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Marta García-Alonso
© U n iversid a d N a c io n a l de E d u c a c ió n a D ista n c ia
M a d rid 2016
www.uned.es/publicaciones
© M arta G a rcía-A lo n so
IS B N electrón ico: 9 7 8 -8 4 -3 6 2 -7 1 3 9 -3
1. L a n e c e s id a d d e u n m a rc o é t ic o p a ra l a A n tr o p o lo g ía
2. F u n d a m e n ta c ió n u n iv e r s a lis ta y c r í t i c a c u l t u r a l i s t a d e
l o s D e r e c h o s H u m an o s
2.1. El fundamento naturalista de la moral
2.2. Los críticos culturales del universalismo
5. L as d e c la r a c io n e s y có d ig o s d e o n to ló g ic o s : la s
RESPONSABILIDADES ÉTICAS DEL ANTROPÓLOGO
Cont. índice
É tica y Antropología
Referencias bibliográficas
Volver Ant.
culturas en las que éste está inscrito. En segundo lugar, habría que resta
blecer el respeto por las diferencias entre culturas, puesto que no hay
demostración científica de que los valores llamados universales sean ta
les. En tercer lugar, y como corolario de lo anterior, debería aceptarse
que los valores morales son relativos y remiten a la cultura concreta en
que nacen, por lo que no es posible aplicar de modo universal, códigos
que surgen en contextos diferentes al propio.
La aclamación universal con la que fue recibida la Carta Atlántica,
antes de que se anunciase que sería de aplicación restringida, prueba
que los pueblos de las más diversas culturas entienden y buscan la liber
tad. Sólo cuando se incorpore a la Declaración propuesta un párrafo
sobre el derecho de los hombres a vivir según sus propias tradiciones, la
definición de los derechos y deberes mutuos entre grupos humanos se
podrá fundamentar sólidamente sobre la base de nuestros conocimien
tos científicos sobre el Hombre4.
Durante los años 50, las reacciones a este texto fueron numerosas,
aunque podrían agruparse en dos clases bien diferenciadas. En un lado,
se situaban los antropólogos que defendían la cientificidad de la
Antropología y querían eliminar todo rasgo ético-político de sus princi
pios y objetivos. En el otro, se agrupaban aquellos investigadores que no
creían posible este aislamiento neutral por parte de una ciencia social.
Los primeros, defendían que la ciencia no podía servir de medio para
demostrar la verdad o bondad de ningún tipo de bien político o moral
puesto que, al hacerlo, se adoptaría una posición valorativa concreta y se
convertiría la antropología en parte del problema, no en la solución. Los
profesionales de la antropología debían evitar, por lo tanto, todo tipo de
pronunciamientos políticos o sociales en nombre de la ciencia que dicen
ejercer, ya que todo lo que se defienda, en este sentido, no debería llevar
ningún tipo de sello científico. La ciencia debía ser neutral, no puedía
entenderse como ciencia social y políticamente comprometida, por lo
que no resultaba posible una defensa científica de los Derechos
Humanos5. Y así, para autores como Barnett, uno no puede ser al mismo
tiempo moralista y científico; no hay ninguna solución científica válida
4 The Executive Board, Am erican Anthropological A ssociation, «Statem ent on H um an Rights»
American Anthropologist (N ew Series) 49/4 (1947), pp. 539-543, p. 543.
5 H. G. B a r n e tt «On Scien ce and H um an Rights», American Anthropologist (N ew Series) 50/2.
(1948), pp. 352-355.
É tica y Antropología
que se analiza. Un proceso, por otra parte, que se ajusta y modifica se
gún el marco en el que se desarrolla. Inevitable que haya disensiones y
diferencias, incluso dentro de ese marco, puesto que un principio funda
mental de todo grupo es la propia heterogeneidad interna. Y, cómo no,
también puede ser analizada en esos términos la Asociación Americana
de Antropología: un grupo diverso, con posturas políticas divergentes, y
en continuo cambio. Como señala, Bennet, pretender restringir la impli
cación social de sus miembros en virtud de una ciencia pura y sin impli
caciones morales y políticas, es una empresa inútil9.
¿La ciencia tiene o no tiene implicaciones morales? ¿Es posible una
ciencia social neutral? No estamos ante problemas exclusivos de la antro
pología, sino que la discusión afectó también a la ciencia política de su
tiempo. ¿Era la política una ciencia social y, como tal, tenía que plegarse
a los criterios naturalistas de ciencia o, más bien, debía ser entendida de
modo clásico, como filosofía política?10. Los que mantenían lo primero
se inclinaban por hacer de la política una ciencia social empírica —liga
da a la estadística y a la sociología—, que pudiera servir para controlar la
vida social. En este sentido, la psicología, la sociología y la economía no
dudaron en adjetivarse como políticas. La alianza de esta nueva ciencia
con las grandes empresas era bien conocida: Ford contribuyó con 24 mi
llones de dólares al presupuesto de las universidades, con el fin de pro
mover el estudio del conductismo en ciencia política, cifra que se multi
plicaría por cuatro entre 1959 y 1964. Otro ejemplo: el Center for the
Advanced Study of the Behavioral Sciences de Stanford, donde la neutrali
dad normativa, el empirismo y el control político, eran los principios rec
tores de los estudios que allí se desarrollaban. Sus objetivos fundamen
tales: la eficiencia de la administración pública, así como la planificación
y el control social. En el lugar opuesto se encontraban los que recorda
ban que la política era una tarea que presuponía un debate histórico-
moral que no cabía trasladar a números y predicciones. Según estos, era
9 John W. B e n n e tt, «Science and H um an Rights: R eason and Action Author», American
Anthropologist, N ew Series 51/2, (1949), pp. 329-336, p. 335. Un debate am plio sobre la vinculación
entre ética y política en antropología (con referencias tanto a la D eclaración de la Am erican
Anthropological A ssociation, com o de la británica A ssociation o f Social Anthropologits), en David
M ills , «“Lilke a H orse in Blinkers". A política history o f anthropology's research ethics», en The
Ethics o f Anthropology. Debates and dilemmas, pp. 37-54.
10 Sobre la discusión am ericana en ciencia política puede verse Víctor R o c a fo rt, Retórica,
democracia y crisis, Madrid, Centro de E studios P olíticos y C onstitucionales, 2010, pp. 44-72.
É tica y Antropología
Volver índice
16 «¿Es ético el uso de la antropología para fines m ilitares? La respuesta reside en cada antro
pólogo, científico y académ ico, y sería absurdo tratar de presentar una con clu sión definitiva respec
to al debate. Existen argum entos a favor, otros en contra, pero el dilem a sigue vigente; y seguirá así
m ientras no sea un tem a de reflexión profunda tanto a nivel personal, académ ico, científico com o
colectivo en todas las ram as de las ciencias sociales. Ignorarlo por m ás tiem p o no hará que desapa
rezca el tem a, solam ente postergará lo inevitable: replantear o rectificar el papel histórico de la
antropología para la política pública y el uso de la ciencia para los intereses hum anos»:
J. M. G on zález Dávila, «La antropología militar: ¿aplicación o perversión de la ciencia?», Revista de
Ciencias Sociales de la Universidad Iberoamericana 6 (2008), pp. 58-81, p. 74.
17 Peter Jones, «D erechos hum anos», i.v., en Enciclopedia del pensamiento político, David M iller
(dir.). Alianza D iccionarios, Madrid, 1989, pp. 150 y 151.
2
FUNDAMENTACIÓN UNIVERSALISTA Y CRÍTICA CULTURALISTA
DE LOS DERECHOS HUMANOS
Ahora bien, como señala Cohen, las diferencias culturales deben ser
analizadas y evaluadas, no simplemente aceptadas por el hecho de ser
variaciones culturales. Hay que explicar no solo su funcionalidad social
sino moral: ¿dichos valores mejoran o degradan las vidas de aquellos que
viven bajo su influencia? El que la comparación entre valores culturales
diferentes sea complicada, no supone que deba ser evitada, como tampo
co podemos eludir la difícil tarea de analizar si, entre todas las diferen
cias analizadas —dependientes de su contexto y tradiciones propias—,
se encuentran rasgos comunes que puedan definirse como universales3.
