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MATERIAL DE CÁTEDRA

ALGUNAS IDEAS INICIALES A TENER EN CUENTA


Imagine una maestra, que puede ser la de su hijo, su hermano, ahijado, sobrino etc. que exhibe
públicamente el legajo del niño en una reunión de padres para demostrar que se trata de un
“alumno problemático” en lo que respecta a su conducta.
Imagine, tal como está sucediendo por estos días, que un comerciante a la hora de cobrarle por la
mercadería que Ud. lleva, le aplica un interés del 10% por que Ud. hace efectivo el pago con
tarjeta de débito.
O piense en el cura de una parroquia “X”, que le ha negado el bautismo a un niño porque tiene
una discapacidad mental.
O tal vez, podríamos citar el ejemplo de un médico que llevó el caso de su dolencia, a un
Congreso de medicina sin pedirle autorización.
O piense también en una pareja del mismo sexo a la que se le impide inscribirse en un plan de
viviendas provincial o acceder a una tarjeta alimentaria, por su condición sexual.
Está claro que a lo mejor no coincidiríamos en nuestras posturas respectivas, pero al menos en
varias de ellas, podríamos afirmar: “me parece poco ético”.
¿O por qué no a la inversa? – Alguien podría decir, “me parece ético” que los curas no bauticen
discapacitados. O me parece ético, que las parejas del mismo sexo no accedan a planes sociales. O
que en bien de la ciencia el médico haga con mi historia clínica lo que le parezca.
En uno u otro caso, lo que estamos haciendo es aprobar o reprobar un comportamiento
determinado, una acción humana determinada. Y más allá, que en los casos ejemplificados hasta
podría haber cierto consenso en que las conductas son “poco éticas”, o reprobables, no significa
esto que sea tan simple a la hora de ponerse de acuerdo para alcanzar un consenso mínimo.
Tomemos por ejemplo algunos casos de dilemas morales clásicos, donde el consenso resulta muy
difícil de alcanzar. Por ejemplo si debatiésemos sobre una posible ley que permita el aborto
seguro, gratuito, en hospital público, etc., seguramente sería mucho más difícil alcanzar un
consenso solo entre los cursantes de la materia. Todos tendrían argumentos a favor, en contra, o
inclusive los que estuvieran a favor podrían estarlo pero con matices diferentes.
¿Pero qué significa esto? – ¿Significa que el consenso es imposible…? ¿Significa que cada uno
permanecerá “atornillado” a sus propias convicciones…? ¿Significa que nadie cambiará de
opinión…? ¿O que nadie puede convencer a nadie de que cambie de parecer…?
¿Y por qué resulta tan relevante la reflexión moral? – Bueno, básicamente porque tenemos que
convivir. Es una cuestión fenoménica que no estamos solos, que interactuamos con otros, con un
mundo de otros, y que no podemos hacerlo de cualquier manera.
Entonces… digamos que de todo esto se trata la ética. ¿Pero entonces, la ética nos provee de
soluciones morales para todo tipo de conflictos? Noooo!!! – La ética nos provee de las

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herramientas y el espacio para la discusión. Como toda la filosofía, no se trata de un saber
dogmático sino de un saber crítico, que una vez contextualizado podrá ofrecer alternativas de
respuestas.

“LA ÉTICA COMO SABER PRÁCTICO, ESPECULATIVO Y CRÍTICO.”

