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Julio Alonso e Iván Durán son dos españoles, periodistas de conflictos y guerras; los
llaman cuando “explota la bomba” en cualquier parte del mundo y, al mejor estilo del
personaje de su compatriota Don Miguel de Cervantes, cuando se les mete algo en la
cabeza no paran hasta lograr su cometido. La fermental mezcla tuvo sus frutos en
Darfur y los quiere tener en el Congo. La odisea de dos “Quijotes”.
Entender Darfur.
Es necesario tener las básicas de lo que ha estado sucediendo en Sudán, específicamente
en la región de Darfur, desde por lo menos el año 2003.
En Darfur hay un conflicto armado en el que civiles y ejército del gobierno están en
guerra. Como en muchos conflictos cada voz dice haber reaccionado al ataque de la
otra, sin embargo hay una realidad que no se puede ignorar y es que la población civil
sudanesa no tiene el poder económico ni el armamento que tienen las milicias
nacionales (el dicho popular es que la población va con lanzas que pelean contra
tanques) del presidente Omar Al- Bashir. Los rebeldes (la población civil) acusaba al
gobierno de oprimir a la población negra de Darfur. Lo que suena a algo no tan
dramático tiene un trasfondo que sí lo es, y que retrotrae a la Segunda Guerra Mundial:
la limpieza étnica. El presidente de Sudán es árabe y comulga con la teoría panarabista
de la reunificación de todos los estados árabes, incluidos los del norte de África, entre
los cuales figura Sudán. En esta teoría, radicalizada a su máxima expresión en este caso,
la población negra africana no tiene lugar, por lo que se debe eliminar. A lo que es la
base del conflicto se suman intereses económicos de países con gran influencia en el
territorio, además de temas geopolíticos estratégicos en la región, lo que termina
siempre perjudicando a la población y brindando más poder al gobierno.
Las milicias árabes, conocidas como Janjaweed son quienes lanzaron los ataques contra
la población negra. El gobierno niega apoyar a dichas milicias pero desde diversos
grupos que han logrado ingresar en el territorio, se supo que el gobierno no sólo apoya a
los Janjaweed sino que su objetivo final es terminar con las poblaciones Fur, Massaleet
y Zagawa. Al-Bashir reconoció públicamente que sus milicias sirven como
“autodefensa”, ante los ataques de la población civil, teoría que cuesta creer por una
cuestión obvia de proporcionalidad de fuerza, armamento, contingente y poderío. El
relato a continuación prueba, ante los organismos internacionales y el mundo entero,
que en Darfur hubo un genocidio* y que en el proceso se utilizaron metodologías
atroces y violaciones a los derechos humanos de todo tipo.
Los propios refugiados (de acuerdo a datos de Naciones Unidas se estima que son más
de dos millones desde que comenzó el conflicto) describen ataques aéreos lanzados
desde aviones del gobierno y de miles de hombres a caballo que destruyen aldeas,
matan hombres, violan mujeres, roban todo lo que encuentran y destruyen lo que hay a
su paso. El número de muertos se estima en trescientos mil, pero es muy probable que la
cifra sea mucho mayor. En los campamentos de refugiados muchos niños mueren de
desnutrición y enfermedades provocadas por la falta de recursos, de alimento y de agua
potable. Algunos (miles) se refugian en el vecino Chad, otros acampan en las fronteras.
En medio del caos, el oscurantismo y un sinfín de obstáculos interpuestos por las
autoridades para que los extranjeros no puedan ingresar al país, y mucho menos a ver
las poblaciones enteras arrasadas, el presidente al-Bashir desafió a la comunidad
internacional a probar que había habido genocidio en Darfur. Aquí es donde aparecen
estos periodistas, humanitarios y documentalistas: Julio Alonso e Iván Durán, con un
relato para no olvidar.
Habiendo tantos lugares más “despejados” para ingresar ¿por qué Darfur?