Del mismo parecer es Alison Rentein, cuando dice que la clave del relati
vismo moral está en responder a la pregunta de si se puede o no estable
cer universales transculturales4.
Pero la universalidad de los Derechos Humanos no es fácil de funda
mentar y se defiende mediante dos tipos básicos de argumentos, bien
diferentes: en el primer caso, la universalidad de los valores éticos remi
tiría a su fundamentación natural, esto es, podrían ser descritos como
derechos universales porque se asientan en un fundamento natural co
mún al género humano; en el segundo caso, su universalidad implica un
proyecto político, la posibilidad de que dichos derechos sean aplicados a
todo ser humano, sin atender a diferencia alguna. A continuación, vere
mos ambas propuestas con algo de detenimiento.
6 Lo que presentam os en este apartado no es sino un resum en apretado de algunas de las pro
puestas de fundam entación naturalista contem poráneas. H em os evitado incorporar las críticas que
se han hecho a cada una de estas propuestas por razones de brevedad y por ser ajenas al núcleo
fundam ental de la m ateria de estudio. Para quien esté interesado en el tem a, recom en dam os los
volúm enes editados por Walter S in n o tt-A rm strong: Moral Psychology vol. 1. The Evolution o f
Morality: Adaptations and Innateness; Moral Psychology vol. 2: The Cognitive Science o f Morality;
Moral Psychology vol. 3: The Neuroscience o f Moralyty: Emotion, Brain Disorders and Development.
Todos editados por el MIT en 2008.
7 Patricia C hurchland, El cerebro moral: lo que la neurociencia nos cuenta sobre la moralidad,
Barcelona, Paidós, 2012.
F undamentación universalista y crítica culturalista de los D erechos H umanos
8 G iacom o R iz zo la tti y Corrado Sin igaglia, Las neuronas espejo. Los mecanismos de la empatia
emocional, Barcelona, Paidós, 2006, pp. 182-83.
9 G. G allup, «A favor de la em patia anim al», Investigación y ciencia, Temas 17 (1999), pp. 86-90.
10 Frans D e W aal, La edad de la empatia, Barcelona, Tusquets, 2011.
11 Del m ism o m odo, De W aal tam bién sostiene que la política y la cultura tien en elem en tos
evolutivos sólidos que pueden reconocerse en la conducta de los primates: La politica de los chim
pancés, Madrid, Alianza, 1993; El simio y el aprendiz de sushi, Barcelona, Paidós, 2002, p. 300:
«Aunque el sim io no cuenta con ninguno de los sím bolos que acom pañan el trabajo del chef, ha
llegado a depender hasta tal punto de los conocim ien tos adquiridos observando a otros que pod e
m os afirm ar con certeza que am bos han sido culturizados. Y no sólo ellos lo han sido: el m undo está
atestado de anim ales con plum as o pelaje que aprenden de las leccion es que les ofrece la vida, de
los hábitos y cantos de otros individuos. Con tantas criaturas culturales rodeándonos creo que real
m ente ha llegado el m om en to de enterrar algunas d icotom ías que resultan fam iliares».
É tica y Antropología
15 El contendido de sus investigaciones, los problem as y evolu ción de las m ism as puede leerse
en Paul Ekman, Emotions Revealed. Recognizing Faces and Feelings to Improve Communication and
Emotional Life, N ew York, Times Books, 2003. Según Ekm an hay m ás de diez m il expresiones facia
les que pueden ser registradas. En 1978 creó un program a de ordenador de reconocim iento de
expresiones que perm ite registrarlas de m odo autom ático (Facial Action Coding System: FACS).
Este m étodo perm ite m edir microexpresiones , gestos m uy veloces, autom áticos e inconscien tes que
revelan lo que una persona está pensando, a pesar de su interés conscien te por ocultarlo. El trabajo
de Ekm an sobre la detección de m entiras le llevó a trabajar con el FBI, la CIA o la ATF. H ay una
serie de televisión de la FOX basada en sus descubrim ientos, protagonizada por Tim Roth: Lie to
me. http://w w w .paulekm an.com /lie-to-m e (acceso junio de 2016).
F undamentación universalista y crítica culturalista de los D erechos H umanos
16 La discusión sobre el estatuto m oral de los psicópatas no es m ás que un ejem plo lím ite de
los problem as que supondría adjudicar m oralidad a un sujeto perfectam ente racional pero em ocio
nalm ente lim itado. Se trata de sujetos inm un es al refuerzo negativo im plícito en todo aprendizaje,
incluido el moral. Más aún, si bien son capaces de com prender las em ocion es ajenas, con el fin de
m anipularlas, no sienten la m ás m ínim a em patia em ocional con sus víctim as, no padecen culpa o
arrepentim iento, ni son capaces de distinguir entre norm as m orales y convencionales. Prototipo de
violaciones m orales incluye pegar, empujar, tirar del pelo; violaciones de convencion es incluyen
violaciones de norm as escolares, de etiqueta, de reglas fam iliares... N o obstante, la discusión está
lejos de estar cerrada: «While w e are confident that there is a genetic basis to the em otion al com p o
nent of psychopathy, w h ich genes are involved and w hat they are specifically affecting rem ains
basically unknow n. W hile w e are confident that there is both am ygdala and orbital frontal cortex
pathology in individuals w ith psychopathy, is the orbital frontal cortex dysfunction caused by the
sam e genetic anom alies that contribute to the am ygdala dysfunction? Alternatively, is the orbital
frontal cortex dysfunction a developm ental consequ en ce o f the am ygdala dysfunction (for exam ple,
due to reduced afferent input)? Alternatively, is the orbital frontal cortex dysfunction a consequ en ce
o f the lifestyle of the individuals w ith psychopathy? Are other neural system s involved, for exam ple
the anterior cingulate? Functionally, is there a difference betw een the ability o f individuals w ith
psychopathy to process punishm ent- and reward-based inform ation? If there is, why?» (Jam es
B la ir , Derek M itc h e ll, and Karina B la ir , The psychopath: emotion and the brain, Oxford-Mass,
B lackw ell Publishing, 2005, p. 155).
17 D os ejem plos en los que se intenta responder a este dilema: Shaun N ic h o ls, Sentimental
Rules: On the Natural Foundations o f Moral Judment, Oxford, Oxford University Press, 2004,
pp. 118-140; P. R ich erson y R. Boyd, The Origin and Evolution o f Cultures, Oxford, Oxford University
Press, 2005.
É tica y Antropología
junción con las necesidades, deseos y pensamiento del propio grupo que
lo usa, entender las emociones Ilongot es sinónimo de comprender cómo
se expresan en su propia lengua y en su propio contexto, a quien se diri
gen y para qué se usan. Los Ilongot toman muchas de sus decisiones en
función de sus emociones: ira, tristeza y pasión son las más importantes.
El problema es la complejidad que cada una de ellas representa. Según
Rosaldo, una sola palabra, liget, se usa tanto para describir una gran
energía, como pasión o ira y en diversos grados, en función del contexto.
Si separas la emoción del contexto (del objeto que la provoca), la propia
emoción desaparece. Es la complejidad que se refleja en el lenguaje lo
que dificulta su traducción exacta y, por tanto, la que impide la equipara
ción entre emociones que dependen de culturas y contextos diferentes.
Carece de sentido hablar de emociones universales, pues la percepción
de los objetos y situaciones es compleja, igual de compleja es la emoción
que provoca.
