques: el comunista, dominado por la URSS; y el occidental, controlado
por Estados Unidos de América.
-
Por la amenaza nuclear, nacida de una loca carrera armamentística
(carrera que, al final, “estrangulará” la economía de uno de los bloques: la
URSS) y concretada en la política de la “disuasión nuclear”.
16
documentos (sobre todo el de la Conferencia episcopal de USA) y en vistas
a armonizar la doctrina sobre la guerra. la Santa Sede convocó a Roma para
un encuentro (19-20 de enero de 1983) a los Presidentes de las
Conferencias episcopales europeas y norteamericanas.
-
La guerra nuclear, bajo ningún concepto y en ninguna de sus formas
(“uso primero”; respuesta a un ataque convencional; uso nuclear limitado,
si es verificable esta hipótesis) puede ser considerada como un “mal
menor”.
-
La guerra convencional no es hoy solución racional ni moralmente
justificable para dirimir litigios ni para restablecer un derecho violado. Esta
17
condena se verifica con seguridad en la guerra “ofensiva” y con fuerte
probabilidad en la “defensiva”.
-
La posesión de armas nucleares. Poseer unas armas determinadas no
es ciertamente lo mismo que usarlas, ni siquiera tener la intención de
usarlas. Pero la posesión de armas nucleares es un hecho que, en la
coyuntura del momento, entraba de lleno dentro de la llamada “estrategia
de la disuasión”. En contraposición al juicio positivo de los Obispos
franceses sobre la licitud de la posesión (no uso) de las armas nucleares,
por parte de muchos se pensó que era más acertada la postura negativa de
los Obispos españoles.
-
Moralidad de la estrategia de “disuasión”. Mucho se discutió sobre
el concepto, la finalidad y la eficacia de la disuasión. Sobre su moralidad,
es obligado reproducir literalmente el juicio del Papa Juan Pablo II, en su
Mensaje a las Naciones Unidas (Asamblea Extraordinaria, 7 de junio de
1982), a saber: “En las circunstancias presentes, una disuasión basada en el
equilibrio, no ciertamente como un fin en sí misma sino como una etapa en
el camino de un desarme progresivo, quizá pueda ser juzgada todavía
como moralmente aceptable” (AAS 74 [1982] 879). Las palabras del Papa
no constituían una justificación moral de la disuasión sino la proclamación
de la urgencia moral para salir de ella caminando hacia el desarme real.
18
y, más concretamente, ante la guerra del Golfo (“la guerra es aventura sin
retorno”: discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede,
12/I/1991) y ante la guerra de los Balcanes (Discurso al Cuerpo
Diplomático acreditado ante la Santa Sede (16/I/1993).
19
En relación con este nuevo contexto, a la moral católica no le ha parecido
solución justa ni dejar a las naciones que diriman sus conflictos mediante
acciones bélicas (guerra de agresión o de invasión) ni apoyar la pretensión
de una potencia hegemónica en convertirse en el “guardián mundial”. La
primera solución, además de no tener la plena justicia de los fines,
engendra males inmensos en los medios utilizados (genocidios, odios
raciales, etc.). La segunda solución, con la apariencia de restaurar un orden
vulnerado, mantiene las injusticias dentro del país invadido y se aprovecha
de la guerra para aumentar más la hegemonía (geoestratégica, económica,
militar, política) de la potencia invasora.
La solución que propuso la moral católica, tanto para una situación como la
otra, fue la de alumbrar una nueva figura ético-jurídica que, superando la
inviabilidad de la guerra de “agresión” (de naciones o de grupos étnicos) y
la guerra “defensiva” de las superpotencias, restableciera el orden
injustamente vulnerado mediante métodos menos violentos y teniendo
como objetivo el bien de la población civil así como el bien común
mundial. El sujeto de esta solución tiene que ser la autoridad suprema
mundial. Y la actuación recibe un nombre: injerencia humanitaria.
20
Hay que reconocer que el resultado de estas experiencias no fue
excesivamente positivo. A las intervenciones acompañaron escándalos
lamentables por parte de las tropas intervinientes. Por otra parte, la
imparcialidad no fue la nota prevalente en la ejecución de los procesos de
intervención. A pesar de ello, se siguió teorizando acerca de los
significados de la injerencia humanitaria y acerca de su valoración desde el
punto de vista ético.