Todo empezó en el tsunami del 2004 (el que se produjo en el océano Indico y afectó a
las costas del sudeste asiático, sobre todo en Tailandia e Indonesia). Además de
periodistas nosotros hacemos tareas de rescate, de reconocimiento previo de los lugares
donde hay catástrofes y, sobre todo, somos humanos, y no podemos estar ajenos a las
cosas que vemos por nuestras profesiones. Llegamos con un equipo de emergencia y la
tarea fue muy fea porque como ellos eran budistas y no podían tocar los muertos, y
había lío entre musulmanes y budistas, tuvimos que formar un equipo para enterrar
cadáveres. Pero además nos encontramos con que los colegios psiquiátricos estaban
destruidos, los locos y los niños abandonados, y entonces decidimos quedarnos a
reconstruirlos. Hablamos con la ONG española a la que pertenecíamos, y de diez días
que nos íbamos a quedar, estuvimos un año. Durante ese tiempo tuvimos muchas
noches y muchas botellas de ron para hablar del mundo, del periodismo, de la vida…
una de ellas vimos una declaración del presidente de Sudán que retaba a la sociedad
internacional a presentar las pruebas de que había habido un genocidio en su país.
Habían expulsado a un equipo de la BBC que había logrado una foto de las tumbas y
habían metido en la cárcel a gente de Médicos sin Fronteras por colgar en la página web
las violaciones a la niñas. Lo que dijo nos pareció una “chulería” asique decidimos ir.
No podían entrar periodistas pero nosotros, que teníamos currículum suficiente de
trabajar en ONG, lo que podíamos hacer era intentar entrar como voluntarios con alguna
de ellas.
O sea que fue una cuestión de desafío ante algo que parecía imposible llevar a la
realidad. Lo primero: ¿cómo lograron entrar?
De pronto salió una oferta de parte de la presidencia de Sudán que era para dar un curso
de video en Darfur, lo cual era como una broma porque donde iban a hacer un curso de
video no sabían lo que era una televisión, no hay electricidad…Esto es propaganda que
ellos hacen para demostrar que cooperan con la ONU, pero toman las cosas que para
ellos pueden ser más inservibles. Allá fuimos como profesores de video, no conocíamos
a nadie en Darfur pero lo que sí hicimos fue documentarnos muy bien. Tuvimos un
poco de suerte porque en Sudán no se puede entrar con alcohol ni con cámaras de video,
que era justamente lo que teníamos, 3 botellas de ron, y montón de cámaras, trípodes,
etc. Pero con el lío de los funcionarios de controlarnos, porque éramos los que veníamos
de una ONG a dar las clases, y que justo venían un grupo de diplomáticos iraníes, y
todos estaban distraídos con eso, pues pasamos.
Desde el primer día nos levantábamos a las 4 de la mañana y nos íbamos a caminar al
desierto, buscando promontorios o señales de algo. Así estuvimos cuatro días, mientras
dábamos el curso a niños y a niñas. Un día el traductor, que se llama Mohammed, y es
un personaje clave en esta historia, nos dijo “¿Qué quieren?”…con la respuesta nos la
jugábamos, no sabíamos de qué lado estaba el, pero por supuesto que avanzamos:
“Sabemos que aquí pasan cosas y queremos saber qué”. A lo que contestó: “Quieren
saber dónde está la gente que no está?”. Y a partir de ese pequeño diálogo todo sucedió.
O sea que a partir de ahí sabían que el contacto con la gente les iba a brindar la
información que habían venido a buscar…
Nos llevó a una escuela y nos dijo: “Estos niños son los depositarios de la memoria”. Y
les pidió: “Hagan un dibujo de lo que pasó en sus casas”. Lo que vimos fue terrible, hay
de violaciones, de cabezas arrancadas, de fosas comunes y el que más nos impactó es
uno de varios niños jugando al fútbol, pero todos sin brazos.