Por lo tanto, para Rosaldo, las emociones no son más privadas o indi
viduales (o presociales) que las creencias. En la misma dirección de
Clifford Geertz, afirma que el sentido de lo que conocemos —emociones
y creencias incluidas—, ha de buscarse en la interpretación social, en los
patrones culturales que les dan forma. Desde su punto de vista, no hay
emoción que no haya sido culturalmente determinada. Para analizar las
emociones debemos poner entre paréntesis nuestras asunciones sobre la
psique o la biología humana y analizarlas de modo simbólico. Más aún,
para Rosaldo, el propio interés en la vida privada de los individuos —in
terior, al margen de la vida pública—, puede que no sea más que un pa
trón cultural de pensamiento occidental, no compartido transcultural-
mente. Entre los Ilongot las descripciones personales son raras, lo que el
individuo hace o piensa tiene referentes sociales conocidos y claros, de
modo que no se preocupan por la intencionalidad privada, y calculan la
responsabilidad o culpa en función del conocimiento que tiene el ofensor
del daño que causa a otros con sus acciones: lo que uno es (y su respon
sabilidad individual) depende de lo que hace a otros. Así señala que, en
tre los hombres Ilongot, la caza de cabezas es el ritual más intenso, má
gico y personal que conocen pero, al mismo tiempo, no se trata de una
acción individual sino de una acción social que convierte a los hombres
en iguales y les capacita para la cooperación del mundo adulto. Lo que
É tica y A ntropología
25 Ibid., p. 259.
26 Ibid., pp. 259-61.
É tica y Antropología
sumergida en agua muy fría, mientras su mano libre pulsa teclas que
registran el dolor que los sujetos estaban experimentando. Cada sujeto
participó en dos sesiones: en la primera, mantenían 60 segundos la mano
sumergida y luego la retiraban y la envolvían en un paño caliente; en la
segunda, que duraba 90 segundos, mantenían la mano sumergida 60 se
gundos, pero en los 30 últimos, se abría una válvula que dejaba entrar
agua caliente, subiendo un poco la temperatura y haciendo que el dolor
fuera menos intenso. Entre prueba y prueba, se dejó pasar 7 minutos,
tras los cuales se les preguntó a los participantes si, en caso de darse una
tercera prueba, preferían repetir la sesión de duración corta o la de dura
ción larga (60 o 90 segundos). Desde la perspectiva del yo que experimen
ta, la prueba larga era peor, puesto que había 30 segundos adicionales de
dolor, por más que su intensidad no fuera exagerada. Sin embargo, en
el 80% de los casos se prefirió esta opción. La razón es que el yo que ex
perimenta responde a la pregunta ¿duele ahora?, mientras que el yo que
recuerda responde a la pregunta ¿cómo ha sido la experiencia completa?
Y el recuerdo de que el dolor disminuía en los 30 segundos de la última
prueba, fue determinante para interpretar la experiencia completa de
manera menos penosa, por el simple hecho de que termina de forma me
nos dolorosa que la anterior, al margen de su duración. El recuerdo no se
establece como la suma de momentos de la experiencia, sino mediante
un recuerdo representativo30.
Otro ejemplo: cuando pensamos si nuestras últimas vacaciones de ve
rano han sido o no satisfactorias, no analizamos día a día lo estupendo o
desastroso que fue nuestro descanso, sino que solemos reconstruirlo en
función de la última experiencia que tuvimos en ellas. Si los últimos dos
o tres días de vacaciones fueron un desastre, interpretarem os que el
tiempo completo lo fue; si terminaron con un sol fantástico, un paseo en
la playa y una buena comida frente al m ar (a quien le guste esto, claro
está), las recordaremos como unas vacaciones maravillosas. Lo que im
porta no es tanto la experiencia sino cómo la recordamos:
No sólo atesoramos recuerdos, somos esos recuerdos. Y, con todo,
las investigaciones demuestran que la memoria es menos parecida a una
colección de fotografías y más a una serie de cuadros impresionistas
pintados por un artista que se toma unas licencias bastante importantes
30 D aniel Kahneman, Pensar rápido, pensar despacio, Barcelona, Debate, 2012, p. 492 y ss.
É tica y Antropología
con sus temas. Cuanto más ambiguo es un tema, más libertades se toma
el artista, y pocos temas son más ambiguos que la experiencia emocio
nal. Nuestro recuerdo de los momentos emocionales, recibe la fuerte
influencia de ejemplos poco corrientes, momentos finales y teorías sobre
cómo deberíamos habernos sentido en ese instante del pasado. Todo ello
pone en grave peligro nuestra capacidad de aprender de la experiencia31.
Gilbert señala otro elemento importante que influye enormemente en
la búsqueda de la felicidad: nuestra incompetencia absoluta a la hora de
pensar en el futuro. Tendemos a pensar cómo nos sentiríamos o qué de
searíamos en el futuro, simplemente extrapolando cómo nos sentimos o
qué deseamos ahora. Se trata de un error porque, en el futuro, el yo que
decide lo hará en función de sus preferencias, que no tienen por qué ser
las mismas de nuestro yo presente. Nuestra mayor debilidad, por tanto,
es no aceptar lo mucho que cambiamos a lo largo del tiempo. Y esto im
plica que somos lo suficientemente permeables como para no tener los
mismos gustos, efectivamente, pero también que la desgracia no es eter
na, si bien la contrapartida es que tampoco lo es la felicidad. Lo que nos
hace sentir bien ahora puede no coincidir con lo que nos haga sentir bien
en el futuro. El problema es nuestra tendencia a confundirlo. De ahí que
nos empeñemos en comprar casas de verano frente a la playa, cuando tal
vez en 10 años (con otros 20 de hipoteca por delante) detestemos el sim
ple olor de las algas; o que nos hagamos tatuajes a los 19 años pensando
que seguirán gustándonos (y quedándonos bien) cuando cumplamos 50;
o que pensemos que nuestra sensación de malestar tras una enfermedad
va a durar siempre. El error de interpretar el futuro en términos de nues
tro presente es sistemático y estructural y, por tanto, universal: nuestras
limitaciones ante la previsión del futuro son semejantes a las ilusiones
ópticas que muestran las limitaciones de la vista. La articulación entre
cultura o contexto y emociones o patrones instintivos naturales, es un
principio metodológico que deberíamos tener siempre en cuenta.
Terminemos este epígrafe con un experimento psicológico-social que
permite ahondar en problema de la relación entre contexto y principios
morales. Hemos señalado anteriormente, que fingiendo expresiones fa
ciales de emociones uno puede llegar a provocarlas, de modo que no se
necesita esperar a que se de el contexto adecuado para que aparezcan.
31 D aniel G ilb ert, Tropezar con la felicidad , Barcelona, D estino, 2006, p. 230.
F undamentación universalista y crítica culturalista de los D erechos H umanos
Cuando ocurre una emoción, hay una respuesta cerebral, hay actividad
en las áreas que regulan los cambios corporales que acompañan a las
emociones32. Por eso, reconstruyendo el patrón corporal de la emoción,
uno puede llegar a provocarla: las expresiones faciales de tristeza termi
nan por provocarla, igualmente ocurre con las de alegría. Siguiendo esta
línea de argumentación, podrían provocarse emociones y conductas an-
ti-sociales con tan sólo recrear el contexto adecuado, al margen del ca
rácter de la persona implicada y su conducta moral habitual. Este fue el
objetivo de la investigación de Zimbardo, recogida en su famoso libro El
efecto Lucifer. Dicho experimento psicológico tuvo lugar en el Stanford en
los años 70 del pasado siglo, y consistió en convertir un laboratorio en
prisión, para analizar los cambios de conducta que allí se observaran.
Los roles de víctima y carceleros e distribuyeron aleatoriamente entre el
grupo de universitarios que participó en el proyecto. Sin embargo, una
vez asumidos sus papeles, fingir conductas de victima o carcelero, les
transformó en víctimas y carceleros reales. Y ello a pesar de que eran
conscientes de estar realizando un experimento científico. Al menos, al
principio.
Los estudiantes que fueron elegidos para interpretar papeles de vícti
ma, se volvieron tímidos, asustadizos y term inaron padeciendo depre
sión y aceptando sus cada vez más míseras condiciones y, a pesar de que
podían haber parado el experimento en cualquier momento, no lo hicie
ron, no pensaron que verdaderamente pudieran hacerlo, no fueron cons
cientes de que no estaban viviendo una situación real. Por otra parte,
32 Joshua Green realizó una im agen por resonancia m agnética funcional (RM Nf) m ientras
sujetos resolvían el fam oso dilem a del tranvía y descubrió que las áreas cerebrales asociadas a la
em oción —lóbulo tem poral y el córtex tem poral prefrontal— se activaban m ientras dichos sujetos
tom aban decision es m orales. El dilem a del tranvía tiene dos versiones y consiste en lo siguiente: un
tranvía se descontrola y en la vía a la que se acerca hay una bifurcación. A la izquierda hay cinco
personas cruzando y a la derecha, un operario trabajando. Si tú fueras quien activara la palanca que
perm ite elegir la vía por la que seguirá el tren ¿harías que el tren se desviase a la izquierda, m atan
do a las cin co personas que cruzan, o a la derecha, atropellando al operario? La otra versión del
dilem a es com o sigue: el m ism o tranvía y el m ism o problem a pero ahora no hay bifurcación sino
sólo cin co operarios en la vía. Puedes optar por dejar que el tren atropelle a esas cin co personas o
puedes pararlo haciendo que descarrile la m áquina tirando a la vía del tren al descon ocid o que está
a tu lado en el puente, desde donde estás observando la escen a ¿Qué harías? La m ayoría de la gente
acepta activar la palanca del prim er caso en la dirección del operario para salvar a los cin co tran
seún tes pero no acepta tirar a la vía del tren a la persona que tiene al lado para obtener el m ism o
resultado (cin co vidas vs una). Lo m ás im portante: la activación de las áreas era m ás im portante en
el segundo caso que en el prim ero, lo que supone que los sujetos estaban m ás im plicados em o cio
nalm ente.
