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Sociedad, amor y poesía en la Grecia antigua

Francisco Rodriguez Adrados

Es preciso que nos coloquemos ahora en el plano de la realidad social en Atenas para poder
explicar su relación, real o bien mental e imaginaria, con el mundo de lo erótico y del amor en general,
pues ya hemos visto que no todo lo erótico es amor y que el amor tiene, en ocasiones, otro componente: el
de la philía, relación de comunidad y aprecio.
Grecia, como otros pueblos, conoce el matrimonio monogámico, que es una institución social y
religiosa al servicio de la familia y «de la procreación de hijos legítimos», según la fórmula oficial de los
esponsales. «Tenemos ... a las esposas para que nos den hijos legítimos y para tener un guardián fiel de la
casa», dice el pseudo-Demóstenes, distinguiendo las esposas de las heteras que procuran el placer. El
matrimonio era esencial para la familia, no para el amor. Sólo los hijos legítimos eran inscritos como tales
en la fratría, la organización gentilicia; sólo éstos, si eran varones, recibían la herencia. Para garantizar la
legitimidad de los hijos, el adulterio de la mujer estaba estrictamente prohibido, el castigo era el repudio,
acompañado de la devolución de la dote. Al hombre, en cambio, se le otorgaba libertad sexual fuera del
matrimonio, porque no afectaba a esa legitimidad; pero incurría en penas muy graves en caso de adulterio
con una mujer casada. El marido podía elegir entre aceptar del adúltero una indemnización pecuniaria o
darle muerte, en cambio, la mujer seducida no era condenada: era, eso sí, repudiada. resulta lógico que
una institución en que la mujer está al servicio de la procreación de hijos legítimos y no de otra cosa, vea
en ella como primera virtud la sóphrosiné: sensatez, mesura, templanza, discreción, sabiduría, castidad,
prudencia, disciplina, moderación, autodominio. Conviene notar que el adulterio tiene un sentido amplio:
se refiere no sólo a la seducción de una casada, sino a la de cualquier mujer que tenga un kúrios, alguien
con potestad sobre ella: puede ser una viuda, una hermana, etc.
El matrimonio era, en definitiva, una alianza privada entre familias, utilizada a veces con fines
políticos. También la economía tenía su importancia: el padre de la novia recibía del marido una dote que,
por lo demás, quedaba en poder del matrimonio. Esta institución en Atenas era el más importante de todos
y garantizaba la continuidad del genos, la familia. Los primeros deberes eran para ella: en la Antigona
están de acuerdo, al menos en este punto, Antigona y Creonte, aunque su interpretación sea diferente. La
máxima de «hacer bien al amigo y mal al enemigo» se refería a esto en primer término: «amigo» y
también oikeíos «de la casa» era, en primer término, el pariente próximo.
La mujer casada ha de ocuparse de la casa: de la administración y cuidado de la misma. Pasaba
abruptamente de la condición de niña a la de casada y se había educado bajo el lema de que viera y oyera
lo menos posible. Sóphrosúné, es decir, vida recogida y casta, y cuidado de los hijos eran las virtudes que
en ella se apreciaban antes que cualquier otra. Apenas tenía acceso a la cultura. El matrimonio era la
única salida para la mujer si no quería convertirse en hetera, Aunque las heteras un grado más bajo, solían
ser esclavas. La era su reino, así como la vida pública era el reino del marido.
La soltería estaba mal vista para los hombres, casarse era para Platón un deber sagrado.
La vida de las mujeres estaba dominada por los varones. Las mujeres no intervenían en la política, su
testimonio no era admitido por los tribunales. Hasta es dudoso que fueran admitidas al teatro. Sí
intervenían, y mucho, en la vida religiosa. a mujer tenía un kúrios, que era habitualmente el padre o,
casada, el marido. El padre era quien la prometía en matrimonio (los esponsales, la engúésis) y la casaba;
era quien decidía el divorcio, si era necesario. Sólo heredaban los hijos, ya se ha dicho. Y si se trataba de
una hija única de un hombre rico, la que en griego se llamaba una epíkléros, el padre la casaba con un
pariente, generalmente un tío, para que los bienes de la familia quedaran dentro
de ella. Lo familiar primaba sobre lo individual.
Era, pues, la mujer en este tipo de sociedad alguien útil desde el punto de vista de la familia y de la casa.
Pero alguien sometido a reglas estrictas y que era protegido. La vida de la mujer casada es la casa. Los
hombres salían al agora, a la Asamblea, a los tribunales, a la palestra, a hacer las compras; las mujeres
permanecían dentro. Dentro de casa, la relación de la mujer casada era principalmente
con los niños, las otras mujeres, los esclavos. El trato con el marido era más bien escaso. o había destino
peor para una mujer que no casarse, morir ágamos, sin boda: en la tragedia sale a luz con frecuencia este
tema.
Las mujer es deseable para el matrimonio: la que no da lugar a murmuraciones, aumenta la hacienda, ama
al marido y éste a ella (los términos son de la raíz phil-), engendra una prole hermosa y «no le gusta
sentarse en las reuniones de las mujeres, en que se habla de historias de amor».

