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Es una noche de fines de mayo y Duki no está nominado en ninguna categoría de los premios Gardel, que se
están entregando en este momento en la sala sinfónica del Centro Cultural Kirchner. De hecho, Duki nunca
editó un disco, ni firmó un contrato con un sello, ni fue invitado a un evento así en el pasado, básicamente
porque su carrera empezó hace poco más de un año, cuando decidió que iba a dejar de competir en batallas de
rap para dedicarse a componer sus propios temas. Entonces, ¿qué hace este rapero de 22 años sobre el
escenario, gritando de manera desaforada que se coje putas como un rockstar, que toma pastillas como un
rockstar, acompañado por una orquesta de 30 músicos? Lo que viene haciendo en los últimos meses: está
rompiendo las reglas de la industria más rápido que nadie antes que él.
“Ni ensayé, guacho, dice Duki tres días después de los Gardel, mientras termina de armar un porro en el living
de un estudio montado en un PH de Colegiales. Tiene puestos un jogging negro achupinado y una campera de
un equipo de béisbol, ojotas tipo Adilettes (con medias) y una cadena de oro gruesa de 120.000 pesos
confeccionada por su joyero personal, que se llama Roque pero al que le dicen “Don Rouch”. La cadena brilla
tanto que uno casi podría pasar por alto los tatuajes de la cara. Sobre la mesa ratona hay una caja abierta de
Hell’s Pizza, su pizzería favorita –y reciente espónsor–, con varias porciones de pepperoni al estilo
neoyorquino. Son las seis de la tarde, pero Duki está hambriento: esta es su primera comida del día. (Un rato
antes, le había pedido a uno de sus asistentes: “Deciles que esta vez quiero pagar por mi pizza, pero que la
traigan rápido”.)
A Duki la actuación en los Gardel le costó un poco porque, como casi todos los artistas de trap –esa evolución
oscura del rap que en los últimos meses pasó a dominar todos los charts del mundo por artistas como Drake,
Bad Bunny y Cardi B– él suele tocar acompañado apenas por un DJ que dispara las pistas sobre las que suelta
sus rimas. “Y ese día el sonido de la orquesta era tan inmenso que me comió. Pero subí a cara de perro y ¡pum!
Lo hice”, dice, acomodándose su jopo teñido de fucsia. “A mí me gusta Dragon Ball desde chico y jodo mucho
con el ki, con la energía. Bueno, acá había un montón de vagos que tocan de la hostia liberando ki a lo loco. Fue
una locura.”
En el último año, este fan del animé y los videogames se convirtió en una figura ineludible para la industria de
la música argentina, principalmente gracias al éxito bestial de sus tracks en plataformas digitales como Spotify
y YouTube, y también por su poder de convocatoria. Por ejemplo: el video más reciente de Abel Pintos –una
versión de “El adivino” en vivo en la cancha de River– tiene cerca de dos millones y medio de reproducciones,
mientras que los cuatro que Duki lanzó este año (“Rockstar”, “Si te sentís sola”, “Quavo” e “Hijo de la noche”)
promedian 30 millones cada uno. En Spotify, Lali Espósito tiene un millón de oyentes mensuales; Duki, cuatro
millones. En abril, el show de Charly García en el Gran Rex fue sold-out en 10 minutos, y el de Duki, que tocó
en el mismo lugar en mayo, bueno, tardó un poco más pero también se agotó. Apenas se supo que no quedaban
Elijan al artista más popular del género que quieran y es muy probable que a Duki le esté yendo mejor. Su
ascenso es tan vertiginoso que tanto la industria como el público están teniendo problemas para interpretar el
fenómeno. Sony y Universal lo quisieron fichar, pero Duki literalmente se les rio en la cara: no estuvieron ni
cerca de llegar a un acuerdo. “El director de Sony me citó y básicamente me ofreció un contrato para robarme”,
dice Duki. “Y a la presidenta de Universal, le dije: ‘Mirá, la voy a hacer corta: yo no soy Lali Espósito, yo no
quiero fama. Yo soy un pibe que viene de no tener nada, y quiero ser una leyenda musical, ¿entendés? Yo tengo
más hambre que toda la gente que está en este edificio. Me voy a comer el mundo. No quiero un contrato pop,
no soy Sebastián Yatra, que lo vas a poner a hacer prensa. Las bolas. Yo voy a hacer mi música y lo único que
necesitás es eso’.”
En se sentido, su actuación en los Gardel fue el primer intento medianamente exitoso de la industria por
incorporar a Duki al canon de la música argentina, y él irrumpió gritando las frases provocativas de “Rockstar”
con la misma actitud arrolladora con la que posa en la tapa de esta edición de Rolling Stone .