É tica y A ntropología
vas es, en nuestra opinión, lo más apropiado. Hemos expuesto una pro
puesta, la de Prinz pero también otros, como Boellstorf, trabajan en la
misma dirección. El proceso de globalización ha acabado con las cultu
ras homogéneas que permitían, como en el caso de Rosaldo, establecer
cierto isomorfismo entre lenguaje y cultura. Las culturas son más per
meables de lo que parecen y muchos de sus conceptos son tomados de
tradiciones ajenas.
Sea como fuere, la discusión no tiene una solución clara y evidente,
sino que nos lleva a tomar partido, a optar por privilegiar un lado u otro
del problema o, como es nuestra preferencia, a articularlos, evitando el
dualismo37. Parece ingenuo pensar que se puede hablar de valores mora
les sin contar con la influencia que la historia y el marco cultural tienen
en ellos. La evidencia antropológica ha dado buena cuenta de ello duran
te los últimos dos siglos. Pero tampoco nos parece una postura defendi
ble pensar que en nuestros valores morales, no hay influencia alguna de
nuestras disposiciones genéticas, hormonales, cerebrales o corporales,
aunque sea a niveles básicos. Es difícil defender que todo es construido,
esta vez a la luz de las evidencias de la biología, la psicología, la neuro-
ciencia y la etología.
Otra alternativa es abandonar los problemas de fundamentación y
apelar a la universalización de valores comunes como punto de llegada,
no de partida. Veamos en qué consiste dicha propuesta.
Volver índice
37 «[...] w e should understand our biological endow m ent as a set o f m echanism s that allow us to
change w ith experience. In this picture, there is no sharp contrast betw een nature and nurture.
Nurture depends on nature, and nature exists in the service o f nurture. This m eans w e m ust give up
on approaches to social science that try to articulate how hum ans act or think by nature» (Prinz, J. J.
Beyond Human Nature, p. 367).
3
LOS DERECHOS HUMANOS COMO
PROYECTO POLÍTICO
1 Este proyecto p olítico no tiene por qué ser incom patible con la afirm ación de cierto natura
lism o m oral (aquel que presupone la com binación de ciertos elem en tos instintivos desarrollados
culturalm ente).
É tica Y Antropología
Volver índice 10
10 En el m ism o sentido, Pilar Allegue se pregunta si es posible m antener hoy una ciudadanía
nacional sin ser injusto, puesto que «la superación del concepto ilustrado de ciudadanía que debe
pasar por el reconocim iento com o personas de todos los hom bres y mujeres con idénticos derechos
fundam entales, entre los que hoy tenem os que contar el de residencia y libre circulación, significa no
sólo reformas jurídicas y políticas, sino tam bién la lucha por una auténtica igualdad en derechos y de
ciudadanía incluidas sus garantías de las que resulte un estatus de ciudadanía auténticam ente inte-
grador (...) Hoy, en alguna m edida, a nivel formal, hem os superado dos de las exclusiones a través de
reivindicaciones —de la disidencia— o incluso, una de ellas, la de las mujeres, ha sido, en palabras de
Norberto Bobbio, la única revolución pacífica de la historia: la de la igualdad de los sexos. Urge vencer
la tercera de las exclusiones: la de los bárbaros/as, para retom ar su carácter em ancipatorio, «la cara
rom ántica de la Ilustración», com o ha subrayado Javier Muguerza. En ello nos jugam os el futuro de
nuestras dem ocracias» (Pilar A lle g u e , «Sobre el concepto de ciudadanía: ¿una senda ilustrada?»,
Jueces para la democracia. Información y debate 41 (2001), pp. 37-42, p. 41-42).
11 Cristina L afont, «Responsabilidad, inclu sión y gobernanza global: una crítica de la con cep
ción estatista de los derechos hum anos», Isegoría 43 (2010), pp. 407-434, p. 417.
4
MULTICULTURALIDAD: POLÍTICA DEL RECONOCIMIENTO
Y COSMOPOLITISMO
formas humanas de seguir adelante. Es por ello que esta idea no se con
dice con un gobierno mundial. Porque las diversas comunidades tienen
derecho a vivir de acuerdo con sus propias normas. Porque los seres
humanos pueden prosperar en muchas formas diferentes de sociedad.
Porque hay numerosísimos valores según los cuales vale la pena vivir, y
nadie, ni ninguna sociedad individual, está en condiciones de explorar
los a todos.7
Como vemos, ambas propuestas plantean ventajas e inconvenientes,
iluminan aspectos importantes que son ignorados u oscurecidos, respec
tivamente, por una o por la otra, y dejan a la vista nuevas zonas grises.
Pero las propuestas ético-filosóficas, no deberían evaluarse únicamente
por su coherencia interna. El alcance de su razonabilidad tendría que
juzgarse en función de sus respuestas a problemas concretos. Por ejem
plo: está claro que la mayoría de los autores están de acuerdo en señalar
que los Derechos Humanos han de ser reconocidos como marco moral
principal de nuestro presente. Unos señalan la prioridad del individuo,
otros la primacía de la comunidad. Pero la elección individuo/comuni-
dad no puede analizarse en abstracto y no tiene una única y definitiva
respuesta, sino que ésta dependerá del conflicto que analicemos. Uno de
los ejemplos más evidentes de dicha tensión es el que se da entre libertad
religiosa e igualdad de género. Si ambas tienen el mismo estatuto de li
bertades fundamentales ¿cómo articular su conflicto? Estos conflictos
han de contextualizarse y son enormemente complejos, de modo que no
es sencilla la respuesta.
del voto a la mujer, no por incapacidad, sino por una cuestión de oportu
nidad política:
Por eso Sres. diputados, por creer que con ello sirvo a la República,
como creo que la he servido en la modestia de mis alcances, como me he
comprometido a servirla mientras viva, por este estado de conciencia es
por lo que me levanto en esta tarde a pedir a la Cámara que despierte la
conciencia republicana, que avive la fe liberal y democrática y que apla
ce el voto para la mujer. Lo pido porque no es que con ello merme en lo
más mínimo la capacidad de la mujer; no, Sres. Diputados, no es cues
tión de capacidad; es cuestión de oportunidad para la República. (...) Si
las mujeres españolas fueran todas obreras, si las mujeres españolas
hubiesen atravesado ya un periodo universitario y estuvieran liberadas
en su conciencia, yo me levantaría hoy frente a toda la Cámara para
pedir el voto femenino27.
La defensora del sufragismo español, Clara Campoamor, consideraba
que lo único que esos argumentos demostraban, era miedo democrático
y una sospechosa extensión de la vida privada particular a la vida públi
ca28. El sufragio femenino no debería depender de la religiosidad de las
mujeres o de su irreligiosidad, ni de los resultados políticos que se po
dían prever a corto plazo, sino que debía ser la puerta a la igualdad polí
tica efectiva. Sus palabras son elocuentes:
Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer, y con
sidero que sería un profundo error político dejar a la mujer al margen de
ese derecho, a la mujer que espera y confía en vosotros; a la mujer que,
como ocurrió con otras fuerzas nuevas en la revolución francesa, será
públicos), porque atenta contra los derechos de los demás, o porque su
pone un gasto excesivo, o dificultades graves de funcionamiento. En el
primer caso podrían limitarse los derechos de los padres religiosos que
pretendan no educar a sus hijos en asuntos comunes, como la educación
sexual, la educación cívica o la ética, poniendo en peligro la virtud de la
tolerancia. En el segundo caso estarían recogidas peticiones como las de
los Testigos de Jehová, que niegan la transfusión sanguínea a un hijo y
ponen en peligro su vida. En último caso, podríamos incluir peticiones
de comida especial en comedores públicos, cuando el coste de implan
tarlas es excesivo para los medios de que dispone el colegio en cuestión.