El matrimonio es una institución destinada a restringir el sexo en beneficio de la familia patriarcal, para la
cual (con las excepciones que sabemos) es fundamental que haya una seguridad respecto a la legitimidad
de los hijos. Representa una primacía de los valores sociales y colectivos respecto a los
individuales y sentimentales.
Por la inestabilidad emocional de las mujeres, su carácter errático e irracional. En el matrimonio, el sexo
pasa a ser «trabajo» (iérgon), deja de ser «juego» o «diversión» (paígnia, térpsis)
La mujer era considerada, fundamentalmente, como un ser que es presa de instintos y emociones
incontrolables y de pasiones múltiples. He aquí una breve exposición de los rasgos centrales del
estereotipo. La mujer ríe y llora, grita, no razona. En el momento del peligro, todo lo que hace es gritar y
lamentarse, estorbando a la acción de los varones (véanse los Siete de Esquilo). Charla indefinidamente,
curiosea por la ventana, se escapa con pretextos, trama engaños diversos.
No es de confianza: es infiel, incumple su palabra. Es arrastrada por apetencias como la de la comida, la
del vino sobre todo. Y la del sexo. Una y otra vez se la compara con animales como la yegua, la cerda, la
perra, es más naturaleza que cultura. Por eso es peligrosa. En mitos diversos abre recipientes que no debe
(como Pandora), se deja seducir por joyas (como Erifila), engaña
y miente (como Afrodita o Fedra). Puede llegar a matar por venganza (como Clitemestra, Hécuba, Medea
y tantas más).
El marido es, naturalmente, el que se encarga de esta instrucción y de la vigilancia de la esposa. Pero las
ciudades las ponían, además, bajo la vigilancia de magistrados especiales. Eran imprescindibles para la
ciudad, pero peligrosas y necesitadas de cuidado y vigilancia especiales.
Pero lo peor de la mujer era, para la opinión más común, su sumisión al éros.
Las mujeres son «un fuego más difícil de combatir que el fuego»; cuando son agraviadas en su lecho, «no
hay otra mente más asesina», dice Electra.
Demócrito, dice: la mujer es más inclinada al mal, de ahí que se pida que no cultive el lógos, que se diga
que es deshonor para un hombre ser gobernado por una mujer, que su ornato es el hablar poco. Las leyes
de Solón invalidan la decisión de un hombre que ha actuado persuadido por una mujer.
Nadie negaba en Atenas que el matrimonio representaba una represión de la naturaleza erótica, emotiva y
peligrosa de las mujeres.
A este estereotipo sobre su naturaleza profunda se oponía el estereotipo que la sociedad ateniense les
imponía: el de la sóphrosúné, moderación, templanza, obediencia, castidad. La mujer dotada de la virtud
varonil de la andreía, el valor, sólo se daba en anécdotas diversas

El estereotipo que domina la concepción de hombre, es el de la andreía, palabra derivada de la raíz del
«varón». Se trata del valor en la batalla, pero también en la acción política, en el debate público, en la
vida toda. Es, para el Sócrates, fortaleza unida a la racionalidad.
El hombre es duro, la mujer es blanda, el hombre es racional, la mujer tiene rachas de rracionalidad. El
hombre tiene autodominio , la mujer no. El hombre tiene dotes de mando, la mujer no.
Morir en combate, luchando por Atenas. es para el ciudadano «el fin más brillante»; como para las
mujeres la muerte en el parto.

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