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"Vaca huye camino al matadero, quiebra cerca metálica, rompe brazo humano y nada hasta
isla deshabitada donde todavía sobrevive."
"Vaca huye camino al matadero, quiebra cerca metálica, rompe brazo humano y nada hasta
isla deshabitada donde todavía sobrevive."
Vaca huye, murmuré, mientras me cepillaba a los dientes y miraba mis propios ojos, que me
devolvían la mirada desde el espejo sucio del bañito.
Estaba nublado y hacía calor, creo que era viernes. Lloviznaba finito y había que ponerse el
piloto y sudar y andar así, sin distinguir si me transpiraba la frente o me llovían las axilas.
Puse la SUBE en el lector, crucé el molinete y con la impunidad de los auriculares, exclamé:
El subte llegó hasta las pelotas. Cuando las puertas se abrieron, le di paso a una embarazada
que salió repartiendo codazos, murmurando palabrotas.
Miré la hora en el celular. Este era el último tren que me dejaba a tiempo en el centro, así que
tuve que meterme al vagón a matar o morir.
Los que venían atrás de mí también llegaban tarde y me empujaron con mala leche, para
estrujarme contra el vidrio opuesto, a ver si hacía lugar. Ellos también decían groserías.
El bicho de metal se puso en movimiento con un tirón que apenas nos hizo tambalear, pero
alcanzó para que una mujer a mis espaldas perdiera el equilibrio sobre los tacos y se me
viniera encima, en un efecto dominó de carne obrera que acabó conmigo sobre el cuerpo de
pajarito de la pasajera apoyada en la puerta.
Nadé en un mar de oficinistas bajo Avenida de Mayo y cuando alcancé la superficie, una ola de
vendedores ambulantes y cadetes me atrapó y me arrastró hasta la mitad de la calle, donde
giré para esquivar una corriente de chicos call center, con sus camisas arrugadas bajo la
campera de roquero.