Algunos han bautizado a esta laicidad como laicidad positiva.
En España, según varias sentencias del Tribunal Constitucional, la lai
cidad a la que remite el Estado es también llamada laicidad positiva40. Así
aparece mencionada en la sentencia sobre la inscripción de la Iglesia de la
Unificación en el Registro de Entidades Religiosas; en otra sentencia sobre
la inhabilitación eclesiástica y despido de una profesora por vivir en con
cubinato; y en una tercera, sobre el recurso de amparo promovido por un
sacerdote secularizado, ante su despido como profesor de religión41. Si lee
mos las diferentes sentencias vemos que el Tribunal señala que el principio
de neutralidad exige que el Estado no se inmiscuya en su decisiones confe
sionales42, de modo similar a la sentencia canadiense:
Sería ciertamente incompatible, tanto con la libertad religiosa colec
tiva o comunitaria como con el principio de neutralidad religiosa del
Estado, que un Juez o Tribunal del Poder Judicial español pudiera revi
sar, controlar o modificar la apreciación de un obispo católico o evangé
lico, de un rabino o de un imán acerca de lo que es o no es la recta
doctrina cristiana (católica o evangélica), judía o islámica, o decidir
acerca de lo que es o no es testimonio de auténtica vida cristiana, cum-
40 La SSTC 128/2007 de 4 de junio, señala: «El art. 16.3 CE recoge, por su parte, el principio de
neutralidad religiosa o aconfesionalidad del Estado, si bien se trata de una neutralidad com p lem en
tada con dos m andatos a los poderes públicos: tener en cuenta «las creencias religiosas de la so cie
dad española» y m antener «relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las dem ás con fesio
nes». Al citado precepto se ha referido el Tribunal C onstitucional, afirm ando que declara la
neutralidad religiosa del Estado —la cual veda "cualquier tipo de confusión entre fun ciones religio
sas y estatales— aunque en un contexto de laicidad positiva o cooperativa” (SSTC 42/2001, de 15 de
febrero, FJ 4; 154/2002, de 18 de julio, FJ 6)».
41 R espectivam ente, SSTC 42/2001 de 15 de febrero (FJ4). SSTC 154/2002 de 18 de julio (FJ 6).
SSTC 128/2007 de 4 de junio (FJ).
42 SSTC 128/2007 de 4 de junio.
M ulticulturalidad: política del reconocimiento y cosmopolitismo
cado a una paradoja: si acepta los Acuerdos firmados con la Santa Sede en
1979, da por bueno que haya despidos por motivos religiosos; si rechaza tales
despidos, debe incumplir los Acuerdos. Hasta el momento, la resolución de la
paradoja ha favorecido a quienes mantienen la inviolabilidad de los Acuerdos.
Según Michael Walzer, las religiones deben ser toleradas en las demo
cracias liberales, siempre que queden relegadas a la esfera civil: pueden
congregarse, escribir y predicar, pero no pueden tomar el poder político.
Y nosotros añadiríamos, y siempre que no socaven los fundamentos que
hacen posible la convivencia. La tolerancia tiene sus límites:
La marginación es una de las maneras en las que se puede tratar a
los grupos totalizadores. Si ésta tiene éxito, no se les pedirá que se den
leyes (puesto que creen que ya lo hacen), y lo que es más importante, no
se les permitirá que legislen sobre otros ciudadanos. Vivirán en un rin
cón del Estado democrático igual que si vivieran en un vasto imperio.
(...) si lo que nos jugamos es el poder político debemos inclinar la balan
za, decididamente, contra los grupos totalizadores. La razón es simple
mente que su concepción de los «otros» es mucho más dura que la
concepción que tiene el Estado democrático de los miembros de los
grupos. Sin duda, el conflicto hará aflorar cosas feas en los dos lados,
pero la tolerancia liberal democrática, incluso si finalmente es intoleran
te respecto a las religiones y las etnias totalizadoras, es más amable,
menos humillante, menos terrorífica, que su alternativa45.
ciedad civil. Por eso, estamos de acuerdo con Jünger Habermas cuando
señala que, entre el espacio privado y el público-estatal, debe reconocer
se un espacio público cívico común, en el que actúan los individuos de
forma conjunta, sea a través de movimientos sociales, asociaciones de
vecinos o grupos religiosos46. Por eso, en nuestra opinión, los republica
nos franceses llevan demasiado lejos la definición de lo público.
Ahora bien, los canadienses extienden excesivamente los límites de la
libertad individual. Si aceptamos que la religión tiene una dimensión pú
blica, es complicado suponer que lo que se acepte para un individuo (las
excepciones pertinentes en materia de religión) no vaya a influir en su co
munidad religiosa a la que pertenece, otorgándole derechos suplementa
rios. Ciertamente, proteger a los heterodoxos de sus comunidades, por la
vía del acomodo razonable, es algo que deberíamos suscribir en algún gra
do puesto que, en esto, los canadienses protegen mucho mejor la libertad
de conciencia de sus ciudadanos que los europeos. Pensemos que en
Europa, la libertad religiosa está íntimamente vinculada a la libertad de
culto, es decir, está organizada en torno a confesiones religiosas, por lo
que son éstas las únicas que pueden dialogar con el Estado47. Más aún, la
libertad religiosa suele interpretarse jerárquicamente superior a la de con
ciencia, dejando fuera toda creencia no religiosa48. No obstante, el recono
cimiento individual de libertades mediante excepciones a la ley, es tam
bién una vía por la que los derechos de las comunidades pueden verse
enormemente sobreprotegidos y ampliados, por el simple hecho de aceptar
excepciones a sus miembros. No hay que olvidar que muchas de estas ex-
46 J. Habermas, Historia y critica de la opinión pública, Barcelona, Gustavo Gilí, 1986.
47 En E spaña la Ley Orgánica de Libertad religiosa de 1980 señala: «El Estado, tenien do en
cuenta las creencias religiosas existentes en la socied ad española, establecerá, en su caso. Acuerdos
o Convenios de cooperación con las Iglesias, C onfesiones y C om unidades religiosas inscritas en el
R egistro y que por su ám bito y núm ero de creyentes hayan alcanzado notorio arraigo en España».
H asta ahora se han firm ado los Acuerdos con la Santa Sede (1979) —previos a la Ley Orgánica— ,
A cuerdos con la Federación de Entidades R eligiosas E vangélicas (FEREDE), A cuerdos con la
F ederación Española de Entidades R eligiosas Islám icas (FEERI), los A cuerdos con la F ederación de
C om unidades Judías de España (FCJE): http://w w w .observatorioreligion.es/diccionario-confesio-
nes-religiosas/glosario/acuerdos_de_cooperacion.htm l. Por su parte, m orm on es (Iglesia de Jesucristo
de los Santos de los ú ltim os días), budistas y y cristianos ortodoxos form an parte de la C om isión
Asesora de Libertad Religiosa: http://w w w .m justicia.gob.es/cs/Satellite/Portal/es/areas-tem aticas/
libertad-religiosa/com ision-asesora-libertad/m iem bros
48 D ionisio Llam azares ha encabezado en España la lucha por la prim acía de la libertad de
concien cia sobre la libertad religiosa. Su trabajo ha sido actualm ente en su cuarta edición: D ionisio
Llam azares, Derecho de la libertad de conciencia, 2 vols., Madrid, Civitas, 2014.
É tica y Antropología
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50 J. Habermas, Entre Naturalismo y Religión, Paidos, 2006. A sim ism o, en diálogo con
B enedicto XVI: Joseph R atzin ger y Jürgen Habermas: Dialéctica de la secularización. Sobre la razón
y la religión, E ncuentro, 2006. A sim ism o, Habermas: «De la tolerancia religiosa a los derechos cu l
turales», Claves de razón práctica 129 (2003), pp. 4-12.
