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¡Quédate

conmigo!
Ylenia Orbit















Es una obra de ficción, los nombres, personajes, y sucesos descritos son
productos de la imaginación del autor. Cualquier semejanza con la realidad es
pura coincidencia.
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, sin el permiso del
autor.










Capítulo I
Hace un año que decidí vivir en pareja con Gustavo y cuando eso pasó, pensé
que mi vida estaba completa. Apenas estaba cumpliendo veintisiete años de edad
y lo tenía todo, era una mujer exitosa, enamorada y con un gran hombre a mi
lado ¡Qué más podía pedir!
—¿Qué quieres hacer para celebrar nuestro primer año viviendo juntos, mi vida?
— Me pregunto Gustavo mientras cenábamos en el restaurante de la familia.
—Hagamos un viaje, me gustaría conocer un país asiático, su cultura me atrae
mucho ¡Siempre te lo he pedido, pero no has querido complacerme, mi vida! —
Le sonreí, al mismo tiempo le acariciaba su mejilla.
Gustavo giró su cabeza en negación y frunció el ceño, insinuando que mi idea no
le atraía. Nuestros gustos eran totalmente diferentes, a veces pensaba en cómo
habíamos alcanzado a estar siete años de noviazgo y un año de estar viviendo
juntos y la respuesta era muy fácil ¡Cada uno andaba por su lado!
—Siempre te complazco en todo mi vida, pero de vez en cuando es bueno que
también te intereses en hacer algo que me guste — Le dije un poco
decepcionada.
—Esther, no tienes por qué ponerte triste. Tú sabes que nosotros nunca hemos
tenido esos problemas de viajar. Nunca nos hemos puesto de acuerdo, tus gustos
y los míos siempre han sido diferente ¿Por qué tenemos que cambiar eso ahora?
Ya tenemos mucho tiempo juntos, mi vida, hemos discutido porque no
coincidimos en algún lugar para viajar y así ha sido por años, mi vida — Me
dijo, recordándome una verdad que de alguna manera quise cambiar.
—Lo que pasa, Gustavo, es que pensé que, al vivir juntos, podías hacer un
esfuerzo, tú sabes que mi pasión por las culturas va más allá de un simple gusto.
Desde que hice la especialización en culturas del mundo, no he tenido la
oportunidad de ponerla en práctica, mi vida. En cambio, yo, te he acompañado a
todos tus eventos y reuniones con amigos y tú… siempre estás ocupado cuando
se trata de mí — Le dije con nostalgia.
—¡Deja de pensar de esa manera, mi vida! Creo que te está afectando el que
ahora estemos viviendo juntos — Me dijo con una carcajada, burlándose de mí
al pedirme que olvide lo que para él siempre han sido caprichos —Mejor vamos,
mi vida, quiero que lleguemos a casa para ver el primer capítulo de la nueva
temporada del cazador — Me comentó muy emocionado, al mismo tiempo que
me extendía su mano para ayudarme a levantar.
Nos fuimos en el coche de Gustavo hasta la casa y yo iba en todo el camino
pensando y me preguntaba una y otra vez en cómo había pospuesto por tanto
tiempo lo que realmente me apasionaba por el amor de un hombre. Me estaba
cuestionando tantas cosas que seguramente se trataba de eso que muchos
llamaban la crisis del primer año en pareja.
Gustavo me miraba y yo le sonreía, pero realmente no podía dejar esa sensación
de que algo me estaba sucediendo en mi interior. Llegamos a la casa y él,
literalmente corrió a lanzarse sobre el sofá para tomar el control y encender la
televisión, ahí se quedó inmóvil, como si fuera alguno de los floreros que
adornaban la casa. No sabía porque en cuestión de horas mi manera de sentir y
de pensar había cambiado y me di cuenta de que mi vida con Gustavo siempre
fue una rutina, lo peor es que esa condición la había legalizado de alguna manera
cuando decidí vivir junto a él.
Mientras Gustavo estaba embelesado con la serie televisiva, yo me fui al estudio
y abrí mi laptop para viajar como siempre a través del blog de un viajero del
mundo que me hacía transportar con cada una de sus publicaciones.
Aprovechaba esos momentos en los que Gustavo se alejaba de mí para estar a
solas con mis sueños. En esa página dejaba correr mi imaginación e interactuaba
con otras personas que compartían mi pasión por la cultura.
Mientras revisaba las nuevas entradas del viajero del mundo, me di cuenta de
que habían colocado un anuncio en el promocionaba un viaje y casi salto de la
alegría al leer que el destino era hacia China. Mi corazón saltó de emoción
porque de tanto tiempo que tenía siguiendo cada una de sus aventuras culturales,
nunca había invitado a viajar a un país asiático. Me levanté muy rápido y traté de
buscarle conversación a Gustavo para ver si de alguna manera lo contagiaba con
mi emoción.
—¡Mi vida, acaban de publicar un viaje a China, pero lo más emocionante es
que van a hacer un tour por todo el país asiático! — Le estaba diciendo a
Gustavo y en ese momento logré llamar su atención.
—China, ¿qué es eso, mi vida? ¡Ven, siéntate conmigo, este capítulo está muy
bueno! —Me respondió, mientras se puso más cómodo a lo largo del sofá, tomó
el control y le subió más el volumen.
Sí, había logrado llamar la atención de Gustavo, pero para ignorar como siempre
cada una de mis palabras cuando de algún viaje se trataba. Comencé a llorar y
me regresé al estudio y preferí quedarme frente a la laptop para seguir leyendo
sobre el viaje. Después de un rato, Gustavo se acercó y como siempre, comenzó
a darme cariño, porque eso sí que lo hacía muy bien, me trataba con mucho
amor, nuestra única diferencia estaba en los gustos que no compartíamos.
—¿Qué hace mi preciosa Esther? — Me preguntó, al mismo tiempo que me
abrazaba estando aún en la silla y comenzó a darme muchos besos.
En otras ocasiones, sus besos y caricias hacían que olvidara esas desavenencias
que había entre nosotros, pero ese día, sentí que ya no podía seguir aguantando
más.
—Nada, mi vida, solo miraba algunas páginas — Le dije y enseguida cerré la
laptop y me levanté, pero Gustavo ni cuenta se dio que mi estado de ánimo
estaba por el suelo.
Él siguió muy cariñoso, me cargo entre sus brazos y me llevó hasta la cama para
continuar con sus juegos de caricias y besos que hasta hace unas horas me hacían
sentir bien. Pero esa vez no pude continuar y hacer que todo estaba bien.
—No, no puedo Gustavo. Algo no está bien entre nosotros, ya me está afectando
que no podamos viajar, son demasiados años juntos y no somos una pareja
normal — Le dije y apenas me escuchó, se sentó en la cama muy indignado.
—¡Esther, pensé que habíamos dejado ese tema resuelto en el restaurante! ¿Por
qué lo traes a nuestra habitación? No entiendo esa manía tuya en hacer una
tragedia por un bendito viaje — Me gritó muy molesto, se arregló su camisa y
salió de la habitación.
Yo lo seguí mientras me arreglaba en cabello con las manos y, pero no pude
detenerlo cuando salió por la puerta. Cuando me asomé por la ventana, vi cómo
se iba en su coche y me quede un poco preocupada porque después de tantos
años juntos, nunca habíamos discutido con esa magnitud. Después de dos horas,
Gustavo regresó a casa y como si nada hubiera pasado, me pidió disculpas y se
sentó para que habláramos.
—¿En verdad crees que estamos mal, mi vida? — Me preguntó al recordar lo
que le había dicho cuando estábamos en la cama —Si todo ha estado bien entre
nosotros, eres mi mujer ideal. Es cierto que nunca hemos viajado juntos, pero sí
hemos salido a compartir y eso también vale. Yo he tratado de hacer un viaje
contigo, pero es que me parece una tontería eso de las culturas — Me dijo y sus
palabras terminaron de abrir un agujero en la estabilidad emocional que creí
tener a su lado.
—¿Una tontería? ¡Vaya, eso no lo sabía! Siempre creí que no teníamos gustos
afines para poder escoger un destino, pero que te parezca una tontería lo que
para mí es una pasión, eso sí me cae mal, Gustavo — Le dije mientras me
llevaba las manos sobre el pecho.
Sus palabras me afectaron mucho, me sentí como una verdadera tonta que
esperaba que en cualquier momento Gustavo me diera la buena noticia que
íbamos a compartir un viaje, juntos. Vivir en pareja no era para nada difícil, lo
que se tornaba insostenible para mí es que no haya respeto o algo en común.
En ese momento, solo pude mirarlo con desprecio y me fui a encerrar al estudio.
Abrí mi laptop y continué leyendo el blog de un viajero del mundo, pero con mis
ojos empañados por las lágrimas. En mi mente, escuchaba una y otra vez a
Gustavo decir que mi pasión era una simple tontería y la decepción se apoderaba
de mí.
—¡Mi vida, no te pongas así, por favor! — Me dijo Gustavo al entrar de repente
en el estudio —No quise decir que era una tontería, pero hay otras cosas más
importantes que eso, como el deporte, por ejemplo — Me dijo de manera
irónica, al mismo tiempo que pretendía besarme.
—¡Y cómo la serie el cazador, supongo! — Le grité, mientras lo apartaba de mi
con mis manos —No comiences con esos juegos, Gustavo y quiero que sepas
que después de tanto tiempo juntos, he decidido alcanzar mis sueños contigo o si
ti —Me senté nuevamente y continué revisando la página como si él no
estuviera. Enseguida salió del estudio y se fue a la cocina por un vaso de agua
para evadir la nueva discusión que estábamos a punto de iniciar.
Me quede pensativa, creyendo que tal vez había cometido un grave error al vivir
con Gustavo. Antes no afectaba tanto porque nos limitaban los estudios y por eso
nunca pudimos viajar juntos, pero ya después de convivir como una pareja,
pensé que todo podía cambiar y no fue así ¿Realmente era ésa la vida que
quería? Me pregunté y sin pretender darle vueltas a mis pensamientos, la
respuesta llegó fácilmente ¡No, no era esa vida la que quería vivir! Aunque
Gustavo había sido el más atento y cariñoso conmigo, no podía seguir con una
venda en los ojos, por eso, necesitaba cambiar el rumbo de mi vida.
Rápidamente entre al enlace de la promoción del viaje a China, pero ya era muy
tarde, todos los boletos estaban reservados. Sentí una profunda tristeza, solo me
quedaba esperar que colocaran las fotografías a su regreso para poder conocer
tan místico lugar. No pude contener mis lágrimas, lloraba de impotencia porque
en cuestión de minutos había dejado pasar una gran oportunidad, como todas las
que pasaron durante todo el tiempo que he estado en una relación con Gustavo.
Una semana después, Gustavo compró boletos para el partido de futbol nacional
como regalo para celebrar nuestro primer año viviendo juntos. No tomó en
cuenta la discusión que habíamos tenido sobre eso, lo olvidó completamente y
como siempre, solo pensó en lo que le gustaba a él.
—No voy a ir a ese partido, Gustavo, voy a buscar alguna actividad que me
guste, en adelante voy a pensar en mí — Le dije, pero él estaba tan emocionado
que lo menos que hizo fue prestarme atención.
—¡Está bien, mi vida! Lo menos que quiero es discutir, es más ¿Por qué no
haces un viaje, de esos que tanto has querido hacer? Ya verás que cuando
regreses vas a estar más relajada y todo va a seguir como ante — Me dijo y
enseguida me dio un beso y se lanzó al sofá a ver la serie el cazador.
Después de escucharlo decirme con tanta ligereza, comprendí que no había
ningún motivo que me atara a Gustavo, más que la costumbre de vernos y
tratarnos como novios. Esos días del fin de semana, fueron como si estuviera
sola en casa, Gustavo por su lado y yo por el mío; cuando mucho, nos
saludábamos con un simple beso y coincidíamos durante las comidas.
El lunes, me levanté con mucho ánimo, el sol estaba deslumbrante y me vestí
muy colorida para ir al restaurante a trabajar, al menos ahí ponía en práctica
sobre lo que había aprendido en la universidad acerca de la gastronomía de otros
países. Gustavo al ver que yo estaba tan sonriente, hizo un intento por
agradarme.
—¡Estás hermosa, Esther! ¿Conseguiste algún destino para que conozcas? Mira
que este fin de semana es el partido de futbol y me gustaría que te pudieras
divertir haciendo algo que te guste — Me preguntó como si me estuviera
haciendo algún favor.
—No, no te preocupes, ve tranquilo a tu juego, yo veré en qué me entretengo —
Le dije y enseguida salí de la casa.
Apenas llegué al restaurante, me fui directo a la oficina para ver si actualizaba el
menú del día, de alguna manera me gustaba que los comensales contaran una
gran variedad. Ese día, terminé muy temprano y necesitaba un poco de
distracción y que mejor si lo hacía mirando el blog del viajero del mundo. Entré
a su página y como si el destino me diera alguna señal, había un cupo disponible
para el viaje a China. Sin pensarlo, como si fuera una reacción desesperada,
pulsé la opción de reservar y llegó de inmediato el formulario a mi correo. Llené
todos los datos y de una vez, pagué con mi tarjeta de crédito, pensé que todo
estaba listo, pero la emoción fue tanta cuando me llegó un nuevo correo.
“¡Enhorabuena, amiga Esther! Nos vemos este viernes en el aeropuerto para
tomar el vuelo a China. La aventura cultura con el viajero del mundo, está a
punto de comenzar ¡Te esperamos!”.
Mi corazón comenzó a brincar, emocionado porque al fin iba a materializar uno
de mis sueños, casi que se salía de mi pecho por irse a casa y hacer el equipaje.
Hasta que también decidí escuchar a mi corazón y salí sin decir nada para mi
casa.
—¿No fuiste a tu trabajo, Gustavo? — Le pregunté al verlo acostado en el sofá
de la casa.
—Sí, mi vida, solo que le di unas instrucciones a Paco y me vine a ver el
capítulo de final de temporada del cazador — Me respondió, pero ni tan solo me
miró para no perder la secuencia de la escena que estaban pasando en ese
momento.
—¡Comprendo! — Le grité tratando de llamar su atención, pero fue inútil —Este
viernes me voy a un largo viaje, voy a conocer China — Le comenté y a cambio,
obtuve una risa irónica de su parte.
—Está bien, Esther, apenas termine aquí me cuentas — Me respondió, como
siempre demostrando su desinterés.
Me senté frente a mi laptop y comencé a revisar los comentarios de todos los que
iban a viajar y me di cuenta de que se trataba de un grupo muy grande,
prácticamente estaban comprometidos todos los asientos del avión para los
seguidores de un viajero del mundo. No podía negar que había cierto temor,
porque no conocía a ninguna de esas personas, pero me reconfortaba saber que al
menos compartíamos el mismo gusto por la cultura.
No recuerdo cuántas horas pasaron desde que había llegado a la casa, pero
cuando me di cuenta, ya el sol se había ocultado y cuando me asomé para ver si
Gustavo seguía frente al televisor, no logré verlo por ninguna parte, hasta que,
con un grito, me sorprendió.
—¡Mi vida, ven a la mesa! — Gritó y cuando me acerqué, vi que estaba
poniendo los platos sobre la mesa y por un momento creí que íbamos a conversar
sobre mi viaje.
—¡Gustavo, gracias por esto! ¿En qué momento preparaste la cena? Ya estaba
pensando en que preparar para comer — Le dije muy entusiasmada por el interés
que estaba demostrando, aunque lo afectuoso no se lo podía negar.
—Todo lo hago por ver a mi mujer feliz, mi vida. Ahora cuéntame de ese viaje
¿Para dónde es que te vas? — Me preguntó y me entusiasmé por querer
compartir mi felicidad con él.
—China, ese el destino del viaje, Gustavo y salimos el viernes — Le di todos los
detalles del viaje y por primera vez en mucho tiempo, Gustavo estaba
escuchando muy atento, hasta que el encanto se terminó.
—Me imagino que ese viajecito nos salió muy costoso, Esther. Debiste
consultarme primero, yo quiero ampliar el bufete y creo que esos ahorros me
hubieran servido para eso. Además, quiero cambiar el coche, mi vida — Me
reprochó, cuando el dinero nunca había sido un obstáculo entre nosotros.
—Sí, fue muy costoso, pero para alcanzar mis sueños estoy dispuesta a sacrificar
un poco ¡Ah! El dinero no lo tomé de nuestra cuenta en común, lo pagué con mi
dinero, así que, si quieres disponer de lo que tenemos ahorrado para tus
caprichos, hazlo. Ya se me quitó el hambre, Gustavo — Me levanté de la mesa y
lancé la servilleta sobre el plato.
Gustavo solo pensaba en él, aunque hiciera lo imposible por tener un gesto de
emoción por lo que yo pudiera lograr, al final sus pretensiones siempre iban a
estar por encima de las mías. Más tarde, nos fuimos a acostar y después del
desaire, el pretendía que hiciéramos el amor como si las cosas entre los dos
estuvieran normales, así que esa noche me fui a dormir al cuarto de huéspedes.











