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Estudiante: Figueroa Acosta, Sergio Leg.

N° 125324
 
PARCIAL DOMICILIARIO INDIVIDUAL

Consigna: Desarrolla ¿Qué aporta la historia escolar a la formación de ciudadanía? Ejemplifica


con un problema social relevante
Para ello deberás tomar como mínimo 4 textos del eje y establecer relaciones entre ellos a partir de la
idea que oriente el desarrollo de la consigna. 

La Enseñanza de la Historia y la Construcción de la Ciudadanía


“Sabemos que la democracia no es una meta a la cual hemos de llegar, sino un camino que tenemos que recorrer
siempre, una conquista ético-política de cada día, que sólo a través de una autocrítica siempre vigilante puede
mantenerse. Es más una aspiración que una posesión. Construir miradas lúcidas y con sentido crítico respecto al
mundo en que vivimos; responder a las preguntas del mañana; brindar oportunidades para ocuparse de uno
mismo y de los otros; es un desafío interesante para la escuela y la enseñanza de la historia.” (Funes, 2011, p61)

“…Y al hablar de la importancia de la enseñanza, pienso mucho menos en la cantidad de conocimientos que
se pueden proporcionar a los alumnos que en la posibilidad de enseñar a pensar, enseñarles a dudar, a que no
acepten los hechos que contienen los libros de historia como datos a memorizar –a la manera de certezas
parecidas a las que se enseñan en el estudio de las matemáticas-; sino como opiniones y juicios que se pueden
analizar, para que se acostumbren a mantener una actitud parecida ante las certezas que les querrán vender cada
día los medios de comunicación domesticados. Vuelvo a las palabras de Marc Bloch: introducir un pellizco de
conciencia en la mentalidad en la mentalidad del estudiante. Esta me parece que es la gran tarea que puede hacer
quien enseña historia…” (Fontana, 2003, p23).

Históricamente, la escuela ha sido el lugar por excelencia para la inculcación de saberes y


valores relacionados con la conformación de una ciudadanía entrenada para formar parte de una
sociedad democrática. Hoy en día existe un consenso muy amplio acerca del rol preponderante
que tiene la escuela como institución educativa en el proceso de formación de las jóvenes
generaciones para el ejercicio de la ciudadanía, un rol sin dudas heredado de la tradición liberal
que se instaló definitivamente en nuestro país a mediados del siglo XIX. Sin embargo, no a todas
las disciplinas que comparten el espacio del ámbito escolar se le asigna tal tarea. Recae, de
hecho, sobre las Ciencias Sociales esta intrincada misión y en especial a una de ellas, la Historia.

Pero ¿qué historia se enseña? A comienzos del siglo XX, la historia de la gesta revolucionaria
y los primeros años de vida independiente, junto con todo un panteón de próceres y simbología
nacional, fue el sustento de una enseñanza dirigida a crear una “conciencia patriótica” en los
niños tanto nativos como inmigrantes que llegaban al país. A lo largo del siglo una pretendida
educación política neutral contrastaba con los constantes realineamientos políticos que atravesaba
la Argentina; los libros de textos escolares hablaban de las instituciones de la democracia incluso
cuando los gobiernos de facto suspendían el régimen constitucional. El recuerdo traumático del
último período dictatorial y el advenimiento final de la democracia en las últimas décadas del
siglo, supusieron un optimismo generalizado acerca de las expectativas que la sociedad argentina
asignaba a la vida democrática, que finalmente se vieron frustradas en el desmantelamiento final
del estado de bienestar y la furia con que el neoliberalismo abrió un horizonte de miseria, resultas
de lo cual se generó un descreimiento en la corrupta dirigencia política y una profunda crisis de
valores. La formación política en ese entonces cobraba una importancia nueva y ponía en
cuestión la neutralidad escolar. Esto nos lleva a la siguiente pregunta ¿qué historia se desea
enseñar? Dice Isabelino Siede:

“…En una sociedad desencantada de lo político, la neutralidad pedagógica, que se expresa


como silencio ante los conflictos y como evasión ante las controversias, no parece una
herramienta adecuada para formar ciudadanos dispuestos a la participación activa y al ejercicio
del poder popular. Es necesario avanzar hacia una educación política que dé cabida a la
formación argumentativa, al análisis de los discursos divergentes sobre la realidad social, a la
búsqueda de criterios comunes y de mecanismos de validación y consensos y al reconocimiento
de actores diferentes que pujan por intervenir en la actividad pública. La neutralidad absoluta no
sólo es imposible, sino que también es indeseable, particularmente en estas circunstancias. La
educación escolar debe tomar posición para recrear las bases culturales de la participación
democrática…” (Siede, 2007, p22)