Los detractores, por supuesto, no tardaron en aparecer. El video de YouTube de su presentación está lleno de
comentarios cargados de bronca que lo acusan de cantar con Auto-Tune, el software que permite corregir los
problemas de afinación en la voz, pero también es parte de la estética sonora del trap. Duki no solo no lo oculta,
sino que usa el Auto-Tune como un instrumento, y el propio Charly García, en su breve discurso de aceptación
del Gardel de Oro esa misma noche, dijo: “Quiero dedicar este premio a Gardel, María Gabriela Epumer, el
Flaco Spinetta, el Negro García López, Prince, Cerati… Y hay que prohibir el Auto-Tune. Muchas gracias”.
“Si es por mí, Charly me puede decir que soy un mocho de mierda hijo de mil putas, y va a estar todo bien”, dice
Duki, que se enteró de los dichos de García a la mañana siguiente, cuando su hermana compartió una nota de
la revista Pronto en el grupo de WhatsApp familiar. “Lo amo. Lo fui a ver a Vélez en 2009, ese día que no paró
de llover, y la rompió. Ahora estoy por sacar un tema [‘Ferrari’] en el que digo: ‘Demoliendo hoteles como
Duki está tan arriba en este momento que siente que no contestarle a Charly García es hacerle un favor. Y
mundo'."
casa de clase media modesta atravesada por el impulso artístico, más allá de que sus padres finalmente optaran
por perseguir otros rumbos en lo profesional. Sandra (51), su mamá, es una abogada independiente
especializada en derecho laboral y una cantante aficionada que empezó a tomar clases con un profesor recién
hace cinco años. Guillermo (51), su papá, siempre quiso ser diseñador gráfico, pero no pudo terminar la
carrera: en el medio tuvo que salir a trabajar. (Entre los varios empleos que tuvo, muchas veces simultáneos y
estacionamiento.) Además, Duki tiene un hermano mayor, Nahuel (27), ingeniero de sonido recibido en la
Universidad Nacional de Tres de Febrero, y una hermana menor, Candela (18), que está terminando el
Cuando Sandra y Guillermo se divorciaron en 2011, la familia ya vivía en el PH de Paternal en el que Duki pasó
su adolescencia, una planta baja al final de un pasillo de ladrillos larguísimo, a unas cuadras del Estadio Diego
Armando Maradona, la cancha de Argentinos Juniors. Duki repitió segundo y cuarto año (cuarto, de hecho, lo
repitió dos veces) y, pese a la insistencia de su mamá, nunca terminó la secundaria: era un estudiante tipo Bart
Simpson, que disfrutaba de confrontar a sus profesores tanto como de faltar a clases para irse a andar en
Fue justamente en las calles asfaltadas pero desiertas de Puerto Madero que, una noche de 2012, se cruzó con
un grupo de pibes improvisando rimas y se les acercó. Poco antes de eso, alguien le había mostrado el video de
una final entre Kodigo y Tata en la competencia A Cara de Perro de 2010, una batalla clásica que se convirtió en
la puerta de entrada de una nueva generación de público y competidores al mundo del freestyle. Y poco
después, mientras fumaba porro con su primo y su mejor amigo, Duki se animó a tirar sus primeras rimas. “Yo
tengo mucho potencial pero soy muy pajero: me costaba encontrar algo que me motivara”, dice él. “Y acá fue la
Las batallas de rap le permitían a Duki satisfacer dos necesidades que arrastraba desde chico. La primera era
competir, enfrentar a otro, para de esa manera generar la adrenalina que él siempre entendió como energía. La
segunda era desafiarse a sí mismo e ir subiendo de nivel, como un Pokémon (el primer tatuaje que se hizo fue
un Tyranitar, un pokémon de la segunda generación, en la pantorrilla). Duki no sabe escribir a mano (“No
generé esa capacidad en el colegio, no duro ni tres palabras”), pero se encerraba durante horas en el baño
chiquito que compartía con su hermano a anotar rimas en el celular, mientras Sandra le gritaba que qué carajo
“Estaba buscando mi estilo, dice Duki. Yo quería rapear como esos negros que veía en YouTube, pero no
lograba darle musicalidad a las rimas. Por eso empecé a competir. Las batallas, para mí, eran una forma de
entrenamiento.” Hay algo de esa declaración que se sostiene cuando uno ve sus videos en el Quinto Escalón, la
competencia que nació en 2012 en la escalera de una de las entradas laterales del Parque Rivadavia, en la
esquina de las calles Chaco y Doblas, y que en 2016 creció hasta convertirse en el torneo de plaza más grande
de habla hispana, con miles de asistentes domingo por medio. A diferencia de la mayoría de los competidores,
Duki casi no tiraba punchlines, sino que fluía de manera ininterrumpida durante largos pasajes, buscando
melodías, prácticamente como si estuviera haciendo una canción en vivo. Su espejo era A$AP Ferg, un rapero
estadounidense al que le copiaba hasta los gestos (particularmente el de engancharse el cachete con el dedo
índice como si fuera un anzuelo), autor además de “Hella Hoes”, el primer tema de trap que Duki dice haber
escuchado en su vida. Siempre odié la batalla en sí, dice Duki. Me gustaba medirme y me gustaba crecer. Pero
En simultáneo a su despertar artístico, Duki empezó a fortalecer un costado espiritual del que no le gusta
hablar demasiado, pero al que llegó investigando por su cuenta más o menos a los 17 años, después de que un
amigo de su primera crew –los Satuanorinos de Puerto Madero– le hablara del hermetismo: una tradición
filosófica basada en los textos de Hermes Trismegisto, un alquimista místico. (Por cierto, “Satuanorino” es
“Onironautas” al revés, y los Onironautas son los viajeros de los sueños.) “Era una bestia, Hermes”, dice Duki.