Capítulo II
Cada día se enfriaba más nuestra relación, pasamos de ser una pareja perfecta a
casi ser unos desconocidos, hasta el punto de que ni nos despedimos antes de
irme al aeropuerto. Aunque la emoción de subirme en un avión con un grupo de
personas que compartían el mismo destino me llenaba de alegría, pero también
estaba muy triste porque en el fondo de mí corazón, siempre quise contar con el
apoyo de Gustavo y que él viviera este sueño conmigo.
Apenas me subí en el taxi, las lágrimas hablaban por mí, era como una sensación
entre amargo y dulce que tenía confundida. Por un momento, quise regresarme y
llegué a pensar que tal vez Gustavo tenía razón y que eso que siempre había
soñado no era más que una tontería, pero cuando llegué al aeropuerto, mi manera
de pensar cambió completamente y me di cuenta que no estaba siendo una tonta
al dudar de lo que para mí formaba parte de mi vida.
—¿Esther? — Me preguntó inmediatamente que me bajé del taxi, una de las
guías con una gran sonrisa.
—Sí, soy yo — Le respondí con una gran sonrisa, al mismo tiempo que me
retiraba de mi rostro las gafas de sol.
—¡Bienvenida! — Me dijo y al mismo tiempo me colocó un brazalete en mi
muñeca que me identificaba como parte del grupo del viajero del mundo —Por
favor, sígame, voy a presentarles a sus compañeros de esta gran aventura y al
señor José Rafael, el viajero del mundo — Me llevó a través del pasillo, justo
hasta la entrada del avió y cuando abordamos, las sonrisas de todos no se
hicieron esperar —Señor, José Rafael, ella es Esther, la última pasajera. Se la
dejo, que tenga feliz viaje — Nos presentó y se bajó del avión.
Mi corazón palpitaba, estaba frente a una de las personas que más admiraba por
todo su conocimiento que adquirió sobre las culturas de cada país. Me sentía
como si estuviera llegando a la casa de una gran familia a la que tenía mucho
tiempo sin ver.
—Señor, José Rafael, me siento muy emocionada por tenerlo frente a mí. Usted
no sabe, soy una de sus más fieles seguidoras — Le dije y cuando me di cuenta,
le tenía tomada su mano como si lo fuera a lastimar.
—También me alegra conocerte, Esther. Ya verás que vas a disfrutar mucho con
todos nosotros, ya tendremos mucho tiempo para hablar y compartir — Me dijo,
al mismo tiempo que me abrazaba —¡Juliette, por favor ubica a Esther! Voy a
avisarle al capitán del avión para que iniciemos el vuelo — Le grito a su
asistente mientras ella se acercaba muy amable hacia mí para ubicarme en el
asiento.
—Esther, te corresponde aquí. El caballero que comparte el asiento contigo está
en el sanitario, por favor toma asiento y feliz viaje — Me dijo con una gran
sonrisa. Enseguida, coloqué mi bolso en el compartimiento y me senté.
—Buenos días, te sentaste en mi asiento — Escuché decir de una voz masculina
que hizo que mi mirada buscara de quién se trataba.
Cuando giré mi cabeza, estaba frente a un ángel o al menos era lo que a primera
vista me parecía. Un hombre alto, de cabello rubio, sus ojos de un azul que al
verlo parecía que mirara el cielo y su porte inigualable, no cabía duda que era un
hombre muy guapo. Sentí un poco de vergüenza por la forma como lo miré por
el asombro y me repetí en mi mente que yo era una mujer comprometida y en
cuestión de segundos, cambié mi manera de actuar.
—¡Ay, disculpa! Ya me voy a correr — Le dije muy sonriente y me senté en el
asiento de al lado.
—¿Pero, te sientes bien en la ventana? Si no es así, no hay problema, quédate
dónde estabas — Me respondió muy gentilmente.
Algo me había ocurrido con ése hombre, su manera de ser tan relajado me
inspiraba ternura, como si dentro del avión hubiera entrado una leve brisa que
hacía que cerrara mis ojos y solo lo escuchara a él.
—¿Disculpa, preciosa, estás bien? — Me preguntó al ver que yo me había
perdido en su mirada.
—Sí… Digo… Estoy bien, la ventana está bien — Le respondí con una frase
recortada.
Estaba muy nerviosa y sabía que él se dio cuenta, apenas se sentó a mi lado, me
llevé una mano sobre mi rostro y ese gesto terminó de delatarme.
—No te preocupes, también es mi primera vez con este grupo y me siento un
poco a la expectativa ¡Mucho gusto, mi nombre es Eduardo! — Me extendió su
mano con una sonrisa.
Justo en ese momento, el avión despegó y me tomó desprevenida. Por la
impresión, me abracé a Eduardo como si estuviera en plena sala de cine frente a
una escena de terror. Él se sorprendió y soltó una carcajada que me hizo sentir
más tonta de lo que ya parecía.
—¡Ay, Eduardo, te ruego me disculpes! — Le dije y enseguida volví a mi lugar
—Mi nombre es Esther, es un placer compartir contigo este vuelo — Le dije
tratando de volver a estabilizar mi mente.
—El placer es mutuo, Esther ¿Ya conocías al señor José Rafael? — Me preguntó
y comenzamos a conversar serenamente.
—No, al menos físicamente, no, pero soy una de sus fieles seguidoras de su
blog. Estudié gastronomía internacional e hice una especialización en culturas
del mundo. Estar aquí y visitar China y sus principales regiones es un sueño que
voy a cumplir — Le confesé y sentí que mis ojos brillaban al ver el interés con
que Eduardo mostraba por la conversación.
—¡No puede ser! No sabía que aquí ofrecían esa especialidad. Pero cuéntame
más sobre eso, yo soy administrador, pero siempre me gustó viajar por el mundo
y conocer las distintas culturas. Estudié eso porque mis padres casi me
obligaron, era muy joven y no pude decidir, pero desde hace unos días dejé atrás
los negocios de la familia por perseguir mis sueños — Me confesó y al
escucharlo, me di cuenta que estaba frente a una historia similar a la mía con la
excepción que yo había estudiado lo que realmente quería y siempre conté con el
apoyo de mis padres, pero que por amor, había renunciado a mis propios sueños.
Me quedé en silencio, reflexionando en mi interior de cómo por amor a alguien
cometemos el error de renunciar a nuestras ilusiones, a esas ganas de
materializar esas ganas de comerse el mundo a través un sueño. Cuando me di
cuenta, Eduardo también estaba pensativo, sus palabras habían tocado su
corazón y pude ver la tristeza en sus ojos.
—Mi historia es un poco parecida a la tuya, Eduardo. Lo importante es que
siempre hay una oportunidad para llegar a esa cima ¡Y
}
}a estamos montados en el avión! — Le respondí con una sonrisa.
Logré que Eduardo sonriera nuevamente y comencé a darle detalles de todo lo
que había visto en la universidad y nuestra conversación se hizo tan amena que
cualquiera que nos viera creería que nos conocíamos desde hace mucho tiempo
atrás.
El avión hizo una escala en Ámsterdam, realmente fue muy corto el tiempo,
mientras que Eduardo y yo seguíamos conversando, sin pausa. Me daba un poco
de risa porque pensé que eran tantas las ganas acumuladas por cumplir nuestros
sueños que había mucho por hablar y más cuando no contábamos con alguien
que nos escuchara. Encontrarlo a él, fue como si con cada una de las palabras
que le decía, estuviera leyendo todo lo que en años había escrito en mi pequeño
diario. Continuamos el viaje y entre Eduardo y yo había una muy buena química,
tal vez eso que compartíamos nos hacía más cercanos y poco a poco nos fuimos
conociendo un poco más.
Cuando estábamos conversando, nos avisaron que el avión iba a aterrizar, ya
habíamos llegado a nuestro destino. Sentí un susto, como un vacio en mi
estomago por la fuerte emoción. Miré a los demás compañeros de viaje y todos
estaban murmurando, todos estábamos como guardería de niños, hasta que la
presencia de José Rafael nos calmó a todos.
—¡Compañeros, les pido que mantengan la calma! — Nos dijo con una sonrisa
—Detrás de cada asiento tienen una camisa, les pido que se la coloquen para que
pisemos el suelo de esta noble tierra ¡Bienvenidos a China de parte de este
humilde servidor, el viajero del mundo — Con mucha emotividad nos dio a
todos la bienvenida!
Comenzamos a aplaudir y enseguida, Eduardo me entrego mi camisa y me la
coloqué sobre mi blusa, él hizo lo mismo con la suya. Cuando bajamos, el sol
estaba resplandeciente y al mientras esperábamos el equipaje, nos relajamos un
poco con la música tradicional oriental. Durante la espera, comencé a conocer a
las demás personas que nos acompañaron el viaje y pude darme cuenta que todos
habíamos nacido para estar en ese maravilloso lugar, coincidimos en que
estábamos cumpliendo un mismo sueño. Eduardo se me perdió de vista, entre
tanta gente, nos dividieron en varios grupos para trasladarnos hasta el hotel en
unos grandes coches rotulados con el viajero del mundo. Primero llegamos
nosotros al hotel y nuestros equipajes llegaron un poco más tarde, pero nada
falto, su logística me tenía impresionada.
—Compañeros, Juliette se va a encargar de todo lo relacionado con ustedes y
este hotel. Si se les presenta alguna novedad, por favor búsquenla que ella las
ayudara con el idioma — Nos dijo José Rafael mientras se alejaba en uno de los
coches.
Me quedé un poco intrigada, éramos como veinte o veinticinco personas de
todos los que estábamos en el avión. Faltaba poco más de la mitad y entre ellos,
no veía a Eduardo, por lo que me acerqué a Juliette y le pregunté sin que se
notara que preguntara por alguien en especial.
—¿Juliette, estamos todos en este hotel? Lo pregunto porque creo que habíamos
más en el avión — Le dije mientras todos movían sus cabezas agradeciendo mi
pregunta.
—Tienes razón, Esther, falta otro grupo. Ellos se van a hospedar en otro hotel
cercano, aquí solo reservamos algunas habitaciones. La idea de hacerlo así, es
que podamos interactuar entre los salones y restaurantes de los mismos —
Respondió con esa amabilidad que caracterizaba a todo el equipo del viajero del
mundo.
Me sentía muy cansada, los pies los tenía un poco hinchados a pesar de que traía
zapatos muy cómodos, pero era normal, el viaje fue bastante largo. No miraba la
hora de entrar a la habitación, ducharme y acostarme a dormir, pero también me
preguntaba si volvería a ver a Eduardo, gracias a él había despertado de alguna
manera esas ganas de perseguir mis sueños con todo lo que confesó de su vida.
Pero algo ocurría con las reservaciones, llevábamos más de una hora esperando
en el lobby y no nos entregaban las llaves, hasta que al fin, Juliette nos ubicó a
todos los de ese grupo.
Las habitaciones eran dobles y tocó compartirla con Cristina, una abogada muy
joven, casi de mi edad que recientemente se había divorciado y había tenido la
oportunidad de conocer otros lugares con el tour de José Rafael, pero nunca sola,
siempre la había acompañado su expareja.
—Vas a ver, quedaras fascinada con las atenciones del equipo del viajero del
mundo. Yo viajo con ellos cada vacaciones que me tomo del bufete, bueno,
realmente tengo tres años haciéndolo, pero no los quiero descontinuar — Me
decía mientras desempacaba y guardaba su ropa en uno de los guarda ropas de la
habitación —Viajar es lo máximo, te abre los sentidos, yo no sé cómo hay
personas que hoy día se niegan a hacerlo ¡No hay nada más enriquecedor que
conocer otras culturas! — Gritó y sus palabras me llegaron como una espinita,
directa al corazón.
—Estoy de acuerdo contigo, conozco personas que piensan que todo esto es una
tontería, pero, aun así, estoy aquí — Le respondí haciendo mención en mi mente
a Gustavo.
Traje a Gustavo con mis pensamientos, sentí esa necesidad, como una obligación
por avisarle y saber cómo estaba; tomé el teléfono de la habitación y disqué para
hacer una llamada internacional. Marqué a mi casa y después de varios intentos
fallidos, decidí no seguir insistiendo. Con eso, quedé un poco triste porque pensé
que Gustavo estaría atento a mi llegada ¡Seguramente estaría metido de cabeza
en su bendita serie! Pensé, pero también la realidad pudo haber sido otra y yo no
la sabía.
—¿Todo bien, Esther? — Me preguntó Cristina al ver que me senté en la cama
con la preocupación expresada en mi rostro.
—Espero que sí, llamé a mi casa y no respondieron, pero lo intentaré mañana
antes salir del hotel — Le dije con una sonrisa mientras me dispuse a
desempacar.
Mientras guardaba mi ropa, Cristina me invitaba a que saliéramos a conocer las
instalaciones del hotel, ya que nos habían dado el día para descansar por el largo
viaje|. Por un momento, quise aceptar su propuesta, pero al escuchar el trasfondo
de la salida, preferí quedarme en la habitación y no desvirtuar el objetivo de mi
viaje con el grupo.
—¡Anímate, Esther, así conocemos a los hombres de este país! — Me dijo
mientras se colocaba un vestido sobre su ropa y se miraba en el espejo —¿Me
vas a decir que no mueres por acostarte con alguien desconocido? — Me
preguntó y con eso pude comprender que Cristina era una mujer bastante ligera.
—No, Cristina, yo no vine acá con esa intención, pero ve y disfruta tu momento
— Le respondí y apenas terminé, me duché.
Al salir del baño, Cristina ya no estaba y supuse que se había ido a buscar a
algún desconocido. Yo, no quise quedarme sola en la habitación y al final, decidí
bajar sin intentar salir del hotel porque no entendía nada del idioma y lo menos
que quería era terminar extraviada.
—¡Esther! — Gritaron cuando yo estaba de espaldas mirando un gran acuario en
el lobby del hotel.
Cuando volteé a mirar, era Eduardo. Para mí, había sido una gran sorpresa, lo
menos que esperaba era verlo, al menos no por ese día ya que estaba segura que
íbamos a coincidir en las actividades grupales del día de mañana, pero
rápidamente, acudí a su encuentro.
—¡Eduardo, no esperé verte más por el día de hoy! — Le dije mientras me
acerqué a saludarlo con especial agrado.
—Me sentí un poco mal porque no tuvimos tiempo para despedirnos, no supe
más de ti desde que nos bajamos del avión y le pregunté a José Rafael donde
estaban alojados los del este grupo y me trajo hasta aquí para aprovechar que él
se iba a reunir con Juliette. No sé si sea prudente decirlo, pero en vedad te
extrañé, Esther — Me confesó y aunque tampoco sabía si sus palabras estaban
mal, me sentí un poco sonrojada.
Le sonreí y me quedé mirando sus ojos azules por un minuto en el que estuve a
punto de confesarle que también lo había extrañado, pero me contuve al pensar
que de alguna manera le iba a coquetear. No estaba bien porque en casa había un
hombre con el que yo había decidido vivir y le debía respeto, aunque él se había
encargado que mi amor se disminuyera por culpa de sus acciones.
Lo que estaba sintiendo por Eduardo era algo espontáneo, si buscarlo, ni siquiera
lo había planificado como Cristina, que hablaba de lo interesante que le podía
resultar acostarse con un desconocido. Por más que traté de ocultar lo que estaba
sintiendo, mi mente no me permitía que continuara engañándome a mí misma.
—Yo también te extrañé un poco, pero te confieso que me dio miedo salir y
caminar hasta el hotel donde estaban. Gracias por venir, Eduardo, me encantó
volver a verte — Le dije muy conmovida, con una sonrisa en mi boca y un brillo
en mi mirada que podía ver cómo los destellos salían de ellos.
—Eso me alegra mucho, no sabes cuánto, Esther ¿Me aceptas una copa? — Me
propuso, al mismo tiempo que señalaba la puerta del bar del hotel.
—Sí, claro, vamos por una copa, Eduardo — Le respondí sin vacilar.
Los dos entramos al bar y nos sentamos en la barra, mientras Eduardo pidió que
nos trajeran unas copas, Cristina se acercó a nosotros improvisadamente.
—¡Esther, pensé que me habías dicho que no ibas a bajar! — Gritó mientras se
acercaba a la barra con ese vestido rojo que se estaba probando en la habitación.
—Decidí bajar un rato, después que me duché, sentí ganas de salir — Le
respondí a Cristina y al notar que se quedó mirando a Eduardo, tuve que
presentarlo por cortesía —¡Ah, él es Eduardo, está en el grupo de viaje, lo
conocí en el avión! — Le dije y ella no perdió tiempo para insinuarse.
—Eduardo, mucho gusto, te nos unes al grupo de los que viajamos solos. Te
debieron instalar en este hotel ¿Me invitas a una copa? — Le pidió y sin esperar
respuesta, se sentó en medio de nosotros.
Me incomodó un poco la frescura con la que se comportaba Cristina, pero no
podía esperar menos de una mujer que buscaba acostarse con algún desconocido
por al menos una noche. Por lo poco que la había escuchado, ella no había ido a
China por simple atracción cultural, más bien era una experiencia sexual lo que
buscaba.







Capítulo III
A Eduardo no le desagradó el atrevimiento de Cristina y, por el contrario, le
pidió una copa de vino y comenzó a conversar. Pero no cabía duda de que en
quien se había interesado él, era en mí, pero Cristina ni cuenta se daba, se notaba
que estaba acostumbrada a hacerse notar y no desaprovechaba ni un minuto para
tratar de quedarse a solas con él.
—¿No te sientes cansada por el viaje, Esther? — Me preguntó cómo tratando de
hacer que me retirará a mí habitación.
—¡No, Esther, no me vas a dejar solo! Vine hasta aquí fue por ti — Gritó
Eduardo, al mismo tiempo que movía su cabeza para tratar de verme porque
Cristina nos bloqueaba la mirada con su cabellera.
Enseguida me sonreí, pero fue algo espontáneo porque no contaba con esa
respuesta de Eduardo y al ver que Cristina rápidamente comprendió lo que
ocurría entre Eduardo y yo, se levantó, se despidió y nos dejó solos sin mediar
más palabras.
—¡Vaya, qué mujer más extraña! — Le dije a Eduardo cuando nos quedamos
mirando.
—Estoy completamente de acuerdo con tu percepción, gracias a Dios hay
mujeres diferentes a ella, como tú, por ejemplo — Me dijo mientras bebía de su
copa.
—¿Diferente, por qué te parezco una mujer diferente? — Le pregunté muy
intrigada, al mismo tiempo que bebía un poco.
—Sí, eres de esas mujeres que logran meterse en la mente de un hombre con tan
solo hablarle. No hay nada más emocionante que hablar con una mujer
inteligente, al menos para mí ¿Sabes que lo más difícil? Que esa mujer comparta
los mismos gustos, creo que es difícil no enamorarse de alguien así, de alguien
como tú, Esther — Me confesó y cada vez se iba acercando mucho más a mí,
pero me contuve de corresponderle y desvié un poco el tema de conversación.
—Eduardo, dices algunas cosas que me desorientan un poco ¿Por cierto, por
dónde crees que iniciemos el tour de mañana, por qué ciudad? — Le pregunté
desviando un poco su atención hacia la verdadera razón por la que estábamos en
China.
Justo en ese momento, entró al bar José Rafael y Juliette, estaban tomados de las
manos y al vernos se sorprendieron y se soltaron y en sus rostros se vio reflejada
la vergüenza por haberse expuesto ante nosotros. Eduardo me miró, como si me
preguntara si me había dado cuenta de lo que estaba ocurriendo entre ello porque
en el blog del viajero del mundo, se veía claramente a su esposa en cada uno de
sus viajes.
—Es que nada puede ser perfecto ahí está la mejor prueba, José Rafael
demuestra en las fotos que publica en su blog, una mentira. Ahí aparece con su
esposa muy feliz, pero ella solo lo va a buscar al aeropuerto, mientras él, disfruta
en cada viaje son su amante — Le comenté un poco indignada.
—Sí, tienes razón, pero calma, se están acercando a nosotros — Me dijo
Eduardo, al mismo tiempo que comencé a sonreír como si nada pasara.

—¡Compañero, que bueno que lo encuentro y en buena compañía! — Gritó José


Rafael mientras le daba una palmada en la espalda a Eduardo y todos sonreíamos
un poco incómodos —¿Recuerdan a Juliette, verdad? Ella es mi asistente — Nos
preguntó y respondió al mismo tiempo por lo nervioso que estaba.

—¡José Rafael, Juliette, bienvenidos! Gracias por traerme, ella es el motivo que
me hizo venir hasta este hotel — Comentó Eduardo y en ese momento dirigió su
mirada hacia mí y me tomó de la mano.

Me sentí muy alagada con las palabras de Eduardo, pero no las merecía porque
para ellos, yo era una mujer sola, cuando mi realidad era otra.

—Qué bonito es que alguien se interese de esa manera por una mujer —
Comentó Juliette mientras bajaba su mirada.

Eduardo me miró y comprendimos que Juliette no se sentía bien siendo la


amante de José Rafael, aunque ninguna mujer se sintiera feliz siento la otra, pero
ya eso solo ella lo podía afirmar.

—Tus palabras me comprometen, Eduardo — Le dije sin quitarle mi mirada


hasta que él se dio cuenta que su comentario estaba fuera de lugar —Pero,
siéntense, acompáñennos con una copa — Les pedí para bajar un poco la tensión
que había entre ellos, pero José Rafael lo menos que quería era seguir
poniéndose en evidencia.

—No, solo entramos a ver si había alguien del otro grupo por aquí porque ya me
voy a regresar al hotel ¿Te vienes, Eduardo? — Le preguntó y en ese momento
sentí que mi copa de vino quedaba a medias.
—No pensé que tuviéramos que irnos tan pronto, pero si es así, lo comprendo —
Comentó Eduardo mientras se bebía el resto del vino que quedaba en su copa —
Lo siento, Esther, me tengo que ir, pero estaré halando las horas para que
amanezca y así podré volverte a ver — Me dijo, al mismo tiempo que besaba mi
mano.

Los cuatro salimos del bar y me acompañaron hasta el elevador, ahí nos
despedimos. Cuando subí, Cristina ya estaba en la habitación con la ropa para
dormir. Se extrañó mucho al verme llegar, tal vez pensó que ya había conseguido
un hombre desconocido con quien acostarme, pero no, al igual que ella.

—¡Pensé que no vendrías esta noche, con ese hombre tan guapo! Por cierto,
hablando de hombres, llamaron de tu casa, un tal Gustavo, pero le dije que no
estabas y creo que se molestó ¿Es algún familiar tuyo? — Me comentó y se veía
muy interesada en saber.

—Sí, es un familiar y gracias por darme el recado, Cristina, mañana le marco,


ahora es muy tarde — Le respondí y enseguida me fui al baño a cambiarme.

Me metí en la cama y no pude dejar de pensar en Eduardo. Pero al recordar a


Gustavo, me repetía que no estaba bien lo que comenzaba a sentir por un
completo desconocido y Eduardo me estaba gustando. Tenía como un choque
emocional en mi cabeza y Cristina estaba a la expectativa de saber si en realidad
había alguien formal en mi vida, de esa manera Eduardo pudiera desviar su
mirada hacia ella, pero eso no iba a pasar. En la mañana, Cristina bajó muy
temprano a desayunar y a esperarlo a todos en el lobby y yo aproveché que me
había dejado a solas para marcar a mi casa.

—Hola Gustavo, es Esther — Le dije inmediatamente que contestó, pero como


que mi llamada no había sido muy grata porque hizo una pausa larga, como si le
hubiera sorprendido.

—¡Esther! No pensé que ibas a llamar a esta hora, estaba durmiendo — Me


respondió apenas se repuso de su asombro.

—¡Ay, pero que entusiasmo al escuchar mi voz! — Le grité al ver que su tono de
voz era de incomodidad —No me di cuenta de la hora porque te recuerdo que
estoy en otro continente, pero si te molesta, hablamos luego — Le respondí y
cuando estaba a punto de trancar la llamada, escuché una voz por el teléfono que
no era conocida.

—¿Quién es, mi vida? — Le preguntaron a Gustavo y casi quedo infartada.