21
Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (16/I/1993);
Homilía con ocasión del Jubileo de los Militares y de las Fuerzas de
Seguridad (19/XI/2000); y, sobre todo, Mensaje para la Jornada Mundial de
la Paz del 1 de enero de 2000. A la voz del papa hay que sumar otras de los
responsables de la diplomacia vaticana y de la gestión de la Santa Sede,
como Agostino Casaroli, Angelo Sodano, Tarsicio Bertone, Angelo Sodano,
Roger Etchegaray.
22
Los atentados terroristas (Nueva York-Washington, 2001; Madrid, 2003;
Londres, 2005) y la guerra de Irak (2003) han sido los fenómenos que más
han conmocionado la conciencia colectiva de la humanidad, en las primeras
décadas del siglo XXI. El tema moral de la guerra se plantea ahora
teniendo en cuenta ese horizonte del terrorismo internacional y de la
búsqueda de una defensa, también internacional, contra él.
23
decantó cada vez más por la solución del diálogo. Así lo hizo en las
palabras del ángelus del 23 de septiembre de 2001 y en las intervenciones
que tuvo en el viaje a Kazajistán y a Armenia, realizado por aquellos días.
Tanto es así que algunos observadores vieron cierta tensión entre el
pensamiento explícito del Papa y la actitud de la curia vaticana, más
inclinada a la actitud comprensiva de los obispos norteamericanos.
El documento que mejor refleja esa opción por el diálogo fue el Mensaje de
Juan Pablo II para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz del 1 de
enero de 2002. En él se apelaba a la “necesidad del perdón” (nn. 8-11).
Terminaba con la afirmación-síntesis: “no hay paz sin justicia, no hay
justicia sin perdón: esto es lo que quiero anunciar en este Mensaje a
creyentes y no creyentes, a los hombres y mujeres de buena voluntad, que
se preocupan por el bien común de la familia humana y por su futuro”.
24
- Hubo un movimiento ciudadano internacional que se manifestó de
forma masiva contra la guerra de Irak (se habló de la cifra de 110 de
millones de personas en la protesta internacional del 15 de febrero de
2003).
25
ONU (resolución 1441 del 8/XI/2002) que no abría la puerta a la
legitimación de la intervención militar.
-
No se acepta la categoría moral de “guerra preventiva”20.
-
La teología moral católica, en términos generales, se opuso a la
moralidad de la guerra preventiva, concretamente a la intervención en Irak
(2003). Desde Pío XII prevalecía la opinión que sólo se podría aceptar la
guerra defensiva, nunca la ofensiva21.
26
III. Hacia el paradigma de la “construcción y defensa de un orden
mundial justo”
Nota Bene:
También en este apartado se sintetiza un estudio más amplio, al que
podrán tener acceso los congresistas que lo deseen.
Divido en tres grupos los factores que configuran el nuevo paradigma para
pensar y para actuar la paz mundial y, al mismo tiempo, dar respuesta a los
conflictos interestatales y mundiales.
Esta crítica que viene de Juan XXIII y que perdura hasta el presente aboca
a propuestas de signo positivos, entre las que conviene nombras las
siguientes:
27
-
Las Naciones Unidas deben situarse en el centro del nuevo orden
mundial. “Como lo hizo observar Juan XIII en Pacem in terris (n. 140) se
impone una autoridad pública mundial, no para limitar o sustituir la
responsabilidad de los Estados, sino por el contrario para abordar los
problemas fundamentales que las naciones, por sí solas, cualquiera que sea
su potencia, no pueden resolver” 23.
-
Junto al fortalecimiento de las instituciones internacionales hay que
apoyar también la institución, la consolidación y el funcionamientos de
otras instancias previas, como: 1) Las asociaciones regionales y
continentales (como la Unión Europea). 2) El liderazgo de las grandes
potencias cuando éstas trabajen por el bien común universal. 3) El
imprescidible papel de la sociedad civil mundial. Es fácil apreciar que en el
pensamiento de Juan Pablo II están presentes estas orientaciones, que
aparecen de una forma u otra en su extenso magisterio.
28
inevitable y legitimaba el instituto ético-jurídico de la guerra24.