51 Celia Amorós, «F em inism o y m ulticulturalism o», en Teoría feminista: de la Ilustración a la
globalización. De los debates sobre el género al multiculturalismo, Celia Am orós y Ana de M iguel
(eds), Minerva, 2005, pp. 215-264, p. 234.
5
LAS DECLARACIONES Y CÓDIGOS DEONTOLÓGICOS:
LAS RESPONSABILIDADES ÉTICAS DEL ANTROPÓLOGO
¿Cómo d e fin ir el com prom iso o resp o n sab ilid ad ética del
antropólogo?1¿Habría que juzgarle por lo que hace, por lo que escribe, o
por lo que piensa? El trabajo del antropólogo y su objeto particular de
estudio —sujetos a los que se presupone una autonomía que implica tan
to relaciones de cooperación, como también de no cooperación, incluso
de abierta oposición al trabajo que se realiza—, plantean problemas éti
cos, desde los primeros estadios. ¿Cuál es el criterio para seleccionar un
buen director de investigación, el reconocimiento profesional o el moral?
¿Es posible elegir libremente el motivo de estudio, cuando la financia
ción que permite la investigación delimita previamente las opciones que
uno tiene (que pueden no ser de ningún interés para el investigador, con
la consiguiente desmotivación a la hora de trabajar)? ¿De qué forma pesa
el carácter ético y comprometido del alumno en la elección de discípulos
o futuros investigadores?12. Según Matilde Fernández, la respuesta es cla
ra: todas estas elecciones y el desarrollo del trabajo futuro depende de la
catadura moral de cada persona:
Una conducta ética es algo que se puede y debe aprender, hay nor
mas y experiencias ajenas que nos guiarán, pero al final el estar o no
estar a la altura de las circunstancias, con un comportamiento moral
mente ejemplar, casi siempre es fruto de la improvisación. Y, además de
las circunstancias concretas depende de la calidad humana de cada
persona y esto es algo personal e intransferible3.
Pero esta vía individualista de resolver los dilemas éticos a los que se
enfrenta el antropólogo en su quehacer científico, no es la única opción
posible. Los códigos deontológicos también ayudan en situaciones com-
1 Los ejem plos que aquí citam os rem iten a los diferentes artículos que constituyen el libro
editado por Margarita d e l Olmo, Dilemas éticos en Antropología. Las costuras del trabajo de campo.
Madrid, Trotta, 2010. A partir de aquí, citarem os el libro com o Dilemas éticos.
2 M. F ernández, «Sujetos com o objetos de estudio», Dilemas éticos, pp. 304-305.
3 Ibid., pp. 313-14.
É tica y Antropología
dos, estas asociaciones no son órganos colegiados que agrupan a todos los
antropólogos de un país, como puede ocurrir con los profesionales del
Derecho o de la Psicología. Asimismo, las orientaciones que elaboran no
son preceptivas sino orientativas, es decir, que no existe obligación de se
guir sus consejos o directrices, sino que se trata de guías que señalan unos
principios éticos básicos a seguir en la práctica antropológica. Por lo tanto,
es importante recordar que ninguna de las asociaciones antropológicas
que los han articulado tienen forma de hacerlos cumplir, ni de penalizar a
los miembros que no estén dispuestos a respetarlos7.
La FAAEE lo señala del modo siguiente:
Proponemos, por tanto, más que códigos de conducta, orientaciones
para la toma de decisiones en las diversas disyuntivas éticas a las que nos
enfrentamos, enfatizando la especificidad del trabajo de campo etnográ
fico y planteando la necesidad de remitir a éste la consideración de los
principios éticos consensuados en el marco asociativo de la Antropología
(FAAEE: Preámbulo)8.
10 Este debate está recogido en el artículo del periodista D. R ohde, «Army E nlists A nthropology
in War Zones», The New York Times, 5 de octubre de 2007.
11 N. Konvalinka: «La declaración sobre ética...», Dilemas éticos, p. 28.
L as declaraciones y códigos deontológicos : las responsabilidades éticas del antropólogo
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6
LOS PRINCIPIOS ÉTICOS BÁSICOS DE LA ANTROPOLOGÍA
COMO DISCIPLINA
La FAAEE recoge:
I. El primer y más fundamental compromiso de la práctica antropo
lógica se establece con las personas con las que colaboramos directa
mente en nuestro trabajo de campo. Tradicionalmente la Antropología
ha trabajado con grupos minoritarios y/o en sitios periféricos, siendo por
tanto más crucial si cabe preservar la integridad ética del trabajo antro
pológico realizado. Garantizar el bienestar, seguridad y protección de la
población involucrada en nuestro trabajo es nuestro compromiso más
arraigado y consensuado, y en relación a éste la antropóloga o el antro
pólogo (FAAEE: I).
enfermedad, objetivo real del trabajo. Por esa razón, durante 40 años no
fueron tratados contra la infección, ni siquiera cuando la penicilina se
generalizó como tratamiento, puesto que se les aconsejó que evitaran su
uso. De los 399 infectados murieron 28, 100 tuvieron complicaciones
médicas, 40 mujeres fueron infectadas y 19 niños contrajeron la enfer
medad al nacer.
Otro ejemplo: en 2010 ha visto la luz un estudio sobre la conducta
ética de los experimentos realizados por americanos en Guatemala en
los años 40. Entre 1946 y 1948, científicos americanos infectaron con
enfermedades venéreas a pacientes de instituciones mentales, prisione
ros y prostitutas, con el fin de investigar los efectos de la penicilina. De
los 1300 infectados, solo 700 recibieron tratamiento y 87 murieron. La
conducta fue maleficente y éticamente censurable, como indica este es
tudio: Ethically impossible.
1. OBJETIVOS:
3. POSIBLES BENEFICIOS:
5. PREGUNTAS E INFORMACIÓN:
6. PROTECCIÓN DE DATOS (Este párrafo debe figurar sólo en los supuestos en los que el pro
yecto afecte a datos de carácter personal): Este proyecto requiere la utilización y manejo de
datos de carácter personal que, en todo caso, serán tratados conforme a las normas aplica
bles garantizando la confidencialidad de los mismos.
Y para que conste por escrito a efectos de información de los pacientes a los que se solicita su par
ticipación voluntaria en el proyecto antes mencionado, se ha formulado y se entrega la presenta
hoja informativa
D./D.a ...................................................................................................................................................................
He leído la hoja de información que se me ha entregado, copia de la cual figura en el reverso de este
documento, y la he comprendido en todos sus términos.
He sido suficientemente informado y he podido hacer preguntas sobre los objetivos y metodología
aplicada en el proyecto de investigación (título del proyecto)
• cuando quiera;
Fdo.
3 Un am plio análisis de las tesis de T iern ey (Darkness in El Dorado: How Scientists and
Journalists Devastated the Amazon, 2000) en Stephen N u gen t, «The Yanomani. Anthropological
discourse and ethics», en The Ethics o f Anthropology. Debates and dilemmas, Pat Caplan (ed.), USA-
Canada, Routledge, 2003, pp. 77-95. A sim ism o, D. G lenn , «Anthropological A ssociation s Report
Criticizes Yanom ani Researchers and Their Accuser», Chronicle o f Higher Education, 2 (2002).
É tica y Antropología
6.3. BENEFICENCIA
6.4. JUSTICIA
cías de partida. Ahora bien, ¿cómo remontar estas diferencias para ofrecer
igualdad de oportunidades para todos? Un sistema justo debería partir de
una negociación en la que nadie esté en peor situación que otro, algo que
no ocurre en los intercambios reales. No obstante, es posible pensar de
modo teórico un pacto originario en que eso sí podría ocurrir, o poner ese
criterio como marco desde el que medir cualquier negociación o contrato.
Esta es la función de la teoría del pacto clásica.
