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Emilce Dio Bleichmar

MANUAL
DE PSICOTERAPIA
DE LA RELACIÓN
PADRES E HIJOS

PAIDÓS
Barcelona
Buenos Aíres
México
INTRODUCCIÓN

La com pleja unidad de la exp erien cia tem prana

El en c u en tr o creador :

El avance del conocimiento científico en tom o al genoma humano nos deja


maravillados ante la magnitud de la información allí acumulada, contenida y lis­
ta para el despliegue descomunal que comprende la formación del embrión y
del feto. Del mismo modo, los investigadores del desarrollo y los clínicos tam­
bién nos hallamos fascinados ante la potencialidad que encierra la relación de
la madre con su bebé, verdadera matriz extrauterina creadora del universo psí­
quico del futuro ser humano. El bebé nace dotado por la biología para el de­
sarrollo, pero necesita encontrar un adulto mejor dotado para la adaptación que
se haga cargo de la conservación de su cuerpo. La madre lo ha dado a luz, aho­
ra tiene que mantenerlo con vida y permitir su desarrollo. Cada vez tenemos
mayor conocimiento sobre la complejidad, la interrelactón y la importancia del
universo interpersonai que se pone en marcha durante la crianza y sabemos que
la mente emerge a partir de esta relación.
La madre aporta los cuidados, y a través de la interacción inherente a los
mismos se activarán diversos centros funcionales innatos en el bebé que irán
configurando los distintos sistemas motivacionales, es decir, las estructuras que
gobernarán la afectividad, ia cognición v la acción. A su vez, tamóién en ia ma­
dre, los cuidados serán portadores de estímulos, señales y mensajes de sus pro­
pios sistemas motivacionales que irán imprimiendo modalidades de desarrollo
en el bebé. De m odo que para comprender la vida subjetiva de los bebés o n i­
ños pequeños no podemos sino describir las condiciones de partida de los mis­
mos, y estas condiciones se asientan en la subjetividad del adulto,
. Todo emerge y todo ocurre a través de la experiencia de los cuidados víta­
les, se trata de una única y sola experiencia —tanto para el bebé como para la
madre—, pero sabemos que esta unidad de experiencia, aparentemente senci­
lla, constituyey^fuentec^^
bebé. Freud concibió el deseo como m otoFde^E“suB]eHvídaS y encontró su
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fuente en la experiencia de satisfacción1 a partir del amamantamiento; las in­


vestigaciones en neurobiologia y los estudios sobre el desarrollo han aportado
suficiente base empírica que muestran la existencia de múltiples sistemas de or­
ganización con los que el bebé viene dotado y que encuentran en el conjunto
de las experiencias de la relación temprana, no sólo en el erotismo, las condi­
ciones para su activación.

U n id a d , m o d u l a r id a d y p r o c e s a m ie n t o e n p a r a l e l o

Si nos sumergimos en la subjetividad de la madre que amamanta podemos


describir el siguiente escenario de corrientes simultáneas y paralelas. En primer
lugar, se halla ante el reto de comprobar si su organismo es capaz de responder
a su ser deseante y si es realmente capaz de hacer realidad el proyecto larga­
mente acariciado de dar vida a su bebé con su propia leche. De modo que si se
ha sosegado suficientemente de la experiencia del parto y ya sabe que ha con­
seguido — como hembra de la especie— generar vida, ahora quiere comprobar
que puede mantenerla. O sea, que se halla, prioritariamente, ante preocupacio­
nes vitales, heteroconservativas, la vida del bebé está en juego, A esta motiva­
ción heteroconservaíiva de la madre, Stern (1995) la denomina «la madre en tan­
to hembra», para recalcar que, efectivamente, por más alejada que ¡se halle una
mujer del siglo xxi de vivir la maternidad exclusivamente como un hecho fisio­
lógico, no debemos olvidarnos de que la mayor parte de las parturientas quie­
ren sentirse capaces de garantizar la vida de su bebé después de dar a luz.
Un recién nacido llorando es la imagen de la indefensión, no obstante, una
madre que se siente insegura de poder responder a las demandas de cuidados
vitales puede albergar hondos sentimientos de indefensión inconscientes que la
hagan sentirse tan indefensa como su bebé ante la aventura de la maternidad, y
esta ansiedad puede llegar a malograrle la capacidad de darle el pecho (la de­
presión posparto puede tener este subtexto). Sin embargo, si todo va bien, el
llanto del bebé es el gatillo que activará la receptividad y disponibilidad mater­
na, respuesta impulsada por su propio sistema motivacional de apego/cuidados.
Mantendrá el máximo de proximidad física con su bebé y su capacidad de aten­
ción estará dirigida, privilegiadamente, hacia el recién nacido.
En el primer periodo, aproximadamente hasta los dos meses, el desafío se
centrará en su capacidad para atender y regular el cuerpo del bebé y las fun­
ciones básicas deí mismo: hambre, sed, excreción, excitabilidad, ritmo de vigi­

1. La evocación de la experiencia de satisfacción deí amamantamiento es el modelo y ta


expresión que usó Freud para concebir el deseo humano, o sea, el movimiento psíquico que
anticipa la cualidad sensorial del próximo encuentro con el pecho.
INTRODUCCIÓN 17

lia y sueño. Será la incesante tarea de aprovisionamiento y regulación de las


funciones vitales la que contribuirá a establecer modalidades de contacto aten-
cional, tono vital e intensidad emocional que se inscribirán en la memoria del
bebé como representaciones interactivas de estar-con (Stern, 1999), o represen­
taciones relaciónales actuadas (Lyons-Ruth, 2000), que crearán expectativas de
repetición más y más específicas y diferenciales, organizando de esta forma el
sistema de apego del bebé.
A su vez, el funcionamiento vital de la m adre— el organismo recibiendo
las órdenes del hipotálamo para que las glándulas mamarias produzcan le­
che— tendrá que hallarse en armonía con un sentimiento de seguridad afecti­
va que le permita la hiperconcentración en la tarea de la crianza. De modo que
sus propias necesidades de apego se van a ver activadas y reforzadas en esos
momentos, necesitando ella a su vez «alguna madre», algún otro ser que le brin­
de unos mínimos de presencia afectiva y protección que ie permitan alejar
otras preocupaciones, ai menos durante el tiempo que pasa con su bebé. Si el
padre posee suficientes motivaciones de apego que lo lleven a asumir la pa­
ternidad compartida puede participar precozmente en las tareas de cuidado,
tradícionalmente tan ajenas y rechazadas por la masculinidad, y no limitarse a
ser «un continente para la madre».
Si todo marcha bien, el encuentro con el cuerpo del niño puede activar el
placer sensorial materno; sensaciones de ternura ante la fragilidad y el tamaño,
la dulzura del contacto táctil, hasta llegar al punto en que la madre supere la re­
presión conseguida durante su propio desarrollo y vuelva a tener una extrema
tolerancia con las sensaciones olfatorias provenientes de la caca y el pis de su
cría. Es decir, la madre activa sus circuitos sensoriales y transmite un placer en
el contacto físico que el bebé recibirá y percibirá a través de las cualidades ge­
nerales de la experiencia sensorial: intensidad, ritmo, pausa temporal (Stern,
1985), y comenzará a erogenizar no sólo la boca, el ano y los genitales—zonas
erógenas predeterminadas— , sino a dotar a su cuerpo con experiencias sensoria­
les de tal intensidad placentera que buscará activamente reproducirlas,, activan­
do el sistema motivacional sensual/sexual y desplegando conductas autoeróticas.
A sujtfiZiJ 3-££üSualidad de la diada jugará un papel central en la constitución
del vínculo..x¡e_apego, ya que sumará ai cuidado de las necesidades vitales el
placer erógeno temprano, lo que constituye un componente del apego humano
no descrito en el animal.
En la medida en que la crianza se despliega en un creciente intercambio en
que los llantos, la irritación, los gestos de rechazo, el malestar o las sonrisas y el
bienestar corporal se constituyen en señales que la madre logra codificar ade-

lias de memoria de experiencias de displacer rápidamente seguidas de una dis-


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minudón de la tensión y el restabledmiento del bienestar corporal y psíquico