“Creó Los Siete Principios Herméticos: como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba; todo tiene dos polos;
Duki no solo cree en la alquimia, sino que, además, asegura ser capaz de “verles el aura” a las personas. Para
contarme esto, se inclina hacia adelante en su silla, me mira a los ojos y esconde una sonrisa cuando le
sostengo la mirada. También ha tenido experiencias en las que visualizó su propio destino, como el día de
enero de 2016 en el que le dijo a un amigo: “Este año el Quinto se va a hacer re conocido, voy a ganar una fecha,
y después de eso voy a sacar mi primer tema, que va a tener 300.000 reproducciones”. En agosto de ese año,
efectivamente, Duki ganó la fecha del Quinto Escalón, y en noviembre subió a YouTube “No vendo trap”, su
primera canción. El pronóstico resultó modesto: gracias a la base de seguidores que arrastraba de ese torneo en
“No vendo trap” fue el tema que confirmó la intuición de Duki de que había un terreno fértil para él en esa
escena, pero no dejaba de ser una canción un tanto genérica de un estilo en el que todos los tracks suenan más
o menos parecidos, y en el que lo mejor y lo peor no parecen estar muy alejados. Ante la homogeneidad de los
beats –habitualmente compuestos con una caja de ritmos Roland 808 que reproduce hi-hats en intervalos
cortísimos y bajos muy graves–, un intérprete de trap se destaca por las melodías, la actitud y, sobre todo, la
voz.
Duki perfeccionaría esos tres factores en los meses siguientes, especialmente en “Rockstar”, el tema agresivo en
el que terminó de dominar el recurso de romper la voz, y en “Quavo”, un track de Modo Diablo, el grupo que
armó con Alejo (el fundador del Quinto Escalón, rebautizado como Ysy A) y Neo Pistéa, dos raperos igual de
jóvenes y talentosos que él. Pero fue el tono seco y violento de Duki el que, en una extraña pero palpable
conexión con el gen del rock nacional, empezó a sentar las bases del trap de acá, que hoy genera interés en el
resto del mundo (como demuestran sus colaboraciones recientes con Bad Bunny y J Balvin) y cuenta con un
roaster de exponentes sub-25 como Khea, Cazzu, Lit Killah, Ecko y C.R.O., muchos de los cuales, como Duki, se
iniciaron en el freestyle.
La noche de la victoria de Duki en el Quinto fue especial por un par de motivos. Por empezar, era la primera
fecha después de las vacaciones de invierno, y la ansiedad del público estaba a tope. La cantidad de gente fue
récord (había más de mil personas); los escalones habían quedado chicos y la competición ahora se hacía en el
pequeño anfiteatro que está en el centro del parque. “Quedamos todos re caretas”, dice MKS, uno de los
competidores históricos del Quinto, que vivió con Duki y solía hacer dupla con él en batallas de equipos. “Me
acuerdo de que, mientras batallábamos en el anfiteatro, la gente hacía un bardo tremendo que se amplificaba
por el eco mismo de la plaza. Era como estar en una cancha de fútbol.”
“Fue una masacre”, dice Duki, mientras vuelve a ver la final en YouTube. “O sea, vos lo mirás desde acá y
parece otra cosa, pero yo estaba parado ahí, en el centro de toda esa gente, y era como estar en el Coliseo de
Roma.”
