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La oración contemplativa
AMAR Y CONTEMPLAR
Era verdaderamente maravilloso el amor que Jesús sintió por María, la
pecadora arrepentida. Y no menos maravillosa fue la correspondencia de
aquella feliz mujer al amor de Jesús.
Después de esto, se comprende muy bien la ternura del amor de Jesús por
María y la maravillosa respuesta de esta pecadora arrepentida a quien la recibió
con los brazos abiertos. Es ésta una historia muy seria. El amor de María por el
maestro fue incondicional. Por él, ella renunció a todo aquello que podía
proporcionarle alguna comodidad personal. Y es a ella -a María Magdalena- a
quien vemos llorar desconsoladamente ante la tumba vacía de Jesús en la
madrugada de la resurrección. Solamente ella. Ninguno de los otros discípulos
permanecía junto al sepulcro del maestro para llorar inconsoladamente la
irreparable pérdida. Son los mismos ángeles los que se apresuran a consolarla:
"¿Por qué lloras, María?", le preguntan. Y ella, sin cesar de llorar, les responde:
"Porque se han llevado a mi Señor y no sé donde lo han puesto" (Jn 20,13).
Una cosa es cierta. A quien lo abandonó todo para seguir a Cristo, el Señor le
promete el ciento por uno. En todo caso, el Señor comunica también una fuerza
muy grande a sus amigos para que carguen con la cruz del sufrimiento y de la
pobreza con ánimo y decisión, sin desalentarse hasta el fin. Precisamente, una
de las pruebas más claras de la autenticidad de una vida contemplativa es
justamente la capacidad de una tranquila y confiada aceptación de la realidad
cotidiana de la vida, sin desanimarse y sin revelarse contra la divina voluntad.
La humilde aceptación de la maravillosa trascendencia de Dios y de su
extraordinaria bondad ayuda más al contemplativo a crecer que la contrita
consideración de sus pecados personales.
Todo el que quiera aprender a contemplar debe, por tanto, entregarse a ese
ejercicio con gran generosidad y fidelidad, sin descanso. No siempre es fácil
habituarse a ese esfuerzo constante. Pero la verdad es que únicamente
aquellos que se dedican animosamente a esa tarea podrán llegar a buenos
resultados. El precio a pagar para conquistar ese tesoro inestimable de la vida
espiritual es éste. Cuesta, pero vale la pena disponer de nuestras energías para
adquirir ese tesoro.
"El que la sigue, la consigue", dicen los cazadores. En este frente, nadie lucha
sólo. El Señor está siempre muy cerca de nosotros, para echarnos una mano
siempre que lo necesitemos. Hasta que no se experimenta, al menos una vez, el
gozo interior en el encuentro con el Señor, todo parece difícil. Un cierto temor
nos acongoja y desalienta. Para vencer esa dificultad es necesario aguantar el
miedo y la duda mientras se persevera en la búsqueda. Pero recordemos una
vez más las palabras de Jesús en el evangelio: "El que busca halla..." Basta la
experiencia de un solo encuentro verdadero con Jesús, tiernamente amado,
para que todo se vuelva más fácil.
Todo se hace más fácil. Ese pregustar el gozo interior por la experiencia del
primer encuentro despierta energías inusitadas para proseguir con redoblado
empeño en los trabajos de aprendizaje del método de oración contemplativa.
Pero conviene saber que ese verdadero contemplativo no llega a hacerse nunca
un contemplativo perfectamente acabado. No existe un contemplativo que viva
ininterrumpidamente en permanente estado interior de contemplación de la faz
de Dios. Existen altibajos.