le permitirá al bebé esperar más pacientemente y aliviarse más rápido, es decir,
desarrollar su sistema dejtutoapaciguamiento, La Madona y el Niño, la imagen
de la virgen con un pecho total o parcialmente descubierto y con Jesús en sus
brazos, es el icono paradigmáti£ 9,,,q u e j;g n ^
ntyo d u e la mayorfa de las.mujeres hanconstrul<to^<fes<te
como una parte central cíe la identidad femenina más valorada. La mujer narci-
sísticamente satisfecha en su nueva identidad de madre mirará a su bebé con
ojos de arrobamiento, dialogará dulcemente mientras realiza las tareas de cui­
dado y transmitirá por todos los sentidos cualidades d e placer de contacto, que
se registrarán en el bebé en forma de representaciones interactivas que antici­
parán la emergencia en el infante de un self dotado de la alegría d e ser.
Si bien toda madre que cría funciona como un todo y la experiencia del in­
fante es global y relativamente indiferenciada, los hallazgos en neurobiología y
los estudios empíricos sobre la relación temprana han permitido ^establecer ja
modularidad del psiqtúsmo, la existencia de múltiples sistemas moáTOcróÉfes
con orígenes diferenciales, líneas de erokicÍiSnsépara3as m forma opn
múltiples articulaciones y relaciones entre ellas que dan como resultado, tÉMas-
formaciones en cada uno de los sistemas. En la descripción impresionista hemos
tratado de mostrar la muitipíicidad de funciones cp e cumple la m adreen la día-
,da. Cada.nna de efias..d^etá..pasa;c,a si la madre se
ha hecho cargo a través de los cuidados. de la heteroconservacióri, paso a: paso
devendrá la capacidad en el niño para el autocuidado y la autoconservación; la
especularización narcisizante del adulto que vive orgulloso a su hijo/a dará paso
a la autoestima del infante; el contacto erogeneizante con el cuerpo materno ge­
nerará el deseo de recrearlo a solas en el autoerotismo; la capacidad del adulto
de contener y regular los estados fisiológicos y emocionales creará condiciones
de equilibrio psicobiológico en el bebé y la progresiva autorregulación del pro­
pio cuerpo y el autoconsuelo de las ansiedades.
De modo que el todo de la relación es un compuesto de la, articulación de
distintos módulos psíquicos que organizan la experiencia de los cuidados. Cui­
dados que los teóricos del apego engloban en el sistema del apego equiparan­
do apego con relación y que sería de suma importancia diferenciar teóricamen­
te, ya que en la clínica vemos a diario que madres con profundas motivaciones
de apego —o sea, de vinculación afectiva con su bebé—, pero con grandes li­
mitaciones en la regulación emocional, con incapacidad instrumental o muy
exigentes en sus demandas, ven sus expectativas frustradas por los conflictos
que se generan en la relación. En la actualidad, contamos con datos sobre cómo
y de qué manera la relación parentofilial establece tanto la emergencia y el de­
sarrollo como la inhibición y el déficit de funciones psíquicas del niño. Conoci­
mientos que en la clínica nos permitirán, a su vez, intentar establecer cuál o cuá-
INTRODUCCIÓN 19

les de las múltiples dimensiones del psiquismo se hallan comprometidas en el


niño, y cuál o cuáles pueden haber sido las condiciones, tanto de génesis como
de mantenimiento del trastorno, por parte del adulto.

E l PARADIGMA RELACIONA! Y LA MODULARIDAD

Uno de los mayores cambios teóricos que se han operado en la segunda mi­
tad del siglo pasado en la concepción del psiquismo humano es el giro de la
concepción intrapsiauica hacia la intersubjetiva. El desarrollo deja de compren-
derse en términos de libido o de fgp|agígrjy..se centra en el estudio de la relación.
El paradigma relacional se fue construyendo a partir delaporte de muchos auto­
res que fueron planteando propuestas en las que el papel crucial del otro en ,la
constitución del psiquismo cobraba toda su relevancia (Lacan'~Í9?S; Kóhut,
1971; Beebe, 1982; Emde, 1983; Stem, 1985; Láplanche, 1989; Stolorow, 1991;
Mitchell, 1995).
El otro cambio fundamental es la concepción modular del cerebro y de la
mgg^e. El texto de Fodor (1983) La modulariaad de la mente produjo un enor-
me impacto en la concepción de la arguitectujra^^ la^m ente^l mostrar que el
psiquismo funciona por móduk>s.genéticamente in0eptndie.nt.qs, con propieda­
des y procesamientos diferentes. Cada módulo es concebido como una base de
datos éstm im ». eis decir, que procesa cierto tipo de, estímulos y deja autom áti-
■<Mirmdeottts,, de lado. A estos planteamientos se sum aron luego las investigad
ciónes en neurociencia que muestran claramente la localización específica y
altamente íragmentada en cpmponentes diferenciales dé estímulos que se pen­
saban unitarios, como puede ser la percepción de un movimiento. Si el de­
sarrollo humano se concebía de forma lineal a partir de un dominio general,
como puede sepia libido.para. Ereud o la sensomotricidad.para Piaget, el prin­
cipió.,^, pensar en-ia multiplicidad de nftcleps de
desanollo que funcionan y^ evolucionan en parajejq;;
No es de extrañar entonces que en el escenario psicoanalítico aparecieran
propuestas de renovación de las teorías de las pulsiones de vida y muerte como
únicos motores del psiquismo. Stem (1985), Pine (1990), Lichtenberg (1989),
Westen (1997) y Bleichmar (1997) presentan modelos múltiples y complejos
que incorporan, entre otros, el apego como sistema motívacional específico e
independiente del hambre y la sexualidad. La idea de Fairbain (1952) de la libi­
do buscadora de objeto es asociada a la teoría del apego.
Una primera consideración que hay que tener en cuenta es que si bien
la teoría de la dualidad pulsional queda superada en tanto motivación úni­
ca, esto no quiere decir que las pulsiones queden reemplazadas por la relación,
sino más bien, que el rol crucial que la relación tiene en el desarrollo ha recon­
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figurado la form a en la cual en la teoría psicoanalítica se ha entendido el víncu­


lo entre ¡pulsiones y relaciones de objeto. Las relaciones tempranas acÜvan_y_o.fe.
qanizan las distintas mptiv&CiQjxes,, y una vez que.las motivaciones se-.hallan
estructuradas organizan las relaciones. El apego deí bebé es una motivación,
pero la reíación se haíia configurada popel conjunto de todas las motivaciones.
Esta puntualización nos parece especialmente relevante en torno a una tenden­
cia que observamos en la actualidad, que es la equiparación de la relación tem­
prana al sistema del apego (Dio Bleichmar, 2003). Que la figura de apego acti­
ve diferentes sistemas en el bebé no necesariamente explica que dos mismos
sean derivaciones del apego, Que la ansiedad de separación sea una de las
primeras ansiedades claramente observables ante las amenazas de ruptura de la
proximidad no implica necesariamente queda regulación emocional se a p n de­
rivado del apego.
Lo mismo podríamos decir sobre el sistema explorajorio, la afirmación del
sí mismo o el estímulo para la actividad cognitiva. ¿Son todos sistemas deriva­
dos del apego o ganaríamos en instrumentos y guía para la clínica si viéramos
los distintos componentes como formando parte de otros sistemas, como son el
asertivo o narcisista, que pueden entrar en relaciones de sinergia o de oposi­
ción con el sistema de apego? Para que tal oposición no conduzca a que todos
¡os problemas tempranos sean entendidos como fracasos en el proceso de
constitución del apego, la figura de apego tiene que ser concebida como un su­
jeto con otras motivaciones que no sean exclusivamente las del apego. Nos pre­
guntamos si no existe un sesgo al utilizar una categoría tan válida como la del
apego para subsumir dentro de ella sistemas que responden a otras organiza­
ciones tanto cerebrales como subjetivas. La historia del psicoanálisis nos mues­
tra la tendencia a convertir un paradigma en el único motor del desarrollo p sí­
quico, como sucedió con las vicisitudes de la pulsión sexual, ya sea en términos
freudianos, como progresión lineal de la libido y la omnipresencia del Edipo o
en fórmulas más modernas, como los mensajes enigmáticos sexuales de la ma­
dre de Laplanche o la centralidad del falo en Lacan. Se corre el riesgo de., so­
brecargar conceptualmente una categoría v hacerle perder utilidad para el tra­
bajo clínico.