***
Un día cualquiera en las historias de Instagram de Duki y sus amigos es más o menos
así:
El Iván de Quilmes, un artista que combina el tatuaje tradicional con el estilo turro y es el preferido del trap
local (él le hizo todos los tatuajes de la cara a Duki, incluidas las alitas de ángel y de murciélago en los pómulos
que simbolizan sus dos polos), está trabajando en su estudio. Hoy le tatuó un emoji de corazón roto en el
Ysy A está en la cama de un hotel de Granada, en España, filmando a su amigo Ferla, al que le dice: “Te amo,
Ferla. Siempre que queremos fumar, vos tenés papelillos”. (Ysy está ahí acompañando a Duki en su primera
al menos 50 capturas de pantalla de desnudos que sus admiradoras le mandan a Instagram. (“Todas mayores
de 18”, aclara.)
Tachu, el asistente más cercano de Duki –que tiene 26 años y es el hijo del cantautor argentino Víctor
Heredia–, está fumando en un balcón de Granada, viendo cómo el sol se pone detrás de una montaña mientras
Luchito, el protegido de Duki, un pibe de 16 años al que todos en el Quinto apodaban “El guachín” y ya cosechó
millones de reproducciones en YouTube (quizás lo hayan visto en el Luna Park cuando subió a cantar con Bad
Bunny), compartió una selfie con su mamá en la que le pide perdón por portarse mal.
Don Rouch, el joyero, está tallando un diamante para Luchito con una máquina industrial.
Coscu, un gamer que se hizo conocido en YouTube transmitiendo en vivo sus partidas de League of Legends
con invitados y ahora es un streamer exitoso de Twitch, está en el backstage de una sesión de fotos para una
marca de ropa, y se divierte contando que, desde que arrobó al fotógrafo en otra historia, lo hizo subir 10.000
seguidores.
Y Duki les está agradeciendo a los “diablos y diablas” de Granada por haber llenado el lugar de su último show,
mientras anuncia la próxima parada de una gira de 15 conciertos en tres semanas que pasó por ciudades como
Madrid, Vigo, Murcia, Zaragoza, Sevilla y Barcelona, y durante la cual la plana mayor del trap español (de Yung
Beef a C. Tangana) lo recibió con los brazos abiertos. La última vez que un artista argentino influyó de esta
manera en el sonido de la música de Iberoamérica probablemente haya sido con el lanzamiento de Es
mentira, de Miranda!, hace casi dos décadas. “Somos la puta mierda pasando”, les dice Duki a sus fans.
"Tuve que meter la plata en el congelador", dice. "De repente, un pibito que ni existía hizo un par de millones."
A pesar del éxito inmediato de “No vendo trap” a fines de 2016, Duki tardóen capitalizar
su suceso virtual debido principalmente a dos motivos. Por empezar, no tenía el tema registrado; de hecho, se
lo dieron de baja de Spotify y YouTube a los dos meses por conflictos de copyright, ya que la base la había
descargado de Internet y usado sin permiso. Por otro lado, tampoco podía hacer shows en vivo, porque no tenía
repertorio suficiente.
La plata que le entraba era por batallas de exhibición en diferentes puntos del país, un negocio modesto que se
le abrió después de su consagración en el Quinto Escalón. Era la primera vez que Duki ganaba algo de dinero
de manera tanto legítima como autogestionada (antes de eso, había vendido marihuana a espaldas de su mamá
y rebotado entre un par de trabajos en restaurantes), pero, casi un año después de su triunfo, él ya estaba listo
La primera decisión que tomó en esa dirección fue la de dejar de competir en batallas, casi al mismo tiempo
que se iba del PH de Paternal después de varias peleas con su mamá. Se internó en Boom Box, un estudio
chiquito montado en el local de una galería sobre Avenida Santa Fe, enfrente del boliche Palermo Club, y
compuso varios temas para poder armar su show. En Boom Box, además, aprendió a usar el Auto-Tune. El
estudio era de Federico, un amigo más grande, que antes de eso regenteaba un local de sushi al que Duki solía
El 15 de octubre, Duki fue con Ysy a Palermo Club a ver al español Kaydy Cain, uno de los pioneros del trap en
castellano junto a su grupo Pxxr Gvng. “Nos re drogamos”, dice Duki. “Estábamos tristes, pensando que ya
había pasado nuestra oportunidad.” Después se fueron a dormir a lo de Federico, horas antes de salir para
Chaco en un minitour improvisado. “Yo pensé que Ysy se iba a quedar dormido, así que me la pasé tomando
cocaína para no perder el micro. Cuando se hizo la hora, lo desperté. Nos fuimos sin nada, así nomás, con lo
que teníamos puesto, el celular sin cargar. No sabíamos ni cómo estaba el clima en Chaco.”