—¿Qué está pasando allá en mi casa que deba saber, Gustavo? — Le pregunté,
pero él le pedía a la mujer que hiciera silencio, hasta eso pude escuchar —
¿Quién te llama mi vida? —Insistí, pero la ira que tenía no era por celos, más
bien me pareció un irrespeto por haber metido a otra mujer en mi casa.

—Nada, no pasa nada. Tengo que colgar, luego te explico — Me respondió muy
nervioso y sin haberme dado al menos una respuesta, terminó la llamada.

Era evidente que Gustavo estaba con una mujer en nuestra casa y estaba segura
que se trataba de alguien importante, aunque si lo fuera, no la hubiera llevado
ahí. Mientras yo aquí estaba pensando que hacía mal con que me gustara otro
hombre y al darme cuenta que no sentí celos por Gustavo, comprendo que
nuestro amor sí se había terminado y eso me daba la tranquilidad de volver a ser
una mujer soltera, aunque deba aclararlo con él. Después de esa llamada, hablé
con mis padres y estuve a punto de contarle lo que había ocurrido con Gustavo,
pero no quise alarmarlos con mis problemas. Me quedé un poco más tranquila al
escucharlos y me quedé profundamente dormida con el cansancio del viaje y lo
relajada que me puse con la copa de vino.

—¡Despierta, Esther, ya todos deben estar desayunando! — Escuché los gritos


de Cristina y me desperté sobresaltada.

Salté de la cama después de agradecerle su gesto conmigo, después de


ducharme, me coloqué un vestido blanco y unas zapatillas muy casuales.
Cristina tenía un vestido muy parecido al mío y comenzamos a bromear con eso,
pero se nos hacía más tarde y bajamos en el elevador hasta el comedor del hotel.
Ahí, estaba todo el grupo terminando de desayunar, apenas si pudimos probar
algo de lo que ofrecían en el brunch.

Afuera, nos esperaba el transporte para encontrarnos con el otro grupo. Juliette,
tenía mejor cara y estaba sonriendo, aunque yo estaba segura de que por dentro
seguía algo triste por su situación. Al verme, se acercó con mucha amabilidad y
me saludó cariñosamente, como si intentara hacer alguna amistad. Yo, me subí al
coche y mi corazón comenzó a saltar, como si estuviera corriendo, fue una
emoción de esas repentinas y sabía que era por Eduardo, ya estaba muy cerca de
volver a verlo. Algo dentro de mí había cambiado apenas me enteré lo de
Gustavo anoche, me sentí más libre y sin resentimiento para disfrutar de la
compañía de Eduardo y mi mente estaba en paz para comenzar la aventura del
viaje, para eso había venido ¡A disfrutar!

Pasamos por el hotel donde se alojaba el grupo de José Rafael, pero no logré ver
a Eduardo, ya se habían subido a los coches y se integraron a la caravana, hasta
que llegamos a la estación del tren y coincidimos en uno de los vagones del tren.
Apenas nos pudimos saludar, había muchísima gente y solo cuando llegamos a
nuestro destino, nos sacaron rápidamente y sin esperarlo, los dos quedamos
frente a frente.

—¡Esther… qué alegría verte! No sabes las ganas que tenía de verte — Me dijo
Eduardo con un tono de alegría que lo hizo tartamudear un poco.

Yo, no cabía de la emoción y estaba dudando al no estar seguro qué era lo que
debía hacer, si abrazarlo o besarlo. Quería todo y nada a la vez, hasta que
reaccioné cuando los demás compañeros se integraron a nosotros a saludarnos.
Pero seguía escuchando mi nombre a lo lejos y era Cristina que me estaba
llamando. Cuando se acercó a Eduardo, lo saludó, al mismo tiempo que
levantaba su hombro de una manera muy sensual, parecía que yo estaba viendo a
una gata moviendo su cola en búsqueda de que le acaricien y así fue. Eduardo se
acercó a ella y la saludó con un abrazo que preferí no ver, por lo que me volteé a
saludar a las otras parejas que nos acompañaban, pero Eduardo al notar que me
había retirado un poco, me tomó de la mano y sentí cosas que desde hacía un
tiempo ya no sentía.

—¡No te alejes de mí, por favor! — Me pidió delante de todos y a Cristina le dio
un poco de vergüenza al insistir con un hombre que no la quiere como mujer, al
menos le había demostrado quién era la que le gustaba.

—Sigo aquí, Eduardo — Le respondí un poco apenada, con una sonrisa nerviosa
que solo buscaba pedirle que tampoco me dejara sola.

Estaba segura de que él lo comprendió porque nuestras miradas se cruzaron


como si él y estuviéramos a solas en ese momento. Mentalmente nos fuimos
tomados de la mano, pero en realidad, algo maravilloso estaba ocurriendo entre
nosotros y así, comenzó nuestra aventura en China.

Ésa semana, visitamos la gran mayoría de templos sagrados y de ahí salíamos


recargados de buena energía y cada día nos entusiasmaba vernos, había una
picardía en nuestras miradas que aumentaba con cada encuentro en el bar del
hotel donde pasábamos horas comentando sobre las actividades del día. Eduardo
y yo conversábamos sobre cada sitio y su importancia a la cultural y nos
quedábamos cortos con todo lo que habíamos aprendido.

—Ya falta poco para terminar esta aventura, Esther ¿Nos vamos a seguir viendo
después de este viaje? — Me preguntó mientras se acercaba muy lentamente a
mí.

En todo este tiempo había descubierto en Eduardo a ese hombre ideal, con quien
compartía mis más grandes sueños, pero también me había enamorado
perdidamente de él.

—Sí, no podría alejarme de ti, Eduardo. Siento que, a tu lado, puedo ser yo
misma, sin excluir nada de lo que me gusta y me apasiona. Eres como esa alma
gemela, ese otro yo que siempre quise tener a mí lado, no quiero perderte — Le
respondí sin dejar de mirar sus ojos.

En ese momento, sucedió lo que desde hace día estaba esperando, nos besamos.
Eduardo se levantó de su asiento y me pidió con un gesto que me levantara y
apenas me rodeó la cintura con su mano, supe lo que iba a pasar. Sus besos,
estaban tan llenos de magia como sus palabras, con sus caricias en mi cuello, me
hacía saber que me deseaba tanto como yo y no contábamos las horas para poder
estar a solas.

—No sabes con cuántas ganas estaba esperando este beso, me declaro
enamorado de ti, Esther. Jamás pensé llegar a conocer a una mujer tan completa
como tu — Me dijo y en ese instante, Juliette entró al bar y me pidió que subiera
a mi habitación a preparar el equipaje ya que a primera hora tendríamos que
estar en el aeropuerto.

Eduardo y yo nos despedimos con un beso, sí, delante de Juliette, ya no teníamos


por qué ocultar lo que nos estaba ocurriendo y Juliette nos felicitó y se emocionó
por nuestro romance. Cuando subí a la habitación, Cristina comenzó a contarme
de su aventura con un turista desconocido que conoció hace unas noches en el
hotel y me pareció un poco descabellada la historia. La dejé hablando y simulé
que la estaba oyendo, pero la verdad es que solo estaba recordando el beso que
nos dimos Eduardo y yo.

—No me estás escuchando, Esther. Esa sonrisa en tu boca lo dice todo ¿Ya
pasaste el segundo nivel con Eduardo? — Me preguntó y no entendí lo que
quería saber o en realidad me estaba poniendo lenta como ella me decía —¡Que,
si ya se acostaron, Esther! — Me gritó al ver mi cara de poco entendimiento.

Le sonreí y con eso la dejé con la duda de saber si había pasado o no. Comencé a
hacer el equipaje y a guardar en otra maleta todos los obsequios que había
comprado para toda la familia. Cuando ya todo estaba listo, me lancé en la cama
a suspirar mientras recordaba a Eduardo. Al amanecer, me desperté y de ahí no
pude retomar el sueño y me levanté en silencio a arreglarme. Me sentía muy
inquieta por el regreso a la casa, por más feliz que estuviera con Eduardo no
podía olvidar que tenía una situación que resolver con Gustavo y eso tenía que
hacerlo a mi regreso, no podía dejar que Eduardo se enterara de esa relación que
ya no existía, por eso no había considerad mencionarla.

Antes de las ocho de la mañana, ya íbamos camino al aeropuerto y corazón


nuevamente me estaba latiendo muy fuerte. Ya me había acostumbrado a verlo
todos los días y entre lo mucho que aprendí y disfruté del viaje, Eduardo sin
duda había sido la mejor parte.

—¡Esther, estás preciosa! No sabes cómo me encanta verte todos los días — Me
dijo al mismo tiempo que me daba un beso y me abrazaba.

—A mí también, anoche casi no dormí por la emoción de estar a tu lado en todo


el vuelo — Le dije mientras me abrazaba a él sin ninguna preocupación, pero yo
sabía que, al llegar a nuestro país, todo cambiaría hasta que no quedaran rastros
de mi relación con Gustavo.

Mientras esperábamos para abordar el avión, todos comentábamos sobre lo


maravilloso que había sido el viaje y compartíamos las fotos y números móviles
para estar en contacto. No tuve queja, el grupo fue muy selecto en cuanto a los
gustos, salvo Cristina, que fue por escaparse del dolor que le había causado su
más reciente divorcio y se unió porque pretendía buscar aventura sexual, pero,
aun así, fue una excelente compañera.

Capítulo IV

Cuando estábamos en las butacas del avión, mis manos buscaron las de Eduardo
y él las besó y apenas despegó el avión y se estabilizó, él se levantó y me dijo
que ya regresaba. Por un momento pensé que iba al baño, pero cuando lo vi
caminar hacia donde estaba José Rafael, me extrañé un poco y más cuando se
paró frente a todos con el micrófono y los parlantes activados.

—¡Señores, un poco de atención para mí, por favor! — Nos pidió a todos y
enseguida estábamos atentos — Quiero agradecerles a todos por haberme
permitido hacer este viaje con ustedes y sobre todo a José Rafael por su
excelente labor — Comentó y todos aplaudimos —Pero quiero llamar aquí a una
mujer que formó parte de lo más importante que me llevo en mi corazón, Esther,
ven por favor — Me dijo y pensé que se había vuelto loco.
Los compañeros no dejaban de aplaudir, yo estaba templando y mientras me
sostenía de los asientos, me acerqué a donde estaba hablando Eduardo. Él, se
arrodilló ante mí y me hizo una pregunta que estoy segura que a muchos se les
ha olvidado hacer porque todo se da por entendido y ese gesto, me hizo llenó de
mucha felicidad.

—Esther, no tengo palabras para decirte lo que estoy sintiendo por ti en este
momento, por eso quiero preguntarte, delante de todos estos compañeros que
han sido testigos de todo lo maravilloso que vivimos en otro continente. Hoy,
quiero preguntarte con este pequeño presente ¿Quieres ser mi novia? — Me
preguntó mientras colocaba en su mano una hermosa medalla en forma de
corazón que pendía de un delicado collar de oro. Yo me quedé pasmada con mis
manos sobre mi boca para evitar que se escapara un grito, pero aun así no pude
contener las lágrimas por la emoción y en medio de la algarabía no vacilé en
darle una respuesta.

—¡Sería una tonta sin no aceptara tan bella propuesta! — Grité muy conmovida
y enseguida tomé el collar.

Eduardo se levantó, me quitó el collar de mis manos y se colocó detrás de mí.


Subió mi cabello y me colocó el collar mientras todos aplaudían.

—Un amor en las alturas, así nació nuestro amor, por eso mandé a que lo
grabaran en este corazón para recordarlo siempre — Me dijo, al mismo tiempo
que se colocaba frente a mí para darme un beso que selló la propuesta de amor
entre Eduardo y yo.

—Ya, mi vida, nos están viendo — Le susurré mientras quitaba mi boca de la


suya.

En ese momento me sonrió, les agradeció a todos por su atención y me tomó de


la mano para tomar asiento nuevamente.

—Gracias Eduardo, nunca me habían hecho una propuesta para que sea la novia
de alguien. Eres muy romántico y eso me encanta de ti — Le dije y dejé reposar
mi cabeza sobre su hombro.

—Cuando se encuentra al verdadero amor, el romanticismo llega, así fue como


siempre lo soñé — Me respondió y enseguida me tomó la mano.

Así estuvimos durante todo el vuelo, hablando de nuestros proyectos juntos y del
nuevo viaje que haríamos. Ambos, mencionamos algunos destinos que soñamos
conocer y nos propusimos no dejar de viajar nunca hasta llegar a conocer una
buena parte del mundo.

—Mi vida, ya llegamos, despierta preciosa — Me decía Eduardo al ver que me


quedé dormida sobre su hombro.

Al tocar nuevamente nuestra tierra, todo en mí cambió. Tenía que enfrentarme a


mi realidad y ésa era Gustavo. Aunque él también estuviera con otra mujer, ante
los ojos del mundo nosotros éramos una pareja y eso se tenía que terminar.

—¿Quieres que te lleve a tu casa, Esther? Tengo mi coche en el estacionamiento,


así me quedo más tranquilo — Me preguntó y sentí que mi mundo comenzó a
dar vueltas en mi cabeza —¿Estás bien? — Me dijo al mismo tiempo que me
sostenía para no dejarme caer al suelo.

—Sí, solo estoy agotada por el viaje, mi vida. No te preocupes, no quiero que te
desvíes, tú también tienes que descansar — Le respondí ocultándole que la razón
de mi malestar era porque no quería que se enterara de mi verdad con Gustavo.

Al final, Eduardo tuvo que aceptar que me fuera en el taxi, al mismo tiempo que
se iba en su coche. Yo, pensaba en lo que me iba a encontrar en mi casa porque
iba a llegar de sorpresa ya que Gustavo no estaba enterado que regresaba hoy.

—¿Esther, por qué no me avisaste que venías hoy? — Me preguntó con la


expresión de sorpresa en su rostro que no le agradó mucho.

—Creo que no tengo que avisar cuando voy a legar a mi casa, Gustavo ¿Acaso
me estás ocultando algo? — Le pregunté un poco molesta por su pregunta y
mientras él se fue a duchar, yo fui llevando el equipaje poco a poco a la
habitación.

Unos minutos más tarde, tocaron la puerta de la casa y cuando salí de la


habitación para abrir, Gustavo iba caminando para ver de quién era. Le grité que
no saliera así, porque estaba aún con la bata de baño y me pareció de muy mal
gusto, pero al parecer su forma de comportarse también había cambiado.

—¿Dígame, en qué puedo ayudarle? — Preguntó Gustavo y cuando me asomé,


casi caigo desmayada al ver que quien estaba en la puerta era Eduardo con un
ramo de flores.

—Creo que me confundí ¿Aquí vive Esther? — Preguntó muy confundido al ver
a Gustavo semidesnudo.

—Sí, ella es mi mujer ¿Por qué? — Le respondió Gustavo irónicamente.

Eduardo no respondió nada, se dio media vuelta y camino hasta la entrada, pero
yo enseguida grité para que se detuviera.

—¿Por qué le dijiste eso, Gustavo? Desde hace mucho no hay nada entre tú y yo
y estoy segura de que tienes a otra mujer — Le dije a Gustavo mientras corría
llamando a Eduardo —¡Por favor, espera Eduardo! — Le grité y logré que se
detuviera.

—No puedo creer que me hayas ocultado esto, yo te ofrecí mi amor sincero,
Esther. Me rompiste el corazón y mis ilusiones contigo ¡No quiero saber nada de
ti! — Tiró el ramo de flores justo a mis pies y se marchó en su coche.

Me quedé parada frente a lo absurdo de la vida. Recogí las flores del suelo y
entré llorando a la casa y ahí estaba Gustavo con su cara de indignación y
pidiéndome una explicación de lo que acababa de suceder, pero no podía hablar,
todo mi mundo se me había puesto muy pequeño y sabía que había perdido al
amor de mi vida, a ese hombre que me complementaba en todo y la única
culpable de todo, era yo.

—Me enamoré de ese hombre en el viaje, Gustavo, perdidamente y ahora lo


acabo de perder — Le dije mientras me sentaba en la mesa a llorar.

—¿Cómo te enamoras de otro hombre teniendo una relación conmigo? — Me


preguntó mientras se sentaba en la mesa.

—Al principio solo me gustó, pero siempre te tuve presente. Aquella noche que
te llamé y escuche que esa mujer te preguntaba con quién hablabas, me di cuenta
de que tú también habías comprendido que entre nosotros hay una gran brecha y
desde hace mucho tiempo que nuestra relación murió. Para mí esto fue un error,
Gustavo, nunca debimos vivir como una pareja si ni siquiera de novios logramos
llegar a un acuerdo — Le dije llorando, soltando todo lo que tenía acumulado en
mi alma —Eres un excelente hombre, pero yo no soy la mujer para ti. Eso que
pensaba que era la felicidad, era una mentira a tu lado porque dejé de ser feliz
por hacerte feliz y complacerte a ti — Le confesé sin parar de llorar, esperando
que Gustavo después de oír mi verdad, me confesara la suya —Tenemos la
oportunidad de corregir nuestros errores y si esa otra mujer te hace realmente
feliz, no la desaproveches — Le dije con la esperanza de que se sincerara con él
mismo.

—Tienes razón, Esther y quiero pedirte perdón porque la traje aquí, solo que se
nos presentó una emergencia que no viene al caso decir. También la conocí hace
poco tiempo, pero ella comparte mis mismas ideas. Sería muy injusto si trato de
mantenerte a mi lado, los dos merecemos ser felices. Perdóname por haberle
dicho eso a ese hombre, pero sentí un poco de celos y no quiero ser egoísta, pero
siento mucho que no te haya complacido en lo que realmente merecías, eres una
mujer grandiosa. Mañana mismo me voy de la casa, Esther y búscalo, no dejes ir
al hombre que se ha ganado tu corazón — Me dijo y sus palabras me llenaron de
tanta paz, pero ya era muy tarde para mí y Eduardo.
Ése día, Gustavo se fue a trabajar como de costumbre y yo busqué en mi laptop
alguna información sobre Eduardo que había publicada en el blog del viajero del
mundo y ya habían subido las fotos del viaje. Mi mente se cargó con tantos
recuerdos al ver las fotos y en cada una de ellas, me veía sonriente y feliz al lado
de Eduardo, pero, sobre todo, muy enamorada y se me nublaban los ojos ante la
tristeza y en mi corazón no quería perder la esperanza de encontrarlo.

Recordé que los primeros días, nos compartimos nuestros números móviles y
busqué en mi agenda. Efectivamente estaba el de Eduardo y no vacilé en
marcarle, pero fue imposible lograr comunicación con él, por eso le dejé una
nota de voz. Después pensé en lo boba que había sido porque seguramente ya me
tenía bloqueada y al ver mí número lo menos que iba a ser era contestar. Por más
que traté de mantener la calma, comenzó la desesperación a apoderarse de mí;
cerraba mis ojos y podía ver a Eduardo, arrodillado frente a mí pidiéndome que
fuera su novia. Tomé el corazón que tenía en mi pecho y lo apreté con mis dos
manos y me prometí que agotaría mis fuerzas para hacer que Eduardo me
perdonara.

Al día siguiente, Gustavo había cumplido lo que prometió, se marchó de la casa


con todas sus cosas para hacer su nueva vida al lado de la mujer que le había
ganado su corazón. Yo no había logrado ninguna comunicación con Eduardo y la
tristeza invadía mi alma. Ya estando sola en mi casa, decidí continuar, pero sin
dejar de buscar a mi gran amor.

Creé un nuevo menú en el restaurante, con platos alusivos a lo que descubrí de la


gastronomía China y con eso, logré atraer una gran cantidad de nuevos
comensales. Unas semanas después, uno de los meseros entra a mi oficina para
decirme que había un cliente interesado en conocer al creador de los menús del
restaurante. A pesar de que estaba muy ocupada, me levanté y quise ir a ver qué
se le ofrecía al señor.

—Señor, ella es la gerente encargada del menú del restaurante — Dijo el mesero
cuando estaba frente al hombre.

—Mucho gusto, señor, mi nombre es Esther — Le dije mientras le extendía mi


mano, pero cuando él levantó su mirada, me di cuenta de que se trataba de
Eduardo y los dos nos quedamos asombrados.

—¿Esther? Jamás pensé que volvería a verte y menos que se trataba de tu


restaurante, mejor me voy — Respondió Eduardo y enseguida se puso de pie
para marcharse del lugar.

—Déjame a solas con el señor, por favor — Le pedí al mesero —Por favor,
Eduardo, llevo todo este tiempo buscándote y tratando que me escuches, si el
destino te puso aquí en este lugar, dame al menos la oportunidad de explicarme,
por favor — Casi le suplico y con mis ojos llenos de lágrimas, logré que me
diera el beneficio de la duda.