Una propuesta actual pactista es la de John Rawls, que propone pen
sar la negociación política bajo un velo de ignorancia, según el cual, na
die conoce su posición social, familiar, económica, o cuál es el talento
que le define y, por lo tanto, negocia desinteresadamente una idea de
bien común para todos. Puesto que nadie sabe qué lugar ocupa en la
sociedad, lo lógico sería que todos actuasen racionalmente, eligiendo
principios que sirvan para proteger a las minorías más desfavorecidas,
puesto que uno puede encontrarse entre ellas. O lo que es lo mismo, lo
racional sería elaborar un sistema que corrija tanto el azar que guía la
distribución injusta de la renta —fruto azaroso de la mano invisible del
mercado—, como el azar que presupone la meritocracia —fruto de la
lotería genética—. Si este fuera el modo de proceder en la negociación
del reparto de bienes, se puede contar con que se establezcan acuerdos
lo suficientemente imparciales como para poder llam arse justos. La
equidad, la igualdad en la ignorancia del lugar que ocupamos cuando
negociamos (si somos ricos o parados, mujeres, hombres o ancianos...),
determina la imparcialidad del resultado. La justicia es consecuencia de
la combinación entre equidad e imparcialidad.
Muchos aceptaríamos remediar las desventajas sociales y económicas
ofreciendo correctivos, como una educación primaria y secundaria uni
versales, o una sanidad con una cobertura lo más amplia posible, por
ejemplo. Ahora bien, una cosa es corregir la desigualdad material que pro
voca el contexto social y el mercado, y otra corregir las diferencias genéti
cas, como ser más alto, tener más capacidad pulmonar o un oído absoluto.
Corregir estas ventajas ¿no implicaría castigar a la gente que nace con de
terminados talentos? La respuesta de Rawls pasa por alentar el desarrollo
de los talentos con los que cada uno nace (no igualarlos por abajo), a con
dición de que la comunidad disponga de medios con los que exigir a los
más favorecidos que compartan sus resultados con aquellos que lo son
LOS PRINCIPIOS ÉTICOS BÁSICOS DE LA ANTROPOLOGÍA COMO DISCIPLINA
—en sus posibles derivas tiránicas— por una deliberación que, a su vez,
requiere de la virtud cívica. Para el republicanismo, muy sumariamente,
la democracia no deriva en tiranía cuando es resultado de un proceso
deliberativo que sólo es realmente correcto cuando se asegura la máxima
participación, que, a su vez, requiere de la virtud ciudadana. Una demo
cracia de esa naturaleza asegura una ley justa que es la que impide la
dominación arbitraria de la voluntad de los otros, el valor más importan
te para el republicanismo".
Muchos señalan que, para que esta libertad sin dominación sea efecti
va, tiene que estar basada en una igualdad material real (capacidades y
recursos), por lo que insisten en que la única forma de que la ciudadanía
republicana sea real, es que tenga alguna base económica asegurada, de
ahí que promuevan el salario mínimo universal. Como vemos, el republi
canismo, como no podía ser de otro modo, no se define de forma unívo
ca. Ahora bien, sea que quieran hacer ciudadanos virtuosos para conso
lidar instituciones justas, o que sean las instituciones las que modelen
11 Félix O vejero, «R epublicanism o com o virtud», Isegoría 33 (2005), pp. 99-125, p. 121.
12 Javier Peña, «Ciudadanía republicana y virtud cívica»en Republicanismo y democracia, A.
D om énech, María Julia B ertom eu y Andrés de Francisco, M iño y Dávila, 2004, pp. 231-256, p. 251.
LOS PRINCIPIOS ÉTICOS BÁSICOS DE LA ANTROPOLOGÍA COMO DISCIPLINA
sin dinero para comer o vivir bajo techo. ¿Estaría asegurada la libertad
de ambos sujetos en este intercambio?
La antropóloga Nancy Scheper-Hughes es una de las más acérrimas
detractoras de la concepción liberal del tráfico de órganos que, como he
mos dicho, defiende que debe dejarse al individuo decidir sobre su propie
dad (que incluye su cuerpo: sexo, órganos, genes), a lo que añade que debe
ría ser el mercado el que fije el alcance y las condiciones de esos
intercambios. Directora de Organs Watch, Scheper-Hughes sostiene que el
mercado de órganos funciona como una especie de apartheid médico glo-
balizado, dividiendo el mundo en donantes y receptores de órganos15. El
problema ético de fondo, se define en base a dos afirmaciones: que todo
puede ser objeto de copra-venta, y que el mercado produce, por sí mismo,
un intercambio justo: uno recibe el dinero que requiere, y el otro el órgano
que necesita. Sin embargo, el contexto en el que se intercambian órganos
por dinero, no tiene nada de equitativo, ni de elección voluntaria. En
Sudáfrica las unidades de investigación de las Universidades públicas de
medicina, retiran válvulas coronarias de los cadáveres de los negros po
bres para enviarlas a Alemania y Austria. En Estados Unidos se aprovecha
todo de los cadáveres: válvulas de corazón, córneas, fragmentos de hue
so Cualquier cosa que pueda ser reutilizada y vendida. En Israel, se sigue
la misma práctica con los palestinos: sin pedir el consentimiento informa
do a los pacientes, se les hace donantes implícitos y se reutiliza o vende
todo lo servible. La excepción a la regla son los cadáveres de los soldados
israelíes, que se devuelven intactos a sus familias (por motivos religiosos).
Por otra parte, si pensamos que en Estados Unidos un trasplante de
corazón supera los 300.000 dólares, y que la lista de pacientes es cada vez
mayor, podemos entender la proliferación de este tipo de mercado y la
aparición de intermediarios. Por ejemplo, la empresa Livers-4-You se
anunciaba en internet del siguiente modo: ¿quiere un donante vivo la se
mana que viene o un órgano de la morgue en cinco años? Esta empresa
trabajaba en Filipinas y otros países sin designar. Si pueden elegir, los
receptores ya no quieren órganos de gente muerta —no confían en su
15 Medical human rigths project Organs Watch es un grupo vinculado a la Universidad de
Berkeley en California, form ado por antropólogos, m édicos, juristas y un am plio voluntariado,
m onotoriza el m ercado de órganos en el m undo y analiza sus m ecan ism os. N ancy S ch eper-H u ghes
Global Traffic in H um an Organs», Current Anthropology 41/2 (2000): http://pascalfroissart.free.fr/3-
cache72000-scheperhughes.pdf.
LOS PRINCIPIOS ÉTICOS BÁSICOS DE LA ANTROPOLOGÍA COMO DISCIPLINA
más valioso era el riñón, que en Estados Unidos se valora en 262 mil dó
lares, mientras que un hígado se consigue por 157 mil dólares. Un par de
globos oculares se cotizan a 1.525 dólares, y una mano a 385 dólares.
Una arteria coronaria vale 1.525 dólares, un intestino 2.519 dólares y la
piel se vende a diez dólares la pulgada cuadrada24. La opinión de los re
ceptores encaja perfectamente con las teorías liberales y utilitaristas:
¿Por qué tendría que esperar durante años por un riñón de alguien
que haya sufrido un accidente de tráfico, que quedase atrapado durante
horas bajo un coche, sufriendo luego durante días en una unidad de
cuidados intensivos para, finalmente, después de todos estos traumas,
recibir un trasplante de ese mismo riñón? ¡Ese órgano no va a ser bueno!
O peor aun, podría recibir el órgano de un anciano o un alcohólico, o de
alguien que haya muerto de un infarto. Ese riñón ya ha hecho su traba
jo. No, obviamente, es mejor recibir el riñón de una persona sana que
pueda beneficiarse del dinero que le pague. Créanme, fui a lugares don
de la gente era tan pobre que no tenía ni pan para comer. ¿Tienen idea
de lo que un dólar, o 5.000, pueden significar para un campesino? El
dinero que le pagué fue «un regalo de vida» igual al que yo recib í25.
El problema es que ese regalo es, muchas veces, el precio que tiene que
pagar a la mafia un aldeano moldavo por la promesa de un trabajo en
Estambul. Unos 2.000 dólares es su billete de vuelta al pueblo del que le
arrancaron con falsas ofertas laborales. Moldavia es el país más pobre de
Europa y, según su servicio de inteligencia, todos los días hay un moldavo
que vende un riñón a cambio de unos dólares. A quienes han caído en la
trampa de verse obligados a vender sus órganos, sus vecinos no les dan
trabajo y caen en mayor desgracia que las mujeres jóvenes que se dedican
a la prostitución porque consideran que, junto con su riñón, han vendido
su alma. Kuwait, Ornan y Arabia Saudita siguen las mismas prácticas que
los israelíes y envían pacientes a Ttirkia, Irán, Irak, Rumania El tráfico de
órganos sigue la misma ruta que el dinero, que protege a la élite médica de
cirujanos que actúa al margen de la ley con toda impunidad y, por supuesto.