A la vuelta, Duki, Ysy, Federico y otro amigo al que le dicen GTA juntaron la plata para un mes de alquiler y se
mudaron a una casa grande en Caballito, a la que apodaron “La Mansión”. Para pagar las cuentas, le pedían al
encargado de Palermo Club que les vendiera alcohol al costo, y organizaban unas fiestas en la casa a las que
bautizaron “Modo Diablo”. Duki recuerda ese período como el de la “trap life” (vivía de revender LSD, MDMA y
otras drogas), la misma época en que Duki se hizo adicto al Xanax, un tranquilizante que conseguía falsificando
recetas médicas. “La gente me veía como un zombie, pero yo me sentía re bien”, dice. “Actuaba sin pensar.”
En ese mismo momento, Duki no lo sabía pero su carrera estaba empezando a despegar gracias a tres tracks
que había hecho en Boom Box en colaboración con el productor Omar Varela, un pibe de 20 años que fundó el
sello Mueva Records. El primero, publicado en septiembre pasado, fue “Hello Cotto”, que alcanzó 15 millones
de reproducciones en un par de semanas, y en el que Duki hace referencia al boxeador puertorriqueño Miguel
Cotto para hablar de marihuana: “ Tamo’ en la florería y tengo una María que es una flor de loto/ Cuidao’ que
pega como Cotto”, dice. En noviembre subió “She Don’t Give a Fo”, un tema de desamor en colaboración con
Khea, un debutante de 17 años. Y dos semanas después salió “Loca”, una canción de Khea con feat. de Duki y
Cazzu. Ese fue el primer video del trap argentino en romper la barrera de los 100 millones de reproducciones
(y, después, de los 200 millones), y pavimentó el camino para que Duki finalmente tuviera su primer verano de
auténtico rockstar.
Pero, antes, Duki iba a tener que resolver algunos asuntos personales.
A mí me preocupan un montón de cosas”, dice Sandra en el living de su casa de Paternal,
una tarde fría pero con sol de fines de junio. “Cuando Mauro se fue de esta casa, yo veía que él necesitaba
contención”, continúa ella. “Y lo que te voy a decir, te lo digo con dolor: yo no me equivoqué.”
La relación entre Duki y su mamá siempre fue intensa. Hay un video desopilante de febrero de 2017 en el que
Duki está jugando LoL con Coscu, hasta que Sandra abre la puerta del cuarto y empieza a gritar reproches.
“Decime por qué dejás prendida la luz”, se escucha. “Tenés que ir a comprar huevos y, si no me hacés caso,
¿sabés qué voy a hacer? ¡Me voy a llevar la computadora!” Entonces Duki explota y suelta otra de sus profecías:
“¡Cerrame la puerta, mujer! No te voy a comprar ningún auto caro, no te voy a comprar la mansión cuando esté
re zarpado”, le dice.
“No es que yo no creyera en él”, dice Sandra. “Pero… ¿Cuántos pibes hay que quieren jugar al fútbol, y cuántos
son Messi? Yo nunca socavé lo musical en Mauro, al contrario. Es solo que, cuando él me decía que iba a vivir
Claro que Duki nunca tuvo un plan B, porque sabe perfectamente lo que desea y qué cosas no está dispuesto a
negociar para conseguirlo. Por eso no firmó con Sony, ni con Universal, ni con Lauría, la productora que lo
llevó al Gran Rex y pronto lo pondrá en el Luna Park, con cuyo dueño (Federico Lauría) tiene un arreglo de
palabra. “Él quiere ser libre”, dice Sandra. “A mí, como madre, me hubiera gustado que firmara un contrato,
más que nada para que le den un marco. Pero respeto mucho su necesidad de libertad. El otro día, le dije:
‘Mirá, Mauro, si el productor o el manager te dicen que no podés hacer algo, pasátelos por el culo. Acá el artista
sos vos’.”