M o d u l a r id a d y m o d u l a r iz a c io n ,

Volviendo al punto de la modularidad psíquica, para Fodor la característica


esencial que define un módulo es el encapsulamiento informacional, lo que
quiere decir queTeTcogS^ Un ejemplo ilustrativo de este
concepto es el delaH usíSn 'óptica que tenemos ante dos líneas que se diferem
cían sólo por cómo están dibujados, sus extremos, en una hacia dentro y en otra
INTRODUCCIÓN 21

hacia afuera. Aunque sepamos, midiendo su longitud, que son iguales, esto no
impide que veamos una línea más larga que la otra. Fodor sostiene que la in­
formación explícita —diríamos que se ha constituido por el conocimiento cons­
ciente en la corteza cerebral— no está disponible para el procesamiento per­
ceptivo. En sus palabras, el módulo de la percepción visual de longitudes es
cerrado a la información de otras partes de la mente, cada módulo procesa in­
dependientemente la información y se necesita un trabajo de integración central
para concluir que son iguales.

No obstante, Annette Karmiloff-Smith (1992) — investigadora cognitivísta en


temas de desarrollo— sostiene que en los humanos la modularidad es un resul­
tado, no un punto de partida, sino un puerto de llegada. A través de la relación
temprana se activarán las predisposiciones innatas j se desarrollará la masa ce­
rebral de forma diferenciada, dando lugar a la aiquitectnra modular. Toma dios
puntos de apoyo para su tesis de la moduiarización gradual: el conocimiento
sofSfe' la -plasticidad- cerebral Sel_neóriato y las investigaciones sobre el factor
capital para el desarrollo en que se constituye ía diada tem praiw ra^fé^qüTtei^
átomos que^agregarqtie aquéíí'6'que'cafacten^ ’éxpeflencíaXumana_ es que
lí®„ex‘í,te^-cognición temprana que,no se haüe asociada i una emoción posijfva.
o negativa,..» sea, vinculada al principio del placer/displaccr.
En un trabajo anterior (Dio BÍeichmar, 2001) habíamos puntualizado las di­
versas modalidades del vínculo de apego a partir de las preferencias o transaccio­
nes de cada diada durante el desarrollo evolutivo. Se dan infinitas combinaciones
en la interregulación entre el adulto y el niño que serán las modalidades propias
de cada diada. Existen madres y padres que garantizan la presencia pero no la
transformación de los estados afectivos, que aportan un soporte para los es­
quemas de estar-con, pero no acarician y se mantienen distantes corporalmen­
te, sin calidez erógena. Otras madres y otros padres son muy inestables en su
capacidad de estar presentes; sin embargo, otorgan al contacto una cualidad in­
tersubjetiva de gran intensidad, m ostrando y expresando alegría y entusiasmo,
siempre listos para compartir y haciendo de la experiencia un episodio que no
pasa desapercibido. Locjyg,suMejdenpiiüiM^..una-vitali^clón.oarae}seff Hay
madres que comienzan a conectarse con sus hijos cuando empiezan a hablar, pre­
dom inando la conversación como vía de contacto; no obstante pueden no
percibir los estados emocionales adecuadamente ni las variaciones del cuerpo
22 MANUAL DE PSICOTERAPIA DE LA RELACIÓN PADRES E HIJOS

neurovegetativo, ni están permanentemente disponibles. De modo que en el in­


terior mismo del sistema de apego se opera un proceso de modularización de
sus distintos componentes, como veremos con más detalle en el capítulo sobre
el sistema motivacional del apego.

El dram a del desencuentro

De la l e y e n d a a l h ij o rea l

En la experiencia de ser padres podem os reconocer tres momentos en rela­


ción al futuro hijo: un imaginario, de sueños, .fantasías y expectativas, un esbo­
zo de niño real al ver las imágenes ecográhcas que anticipan un cuerposexua-
■ aiojT^T^ppSvam énte real'3el nacimkntq. También diferentes momentos
padres: úñ imaginario que contiene nuestras respec­
tivas posiciones ante el rol —entendiendo por rol materno o paterno el forma­
to previamente escrito y estipulado de lo que debe ser un padre y una madre
para el grupo sociocultural— y un paulatino real que se va desplegando e im­
poniendo a partir del posparto.
Tanto la maternidad como la paternidad no son sólo experiencias subjeti­
vas o roles asumidos, sino que constituyen categorías sociales cuya dimensión
simbólica se halla regida desde distintas dimensiones, como son las religiones,
las etnías y las clases sociales. A pesar de las múltiples variables culturales e
históricas, y aunque en la actualidad una mujer se siente con derecho a desear
o no desear un hijo, la maternidad para la mayoría de las mujeres sigue cons­
tituyendo un componente fundamental de su identidad femenina, y cuando se
enfrenta con las vicisitudes y los problemas obligados de la crianza se ve ame­
nazada por ansiedades y conflictos que es necesario tener en cuenta y atender.
Existen condiciones que en primera instancia garantizan la asunción plena de
la maternidad: si es compartido con la pareja el deseo del hijo, si se asume la
paternidad desde el inicio y se comparte la creación del vínculo temprano con
el niño, si cuenta con una red familiar de apoyo, si puede conciliar mediana­
mente bien la vida laboral con la maternidad. Como vemos, son muchas las
condiciones que se deben cubrir y no en vano en torno a la maternidad se
identifican cuadros psicopatoíógicos como los distintos grados de depresión
maternal: los matemtíy bines, la depresión ^posparto y la psicosis puerperal
(Dio Bleichmar, 1991a).
Nuestra labor en la clínica será intentar saber cómo la desilusión y el con­
flicto adulto han perturbado la crianza, cuáles de las funciones parentales se han
visto afectadas y cómo y cuáles de los sistemas motivacionales se han perturba­
do en el niño. Dada la naturaleza profundamente
INTRODUCCIÓN 23

dos los trastornos tempranos pueden ser comprendidos en términos de.trastor-


nos del vinculo y/o trastornos, de la relapión.,temprana,v ;térraino
vínculo para los estadios en los que la interacción ha conseguido un grado de
^ b feü>d2ád^l 1.g^.el,in ^ p te. ¿Se trata entonces siempre de conflictos en tom o
al apego tal como han sido descritos los patrones de apego inseguro por los
autores de esta corriente?
Como hemos planteado, la interacción perm anente entre el bebé y la m a­
dre genera estados de plenitud corporal, de sosiego de la ansiedad, de placer
sensual, de actividad atencional, o por el contrario, estado de malestar cor­
poral, de excitabilidad y tensión, de desconexión cognitiva, miedos, todo lo
cual genera expectativas (las expectativas son huellas mnémicas, recuerdos
de las interacciones) ante el contacto que configuran la especificidad y el
reconocimiento de la persona que ejerce los cuidados. La obra de Bowlbv
(1969, 1973 y 1980) se centró en demostrar cómo la proximidad a la madre
que busca la cría hum ana no se basa sólo en las necesidades autoconservati-
vas de alimento o de placer sexual como sostuvo Freud, sino que el infante
necesita su presencia y su contacto en tanto relación social, y el afecto resul­
tante es un sentimiento de seguridad. Denominó a la madre figura de apego,
pero com o venimos describiendo la madre cumple muchas y varias funciones
que han recibido en la historia del psicoanálisis sucesivas denominaciones:
objeto de la libido (Freud), en la me'dida en que despierta el placer de órga-
n°; objetó continente o, función «revene», término usado por Bion (1962) para
describir la capacidad de la madre para metabolizar la ansiedad del bebé, y
más recientemente por Bollas como objeto transformacional (1991)* que corres­
pondería a la función de regulación emocional; objeto especularizante y em~
pático, conceptos de Kohut (1971) que aluden a la capacidad de la m adre de
idealizar y valorar a su hijo, lo que constituye la dimensión narcisizante de la
función materna; agente de cuidados o fu n c ió n heteroconservativa de Bleich-
mar (1997).
De modo que los déficit o fracasos en cualquiera de estas funciones pueden
ser la fuente de trastornos en la relación y, si bien el apego -—en tanto confian­
za en las capacidades de respuesta de la madre— se verá afectado en el niño,
el trastorno temprano puede ser identificado en tom o a una mayor especifici­
dad del área dominante del conflicto. j Q h n a ^ftm fa m a s^en ta n ctfs;la n a tu ra -
leza del conflicto temprano? Como u n desencuentro interpersonal, como una
aesregulacipn entre las necesidades del infante y los sistemas motivacionales del
En el caso de la madre primeriza la mujer cambia radicalmente su iaen-
tidad ante la existencia de ese desconocido que entra en su vida, y aun para
la madre experimentada cada hijo la expone a una relación inédita y singular
(Stern, 1995).
24 MANUAL DE PSICOTERAPIA DE LA RELACIÓN PADRES E HIJOS

I n ic io s d e la r e l a c ió n . La r e g u l a c ió n d e las d e m a n d a s f is io l ó g ic a s .