2. Las exigencias irrenunciables de la justicia internacional
24 La primera condición que pone santo Tomás para legitimar la guerra es que sea convocada
por la autoridad del príncipe (“auctoritas principis”), ya que no existe autoridad superior (II-II,
q. 40, a. 1). Condición que es comentada así por un moralista tomista: “esta razón del Angélico
haría ilícitas todas las guerras entre las naciones de existir una autoridad supranacional, capaz de
garantizar sus respectivos derechos” (M. LLAMERA, Tratado de la Caridad: Suma Teológica de
Santo Tomás de Aquino, t. VII [Madrid, 1959] 1015). Lo mismo sostiene otro historiador de la
teología tomista: “si hubiera un tribunal superior capaz de imponer la justicia entre las naciones
como se impone entre los ciudadanos particulares la guerra no sería lícita, en el sentir de santo
Tomás (V. CARRO, La Teología y los teólogos-juristas españoles ante la Conquista de América
[Madrid, 1944] 218). Esta orientación tomasiana fue desarrollada por los teólogos de la escuela
de la Salamanca del siglo XV y por los teólogos de la Compañía de Jesús. Para Vitoria,
únicamente puede ser declarada la guerra por la autoridad de todo el orbe (orbis totius
auctoritate), de la que tienen delegación los príncipes a través del derecho de gentes (Relección
De iure belli, 19: l. c., 828).
25 Texto original en inglés en: Origins 23 (1993) n. 11, 188.
29
En esos dos frentes se resumen las exigencias de un auténtico plan
estratégico para la paz. Sobre el significado de tales exigencias ofrecen los
obispos estadounidenses valiosas orientaciones.
-
El respeto de los derechos humanos. “Una condición indispensable
para un orden mundial justo y pacífico es la promoción y la defensa de los
derechos humanos (…). Un mundo identificado por un verdadero respeto a
la vida, a la dignidad y a los derechos de la persona humana será un mundo
en paz”26.
-
La promoción del desarrollo humano. “Sólo importantes cambios en
el orden económico mundial detendrán el deslizamiento de la riqueza de los
pobres hacia los ricos…”27.
30
para España-, cuando se hace esa guerra con mayor daño y fractura de la
cristiandad, y dando posibilidad a los turcos de ocupar provincias de los
cristianos, deberá desistirse de esa guerra”28.
31
Tanto la propuesta de una ética convergente de las grandes religiones, a
modo de la defendida por H. Küng 32, como el diálogo interreligioso
conducen, por necesidad, hacia una opción por la paz y hacia el rechazo de
la violencia bélica33.
Introducir ese espíritu de paz en las religiones es una de las tareas en que la
Iglesia católica se ha empeñado en la época reciente, mediante los
“encuentros de Asís” (iniciados en 1986) y a través de la actuación de las
instancias vaticanas correspondientes.
SUMARIO
32
religión para justificar, para apoyar y para mantener el conflicto social. Por
el contrario, es una religión en cuyo horizonte reina el ideal de la paz.
-
Una de ellas opta por el “mal menor”: haciendo que los procesos
violentos sean de tal modo minimizados y, consiguientemente, moralizados
que traigan la paz “posible” en cada momento histórico.
-
La otra opta por el “bien mayor”: pidiendo actitudes y
comportamientos que sobrepasen la posibilidad histórica y vayan
adelantando el horizonte utópico de la paz.
33
de los dos paradigmas:
-
El paradigma de la “guerra justa” comienza a declinar con Pío XII. Es
Juan XXIII quien vislumbra otro planteamiento, todavía de forma negativa.
El Concilio Vaticano II lo intuye ya de de forma positiva. Juan Pablo II
“cambia las reglas de juego” y le da el golpe de gracia a la justificación
moral de la guerra justa.
-
El paradigma del “pacifismo” conoce una revitalización en diversos
movimientos sociales y en posturas de creyentes. Pero el golpe de gracia se
lo da la realidad del terrorismo internacional. Es difícil practicar el
pacifismo de los años 60 del siglo XX después del 11 septiembre (2001) de
Nueva York y de Washington, del 11 marzo (2003) de Madrid y del 7 julio
(2005) de Londres.
-
Integrar el compromiso de los Estados con el de los nuevos actores:
ONG, la sociedad civil mundial.
-
Hacer que aparezca la “autoridad mundial”: el ideal al que aspiran los
documentos pontificios.
-
Proponer y realizar un proceso de moralización basado en la
democratización, en la justicia económica y en el respeto a la creación.
34