Después de la escuela reunió gente joven de las aldeas y dijo: “Quien quiera arriesgarse
que lo haga, tenemos una oportunidad de gritarle al mundo y ellos son los altavoces”. Y
empezó uno de ellos: “Yo sé donde está mi gente, los tenemos guardados y los podemos
llevar”. Y enseguida se paró una maestra que dijo: “Yo tengo una hija de 13 años y la
han violado, y quiero que el mundo lo sepa”. Fuimos a ver a la hija y fíjate lo alucinante
e inocente de la niña, que con 13 años nos estaba relatando cómo 6 hombres la habían
violado, y le dijimos: “¿Qué te gustaría que hiciéramos?” y ella nos contestó: “Que les
pegueis”. Estas cosas te cambian el chip. Nos dedicamos a documentar cada niña como
una de las pruebas que íbamos a presentar ante el Tribunal Penal Internacional (TPI,
creado por la ONU para enjuiciar crímenes de lesa humanidad y genocidios, crímenes
de guerra y agresión).
Luego, como segunda prueba, nos empezaron a llevar a ver “los que no están” y
veíamos lugares con 200 y 300 cadáveres. Nos quedamos muy impresionados porque
vimos entre seis mil y siete mil cuerpos, y sólo vimos un diez porciento de la zona de
masacre, incluso llegamos a lugares donde no se podía ingresar, arriesgándose ellos, que
son los locales, mucho más que nosotros, los extranjeros.
La tercer prueba, también testimonial, la conseguimos en un pueblo Janjaweed, con la
excusa de que íbamos a vacunar niños porque justo había habido una epidemia de polio.
Mientras estábamos vacunando (sabemos vacunar) vino un señor diciendo que vendía
cortinas. Mohammed dijo que le compráramos una así la poníamos para la vacunación,
luego supimos el por qué de la recomendación…el señor era superviviente de una de las
masacres. Le dijimos si quería testimoniar sin sacarle la cara y nos contestó que ya
estaba muerto asique no le importaba, que prefería morir del todo haciendo algo por el
pueblo. Nos contó que los mataron a todos a tiros y los dejaron ahí toda la noche, el
tenía dos tiros en la pierna pero se salvó debajo del montón. Cuando logró irse se quedó
por el camino y vio cómo los que habían caído prisioneros descuartizaban a sus propios
compañeros (que podían ser amigos, hijos, familiares) con hachas y machetes, llorando
y gritando. El relato ya era espeluznante pero lo que nos terminó de desmoronar fue que
se levantó la túnica (usan túnicas blancas) y era un cuerpo totalmente quemado, pero no
por líquidos sino por hierro candente, eran como cuadros. Es un método de tortura,
quemarlos con hierros al rojo, esperan a que se les curen las heridas, y cuando están a
punto de sanar los vuelven a quemar.
Terrible, no sabíamos bien cómo hacer, pero al tiempo nos llamó Mohammed, que tenía
las pruebas y que quería salir de Sudán. Le mandamos todo el dinero que nos quedaba a
través de una ONG, para que pudiera sobornar a todos los que necesitara para llegar a la
frontera. Nosotros lo esperamos por la frontera sur de Sudán y teníamos que intentar
llegar con un auto a algún lugar donde se pudiera tirar para adentro y salir como
pudiéramos. Hablamos con el TPI y logramos que nos dieran un teléfono satélite, y que
mandaran una misión a Nairobi (porque en Sudán no puede entrar una misión oficial de
la ONU), para tomarle testimonio. En el interín, cuando Mohammed estaba recorriendo
el país para llegar a la frontera lo metieron preso durante 5 días, porque pensaban que
había robado la cámara, pero por suerte pudo conservar las cintas. Cuando salió se
enteró que iban a matar a su esposa, que la habían condenado a latigarla por ser la mujer
de Mohammed, pero además la iban a acusar de adulterio, para luego lapidarla
(entierran a la mujer hasta el cuello, sólo queda la cabeza hacia afuera, y luego le tiran
piedras hasta matarla, es un castigo que se impone en algunos países musulmanes). Con
estas noticias Mohammed tuvo que volver para atrás, agarró a su mujer y se escaparon
por el desierto, y tardaron como tres semanas en atravesar Sudán. Lograron
comunicarse con nosotros, los pudimos sacar, los llevamos a Nairobi y ese fue el primer
testimonio contra el presidente Al-Bashir. Al cabo de dos o tres meses salió una orden
de captura contra el primer presidente en ejercicio de Sudán …Y así hicimos Darfur.