D o m in a n c ia d e lo s t e m a s d e la vida

Aiimentación, excreción, actividad, pasividad, llanto y bienestar, tiempo


de vigilia y sueño son los cuidados esenciales para la preseivación de la vida.
En el psicoanálisis clásico, ha prevalecido la concepción de un período inicial
en que el bebé se hallaría protegido por una barrera para los estímulos, de­
nominada metafóricamente «estado de Nirvana» (Freud), estado roto sólo por
el empuje del hambre, que desencadenaría el llanto y/o impulsos agresivos.
Se planteaba un funcionamiento básico a muy bajo nivel de atención, y el
mundo externo entraba en la esfera del bebé sólo en los momentos de; la nu­
trición a través del pecho y la boca. Mahler (1968), siguiendo esta idea, pre­
conizó una etapa de autismo normal del desarrollo entre el nacimiento y los
2 meses de edad.
La teoría de Melania Klein profundiza en esta concepción al considerar que
el bebé se relaciona, en principio, privilegiadamente sólo con el pecho de la
madre, y éste constituye —en función de esta reducción de la relación— un ob­
jeto parcial del niño. A su ve2 , esta autora es la que ha planteado una muy com­
pleja organización temprana del psiquismo compuesto de fantasías y de opera­
ciones defensivas ante el pecho que ha recibido serias reservas en el curso de
la historia del psicoanálisis. Pensamos, nó obstante, que es necesaria una revi­
sión de. sus propuestas a la luz de los conocimientos actuales y que su aporte
continúa siendo un valioso conocimiento del universo de ansiedades del infan­
te. Las investigaciones apoyan la idea de la complejidad experiencial que impli­
ca la regulación emocional y el papel central que desempeña en el desarrollo
del infante, pero la naturaleza de la complejidad del proceso es planteado, en
términos procedimentales, no simbólicos, y el método empleado para su estu­
dio es la observación directa del desarrollo normal en lugar de la especulación
clínica retrospectiva. Veinticuatro horas de observación ininterrumpida ofrecen
una visión que contrasta con las propuestas clásicas (Sander, 1975 y 1980).
La combinación de las funciones innatas del bebé y las respuestas organi­
zadas de la madre crean un sistema de sensibilidad mutua que no estaba pre­
viamente programado. Un recién nacido activo puede impulsar a una madre
inexperta hacia la atención adecuada, y por otro lado alteraciones extremada­
mente sutiles pueden mantenerlo demasiado despierto durante el día o durante
la noche. .Sander ha estudiado cuán fina es la adecuación y coordinación de es­
tos cuidados para distintas .cuidadoras de un mismo bebé. La escena que surge
de la permanente y sutil interacción se trata de una unidad de experiencia (Bee-
be, 1997). El bebé pasa por un abanico de reacciones: períodos de sueño pro­
fundo, adormilado, despierto pero aún pasivo, estados de alerta atencional activa,
inquietud y molestia, para terminar en llanto. La madre responde a los estados
INTRODUCCIÓN 25

cambiantes al notar la aparición de la inquietud del hambre, de que es hora de


cambiar el pañal, mirándolo como tratando de conseguir la aprobación del
bebé, tocándolo, hablándole, acunándolo, arrullándolo o dejándolo en la cuna.
Cuando la coordinación se consigue, los cambios en los estados y la regulación
interna y externa se producen acompañados de afectos positivos tales como
interés, alegría y placer sensorial, y algunos negativos, como rabia, llanto y an­
gustia. Una buena regulación asegura que el estado emocional varíe suavemen­
te de un día a otro sin demasiada desorganización y que aun las madres que se
hallan cansadas por la demanda de la exigencia de la crianza vivan la expe­
riencia como un feliz encuentro.
El psicoanálisis se ha esforzado por capturar la esencia de tal experiencia y
la ha centrado en torno al amamantamiento, al pecho y al placer oral del bebé.
No hay duda de que el placer de órgano, como luego veremos, también se ins­
tala en el curso de la unidad de experiencia, pero el aspecto central de la vida
del bebé, su r e ^ u k ^ n ^ o c f o n a J , no ha sido puesto de relieve en toda su di­
mensión. En un doble sentido, en tanto regulación general de todos los pará­
metros vitales esenciales a lo largo de la vida —sólo apreciamos la salud cuan­
do se pierde— y en tanto actividad de la madre que se hace cargo de la
preservación de la vida. Heterorregulación que deberá transformarse en auto­
rregulación si el proceso continúa bien. Las investigaciones también muestran
que existen momentos de autorregulación en el bebé.
Los componentes.temperamentales son una parteJmportante de la autorre­
gulación. Bebés más alerta, que duermen menos horas, que succionan con vigor,
frente a otros que hay que despertarlos, de llanto débil, que se quedan mucho
tiempo succionando. Bebés que nacen con capacidades mayores en la regula­
ción del afecto y que facilitan la tarea de la madre, y a su vez madres con gran
capacidad de tolerar la estridencia de un bebé hipertónico facilitan el aprendiza­
je de la autorregulación. Por..temperamento v autorregulación innata del bebé los
investigadores se refieren al umbral de reactividad o respuesta, al mantenimien­
to de los estados de alerta, a la capacidad de disminuir la activación en el pico
de la sobrestimulación, y a la capacidad para desarrollar ciclos de vigilia, sueño
jt horarios de alimentactón..(Sander, 1977; Gíanino y Tronick, 1988); .-Á un nivel
impresionista es io que las cuidadoras íes dicen a las madres: «Esta niña nació
muy madurita, es muy buenita» o «Este bebé le va a dar mucha guerra”.
Los procesos de autorregulación desempeñarían un papel importante en la
vivencia de un self emergente. Stern sostiene que Tos momentos de organización
perceptivo-alectiva pueden considerarse precursores del self. Otros autores con­
sideran que la regulación interactiva coopera para ía representación tanto del
self como del otro (Demos, 1983; Sander, 1977; Beebe y Lachmann, 1994), y
Lichtenberg (1989) sostiene que el concepto de objeto del self derivaría de ex­
periencias de regulación mutua altamente coloreadas afectivamente, momentos
MANUAL DE PSICOTERAPIA DE LA RELACIÓN PADRES E HIJOS
26
de malestar que encuentran rápido alivio, el alivio activa el apego y el apego in­
tensifica el bienestar de estar-con. Como explica Lichtenberg, más que una ex­
periencia oral vinculada a fantasías del pecho se trata del conjunto de expe­
riencias de la relación, el fluir del paso de los días en armonía, recordándonos
a los adultos el estado de bienestar continuo durante unas vacaciones o en un
viaje (pág. 33), lo que fue enfatizado por los autores de las relaciones de obje­
to bajo la idea del sentimiento de seguridad (Sandler, 1960).
l,a matriz jnteracclonal es tan amplia que cubre, las, veinticuatro horas y
abarca el funcionamiento de todos los sistemas motívacionales. La experiencia
¿q h íim b ree s privada para el bebé.TálxSdre confirma o no tai información in­
terna: «Tienes hambre, es hora del pecho». Si acierta con la necesidad específi­
ca y le pone nombre, esto promueve la autoorganízación del bebé, que toma
contacto con su sensación intema reconocida por alguien extemo. Esta confir­
mación contribuye a la confianza del niño en el sistema de mutua regulación y
se consolida el apego. A su vez, la confirmación contribuye a la autodiferencia-
ción a través del reconocimiento de la secuencia hambre-alimentación, piezas
clave de información para el desarrollo de un sel/ «verdadero» en términos de
Winnicott. Sobre este fondo fisiológico se va estableciendo un patrón psíquico
regulador que forma parte de ese elemento indispensable que es la reciproci­
dad Spitz (1962) ilustra la reciprocidad entre la madre y un bebé de 7 meses
que recibe la tetina del biberón entre los labios: «...Él responde recíprocamente
poniendo los dedos en la boca de la madre, ella entonces mueve sus labios so­
bre los dedos del bebé, él juega con los labios y ella se sonríe, y todo el tiem­
po el bebé mantiene la mirada fija en el rostro de la madre» (pág. 291).