Le hice que me siguiera hasta mi oficina y pedí que no me pasaran ninguna


llamada ni que molestaran de alguna manera, necesitaba un espacio tranquilo
para hacerme escuchar. Eduardo estaba muy incómodo y antes que se fuera,
preferí ser bastante breve con lo que le iba a decir.

—Sé que no te dije todo de mí, de mi relación con Gustavo, pero no lo hice
porque eso había terminado desde hace mucho tiempo. Él y yo nunca
coincidimos en nuestros gustos, é que fuimos una pareja muy bonita y no lo voy
a negar, pero eso no lo fue todo, eso no era amor. Gustavo y yo no nacimos para
ser pareja, él también se dio cuenta, yo estaba segura de eso, pero cuando te
conocí, lo confirmé y me enamoré perdidamente de ti — Le dije, pero él se
negaba a creerme y seguía de pie como si estuviera a punto de juzgarme —Él me
pidió disculpa por decir que yo era su mujer y apenas te fuiste, los dos nos
sinceramos y me confesó que también se había enamorado de alguien más ¡Ya se
fue de mi casa, mi vida! Soy una mujer libre, siempre lo fui, de otra manera no te
habría aceptado como novio, mi vida ¡Perdona la poca sinceridad! — Me abracé
a su cuello, pero no cabía duda que Eduardo estaba cegado por la ira.

—No puedo decirte nada en este momento, Esther ¡Te amo y me duele tu
mentira! Me siento traicionado — Me dijo y enseguida salió de mi oficina con su
mirada entristecida.

No lo podía creer, tenía frente a mí nuevamente al amor de mi vida y se había


ido. Quería morir en ese momento, ahogarme entre mis propias lágrimas por no
haber sido capaz de retenerlo. Lo había perdido y esa vez era para siempre. Lloré
hasta que no me salieron más lágrimas, pero mis ojos estaban muy hinchados y
enrojecidos, aun así, me quedé en la oficina hasta que cerramos el restaurante.

—Vayan muchachos, yo termino de cerrar — Les dije a todos al darme cuenta de


que había dejado las llaves de mi coche en la oficina. Al salir, mientras pasaba la
llave a la puerta, una mano en mi hombro me alarmo.

—¡No te muevas y entrégame la llave de tu coche! — Gritó el hombre y


enseguida me di cuenta de que se trataba de un asalto.

Mis manos se pusieron temblorosas ante el miedo. El hombre estaba armado con
una pistola y apuntaba mi cintura, mientras que tenía extendida su otra mano
esperando que le entregara la llave. Traté de escapar, pero esa reacción puso al
maleante más nervioso que yo y me lanzó al piso. En ese momento, no sé de
dónde salió Eduardo, pero de un solo golpe lo hizo rebotar contra la pared y
cojeando de una pierna se echó a correr.

—¿Estás bien? moriría si te ocurriera algo, Esther ¡Eres mi vida! — Me dijo


mientras me levantaba y me abrazaba fuertemente contra él.

Comencé a llorar nuevamente y ya mis ojos no aguantaban una lágrima más. No


podía ocultar la tristeza que me había ocasionado la visita de Eduardo hora antes
y el dolor por el golpe al caer al piso me complicó un poco más. Aunque me
sentía muy emocionada con ver a Eduardo, el dolor en el brazo no me dejó
expresarle que estaba muy feliz por sus palabras.
—¡Gracias, mi vida! Me duele mucho — Le dije mientras me sostenía el brazo
—Si no hubieras venido… ese hombre pudo haberme asesinado — Le respondí
entre sollozos al caer en cuenta el peligro que había corrido mi vida.

—No llores mi vida, se me parte el alma sí sé que estás sufriendo. Ven, vamos en
mi coche, voy a llevarte al hospital para que te revisen ese brazo — Me rodeó la
cintura con su brazo y me ayudó a caminar hasta su coche.

Desde que me subí a su coche hasta que llegamos al hospital, Eduardo no dejaba
de expresarme su amor, a pesar del dolor que tenía, me daba la seguridad que
todo iba a estar bien. Apenas entramos a la emergencia, nos recibió el médico de
turno que resultó ser el hermano de Eduardo.

—Oscar, hermano, ella es Esther, por favor revísala. La acabo de defender de un


maleante que intentó asaltarla — Le dijo a su hermano mientras éste muy
amablemente me ayudó a caminar hasta entrar a la sala de emergencia.

El doctor me pidió que le explicara lo que había ocurrido, mientras con ayuda de
la enfermera me revisaba. Después de unos minutos, ordenó que me realizaran
unos estudios de rayos x para revisar a fondo.


Capítulo V

Mientras esperaba, Oscar me hablaba de su hermano como si ya me conociera


por boca del mismo Eduardo. Me sentí muy complacida al saber que ya sabían
de mí en la familia en la que pronto y a ser parte de la mía.

—¿Cómo salieron los resultados, Oscar? — Le pregunté al ver que la enfermera


había traído los resultados.

—Bien, al menos mejor de lo que había pensado, Esther. No hay fractura, solo es
una lesión muscular que va a mejorar pronto con unos medicamentos que te voy
a recetar — Respondió, al mismo tiempo que escribía en la hoja rotulada.

Después que me leyó las indicaciones que había anotado, salimos de su


consultorio a encontrarnos con Eduardo que aún se le notaba en su rostro.

—¿Está todo bien con Esther, Oscar? — Le preguntó mientras corría a


abrazarme.

—Sí, hermano, tienes a tu lado a una novia fuerte, pronto va a estar bien. Es
importante que siga las indicaciones al pie de la letra y todo va a estar bien.
Ahora los dejo, tengo que continuar trabajando — Nos dijo mientras se despedía
de nosotros —¡Espero verte recuperada y compartiendo con toda la familia,
Esther! — Gritó sonriente mientras se alejaba.

Eduardo me abrazó y tiernamente me acariciaba el rostro hasta que me hizo


recordar con un beso que lo amaba como a nadie en la vida.

—Vamos a mi casa, ahí vas a estar bien, quiero cuidar de ti mi vida, no estás sola
— Me dijo y enseguida nos fuimos hasta su coche en camino a su casa.

—Gracias por todo, Eduardo. Dios te puso en mi camino para que salvaras mi
vida, estaré en deuda contigo por siempre — Le dije a Eduardo y con un beso en
la mejilla dejé reposar mi cabeza sobre su hombro hasta que me despertó para
que bajáramos del coche.
Al ver que casi no podía despertar por la cantidad de analgésicos que me habían
suministrado en el hospital, Eduardo abrió la puerta del coche y me llevo
cargada en sus brazos hasta la cama de su habitación. Cuando desperté, lo vi
acostado en el sofá mientras yo estaba arropada con su propia cobija.

No cabía duda que Eduardo era un hombre de los que muy poco existen, uno de
esos caballeros de cuentos de princesas. No me había tocado ni un solo cabello
mientras dormía, aun estaba con mi ropa y él se había sacrificado porque yo
estuviera cómoda. Me levanté cuidadosamente y le llevé una cobija, pero por
más que traté de hacer silencio, él se despertó muy asustado al verme de pie.

—¿Estás bien, mi vida? — Se levantó para abrazarme muy preocupado por mí.

—Sí, estoy bien gracias a ti, mi vida. Quería cubrirte, pero lo que hice fue
despertarte. No quiero verte incómodo, Eduardo, ésta es tu casa. Ven, acuéstate a
mi lado, no me hagas sentir mal, por favor — Le pedí insistentemente.

Eduardo al ver que no me iba a quedar tranquila hasta que no lo viera en su


cama, me ayudó a regresar a la cama y él se acostó a mi lado. Así nos quedamos
dormidos después de un cálido beso. Desperté un poco incomoda porque
Eduardo no me dejó mover ni un centímetro de su lado, pero me sentí muy a
gusto, muy segura. Lo que más me gustaba de esa nueva relación era el respeto y
el valor que como mujer él me daba.

—¡Despertaste mi vida! Qué alegría mirarte al despertar, te ves más hermosa


¿Cómo te sientes? — Me dijo mientras me saludaba con un beso y se sentaba
para observarme cariñosamente.

Le respondí con un abrazo, me dolió un poco el brazo, pero pude aguantar un


poco el dolor. Eduardo se merecía ese y muchos otros sacrificios por ser tan
especial conmigo.

—Me siento mejor, mi vida, muchas gracias por salvarme y traerme aquí a tu
casa — Le susurré al oído.
Eduardo me sonrió y mientras me arreglaba mi cabello para apartarlo de mi
rostro, conversamos sobre lo que íbamos a hacer en adelante.

—Mi vida, tengo que cerrar una negociación hoy en la tarde. Yo te había
comentado que ya no iba a trabajar más en las empresas de mi padre, pero no
tenemos a nadie más que le lleve las cuentas de la familia. Apenas llegué, él me
pidió que conversáramos y nos sinceramos, ahora, mi padre respeta mi gusto por
la cultura y no se va a oponer cuando quiera viajar a conocer otro destino — Me
comentó y sus ojos se llenaron de alegría que se reflejaba como destellos.

—Me contenta mi vida, siempre he pensado que hay que apoyar a la familia,
ellos siempre están ahí para nosotros y como todos, tienen derecho a rectificar
cuando se equivocan — Le dije con una sonrisa.

No sabía que mis palabras habían causado un gran efecto en Eduardo porque se
quedó mirándome de una manera que no conocía.

—¿Por qué me miras así? — Le pregunté con una voz suavecita, de esas que
parecían salir de la boca de una niña consentida y así era como me sentía al lado
de Eduardo.

—Soñé con este momento, Esther; tenerte así de cerca, poder besarte y
demostrarte con mi cuerpo lo que te he dicho con palabras — Se sentó frente a
mí y en ese momento todo mi mundo cambió de colores.

Sus manos comenzaron acariciando mis hombros y bajaban lentamente


recorriendo mis brazos. No dejaba de quitarme la mirada y yo no podía mantener
mi mirada hacia él; cerré mis ojos para sentir con fuerza cada roce de sus manos
con mi piel, pero cuando acercó sus labios a mi boca me sorprendió un poco y
quise verme en sus ojos y estar segura de que era una realidad lo que estaba
viviendo. Solo bastaron unos segundos para cerrar nuevamente mis ojos y darme
cuenta de que lo había extrañado mucho. Mientras nos besábamos, sus manos
seguían inquietas, ansiosas por tocar un poco más, pero aun su mente dependía
de mi tranquilidad y eso lo hacía más merecedor de mi amor.

—¿Quieres que me detenga, mi vida? — Me preguntó al oído mientras quitaba


los botones de mi blusa.

—No, no te detengas — Le respondí después de una muy corta pausa que hice
para pensar un poco.

Todo con Eduardo había sido tan especial que no pensaba en ese momento de
intimidad con él. Se trataba de un amor puro, de esos que ya no existían en este
siglo, pero que yo estaba viviendo a su lado. Poco a poco nos fuimos entregando,
en cada una de sus caricias me dejaba una sensación de querer más; yo me quité
un poco la vergüenza, esa que se apodera de nosotros en el primer encuentro, la
primera vez que hacemos el amor con una persona. Eduardo, me desnudo mi
cuerpo y también el alma. Con cada uno de sus movimientos me llenaba de
placeres que no había conocido; sentirme mujer de esa manera tan delicada fue
algo nuevo para mí y por primera vez sentí que hacía el amor.

Los dos terminamos agotados, la mañana se pasó en un abrir y cerrar de ojos,


sentí que despertaba bajo el sonido de una gran cascada y el sonido de esa agua
al caer, me dejaba relajada, sonriente. Cuando Eduardo despertó, sus ojos se
iluminaron y al mirarme, comenzamos a sonreír como locos, al mismo tiempo
que nos abrazábamos. No sentía el dolor en el brazo, fue como por arte de magia
o de la oxitocina que liberamos al hacer el amor. Definitivamente me había
transformado en una nueva mujer, sin preocupaciones y sobre todo sin la
tragedia que se había convertido para mí el tener a un hombre que se burlaba de
lo que realmente me gustaba. Nos metimos debajo de las sábanas, pero justo en
ese momento donde íbamos a dar inicio al juego previo, el móvil de Eduardo
sonó y nuestra inspiración se cortó en el instante.

—Debo contestar esta llamada mi vida, es de la oficina — Me dijo apenas tomó


el móvil en sus manos.
Yo me senté en la cama y cuando miré la hora en el reloj que estaba sobre la
mesa de noche, me di cuenta de que se le estaba agotando el tiempo para irse a la
negociación que estaba pendiente y cuando cortó la llamada, se notó la
preocupación en su rostro.

—¡Ya lo sé, mi vida, es tarde! Pero vas a llegar, ve a ducharte mientras yo busco
en tu armario algún atuendo apropiado — Le dije y como si fuéramos un gran
equipo, todo se logró a tiempo.

Salimos de la casa de Eduardo y alcanzó a dejarme frente al restaurante, pero no


entré, me dio un poco de pena llegar con la misma ropa. Me subí en mi coche y
en la casa me cambié. Al llegar a mi trabajo, los convoqué a todos y los alerté
por el robo que fue frustrado por Eduardo. Después que me dejaron a solas,
sonreía al recordar el momento en el que Eduardo y yo hicimos el amor. Me
acariciaba con mis manos tratando de hacer el mismo recorrido que él siguió,
pero me contuve de continuar porque sus manos se adentraron en lugares a los
que no debía tocar por respeto al sitio donde me encontraba.

Ya la jornada de trabajo había terminado en el restaurante, era muy tarde y no


había tenido noticias de Eduardo, pero sabía que en cualquier momento me
llamaría al móvil para darme la buena noticia de su éxito en la negociación y así
fue. No pasaron ni veinte minutos cuando él se apareció por la puerta de mi
oficina.

—¿Estás lista, mi vida? Vine por ti para llevarte a tu casa — Apenas entró, se
acercó a mí para saludarme y entregarme una rosa.

—¡Sabía que vendrías, Eduardo! — Le dije mientras le daba un beso —¡Te


extrañé, mucho mi vida! — Con una sonrisa en mis labios mientras recibía la
hermosa flor —Siempre estaré lista para ti — Respondí al mismo tiempo que
buscaba mi bolso.

Los dos salimos tomados de la mano y los empleados nos miraban de reojos,
pero no por mal, más bien se sonreían y murmuraban palabras bonitas, según
ellos Eduardo y yo hacíamos una linda pareja y, a decir verdad, yo también
pensaba lo mismo.

Antes de llevarme a mi casa, Eduardo me llevó a la orilla del malecón y ahí, con
la brisa del mar que hacía ondear mi cabello, fue una de las noches más
románticas que había podido vivir. La luna tenía un brillo diferente, como si un
foco la alumbrara directamente para que se recargara y nos iluminara solo a
nosotros. Las estrellas, ese momento se asomaron curiosas y destellaban celosas
de nuestro amor que se esparcía hasta el universo.

—Te prometo mi vida, que no habrá nada ni nadie en este mundo que pueda
separarnos. Mi amor por ti es único, indestructible. Quiero que llevemos este
noviazgo con mucha sinceridad para cuando tengamos que dar ese paso hacia el
altar, no tengamos ninguna duda — Me dijo con sus manos junto a las mías.

—De mi parte, nunca más te daré motivos para que dudes de este amor. Este
sentimiento solo he conocido contigo, solo contigo — Le dije y enseguida brotó
una lágrima de mis ojos.

Eduardo secó mi lágrima con su mano y con ella, acarició mi mejilla. Los dos
cerramos nuestros ojos y enseguida nuestras bocas se juntaron. La humedad de
sus labios, hacían que de los míos emanara miel, esa dulzura que solo podía
surgir cuando se estaba con la persona ideal, como dijeran algunos poetas, con el
elegido.

Estuvimos un rato, empalagándonos con los besos mientras la gente a nuestro


alrededor no dejaba de mirarnos. Nos sentíamos como unos extraños, tal vez
como unos extraterrestres porque no dejaban de murmurar, como si en estos
tiempos el amor fuera un sentimiento en proceso de extensión. Pero, aun así, no
dejamos a un lado de demostrar que nos queríamos hasta que de pronto, la lluvia
comenzó a caer y corrimos a meternos dentro del coche.
Había sido muy repentina esa lluvia porque el cielo estaba muy despejado, solo
se me ocurría que Dios nos estaba bendiciendo. Así de fantásticos concurrieron
los siguientes días y Eduardo y yo nos seguíamos complementando hasta que
ocurrió algo que me hizo cambiar en 360° mi vida.

Recibí una llamada de Eduardo, estaba muy nervioso y me pedía que habláramos
con urgencia. Yo estaba en mi oficina y aunque lo sentí muy extraño, pero ya él
me había acostumbrado a que cada vez que hablábamos, terminaba por darme
una gran sorpresa. Le había dicho que se acercara a mi oficina, pero prefirió que
no viéramos en el malecón. Estaba segura que se trataba de algo muy especial
porque ese lugar era un sitio mágico para nosotros dos.

No lo pensé mucho y antes de salir del restaurante, me arreglé un poco el cabello


y coloqué mucho brillo en mis labios, necesitaba estar preparada para los besos
que ya me hacían falta. Salí de ahí con unas ganas inmensas de ver a mi amado
Eduardo, pero cuando llegué me di cuenta de que era más temprano de lo que
habíamos acordado, aun así, esperé un poco dentro del coche y comencé a soñar
despierta.

¡Seguramente me va a pedir que sea su esposa! Pensé y comencé a sonreír.


Había un fuerte corazón dentro de mí, sabía que lo que Eduardo tenía que
decirme era algo que iba a cambiar nuestras vidas y ya me estaba preparando
mentalmente para decirle que sí, era lo que más deseaba.

La hora se acercaba y quise bajarme del coche, pero las gotas de lluvia
comenzaron a caer y me tuve que quedar dentro. Una vez más la lluvia causaba
estragos en nuestras muestras de amor, pero apenas vi a Eduardo que se bajó de
su coche, soné el claxon rápidamente para que se diera cuenta que yo estaba
dentro esperándolo. Apenas me vio, corrió apresurando sus pasos para entrar,
pero su rostro reflejaba ese nerviosismo que me proyectó con su voz en la
llamada y hasta preocupación.
—¡Mi vida, salúdame por Dios! — Le grité mientras trataba de buscar su
mirada que por algún motivo estaba esquivando de mí —¿Qué pasa Eduardo,
pareces asustado? — Le pregunté al ver que no cambiaba la expresión en su
rostro.

—Te cité aquí, mi vida porque han pasado cosas que no esperaba — Fueron sus
primeras palabras y después hubo un silencio que me catapultó la mente.

La felicidad que tenía se me había borrado de mi rostro, algo serio estaba


ocurriendo y no se trataba de la propuesta de casarnos, era algo que le dolía, que
lo estaba torturando. Ya me había inquietado lo suficiente, al punto de exigirle
que me contara de una vez por lo que estaba a punto de llorar.

—Sí mi vida, seré breve, pero déjame contarte cómo sucedieron las cosas, por
favor — Me dijo al mismo tiempo que me tomaba de la mano.

Yo hice todo lo posible por escuchar a Eduardo, no dejé que mi impaciencia


actuara por mí. Enseguida, Eduardo se acomodó en el asiento y suspiró
profundamente.

—Hace tres meses terminé una relación seria, de hecho iba a casarme con esa
persona, pero me di cuenta que se trataba de una unión basada en
manipulaciones y mentiras. Lo hablamos y ella aceptó, pero hasta ayer me
buscó. Me dijo que se había enterado de que ya estaba feliz con otra mujer y que
lamentaba tener que darme la noticia que estaba esperando un hijo mío — Me
confesó Eduardo y en el momento no pudo hablar más.

Me llevé las manos al pecho, sentí que se me soltaba la cuerda e iba cayendo
poco a poco en un profundo agujero. Esa noticia era la piedra que me hacía caer
más rápido ¡No lo podía creer! Y Eduardo, él comenzó a llorar sin ningún pudor,
era un hombre tan sensible y esa mujer lo sabía, era difícil que lo dejara ir así tan
fácil.

—No quiero preguntarte qué vas a hacer, por favor dímelo tú y termina de
matarme con esta noticia — Le dije llorando y conociendo de antemano su
dolorosa respuesta.

—Nunca pensé que iba a decirte esto, mi vida, porque es a ti a quien amo ¡Oh
Dios! — Gritó y se llevó las manos a la cabeza —No puedo dejar que un hijo
mío nazca fuera del matrimonio, él no tiene la culpa, mi vida ¡Tengo que
sacrificarme por él! — Me comentó y con sus palabras, rasgaba abruptamente mi
corazón.

—¡No, no, no, no! ¿Por qué nos pasa esto a nosotros, Eduardo? Somos él uno
para el otro, Dios lo sabe, nos amamos mi vida, nos amamos — Le grité y
enseguida nos abrazamos.