24 http ://in form e21 .com /m ercad o-n egro/12/04/26/cuanto-vale-cad a-parte-de-tu-cuerp o-en -el-
m ercado-negro
25 O pinión de Avraham R., un abogado judío de 70 años, a quien entrevistó Sheper-Hughes:
N ancy Sch ep er-H u gh es «Parts unknown: Undercover ethnography o f the organs-trafficking
underworld» Ethnography 5 (2004), pp. 29-73, p. 46-47. Este artículo supone un resum en m agnífico
de su trabajo y su m etod ología en este cam po.
É tica y Antropología
Como vemos, los datos que hemos presentado, al igual que los argu
mentos de Sheper-Hughes, se dirigen contra la desigualdad en la que
tienen lugar estos intercambios de libre mercado. Ahora bien, el proble
ma ético que presenta el tráfico de órganos ¿desaparecería con un con
trato que fuera equitativo? Recordemos que para los igualitaristas
(Rawls) lo importante es que todo intercambio se de en condiciones de
equidad e imparcialidad. Dejemos de lado la pobreza, la ignorancia, las
prohibiciones religiosas ¿Aceptaríamos que los órganos pueden ser ven
didos, a condición de que el contrato se estableciera en términos de justi
cia? Es complicado que la realidad se acomodara a esa posibilidad pero
lo cierto es que, en este caso, al menos teóricamente, los defensores de la
igualdad de oportunidades y del intercambio justo, no tendrían muchos
argumentos para negarse. Sin embargo, la crítica de algunas versiones
del republicanismo, como la de Michael Sandel, señala que, aún en esas
condiciones, deberíamos rechazar ese tipo de intercambios como no éti
cos. No es únicamente que sean injustos, es que la mercantilización de
nuestro cuerpo supone una corrupción de costumbres, una degradación
de aquello que se vende. ¿Tendrían los donantes de órganos o de sangre
26 N ancy Scheper-H u ghes, «Parts unknown: U ndercover ethnography o f the organs-trafficking
underworld» Ethnography 5 (2004), pp. 29-73, p. 64.
LOS PRINCIPIOS ÉTICOS BÁSICOS DE LA ANTROPOLOGÍA COMO DISCIPLINA
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7
CONFLICTO DE PRINCIPIOS Y DILEMAS
EN EL TRABAJO DE CAMPO
Sin embargo, no hay que olvidar que esta empatia con el objetivo del
grupo es una decisión ético-política personal, no es algo que pueda ser
definido previamente y para todo campo. La no maleficencia, el no per
judicar al grupo estudiado, es el principio básico que toda antropología
debe sostener, como hemos venido repitiendo. Además, no hay que per
der de vista que puede darse un conflicto de intereses entre el antropólo
go y el grupo en relación al objetivo propuesto y, por tanto, la beneficen
cia puede resultar complicada de llevar a la práctica. Por ejemplo, ¿qué
3 E lisabeth Lorenzi, «La posición del antropólogo en la revalorización del patrim onio»,
Dilemas éticos, p. 161.
4 Alicia R e Cruz, «De responsabilidades, com prom isos y otras reflexiones que llevan a la antro
pología aplicada», Dilemas Éticos, pp. 171-186, p. 179.
É tica y Antropología
5 V. T éllez, «"No estamos de acuerdo con algunas de tus interpretaciones”. Gestión de la infor
mación en el trabajo de campo con personas estigmatizadas», D ilem a s é tic o s , pp. 187-201.
Conflicto de principios y dilemas en el trabajo de campo
pensado antes. Mira hija, el problema es que no nos has dado ningún
reconocimiento7.
Ante esta reacción, la autora se justifica y explica que no era su inten
ción culpar a los padres o estigmatizar a los herederos, sino iluminar un
aspecto inconsciente de la Irlanda rural que sirviera para liberar al hijo
que se había menospreciado. A pesar de no haber incumplido el princi
pio de no maleficencia, ese conflicto le llevó a preguntarse sobre las leal
tades del antropólogo y decide rectificar su estudio con datos comple
mentarios que muestran una sociedad relativamente igualitaria, exenta
de diferencias de clase y de género, que valoraba la amistad y el trato
social en mayor medida de lo habitual. Según Sheper-Huges, durante la
publicación de los resultados de su trabajo, el antropólogo debe a los su
jetos de estudio el mismo grado de cortesía, empatia y amistad que les
presta cara a cara en el campo, cuando aún no se han convertido en da
tos, sino que es la gente sin la cual, literalmente, el antropólogo no haría
su trabajo, ni podría, en muchos casos, sobrevivir.
Ciertamente, no siempre es posible hacer trabajos que repercutan en
alguna ventaja para la comunidad que se estudia porque, en ocasiones, lo
único que busca el antropólogo es obtener datos para que la comunidad
científica tome en cuenta determinados aspectos de un grupo (para se
guir estudiándolo, para dar a conocer sus tradiciones, para intentar me
jorar posteriormente algún aspecto de sus rutinas...). El mero registro es
un objetivo tan legítimo como la búsqueda de la mejora de algún aspecto
concreto de la comunidad estudiada. Es el antropólogo quien decide qué
orientación dar a su trabajo, como hemos repetido en varias ocasiones.
Además, el principio de no maleficencia (no dañar al grupo) no presupo
ne que siempre haya que llevar a cabo trabajos con los que los sujetos de
estudio se sientan identificados. No estar conforme con los resultados no
supone, per se, daño alguno, sino conflicto de intereses. De otro modo, la
autonom ía del grupo elim inaría la autonom ía del investigador.
Armonizarlas es complicado pero debería ser el objetivo primordial de
un trabajo de campo éticamente consistente, puesto que el holismo es
uno de los pilares de la disciplina. A pesar de lo cual, hay que recordar
que el principio de beneficencia no es obligatorio, según las declaracio
nes éticas analizadas.
este es el caso que nos ocupa: las máscaras no tienen un valor estético
sino una función ritual importante en la comunidad101.
Una posible respuesta a este dilema pasaría por que el museo se que
dara con las máscaras adquiridas —con el fin de preservarlas y darlas a
conocer al resto del mundo—, pero que negociara con la comunidad una
devolución temporal para que las ceremonias rituales se puedan llevar a
cabo. Evidentemente, se trataría de un acuerdo bilateral, no una decisión
unilateral del museo. Esto, siempre y cuando, la comunidad expoliada
aceptara el acuerdo. De ese modo, se respetaría la autonomía de la co
munidad y se evitaría el riesgo de maleficencia. Para un antropólogo, su
deber principal no debería ser el de defender los intereses particulares
del museo (de aquellos que financian la investigación o le dan trabajo),
por encima de la protección de los intereses de las comunidades que es
tudian y con quienes trabajan codo a codo.
10 K. A. Appiah, Cosmopolitismo. La ética en un mundo de extraños, Madrid, Katz, 2007, p. 168 y ss.
11 Este caso está sacado del Handbook on Ethical Issues (A special publication o f the Am erican
Anthropological A ssociation num ber 23) Joan C a s s e ll y Sue-E llen Jacobs (eds.), 2006: «The
Runaw ay Wife». En el m ism o libro puede leerse la decisión tom ada por la propia antropóloga así
com o alternativas a cóm o analizar el caso. N uestro com entario se articula en to m o al m aterial y
criterios establecidos en esta asignatura.
É tica y Antropología
Por lo tanto, y dando por cierto que las palizas eran reales y la mujer
no miente, no se debe apelar al relativismo cultural para aceptar la con
ducta del marido y no ayudar a la mujer. Tampoco a la no relación entre
el trabajo de campo y la petición de ayuda. Los Derechos Humanos son
unos mínimos morales que están por encima de las costumbres de los
pueblos o culturales y, según Valcárcel, su expresión más universal se
encuentra en el feminismo:
Con la familia como principal mecanismo de encuadre de las muje
res, sometidas a una eticidad diferencial en honor de la decencia grupal,
aceptando y reproduciendo prácticas de minoramiento y exclusión y
todo ello avalado por las instancias religiosas y en bastantes ocasiones
las políticas, la mayor parte de las mujeres del planeta simplemente no
ha adquirido todavía el estatuto de individuos de pleno derecho13.
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