La enseñanza de la historia puede y debe aportar a la formación de ciudadanos predispuestos a


la participación activa. Pero no cualquier tipo de historia, esta debe estar en consonancia con la
realidad de los estudiantes, debe ser cercana a sus propias experiencias y representaciones. Para
eso el profesor no solo debe conocer el pasado, sino que debe ser un profundo conocedor del
presente y sus problemáticas y debe ser capaz de corresponder el contenido histórico que desea
enseñar a su alumnado en estrecha relación con su presente. Esta es una tarea que no sólo tiene
que ver con abordar el pasado histórico y enseñarlo como algo homogéneo y estático, sino que
también se trata de aportar herramientas que les permitan a los estudiantes problematizar su
presente entendido como parte de una temporalidad que implica comprender el pasado, pero
también pensar un futuro. Parafraseando a Pagés y Funes, no solo hace falta poseer el
conocimiento del pasado sino que, además, el estudiante debe aprender a estructurarlo y darle
sentido. Es decir que la enseñanza del pasado histórico debe estar acompañada de un aprendizaje
del conocimiento teórico que requiere el abordaje de la problemática de la temporalidad, la
relación existente entre historia-memoria-identidad y entender cómo se construye y se comparte
el conocimiento histórico. No se trata solamente de enseñar los hechos y los acontecimientos de
la historia, sino enseñarles a conceptualizar. En este sentido, dice Pagés:

“…La necesidad de que el alumnado desarrolle su pensamiento histórico para leer la realidad
en términos históricos choca con un discurso y una conceptualización compleja que no recibe una
atención adecuada ni en los materiales curriculares ni en la práctica […] El profesor ha de
predisponer al alumnado para que acepte los retos que le presenta el conocimiento histórico. Para
ello ha de renunciar a pretensiones holísticas y ha de seleccionar su contenido según las
potencialidades educativas que pueda tener para su alumnado, comunicarle la intencionalidad de
su enseñanza y articular estrategias que combinen la utilización de todo tipo de recursos y el
trabajo individual con el cooperativo…” (Pagés, 2009, p80)

En este sentido, podemos decir que el aporte más importante que hace la historia escolar en la
construcción de la ciudadanía, es convertir a los estudiantes en personas reflexivas, a partir de
enseñarles a pensar históricamente. Desde este punto de vista, enseñar a pensar históricamente,
sería el más relevante propósito de la enseñanza de la historia, porque tiene que ver con enseñar a
interpretar la realidad en clave histórica, de comprender que el presente que habitamos es en parte
realización de proyectos del pasado y que las dimensiones de la temporalidad nos atraviesan
continuamente, por lo cual es necesario lograr poner en perspectiva la propia existencia.
Al hablar de propósitos, en realidad nos estamos refiriendo a las finalidades de la enseñanza de
la historia. A la hora de pensar una formación política para el ejercicio de la ciudadanía, enseñar a
pensar históricamente cumple con la finalidad de formar ciudadanos más reflexivos o, al menos,
más eficaces a la hora de la participación democrática. Y otra vez surge entonces la pregunta de
qué historia enseñar. La respuesta, siguiendo esta línea argumentativa, sería aquella que sea
necesaria para los estudiantes, aquella historia que tenga que ver con sus experiencias y para esto
se requiere un análisis del mundo actual y los contextos. Surge, entonces, la problemática de la
historia reciente, aquella que más demanda tiene de parte de una sociedad que pretende construir
su democracia en base a recordar el hecho traumático de las dictaduras militares.

Para ejemplificarlo, hoy en día la ciudadanía argentina se enfrenta a un momento clave en


donde se intenta, desde el Estado, legitimar un discurso pretendidamente democrático (en el
sentido de darle un espacio de debate) que busca de alguna manera reivindicar la figura de los
militares presos por los crímenes cometidos en la última dictadura cívico-militar, un discurso
instalando desde los medios pero convalidado desde el Poder al extender a estos criminales los
beneficios penales aplicables a delincuentes comunes. Este tema toca directamente el tema de la
memoria histórica y la memoria colectiva, una temática desarrollada ampliamente en la
educación de la democracia surgida al finalizar aquél macabro proceso y en este sentido se pone
de relieve el amplio consenso social generado a partir del rechazo a la impunidad, una
problemática que sin dudas es reveladora de cuestiones muy vivas en la conciencia histórica.
Trasladar esta problemática, hoy en día, a los salones de clase habilita para enseñar ese pasado
reciente que se torna vivo y analizar las continuidades existentes entre ese pasado y nuestro
presente. Y no solamente eso, sino que además se puede abordar la cuestión de la participación
ciudadana ilustrada claramente por la movilización de una amplio sector de la sociedad argentina
en repudio a tales medidas judiciales. Finalmente este caso sirve para ejemplificar la construcción
de un amplio consenso que tiene que ver con una sociedad que piensa un futuro libre de
dictaduras y de terrorismo de Estado, un hecho que se verifica al reivindicar la importancia que
para la sociedad argentina tuvo y tiene el “Nunca Más”.