Ese abrazo desesperado nos llevó a un beso de los dos con lágrimas en los ojos.
Eduardo no paraba de decirme que me amaba y me justificaba que decía alejarse
de mí para siempre.

Capítulo VI

La euforia que teníamos los dos, no nos permitía separarnos y por más que
comprendía que Eduardo y yo no podíamos continuar con nuestra relación, le
pedía a gritos que no me dejara.

—¡No, no me dejes Eduardo, por favor! — Le rogué y él solo podía pedirme


perdón.

—Este dolor también me lo estoy causando a mí, se me parte el alma esta


despedida ¿Por favor, dime que vas a estar bien? — Me preguntó como si fuera
algún virus que en pocos días iba a desaparecer de mi existencia.

—No, jamás voy a estar bien si tú no estarás a mi lado, Eduardo ¡Te amo! Pero,
sí, debemos separarnos — Le respondí y en ese momento, Eduardo salió de mi
coche si decir más palabras.

Lo vi alejarse y subirse a su coche y enseguida encendió las luces y se alejó. Yo,


no sabía cómo superar lo que me había ocurrido, ni siquiera estaba segura de
poder conducir hasta mi casa por lo que me bajé y pedí un taxi.

—¿Está usted bien, señorita? — Preguntó el joven chofer del taxi al ver que me
subí a su coche llorando.

Le hice señas por el retrovisor para que se quedara tranquilo y manejó muy
callado. Traté de calmarme, al menos mis lágrimas se detuvieron, pero por
dentro quedaba el dolor de haber perdido al amor de mi vida. Cuando llegué a mi
casa, lo primero que hice fue tirarme en la cama y apreté el medallón que me
había regalado Eduardo en el avión. No podía creer lo injusta de la vida ¿Para
qué me había dado la felicidad por unos meses, si él no era para mí? Me
preguntaba una y otra vez al recordar cada uno de nuestros momentos felices,
porque todos lo fueron. Teníamos muchos planes y todo se había ido por la
borda, pero ese niño no tenía la culpa y Eduardo era un hombre muy correcto, su
nobleza no le daba para permitir que su hijo creciera sin una familia. Me sentí
fracasada por primera vez, lo tuve todo en cuestión de días y ya no tenía nada.
Eduardo también estaba muy mal, llegó a su casa y se sirvió un trago y lo que
quedaba de la noche la pasó bebiendo alcohol. Fueron copas tras copas hasta que
quedó completamente embriagado y se dejó caer sobre el sofá de su sala,
totalmente derrumbado.

A la mañana siguiente, ya el sol no era igual, sus rayos no iluminaban mi


habitación. Todo era frío para mí, como si viviera en un mundo muerto, en el que
me había convertido en un zombie que andaba en la búsqueda, pero no de un
cerebro, si no de un amor que se había perdido. No tenía fuerzas para levantarme
de la cama, como si el último aliento lo hubiera exhalado en ese momento que
Eduardo se bajó de mi coche. Apenas miré el reloj y eran las diez de la mañana
¿Cómo pude dormir tanto? Me pregunté y me senté en la cama, pero no le
encontraba sentido a nada, no sabía qué hacer. Ni siquiera me atreví a tomar el
móvil porque estaba segura de que no iba a tener ni tan solo un mensaje de él.

Me sentí tan sola en ese momento que pensé cualquier cosa que me hiciera
borrar todo el dolor que estaba teniendo, pero justo ahí, sonó el móvil y con la
esperanza que fuera él, me levanté rápidamente y cuando vi de quien se trataba
me quedé un poco sorprendida ¿Cristina llamando? Me pregunté muy alarmada
porque nunca más habíamos hablado. Nuestro contacto se había perdido justo
cuando retornamos al país, pero no dejé de contestarle para conocer la razón de
su llamada.

—¿Esther? Es Cristina, viajamos juntas con el viajero del mundo ¿Me


recuerdas? — Me preguntó.

—Sí Cristina, te recuerdo perfectamente ¿Cómo has estado? — Le respondí


después de secarme las lágrimas y aparentar que solo tenía un malestar de gripe.
—Bien, gracias Esther, te llamo porque me comentaste que tienes un restaurante
y quiero reservarlo para una cena con un cliente, es para negociar un caso de un
político muy importante del país — Me dijo y realmente lo menos que quería era
hablar de trabajo.

—Sí, claro. Envíame por favor tu e-mail para darte los pasos a seguir y los datos
necesarios, Cristina — Le respondí sin poder ocultar la tristeza que se reflejaba
hasta en voz.

—Ya te estoy enviando la información que me pides, Esther. Disculpa si soy un


poco curiosa, pero ¿Está bien? — Me preguntó y sentí tanta sinceridad en sus
palabras que solté el llanto que me estaba reservando.

—No, no estoy bien. Anoche mi novio y yo nos tuvimos que despedir en medio
de una gran verdad que no pudimos evadir— Le respondí, al mismo tiempo que
regresaba a la cama.

—No sé lo que les haya ocurrido, pero te escucho bastante mal. Dame por favor,
tu dirección, voy saliendo para allá, ahora mismo — Me dijo muy preocupada.

Me sentía muy tristeza y la soledad no era la mejor compañía que podía tener en
ese momento. No lo pensé dos veces y le dije a Cristina donde me encontraba,
necesitaba a alguien con quien hablar o iba a enloquecer por el dolor. Un rato
después, Cristina llegó y como si fuéramos unas amigas de verdad se encargó de
escucharme. Le conté todo lo que me había ocurrido con Eduardo, desde el
malentendido con Gustavo hasta lo que había pasado con el embarazo de su
exnovia y sus palabras lograron tranquilizarme un poco.

—Esther, estás muy afligida, debes calmarte para saber cómo vas a actuar — Me
dijo al mismo tiempo que me abrazaba —No sé, pero a mí me parece que eso del
embarazo es una gran mentira ¿Cómo es eso que ella después que se enteró que
él estaba en una relación contigo, salió con el embarazo? Por mi experiencia en
los casos, puedo decirte que no todo es cierto, esa mujer solo quiere retener a
Eduardo a su lado y lo está logrando — Fue el análisis que Cristina hizo y no me
pareció del todo descabellado.

—Tal vez tengas razón, Cristina, pero mientras ella lo sostenga, Eduardo hará
todo lo que ella diga por el bien del bebé y mientras tanto, yo estaré sufriendo
por el dolor de perder al verdadero amor de mi vida — Le dije y comencé a
llorar.

—Es cierto, por lo poco que conocí de Eduardo, es un hombre muy correcto, no
creo que la vaya a dejar sola, lo cierto es que están sacrificando su amor sin
saber si se trata de una mentira — Me dijo y con esas palabras me provocó una
gran confusión por no saber qué hacer.

—¿Qué hago? ¡No sé qué hacer con mi vida! Jamás imaginé que algo así me iba
a suceder si todo estaba tan bien, teníamos muchos planes — Le dije sin parar de
llorar.

Cristina me consolaba con palabras futuristas, esa que te decían que el tiempo lo
sabe todo, pero yo solo quería una respuesta que aliviara mi dolor. Mi mente se
negaba a perder a Eduardo por más que tratara de comprender su situación.
Cuando me calmé un poco, le agradecí a Cristina por haber estado conmigo en
ese momento y desde ese día, nos hicimos muy buenas amigas.

Los días continuaron, era lógico si aún seguía con vida, nada se podía detener
solo porque mi corazón estaba destruido. No supe nada más de Eduardo, aunque
habían noches que me marcaba al móvil y se quedaba en silencio, en ese
momento los dos lo único que hacíamos era llorar y después de unos minutos
colgábamos la llamada. Ya nada tenía sentido para mí, hasta las ganas de
continuar viajando por el mundo y aprender un poco más de las distintas
culturas, se habían ido de mis pensamientos. Iba a trabajar solo por el
compromiso de que los empleados no perdieran sus trabajos y con ello, su
ingreso económico para sus hogares. A ellos les debía también el éxito del
restaurante por su constancia diaria.

Salía del trabajo a la casa, mi vida se había convertido en una rutina. Ni con mis
padres hablaba, cada vez que me hacían una llamada les decía que yo estaba
muy ocupada y que los visitaría pronto, pero no tenía cara para verlos. Una
tarde, pensé que la cabeza me iba a estallar por el dolor y le notifiqué a los
empleados que me iba a marchar temprano, ellos también se estaban
preocupando por lo triste que me veían y en algunas ocasiones, entraban a mi
oficina para saber en qué me podían ayudar, eso me hacía sentir querida y de
alguna manera me regresaba el ánimo, aunque fuera solo por un momento.
Cuando estaba recogiendo las cosas en mi oficina, tocaron a la puerta y apenas
ordené que siguieran, me llevé una gran sorpresa.

—¡Buenas tardes, Esther! ¿Puedo pasar? — Fueron las palabras de Oscar al


entrar.

Sí, era Oscar, el hermano de Eduardo que estaba frente a mí ¿Qué hace aquí? Me
pregunté y por mi asombró, enseguida me puse de pie para saber por él mismo
qué estaba ocurriendo.

—¡Oscar, sigue por favor! ¿Pasó algo con Eduardo? Es que jamás pensé verte
por aquí, por favor siéntate — Le dije aun sin salir de mi asombro.

Oscar se acercó a mí y me saludó con mucho cariño, pero la expresión en su


rostro me dejaba muy intrigada y casi le vuelvo a preguntar qué hacía en mi
oficina para salir de mi desesperación.

—Eduardo no está bien, Esther y por lo que puedo notar, tú tampoco lo estás.
Los dos están sufriendo y es injusto. Este fin de semana se casa con Irene — Me
comentó y con sus palabras no estaba segura de su presencia porque con esa
noticia me estaba matando lentamente.

—No puedo hacer nada, Oscar, no debiste venir a decirme eso, es muy doloroso
— Me levanté y cubrí mis ojos con las manos, sin poder contenerme, me puse a
llorar desconsoladamente.

—No, mi intención no fue hacerte daño con esa respuesta ¡Quiero ayudarlos! Su
amor es algo que muy poco se ve y debes intentar salvarlo — Me dijo y no
comprendía bien lo que intentaba —Yo al igual que todos en la familia, dudamos
de ese embarazo. Yo le pedí a Eduardo que le exigiera a Irene una prueba y ella
le entregó los resultados de un laboratorio, pero quise que se evaluara con un
especialista del hospital y ella se indignó al decir que todos desconfiábamos de
ella y se tornó muy lastimada. Eduardo no tuvo más opción que creerle para no
sufriera el bebé — Continuaba y cada vez me ponía peor al saber todo lo que
estaba pasando el pobre Eduardo.

—¿Qué pretendes con decirme todo esto, Oscar? Disculpa que lo pregunte de
esta forma, pero me duele saber que Eduardo y yo no podemos estar juntos —
Le dije, al mismo tiempo que secaba mis lágrimas.

—Lo que pretendo con todo esto, es pedirte que por favor vayas a hablar con
Irene. De mujer a mujer y con el corazón en la mano, hazle ver que se está
equivocando al retener a un hombre con una mentira. Mi madre ya intentó
hacerlo y fingió un desmayo, sé que contigo será diferente porque le hablarás
con el corazón en la mano ¡Por favor Esther, no dejes de luchar hasta el último
momento! Mi hermano te ama y está muriendo por dentro — Me dijo y se
levantó y me colocó un papel con la dirección de Irene sobre el escritorio y se
marchó.

Me quedé boquiabierta con todo lo que había escuchado, pero sobre todo con la
carga que había puesto Oscar sobre mis hombros. Prácticamente de mí dependía
si ésa boda se celebraba o no y no sabía qué hacer. Le marqué a Cristina porque
ella siempre tenía una respuesta acertada y enseguida me fui hasta su oficina con
la dirección de esa mujer que me estaba robando mi felicidad.

—Sigue, Esther ¡No puedo creer que Oscar, el hermano de Eduardo se haya
aparecido en tu oficina a pedirte que hagas eso, pero sabes qué, es un buen
hermano ¡Debes ir a hablar con esa mujer! — Me dijo sin ningún titubeo.

No lo pensé más, dentro de mí sabía lo que debía hacer, pero necesitaba un


empujón que me diera la certeza de que era eso. Me armé de valor y fui hasta la
casa de Irene, sin ningún temor. Me bajé del coche con mucha seguridad y
apenas me anunciaron, la empleada de su casa me pidió que pasara al salón
donde le estaban probando su vestido de novia. Apenas entré, ella se quedó
mirándome y pidió a todos los demás que salieran y nos dejaran a solas. Ella se
sentó mientras arreglaba la falda de su vestido que estaba tocando el suelo.

—¡Así que tú eres Esther! ¿Qué haces aquí? — Me preguntó, al mismo tiempo
que se sonreía irónicamente.

—Vine a hablar contigo, de Eduardo y necesito que por favor me escuches, Irene
— Le pedí y traté de mirarla a sus ojos, pero ella solo se arreglaba su vestido.

—Te escucho, pero por favor sé breve, como verás, estoy en mi última sesión del
vestido de novia — Me dijo y se colocó una mano sobre su barbilla como si
realmente estuviera interesada por oírme.

—yo estuve al lado de un hombre al que pensé que amaba por muchos años,
pero no era feliz, solo me conformaba con saber que mi relación era estable, pero
al final pensé las cosas y me di cuenta de que esa no era la vida con la que
siempre había soñado. Cuando Eduardo y yo nos conocimos nos dimos cuenta
de que habíamos nacido él uno para él otro. Jamás pensé que se podía ser tan
feliz y la vida me sorprendió. Yo amo a Eduardo, desde aquí del corazón y él me
ama y a causa de tu mentira por retenerlo a tu lado, los dos estamos sufriendo
mucho y quiero que sepas, que, si mantienes eso de tu embarazo, te estarás
atando a un hombre que nunca será feliz a tu lado y lo estarás condenando a él a
ser infeliz para toda su vida. Date la oportunidad de la vida te dé al hombre que
tú ames, pero, sobre todo, que te ame. No te quito más tiempo, Irene y gracias
por escucharme — Me levanté y mientras secaba mis lágrimas, salí de la casa.

Me subí en mi coche y dejé que el llanto me hiciera desahogar el dolor que


seguía acumulado en mí. No sabía si Irene iba a cambiar de parecer, pero al
menos conoció mi verdad y no había nada en el mundo que hiciera que este
amor que sentía por Eduardo se extinguiera. Solo faltaban tres días para que
celebraran en matrimonio y mis esperanzas estaban bajo cero.

Cuando estaba en la casa, me sentí tentada a marcarle a Eduardo, necesitaba


escucharlo para decirle que lo seguía amando con todas mis fuerzas, pero no
quise hacerle más daño porque estaba segura de que al escucharme todo se le iba
a ser más difícil. Preferí marcarle a Cristina y contarle cómo me había ido con
Irene. Ella confiaba en que esa boda no se iba a dar, porque al final, a ninguna
mujer le gustaría estar en las condiciones de ella, pero yo no estaba tan segura de
que eso fuera a pasar.

Cuando llegó el sábado, no quería levantarme de la cama. Sentí como si se


cerrara el telón en el teatro de mi vida. Hasta el día de ayer, las noticias hablaban
sobre la boda de Eduardo e Irene y me había dado cuenta de que mis palabras
fueron en vano. Estaba a punto de conocer la noticia que la boda se había
realizado y con la realización de esas nupcias, daba inicio a mi gran calvario. No
pude más, llevaba algunos días sin probar bocado, como si mi estómago se
hubiera cerrado como lo hacía mi corazón. Me desvanecí en la cama y quedé con
mi mirada en un punto fijo que no era nada especial.

Estaba como encerrada dentro de mí, como si mi propio cuerpo fuera mi casa en
la que no quería que me molestaran y por eso había cerrado mi puerta hacia el
exterior. Me sentía libre para llorar sin tener que expresarles a todos que quería
morirme de tristeza y esa era la verdadera razón de mi ausencia.

Cristina se preocupó mucho porque sabía que ése día no me podía dejar sola e
intentó llamarme en varias ocasiones, pero al ver que no le atendía, se acercó a
mi casa.

—¡Esther, amiga, sé que estás ahí! — Gritaba a través de la puerta, yo la


escuchaba, pero la tristeza dominaba mi cuerpo y mi mente me impedía
moverme, ni siquiera podía hablar.

Capítulo VII

Cristina llamó a los bomberos y le explicó que se sentía muy preocupada. Ellos
dudaron si debían forzar la puerta y ella se encargó de mostrarle mi coche que
estaba estacionado. Llamaron al restaurante para saber si había ido ése día a
trabajar y todo apuntaba a que sí me había ocurrido algo. En ese momento los
bomberos forzaron la cerradura y entraron corriendo, buscaron junto con
Cristina por toda la casa hasta que llegaron a mi habitación y ahí estaba yo,
tirada en la cama como si fuera un vegetal.

Escuchaba sus voces y el llanto de Cristina pensando que estaba muerta. Cuando
revisaron mis signos vitales, todo estaba bien y le explicaron que me encontraba
en un grave estado de shock. Enseguida, llamaron al hospital para avisar que
estaban llevando un caso de emergencia y al llegar, me recibió el mismo Oscar,
el hermano de Eduardo. No pudo atenderme directamente porque su turno estaba
terminando, pero aun así se quedó por un buen tiempo para conocer mi
diagnóstico.

Efectivamente tenía un shock emocional muy fuerte y me dejaron internada en el


hospital. Comenzaron a alimentarme a través de unas sondas porque estaba muy
débil. Al final de la tarde, las voces exteriores no las escuchaba, solo estaba yo
dentro de mí. Mis padres llegaron unas horas más tarde, Cristina había tomado
sus números de mi móvil. No sabían nada de lo que yo estaba pasando y se
quedaron muy tristes por no haberme podido acompañar, no me perdonaban que
les haya ocultado todo ese dolor. Sabía que estaban junto a mí y podía oírlos,
pero después de ese día, mi vida ya no me pertenecía.

—Ésta joven se está dejando morir — Les decía el médico a mis familiares —
Solo la presencia de ése hombre al que ustedes dicen que ella ama la hará
regresar a la vida. Está hundida en su propia tristeza — Insistió el doctor por lo
que le había contado Cristina de lo que estaba viviendo por la situación de
Eduardo.

Oscar iba a visitarme todos los días y trataba de alentar a mis padres, al igual que
Cristina y los empleados del restaurante que nunca lo dejaron solo, pero la voz
que realmente quería escuchar era la de mi Eduardo y no pasó, nunca fue a
verme. Imaginaba lo infeliz que era su vida y comencé a llorar. Podía sentir la
mano de mi madre secándola y me pedía que ya no sufriera más porque le estaba
partiendo el alma.

Sentí ganas de abrir mis ojos y abrazarla, pero ella no me permitía moverme, la
tristeza me ganaba en todo momento hasta que una tarde, entró Oscar a la
habitación donde yo estaba en el hospital y una conversación me entre él y
Cristina me sacó del trance en el que yo estaba.
—¿Cómo está ella? — Le preguntó a Cristina refiriéndose a mí mientras
demostraba su cariño acariciando mi mejilla.

—Igual, no quiere salir de ese mundo donde está sumergida. A veces llora y sus
lágrimas recorren su rostro y nos parte el alma verla así y él ¿Cómo está? — Le
respondió mi amiga, pero no lograba entender por quién se preocupaba.

—También sigue igual sin reaccionar. Parece mentira que pueda existir un amor
como el de ellos dos, es admirable. Cualquier hombre sería muy dichoso porque
lo amaran de esa manera — Le dijo Oscar a Cristina y pude deducir que se
trataba de Eduardo, pero no estaba segura.

Traté de forzar mi mente para volver a la realidad y saber si estaba en lo cierto,


necesitaba que me dijera si estaban hablando de Eduardo, pero lo único que
logré fue mover los dedos de mis manos.

—¡Esther, esfuérzate un poco amiga! — Me gritó Cristina al ver que estaba


moviendo las manos.

—Está reaccionando al escuchar que hablábamos de Eduardo. Voy a llamar al


doctor Rondón — Dijo Oscar e inmediatamente salió a buscar a mi doctor.

Me sentí desesperada al escuchar que se trataba de Eduardo, mi sospecha estaba


confirmada y necesitaba regresar a la realidad, pero no me era fácil, no tenía el
control de mi cuerpo. Las lágrimas caían una vez más sobre mi rostro al pensar
que algo malo le había sucedido.

