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Para los que somos mayores, el mundo de hoy sigue teniendo algo de misterioso.

Recuerdo las noticias que llegaban a nosotros del terremoto de Los Angeles en 1989. Fue la
primera vez que a nivel masivo una sociedad pudo mantenerse unida a través de la red
informática. Varias zonas de la ciudad habían quedado aisladas pero gracias a que la mayoría de la
gente ya tenía PC, las comunicaciones fueron rápidas y efectivas.

Para los que nacieron después de nosotros esto es obvio, pero no lo era tan así para los
argentinos de aquella época. Una parte muy restringida de la población poseía computadora y
desde ya la comunicación informática no era accesible a través del teléfono. En nuestra vida el
avance de las comunicaciones fue entrelazándose con nuestra biografía: ¡cuántas cosas habrían
sido distintas si determinada llamada de larga distancia hubiera sido posible, o si hubiéramos
podido enterarnos de algún hecho a tiempo!

Hoy, en marzo de 2020, en medio de la pandemia más extendida de la historia, la


informática cumple un papel histórico en su capacidad de unirnos socialmente, de mantenernos
informados, en la posibilidad de acceder a lo que queramos. También a una mayor cercanía a Dios
y, separados y aislados como estamos, a la posibilidad de una oración comunitaria más universal.

La informática se ha convertido en un vehículo y en un instrumento de la gracia muy


especial. No importa las lenguas que hablemos o con qué movilidad contamos. La caridad
concreta, cariñosa, amable y efectiva puede llegar igual. Demos gracias a Dios.

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