En el último tiempo, Sandra y Duki volvieron a acercarse, sobre todo desde que su padre, Guillermo, se sumó al
equipo de trabajo de su hijo en junio. Pero no fue fácil. A mediados de noviembre del año pasado, justo una
semana antes del lanzamiento de “Loca”, los portales argentinos levantaron la noticia de la muerte del rapero
estadounidense Lil Peep por sobredosis de Xanax y Fentanyl (un opiáceo al que también se le adjudicó la
muerte de Prince), y el primo de Duki, que lo había visto meterse ocho o diez pastillas de esas en la boca como
si fueran caramelos, alertó a la familia. “Salvando las distancias, no sabés las veces que pensé: ‘Qué suerte que
tuvo la madre de Maradona, que era una ama de casa y no se daba cuenta de las cosas’”, dice Sandra. “Porque
Por pedido de su familia, que llegó una mañana a La Mansión a tratar de ponerle un freno en una suerte de
intervención amable, Duki dejó el Xanax de un día para el otro. No se hizo ver por un médico, sino que, como
en esa escena clásica de Trainspotting, se encerró casi una semana solo en su habitación, aguantando
temblores, vomitando cualquier cosa que comiera, hasta que su cuerpo se estabilizó. “Fue una pelotudez por
ser un pendejo forro”, dice Duki. “Me enganché con esa pastilla de mierda… Tuve ataques de pánico, escuchaba
voces. Pero me la banqué. Sabía que era karma que estaba pagando por mis cagadas. Me miraba al espejo y me
decía: ‘Yo estoy revolucionando la música, ¿cómo voy a dejar que esto me frene?’. Lo tomé como un desafío.
Uno de esos días, vino Federico, que ya era mi manager, y me dijo: ‘Te cerré tres fechas por 15 lucas’. No lo
“A Mauro le sobra actitud”, dice Sandra mientras termina su té. “Siempre se paró de una manera ante la vida
que… Mirá, cuando tenía 3 años, Papá Noel le trajo el disfraz de Goku [de Dragon Ball], y el pibe se puso ese
traje como hasta los 11, ya no le entraba más. Yo le decía: ‘Mauro, se te marcan las bolas de costado’. Pero él se
diciembre despidió 2017 con un show en Pinar de Rocha –la clásica disco de Ramos Mejía–, por el que cobró
30.000 pesos. Pero, a los pocos días, se enteró de que Maxi “El Brother”, el empresario de la noche que había
estado a cargo de la negociación, le había cobrado 60.000 al boliche. Duki no volvió a trabajar con él ( “Es un
salame que nos quiso comer el cuello”), pero la experiencia le sirvió para subirse el precio.
Enero lo arrancó tocando en Punta del Este, una ciudad a la que nunca había ido, y tuvo que escaparse de un
Burger King porque unas 60 personas se le fueron al humo para pedirle fotos. Esa misma noche, el abogado
Fernando Burlando pidió conocerlo en un show. Al día siguiente, Duki viajó directo a Córdoba, donde le
armaron un VIP en un boliche con bailarinas de Showmatch, pero a él la situación lo incomodaba, porque
estaba saliendo con Lola Magnin, una modelo de 18 años. (Una vez, Sandra comentó en el Instagram de Duki:
“Mauro, ¿hace falta que pongas una foto del culo de tu chica?”. Al otro día, Duki bloqueó a su madre.) “Yo lo vi:
las chicas se volvían locas”, dice Facundo Ballve, fotógrafo y director que siguió a Duki de gira y filmó varios de
sus videos, entre ellos los de “Loca”, “Quavo” y “Rockstar”. Duki también tocó dos jueves seguidos en Pueblo
Límite, el complejo gigante de Villa Gesell, donde se rumorea que cobró al menos 100.000 pesos por show. Ese
fue el quiebre, el hito que terminó de voltear las miradas hacia él y lo estableció como el último gran fenómeno
En febrero protagonizó una polémica después de irse de General Pico sin tocar, cuando ya estaban las entradas
del show vendidas. Los organizadores reconocieron que habían tenido dificultades para juntar los 135.000
pesos del caché acordado, pero prometieron pagar más adelante si Duki salía al escenario. No salió. “Quiero
que sepan que a mí no me pagaron un peso”, les dijo Duki a sus fans en una historia de Instagram. “Su plata la
tienen los dueños de ese boliche. Hablen con ellos.” A fin de mes subió un nuevo video, “Si te sentís sola”, el
último tema que hizo con Omar Varela antes de que se pelearan: tiene 50 millones de reproducciones. (La
pelea ocurrió porque Duki le ofreció a Varela que fuera su DJ y lo acompañara en los shows, pero el productor
se negó. “Es un bobo egoísta”, dice Duki. “Le re cabió.” Hoy Varela trabaja con Khea y Ecko, entre otros
artistas.)