Se d esa t a la t e m p e s t a d

Inevitablemente, ocurren trastornos en la regulación mutua, y el estado psi-


cofisiológico se altera. Los ritmos alimenticios no se mantienen en el mismo ho­
rario el bebé sufre una diarrea, se constipa o tiene muchos gases, no gana peso,
la sensibilidad de la piel aumenta y sufre por un eritema del pañal, duerme m e­
nos durante el día, está más molesto y excitado, a veces presenta dificultades
para respirar. A su vez estas alteraciones fisiológicas lo pueden impulsar a un
chupeteo más frenético buscando sensaciones sensuales que lo apacigüen, o a
llorar más intensamente para que la madre lo cargue en brazos, lo tenga más
próximo, lo arrulle, y cuando lo consigue se muestra un tanto hostil, rechazan­
te Todos los sistemas motívacionales simultáneamente activados y desregula­
dos. Si la historia de la diada ha podido resolver estos momentos de desequili­
brio la expectativa —fundada en la memoria procedimental derivada de la
propia interacción reguladora— proveerá suficiente flexibilidad a la experiencia
INTRODUCCIÓN

como para recobrar la regulación, a lo que Tronick


SláS”iBíS5Í£ÍÍ¡S“- Pero si las .experiencias anteriores .también juergad esorgani­
zadas el caos se instala,
284 MANUAL DE PSICOTERAPIA DE LA RELACIÓN PADRES E HIJOS

El gén ero del yo

Finalmente debem os considerar un aspecto central del sí mismo o del yo,


y es que en tanto representación subjetiva se halla constituida desde su inicio
en torno a la diferencia entre hombres y mujeres. «No existe un yo vivenciai-
mente neutro, como sucede en el lenguaje, todo yo o sí mismo es o femeni­
no o masculino y esto es lo que se denomina género, un atributo de la iden­
tidad» (Dio Bíeichmar, 1985, 1997). Siempre se ha considerado que la identidad
surge y se basa en la diferencia sexual y que el sentido del sí mismo del niño
se estructura en torno al reconocimiento de los órganos sexuales. Casi un siglo
de psicoanálisis ha consolidado esta idea sobre la equivalencia entre sexuali­
dad femenina y masculina e. identidad femenina y masculina, equivalencia que
ha conducido a callejones teóricos sin salida cuando es necesario entender los
casos de homosexualidad masculina misógina, o de relaciones lesbianas en
las que am bas mujeres conservan intacta su feminidad, mientras que otras
EL SISTEMA MOTIVACIONAL DEL NARCISISMO 285

mujeres heterosexuales pueden funcionar como verdaderos hombres en la


vida.4
Veamos el origen y la estructuración del género en la infancia lo que ilustra
de manera ejemplar otro aspecto del proceso de constitución de la subjetividad
a partir del otro. El género es una categoría compleja y múltiplemente articula­
da que comprende: 1) la atribución o asignación del género; 2) el núcleo de la
identidad de género, y 3) el rol de género.

A t r ib u c ió n de género ......

En primer lugar se basa en una atribución de expectativas y en el dimorfis­


mo de respuestas que hacen los adultos ante el cuerpo del recién nacido que
Money considera que. es «uno de los aspectos más universales de interacción so­
cial humana» (1982, pág, 30). Desde el momento en que los padres saben que
es una niña o un niño, esta información pone en movimiento una cadena de
respuestas dimorfas, comenzando por los colores rosa y azul de las ropas del
bebé y la cuna, el uso de pronombres y la elección de los nombres, los pro­
yectos de futuro: si es una niña, será la compañera de la madre en su vejez; si
es un niño, un socio en la compañía, etc., es decir, aspectos todos que no tie­
nen que ver para nada ni con los órganos genitales ni con la sexualidad del fu­
turo sujeto. Lo que llamó poderosamente la atención de M oney— investigador
interesado en los casos de transexualismo— es que en algunos casos de ciertas
patologías congénitas, como el síndrome adrenogenital, niños nacidos con una
morfología externa de sus genitales que había hecho suponer que eran varones,
posteriormente al descubrirse el error y ser reasignados como niñas, seguían
siendo tratados por sus padres como varones. Tampoco los mismos niños de­
seaban el cambio. Lo mismo pudo comprobar en el caso: inverso: varones bio­
lógicos criados como niñas. A partir de estos hechos, John Money reflexiona so­
bre el poder de la creencia, de la palabra, del deseo de los otros en la
constitución de la identidad por la cual un sujeto asume aspectos femeninos o
masculinos «E...] Los padres pueden aguardar nueve meses para saber el sexo de
la criatura, pero desde el momento en que se prende la luz rosa o azul, se ini­
cia un movimiento de construcción de la identidad de ese cuerpo a través del

4. Para mayor información sobre este tema se puede consultar Dio Bleichmar (1991), Elfe ­
m inismo espontáneo de la histeria, en particular el capítulo I «Género y sexo. Su diferenciación y
respectivo lugar en el complejo de Edipo», Madrid, Siglo XXI. Y también el apartado C del capí­
tulo I: -Validez del concepto de género en psicoanálisis», en La sexualidad fem enina. De la niña
a la mujer, Barcelona, Paidós, 1997. Véase también él artículo -Del sexo al género» publicado en
España en la revista Psiquiatría Pública (1992), 4, págs. 17-31, y en Argentina en la revista de la
Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia pata Graduados, n° 18, 1992, págs. 127-156. :
286 MANUAL DE PSICOTERAPIA DE LA RELACIÓN PADRES E HIJOS

lenguaje, las actitudes, las expectativas, los deseos y las fantasías que será trans­
mitido de persona a persona para abarcar todo el contexto humano con el que el
individuo se encuentra día tras día, desde el nacimiento hasta la muerte» (pág. 30),
Este fenómeno humano condujo a Money a reflexionar sobre el poder des­
viante, modelador, creador de sentido, de identidad, que ¡a experiencia humana
temprana posnatal puede tener sobre ei equipo biológico. Los padres, a través
de sus fantasmas, de sus creencias y de sus convicciones, eran capaces de gene­
rar una identidad contraria a la anatómica, pero que se revelaba de igual o ma­
yor poder que la misma. Esto lo condujo al concepto de «género», a un término
utilizado para diferenciar de forma dicotómica las palabras, ya que la identidad
de ser varón o niña queda constituida a través de un sistema simbólico. De ma­
nera que «género» es un término que inicialmente peitenecía como concepto úni­
camente a la gramática, de allí fue importado por Money a la medicina y a la psi­
quiatría para dar cuenta del proceso de adjudicación de significado —complejo
y multifocal, consciente e inconsciente— efectuado por los adultos en la codifi­
cación del cuerpo. Con posterioridad este concepto se extiende muy rápida­
mente a diversas ciencias sociales.
¿Es ei género una categoría sociológica, antropológica? No en su origen; ésta
no fue ni la idea de Money ni las experiencias a partir de las cuales tal concepto
surgió, pero efectivamente al trasladarse a otros campos semánticos y ser utiliza­
do bajo metodologías de análisis pertinentes a esas disciplinas científicas, el con­
cepto se transforma. Esto es lo que ha ocurrido con el género, se ha confundido
la asimilación y el amplio uso que se ha hecho de este concepto en ciencias so­
ciales con el concepto en sí mismo, que ni por su origen ni por su naturaleza es
exterior al individuo y a su subjetividad, sino todo lo contrario. Se trata de una
noción eminentemente psicológica, hasta tal punto que surge en la década de 1950
indisolublemente ligado a la identidad en tanto identidad de género. Money in­
siste en describir un sistema de relaciones cara a cara, de los padres y familiares
cercanos con la cría humana durante los dos o tres primeros años de vida; a par­
tir de tal tipo de relaciones —a las que los psicoanalistas llamamos sin duda in­
tersubjetivas—, el sentimiento íntimo de ser varón o niña se instituye en el psi-
quismo. A este sentimiento Money lo denominará identidad de género, saberse
varón o niña, sentimiento estructurado por identificación al igual y complemen-
tación con el diferente, proceso a su vez circular, del niño con sus padres y her­
manos o familiares y de éstos hacia el niño. Lo que Money quiere remarcar es
que los múltiples factores prenatales implicados en la sexuación de la cría hu­
mana coinciden por lo general; sin embargo, los casos de hermafroditismo nos
enfrentan con el poder mayúsculo del factor posnatal en la creación de la iden­
tidad sexual. Money instituye una categoría eminentemente psicológica, ya que
se trata de un sentimiento íntimo y de una forma del ser que se organizará fe­
menina o masculina con anterioridad a la investigación que lo conducirá a situar
EL SISTEMA MOTIVACIONAL DEL NARCISISMO 287

