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Otro argumento en contra lo basan en la norma que dio San Pablo a Timoteo,
donde le aclaraba que un obispo debe ser esposo de una mujer (cf. 1 Tm. 3:2). Lo
que Pablo infirió no es que un hombre debe estar casado como requisito para ser
obispo, sino que un obispo no puede casarse más de una vez. Después de todo, si
los obispos debían ser hombres casados, Pablo estaría violando su propia norma.
Una regla que prohíbe a un hombre tener más de una esposa, lo que implica
también que le prohíbe casarse después de enviudar, no le ordena tener al menos
una. Un hombre que no se casa no viola esta norma.
En los primeros años de la Iglesia, dada la escasez de hombres solteros que fuesen
buenos candidatos para el sacerdocio, fueron aceptados hombres casados para
ordenarlos tanto al sacerdocio como al episcopado. A medida que aumentó el
número de hombres solteros y aptos, sólo se aceptaron hombres célibes en las
ordenaciones dentro del Rito Latino, en concordancia con el deseo de San Pablo de
que todos permaneciesen célibes (cf. 1 Co. 7:7). En el Rito Oriental se mantuvo la
antigua costumbre.
Siguiendo con el mismo ataque, algunos citan el comentario de Pablo donde dice
que un obispo debe ser alguien "que gobierne bien su propia casa y mantenga
sumisos a sus hijos con toda dignidad; pues si alguno no es capaz de gobernar su
propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios?" (1 Tm. 3:4-5). Así quieren
recalcar que el obispo debe ser un hombre casado. Si ésa fuera la interpretación
correcta, la lógica del pronunciamiento de San Pablo implicaría que un obispo
también debe tener hijos, y que todos sus hijos deben respetarlo plenamente.
El asunto se complica mucho. Todo lo que este pasaje significa es que un hombre
casado, para ser elegido como obispo, debe gobernar bien su casa, y como aclaré
anteriormente, no obliga a que los obispos sean hombres casados.
Otros dicen, con un tono condenatorio, que prohibir a alguien que se case es señal
de una doctrina apóstata, según está escrito en la Biblia (cf. 1 Tm. 4:3). Siguen con
el razonamiento de que la Iglesia Católica prohíbe el matrimonio a los sacerdotes y
consagrados, por lo que no puede ser la Iglesia que Cristo fundó. El hecho real es
que la Iglesia Católica no prohíbe el matrimonio. La mayoría de los católicos se
casa con la completa bendición de la Iglesia.
Cuando la Biblia condena a los que prohíben el matrimonio se refiere a los que
promueven el gnosticismo, una ideología irreconciliable con el cristianismo, que
declara todos los matrimonios como instituciones malvadas. El matrimonio no es
malvado a los ojos de la Iglesia (recuerda que según ella, Cristo lo instituyó como
sacramento, o sea, medio para llegar a Dios), y ningún católico tiene prohibido
casarse. Es verdad que los sacerdotes, fieles al Papa, no se casan, pero nadie los
obligó a consagrarse. El matrimonio no está prohibido para ellos como seres
humanos, sino como sacerdotes. Cualquier católico es libre de escoger su vocación.
El celibato no se impone a nadie.