El doctor Rondón entró y comenzó a revisarme y les confirmó que mi cuerpo


estaba reaccionando favorablemente, pero que solo un milagro y mis ganas de
vivir me traerían de vuelta. Yo solo quería ver a Eduardo, él me traería de vuelta
y cada segundo aumentaba más mi desesperación. El doctor al ver que mi
corazón se aceleraba ordenó que me colocaran un medicamento para
tranquilizarme y con eso, me quedé profundamente dormida.
No tenía ninguna noción del tiempo, pero comencé a sentir un calor en mi
cuerpo como si los rayos del sol me estuvieran tocando. Abrí los ojos como si
despertara de un profundo sueño y al ver mi mano me di cuenta de que estaba
tocando la mano de Eduardo. Me atacó una tos seca que hacía que me dolía la
garganta y aun así comencé a gritar ¡Eduardo, mi vida1 fueron mis primeras
palabras al verlo postrado en una camilla al lado de la mía. Enseguida entraron
mis padres y Cristina, Oscar llegó después con el doctor Rondón y me
explicaron lo que estaba ocurriendo.

No comprendía nada, solamente quería que me ayudaran a bajar para abrazar y


besar a mi amor. Después que lograron estabilizar mi ritmo cardiaco que se había
acelerado por la manera tan abrupta como desperté.

—Tranquilízate, Esther, Eduardo al igual que tu sufrió un shock emocional el día


de su boda. Gracias a lo que tú hablaste con Irene, ella decidió decirle la verdad
a Eduardo y antes de que se celebrara la boda, le confesó que el embarazo era
una gran mentira. Eduardo se echó la culpa por haberte causado tanto daño y lo
último que dijo es que quería morirse por haberte hecho llorar y su mirada se
quedó en un punto fijo hasta lo trajimos hasta aquí. Cuando nos dimos cuenta
que tú estabas reaccionando apenas escuchaste el nombre de Eduardo, probamos
con tenerlos a los dos en una misma habitación y gracias a que pusimos sus
manos juntas, tú pudiste regresar con nosotros — Fueron las palabras de Oscar
para resumir lo que nos había ocurrido a Eduardo y a mí.

¡No se casó, no se casó! Grité en mi mente y no podía dejar de sonreír. Les pedí
que me ayudaran a bajar de la camilla para acercarme a él y Cristina enseguida
me ayudó a bajar.

—¡Eduardo, mi vida, estoy aquí contigo! — Le grité, al mismo tiempo que


tomaba su mano.

Enseguida, todos salieron de la habitación con lágrimas en los ojos y nos dejaron
solos para tener la privacidad que el momento requería.

—Regresa conmigo, Eduardo, aquí estoy esperándote. No sigas culpándote, tú


no tienes culpa de nada, mi vida, ya olvida todo por favor — Le pedía con
lágrimas en los ojos mientras reposaba mi cabeza sobre su pecho.

Mientras lloraba sobre él, sentí que levantó su mano y comenzó a acariciar mi
cabello. Me despegué por un momento y pude ver nuevamente sus ojos azules
que me miraban y sollozaban.

—¡Eduardo, mi vida! ¡Oscar, doctor Rondón, entren por favor ¡— Les grité
mientras no podía dejar de abrazarlo y besar sus labios.

Pero me apartaron por un momento mientras lo revisaban. Su tez estaba muy


pálida, supongo que yo me veía así de mal por el tiempo que tuvimos
hospitalizados y aun con su piel de color amarillo, lo amaba más que antes.

—Está muy bien, Eduardo al igual que Esther gozan de estabilidad en su salud,
ahora solo deben comer muy bien y recuperar el pedo que perdieron en todo este
tiempo — Nos dijo el doctor Rondón mientras se retiraba.

Oscar corrió a abrazar a su hermano y mis padres me abrazaron a mí, como si


nos estuvieran recibiendo de vuelta de un largo viaje y hasta en eso él y yo
coincidimos, en el shock emocional que tuvimos. Irene había hecho lo correcto,
aunque no podía negar que nos hizo sufrir hasta el último momento, pero lo
había dejado libre para mí, para que pudiéramos continuar con nuestros sueños.

—¡Esther, ven mi vida, por favor! — Gritó Eduardo mientras se sentaba en la


camilla con mucho cuidado.

Yo también estaba un poco débil, y la garganta me dolía un poco, pero todo eso
se me olvidaba al ver que estaba nuevamente con el amor de mi vida. Me
acerqué a él y cuando me tomó de la mano, delante de todos dijo unas palabras
que pensé que me harían tener otro choque emocional
—Quiero tenerte así de cerquita y delante de todos pedirte perdón, mi vida.
Nunca me cansaré de compensar todas las lágrimas que por culpa de la mentira
de Irene derramaste — Me y se acercó un poco a mí para darme un tierno beso
—También quiero pedirte delante de todos nuestros seres queridos, más bien
preguntarte si quieres casarte conmigo, Esther ¿Quieres ser mi esposa? — Me
preguntó con una sonrisa en sus labios y ese brillo en sus hermosos ojos que me
hacían caer rendida de amor.

—¿Qué crees que voy a responder, mi vida? ¡Claro que sí, quiero casarme
contigo, quiero ser tu esposa, Eduardo! — Le grité y todos comenzaron a gritar y
aplaudir emocionados.

Ése fue otro gran momento al lado de Eduardo, me recordó tanto aquel día en el
avión cuando me preguntó si quería ser su novia. Con él todo era paso a paso,
pero con mucha firmeza. Mi vida había dado nuevamente otro giro de 360°, ya
no estaba al revés, todo volvía a ser como antes, mejor que antes, esa era la
verdad.

Duramos un par de días en el hospital mientras confirmaban nuestro real estado


de salud y cuando nos dieron de alta, nos hicieron una gran fiesta de bienvenida
que jamás íbamos a olvidar. Cristina y Oscar se habían hecho muy buenos
amigos y se había ofrecido a llevarnos a nuestras casas, pero se desviaron y
terminamos en un centro cultural donde estaba todo el grupo que viajamos a
China con el viajero del mundo.

Pensé que estaba de nuevo en aquel lugar donde había descubierto el amor a
través de sus palabras y de su mirada. Me extrañó mucho no ver a Juliette y
aproveché que José Rafael se acercó a mí para saludarme y enseguida no tardé
en preguntarle.

—¿Le pasó algo a Juliette? Es que no la veo entre el grupo — Le hice la


interrogante sin dejar de mirar hacia los lados tratando de ubicarla.
—Ella, desde que regresamos de China, habló conmigo y me dijo que prefería
terminar con la relación. Se fue del país a buscar su propio destino, yo la quería
mucho, pero no podía retenerla a mí lado por mi condición, ya sabes — Me dijo
muy relajadamente.

¡José Rafael era un descarado! Pensé en gritarle en su cara, pero le demostré con
una sonrisa que me alegraba mucho por Juliette. La admiración que sentía por él
desde el primer día que me había hecho fanática de su blog, se había ido porque
no era un hombre íntegro.

—Vamos, mi vida, nos van a picar un pastel para celebrar nuestro compromiso
— Me dijo Eduardo cuando se acercó e interrumpió justo en el momento
indicado, como si le hubiera hecho alguna señal.

La celebración había quedado muy original, como lo éramos cada uno de los que
estábamos presentes, todos con un estilo diferente, pero lo cierto era que
amábamos la cultura. Casi a la media noche, Eduardo y yo nos sentíamos muy
cansados y era lógico si acabábamos de salir de un hospital, pero el miedo a
perdernos nos hizo llorar en plena despedida.

—No quiero separarme de ti, Eduardo, tengo miedo a perderte — Le dije


mientras me aferraba a sus brazos mientras Oscar y Cristinas nos esperaban
dentro de sus coches.

—Yo tampoco quiero hacerlo, pero te prometo que nadie nos va a separar.
Necesitamos descansar mi vida, tenemos mucho que organizar y también hay
que retomar nuestras vidas, trabajos, nosotros — Me decía mientras besaba mis
labios con mucha ternura.

—Tienes razón, mi vida, debo confiar en que la vida nos está regalando nuestro
momento de ser felices — Le respondí con un fuerte abrazo.

Nos subimos en cada uno de los coches y me sentía muy nostálgica, pero
Cristina no me reprochaba mis lágrimas y me comprendía como si fuera una
hermana.

—Gracias por demostrarme tu fidelidad en todo este tiempo Cristina, a ti te debo


mi vida. Te has convertido en una hermana para mí y por lo que veo,
terminaremos siendo familia — Le dije mientras soltaba una carcajada.

—¡Tonta! Lo dices por Oscar, ¿verdad? Solo somos amigos, Esther y gracias por
tus palabras, en todo este tiempo he aprendido a quererte y también te considero
como una hermana. Claro, una muy mayor, porque me llevas dos años — Me
dijo a manera de broma y comenzó a reír.

—¿Me estás llamando vieja? — Le dije mientras las dos reíamos como unas
niñas que se burlaban entre sí.

Así llegamos hasta mi casa y Cristina no quiso dejarme sola, esa noche se quedó
conmigo y lo único que hacía era hablar de Oscar. Para ser solamente amigos,
ella le estaba dando mucha importancia, era evidente que mi cuñado le estaba
gustando, pero no quería aceptarlo. Hicimos bromas con eso, pero al ver que le
disgustaban un poco, preferí dejar el juego para que no fuéramos a molestarnos
entre nosotras, al final Dios sabría si les correspondían estar juntos.

Apenas desperté tomé el móvil para marcarle a Eduardo y al parecer él también


había hecho lo mismo porque las líneas aparecían ocupadas, hasta que pude
lograr comunicación.

—¡Esther, mi vida! ¿Cómo dormiste? Yo casi no pude hacerlo, me sentía muy


inquieto — Me dijo con su voz un poco quebrada —¡Quiero verte! ¿Vas al
restaurante, hoy? — Me preguntó y no se me había ocurrido, todavía seguía con
mi mente un poco distraída.

—Sí, yo también quiero verte, mi vida. Aún tengo mi mente un poco loca, pero
sí, voy a arreglarme para ir al restaurante, quizás no a trabajar, pero quiero ver
cómo van las cosas y a saludar y agradecer a los empleados por el compromiso
que tuvieron conmigo. Cristina se quedó anoche conmigo, voy a pedirle que me
lleve y así no me llevo mi coche — Le dije y mis palabras lo llenaron de
emoción.

Cristina estaba escuchando y me sugirió que me vistiera como si fuera a conocer


por primera vez a Eduardo. Que tratara de ver ese día como si fuera la primera
vez entre nosotros y le compré la idea. Me parecía genial hacer como si nada
hubiera ocurrido, mi amiga era un poco alocada, pero tenía unas ideas geniales.

Busqué con mucha calma un atuendo, pero nada llamaba mi atención, hasta que
ella quiso intervenir y me pidió que me sentara y que confiara en su buen gusto.
En eso no coincidíamos, en nuestras maneras de vestir, pero aun así le di el
beneficio de la duda y me senté a ver cómo ella buscaba entre mi ropa para
buscar lo que a su parecer tenía que vestir para ir al restaurante.

—¡Este es el indicado! — Me dijo mientras me acercaba un vestido color rosa


que nunca me había colocado.

—¡No, estás loca! Ese vestido lo compré hace años, estaba más delgada y no
creo que ahora me quede, Cristina — Le dije rehusándome a aceptarlo.

—¿Más delgada? Si estás estupenda amiga, mira ese cuerpo tan hermoso que te
gastas — Me haló por el brazo y me paró frente al espejo.

—Tienes razón, voy a confiar en ti. Seguramente te pondrías algo así para una
cita con Oscar — Le dije con mucha risa mientras me iba hasta la ducha.

—¡No, con Oscar me pondría uno rojo, ya sabes que es mi color favorito! — Me
gritó desde la habitación y su comentario sonó un poco perverso, pero así era mi
amiga.

Tardé unos minutos en la ducha y al salir, Cristina se había ido a la cocina a


preparar algo para desayunar, definitivamente mi amiga estaba resultando ser
toda una ama de casa, pensé imaginando a la gran abogada Cristina preparando
un rico desayuno.
—Bueno, ya estoy lista y complacida con este vestido ¿Qué tal me veo? — Le
pregunté mientras me sentaba en la mesa.

Cristina se quedó mirándome, pero yo comencé a reír y no podía parar de


hacerlo al verla con la blusa llena de harina y toda su ropa. Estaba claro que la
cocina no era su fuerte y yo pensando que era casi una chef como ella alardeaba,
pero me iba a comer lo que con tanto cariño me había preparado.

Capítulo VIII

Cristina no comprendía por qué me reía tanto, ella solo estaba emocionada al
verme tan radiante con el vestido que me había escogido y yo solo bromeaba con
su aspecto y la pobre ni cuenta se había dado.

—¡Estas muy hermosa! No me equivoqué con ese vestido, ahora por favor
vamos a comer algo. Me siento responsable de ti en este momento y no voy a
dejar que salgamos sin un rico desayuno.

Me emocioné con sus palabras y esperé que llegara a mi mesa unas tostadas
francesas, tal vez unos panqueques, me imaginaba, pero cuando Cristina puso el
plato en la mesa, casi salgo corriendo al ver que efectivamente eran unos
panqueques, pero totalmente quemados. Ella me miró con una expresión de
tristeza y aunque quería reírme, me contuve porque sabía que su gesto era lo que
más me importaba.

—¡No te preocupes por eso Cristina! Ve y cámbiate con alguna de mi ropa y te


invito a desayunar en el restaurante ¡Estoy segura de que no has probado nada de
los menús que hacemos allá! — Le dije muy sonriente para convencerla.

Lo había logrado, Cristina fue a cambiarse, mientras yo estaba muriendo de las


ganas por ver a Eduardo y, sobre todo, quería impresionarlo con mi presencia.
Como si se tratara de un maniquí de tienda, Cristina se cambió rápidamente,
muy rápido para ser verdad, pero así pudimos llegar para la hora del brunch.

Después de comer, Cristina se marchó y yo me quedé en la oficina, emocionada


de ver tantos globos dentro de ella con mensajes de bienvenida que me habían
preparado los empleados ¿Cómo no ser feliz así? Me pregunté, si nuevamente lo
tenía todo, me sentía completa hasta en el amor era una mujer plena. Comencé a
contar los minutos, pero a la vez iba revisando los pendientes en el e-mail, era
viernes y tenía que pagarles a los proveedores, aunque Carlos ya había
adelantado algo de eso, él trabajaba muy bien y eso me hacía pensar en la
posibilidad de retirarme para ponerlo como gerente.

Eran casi las seis de la tarde y Eduardo no llegaba, me preocupé y cuando iba a
marcarle a su móvil, entró a mi oficina una de las meseras diciéndome que se
había presentado un problema con un cliente y que no quería pagar. Me levanté
muy rápido para tratar de intervenir y que no se vaya sin pagar, pero cuando me
acerqué a la mesa, todo el restaurante estaba completamente cambiado.

Las luces de las velas en cada mesa y floreros con rosas rojas, también los
manteles los habían cambiado, todas las mesas vestían con lo que se usaba en las
ocasiones especiales. Pero las mesas estaban dispuestas en forma de círculo y
solo una de ellas estaba en el centro y ahí parado frente a mí, estaba mi Eduardo.
Vestido con un traje azul, como el color de sus ojos y con un sombrero que lo
hacía ver más elegante, nunca lo había visto así y en vez de buscar sorprenderlo,
una vez más Eduardo se había robado toda mi atención.

—Pero qué es todo esto mi vida, pensé que nos íbamos a ver en algún otro lugar
— Le dije con una sonrisa mientras lo abrazaba fuertemente.

—Quise sorprenderte, preciosa, es lo que quiero hacer cada día de mi vida y esta
vez conté con el apoyo de tus empleados ¡Míralos como están de felices por ti!
— Me dijo mientras me daba su mano para sentarme junto a él —¿Recuerdas
que ayer te pedí que fueras mi esposa? — Me preguntó y le asentí con la cabeza
para afirmarle —Faltó algo muy importante, no quería saltarme ese paso, pero la
emoción del momento me ganó. Hoy me tomé todo el día para esto — Comentó
y enseguida se puso de pie mientras sacaba algo de su bolsillo.

Eduardo se arrodilló y todos los empleados estaban observando, yo me di cuenta


de qué se trataba, no siempre se le arrodillaban a una mujer y ya lo había vivido
la primera vez que me pidió que fuera su novia. Era nuestro momento de ser
felices y la vida nos estaba dando la dicha que pensé que no la iba a recuperar.

—Quiero pedirte nuevamente, pero esta vez con este anillo quiero representar
nuestro compromiso en matrimonio. Porque desde hoy no quiero que seas más
mi novia, serás mi prometida, así que te preguntaré de nuevo ¿Quieres casarte
conmigo, Esther? — Me dijo y apenas me hizo la pregunta, se me erizó toda la
piel.

—Sí acepto otra vez, mi vida y todas las veces que me lo pidas te voy a decir
que sí — Le dije y enseguida se levantó para ponerme el anillo en mi dedo.

En ese momento, sentí que una magia nos envolvía y entre muchas cosas,
Eduardo y yo estábamos vestidos como príncipes de cuento de hadas y eso hacía
aún más especial el momento. Dos de mis empleados nos sirvieron la cena y fue
uno de los mejores platos de comida asiática que había probado, ni siquiera en la
misma China probé algo igual o tal vez el amor por mi restaurante y la confianza
que le tenía al chef que trabajaban arduamente conmigo lo hacía tener más
mérito.

—¡Te amo, Esther! Quería morirme al imaginar todo lo que estabas sufriendo
por Irene — Me dijo y sus ojos se entristecieron.

—¡No, por favor mi vida! No hablemos de eso, este momento es nuestro y no


creo que debamos mencionar a terceros y más si nos hicieron daño a ambos.
Disfrutemos de esta noche y de todas las noches que nos quedan por vivir, mi
vida — Le dije al mismo tiempo que ponía mi mano sobre la de él y le lanzaba
un beso en el aire. Nos tomamos un par de copas de vino y pasamos un rato por
el malecón antes de llevarme a mi casa.

—Aquella noche bajo la lluvia, te rompí el corazón en este nuestro sitio especial.
Hoy quiero que retomemos todo desde aquella primera vez cuando por primera
vez nos dimos un beso a orillas de este mar — Me dijo mientras me besaba.

Pero enseguida lo interrumpí para comentar una idea que se me había ocurrido al
momento por estar bajo la influencia de esa hermosa luna y a orillas del
esplendido mar.

—¿Y si hacemos nuestro próximo viaje a la playa? — Le pregunté porque era


otro de mis sueños.
Eduardo se tornó muy serio, parecía que la propuesta no fue de su agrado. Se
quedó en silencio y observaba detenidamente a las olas del mar que golpeaban la
fina arena de la orilla. Correspondí a ese silencio, esperando que de alguna
manera me manifestara lo que estaba pensando.

—Eso que dices, me parece una muy buena idea, mi vida. Me quedé pensativo
porque te imaginaba corriendo por la playa con tu bañador blanco y unas flores
en tu cabeza que te hacían lucir muy exótica ¡Con solo pensarlo me enloquezco!
— Respondió después de esa pausa que me atemorizó un poco.

En ese momento, Eduardo me hizo quitar mis zapatos y bajamos por la escalera
hasta la orilla. Él se subió un poco el pantalón para no mojarlo. No entramos
mucho al mar, solo caminamos por la orilla, pero podíamos sentir lo fría que
estaba el agua. Nos detuvimos cerca de una gran piedra y para evitar que la ola
nos mojara al chocar contra ella, Eduardo me abrazó fuerte, pero nos enredamos
y caímos al suelo.

Nos reímos de nuestra mala hazaña, pero el estar tan juntos, uno encima del otro,
hizo que nuestras bocas se juntaran. Comenzamos a besarnos con mucha
intensidad, como si esos besos nos incitaran a desnudarnos, pero la pasión nos
duró muy poco cuando vimos varios focos de luces que se acercaban a nosotros.
Enseguida nos levantamos y se trataba de dos guardacostas que nos prevenían
que no era zona para bañistas.

—Señores, esto no es un balneario y menos a esta hora. Le agradecemos que no


ponga en riesgo su vida y la de su novia — Le dijo el hombre directamente a
Eduardo.

Nosotros nos moríamos de la vergüenza, pero Eduardo era muy travieso y


siempre lograba salirse con la suya, solo que esa vez no había escogido bien el
sitio.

—No se preocupe, amigo. Lo que pasa es que no somos de por estos lados y
sentí curiosidad por bajar, ya nos vamos — Le respondió y yo estuve a punto de
soltar una carcajada, pero por miedo a que eso nos delatara, me cubrí la boca con
mis manos.