En marzo, Bad Bunny –el caso más emblemático de ascenso vertiginoso en el trap latino: hace dos años era
cajero de supermercado en Puerto Rico– hizo un remix de “Loca” al que le agregó una estrofa propia, dándole
al tema 100 millones de reproducciones más. Pero Duki ya estaba en otro lugar. “Si yo hubiera hecho lo que
quería escuchar la gente, habría sacado más temas comerciales como ‘Loca’, re Disney Channel”, dice. “Pero yo
soy trap, amigo, yo soy real. Así que dije: ‘Fuck that shit’. Y armé Modo Diablo con Ysy A y Neo Pistéa.” De
hecho casi al mismo tiempo que el remix de “Loca” salió el video de “Quavo”, que fue el primer gran hit de
Modo Diablo, y en el que Duki canta: “Si quieren brillar les presento a mi joyero/O a mi contador si hay
problemas de dinero/Dicen que voa’ ser rico, tantas fechas en enero/Que me sigue la AFIP por mis aumentos
financieros”.
Es una estrofa a la vez desafiante y sincera, en la que Duki asume el riesgo de exponer su realidad sin filtro, y en
la que logra esquivar los lugares comunes en los que suele caer el rock contemporáneo cuando pretende
reproducir una actitud contestataria. A priori, el fetiche que el trap tiene con el grunge y la figura de Kurt
Cobain –las remeras y los tatuajes de Nirvana son habituales en la escena– resulta extraño, pero tiene sentido
cuando se lo piensa en este contexto. Cobain odiaba ostentar, pero fue un outsider que vivió rápido y cambió
las reglas de la industria sin pedir permiso. Y eso es exactamente lo que Duki estuvo haciendo este verano.
Ahora es la noche del viernes 4 de mayo y estamos en la puerta del Gran Rex, donde los
vendedores ambulantes ofrecen remeras no-oficiales con la cara de Duki. Es su primer show en uno de los
teatros más emblemáticos de Buenos Aires; sin embargo, la producción decidió no acreditar a ningún medio.
La verdad es que Duki no necesita de la prensa (agotó el Gran Rex sin haber dado una sola nota importante en
su vida), pero, además, su equipo tiene miedo de que este debut en un contexto más “formal” no salga bien, y
que eso repercuta negativamente en la venta de tickets para el Luna Park. “Venís, pero con una condición”, me
El promedio de edad dentro del teatro debe ser de 14 años. Hay filas enteras de butacas ocupadas por niños,
con un padre designado cada tanto. Después de más de 100 recitales en boliches, hoy es una de las pocas
oportunidades que los menores tienen para ver un show de Duki, y la están aprovechando.
Los primeros seis temas son raros. Duki sale a escena vestido con un jogging New Balance negro, una chomba
Lacoste roja y una capa, acompañado por un baterista, un bajista y un tecladista. “Mi sueño siempre fue tener
una banda de rock”, le dice al público, “así que agarré mis temas viejos y los reversioné para hoy”. La lista de
este tramo incluye “No vendo trap” y remixes con letras propias de temas de Jaden Smith (acá Duki se equivoca
y corta el tema por la mitad) y Cardi B, pero el sonido es oscuro, casi industrial. El público no termina de
conectar.
Después de un intervalo con bailarines, la banda desaparece y Duki vuelve acompañado por un DJ que dispara
las pistas para que él cante algunos de sus hits –“Si te sentís sola”, “Loca”, “Hello Cotto”–, intercalados por
temas de sus compañeros de Modo Diablo: Ysy A sube a hacer “Pastel con Nutella” (un tema inclasificable de
trap experimental) y Neo Pistéa canta “Messi”, el primer track que compuso como artista de Sony. Los tres
están vestidos con trajes de motocross coloridos, porque desde hace un tiempo decidieron rebautizar su estilo:
Para cuando llega el segundo intervalo (con grafiteros), el Gran Rex está encendido y todavía queda el tramo
final, en el que los Modo Diablo y sus amigos copan el escenario en grupo y hacen más hits: “Hijo de la noche”,
“She Don’t Give a Fo”, “Quavo”... Es una hora y media que va de menor a mayor, y que de ninguna manera
debería tener consecuencias con vistas al Luna. A la salida, me pregunto qué estarán pensando los padres de
estos niños después de escuchar las letras de Duki sobre drogas, putas y joyas que sus hijos cantan como si
“Odio que los nenes escuchen mis letras”, dice Duki otro día. “Pero, al mismo tiempo, me gusta hablar de lo que
vivo, porque me vuelve real. Creo que a los pibitos les gusta por eso: más allá de que no entiendan, todavía
tienen una pureza que les permite percibir que ahí está pasando algo que es de verdad.” A Duki le gustaría que
su público fuera más grande, pero entiende que su fenómeno se gestó en Internet, y que Internet –
especialmente YouTube– es un terreno dominado por niños. En ese sentido, el ascenso bestial de Duki no está
tan alejado del de cualquier youtuber exitoso, que crece a espaldas de los grandes medios pero es famoso para
los menores de 20. (De más está decir que a Duki no le gusta nada que lo comparen con un youtuber.)