La historia reciente nos acerca a cuestiones socialmente vivas, que implican un debate y una
confrontación de intereses y valores políticamente sensibles. Esto implica, a su vez, hacer de los
problemas políticos, que sin duda tienen un correlato directo en la experiencia cotidiana de los
estudiantes, un tema fundamental para la enseñanza de la historia. Crear sujetos con una
conciencia crítica, que es en esencia de lo que se trata enseñar a pensar históricamente,
preparados para problematizar el presente con una perspectiva más amplia, dispuestos a la
confrontación de ideas y a aceptar la diversidad de personajes y discursos políticos en disputa de
su espacio en el juego democrático, es en definitiva la creación de ciudadanos predispuestos a
una participación activa mucho más eficaz. En esta que es una correlación mucho más estrecha
entre presente y pasado histórico, los estudiantes, además, podrán darle un sentido a la historia,
que ya no será algo ajeno, homogéneo y compacto, sino propia, repleta de actores y en
permanente desarrollo. Desde esta perspectiva Finocchio nos dice:

“…La enseñanza de la historia podría permitir a los argentinos de todas las clases, etnias y
regiones ubicar sus experiencias cotidianas en una mínima trama compartida. La enseñanza de la
historia podría enfrentar la violencia de las representaciones de los discurso fundacionales de la
nación que excluyen a indígenas y negros. La enseñanza de la historia podría ser un espacio para
que los significados de autoridad cultural sean negociados. En fin, la enseñanza de la historia
podría ser una herramienta para imaginar un <<nosotros>> y la vida en común de modos más
incluyentes…” (Finocchio, 2009, p97).

Definitivamente la escuela toma partido y deja de lado su pretendida neutralidad, para


proyectar en sí misma ese espacio de disputa político-cultural que es la sociedad democrática.
Pero no solo como espacio de conflicto, sino también como espacio de cooperación y de puesta
en marcha de diversos futuros posibles, para que alguno culmine en un futuro mejor. Pensar
históricamente también se trata de pensar el futuro, un futuro que debe ser construido, realizado
colectivamente, democráticamente. Enseñar a poner en perspectiva la propia existencia es tarea
del profesor de historia, difícilmente el aprendizaje de las otras disciplinas que conviven en el
ámbito escolar pueda equiparar a la historia en función de esta finalidad de la que estamos
hablando. Este es el aporte fundamental que la historia puede y debe hacer para la construcción
la ciudadanía, entendida como sujetos con pensamiento crítico, en una sociedad democrática.

Bibliografía:

_Finocchio, Silvia (2009). “Memoria, Historia y Educación en la Argentina. De aprender de


memoria a enseñar para la memoria la Historia Reciente”. En: Pagés, Joan y González, María
Paula (coord.). Historia, Memoria y Enseñanza de la historia: Perspectivas europeas y
latinoamericanas. Barcelona: Ed. UAB. Cap. 5. (págs. 83-101).

_Fontana, J. (2003). “Qué historia enseñar” en Clío y asociados. N°7. Univ. Nacional del Litoral.
(págs. 15-26)

_Funes, Graciela (2011). “La enseñanza de la historia y los problemas sociopolíticos: de la


historia reciente al futuro” En: Pagés, Joan y Santisteban, Antoni (comp.). Les questions
socialment vives i lenseyament de les ciencias socials. Documents 97 Universidad Autónoma de
Barcelona. (págs. 53-63).

_Pagés, Joan (2009). “El desarrollo del pensamiento histórico como requisito para la formación
democrática de la ciudadanía”. Córdoba: Reseñas de la Enseñanza de la historia, Apehun, Ed.
Alejandría, Oct. N° 7. (págs. 67-91).

_Siede, Isabelino (2007). “La función política de la escuela en busca de un espacio en el


curriculum”, En: Schujman Gustavo e Isabelino Siede (Comp.). Ciudadanía para armar, Aportes
para la formación ética y política. Bs. As., Aique (págs. 15-37).

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