Rápidamente nos subimos al coche, privados por la risa, pero al ver a Eduardo
no me pude contener. Estaba con la ropa mojada y llena de arena, pero cuando le
hice la crítica a Eduardo, él me señaló y me hizo ver que yo podía estar peor.
Cuando me miré comencé a gritar porque mi vestido lucía fatal, lo peor es que se
trataba de una prenda que recién me estaba estrenando.

—¡No, mira cómo quedó mi vestido, mi vida! — Le dije casi llorando, mientras
Eduardo no paraba de sonreír.

Tomé unas servilletas del coche de Eduardo y traté de quitar un poco el sucio,
pero fue imposible sacar el sucio del vestido al igual que del traje de Eduardo.
Sin duda que nos habíamos enloquecido con mi propuesta de hacer un viaje a la
playa. Entre las risas, me recosté del hombro de Eduardo para relajarme un poco,
mientras el acariciaba mi hombro con su mano sin descuidar el volante con la
otra.

—La noche terminó muy alocada ¿Verdad? Pero, aun así, me encantó, siempre
me dejas como atontada por cada una de tus ocurrencias ¡Nadie te iguala, mi
vida! — Le decía mientras ponía mi mano sobre su pierna.

—A ti tampoco te iguala nadie, mi vida — Me respondió de inmediato —¿Sabes


algo? — Me preguntó con mucha dulzura.

—No, qué debo saber, mi vida — Le respondí a su inesperada interrogante.

—Quisiera que la noche terminara aún más diferente ¿Te gustaría quedarte
conmigo esta noche? — Me preguntó y aunque lo deseaba, era algo que no
esperaba de su parte.

—Sí, quiero quedarme contigo esta noche, mi vida. Tengo esa necesidad de
tenerte muy cerquita de mí, oler tu piel, sentir tus caricias recorrer mi cuerpo —
Le decía, pero hice una pausa obligada de todo lo que me estaba imaginando
hacer con Eduardo.

Ésa noche, no fuimos a nuestras casas, Eduardo tomó el rumbo a una de las
cabañas de su familia que estaba en las afuera de la ciudad. Recorrimos algunos
kilómetros para llegar al lugar, pero la comodidad y el confort que había en el
sitio hizo que valiera la pena recorrer tanta distancia. Hacía algo de frío y
Eduardo encendió la chimenea mientras yo me acercaba al pequeño bar y
buscaba un vino de una buena cosecha, aunque no había mucho que escoger por
toda la vinera estaba llena de la misma botella. Tomamos unas cobijas para
cubrirnos y nos acercamos a la chimenea para recibir el calor, pero la intensidad
de los besos de Eduardo, hicieron que nuestros cuerpos se calentaran más
rápidos.

Todo terminó en la alfombra de piel que cubría el piso, ahí sobre las cobijas,
quedamos aislados tocándonos, recorriendo cada parte de nosotros, como si se
tratara de un mapa que condujera a un magnifico tesoro con la ventaja que la
ruta estaba ya trazada para conseguir el tan anhelado placer. Despertamos tirados
en el piso, con nuestras ropas regadas por toda la pequeña salita y al verlo
confirmaba que no había nada más importante para mí que Eduardo, se había
convertido en mi vida.

No tomamos precauciones con el tema de la comida y no teníamos nada cerca


para salir a comprar y ya era media mañana, pero mi estómago ya me estaba
pidiendo comida y con nuestra ropa tan sucia, no me atrevía a acercarme a un
restaurante a comer, ni siquiera al mío por respeto a los demás comensales y
Eduardo compartía mi criterio ¡Lo único cierto es que necesitábamos comer!

—Tengo una idea, mi vida — Se dirigió hasta la cocina y revisó en la pequeña


nevera —Aquí hay algo de comida ¿Quieres aventurarte este fin de semana? —
Me preguntó y no vacilé en decirle que sí de inmediato.
Era muy difícil que algo no me gustara de él, siempre sus propuestas eran muy
cuidadas, aunque esta vez nos tocaba improvisar a los dos.

—¡Contigo estoy dispuesta a vivir cualquiera aventura mi vida! — Le dije


mientras lo seguía a la cocina.

Pero la sonrisa en mi rostro se borró de inmediato al ver que había aceptado su


propuesta prácticamente a ciegas y me di cuenta que solo contábamos con un
poco de arroz y algunas especias.

—¿Qué? ¡No, mi vida! ¿Cómo me pides que me aventure con solo un poco de
arroz y esas especias? Mejor vamos a la ciudad — Le pedí, pero al final Eduardo
se encargó de convencerme y con esa seguridad que siempre me daba, decidí
quedarme.

Eduardo me pidió que me sentara, que de la comida él, se iba a encargar y eso
hice. Me senté frente a la gran pantalla que estaba junto a la chimenea y en poco
tiempo el aroma de lo que estaba preparando en la cocina llegó hasta mí y
comencé a emocionarme.

—¡Mi vida, eso huele muy bien! Eres mágico hasta en la cocina — Le grité con
una sonrisa.

Enseguida, Eduardo se acercó con los dos platos y nos sentamos en el sofá junto
a la mesa de la pequeña sala de la cabaña y lo que había preparado tenía mucho
mérito profesional. Estaba realmente delicioso, me quedé sin palabras porque
con pequeñas cosas, él se encargaba de hacer mucho.

Me sentía muy feliz de compartir una parte de mi vida con Eduardo y ese fin de
semana pasó a ser de un pequeño escape a una prueba de cómo sería mi vida al
lado de él. Me gustaba, me sentía en paz, enamorada y sobre todo muy segura
que estaba al lado del hombre elegido para mí. Ya quería que comenzaran
nuestros planes para la boda, pero esperaba que Eduardo me pidiera que
habláramos de ese gran momento. Para mí era importante que fuera él quien se
interesara por eso, como lo venía haciendo.

Esa noche fue fantástica, no quería que se terminara para no tener que regresar a
casa, pero apenas amaneció y nuestro domingo se convirtió en una real tortura
que me hizo pensar que el camino hacia el amor y la felicidad plena, tenía
muchas espinas.

—¡Está sonando tú móvil, Eduardo! — Grité exaltada cuando me despertó el


ruido.

Eduardo no despertaba, habíamos pasado toda la noche haciendo el amor y


realmente terminamos agotados. Le insistí, pero al ver que solo se movió para
darse la vuelta, me levanté para contestar su móvil ante la insistencia de la
llamada.

—Buenos días, por favor con el señor Eduardo — Fue lo primero que escuché
cuando contesté.

—En este momento no está disponible, pero ¿Le puedo ayudar en algo? Habla
con su prometida — Le respondí con insistencia.

—Necesitamos que venga con urgencia al hospital, su hermano Oscar sufrió un


infarto y se encuentra muy delicado. Por favor necesitamos que nos garantice
que le hará llegar la información — Me informó el joven y enseguida le di mi
palabra que íbamos saliendo en ese mismo momento para allá.

Me levanté de la cama y me llevé las manos al pecho y sentí una profunda


tristeza. Oscar era más que un hermano para Eduardo, era su gran amigo y su
cómplice en nuestra relación. No sabía cómo iba a tomar la noticia y yo no
estaba segura de qué manera debía darle esa información que estaba segura que
le iba a causar una gran angustia.

—Eduardo, mi vida, necesito que despiertes — Le dije mientras me sentaba a un


lado de la cama y trataba de halar la sábana para que despertara.
—¿Qué pasó mi vida? Aún tengo mucho sueño, escuché mi móvil sonar, pero
me dio mucha flojera — Me respondió mientras permanecía acostado sin abrir
los ojos y alzando sus manos para abrazarme —¡Ven, acuéstate conmigo un rato
más! Ya más tarde tenemos que irnos y tenemos que aprovechar — Me decía y
continuaba llamándome con sus brazos abiertos.

—Necesito decirte algo sobre esa llamada, era una llamada urgente del hospital,
mi vida — Le dije sin darle muchos rodeos para que terminara de despertar.

En el acto se sentó en la cama y al ver que mi rostro reflejaba preocupación y


angustia. Tal vez dedujo que se trataba de algo que había ocurrido, pero estaba
segura de que nunca pensó que era su hermano el que estaba involucrado.


Capítulo IX

Eduardo me exigió que no le ocultara lo que estaba pasando, pero me bloqueé al


hablar por verlo tan desesperado por saber que no pude decirle nada al momento.

—¡Por favor, preciosa, habla! — Me gritaba hasta que por fin me hizo
reaccionar.

—Perdóname, mi vida, pero esta noticia no es muy buena. Llamaron del hospital
porque tu hermano sufrió un infarto y está muy delicado de salud — Le dije y
enseguida se levantó y comenzó a gritar al mismo tiempo que me pedía que nos
vistiéramos.

—¡No, mi hermano no puede morirse, mi vida! — Gritaba —¡Vamos por favor,


quiero llegar rápido para verlo! — Me decía mientras en cuestión de minutos ya
estábamos en el coche.

—No voy a dejar que conduzcas en ese estado, Eduardo ¡Por favor déjame a mí
hacerlo! — Le pedí para que no fuera a ocurrir alguna tragedia y logré que
Eduardo me cediera el volante.

Íbamos por el camino muy angustiados, pero yo traté de que mi preocupación le


llegara a él, necesitaba que se mantuviera sereno. Eduardo llamó a casa de sus
padres y la empleada de servicio le participó que ellos habían salido para el
hospital y con eso se sintió más preocupado.

—Ya estamos llegando, mi vida. Tienes que permanecer calmado, por favor, tus
padres te necesitan sereno — Le dije y aunque asintió con la cabeza para
decirme que tenía razón, en su rostro se reflejaba una profunda tristeza.

Apenas entramos, los padres de Eduardo se levantaron y se abrazaron a él, pero


me tranquilicé un poco al ver que ellos mantenían la calma. Al parecer Oscar ya
estaba fuera de peligro y después de un momento de angustia ya pudieron pasar
a verlo en la habitación, le marqué a Cristina para avisarle, porque estaba segura
que entre ellos existía algo más que una amistad. Cristina me dijo llorando que
ya iba en camino y yo me acerqué para estar con ellos.

—Gracias a Dios estás bien, Oscar. Apenas nos enteramos quisimos de venir
rápidamente — Le dije cerca de la camilla, mientras Eduardo me tomaba de la
mano.

—Gracias por venir, Esther ¿Le puedes avisar a Cristina, por favor? — Me pidió
y enseguida Eduardo y yo nos quedamos mirando y sonreímos al comprobar que
sí existía algo más que una amistad entre ellos.

—¡Claro, cuñado! Ya me había tomado el atrevimiento de llamarla, viene en


camino, recuerda que vive aquí cerca del hospital — Le dije mientras Eduardo
me daba un beso en mi frente como símbolo de agradecimiento.

En ese momento, Cristina entró a la habitación, acelerada como siempre, esa era
su forma de ser. Abrazó a Oscar y como si no se hubiera dado cuenta que todos
estábamos presentes.

—¡Oscar, mi vida! Sentí que moría cuando Esther me contó que te había dado un
infarto, pero si estabas bien anoche cuando nos vimos — Le decía y con cada
confesión nos dejaba gratamente sorprendidos.

—Estoy bien, mi vida, solo fue un susto del que debo cuidarme — Le respondió
Oscar, mientras besaba su mano —No estamos solos, Cristina — Le comentó
Oscar mientras miraba a su alrededor.

Todos estábamos escuchando las intimidades de mi amiga y de mi cuñado, pero


no nos desagradó y, por el contrario, estábamos muy felices. La madre de Oscar
y Eduardo se cubrió la boca con sus manos, pero en sus ojos se veía reflejada
una inmensa alegría. Cristina cuando se dio cuenta de todo eso, se puso colorada,
roja como una manzana por la vergüenza, pero ella era tan extrovertida que lo
tomó luego una broma; ésa capacidad de decir siempre la verdad, quizás por su
profesión, la hacía ver muy especial.
—¡Ay, perdonen todos! Ya sin querer les hice ver que Oscar y yo tenemos una
relación — Nos dijo a todos con una sonrisa y la aplaudimos y yo me acerqué a
abrazarla —¿Amiga y a ustedes que les pasó? — Me dijo mientras me señalaba
el vestido.

Por un momento no comprendía su comentario, pero luego caí en cuenta que


Eduardo y yo estábamos aun con la ropa sucia del viernes cuando nos caímos en
la arena. Busqué la mirada de mi prometido y él estaba mirando a su madre que
tampoco se había dado cuenta, lo cierto era que por la desesperación no nos
dimos cuenta de que no estábamos con la ropa apropiada para ir a un hospital.

—¡Cristina, si eres imprudente! — Le dijo Eduardo después de una gran sonrisa.

Sentí ganas de quitarle la sábana con que Oscar estaba cubierto en la camilla y
echármela encima para que no vieran la facha, pero ya era demasiado tarde y
tenía que seguir con la vergüenza latente, pero que no me incomodaba del todo.

Unas horas más tarde, Eduardo me llevó a mi casa y como siempre, nos
tardamos en despedirnos, pero me urgía entrar y echar el vestido rosa en el bote
de la basura, estaba completamente manchado. Cuando abrí la puerta, me quedé
literalmente con la boca abierta al ver tantas flores juntas. Tomé una de las
tarjetas que traía uno de los ramos y el mensaje me dejó con el corazón más
cargado de amor:

“Quiero que cada día sonrías al recordar todo lo que hemos vivido. Ya no
busques más y por favor ¡Quédate conmigo!

Te amo.

Eduardo”.

Tomé cada una de las tarjetas de los ocho o diez ramos, de verdad que no podía
contarlos por la misma emoción y en todos, me pedía que me quedara con él. No
había otra verdad, ya no tenía nada más que buscar si el amor y la felicidad mía
estaban al lado de Eduardo. Cuando decidí que lo que vivía junto a Gustavo no
era lo que quería en mi vida, sabía que Dios tenía algo preparado pata mí y quise
buscar mi propio destino y ahí lo encontré a él ¿Cómo no quedarme con él? Si en
tan poco tiempo se había convertido en mi razón de reír, en el motivo de querer
despertar con las ganas de sonreírle a la vida, de trabajar con amor y sobre todo
de sentir, en el momento de hacer el amor.

Suspiré y suspiré, comprendiendo que eso que estaba sintiendo en el momento


era de lo que se trataba el amor. No quise llamar a Eduardo para agradecerle y
decirle cuánto lo amaba, iba a darle una sorpresa porque él siempre tomaba la
iniciativa conmigo. Me imaginaba que Eduardo pensaba que no me habían
gustado las flores porque no lo llamé de inmediato. Después que me cambié,
esperé un buen rato porque sabía que él se iba a cambiar para ir nuevamente al
hospital, así que me fui a una de las litografías más famosas de la ciudad y llevé
una de las sábanas que había comprado en China de una fina tela blanca. Ahí, le
mandé a estampar un corazón de color azul con flores del mismo color a su
alrededor y dentro, en todo el centro la palabra ¡Quédate conmigo! Cuando
llegué a su casa, me di cuenta de que no tenía las llaves que él me había dado,
pero el conserje me ayudó con eso y pude entrar.

Cambié toda la cama y estaba fascinada cómo se veía, tenía esa magia que nos
arropaba a los dos como pareja. Busqué unos floreros y puse las rosas azules que
había mandado a tinturar y dejé una carta sobre la cama. De ahí me fui hasta el
hospital a encontrarme nuevamente con todos. Apenas me vio, salió a mi
encuentro como si tuviéramos mucho tiempo sin vernos.

—¡Te extrañé! — Gritamos los dos al mismo tiempo.

En ese momento sonreímos y después de un abrazo, nos dimos un discreto beso.

—Gracias por la sorpresa, Eduardo, no sabes cómo me puse por la emoción. Me


quedé boquiabierta al ver tantas flores juntas, mi vida ¡Gracias por hacerme
sentir que soy especial para ti! — Le dije mientras le señalaba que su madre nos
estaba mirando.

—No solo eres especial para mí, lo eres para todos. Ya te ganaste el cariño de
toda mi familia y me consta que para tus padres eres su consentida, además, la
vida te regaló una hermana que es Cristina y también un hermano, Oscar — Me
dijo y después de otro beso, entramos a la habitación.

Oscar estaba mejor, el infarto había sido muy fuerte, pero no le había afectado
por ser un hombre muy sano y como era médico se sabía controlar. Cristina se
mantenía al pie de su cama y se le veía muy enamorada. Yo sonreí al recordar
aquel día en el hotel de China cuando me decía que nunca más iba a tener una
relación seria porque lo que quería era experimentar con desconocidos. A
Eduardo no le caía muy bien, pero con el tiempo se dio cuenta que es una
excelente persona.

—Mi vida, ya quiero irme a descansar, es bueno que deje dormir a Oscar ¿Te
parece si llevas a tus padres a su casa? — Le dije al oído para no ser imprudente.

Eduardo me dio la razón y les pidió a sus padres que se fueran a descansar y se
ofreció a llevarlos, pero su padre había llegado en su coche y se marcharon en él.
Cristina se quedaba un rato más y Eduardo y yo nos retiramos a nuestras casas.

Después de despedirnos, conduje hasta mi casa y me senté en el sofá mientras


escuchaba algo de música. Esperé la llamada de Eduardo para conocer qué le
había parecido mi sorpresa. Me agrava mucho lo que había sentido por tomar la
iniciativa y no dejarle todo a él, de eso se trataba ser una pareja.

Cuando Eduardo entró a su casa, lo que primero que percibió fue el olor de mi
perfume y eso le pareció extraño, pero pensó que me estaba atrayendo con el
pensamiento y que se había quedado con ese aroma en su nariz. Pasó a la cocina
y se sentó a revisar su móvil mientras bebía un vaso con agua. Enseguida me
marcó para avisarme que llegó a su casa y todo estaba bien.
—Sí, mi vida, ya estoy en mi casa. Llamé a mis padres y se iban a preparar un té
para dormir porque mi madre aún estaba muy angustiada ¿Y tú, qué haces? —
Me preguntó, pero no me dio las gracias por la sorpresa por lo que pude deducir
que aún no había llegado hasta su habitación.

—Qué bueno, mi vida. Yo estoy en mi habitación, voy a ducharme para


organizar unas cosas que debo llevar mañana al restaurante para luego irme a
dormir ¡Ve a ducharte, mi vida, es un poco tarde! — Le dije con insistencia para
que pudiera darse cuenta de la sorpresa.

—Sí, tienes razón, mi vida, voy a ducharme, en este momento voy caminando
hacia la habitación y en la ducha te voy a recordar dándome masajes en la
espalda — Me decía, pero en ese momento hizo silencio y me quedé con las
ganas de saber qué le había sucedido —¡Oh por Dios, mi vida, esto es realmente
sorprendente! —Gritó Eduardo a través del móvil y me imaginaba que ya estaba
dentro de su habitación.

—Estás en tu habitación, ¿verdad? — Le pregunté muy conmovida esperando


que le gustara lo que le había preparado, tanto o más que a mí.

—Sí, me quedo contigo porque no tengo nada más que buscar, ahora soy yo
quién te pide ¡Quédate conmigo! — Me leía la nota que le había dejado sobre la
cama —No sabes cómo me ha encantado todo esto, Esther ¡Eres única, mi vida!
Jamás me habían dado una sorpresa tan bonita y tan original como esta. Quisiera
tenerte aquí frente a mí para besarte y no solo expresarte con palabras todo lo
que te amo — Me decía con mucha conmoción.

Los dos estábamos sollozando, embargados por la emoción de las sorpresas que
nos habíamos dado. Después que conversamos por unas horas, como si no nos
hubiéramos visto y siempre era lo mismo, cada vez nos extrañábamos más.

Me fui a la cama con la ilusión de que amaneciera pronto y así poder ver a
Eduardo. Necesitaba ver su cara al comentarme lo que había sentido cuando
entró a su habitación, quería observar su mirada como se iluminaba
describiéndome cada detalle de su sorpresa. Pero cuando pensé que iba a
descansar, la noche se me hizo pesada de tanto soñar, pero no porque se trataba
de algo malo, era que soñaba con mi propia boda y me desperté agitada de tanto
que corría organizando mi evento y llorando porque no alcancé a decirle a
Eduardo que sí lo aceptaba como mi marido frente al altar.

Me sentía preocupada, no sabía si era alguna premonición. Con todas las cosas
que nos habían sucedido no sabía si se trataba de alguna señal. Traté de no ser
pesimista, muy poco creía en las premoniciones ni supersticiones, para mí lo que
tenía que pasar sucedía contra viento y marea, pero sentí miedo y no lo podía
ocultar.