En general, Duki está bien predispuesto para la charla durante los diversos encuentros que demandó esta nota,
pero hoy está cansado: las ojeras y la voz ronca no lo dejan disimular que la de ayer fue una noche larga. Esto,
claro, en el caso de que tuviera alguna intención de disimular, lo cual por supuesto no está pasando: tiene las
manos en los bolsillos de un buzo oversized, la capucha puesta y contesta con monosílabos. Además, está triste:
acaba de mudarse con un amigo que hace unos días tuvo un accidente de auto bastante grave (y al que todavía
no pudo ir a visitar al hospital), y hoy, finalmente, le devolvieron la llave de La Mansión al dueño. “Me da paja
dejar esa casa”, dice. “Si fuera por mí, la seguiría pagando hasta el último día. Pero bueno, va todo muy rápido.”
Durante el último tiempo en La Mansión, la convivencia se había vuelto imposible. Nunca había menos de diez
amigos instalados, ninguno se hacía cargo del orden ni la limpieza y, según Duki, las chicas que invitaban sus
renunció a sus dos trabajos para estar más cerca de él, y Duki le firmó un poder para que pudiera hacerle todos
los trámites que él nunca hace, empezando por regularizar su situación ante la AFIP. “Entró mucha plata en
negro en muy poco tiempo y tuve que meterla en el congelador”, dice Duki. “De repente, un pibito que ni existía
hizo un par de millones.” El tema ahora lo preocupa: para cuidar a su mamá y a su hermana, pidió que no
apareciera ninguna foto de su familia en esta nota. Al mismo tiempo, el ideal de Sandra de que su hijo est é más
Duki llega casi puntual al estudio de fotografía de Rolling Stone para la sesión de
portada y lo primero que dice es: “¿Tenemos tiempo de ir hasta Hell’s Pizza y volvemos? Es acá a unas
cuadras”. A diferencia de lo que se ve en sus shows, videos e historias de Instagram, hoy no está rodeado de
amigos sino de su papá, que está tratando de pasar la mayor cantidad de tiempo con Duki para fortalecer el
vínculo. (Dos días después de esta sesión, saldrían juntos hacia Madrid para empezar su primera gira por
España.) Debe ser la sesión de tapa de RS menos concurrida de la historia: apenas un padre y su hijo, sin
managers ni encargados de prensa ni allegados curioseando. El único que está es Tachu, el hijo de Víctor
Heredia, que se ofrece a ir a buscar el almuerzo. “Así ustedes arrancan”, dice. Son las seis de la tarde.
Lo primero es el maquillaje, y Duki quiere tomar algunas decisiones. No hizo muchas sesiones de fotos en su
vida, pero en general la pasa mal, porque le tapan los tatuajes de la cara. “Mirá”, le dice a la maquilladora. “Si
es por algo de la luz, todo bien. Pero si es para disimular mi cara de hecho concha, no me maquilles. No me
Durante dos horas, Duki se divierte. Exhibe orgulloso sus cadenas, pulseras, anillos y tatuajes (según su
cálculo, tiene puestos unos 300.000 pesos encima), se agacha en pose de cangrejo para hacer el clásico pasito
del trap, baila un poco, se saca el camperón Lacoste, se lo vuelve a poner, hace gestos y monerías. “Le podrá ir
bien o mal, pero indudablemente encontró lo que le gusta”, dice su padre mientras mira todo desde el fondo,
casi escondido. Para Guillermo, ver a su hijo así de comprometido todavía es algo nuevo.
“Me preocupan un poco las malas compañías”, sigue. “Porque Mauro es una persona muy emocional. Si no está
bien afectivamente, no funciona. Se le va a empezar a pegar un montón de gente, él se va a comer la del amigo,
y después va a sufrir. Hay que cuidarlo del entorno. Y nosotros somos la familia: nunca lo vamos a cagar.”
Ahora Duki hace unas tomas acostado en un sillón, primero soltando el humo blanco y espeso de su porro
como los raperos que le gustan, y después con una porción de pepperoni. “Quedé re loco”, le dice a su papá
cuando termina. “¿Viste que yo siempre te digo que el porro lo comparto? Bueno, acá me lo fumé todo. ¿Me das
acordamos mantener esta nota en secreto hasta que la revista llegue a los kioscos. “Obvio, yo nunca anticipo
nada”, dice él. “Hay mucha gente tirando mala energía, y nunca sabés quién te puede cagar un sueño.”