la diferencia anatómica, y la función reproductora de los órganos sexuales, como


componentes de esta identidad. No cabe duda de que la fantasmática que los pa­
dres de los niños hermafroditas despliegan para la construcción de la identidad
femenina o masculina del niño toma como punto de partida el cuerpo anatómi­
co de éste, pero lo esencial a tener en cuenta es que si ese cuerpo anatómico no
coincide con el deseo o fantasma parental, éstos —los padres— pueden llegar a
tener el poder de torcer la anatomía. ¿No es esta experiencia un paradigma de lo
que: los psicoanalistas entendemos como psicosexualidad o sexualidad huma­
na, que su naturaleza biológica se desvíe, altere, transforme, disloque por medio
de la representación? ¿No nos aporta Money un fenomenal número de experien­
cias en las cuales podemos seguir, paso a paso, la dimensión del deseo incons­
ciente estructurado en la historia infantil de las relaciones intersubjetivas que lo
han marcado, determinando la organización de la sexualidad?
Contingencia del objeto de la pulsión, teorías sexuales infantiles, complejo de
Edipo, fetichismo, constituyen los pilares del corte introducido por Freud entre
sexualidad reproductiva —propia de la especie animal—: y sexualidad humana.
La especificidad humana es la distorsión de la sexualidad, «la disfuncionalidad de
los procesos psíquicos con relación ai sustrato biológico del ser humano», en pa­
labras de Castoriadis (1993, pág. 129), y el texto freudiano de Tres ensayos de una
teoría sexual (1905) no constituye sino una demostración de esta tesis. El desa­
rrollo del psicoanálisis, en sus diversas corrientes, ha reforzado más y más el pa­
pel de las relaciones de objeto, del otro, de los padres, .de ios adultos en la cons­
titución y estructuración de la subjetividad. Ya se sostenga la intersubjetividad y
lo simbólico como marcos teóricos, o el objeto del sel/, o la teoría de la seduc­
ción generalizada (Laplanche, 1989), cualquiera d e estos marcos de comprensión
del desarrollo sitúa al otro humano como constructor, pero simultáneamente
como factor distorsionante, perturbador. El ser viviente para devenir sujeto psí­
quico: está obligado a pasar por un proceso humano que opera como un troque­
lado — imprinting—, constituyente de su subjetividad más allá de diferencias de
clase, raza o cultura en particular. Si Freud inició el camino para explicar cómo
el ser viviente se transforma en sujeto psíquico y deviene cultura, creo que el psi­
coanálisis está en condiciones de aportar desde su especificidad — que es la del
respeto al inconsciente— cómo la cultura reaparece en el individuo y es experi­
mentada como una «segunda naturaleza» (Chodorow, 1989).

NÚCLEO DE LA IDENTIDAD DE GÉNERO

la diferencia de género se halla claramente establecida por un niño de 1 año:


el papá es distinto a la mamá, y el lenguaje desempeña el rol crucial de aportar
palabras diferentes: las/ios, mami y papi, ella y él, etc, Pero esta distinción no es
288 MANUAL DE PSICOTERAPIA DE LA RELACIÓN PADRES E HIJOS

sexual (en el sentido de sus roles sexuales diferenciales); aunque el niño pueda
conocer la diferencia anatómica de los órganos genitales propios y de los adul­
tos, éstos sólo se conciben en sus funciones excretorias (Edgcumbe y Búgnéty
197Ó). Abelin (1980) describe un esquema parecido en el cual el padre es inicial­
mente concebido —atendiendo a su inscripción psíquica— como objeto de iden­
tificación y como rival del amor de la madre, pero también en tanto objeto de:un
género diferente al de la madre. Esta diferenciación genérica, tanto entre el padre
y la madre como entre el hijo varón o la niña, sería la responsable de una distin­
ta organización de la fase de reacercamiento (rapprochement) —propuesta por
Mahler— como sostiene Abelin. Tanto es así, que en este sistema primario de re­
lación ya se hallan claramente distinguidos por el niño los géneros diferentes: de
sus padres, que Freud insiste en recalcar la diferencia que existe entre la identifi­
cación con el padre y la elección del mismo como objeto sexual: "En el primer
caso, el padre es lo que uno querría ser; en el segundo, lo que uno quema tener.
La diferencia depende, entonces, de que la ligazón recaiga en el sujeto o en el
objeto del yo. La primera ya es posible, por tanto, antes de toda elección sexual
de objeto» (Psicología de las masas y análisis del yo, pág. 100).
Si el padre es su ideal y se quiere parecer a él es porque se ha efectuado
una identificación al idéntico, al doble, al igual al que se quiere imitar. O sea,
en la etapa preedípica se organiza un ideal del género, un prototipo, ai cual se
toma como modelo, y el yo tiende a conformarse de acuerdo a ese modelo.
Ahora bien, todo este proceso se realiza en un contexto prevalentemente ajeno
al conflicto edípico, aun cuando pueden estar presentes conflictos intersubjeti­
vos. El niño busca ser el preferido de cada uno de los padres, él los ha «elegi­
do» para que lo amen y el niño se identifica con estos adultos poderosos e idea­
les. Coexiste la relación (catexis de objeto) y la identificación sin que aún se
haya efectuado un «elección de objeto sexual», pues el niño no se ha encontra­
do en la situación de tener que optar. Freud insiste, refiriéndose ai vínculo del
niño con su madre y con su padre en este período,«{...] Estos enlaces coexisten
durante algún tiempo sin influir ni estorbarse entre sí» (op. cit., pág. 99). 1

La m e d ia c ió n ro sa y c e l e s t e . I d e n t if ic a c ió n proy ectiva parental

DE LA IDENTIDAD Y DE LA DIFERENCIA PRECASTRATORIA

El mecanismo de identificación proyectiva descrito por Melanie Klein (1946)


consiste en una operación por la cual se disocian partes del psiquismo y se las
proyecta sobre otra persona, la cual «queda poseída y controlada por las partes
proyectadas e identificada con ellas». Éste fue uno de los más importantes apor­
tes de Melanie Klein, ya que sentó las bases para comprender las vías de la in­
fluencia interpersonal. Segal (1965) puntualiza que se pueden proyectar varias
EL SISTEMA MOTIVACIONAL DEL NARCISISMO 289

partes del yo con diversos propósitos: «Se pueden proyectar partes malas del yo
para librarse de ellas y para atacar y destruir al objeto; se pueden proyectar par­
tes buenas para evitar la separación o para mantenerlas a salvo de la maldad in­
terna, o para mejorar el objeto externo a través de una especie de primitiva, re­
paración proyectiva» Cpág. 32). Gomo se desprende de la descripción, son muy
variados y múltiples los contenidos que se pueden proyectar: y las consecuen­
cias sobre el psiquismo del otro. La identificación proyectiva es,: entonces, no
sólo un mecanismo intrapsíquico, sino un procedimiento capaz de inducir y. ge­
nerar efectos emocionales y cognitívos en el otro. A esta peculiar condición se
la considera un mecanismo intersubjetivo. Creo que la importancia del concep­
to de identificación proyectiva no ha sido suficientemente valorada con relación
a la1constitución de la feminidad/masculinidad. En la estructura asimétrica de la
relación adulto-niño, la pareja d e padres identifica proyectivamente de-forma
permanente los fantasmas de género, precipitado de. lo histórico-vivencial de
cada uno de ellos, que funcionará como, el troquelado, en que la cría ,humana
estructurará su identificaciones y complementaciones de género.