Tomé el móvil y le marqué a Eduardo y me comentó muy seriamente que


necesitaba hablar conmigo. No comprendía por qué su tono de voz era diferente,
estaba como serio, como disgustado y nunca lo había oído así. Enseguida le pedí
a Cristina que nos viéramos y me dijo que iba a hacer un espacio para hablarme
antes de irse al hospital a ver a Oscar. Cuando ella llegó al restaurante, entró a mi
oficina y me consiguió llorando y me preguntó qué me había ocurrido.

—¿Pero, ¿qué pasó Esther, por qué estás así? — Se acercó a mí y con una
servilleta me secó las lágrimas.

—No sé, Cristina, creo que algo va a ocurrir con mi matrimonio. Yo no soy de
pensar en estas cosas, pero anoche soñé con mi boda y no alcancé a darle el sí a
Eduardo y me desperté llorando, después le marqué para escucharlo y él estaba
muy serio, como disgustado y me pidió que habláramos — Le contaba y las
lágrimas seguían saliendo.

—¡Esther, creo que estás exagerando! Si anoche me comentaste de la sorpresa


que ambos se dieron y, además, tú sabes cómo es Eduardo, es un bromista
travieso ¡Estás sensible por lo de la boda, es eso! — Me dijo y aunque sabía que
ella tenía razón, algo me seguía preocupando.

Tal vez el desear casarme con Eduardo me estaba poniendo nerviosa y Cristina
tenía razón, pero ni siquiera habíamos acordado una fecha y eso me ponía más
nerviosa. Dejé que Cristina se fuera a ver a Oscar y yo pasé toda la mañana
ansiosa, me sentía preocupada por la conversación que iba a tener con Eduardo,
pero traté de distraer mi mente con un poco de trabajo. Cuando menos lo pensé,
se apareció Eduardo y mi corazón comenzó a palpitar por los nervios y él se dio
cuenta de inmediato.

—¡Hola preciosa, vine apenas me desocupé! Quiero pedirte disculpa porque esta
mañana te hablé un poco serio, es que me llamaron de una de las empresas
porque al parecer nos hicieron una estafa, pero no quería preocuparte. Ya lo
solucioné, así que aquí me tienes — Me dijo y al escucharlo y sentí que me
volvía el alma al cuerpo, pero aun escuchándolo me eché a llorar.

—No sé qué me sucede mi vida, por un momento pensé que estabas molesto
conmigo — Le dije y de una vez le comenté que había tenido un mal sueño de
nuestra boda en la iglesia.

Eduardo se reía al verme llorar y me hacía sentir como una tonta por creer en
cosa que no existían. Pero me quedé con la intriga de saber qué era lo que
teníamos que hablar. Salimos del restaurante y nos fuimos hasta el malecón,
nuestro lugar de encuentros y donde nos dábamos un momento de relajación
mientras teníamos de fondo el sonido de las olas del mar. Eduardo me tomó de la
mano y mientras me miraba a los ojos comencé a llorar nuevamente.

—Pero ¿qué pasó, mi vida? ¿Qué me le está pasando a mi niña consentida? —


Me dijo mientras me arrullaba junto a su pecho

—Nada mi vida, solo lloro por la felicidad que siento que estés a mi lado — Le
dije mientas me reponía y lo escuchaba muy atenta.

—No quiero que esos ojitos se pongan tristes, si te traje hasta aquí es porque es
un lugar especial, ya dejamos atrás lo malo — Me dijo mientras me acariciaba
mis mejillas —Quiero que hoy decidamos la fecha para nuestro matrimonio, no
sé tú, pero yo anhelo casarme y vivir a tu lado pronto, Esther — Sacó de su
bolsillo un calendario impreso sobre una foto nuestra y nuevamente me
sorprendió.

Lo tomé en mis manos y me di cuenta de que Eduardo estaba realmente


emocionado, jamás se me hubiera ocurrid sacar un calendario con nuestra foto y
me emocioné al vernos ahí tan sonrientes que parecía que estábamos hechos para
estar juntos.

Capítulo X

Me alejé un poco y miré hacia el cielo, ahí estaba la luna, como siempre,
reluciente para nosotros y las estrellas seguían celosas cada vez que posábamos
debajo de su manto, destellaban con insistencia tratando de llamar nuestra
atención y siempre lo lograban porque al final nos quedábamos admirándolas y
eso hice en ese momento con el calendario en mi mano. Me quedé fijamente
viendo a una de las estrellas que acompañaba muy de cerca a la luna y cerré mis
ojos pidiéndole que me guiara a escoger ese día especial, esa fecha que marcaría
un nuevo destino en mi vida y la de Eduardo.

En ese momento, Eduardo se acercó y me abrazó por la espalda y se dio cuenta


lo que pretendía hacer. Cerró sus ojos y me tomó la mano y junto a la de él,
colocamos un dedo en encima del calendario.

—¿Estás preparado para abrir los ojos, mi vida? — Le pregunté al sentir que ya
habíamos escogido.

—¡Sí, estoy liso! — Me respondió y a la cuenta de tres, los dos abrimos los ojos
sin despegar la mano del papel.

Comenzamos a reír y a celebrar, pero aun no había visto qué día y qué mes
habíamos escogido al azar.
—¡Octubre! — Grité emocionada.

—¡Sí, y día seis! — Gritó Eduardo para indicar el día elegido.

En ese momento me llevé las manos a la boca al conocer exactamente la fecha,


no lo podía creer y le dije a Eduardo que era una locura.

—¡No puede ser, mi vida! Solo falta un mes exacto, sería una locura planificar
una boda en tan corto tiempo — Le dije muy preocupada y pretendiendo que me
comprendiera.

—No podemos hacer algo así, mi vida. Date cuenta de que la fecha fue cosa del
destino, piensa que no vas a estar sola en esto, nunca más vas a estar sola mi
vida. Es un sueño de los dos y lo voy a hacer realidad contigo ¡No tengas miedo,
mi vida! — Me dijo y sus palabras me llenaron de mucha seguridad y confianza
para continuar.

—¡No sabes cómo me alivian tus palabras, mi vida! Siempre pensé que solo las
mujeres eran las que se encargaban de todas las cosas de la boda y por eso veía
que tardaban hasta años planificando todo, pero con tu ayuda hasta en un día me
caso — Le dije sonriendo.

—¡Pues no se diga más, nos casamos en un día! — Me dio con el ceño fruncido
emulando que estaba serio.

—¡Estás loco, no en día, Eduardo! — Le dije sonriendo al darme cuenta de que


me estaba haciendo una broma.

Nos sentamos en una de las bancas que estaba en todo el malecón y comenzamos
a planificar nuestra boda. Hasta en los colores acertamos y coincidimos en toda
la decoración, era evidente que no pude haber conseguido un mejor hombre para
mí que Eduardo.

—Me siento muy enamorada de ti, Eduardo. Te miro y me imagino estar así por
siempre ¡Nunca te vayas de mi lado! — Le dije mientras me recostaba de su
hombro.

—Yo también me siento muy enamorado de ti, te lo dije una vez, es difícil no
enamorarse cada día de una mujer como tú, Esther y no, no me voy a ir de tu
lado nunca, entonces ¿Te quedas conmigo? — Me preguntó y enseguida levanté
la cabeza para buscar su mirada.

—Sí, me quedo contigo mi vida — Le dije sonriente.

Su mirada se fijó en la mía y nos fuimos acercando lentamente. Mi boca


enseguida buscó la suya, como si la invitara a juguetear seduciéndola con cada
roce y debajo de esa luna que hacía cada vez más mágicos nuestros encuentros
en el malecón.

Al día siguiente, me reuní con Carlos en el restaurante porque había tomado una
decisión importante que me iba a permitir tener mucho tiempo disponible para
organizar mi boda en tan poco tiempo.

—Pasa Carlos y toma asiento — Le pedí mientras terminaba de firmar unos


documentos.

—Gracias, Esther ¿Para qué me citaste a tu oficina? — Me preguntó muy


confundido porque nunca antes lo había citado con tanta formalidad —¿Hice
algo mal? — Insistía en saber mientras yo guardaba silencio mientras firmaba el
último papel.

—No, por el contrario, Carlos. Te mandé a llamar porque te voy a proponer que
sea el gerente general del restaurante ¿Qué dices, aceptas? — Le pregunté con
una gran sonrisa, al mismo tiempo que le mostraba el contrato que tenía que
firmar si llegaba a aceptar.

Carlos se emocionó tanto que se llevó las manos sobre la cabeza, no lo podía
creer. Él había trabajado muy duro para ganarse ese puesto y realmente se lo
merecía.
—¡No puedo creer esto, Esther! Me siento muy conmovido, es lo que siempre
soñé con llegar a manejar un restaurante de tanto prestigio como éste. Si mi
padre viviera, estaría muy feliz y orgulloso por mí ¡Claro que acepto este reto,
Esther! — Respondió con lágrimas en los ojos mientras se levantaba a darme la
mano.

Yo lo abracé y le entregué la carpeta para que firmara los documentos y Carlos


se sentó y los firmó todos. Después de unos minutos reunidos mientras le daba
todas las directrices y le entregaba algunas llaves. Cuando salió de la oficina,
sentí un poco de nostalgia al saber que ya no iba a venir con tanta frecuencia al
restaurante, pero lo que había hecho era necesario, ya mi vida iba a cambiar, más
bien sería diferente porque yo no iba a cambiar nunca un sueño por otro. Tener el
restaurante fue uno de mis sueños y tener una familia junto a Eduardo era otro
que podía llevar muy bien a los dos.

Al restaurante, iba a seguir yendo para ver cómo iba el funcionamiento y


siempre me iba a encargar de realizar el menú, eso nadie más lo iba a tocar.
Después de esa semi despedida, salí a encontrarme con Eduardo, nos reunimos
en su casa, pero no sabíamos cómo iniciar y por internet, buscamos la ayuda de
una empresa de esas que realizaban todo lo relacionado con la boda. Ésa misma
tarde nos atendieron en la empresa y en cuestión de horas ya teníamos todo
organizado, hasta la comida que pensé que se podía hacer en el restaurante, ellos
mismos lo preparaban. Pensé que era la mejor opción porque quería ver a todos
los empleados ese día sentados en las mesas de la fiesta, celebrando con nosotros
sin pensar en trabajo, ellos se lo merecían por su lealtad y afecto que
demostraban hacia nosotros.

La elección del padrino fue realmente muy fácil, Cristina y Oscar ¡Quién más! Si
ellos se habían ganado esos títulos por todo el apoyo que nos habían dado a lo
largo de nuestra relación, pero nos preocupaba un poco que Oscar no estuviera
del todo recuperado porque apenas había salido del hospital y requería un gran
reposo, por eso le marcamos de inmediato para conocer su opinión.

—Sí, ya me siento bien, estoy aquí con Cristina que aún está gritando
emocionada porque la nombraron madrina de la boda y gracias a los dos por el
honor de ser su padrino ¡Los quiero! — Nos dijo y al fondo podíamos escuchar a
Cristina que gritaba emocionada con ser nuestra madrina.

Solo quedaba elegir el vestido y el traje de Eduardo, pero eso lo dejamos como
factor sorpresa para los dos, ahí sí que decidimos seguir con la tradición y nos
fuimos por separado a comprarlos. Mi madre, mi suegra y por supuesto, Cristina,
me acompañaron a buscar mi vestido ideal porque no daba tiempo de mandar a
hacer uno que fuera personalizado, pero no tenía nada en contra de comprar uno
que estuviera hecho.

—¡Bienvenidas! ¿Quién es la novia? — Preguntó una de las anfitrionas de la


tienda y todas me señalaron a mí.

—Hola, yo soy la novia, Esther y me caso en dos semanas, así que necesito un
vestido que no haya que hacerle ninguna modificación. Por favor muéstrame los
más bellos que tengas en la tienda — Le dije y enseguida ella sonrió y me pidió
que la siguiera.

Todas se sentaron en un cómodo sofá a esperar y la anfitriona me tranquilizó al


decirme que tenía lo que buscaba, pero me presentó varias opciones de las cuales
escogí tres. Tenía la esperanza que uno de ellos fuera el ideal, ese que se
pareciera a toda la decoración que habíamos elegido Eduardo y yo y también
quería dejarlo sorprendido. Cristina tenía muy buen gusto, por eso fue muy
importante para mí que ella estuviera ese momento a mi lado.

Apenas salí me probé el primer vestido y me di la vuelta para mirarme al espejo,


me di cuenta de que no me iba a probar los otros dos. Hubo una conexión muy
fuerte, como si toda la decoración de mi fiesta se resumía en él y tenía ese toque
de sensualidad y elegancia que buscaba. El escote en la espalda, decorado con
las blancas perlas, lo hacía muy romántico y el corte de corazón en el busto era
un poco insinuador, pero algo discreto. No tenía una gran cola, pero la que
adornada al vestido estaba bastante recargada con miles de perlas y aunque lo
hacía un poco pesado, estaba segura de que era mi vestido, el que quería llevar
ese día al altar. Estaba segura de que con ese, solo con ese vestido iba a dejar
más enamorado a Eduardo.

Salí a mostrárselo a ellas y cuando me vieron, enseguida se levantaron y había


sido muy fácil ver que les había gustado tanto como a mí, se les notaba en sus
rostros, pero Cristina, no decía nada y el criterio de ella era imprescindible para
tomar una decisión.

—No dices nada Cristina, dame tu opinión, por favor — Le pedí con el corazón
casi queriendo salirse de mi pecho.

—Es que no tengo nada que decir, Esther — Respondió muy seria.

Yo me quedé en silencio, pero no le quité la mirada y ella se acercó a mí y me


tomó de las manos.

—Mírate, este vestido es como tú, parece que la diseñadora lo hubiera hecho
especialmente para ti. Es un vestido para una soñadora, te ves radiante y
enamora, es muy romántico y lo veo para tu boda con Eduardo ¡Me encanta tu
vestido, amiga! — Me dijo y enseguida me abrazó.

Sus palabras me conmovieron mucho y cuando miré a mi madre y a mi suegra,


se estaban abrazando, llorando emocionadas y me di cuenta de que ya podía
tomar una decisión.

—Este será mi vestido de boda — Le dije al anfitrión y se escucharon los


aplausos hasta de las vendedoras que se acercaron al ver la obra de arte que era
ese vestido.

En el probador, me seguía mirando en el espejo aun con el vestido puesto, no


podía dejar de admirar lo bien hecho que estaba y cerraba los ojos y veía a
Eduardo mirándome llegar con él. Cristina entró para apurarme porque teníamos
que ir a otra tienda por los vestidos de ellas y la tarde se nos iba a ser corta.

Mientras espera en la otra tienda, no perdía tiempo para escribirle a Eduardo.


Necesitaba saber cómo iba su elección del traje y me tranquilizó saber que ya
todo estaba listo. Pero había algo de lo que no habíamos hablado, de la casa
donde íbamos a construir nuestro hogar ¡Cómo se nos había pasado algo tan
importante como eso!

—Necesitamos vernos mi vida, urgente, nos faltó hablar de algo muy importante
— Le dije inmediatamente que le marqué.

—Me asustas, Esther. Enseguida paso por ti ¿Dónde estás? — Me preguntó y le


comenté que todas estábamos en la tienda francesa y me pidió que lo esperara
ahí.

Ya todas teníamos nuestros vestidos, solo faltaba el detalle de la casa, pero lo iba
a conversar en cuestión de minutos con Eduardo. Apenas llegó, salimos todas de
la tienda, yo me iba con él, pero mi mamá, su madre y Cristina, insistieron en
salir a saludarlo. Eduardo estaba estacionando, nosotras íbamos a cruzar la calle,
pero él prefirió bajarse del coche y cruzar. Justo en el momento que cruzaba, se
le cayó la llave al piso y se regresó, fue justo ahí cuando no vio el coche que
venía a una alta velocidad y lo golpeó.

Sentí que mi corazón se me salía de mi pecho. Todas corrimos a levantarlo,


mientras la gente se aglomeraba a mirar. No lo podía creer, mi vida se
derrumbaba ante mis ojos al verlo tirado en el suelo, con un charco de sangre y
sus ojos cerrados. Su madre lloraba desconsolada y mi madre la sostenía para
que no se fuera a caer. Entre Cristina y yo lo levantamos y lo subimos al coche
del señor que lo había arrollado y ella iba llamando a Oscar mientras lo
trasladábamos al hospital. Estaba muy mal, pero consciente y aun respiraba, yo
tenía muchas ganas de llorar, pero el miedo a perderlo me daba fuerzas para no
perder la cordura.

—Esther… Esther — Me llamaba y esas fueron las palabras que mencionó justo
antes de perder el conocimiento.

Grité y le pedí al señor que acelerara, Eduardo se estaba muriendo en mis brazos
y ya no podía más.

—¡Quédate conmigo, Eduardo! No te vayas de mi lado, por favor ¡Tú me


prometiste que nunca me dejarías, mi vida! — Le gritaba una y otra vez, pero no
reaccionaba.

—¡Cálmate Esther! Eduardo va a estar bien, amiga ¡No te decaigas, por favor!
— Me gritaba Cristina con lágrimas en sus ojos.

Fueron algunos minutos los que pasaron cuando llegamos al hospital y no me


dejaron pasar a la zona restringida. Mi mamá y mi suegra llegaron unos minutos
después, al igual que mi padre y el de Eduardo. Traté de ubicar a Oscar, pero no
lo veía y una de las enfermeras me comentó que él había llegado minutos antes y
estaba en la sala de urgencias. Todo era muy confuso, el señor que lo atropelló
estaba muy asustado y se disculpaba en todo momento, pero eso no iba a
regresar el tiempo en el que le causó ese daño a mi amado.

Por mi mente pasaban muchas imágenes malas y ese sueño que había tenido en
el que no alcanzaba a darle el sí ante el altar me hizo pensar en que pudo haber
sido una premonición, pero confiaba en que Dios no se lo llevara, teníamos
muchos sueños que cumplir juntos y si se lo llevaba a él tenía que hacerlo
conmigo.

La desesperación se apoderaba de mí, me fui hasta la capilla del hospital y me


arrodillé ante la cruz y ahí, pedí desde la humildad de mi corazón que no se lo
llevara, que protegiera un amor tan puro como el de Eduardo y el mío. Cristina
entró y me dio una noticia que me hizo tener mucha fe en el amor de Dios.
—Esther, Eduardo está bien, quiere verte — Me dijo y me levanté rápidamente y
mientras me secaba las lágrimas, corrí por todo el pasillo del hospital siguiendo a
Cristina hasta la habitación donde lo tenía.

—¡No puede ser, esto es un milagro, mi vida! — Le grité al ver a Eduardo


sentado en la camilla —¿Cómo estás así de bien, mi vida? Te veías muy mal —
Le dije muy asombrada y feliz al verlo vivo —Sentí que me moría cuando te vi
caer — Lo abracé y aún podía sentir la sangre en su camisa.

—Solo tiene un golpe en la cabeza y le hicimos una sutura de dos puntos


superficiales, pero nada grave, va a estar bien para la boda — Nos dijo Oscar
mientras abrazaba a Cristina.

Todos salimos esa tarde del hospital a la casa de Eduardo y su madre quiso
quedarse esa noche con él para que yo terminara de organizar algunas cosas
pendientes, pero antes de irme, entré a la habitación de él para conversar sobre
eso importante que le había dicho, la casa nueva, pero al verlo dormido no quise
molestarlo.

Días después, nuestros padres nos sorprendieron en una cena que organizaron
para darnos la llave de una casa que compraron para nosotros como regalo de
boda. Así que ya eso no era para preocuparnos, solo faltaba un detalle que por la
premura de la organización se nos había escapado de nuestra lista de bodas, la
luna de miel, pero Cristina y Oscar esa noche nos entregaron un sobre y al
abrirlo, se nos estaba cumpliendo otro de nuestros sueños ¡La luna de miel iba a
ser en la playa!

La iglesia, el salón de fiesta, los invitados, los novios, todo estaba listo después
de unos largos días de espera. Nos dimos el sí en la iglesia y cortamos el pastel,
solo nos quedaba el sueño de viajar a otro continente para disfrutar de las
famosas playas mexicanas y conocer la cultura que envolvía a esa tierra
misteriosa. Pero no nos quedamos ahí, continuamos viajando alrededor del
mundo, cumpliendo nuestros sueños de disfrutar de cada rincón del mundo,
enriqueciéndonos con cada gente diferente a nosotros.

A nuestro regreso, Cristina y Oscar estaban organizando su boda y por supuesto


que nosotros éramos sus padrinos. Yo, introduje un nuevo menú al restaurante y
revolucionó la cocina en todo el país, Eduardo se había convertido en un
empresario muy famoso y construimos una hermosa familia a la que llevamos
también a conocer el mundo. Los años pasaron y al mirarnos, nos sentíamos
cada vez más enamorados y no nos cansábamos de decirnos ¡Quédate conmigo!

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