Las normas morales


Las “normas” en general, ya sean del orden moral o del orden jurídico surgen a partir de un
enunciado prescriptivo, por ejemplo “Prohibido fumar en espacios cerrados”. Este tipo particular
de enunciados no informan sino que conminan a llevar a cabo una conducta determinada. Estos
enunciados no son verdaderos ni falsos, pero tienen carácter obligatorio. No explican cómo son las
cosas sino como debieran ser.
Y ¿para qué los necesitamos?. En realidad son los que regulan nuestro sistema de convivencia. No
es imaginable una sociedad sin normas, sin prescripciones. Estos enunciados pueden ser justos o
injustos, pero siguen siendo obligatorios. Pueden variar de una sociedad a otra y pueden sufrir
cambios importantes en el tiempo.
Lo cierto es que las normas existen. Podrán ser válidas o inválidas dependiendo de su legitimidad,
esto es por quienes hayan sido formuladas y conforme a que procedimientos. Las normas morales
a diferencia de las leyes o las normas de tránsito, no han sido sancionadas por ninguna autoridad
ni están recogidas en código escrito alguno. Pero al igual que las normas jurídicas, son de público
conocimiento, tienen carácter obligatorio y regulan las interacciones entre personas reduciendo el
nivel de conflictos. La diferencia está en que si no cumplimos con las normas jurídicas, nos
hacemos pasibles de la sanción correspondiente, establecida por la ley. Las leyes obligan
coercitivamente.
Sin embargo, la coerción no es suficiente para asegurar la convivencia. Las cosas resultan mejor
cuando las personas obran correctamente por sus íntimas convicciones, porque consideran que es
justo y valioso semejante proceder.
Todos nosotros tenemos un sentido moral que opera de distintas maneras; en el mejor de los
casos, estamos plenamente convencidos que se debe respetar la integridad de los otros, que nos
debemos gestos solidarios, que no podemos utilizar el escape libre de una moto a las dos de la
mañana frente a un hospital, que es bueno cumplir con una promesa, que no está bien tirar la
basura al patio del vecino ni engañar a la pareja de uno con otra persona.
Sin embargo, ¿qué es lo que hace que una norma moral que no conlleva sanción alguna tenga
igualmente validez como si fuera una norma jurídica?
La respuesta a esta pregunta es bastante compleja, y es lo que determina al menos dos posiciones
filosóficas diferentes: el relativismo y el universalismo.

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Los relativistas sostienen que la validez de las normas morales es inherente a la cultura de la cual
dependen. De este modo una norma será válida en tanto sea aceptada por una sociedad
determinada, e inválida en otro tipo de sociedad distinta.
La tesis universalista en cambio sostiene que la validez de las normas depende de su adecuación a
principios morales básicos de alcance universal. Como podemos ver ambas tesis resultan extremas
y suelen dejarnos frente a verdaderos problemas sin solución.
Por ejemplo, si aceptamos el relativismo moral, también debemos aceptar que una mujer
musulmana sea apedreada hasta morir por su comunidad ante la sola sospecha de infidelidad por
parte de su marido. Como es relativo únicamente al contexto cultural donde ocurre y donde por lo
tanto queda socialmente validado, nada tendríamos para decir.
Además alguien que pertenece a esa cultura podría adoptar la tesis universalista y no poder
explicarse como en nuestro país no apedreamos a las mujeres infieles. Digo esto solo para el
supuesto, improbable y remoto caso que existiese alguna “paisana infiel” por estos lares…
Ahora bien, nuestras propias convicciones morales y nuestra certidumbre respecto de la
importancia de las normas no pertenecen a nuestro mundo privado, sino que las compartimos con
los demás. Nuestro sentido moral se fue gestando en cada une de nosotres desde la niñez en la
interrelación con el mundo social; éste es el modo en que paulatinamente vamos internalizando
las normas de convivencia.
Este sentido la conciencia moral, es la responsable de los sentimientos de culpa cuando actuamos
incorrectamente, del sentido de la responsabilidad, y, en general de nuestras convicciones morales
y de nuestra confianza en que los demás cumplan con las normas morales. Ahora bien, si el
respeto social hacia ellas comienza a resquebrajase, lo más probable es que se engendre un
estado de anomia, es decir de carencia de normas, que va minando la confianza mutua, tan
necesaria para la vida en común.
Si hasta ahora nos hemos referido a la obligatoriedad de las normas, también debemos decir que
no todas son obligaciones. También existen los proyectos. De hecho el ser humano es el único
capaz de proyectar su vida en función de un futuro posible. Para muchos autores esta es una
característica de nuestra libertad. Nuestros proyectos, nos permiten comprometernos, y nos
comprometemos porque los consideramos valiosos.
Esas valoraciones son importantes para nuestra experiencia emotiva, y tomamos contacto con
ellas en el acto de “preferir”. La preferencia está indicando su valoración: quizá porque los días
nublados lo inspiran para escribir poesía o porque se ajustan mejor a su ánimo melancólico o por
lo que fuera; el caso es que esa persona considera más valiosos los días nublados que los soleados.
Cuando nos ubicamos frente a un objeto en actitud valorativa, es posible discriminar tres
elementos: el objeto ya sea ideal o real, la característica que lo hace valioso y la relación con el
objeto valorado.

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Estos valores o preferencias, siempre se presentan en pares opuestos, como por ejemplo:
agradable/desagradable, bueno/malo, bello/feo; no podríamos captarlos si no fuera así. También
los valores admiten gradaciones: mejor, peor, más, menos.
Los valores ocupan un lugar importante en la vida cotidiana de los seres humanos. Vivimos
realizando valoraciones de toda índole: utilitarias, éticas, estéticas.

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