E l FANTASMA DE IDENTIDAD DE GÉNERO DE LOS ADULTOS

El fantasma de género es el componente obligado del fantasma de hijo que


toda pareja de padres posee y despliega por medio del. mecanismo de identifica­
ción proyectiva sobre el cuerpo, del recién nacido y que acompañará la relación
con el mismo toda la vida. En otro lugar he desarrollado los contenidos que am­
bos padres proyectan sobre ese cuerpo sexuado identificándolo desde que nace
hasta la muerte con esos contenidos, e instituyendo de esta forma la femini­
dad/masculinidad de ese cuerpo (Dio. Bleichmar, 1993, 1994). El adulto identi­
fica proyectivamente en el cuerpo sexuado del recién nacido: los fantasmas in­
conscientes sobre la feminidad/masculinidad de su propia historia, a saber, .en
algunas mujeres temores de indefensión o a ser considerada una mujer-tonta,
múltiples estereotipos que se constatan continuamente en la historia de hom­
bres y mujeres actuales. Cuando una madre de cuatro varones se em peña en un
quinto .embarazo para tener «la hembrita que me acompañe en la vejez, usted
sabe-doctora, que de los hombres una no puede esperar que la cuiden cuando
está enferma», es evidente que la idea directriz que gobierna el fantasma de hija-
mujer de esa madre es «la feminidad» (entendiendo por tal esa condición de cui­
dados asegurados ante la invalidez e indefensión), y no.lasexualidadtfemenina
de ese cuerpo. Hasta podríamos suponer que si los cuidados para la vejez se ha­
llaran socialmente garantizados, esta mujer no concebiría un quinto hijo.- -
El fantasma de género es un contenido de la mente preconsciente/inconsden-
te que se pone en acto por medio de las acciones específicas de caracterm ás o
290 MANUAL DE PSICOTERAPIA DE LA RELACIÓN PADRES E HIJOS

menos dicotómico que jalonan la infancia de cualquier niño. Un varón de 3 años


y 10 meses se cae y se lastima la rodilla. Es recibido por la madre y la abuela,
quienes, celebran la caída y le dicen: «Los varones siempre tienen las rodillas lle­
nas de “pupas" porque andan mucho por la calle y trepan por todos lados»; De
esta manera se le está implantando un significado de masculinidad que se inscri­
be por oposición diferencial de lo que no sería propio para las niñas. La femini-
dad/masculinidad se construye en la intersubjetividad y en la interacción; No hay
fantasma sin gesto, ni gesto que no se genere en una representación. La femini-
dad/masculinidad son representaciones de la mente de los adultos, significados
conscientes y preconscientes como los de la madre y la abuela de ese niño, y con­
tenidos inconscientes —fantasmas de feminidad/masculinidad— recluidos en es­
tratos más inaccesibles. Pero los fantasmas inconscientes también se transmiten de
generación en generación a través del discurso o de la acción.
Víctor, paciente adulto, recuerda cómo en su infancia era tomado como mo­
delo por su madre, que era peluquera, para practicar los nuevos cortes de. pelo
y de peinado. Víctor tenía un cabello rizado, grueso y abundante. «A él todo lo
que una le hace le queda estupendo», son las palabras de la madre que se rei­
teran durante toda una época de su infancia. ¿Era consciente esta mujer de los
efectos que generaba en su hijo varón sentirse rodeado por mujeres quelo to­
maban como patrón de belleza femenina? ¿Necesitaba esta mujer que llevaba
adelante la pequeña empresa de su peluquería una hija que la ayudara, sé iden-;
tificara con ella y la secundara en el proyecto vital, y en su inconsciente Víctor
funcionaba como si lo fuera? Cuando esta madre se enteró de la transexualidád
de su hijo —ya adulto— sufrió una profunda conmoción. En un principio no
llegaba a explicárselo, ni recordaba en la vida de Víctor indicios previos que le
indicaran tal transformación. Conscientemente siempre había estado orgullosá
de su hijo varón, y muy poco a poco fue enhebrando los hilos de las múltiples
formas de feminización que se habían sucedido en torno a sus actividades en la
peluquería. En términos psicoanalíticos, quedaba claro que cada vez que lo ex­
ponía a un nuevo peinado identificaba proyectivamente en el niño una cabelle-:
ra de mujer, y que de forma disociada esta identificación conformaba una iden­
tidad femenina valorada y útil para la madre, a partir de la cual Víctor obtenía
doble recompensa: gratificaciones eróticas (acariciado, masajeado) y narcisistas
(valorado por su capacidad de atraer las miradas de los otros bajo un patrón de
estética femenina). También está claro que la identificación proyectiva no ope­
raba sólo en términos de representación intrapsíquica de la madre, sino que sé
continuaba en una interacción que generaba identidad, es decir, representacio­
nes en Víctor sobre su propio ser. Víctor reconstruye la sensación que lo acom­
pañaba en estas experiencias infantiles, «ser diferente a los otros chicos», ya qué
era «demasiado bonito», o tenía «más rizos que ellos». La identidad femenina ge­
nerada por su «maravillosa melena» era indisociable —como la otra cara'de la
EL SISTEMA MOTIVACIONAL DEL NARCISISMO 291

moneda— de la insuficiencia de la identidad masculina con respecto a los otros


chicos.
El papel del mecanismo de la identificación proyectiva en la constitución de
la identidad en la célula familiar tiene un alcance mayor que el del género. En
relación con el carácter fóbico, hemos descrito en otro lugar cómo en el caso de
padres que proyectan un cuerpo vulnerable o una condición de indefensión en
sus hijos, tal fantasma inconsciente es puesto en acto en la interrelación por me­
dio de un sinnúmero de conductas de excesiva protección que transmiten el sig­
nificado de debilidad y falta de recursos de defensa (Dio Bleichmar, 1991).

El rol d e g é n e r o

Otra serie de conocimientos que contribuyen a consolidar nuestro saber so­


bre la precocidad de la institución en la subjetividad de la feminidad/mascuiini-
dad es el creciente conocimiento sobre la estructura cognitiva de los primeros
símbolos y el desarrollo del proceso de simbolización. En la discriminación en­
tre el m undo hum ano y el m undo inanimado desempeña un papel central el he­
cho de que las secuencias de interacción entre las personas son fragmentarias,
cada persona proporciona una parte de la conducta total (el niño levanta los
brazos y el adulto concluye el abrazo), mientras que la conducta instrumental
con objetos implica siempre la realización de una secuencia completa. Esta cua­
lidad de «completud» de las experiencias con los objetos y de «incompletud» en
el caso de las personas contribuiría al desarrollo de dos tipos diferentes de pro­
cesos de simbolización basados uno en esquemas de acción, y otro en patrones
de interacción. La organización de ios primeros símbolos conserva la huella de
sus raíces en los esquemas de acción e interacción, y se tiende a definir esta or-,
ganización en términos de estructuración de roles, es decir, la capacidad de
comprender, representar y significar las funciones de las personas y los objetos
en secuencias de acción y de interacción (Riviere, 1991). Cuando el niño es ca­
paz de separar la actividad o rol, es decir, hacer abstracción de la actividad de
la persona que la desempeña, es cuando comienza el juego simbólico, la capa­
cidad para hacer «como si» fuera la mamá o el papá. La clara distinción de las
actividades y de las experiencias que tienen los adultos con el niño es el mate­
rial, el referente a partir del cual el niño comienza a rotar esos papeles en el jue­
go. En realidad «el como si» no es sino la comprensión que tiene el niño de la
situación interactiva y cuando juega al papá se encuentra construyendo el sig­
nificado de esa experiencia. La elección espontánea que hacen los niños desde
muy tem prano de los roles que desempeñan se cruza con el aporte de juguetes
por género q ue hacen los adultos, configurando, de este modo, su subjetividad
en torno a la diferencia y jerarquías entre los géneros.
292 MANUAL DE PSICOTERAPIA DE LA RELACIÓN PADRES E HIJOS

