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herramientas y el espacio para la discusión. Como toda la filosofía, no se trata de un saber
dogmático sino de un saber crítico, que una vez contextualizado podrá ofrecer alternativas de
respuestas.
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Los relativistas sostienen que la validez de las normas morales es inherente a la cultura de la cual
dependen. De este modo una norma será válida en tanto sea aceptada por una sociedad
determinada, e inválida en otro tipo de sociedad distinta.
La tesis universalista en cambio sostiene que la validez de las normas depende de su adecuación a
principios morales básicos de alcance universal. Como podemos ver ambas tesis resultan extremas
y suelen dejarnos frente a verdaderos problemas sin solución.
Por ejemplo, si aceptamos el relativismo moral, también debemos aceptar que una mujer
musulmana sea apedreada hasta morir por su comunidad ante la sola sospecha de infidelidad por
parte de su marido. Como es relativo únicamente al contexto cultural donde ocurre y donde por lo
tanto queda socialmente validado, nada tendríamos para decir.
Además alguien que pertenece a esa cultura podría adoptar la tesis universalista y no poder
explicarse como en nuestro país no apedreamos a las mujeres infieles. Digo esto solo para el
supuesto, improbable y remoto caso que existiese alguna “paisana infiel” por estos lares…
Ahora bien, nuestras propias convicciones morales y nuestra certidumbre respecto de la
importancia de las normas no pertenecen a nuestro mundo privado, sino que las compartimos con
los demás. Nuestro sentido moral se fue gestando en cada une de nosotres desde la niñez en la
interrelación con el mundo social; éste es el modo en que paulatinamente vamos internalizando
las normas de convivencia.
Este sentido la conciencia moral, es la responsable de los sentimientos de culpa cuando actuamos
incorrectamente, del sentido de la responsabilidad, y, en general de nuestras convicciones morales
y de nuestra confianza en que los demás cumplan con las normas morales. Ahora bien, si el
respeto social hacia ellas comienza a resquebrajase, lo más probable es que se engendre un
estado de anomia, es decir de carencia de normas, que va minando la confianza mutua, tan
necesaria para la vida en común.
Si hasta ahora nos hemos referido a la obligatoriedad de las normas, también debemos decir que
no todas son obligaciones. También existen los proyectos. De hecho el ser humano es el único
capaz de proyectar su vida en función de un futuro posible. Para muchos autores esta es una
característica de nuestra libertad. Nuestros proyectos, nos permiten comprometernos, y nos
comprometemos porque los consideramos valiosos.
Esas valoraciones son importantes para nuestra experiencia emotiva, y tomamos contacto con
ellas en el acto de “preferir”. La preferencia está indicando su valoración: quizá porque los días
nublados lo inspiran para escribir poesía o porque se ajustan mejor a su ánimo melancólico o por
lo que fuera; el caso es que esa persona considera más valiosos los días nublados que los soleados.
Cuando nos ubicamos frente a un objeto en actitud valorativa, es posible discriminar tres
elementos: el objeto ya sea ideal o real, la característica que lo hace valioso y la relación con el
objeto valorado.
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Estos valores o preferencias, siempre se presentan en pares opuestos, como por ejemplo:
agradable/desagradable, bueno/malo, bello/feo; no podríamos captarlos si no fuera así. También
los valores admiten gradaciones: mejor, peor, más, menos.
Los valores ocupan un lugar importante en la vida cotidiana de los seres humanos. Vivimos
realizando valoraciones de toda índole: utilitarias, éticas, estéticas.