N o r m a t iv iz a c ió n NARCISISTA DE GÉNERO

En tanto que modelo de tipificación, cómo debe ser el sujeto femenino o


masculino, el género es normativo. En la infancia los niños despliegan tempra-:
namente rígidos códigos de género; el hecho de apartarse de los modelos, de
las actividades, de las apariencias, es fuertemente censurado y padecido. En la¡
medida en que durante la latencia la identidad femenina y la identidad mascu­
lina se completan con todos los atributos existentes en cada cultura, los niños
se muestran sumamente vigilantes, a cualquier desviación de la misma. Un. ado­
lescente actual podrá usar coleta y pertenecer al grupo ecologista en el que la
coleta es la contraseña, pero un varón de 7 años con melena —como le ocurrió
a Víctor— será inmediatamente tipificado como «mariquita», o sea, un varón de-:
fectuoso por no cumplir Sos requisitos de la masculinidad. Ningún varón se pre­
ocupa por la orientación sexual de su compañero de equipo de fútbol, pero cui­
dará con celo y vigor que se muestren masculinos.
¿Cuál es el modelo freudiano para la feminidad/masculinídad poscastrato-
riaP A la luz de los desarrollos actuales, la feminidad de la que hablaba Freud en
1931 y 1933 corresponde al papel de la mujer en la reproducción. Si la femini­
zación de la pulsión se alcanza en tanto la niña depone la lucha por el pene y
acepta recibirlo del padre para tener hijos, con la célebre ecuación pene = niño,
en realidad se está apuntando a reducir la feminidad a la función reproductiva.:
No deja de ser relevante que hasta hace muy pocos años la sexualidad femeni­
na se haya concebido desde la infancia en tomo a la indisolubilidad entre goce
y procreación, sin reparar en que era esta estrecha relación la generadora del
peligro, la angustia y las nefastas consecuencias que ha impedido la libertad
para el placer sexual de las mujeres hasta el descubrimiento reciente de los an­
ticonceptivos. La descripción freudiana no deja lugar a dudas sobre las diferen­
cias sexuales entre el varón y la niña; en el caso del varón, la renuncia al obje­
to incestuoso permitirá gozar de otras mujeres, en términos de Lacan dejar de
ser el objeto del deseo de la madre para ser sujeto de deseo propio. La niña, en
cambio, es concebida como deseosa de hijos, y si su deseo o fantasma no los.
incluye se interpreta que no ha logrado alcanzar la feminidad. Es necesario re­
flexionar sobre por qué Freud concibe que ante el complejo de castración la
niña puede optar por tres alternativas: desear un hijo del padre, lo que la con-:
duce a la feminidad; seguir: ligada a la madre y adoptar una mascarada de fe­
minidad con fantasías castratorias del varón; o la inhibición total de. toda forma;
de sexualidad. Esta última alternativa resulta impensable en el caso del varón.
Que en la niña opere durante la infancia un mecanismo de sexuadón que
no diferencia entre función reproductora y función sexual de los órganos geni­
tales no debe reducir las explicaciones de las complejas relaciones que se esta­
blecen a lo largo de la vida éntre la sexualidad y el par feminidad/masculinídad.
EL SISTEMA MOTIVACION AL DEL NARCISISMO 293

l a madre es el.modelo.de la identificación secundaria para la niña, y a ella de-


berá asemejarse en su moldeamiento para recibir un hijo del padre. Si ésta es la
lógica del fantasma que: feminizará el fin pasivo de la. pulsión;; aunque;junto a
este destino la niña observa en la persona de su. madre una existencia de traba­
jo permanente sin domingos ni festivos, cuya única área d e influencia es la vida
doméstica, que su palabra no tiene autoridad cuando está el padre presente y
que no sobresale por su buen humor, ya que es continuamente requerida y está
fatigada, ¿podemos concebir la. posibilidad de que rechace la ecuación pene =
niños y se oponga a su destino de mujer?; Parece, que nuestro capital explicati­
vo alcanza un punto de constitución del inconsciente que se detiene en los; 4 o
5 años, y que el procesamiento psíquico posterior sólo tramitaría .lo ya estable­
cido. Creo: que no es. casual que las mujeres histéricas del siglo xix hayan pro­
porcionado a Freud los elem entos de laboratorio a partir de los cuales; tuvo lu­
gar el descubrimiento del inconsciente y de la sexualidad en la causación de las
neurosis. Creo que somos las mujeres las mejores exponentes d e la naturaleza
humana, es decir, ejemplos vivos de la prevalencia del poder de la representa­
ción de género sobre la pulsión.

L a S REGLAS DE GÉNERO PARA LA SEXUACIÓN

La latencia constituye el período de la. infancia durante el cual las diferen­


cias se profundizan y las desigualdades entre los sexos comienzan a desplegar­
se. La dialéctica entre el ser y el tener puede servimos de guía para su descrip­
ción, veamos las diferencias. En el caso del varón, el niño renuncia a tener a la
madre, renuncia ai objeto de la pulsión para ser un varón que tenga e n un fu­
turo otras mujeres. El medio para tal fin será la identificación con el .padre, que
asegura o al menos garantiza una pareja futura. Pero el niño no sólo confronta­
rá en su desarrollo este destino posible, sino que la figura del padre pertenece
a un genérico que son los otros padres y los hombres. El superyó fréudiano, el
«Serás com o yo, pero no tendrás a tu madre», legisla prohibiendo la sexualidad
incestuosa y tipificando simultáneamente las licencias posibles para la sexuali­
dad en ambos géneros. Un grupo terapéutico: de niños y niñas de 7 a 9 años jue­
gan en una sesión «a la noche». Las niñas organizan una boda, la fiesta y el via­
je de luna de miel de la Barbie, mientras los varones deciden ir al «puticlub». De
manera que ser varón habilita para tener una sustituía de la madre y otras mu­
jeres. Este fantasma que organiza una disposición a la. sexualidad ¿es propio de
sü sexualidad o de las representaciones legitimadas para su servaron, es decir,
para lo que definiríamos como su masculintdad poscastratoria? Si la masculini-
dad es habilitante y legitimadora de muchas .modalidades sociales de sexuali­
dad, ¿por qué el sujeto singular se va a oponer o rechazar los formatos existen-
294 MANUAL DE PSICOTERAPIA DE LA RELACIÓN PADRES E HIJOS

tes —preexistentes— que definen su ser y Se proporcionan alto rédito narci-


sista? ■
Es importante reparar que ya en la infancia, los niños delimitan claramente
la división entre un ámbito privado y otro público para la puesta en acto de la
sexualidad, pero lo que resuitaaún más significativo es que las Barbies utiliza­
das en la composición def escenario sólo tienen género y carecen de sexo,
como la virgen María, mientras que «el puticlub- de los varones pone de mani­
fiesto un referente del fantasma sexual de los niños que nada tiene que ver con
lo imaginario. Simultáneamente, ilustra ya una clara diferencia en el fantasma
sexual entre varones y niñas; para ellas no se diferencia de una historia amoro­
sa, para los varones la noche es exclusivamente sexual. El ensayo de su papel
futuro se despliega en el juego. Entre ser mujer y ser hombre el doble estándar
en torno a la sexualidad parece ser uno de los universales que gobiernan el par
feminidad/masculinidad. Este doble estándar social y moral instituido es institu­
yeme de la subjetividad como lo propio de cada sexo, a partir de lo cual se afir­
mará que el hombre tiende a ser inconstante, centrífugo, naturalmente poligá-
mico o que «no puede controlarse- (otorgándose una licencia ante la pulsión
que no se concibe en la estructura del deseo femenino, aunque lo fuerce en al­
gunas circunstancias y en otras lo exija como garantía de feminidad honorable).
Para concluir, es posible un estudio de la ontogénesis del género en la infan­
cia a partir de los esquemas de interacción y de intersubjetividad. El género es un
componente inseparable del yo, del sí mismo y del sistema de superyó-ideal del
yo, es decir, de las instancias psíquicas que regulan tanto la acción como la pul­
sión. El género es tanto una identidad como un rol, un conjunto de contenidos y
sentimientos del ser que se reconoce —femenino o masculino— por desempeñar
las actividades y conductas propias de su condición, así como simultáneamente
es reconocido por los.otros en tanto se ajuste al desempeño esperado. Esta doble
condición del género —identidad y rol— también ha despertado sospechas de
extraterritorialidad entre los psicoanalistas y confusión con respecto a su perte­
nencia al dominio de otras disciplinas.

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